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♠ Casino Royale ♠ (MM B: 111331)


Eobard Thawne
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Influenciado por sus habituales visitas a Nueva Orleans, y sus travesías por el continente europeo, el joven Black Lestrange decidió adentrarse en el mundo de las apuestas y el azar. Para tal fin, adquirió un lote extenso para poder edificar ahí su próximo proyecto. Bastante distinto de Quick Labs, el local de mensajería que se encontraba bien escondido en el Londres no mágico.

El Casino Royale era una empresa bastante arriesgada, sobre todo porque había optado por encargarse de las finanzas y el mantenimiento del mismo por su cuenta. Pero, el ver el lugar tomar forma, poco a poco, con las mesas de apuestas, los adornos del jardín trasero y, sobre todo, el abastecimiento de bebidas y aperitivos para mantener a sus clientes enganchados a los juegos, fue su principal motivación para continuar con el proyecto.

 

Una majestuosa estructura de dos pisos de alto, lo suficientemente amplia que bien podría haber pasado fácilmente como un hotel muy ostentoso. La arquitectura, de estilo gótico, con pronunciadas cúpulas y esculturas de ángeles empuñando espadas en las cornisas. De igual forma, varios balcones dispuestos a lo largo de los ventanales para esparcimiento de los clientes.

 

Las escaleras de mármol, adornadas a ambos lados por esculturas de leones a juego, le permiten a uno el alcanzar la puerta giratoria de cristal y madera de roble. Sobre ésta, se lee el nombre, grabado en una placa metálica.


La primer planta del lugar sería la más concurrida, de eso estaba seguro, pues ahí se situaban la mayoría de las atracciones del negocio. Justo detrás de la elegante recepción, y el muro sobre el cual se erigía el escudo de armas que había elegido para adornar, se extendían miles de mesas hasta donde alcanzaba la vista. En ellas, los clientes podrían jugar desde una simple mano de solitario, hasta partidas más interesantes, sin límite de apuesta.

No se había preocupado en demasía por el segundo nivel, que ofrecía a los visitantes un breve descanso de los juegos, o inclusive, hospedaje, en caso de que desearan quedarse más tiempo. Cada habitación contaba con los servicios elementales, y aquellas reservadas para los clientes VIP, desde luego, tenían más comodidades. Mismo caso con la zona subterránea, a la cual sólo tenían acceso ciertas personas: Aquellas que deseaban privacidad, o cuyo monto de apuesta superaba los estándares habituales.

Como última parada, el amplio jardín, cuya intención era brindar a los clientes de un momento de claridad, o de reflexión para aquellos que le habían apostado todo a su escalera real, y de milagro no habían perdido la varita. Si les quedaba un galeón, podían lanzarlo a la fuente y desear la estabilidad de su economía. Se trata de un amplio espacio donde la gente puede reposar en los asientos metálicos, o bien, pasear a sus criaturas a lo largo de todo el terreno.

Empleados

  • Jack White: Mago irlandés, robusto y parcialmente calvo. Se encarga de la mayoría de los juegos y similares en las mesas de póker. De buen sentido del humor, y propenso a hacer bromas durante los descansos de las partidas.
  • Isabella Sutherland: Recepcionista americana, encargada de la orientación de los visitantes. Comprometida con su trabajo al mil por ciento.
  • Vincent Sobel: Jefe de vigilancia del establecimiento. Usualmente tiende a ser un poco abstraído con la gente, pero dispuesto a ayudar ante cualquier situación. Temperamento frágil.

* * * * *

Entonces, ¿está todo listo?

 

Desmontó la Saeta de Fuego, sosteniendo el mango sobre el hombro izquierdo, como si planease llevarla a cuestas. El irlandés lo esperaba al pie de las escaleras, luciendo un chaleco de satín, azabache y con un par de rombos rojos a ambos lados. Una vez que su jefe inmediato se encontró a suficiente distancia, comenzó a darle un pequeño resumen.

