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• Mansión de la Familia Macnair • (MM B: 86385)


Pik Macnair
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Las horas se sucederían, en algún punto la noche llegaría a su fin pero ambas conseguirían volver el momento eterno. La luz de luna se reflejaba en sus cuerpos bañados por el sudor, una fresca brisa otoñal se colaba por la ventaba y hacía danzar las cortinas del cuarto patriarcal así como momentos atrás ella misma hubo hecho danzar las caderas de la mujer que amaba. Una amplia sonrisa instaurada en sus labios calientes que solo desaparecía cuando Oniria la besaba. Su boca se volvía agua para calmar la sed pero sentía que jamás sería suficiente, habiendo cruzado el límite temía volverse insaciable.

 

Deslizó un brazo por detrás de su cuello y la pegó a su cuerpo, la acercó con cuidado ―como todo lo que hacía para y por ella― para besar su frente. Era increíble que a pesar de carecer de temperatura humana desde el momento en que la conoció Arya siempre hubo descubierto una calidez particular en la piel de Haughton, en ese momento se amplificaba la creencia, con los sentidos a flor de piel y la razón adormecida.

 

―Quisiera que la vida transcurriese en éstas cuatro paredes nada más― Musitó, tenía la garganta seca.

 

Había expresado su satisfacción entre quejidos y clamor, casi no podía hablar pero aun podía amarla. Acariciaba el perfil de su cuerpo notando bajo la yema de los dedos como la piel se erizaba, se sentía renacer, resurgir de entre un cúmulo de cenizas. Aquel encuentro fue un golpe de aire brusco pero necesario para poder caminar con menos peso y más decisión, para acabar de curar las heridas del pasado sin ánimos de aceptar nuevas.

 

―Te amo tanto.

 

Susurró hundiendo la nariz en el nacimiento de su cabello blanco, apretando su torso desnudo contra el suyo.

 

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

 

Nos quedamos tumbadas, por horas, en aquella cama deshecha, apenas cubiertas por las sábanas. No cerré los ojos en ningún momento. Contemplé cómo poco a poco la oscuridad se convertía en un azul verdoso, que luego amarilleaba. Los primeros rayos de sol se filtraron por el cristal e inundaron la habitación inundándola de claridad. Las motas de polvo flotaban con parsimonia. El mundo parecía detenido aquella mañana. La brisa se arremolinaba en la ventana, sacudía las vigas.

 

Me giré sobre el colchón. Miré a Arya de frente. Sus ojos verdes estaban cargados de brillos.

 

––Estoy enamorada de ti ––musité–– y me he dado cuenta demasiado tarde.

 

Bajé la mirada. Mi rostro se ensombreció. Realmente había perdido mucho tiempo, quizás demasiado. ¿Hasta qué punto seguíamos siendo posibles? ¿No sería un encaprichamiento, la prolongación de una fantasía prescrita? ¿O por el contrario debía luchar, imponerme, entregarme a la irracionalidad de mis anhelos?

 

Decidí posponer todos aquellos pensamientos, aprovechar el instante, exprimirlo como si pudiera ser el último. Como si en cada gesto me despidiera para siempre de Arya y nuestro amor, aunque supiera en el fondo que la seguiría querido hasta el día en que muriera.

 

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[...] Pero el amor no se puede medir en tiempo

Porque es un arte no se rige por un calendario.

Es lo invisible que mantiene éste mundo girando.

La melodía de aquel músico contemporáneo que embelesaba sus pensamientos comenzó a sonar suavemente en su cabeza. Nuevamente caía en cuenta de que habían callado demasiado, perdido momentos que jamás volverían pero ello no significaba que no existiesen más, en un futuro, si ambas estaban dispuestas. Con dedos cálidos el sol acarició su espalda desnuda, la habitación de Pik era mucho más elegante durante el día que por la noche pero ella solamente tenía ojos para su mujer. Las pupilas se dilataron, sonrió de lado aun sabiendo que Oniria no podía leer su mente y saboreó el borde sus labios humedeciéndolos para besarla con dulzura. Suya

 

¿Pero hasta qué punto? ―El tiempo no transcurre cuando se trata de ti, Oniria. Porque aunque quise negarlo una parte de mi siempre te esperó y siempre lo hará. Porque todo de mi te ama, así no seas enteramente mía.

