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• Mansión de la Familia Macnair • (MM B: 86385)


Pik Macnair
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Tocar la madera retorcida de la puerta de mi propia casa se sentía familiar y extraño a la vez, como si la magia que vivía en ella me reconociera y reprochara el que hubiera estado ausente tanto tiempo. No pensaba volver, eso me había planteado cuando había dejado atrás a mi familia de forma prematura, augurando mi propia muerte a manos de la media alma que llevaba amarrada a mi existencia gracias a la magia primigenia. Su presencia me había atormentado por años, casi me había matado en unas cuantas ocasiones y, ahora que estábamos separadas, casi hubiera reído al decir que la extrañaba.

 

No. No extrañaba su voz chillona dictándome acciones o, su mente imponiéndose sobre la mía e instándome a llevar a cabo acciones que no quería. Definitivamente no extrañaba perder los estribos y convertirme en lobo cuando menos lo esperaba o desatar mi ira en momentos inoportunos y convertir a extraños. Pero sí había algo que extrañaba: su familiaridad. Sybilla se había vuelto parte de mi y yo de ella, y esta distancia temporal no nos estaba sentando bien.

 

Empujé la puerta levemente y ni siquiera crujió, moviéndose con suavidad al invitarme a entrar a mi propio hall. O al de ella. Porque yo no tenía mucho que ver con los Macnair o había querido decirme a mí misma que no tenía nada que ver con ellos, sólo para no echar de menos a la familia que había decidido abandonar.

 

¿Me recibirían con un abrazo? ¿Me odiarían? ¿Sabrían que Sybilla y yo ya no estábamos unidas?

 

-¿Ama Cissy?- preguntó una chillona voz de elfo desde el pie de la escalera.

 

Tipsy me miraba con sus enormes ojos como bolas de tenis y yo no sabía decir si estaba emocionado, enojado o todo junto.

 

-Tipsy- respondí, titubeante.

 

El elfo se inclinó y pude ver que sus ojos brillaban.

 

-¿Hay alguien en la casa?- le pregunté.

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  • 1 mes más tarde...

La madrugada pincelaba el cielo de un tono violáceo melancólico. Macnair permanecía petrificada con la vista perdida entre la curvatura de las nubes tempestuosas con la espalda recostada en las tejas de una alta torre, la mansión se encontraba sumida en un silencio filoso desde que sus miembros habían decidido desaparecer sin dejar rastro uno por uno así que, allí sola, su respiración era lo único que podía oírse en toda la explanada verdosa. Pik junto a su nueva familia había decidido instalarse por largas temporadas en Italia, Cissy se esfumaba lentamente incluso de su memoria y Sebástian seguía su rastro sin dar demasiada información; la pequeña Aiya no resultaba ser demasiado conversadora y su propia hermana lidiaba con problemas demasiado personales como para reparar en que algo le pasaba porque sí, definitivamente algo no estaba bien con ella.

 

Arrugó la nariz cuando no fue capaz de divisar una pequeña porción de cielo en donde no se vislumbrara tormenta —al igual que en su interior— los relámpagos servían de advertencia para que corriese a resguardo y sin embargo prefería hincar los codos y talones en las muecas del tejado para no deslizarse y caer como una tonta, la altura era demasiado peligrosa y amén de ser medimago podría romperse un hueso seguro. En el interior, la única luz encendida pertenecía a su habitación donde todo estaba perfectamente organizado y una dulce niña de cinco años descansaba entre mantas y mullidos almohadones, velando su sueño un inmenso huargo de pelaje níveo y ojos lila. Siberia siempre sería uno de los más aguerridos recuerdos que ella misma se hubo impuesto quizás de manera inconsciente.

 

Inhalaba el vicioso aroma a tierra mojada que anunciaba la proximidad de la lluvia, aquel era para la bruja uno de los pequeños placeres de la vida. El invierno se acercaba silencioso escondido detrás de un dorado otoño que arañaba los árboles florales arrancando una que otra hoja mientras teñía sus copas de tonalidades bronce, caoba y muerte. Palpó su pecho a la altura del corazón sintiéndose vacía más no se trataba sino de la singular falta del bolígrafo, no existía prenda u ocasión en que no la llevase consigo como aferre al olvido o la negación al mismo.

