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• Mansión de la Familia Macnair • (MM B: 86385)


Pik Macnair
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Oniria:

 

 

 

––Sé que no ––musité, sin dejar de sentirme culpable por mi prepotencia. Coloqué las manos en los hombros de Arya y apreté, sintiéndola muy real, caliente, orgánica. Apoyé el mentón sobre ellos, y mis párpados cayeron como dos pesadas losetas, exhaustas por la pelea––. Quiero que me dejes recuperar el tiempo perdido.

 

Suspiré. Me deslicé. Mi cuerpo cayó sobre el suelo mojado emitiendo un sonido suave, como el de una hoja. El agua se estrellaba contra mi rostro, rebotando fríamente. Sentía que el tiempo se había ralentizado.

 

"Arya, Arya... cómo podría perdonarme el daño que te he hecho."

 

No era capaz de mirarla de nuevo. Aquel beso, tras nuestro enfrentamiento, había sido una catársis, me había aniquilado las fuerzas y la coherencia. La mente me daba vueltas. Parecía una marea enfurecida, la desintegración del oleaje.

 

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Ahora atravesaba otro tipo de locura. Cómo podría procesar todo lo que hizo, lo que hubo pasado, cómo se permitió tal grado de egoísmo, ella misma no dejaba de sorprenderse a veces y aunque seguía enfadada y posiblemente el dolor fuese renuente a marchar la miraba con otros ojos. Miraba a Oniria con los ojos que alguna vez la descubrieron en las penumbras del gran salón de los dragones y casi mediante un movimiento involuntario encajó en su costado como la costilla de Adán y aquella absurda metáfora en que los muggles depositaban sus creencias, la que reflejaba que la mujer estaba hecha para el hombre; podrían haberle dado mil explicaciones de por qué no era debido o correcto pero nadie le quitaría de la cabeza que ella estaba únicamente hecha para permanecer por una eternidad allí mismo donde estaba, donde todo cuadraba.

 

Y como una escena sacada de sus propios recuerdos hundió el rostro en su cuello, aferró sus manos a la tela mojada y rogó al Dios de turno que detuviese el tiempo para ambas más sabía que no pasaría así como también negaba de manera involuntaria con la cabeza ante el petitorio de la vampiro, no había forma de recuperar lo que ya se había perdido, intentar tomar los trozos de lo que fueron y repararlo sería demasiado duro, casi como permitir que la herida jamás sanase. Su cabeza estaba colmada de vivencias compartidas pero quería dejarlas ir, no borrarlas como si nunca hubiesen sucedido sino más bien superarlas, que el viento se las llevase y diese espacio a más, a cosas nuevas.

 

―No quiero que lo hagas, no quiero ese tiempo― Sollozó como la niña que era y que solo ante ella se descubría ―Quiero ésto, te quiero a ti

 

Sentía que las palabras se le acumulaban en la garganta y de un momento a otro se calló, guardó silencio permitiendo que la continuidad de la tormenta cayera sobre ellas y lavase las culpas, los daños y el propio olvido. Apretó el cuerpo contra el suyo y susurró contra su piel húmeda sin tener la seguridad de que pudiese oírla por la bulla del exterior, el ruido parecía aislarlas de todo lo que pudiese estar sucediendo entre las paredes de la mansión o fuera de los propios terrenos Macnair, en ese instante simplemente eran ellas y sus sentimientos rotos a flor de piel.

 

―Quédate.

 

El para siempre estaba implícito. Arya sabía que no podría retenerla que se trataba de un alma libre por lo que simplemente quería desaparecer entre sus brazos el tiempo que ella le permitiese, temblando de frío pero siendo incapaz de sentir algo más que no fuese esa inmensa calidez que nacía en el centro de su pecho y se extendía por todo su cuerpo como un manto; porque a veces no existe forma de llenar un hueco tan grande más que volviendo a colocar en él lo que lo hubo provocado y Oniria lentamente se deslizaba cubriendo sus heridas cuan bálsamo.