 

Casi todo. Nos hace falta la clientela. comentó, dejando ir una risa nerviosa mientras cruzaban la puerta giratoria. Y, creo que te encantaría revisar el lugar. Isabella dijo que se retrasaría, y Vince está acabando con nuestros suministros de sushi.

 

Ante el comentario relativo a la voracidad del vigilante, Black Lestrange emitió un chillido de desesperación. Como se acabara la comida antes de que los clientes llegaran a degustarla, estarían en serios problemas. La tranquilidad del local, en sus momentos de apertura, era tal, que sus pasos originaban fuertes ecos en la amplia estancia.

 

Bien, ¿podrías ir a preparar mi oficina? Por favor. Lo más seguro, es que tengamos que estar al día con nuestras finanzas, a menos que queramos que Gringotts nos quite todo.

 

Depositó la escoba sobre uno de los cómodos sillones del hall, tomando asiento al lado de la misma. Sacar el negocio a flote con ayuda podía ser fácil, pero por su cuenta, era totalmente distinto. De inicio, las cosas se pondrían chungas, pero con el tiempo encontraría estabilidad.

 

White, consciente de las órdenes dadas, se retiró a cumplirlas, pues no quería poner de malas al líder del proyecto. Aldrich sacudió la cabeza, intentando mantener sus pensamientos casi tan helados como las bebidas que esperaba brindaran suficientes ganancias.

 

Llegó la hora.

 

Jugando con una diminuta ficha roja, se dirigió al mostrador, donde atendería a algún cliente que decidiera visitar el casino durante el día. Si debía suplir a su propia recepcionista para asegurar el éxito del negocio, lo haría.

Editado por Eobard Thawne
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Ya habían cerrado uno de los casinos que solía frecuentar hacía mucho tiempo, pero casi al mismo tiempo habían abierto otro. Y como Candela tenía más de ladrona que de apostadora, decidió que sería un buen momento para hacerle una visita. Quizás hubiera por allí algún cliente borracho al que podría sacarle unos cuántos galeones. O tal vez sólo iba por las bebidas gratis.

 

— ¿Puedo ayudarle en algo? —un hombre la observaba en la puerta, casi se sentía insultada a tal sometimiento analítico.

 

— No. Gracias. —la Triviani le confirió a su voz un deje de autoridad, aunque estuviese siendo puesta a prueba por su aspecto, seguramente.

 

Como era de esperar, la apertura de un nuevo casino no iba a hacer cambiar su gusto por su propia moda. Vestía una falda larga de seda que, en mejores tiempos, podría haber sido de un verde jade estupendo. Una blusa holgada que dejaba ver uno de sus hombros, de color blanco, aunque algo raída. Y en sus pies... Bueno, le gustaba sentirlos libres.

 

— Me temo que no puedo dejarla entrar, señora.

 

La Triviani le dedicó una mirada fulminante y, acto seguido, fingió inocencia.

 

— Pe... Pero tengo hambre, ¿acaso no pueden darle a esta humilde mujer, un plato de comida? —era eso o como próxima respuesta, degollaría al tipo que vigilaba la entrada.

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Vigilante

 

Señorita, por favor. se cruzó de brazos, palpando la varita que llevaba prensada al pecho. Ya le he dicho que no puede acceder. Si quiere comer, tendrá que jugar. Y si quiere jugar, necesitará de algunos galeones.

 

Vincent Sobel analizó a la recién llegada con recelo. Su vestimenta quizá no era la que esperaba, pero había algo que no le daba buena espina. De por sí, tampoco era como que su jefe inmediato fuera la persona más normal de la comunidad mágica. Tenía sus manías. Extendiendo la mano para pedirle a la gitana que continuara, dirigió una mirada hacia el lobby, confiando en que el dueño lograra ver a través del cristal.

 

¿En serio, sigue aquí? Usted sí que es persistente. Bien, la dejaré en manos del experimentado encargado del lugar.

 

De mala gana, se hizo a un lado al escuchar los apresurados pasos del castaño. No estaba en sus planes el empezar su labor de jefe de seguridad con el pie izquierdo.