 

"Ella noche ella fue muy cruel, empezó despidiéndose"

Exhaló. De pronto el ambiente se impregnó por un peculiar olor a tabaco que la sacó de sus cavilaciones, nadie fumaba en la familia Macnair por lo que casi de manera instintiva arrastró la mirada en dirección a la entrada, a los jardines frontales, donde una silueta se desplazaba sin presura siendo precedida por una fina llovizna molesta que humedeció los cabellos rojizos de la demonio. Se dejó caer, entonces, con la gracilidad de un pétalo hasta que sus pies tocaron el suelo fértil y sus rodillas crujieron producto de una evidente falta de entrenamiento irguiéndose con la elegancia de toda matriarca regodeándose en su territorio, mentón en alto y ojos fríos hasta que descubrió de quién se trataba y su corazón se encogió hasta caberle en el puño.

 

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

Dos años después. ¿Podría hablar? ¿Qué diría? ¿Podría, acaso, mirarla a los ojos? Arya, mi otra mitad, mi sección de alma separada. Recordaba a la perfección sus ojos, su cabello rojizo, sus pecas canela, el peso exacto de sus manos sobre las mías. Mi relación con ella era sencillamente algo inexplicable, de otro mundo. ¿Seguiría así a mi llegada? La culpabilidad que sentía era, en gran parte, provocada por haber abandonado a la joven. Quizás ahora me odiase. La conocía como a la palma de mi mano, sabía cuán emocional podía llegar a ser, y el dolor que habría sembrado en su corazón al perderme.

 

Aquella tarde fumé y escribí sin parar. No podía presentarme allí de otra manera que oliendo a tabaco y tinta. Mi reencuentro con Leah había ido mucho mejor de lo que esperaba, e incluso había conocido a Sísifo, aunque eso era otro tema que me carcomía. Pero... Arya. La incertidumbre me amputaba los órganos.

 

El cielo se había teñido de un color violáceo, como si mis ojos se hubieran impreso en las nubes para reflejar mi tristeza. Había decidido llegar a la mansión caminando. Era una especie de penitencia. Atravesé el portón, los jardines. El otoño azotaba a los árboles con su particular pronóstico del invierno, el color de lo que fallece. La mansión parecía vacía. Sólo quedaba una luz cálida que se filtraba por una de las ventanas. Sobre el tejado distinguí una silueta. Se me congeló el corazón, apreté los dientes, me estremecí. El momento que llevaba tantos días temiendo y anhelando a la vez. La lluvia se derramaba sobre mi piel como un sollozo de ultratumba.

 

Arya descendió de un salto, elegantemente. Descubrí en su expresión una pena lacerante contenida durante meses. Me atravesó como cuchillos. Sentí la necesidad de correr a abrazarla como si no hubiese ocurrido nada, pero la tormenta auguraba los gritos, el conflicto, las lágrimas. El eco de mi corazón latiendo, pero muerto hacía décadas, se instaló en mis sienes. Me sentía arrollada por cientos de trenes.

 

––Arya. ––Musité.

 

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Sacó su varita, aquel fue el primer impulso.

 

La oscura vara de nogal negro contrastó con su agarre tembloroso y níveo, increíblemente apuntaba directamente al pecho de Oniria con una aberración que jamás antes hubo sentido, la miraba sin ver y los relámpagos se transformaron en truenos augurando el quiebre de sus emociones. Al contemplarla la odió, no había momento en que uno notase más la ausencia que cuando aquello que la causó regresaba, tantas noches de insomnio, de dolor y vacío; la nicotina aun le sabía a ella y la tinta le recordaba las líneas imperfectas de aquel par de manos que alguna vez deseó jamás la soltasen pero lo hicieron. En ese instante el interrogante de si estaría preparada mental y físicamente para semejante encontronazo de la vida volvía a su sistema nervioso, porque ésta misma se la había arrebatado una vez y quizás lo volviese a hacer.

 

Aquella noche no era azul, ni mágica sino tétrica y apagada, nada allí se asemejaba a un reencuentro inesperado o ansiado, a nada que se pudiese anhelar desde lo más profundo del corazón. La rabia se materializó escurriendo por sus mejillas sonrojadas, no se trataba de frío sino de aquel maremoto de sentimientos que revolvían su estómago centrífugo, tenía las tripas mareadas, estuvo casi segura que vomitaría.

 

—Nunca entenderás... cuando amor me costó dejarte ir.