 

Lo que sentía en ese momento era un arma de doble filo, lo que sentía en ese momento era un amor tan grande que no cabía en la propia definición. Algo que quedaría eternamente aun y si ella volvía a desaparecer.

 

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Oniria:

 

 

 

Cuando Arya se acomodó junto a mí, sentí que una herida se estaba sanando. Encajamos nuestros cuerpos. Ambos preservaban la memoria a la perfección. No me atreví a tocarla, simplemente me quedé congelada, mirándola con los ojos abiertos. Sentí cómo aquel color violeta se enfriaba, asomándose al abismo. Hundió su rostro en mi cuello. Sentí la presión de su nariz, aquel aliento cálido como la respiración de un animal dormido.

 

––Estoy contigo ––susurré–– y no tengo intención de dejar de estarlo...

 

Prefería no hacer promesas de ningún tipo, porque conocía bien mi naturaleza y mis emociones, sabía lo cambiantes que eran, adónde podían conducirme. Pero en ese instante me sentía plena y no quería separarme de Arya, nunca, bajo ninguna circunstancia. Emitió sonidos que no logré distinguir. Su voz chocaba contra mi piel desintegrándose. Nuestro amor se prolongaba en aquella tormenta, en el color plomizo de las nubes descargando su angustia.

 

La abracé, venciendo a las barreras del miedo, como si rozarla fuese una provocación a mis resistencias, mi penosa culpabilidad. Acaricié su nuca, su cabello mojado. Las gotas se adherían a mis dedos como si yo fuera el cauce de un río. Fluíamos, una a través de la otra, de nuevo. Y era bello. Aquella tristeza era extrañamente hermosa.

 

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Una parte de si aun creía que soñaba, que pronto el sol se colaría por entre las pesadas cortinas y la obligaría a regresar a la rutina, una monótona rutina a la que ya se había acostumbrado pero que no dejaba de pesarle pues en ella ya no había espacio para su compañera. El dolor había arañado una cúspide en la que temía recaer con el correr de las horas en que su cabeza comenzó a entender que ya no volvería, que se trataba de un simple recuerdo más en el baúl del desván juntando polvo como tantos otros. Había decidido a regañadientes destrozar cada memoria y vivencia de forma voluntaria, aplacarla colmando sus instantes de quehaceres, ejercicios y personas que nunca llegaron a importarle tanto como Oniria, buscó olvidarla a toda costa solo para que dejase de doler.

 

Pero no sirvió de nada. El verano cayó sobre los blancos jardines derritiendo la nieve y los sentimientos que se hubieron congelado resurgieron con más intensidad, quien creyese que aquello no era posible simplemente debería detenerse a ver cómo en ese preciso transcurrir de segundos Arya alzaba el mentón y anclaba en aquel par de ojos violáceos. La amaba de una forma difícil de explicar pero sencilla de expresar. Hundió el codo en la tierra mojada bajo el peso de su propio cuerpo y buscó inclinarse un poco más hacia delante, juntas habían compartido momentos como aquel pero su corazón nunca se hubo atrevido a dar verdaderamente el paso que quizás hubiese pesado en la mujer para no irse. Quizás.

 

La besó, entonces, con la suavidad con la que alguien rozaría los pétalos de una flor en primavera y permitió que su aroma discurriera por sus fosas nasales y echara raíces una vez más en sus pulmones, quería que fuese mucho más que tabaco y tinta, quería que cada noche azul y cada tormenta tempestuosa le recordasen aquel rostro que peligrosamente tocaba el suyo. Acariciaba sus mejillas, buscaba incrustarse en sus costillas para que la lluvia no la borrase de entre sus brazos. La buscaba con desespero.