 

Eobard A. Black Lestrange (?)

 

Por fin encontró lo que necesitaba. Una polvorienta botella de vino tinto entre los cajones del mostrador. Databa de 1995. Sería un niño en ese entonces. Hizo lo que pudo para situar un par de copas. Quizá organizaría un breve brindis con el resto de sus colaboradores. Los gritos al pie de las escaleras lo obligaron a mirar hacia la puerta.

 

¿Pero qué demo...?

 

Echó a correr, aún sujetando la botella en la mano izquierda. Se derrapó para lograr sortear con facilidad la puerta giratoria. Lo primero que vio, fue a Candela Triviani encarando a un malhumorado Vince, quien parecía resuelto a no permitirle el paso. ¿Había llegado ahí por casualidad, por mera socialización, o buscaba algo?

 

Candela. saludó con una inclinación de cabeza a su socia en Quick Labs. Qué sorpresa. ¿Gustas un poco de vino? Planeaba abrirlo después, pero ya que estamos aquí.

 

Sobel carraspeó, para hacerse notar en la conversación. Eobard giró su mirada hacia él, como intentando comprender lo que había sucedido. No le fue tan difícil, conocía a Vince casi del mismo lugar del que había sacado a Garrick. Puso la mano libre sobre el hombro del rubio, aquella ocasión lo dejaría pasar.

 

Mantén tu posición. Si no te fías de la persona, llamas a Isabella o a mí. La señorita Triviani...Bueno, es un caso especial.

 

(?)

 

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Ya estaba llevando la mano a la entrepierna para sacar la daga que siempre llevaba consigo. Si no la dejaban entrar por la buena, lo único que tendría que hacer era cortarle la yugular al tipo y entrar por la mala. Lo único penoso era que tendría que manchar el lugar, lo cual era una pena, considerando que el negocio era nuevo.

 

Es más, ya estaba pensando dónde podría meter el cuerpo cuando escucho la conocida voz de Eobard. Retrocedió un paso -ya estaba a sólo un centímetro del hombre que vigilaba- y entornó los ojos para verlo mejor. Le dedicó la mejor de sus sonrisas, como para fingir un poco de inocencia, y se apresuró a ponerse al lado del Black Lestrange.

 

― Espero que sea una sorpresa non grata. porque sino esto no tendría nada de divertido. ―masculló la Triviani mientras ingresaba al lugar.― Terrible lugarcito te has montado aquí, ¿me dejarás hacer trampa? ―le dedicó una ansiosa mirada a la estancia, quizás podría sacar algo de dinero de allí.

 

No escuchó las palabras que le dedicó el chico a su empleado, pero logró captar su apellido. Sin embargo, prefirió no preguntar. Apenas iba llegado, no sería bueno para su maltratada imagen el que armara un lío por una nimiedad. Ok, que estaba acostumbrada a hacerlo, pero mantendría cierto grado de respeto, al menos el primer día (?).

 

― Mira, si tienes ginebra, mejor.

 

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El Vigilante puso una cara de sorpresa al escuchar las nuevas órdenes de su empleador, como si él hubiese esperado que la próxima ocasión que la Triviani apareciera, tuviera libertad de pedirle que abandonara el local por cualquier medio posible. Sin embargo, se limitó a asentir con la cabeza, sin emitir gran cosa. Dio la espalda a la puerta, colocándose unos lentes color naranja que desentonaban con su vestimenta oscura.

 

Debes disculparlo, a veces estos sujetos se lo toman muy en serio. comentó al alcanzar a la Triviani, quien ya había avanzado gran tramo del vestíbulo. Ese es el secreto del póker: Debes hacer trampa para ganar.

 

Bastante cerca estuvo de abrir la botella del tinto, cuando escuchó a la gitana sugerir otro tipo de bebida. Quizá estaba ahí para beberse toda la cava (?), pero por ser ella, haría una excepción de abrir alguno de los recipientes. La condujo a lo largo de la sala, sorteando los estandartes que reposaban sobre el suelo, y se movieron con suavidad al pasar el castaño utilizando sus botas de siete leguas.