 

Las mismas palabras que más tarde se le volverían en contra como navajas, le cortarían la lengua y le abrirían de un tajo limpio el abdomen para purgar mariposas y entrañas. Se removió inquieta, las sábanas cosquillearon en su piel pero las mismas cosquillas se extendieron por todo el cuerpo hasta anidar en su pecho y la boca del estómago a la vez. No cabía duda del sentimiento. Los ojos le brillaban y aun perduraba aquel brillo risueño en su mirar únicamente cuando se topaba con aquel mar de lilas.

 

―Mírame― Ordenó con un hilo de voz que se coló en los oídos de Haughton, tomó su barbilla entre el índice y el pulgar y levantó su rostro ―Lo prometo.

 

Volvió a abrazarla pero ésta vez el sentimiento de angustia le aprisionó el pecho, sabía que ella lo notaría, los latidos de su corazón habían disminuido de repente más se limitó a hundir otra vez la nariz en el cabello húmedo de la mujer buscando impregnar sus pulmones de aquel perfume característico que cada persona portaba y por lo tanto lo volvía único para toda la eternidad; el día que muriese su último aliento le recordaría a la mujer que más amó en la tierra. Pronto la rutina tocaría la puerta, Ámbar despertaría y debería atenderla, seguramente Sebástian llegaría y se sorprendería de lo que vería así que se adelantó a los hechos.

 

Se incorporó de la cama sintiéndose como una costra arrancada de la piel, le dolía despegarse de su lado. Le tendió una mano, completamente desnuda y le invitó a acompañarle pero permitió que llevase consigo las sábanas. La tomó por la cintura cuando por fin sus brazos recuperaron el espacio vacía alrededor de su anatomía y ocupando su privilegio como Matriarca cambió drásticamente el escenario.

 

―Creo que algo de ésto puede quedarte, escoge lo que te guste― Expresó señalando el armario, estaban en su habitación. La ropa que portaron se encontraba húmeda en el suelo de la planta baja por lo que no serviría de mucho. Ella por su parte se colocó una simple camisa blanca que caía con gracilidad por debajo de sus caderas y unos vaqueros claros que jamás abotonó. Se sentía extraña de momento, cada vez que la miraba una oleada de calor azotaba sus mejillas y la ropa le estorbaba pero no, debía comportarse.

 

Le ofreció un café mientras recogía su largo cabello y le sonreía con inocencia, tenía la cabeza colmada de malos pensamientos y le estaba costando demasiado mantenerlos a raya pero necesitaba hacer preguntas, ahora que estaban juntas, necesitaba saber quién era Sísifo.

 

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

 

––No somos de nadie, pero elegimos con quién pasar el tiempo, libremente ––expliqué, mirándola–– es más bonito así. El tiempo, que es tan limitado aunque parezca lo contrario, tan valioso... yo decido ocuparlo contigo, no porque te pertenezca, sino porque lo deseo. Es auténtico.

 

Por mucho que me esforzase, sabía que Arya nunca entendería mi filosofía en torno al amor. Y era doloroso, porque esa diferencia constituía una barrera entre nosotras difícil de sortear.

 

Nos abrazamos. Sentí cómo la angustia invadía el ambiente, extendiéndose como una infección imparable. La mañana, en un principio preciosa y dulce, auguraba un futuro tormentoso. Arya se incorporó, alejándose de mí. Me asusté. Fui hasta ella, y entonces nos aparecimos en su habitación. Dejé caer la sábana que me cubría, contemplé cómo se embutía en aquella camisa suelta, y escuché el aceleramiento de los latidos de su corazón. Me abalancé sobre ella, encarcelándola en el hueco del armario. La besé con delicadeza, en contraste con la brusquedad de mis movimientos.

 

––Me gusta cómo suena tu corazón.

 

@@Arya Macnair

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Su cabeza golpeó suavemente con la pared interior del armario. La convergencia de los cuerpo se sintió en el aire, éste se volvió denso, los latidos de su corazón aumentaron a un ritmo peligroso. Ella lo notó, la besó dulcemente, Arya se ruborizó al ser descubierta. El gusanillo de la lujuria se hospedaba en su vientre emitiendo ligeras explosiones que hacían estremecer su esqueleto completo, le temblaban las piernas y le crujían las rodillas. El roce de su cuerpo desnudo le hacía delirar, casi sentía que entre sus brazos no podría estarse de pie por mucho tiempo más.

 

Se separó, acarició sus labios, estaban tibios. Sonrió de lado buscando un poco de aire y tras exhalar dejó ir las palabras.