 

―Oh dios mío. De verdad estás aquí― Una débil risa nerviosa resbaló y se mezcló con la calidez de su boca entre lágrimas saladas. Allí estaba

 

Aun temía cerrar demasiado tiempo los ojos y que el tiempo la arrancase de su lado más reticente unió sus frentes para darle tregua a su respiración entre cortada y desviar la mirada en dirección a su brazo izquierdo, el mismo que se alzaba níveo en contraste con el cielo nocturno. Sabía que la leía, Oniria estudiaba cada uno de sus movimientos desde que se conocieron por lo que no necesitó interrumpir el silencio poético que las acunaba para pedirle atención y endurecer la expresión en lo que los trazos de tinta negra rayaban su piel hasta conformar una calavera por la cual se retorcía un ávido reptil. Así como años atrás la vampiro le había confiado su terrible verdad (terrible por la posición en ese entonces de Macnair) ahora era su turno de demostrarle que estaban unidas por algo más y que no solo la seguiría hasta la muerte.

 

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

Arya me besó. Y aquel beso fue distinto a los demás. ¡Me quería! Estaba enamorada de mí. Ahora tenía la certeza. Sentí una felicidad incomprensible dado el momento que vivía. Sus manos en mis mejillas eran suaves, como si creyese que pudiera desvanecerme. Yo me apoyé en su cuerpo para acercarme más. Llegaban hasta mi nariz trazos del aroma de su pelo como una melodía triste. La lluvia caía dulcemente sobre nosotras, cobijándonos, limpiándonos de nuestro dolor.

 

Contemplé sus ojos verdes. Cuando pensaba en Arya, al instante se materializaba en mi cabeza aquella mirada azul. Ahora había cambiado drásticamente, pero seguía siendo preciosa, fría y cálida a la vez, tan suya. Observé cómo movía su brazo, como intentando comunicarme algo, así que seguí con atención su gesto. Reveló la marca tatuada sobre su piel plateada. Levanté mucho las cejas.

 

––Ya no... ya no somos enemigas. ––Musité, colmada de felicidad. No pude contenerme, la abracé tirándola al suelo. No tendríamos que volver a enfrentarnos, pelear a muerte, escondernos. En todo caso, combatiríamos hombro con hombro. Tenía unas ganas inmensas de llorar.

 

"Arya, Arya. Estoy tan enamorada de ti. Desde el preciso momento en que hablamos por primera vez y supe que me cambiarías para siempre", pensé, aumentando la fuerza de mi abrazo.

 

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Asintió, incluso en la seguridad de su hogar y bajo cientos de encantamientos antiguos conjurados por Castalia y su padre era posible que alguien las oyese y no podía arriesgarse, no con el rango que ostentaba. La mujer protegió el secreto por medio de un abrazo eufórico que le provocó un tirón en la garganta como si dentro aun hubiese palabras que morían por ver la luz de aquella noche azul más tragó con fuerza y permitió que sus manos volvieran a tocar la piel de Oniria; cuando ésta le hubo confesado su verdad más oscura había empujado la mente de Macnair a un dilema dolorosamente punzante y ahora en cambio la situación era otra, podía ver cuán egoísta fue en el pasado y no solo con ella.

 

Haciendo uso de su respetable condición de matriarca (y sin avisar) desapareció sus cuerpos pegados para materializar su esencia al resguardo de la lluvia y los ojos curiosos de los animales que merodeaban las penumbras. La cocina se encontraba en total silencio, los elfos dormían y no existían casi miembros que vagasen por los pasillos buscando un vaso con agua por lo que una vez más eran solamente ellas. Las caderas de la vampiro se toparon suavemente con el borde de una isla de granito donde normalmente desayunaba la pelirroja al comienzo del día, pulcra y sin una sola taza pero con varios sartenes colgando por sobre sus cabezas. Arya nuevamente se lanzó en clavado sobre su pecho, achicando su ser para caber entre sus brazos y hundir los labios tibios en el hueco de su hombro, bien podría haberlas secado con un movimiento de varita pero no deseaba desperdiciar más instantes sin ella.

 

―Estamos unidas, para siempre...― Susurró, ya no existía ruido que le hiciese interferencia a sus sentimientos ―Te amo.