 

Su tono carecía de calidez, la oscuridad del firmamento hizo mella en sus ojos verdes, posiblemente la mujer frente a ella se preguntaría por qué ya no eran azules pero no se merecía saberlo, no merecía saber todo lo que hubo sufrido luego de su abandono ¿o sí? en ese segundo que las envolvió se convirtió en un ente cargado de egoísmo. Sin embargo guardó su varita, no valía la pena y muy internamente sabía que jamás podría hacerle daño, estaba viendo a una desconocida eso era lo que trataba de imponerse pero no lo lograba, por mucho que se esforzase sosteniendo el silencio luego de aquella frase fugaz (porque sí, soltar su recuerdo le hubo costado gran parte de su vida, de su alegría y de su corazón) las gotas de lluvia que comenzaban a engrosar su silueta y volverse pesadas lavaban la contrariedad.

 

Apretó los puños, clavó la vista en sus pies concentrándose en el repiqueteo de la lluvia sobre el césped y su propio cuerpo, temblando presa del enojo y el deseo contradictorio de volverla a sentir, que perderse en sus brazos y llorar hasta que sus propias lágrimas se confundieran con la tormenta ¿no había perdido todo tras gritar al abismo la noche anterior? evidentemente Oniria la reinventaba, tanto para bien como para mal. Y separó los labios notando que tenía la mandíbula dura como una roca, no quería decir lo que diría pero de igual manera lo hizo porque el ser humano era est.úpido y primero pensaba en sí mismo incluso buscando causar un daño igual o semejante al que le hubieron causado.

 

—¿Por qué volviste?— Susurró cuando verdaderamente quiso preguntar ¿Dónde estuviste?

 

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

Contemplé cómo Arya blandía su varita, apuntando hacia mi pecho, e imaginé cómo de sus labios emergía un Cruciatus. En sus ojos veía sus ganas de infligirme el mismo dolor que ella había padecido, y al mismo tiempo la imposibilidad de hacerlo. Los relámpagos rompieron el silencio como quien rasga el papel.

 

––Arya... -–Repetí, pero no pude seguir. No sabía. La miré a los ojos, percatándome por primera vez de que ya no eran azules. Aquello me impresionó. Cuando había llegado, ni siquiera había sido consciente de aquel cambio brutal. Mi cabeza la había evocado justo como cuando la abandoné, pero ahora, segundos más tarde, emergía ante mí tal cual era realmente, en este preciso instante. Fría como una ventisca siberiana.

 

Guardó su varita. Suspiré. Yo no hubiera opuesto resistencia. Estaba convencida de que me merecía cualquier castigo, por duro que fuese.

 

––Volví porque... ––hice una breve pausa–– fue una estupidez huir, en primer lugar. Tuve miedo. Me desesperé. Quería morirme. No sé por qué reaccioné así. Así que desaparecí. Necesitaba respuestas.

 

Me atreví a mirarla fijamente, chocando contra su rabia. Fue como golpearse contra un duro muro. Saqué un cigarro de la pitillera. En este momento cualquier cosa nociva sería como un bálsamo para mi conciencia.

 

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La acción así como la respuesta fueron tan simples que la sacaron de sí.

 

Su mano derecha cortó en dos el aire gélido emitiendo un zumbido que fue completamente absorbido por el impacto siguiente, como un cuerpo que cae al vacío en total silencio pero que a su vez genera una vibración en el ambiente, en el punto estratégico donde se destruye. El cigarro voló sin cumplir con su misión, milímetros antes de posarse sobre los labios de Oniria se lo tragó la noche, Macnair no se consideraba una persona violenta por lo que al mismo tiempo en que la abofeteaba cubría con la zurda la expresión de sorpresa que curvaba su boca abriendo desmesuradamente los ojos ¿Ésta soy yo? se preguntó; la dicotomía tanto física como moral la estaba consumiendo pues sus acciones expresaban lo opuesto a lo que pensaba o sentía pero no conseguía centrar todo en una misma línea.

 

—Lárgate— Rugió poniéndose tensa.

 

Su ojo derecho temblaba con una sutileza casi imperceptible signo de que estaba nerviosa y lo blando de sus palmas estaba siendo apuñalado por el filo de sus uñas en puños cerrados. La miraba fijamente sosteniendo el desafía pero en aquel par de orbes esmeraldas únicamente se apreciaba la contradicción, las gotas de lluvia sabían saladas al gusto y dejaban en claro que todo su ser rogaba porque no pasase "No lo hagas, no te vayas" gritaba internamente pero no era capaz de escupir las palabras, éstas le quemaban la lengua y le pulverizaban el maxilar pero permanecían allí colgadas, aferradas con ahínco a sus cuerdas vocales; casi sentía que volvería a gritar como lo hubo hecho frente a Sísifo.