 

Lumos.

 

Con un ligero movimiento de su varita, iluminó la amplia hilera de lámparas de araña que recorrían la sala de partidas públicas. Todo estaba prácticamente intacto, por lo que algunas de las mesas aún tenían una cubierta de plástico, o bien, se encontraban dentro de contenedores de madera. Las barras de aperitivos, a ambos lados, por otra parte, ya estaban en total funcionamiento.

 

Ah, estás de suerte, ya han terminado de organizar este espacio. echó a correr para deslizarse bajo la barra del ala oeste ¿Qué te parece el lugarcillo? No es la octava maravilla, pero es razonable, considerando que me costó una mano momificada, y un ojo.

 

Dedicó una mirada a la Triviani mientras lo alcanzaba, con ambos ojos, porque sí, los conservaba (?). Colocó dos caballitos sobre la superficie de roble. Le encontró un lugar a la botella de vino añeja mientras hurgaba entre las otras bebidas, las cuales se apilaban sobre una cava con bandejas.

 

Sustrajo la botella de contenido transparente, casi como el vodka y, valiéndose de sus dedos para abrir con mayor rapidez el envase, sirvió la misma cantidad, tres cuartos del vaso, para cada uno.

 

Ahora que lo mencionas, tal vez debería comprar un par de naipes explosivos, así los jugadores apostarán su propia vida.

 

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— No me refería al póker. —lo miró de soslayo, como si pensara que el Black Lestrange era medio lento.

 

Candela se fijó en las botas que llevaba puesto el chico y se acordó de las suyas, ella tenía unas parecidas. Aunque luego se arrepintió de haberlas comprado; era totalmente ridículo pensar que alguna vez podría necesitarlas. A menos claro, para casos muy extremos. Por lo pronto estaban acumulando polvo en uno de sus guardarropas, en el castillo Triviani.

 

Se sorprendió a sí misma con los labios separados, absorta en los detalles, incluso, de la decoración. Le pareció ver una característica bastante extraña en ella, pero prefirió guardar silencio. Además, Eobard le había hecho una pregunta, así que se encargó de cerrar la boca por si él notaba lo est****a que se veía.

 

— ¿Una mano momificada? —le miró directamente a los ojos. Es que la Triviani bien podría morirse de literalidad, por lo que prefirió asegurarse de que conservaba ambos.— No debe haber valido mucho entonces. —bromeó, bastante seria para creer que fuese una broma, y se encogió de hombros.

 

Se sentó, por fin (?), frente a su socio y tomó lo que le servía de un solo trago. Hizo una mueca cuando tragó y depositó el vaso sobre la barra, con un golpe seco. Inspiró hondo una vez.

 

— La verdad es que yo no he venido acá a gastar dinero. —quiso agregar "Vine a robarlo", pero seguramente le vetarían la entrada (?).— Aunque la idea de los naipes me gusta, haría todo mucho más adrenalínico. —entonces sacó, de uno de los bolsillos ocultos de su vestido, una baraja de naipes explosivos y se los mostró.— ¿Sabes jugar? Si gano una partida, me darás bebidas gratis por el resto del mes. —le guiñó un ojo y medio sonrió— Ah, y ese tipo de allí... —hizo un gesto, como señalando la entrada— Lo podré usar de perchero.

 

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-¿No? Por alguna razón, no me sorprendería. -concedió, haciendo una mueca de fingida tristeza.

 

La Triviani pareció tomarse lo de la mano momificada con la seriedad que había esperado. Al igual que con el lote en el que se erigía Quick Labs, se las había arreglado para conseguir el espacio del terreno a su manera. No era como que estuviera muy orgulloso, pero al menos con ella podía hablar sin tantos tapujos.

 

-Era un vertedero olvidado hasta por el mismísimo Ministro, he hecho lo posible por devolverlo a su antigua gloria. Y no digo que esté ni cerca, pero en fin. ¿Quieres el resto del cuerpo? Está arriba, en una tina con hielos.