 

―No importa qué pase― Musitó mirándola directamente a los ojos, queriendo decir quién pase. ―Yo siempre seré tuya.

Al menos una de las dos se permitía hacer promesas. Aquello nos significaba que más tarde no pudiese cumplirlas sino que le costaría recordarlas. Esperaba que no fuese también demasiado tarde entonces. Volvió a besarla, había algo curioso en sus movimientos, parecía un animal enjaulado tratando de rememorar cómo se sentía la libertad entre las manos. Oniria era libertad y ella estaba ciega, aun no lo veía.

 

Acarició sus mejillas con la yema de los dedos, lenguas de fuego. Se deshizo en su boca mientras dejaba caer ambas manos por sus hombros siendo éstas precursoras a su boca. Raspaba con los dientes la zona suave de su cuello, ejercía presión en la zona de la clavícula y como si fuese totalmente ajena e irresponsable de sus actos ―aunque consciente― la presión se fue volviendo cada vez más notable hasta que la mujer ante sí no tuvo más remedio que ceder, descender, obedecer.

 

Sus ojos verdes chispeaban, le miró sonrojada. Las palabras estaban implícitas en aquel silencio que las cobijaba. Las puertas del armario se cerraron por obra divina y el compás de sus respiraciones agitadas entonaban una melodía tortuosa; un descuido y la niña que dormía al otro lado del cuarto despertaría.

 

―Te amo― Susurró inclinándose tan solo un instante para robarle un beso fugaz pero intenso y recostar la espalda contra la pared. Había perdido el juicio con ella.

 

@Oniria

Editado por Arya Macnair

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Oniria:

 

 

 

 

Estábamos encerradas en el armario. Olía a humedad, a madera, y a perfume para la ropa. La visión escotópica de los vampiros era tan aguda que podía ver a Arya casi a la perfección. Nos abrazamos, la ropa que colgaba nos rozaba los hombros y me hacía cosquillas.

 

––Yo también te amo, Arya ––Murmuré, jugando al escondite, como si alguien fuera pudiese descubrirnos. Quería añadir algo más, pero no supe. La besé con desesperación, pegando mi cuerpo al suyo para percibir su desnudez. Su cuerpo ardía, en contraste con el mío, y parecía respirar como un organismo vivo.

 

Deposité los labios en su cuello, sobre la carótida, para darle un mordisco muy suave, que enrojeció su palidez. Proseguí con mi descenso mientras la acariciaba. Noté cómo se estremecía y se doblaba sobre sí misma.

 

––Me gusta lo que hace tu cuerpo cuando te beso.

 

Suspiré, regresando a su boca. El sudor se asentaba en los recovecos de aquel cuartucho, las paredes empezaban a resbalar.

 

@@Arya Macnair

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Mordió su lengua cerrando los ojos, sí, a ella también le gustaba cómo reaccionaba su cuerpo cuando la besaba. Se repetía una y otra vez que a pesar del tiempo y del cariño nunca habían estado tan unidas, literalmente, entre mangas y botones no se entendía dónde comenzaba un cuerpo y acababa el otro. La matriarca había colado una piernas entre las de Oniria, la asía por la cintura y la pegaba a sí para que fuese capaz de seguir el ritmo de su pecho, mecánico, la respiración densa que quizás por su cualidad vampírica no compartían.

 

Un segundo. Un simple acto. Un mordisco. La misma oleada de calor que le embargó cuando la contempló, desnuda, a las afueras del armario chocó contra la boca de su estómago y se derritió hacia su bajo vientre. Las rodillas le temblaron, separó los labios, abrió boca intentando captar la mayor cantidad de aire posible sin emitir sonido alguno y se rindió en su cuello. La abrazó con fuerza, le susurró que no lo hiciera, le rogó, sentir la suavidad de sus colmillos contra la zona blanca de su hombro encendió deseos oscuros en su interior. Tembló, sus ojos brillaron entre húmeda y mohosa oscuridad.

 

Sonrió de lado sin despegarse de su piel, creía que si aumentaba la fuerza del abrazo le quebraría las costillas, necesitaba tenerla mucho más cerca. Con lentitud, pues el espacio así lo delimitaba, se giró para aplacar a Oniria en su sitio, allí donde el calor que manaba su anatomía había dejado huellas. El sudor le perlaba la frente y el labio superior. La besó, la beso pausadamente y con una elegancia propia del clima, saboreó el tabaco en sus papilas.