 

Y entonces lo recordó, recordó el cuaderno de dibujo, los ojos penetrantes, la sensación de desazón y las emociones lanzadas por la borda. Recordó el bolígrafo y a Sísifo. Se retiró solo un poco, la luz ambarina de un candil iluminaba sus rostros cuando la demonio chasqueó los dedos de la zurda, en su expresión la duda estaba instaurada ya.

 

―¿Quién es él?― Sabía que no hacía falta aclarar.

 

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Oniria:

 

 

 

 

Nos aparecimos en la cocina, yo, directamente sentada sobre la encimera de granito. La estancia tenía un aspecto sorprendentemente acogedor, cálido, que me recordaba al tono del cabello de Arya. Sentía su aliento en mi piel. Me atravesaba. Acaricié su mejilla, hundiéndome en sus ojos verdes.

 

––Él... es alguien a quien amarás. ––Musité. ¿Por qué había dicho aquello? Probablemente mis palabras fueran proféticas y Sísifo y Arya terminaran queriéndose, porque él y yo no sólo compartíamos la cabeza, también el corazón. Éramos una extensión física del otro. Era consciente de que Sísifo desarrollaría un fuerte vínculo por Arya, deseado o no, pero ya lo había aceptado.

 

––Es mi doble. Una larga historia, y la principal razón por la que huí... ––expliqué, apartando los ojos–– pero no quiero contártelo ahora. Poco a poco.

 

Sólo de imaginarme relatando nuevamente aquella historia me embargaba el dolor como una indigestión. Prefería compartir mi tiempo con ella, en silencio, depositar mis manos en su rostro, reposar en su respiración, percibir cómo el tiempo se escapaba lentamente mientras la observaba.

 

––¿Por qué nunca me dijiste...?

 

"Que me querías". No pude finalizar la pregunta. Arrugue la expresión, arrebatada por la tristeza. La nostalgia se asomaba a mi garganta en forma de reflujos.

 

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CALDERO ENVENENADO.

 

La bruja siguió caminando, intentando alejarse lo más posible del lugar y escapar de la presencia del Black, ya no soportaba el ardor en su pecho, estar cerca de él parecía ser una probada del mismo infierno y al mismo tiempo, el único bálsamo que la mantenía cuerda; sus piernas se hicieron hilos y sus ojos se cerraron con frustración, ni siquiera tenía la fuerza suficiente como para invocar a sus sombras y había ordenado a Drovick a que se retirara. Estaba sola y si caía, caería.

 

Y no cayó.

Nuevamente parecía inducirse en un profundo sueño.

 

 

 

MANSIÓN MACNAIR.

 

 

⸺¡Ama Juliette, pero que le ha pasado! ¡Está muerta! ¡Muerta!

 

El elfo se repetía una y otra vez al ver a la joven bruja sin consciencia en los brazos del Black, golpeando con sus manitas la parte superior de su cabeza, agarrando a su vez esas holgadas orejas que caían como cabello por su espalda, así, las jaló hacia adelante con frustración y todo mientras el propio mago intentaba arrancarle la lengua para que dejara de chillar; luego de varios tropiezos y empujones, la criatura poco a poco recobraba la cordura al ver como la castaña fruncía su ceño en señal de pronto despertar. De par en par sus ojos se abrieron cual platos y antes de que se aferrara a los pantalones del mago a derramar lágrimas, fue amenazado por el mismo a callar. Rápidamente asintió y comenzó a caminar con disimulo.

 

⸺La señorita Arya se encuentra en la cocina...si Draekh le dice que su hermana está en esas condiciones, Draekh tendrá muchos problemas y Draekh perderá sus orejas o será devorado por la bestia a la que llama mascota...⸺volvió a brincar luego de ser empujado escaleras arriba por el Black⸺¡Por aquí mi señor, por aquí!