 

Había mencionado la ubicación de la persona a la que había pertenecido el lugar, con tanta tranquilidad, que uno hubiese pensado que más que una broma, comenzaba a volverse un tanto sádico. Hizo lo propio para tomarse su bebida de Ginebra, que no le dejó la garganta en ascuas cual vodka.

 

-¡De eso estoy hablando! -dio un leve golpe con la palma sobre la madera de la barra al observar la baraja de naipes explosivos. -Técnicamente, te estoy ofreciendo bebida gratis, considéralo como una cortesía de la casa.

 

Mientras no mates a nadie, y su sangre manche las mesas de apuestas (?), pensó, sirviendo la bebida de nueva cuenta en los dos vasitos de cristal. Con varita en mano, dio un leve latigazo para que los naipes quedarán todos boca abajo, listos para iniciar una partida nueva. Resopló, esbozando una sonrisa irónica al escuchar la apreciación que tenía Candela acerca de su jefe de seguridad.

 

-Creo que serviría más de personal de cocina, pues le encanta digerir toda la comida que encuentra a su paso. No preguntes de dónde saco a estos fantoches, siemore busco almas dispuestas a venderle su alma a un empresario desinteresado.

 

Se apoyó sobre sus codos, a la espera del primer movimiento de su rival.

 

Afuera, al pie de las escaleras, un crack resonó en la elegante escalinata. Los tacones de aguja de la pelirroja hacían un ruido seco mientras ascendía para incorporarse a su lugar de trabajo. Isabella Sutherland, con una sonrisa en los labios carmesí, jugaba con la carta de pica negra. Le dedicó una inclinación de cabeza a Sobel antes de entrar.

 

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― ¡Tienes un cadáver arriba! ―fingió escandalizarse un poco. Ayudó a su actuación el que colocara ambas manos a los costados de su cara. No estaba segura de cómo tomarse esa información, aunque seguramente se moría de ganas por llevarse el cuerpo para hacer sus experimentos de Nigromancia.― Bueno, lo pensaré. Quizás y me sirva de algo.

 

Candela apoyó ambos codos sobre la barra, luego agarró el vasito que le correspondía y le dio un sorbo. Uno pequeño, así le duraba un poco más la sobriedad. No sabía hasta dónde podía llegar la confianza con el Black Lestrange, lo más probable era que la echase a la calle si se embriagaba demasiado.

 

― Técnicamente, ―empezó a protestar la Triviani― las bebidas gratis son por hoy. Yo estoy hablando de todo el mes. Ahora, si me dices que podré beber a mis anchas sin gastar un solo knut, cada vez que venga, entonces no se hable más y cambiamos la apuesta. ―sonrió, un poco más animada, y le dio un sorbo más a la Ginebra antes de concentrarse en las cartas.

 

Por supuesto, todas les parecían iguales estando boca abajo. Arrugó el entrecejo, sacó su varita sólo para estar preparada, y giró una de las que estaban en el centro. Una mantícora.

 

― ¿Desinteresado? ―levantó la mirada gris hacia Eobard y enarcó una ceja― Me parece que lo que menos tienes, es desinterés. ―agachó la cabeza y volvió a centrar su atención en las cartas. Apenas le quedaban unos segundos para que el primer naipe explotara. Por suerte, encontró su par en la esquina inferior derecha. Les dio un toquecito con la varita.

 

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Con anterioridad el joven brujo había quedado en palabras con su padre para ir al estreno de su nuevo casino, necesitaba gastar toda esa fortuna que aun no tenia, pero pronto heredaría, solo debía ingeniar como matar a sus padres y quedarse con sus aposentos forrados en oro y plata. Bueno, quizás solo tengan unos cuantos libros y cadáveres en sus armarios... Pero nadie dijo que no podría soñar. (?)