 

Peligrosamente cerca la empujó, era casi como buscar arrancarla de sí sin éxito alguno y aquello solo la enojaba más. —Lárgate, no quiero volver a verte ¡Largo!

 

Volvió a empujarla ésta vez cerrando los puños, sin apartarse demasiado, golpeando una y otra vez su pecho con una fuerza propia de su raza. Hacer enojar a un demonio era casi tan peligroso como hacer molestar a un vampiro y aquel par resultaba ser una combinación curiosa de nulo autocontrol. Arya se veía monstruosa pero sus facciones eran pulcras y perfectas solo que el odio consumía el verde veneno de sus ojos, veneno que ahora corría por sus venas y aumentaba con cada puñetazo que asestaba en el torso de Oniria.

 

—Te odio— Soltó entre dientes.

"Te odio porque sé que jamás conseguiré amar a nadie tanto como te amo a ti". Pero no fue capaz de decirlo, el enojo podía consigo.

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

Me asestó el primer golpe. Apreté la mandíbula. Entrecerré los ojos para mirarla con enfado, cuando mi cigarro volaba por los aires para apagarse en el suelo húmedo. Se había atrevido a abofetearme. Aquello era rebajarme a la nada. Los magos no utilizamos la violencia física, era denigrante. Sentí un hilillo de sangre recorrer mi barbilla. De repente, el orgullo endureció mi corazón, disipando toda culpabilidad.

 

Se abalanzó sobre mí y empezó a propinarme puñetazos contra la tripa. Mis músculos se tensaron, listos para la pelea, y mi mente se nubló para tratar de ignorar que mi rival se trataba de Arya, la persona a la que más había amado en toda mi vida. La sangre se inyectó en mis ojos, tiñéndolos de un rojo amenazador, y mis colmillos se afilaron asomando entre mis labios, brillando con la luz azulada de la tormenta. En uno de sus embistes, atrapé sus muñecas, la inmovilicé. Retorcí sus brazos hasta hacerla retroceder, para segundos después lanzarme sobre ella y tirarla al suelo.

 

Estaba tumbada sobre ella y nuestros rojos reflejaban el odio y el amor. Me recordaba a mi lucha interna con Sísifo y comprendí que mi conexión con Arya era tan profunda como aquella. Bufé y cerré los dedos en torno a su cuello, escuchando cómo el oxígeno escapaba de sus pulmones. Sería hermoso que Arya muriese en mis manos, terriblemente trascendental. Mi cabeza se encontraba a centímetros de la suya. Nuestros ojos se encontraron, resplandecientes por las lágrimas, combatiéndome. La liberé, vencida por aquella mirada.

 

––Yo te sigo queriendo, maldita est.úpida. ––Espeté.

 

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Un rugido gutural escapó de su garganta cuando la fémina retorció sus muñecas cual cuerdas frágiles, sus huesos crujieron y el semblante se le desordenó pero no consiguió arremeter contra ella pues en actos se le adelantó. Oniria cayó sobre si como la propia lluvia que empapaba sus vestimentas pegandolas como una capa de piel extra, una capa de piel que pesaba más que el amor que se profesaban.

Hacia tanto tiempo que no entrenaba, cazaba o practicaba con el cónclave que sus fuerzas en comparación con las de un vampiro que se alimentaba de sangre humana (quizás) eran nulas. Esa fuerza mermaba cuando se topaba con aquel par de ojos que le hubieron torturado en sueños por dos largos años hasta entonces y cuando sus manos se cerraron en torno al cuello, como la tragicomedia de la que eran partícipes desde que se conocieron, se rindió.

Ancló los pensamientos a sus ojos, cargó sus oídos con tormenta e incrustó sus brazos en el suelo blando y húmedo. La lluvia la estaba ahogando ¿o seria la propia Oniria? Ya no le importaba, no le importaba absolutamente nada porque si no conseguía amarla, perdonarla, no quería vivir. Pero no pasó, no lo hizo, no fue capaz de ponerle fin a tamaño sufrimiento y aquello le recargó la histeria.

De un sólo manotazo se aferró a sus hombros, tensó sus piernas y separando las caderas del suelo giró atrapando a la vampiro entre el césped y su anatomía. Pero no devolvió el golpe, no apretó su cuello, sólo luchó para mantenerla quieta sintiendo como se retorcía cual serpiente acorralada. —¿Por qué regresaste?