 

Escalón a escalón los individuos subieron, adentrándose por los largos pasillos de la Mansión hasta llegar a una alta y gruesa puerta de roble blanco que tenía una elegante insignia con la primera letra de su nombre, aquella hacía un pequeño movimiento similar a una serpiente y en cuanto el elfo empujó la madera para dejarlos pasar, la oscuridad en el interior enseguida comenzó a disipar, varias velas en diversos sectores comenzaron a encender su flama y así, por primera vez a los ojos de Aaron Black, se dejaba ver la morada y refugio de Juliette Macnair.

 

Ella recordaba perfectamente como era su habitación en la Rosier e incluso la que le fue otorgada un tiempo en la Ivashkov, sin embargo, ella misma había hecho cambios que denotaban cierta madurez. Ya no había aves pintadas en los lienzos, mucho menos estrellas en el techo y claro estaba que el peluche de felpa ya no era el gran protagonista de su cama. Las paredes parecían de un color frío pero eran las flores y los colores contrastantes en los muebles, cortinas y sábanas, lo que le daban cierto aire de calidez al lugar.

 

El elfo rápidamente le indicó al castaño que dejara a la bruja recostada en su cama, y en cuanto él acató la sugerencia, la bruja se comenzó a remover entre las sabanas. Su cabeza daba vueltas y todo parecía confuso dentro de su mente, deslizó sus alargados dedos por las hebras de su cabello y con delicadeza se apoyó en uno de sus ojos observando a Aaron con cierta sorpresa. Abrió y cerró sus labios en señal de desconcierto, llevó sus esmeraldas al elfo y mientras entrecerraba sus ojos con ira acumulada, la criatura corrió tras el espejo para ocultarse y sólo sacar un poco su cabeza esperando no ser atacado por el jarrón como las veces anteriores.

 

¿Que está pasando? Susurró confundida, volvió su mirada a Aaron y presionó sus manos en las sábanas sintiendo la respiración temerosa de la criatura, y gritó¡Ya vete o te arrancaré la lengua, elfo entrometido! ⸺y en un dos por tres, la criatura se consumió en su propio destello plateado dejando la habitación en un silencio exasperante que Juliette quebró con un sólo suspiro.

 

Un Black en la Macnair, ese mago en su habitación y ella a penas con la fuerza para gritarle o echarlo a patadas. No quería hacerlo, muy en el fondo deseaba no la dejara sola pero también sabía perfectamente que si se dejaba ver vulnerable como en el Caldero, perdería toda su fuerza.

 

Pensé que me dejarías sola, que no evitarías mi decadencia en esa taberna...

 

Alzó su mentón con suavidad y con delicadeza se sentó en el borde de su cama, su cabeza todavía parecía un torbellino y tuvo que aferrarse a uno de los pilares de la propia para lograr incorporarse y mantenerse de pie. Posó sus ojos en el mago, observando detenidamente sus facciones mientras sus facciones se iban lentamente tranquilizando, él estaba ahí y no se había ido, pero, ¿que debía hacer ella? ¿besarle la mejilla? ¿agradecer mediante una reverencia? No, no era fácil para ella aceptarle como si nada. Observó el ventanal, ese que siempre yacía abierto para que la brisa de los jardines de su hogar entraran y aromatizaran cada pequeño rincón, ella amaba asomarse ahí, perderse horas y horas en el sonido de las aves, ese canto que desde pequeña le quitaba el aliento.

 

Se apoyó en su hombro.
En él.

 

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En su expresión estaba todo dicho. Entrecerró los ojos y éstos brillaron como la superficie de un arroyo captando débiles rayos solares, no quería amar a nadie más que no fuese ella, ya no. Lo triste de no saber qué le depara, el hecho de no tener más remedio que aceptarlo; no por sus sentimientos sino más bien por la filosofía que Oniria respiraba y le hacía el ser que era, a quien adoraba con una locura que casi rozaba la demencia. Buscó de todas maneras conformarse con la breve explicación que aunque vacía y cargada de interrogantes daba matices al por qué se sintió profundamente atraída por un desconocido al punto tal de irrumpir su silencio y hablarle, confesarle emociones tan oscuras y enterradas en años, el jalón en el ombligo. Sísifo albergaba parte de su esencia y por consiguiente estaba ligado a ella.