Ya habían empezado mal, un hombre de apariencia bruta se encontraba en la puerta controlando las personas que ingresaban al lugar, no le gustaba la vigilancia, así no podría robarse nada, típico de algunos gitanos; avaro y ratero. Como de costumbre el Triviani solo se adentro dándole una descarada mirada con una sonrisa perversa en sus labios. Que no osara interrumpir su camino porque le arrancaría la yugular con sus manos.


--Oh valla sorpresa-- Ambos familiares del brujo se encontraban dentro del casino, << ¿Los vicios se heredan? >> Quien sabe, aun que quizás viniendo de su madre estará rompiendo o intentando hacer explotar cosas, ¡típico! Matthew rió.


Una esbelta mujer de rasgos muy delicados apareció con una bandeja selectiva de tragos para los auspiciantes, Uhh bebidas, movió sus dedos en busca de un delicioso aperitivo alcohólico. --¿Khe? no me vean así, yo se que Eobard tiene licores tras su escritorio (?)-- Les saco la lengua y siguió por escoger uno sin problema alguno. Con sus labios en el vaso dio vuelta y pudo ver que estaban jugando naipes, sus ojos se iluminaron y quiso entrometerse para participar.


--¿Puedo jugar con ustedes? pregunto de cortesía, si no me pondré a jugar ruleta y gastar su fortuna.-- Los miro con insolencia.


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Eobard se deleitó con la expresión de alarma de su socia. Admitía que todo el número de fingir escándalo y repulsión hacia la presencia de un cadáver en las inmediaciones del casino, podía burlar hasta al más tonto (?). Negó con la cabeza, esbozando su clásica sonrisa burlona. Tosió un poco, para recuperar la compostura.

 

Mira, podría servir hasta de práctica de tiro. Y si alguien pregunta, es un ancestro de los Black Lestrange que sacamos del cementerio bajo autorización.

 

No le cabía duda de que Candela estaba interesada. De otra forma, quizá le habría dado poca importancia al comentario. Estaba preparado para cualquier posible explosión que proviniera de los naipes, pero, para su suerte y la de la gitana, no sucedió. La mantícora, retratada dos veces, apareció en el centro y una de las esquinas del set.

 

¿Tan obvio soy? terció, dándole la vuelta a una de las cartas que se situaba a la mitad de la fila inferior. Era un occamy. Me interesa el bien común. Como no le des problemas a Sobel, tenemos un trato; quizá haga que Jack te reserve una habitación en la planta de arriba. Todo lo que puedas beber.

 

Claro, también era una estratagema para que, si ella decidía perder la cordura, no matara a un pobre incauto que se encontraba invirtiendo su fortuna. No, no, quería mantener las apariencias tanto como fuera posible. Estaba a punto de darle un toque con la varita al naipe que creía era el par de la criatura, cuando fueron interrumpidos.

 

Matthew había llegado, para su gran sorpresa, seguido de Isabella, quien sostenía una bandeja de plata con algunas bebidas. ¿Cómo es que las había obtenido? Maldición, han encontrado mi suministro privado del mostrador. Dedicó una mirada analítica al castaño mientras éste se acercaba a la barra donde estaban jugando.

 

Eres bienvenido de tomar parte de este destripadero. ¿Jugar ruleta? Desde luego que sí. ¿Gastar nuestra fortuna? Eso ya lo veremos, muchacho.

 

Un sonido como de tamborileo de dedos se escuchó sobre la superficie. La baraja comenzaba a vibrar, lista para explotar. Su distracción le había costado caro. O casi. Con un latigazo proveniente de su varita, lanzó un encantamiento hacia la carta situada del lado derecho de la mantícora central. La suerte le sonrió al encontrar la pareja del occamy. Pero eso no evitó que saliera una que otra voluta de humo del resto de los naipes.

 

Isabella, me da gusto que hayas podido llegar. saludó a la recepcionista, levantando una mano. Cualquier incidente, sea alguien pidiendo informes, o problemas con el Vigilante en la puerta, no dudes en venir.

 

Tras aceptar su asignación con una ligera inclinación de cabeza, la pelirroja se retiró con rapidez, y habilidad, a juzgar por el tipo de calzado que portaba.

 

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