Su cabello opaco por el agua servía de cortina para sus rostros aislandolos del mundo, de la noche y los ojos curiosos. Sólo allí podía apreciarse el brillo de aquel par de orbes entristecidos, Arya pedía a gritos una verdad que no obtendría, el hecho de querer saberse única en sus pensamientos. Más antes siquiera de que Oniria fuese capaz de articular palabra alguna deslizó las palmas hasta que éstas a hundieron un poco en la tierra colandose en sus uñas e inclinó el cuerpo hacia delante siendo capaz de rozar la punta de su nariz y recordar cada nota de su aroma.

 

—¿Por qué?

Oniria era melodía para sus sentidos e insomnio para sus noches, pero la amaba, la amaba tanto que ese amor reprimido la rompía como a un cascarón pidiendo a gritos emerger.

Editado por Arya Macnair

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Oniria:

 

 

 

Ahora era yo la inmovilizada. El agua caía cada vez con más fuerza. Mi frente brillaba como salpicada de cristales. El cabello de Arya canalizaba las gotas, impregnadas de rabia. Parecía una cortina que nos ocultase del dolor del mundo. Apoyada sobre sus brazos, fue deslizándose sobre mí, hasta que nuestras narices chocaron. Contemplé sus ojos verdes, gélidos. Entreví en ellos la angustia, la añoranza, la contradicción.

 

Me zafé de su agarre para sostenerla por los hombros. La miré un breve segundo que se alargó en el silencio, con los párpados abiertos. Y la besé. Podría abofetearme, insultarme por esto, pero en ese momento no encontraba otra salida posible. La transición entre ahorcarnos y adorarnos era un beso cargado de llanto. El cielo parecía lamentarse con nosotras.

 

––Te quiero. ––Alcancé a decir mientras la sangre descendía por mis mejillas mezclándose con las gotas.

 

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Volvía a repetirse la frase en su cabeza, la misma que le hubo dedicado antes del arrebato de furia. Nunca entenderás cuánto amor me costó dejarte ir. Lo cierto era que con solo verla se reinventaba, resurgía cada mínima sensación que hubo conocido, los sentimientos que creía haber enterrado o lanzado por la borda, cuando oyó de su boca que la quería las palabras se entre chocaban con la antes dichas ¿A qué le tenía miedo exactamente? analizaba todo hasta límites extremos carburando sus propias neuronas hasta que de éstas salía humo y los interrogantes saltaban a la luz reflejados en sus ojos, aquel par de esmeraldas que hubieron sufrido la conversión luego de que Lúthien fuese exiliada de su propio cuerpo y ella misma tomase posesión de su condición demoníaca; en esencia Oniria era un vampiro puro, ahora ella también lo era, no el envase de un ente oscuro que intentaba gobernar su mente sino un demonio como el de cualquier pesadilla en cuerpo de mujer.

 

Las gotas de lluvia escurrían desde su frente y le nublaban la visión, ya no tenía lágrimas que llorar las había agotado por completo y en aquella posición, a horcajadas de la fémina se sentía cansada. El agua pura resbalaba por el perfil de su nariz y caía sobre el rostro de Oniria quien se atrevió a tomarla por los hombros, los cuales respondieron de inmediato relajándose, como si tuvieran su propia memoria, para quebrantar cualquier tipo de barrera imaginaria y acabar de una vez por todas con el tortuoso encuentro. Fue besada con suavidad pero el contacto resultó violento, cada pequeña célula de su sistema nervioso sufrió un colapso enviando errática información, sus músculos cosquillearon y una línea de fuego dibujó su espina dorsal y arremolinó en la boca de su estómago; se había rendido hacía tiempo, mucho antes siquiera de aquella noche.

 

El peso de los años distanciadas cayó sobre la vampiro de forma contundente y literal, Macnair permitió que su torso se venciera para unir los latidos de sus corazones cuando pudo cerrando los ojos y deshaciéndose como la propia lluvia al ser absorbida por el suelo. Ella quería ser absorbida por Oniria, quería formar parte de su ser para no tener que verla partir nunca más pero sabía que era imposible y una vez más —como en antaño— lo aceptaba, la aceptaba.

 

—Te odio...— Susurró sobre la calidez de sus labios palpitantes.

 

Respiraba su propio aliento casi arrancando el oxígeno de sus pulmones, posándose sobre su frente, rozando su nariz, incluso años atrás había estado más cerca de ella como en ese momento y eso la hizo temblar, caer en cuenta que acababa de cruzar una barrera que no había estado dispuesta a cruzar aun si con ello postergaba su propia felicidad, y al final sonreír de lado como quien no quiere la cosa pero Arya a quería, oh como la quería.

 

@Oniria

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