 

Pero ya qué más daba, sentía que podía caerse el mismo cielo sobre sus cabezas que nada importaría, nada lograría desenganchar sus ojos de aquellas facciones. Sus manos cual fieltro pegadas a las caderas de la mujer, separadas pero no tanto. Respiraba su aliento y analizaba sus palabras recostando la frente sobre la suya, notando como algunos mechones rojizos hacían cosquillas en las mejillas de la mortífago.

 

―Nunca creí que fuese correspondido― Confesó en un susurro, el silencio resultaba cómplice y su tono inaudible hacía eco ―Tenía miedo de perderte.

 

Había algo curioso en ellas, existía tanto que decir, sentimientos atorados que agonizaban por ver la luz del alba más parecía que no hiciese falta recurrir a la básica acción humana de hablar, de comunicarse. Arya miraba fijamente aquel par de ojos violáceos que la desarmaban sin poner resistencia y estaba todo dicho. Sonreía en intervalos como una niña nerviosa, a veces de lado y a veces ampliamente. Su corazón había decidido pasear por todo su cuerpo, latiendo en sus oídos ensordeciendo la razón y bailando en su estómago, pateando sus órganos, desequilibrando su temperatura. La amaba tanto que resultaba increíble el hecho de que ninguna lo hubiese notado antes.

 

Clavó las uñas en la tela de sus vaqueros, inconsciente, recordando aquel propio miedo de perderla. Metida entre sus piernas con el abdomen fundido al borde de la mesada casi obligándola a entrelazar las mismas acarició el perfil de su rostro con la punta de la nariz descendiendo suavemente hasta la yugular donde reemplazó la calidez de sus labios cereza por un ávido y breve mordisco, tan sutil que casi pasó desapercibido haciendo que sus propias mejillas se encendieran como los mecheros de una estufa a gas, volviendo en sí, haciéndola reaccionar. Llevaba años de conocerla y nunca se había sentido capaz de cruzar ese límite por el tangible pánico que produce el rechazo o el fantasma hipotético de éste pero ya no existía línea divisoria, había vuelto y la quería, Oniria la quería.

 

―Pero te amo. Lo hago desde la primera vez que te vi en ese viejo gran comedor... ¿Lo recuerdas?

 

Sonrió a medio camino para fundir el resto de la historia en un beso que activaría la memoria, un beso tan dulce como el dado bajo la lluvia pero con una intensidad que ramificaba electricidad en todo su cuerpo.

 

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

––¿Cómo iba a no serlo? ––Balbuceé. Se me rompió la voz.

 

Sus ojos me inspeccionaban, me leían, me atravesaban como una luz potente. Aquellos ojos que alguna vez fueron azules, que siempre me miraron con amor. Se pegó tanto a mí que sentí el calor que desprendía su cuerpo. Se me erizó el vello de los brazos. Si mi corazón pudiera latir se me hubiese salido del pecho. Supe en ese instante que íbamos a traspasar una línea que nunca antes nos habíamos atrevido. Mordió mi cuello, me invadió el deseo de que pudiera probar mi sangre. Me besó. Me tambaleé sobre la encimera, y agradecí estar sentada.

 

Envolví su cuello con mis brazos, la atraje hacia mí hasta que chocamos con suavidad. Me debatía entre la pasión y la dulzura de un amor en pausa durante años, entre la urgencia y la infinita paciencia de explorar su cuerpo por primera vez, liberándonos de nuestros miedos, de nuestra estú.pida inseguridad. ¿Cómo habíamos podido tardar tanto? "Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.".

 

Deslicé la tela, descubriendo sus clavículas surcadas de pecas cálidas. ¿Tendría la paciencia de contarlas? Me decanté, primero, por la parsimonia. Me incliné para alcanzar aquel triángulo de piel con la boca. Besos tan breves como granos de arena. Ascendí hasta sus ojos, sentí la vibración de sus párpados contra mis labios. El aleteo de una mariposa.

 

@@Arya Macnair

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