 

―A mi también me gusta lo que hace tu cuerpo cuando te beso― Susurró, había arrastrado las palabras en un siseo sensual, se había pegado a su oído y antes de descender sin miramientos ni paradas de por medio, mordió el lóbulo de su oreja.

 

La calidez le dio la bienvenida una vez más. Podía comparar aquel placer con encontrar un oasis en el desierto luego de días sin beber una sola gota de agua. Como el calor en las mejillas de un día de verano. El estremecimiento del primer chapuzón en el lago. La casa del lago, los recuerdos. Su interior, podía sentirla.

 

@Oniria

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  • 2 semanas más tarde...

DEVUELTA A LA VIDA: MESES ATRÁS.

La daga, piedra inmortal y peligrosa, incrustada en su pecho como condena por los actos que se cometieron. Convertida en piedra preciosa, parecida al carbón brillando en las flamas del fuego. Todos parecemos constantemente tentar al destino, deseamos lo imposible y la nostalgia nos invade cuando sabemos que lo que vivimos tiempo atrás, jamás volverá a nuestras vidas. Jugamos con fuego, exigimos el truco porque es más rápido e incluso somos capaces de intercambiar cosas por lograr otras, lo que no sabemos en realidad, es cuan peligroso es tentar lo desconocido y cuando nos logramos dar cuenta, ya es tarde.

 

 

Deseó con todas sus fuerzas ser salvada y encontrada,

con el tiempo la bruja perdió las esperanzas y cuando el infierno acabó,

ella sólo creyó que la paz era un juego más de sus superiores.

Un juego más.

 

Aparecieron entre flamas oscuras en medio del silencio que reinaba en la Mansión Macnair, aparentemente el hogar se encontraba siempre desolado y sus huéspedes, señores y señoras, dueñas del lugar, iban de ahí para allá sin un rumbo fijo. Era como si no pudiesen verse a la cara, quizá por el rencor, el odio, la incertidumbre o la culpa. Sin embargo, existían dos brujas que usualmente merodeaban los pasillos. Brujas que en un principio se declararon la guerra pero que con el tiempo, eso sólo creo un lazo más fuerte y difícil de corromper. Arya se había llevado a Juliette de las mazmorras, en el primer segundo que la vio lejos de las garras de la condena que pagaba por haber osado a robarse la piedra.

 

¿Acaso ya se encontraba libre de todo pecado? ¿Ella realmente se había librado? No entendía que sucedía en el exterior, ella quería moverse, hablar y abrazar a su hermana. Sin embargo su cuerpo no respondía, era como si poco a poco estuviese perdiendo el control total de lo que ella consideraba un regalo divino. Gritaba. Por Salazar como gritaba, pero el silencio le calaba los huesos y le retorcía las entrañas. ¿Ella seguía viva? ¿Porqué no despertaba? ¡Por favor, despierta! ¡Arya!

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  • 2 semanas más tarde...

Apareció en los lindes de los terrenos Macnair, donde la calle pública acababa y solo familiares y amigos podían inmiscuir sus narices. Para su desgracia Cissy siempre le hubo guardado cariño al hombre que le perseguía por lo que la disputa entre dos nubes oscuras por sobre los techos de Ottery hizo acto de presencia en el suelo. La pelirroja había abandonado el cuerpo de su hermana en medio del jardín principal, besando su frente, con lágrimas en los ojos, aferrada a la piedra que alguna vez fue una daga clavada en su pecho. Aaron le daba caza sin comprender exactamente por qué y ella solo buscaba escapar hacia los confines del averno para poner la roca al resguardo.

 

Black Lestrange era un guardián, Arya estaba un escalafón más, Juliette solo había sido un daño colateral. La joven Macnair supo desde un primer momento que el mayor deseo de su hermana dentro de aquel castillo vagabundo era hacerse con el catalizador de magia primigenia y casi inconscientemente lo hubo tomado para ella. El remordimiento hacía que la matriarca tropezara con su propia sombra cada vez que volteaba sobre su hombro para lanzar un hechizo desarmador pues no era su intención herir a un compañero de bando, o para esquivar un ataque.

 

—¡Desmaius!— Gritaba, eufórica, el rostro sudado y las manos temblorosas, pero Aaron se defendía y buscaba mermar su carrera.

 

Pero todo se detuvo de pronto. El tiempo, su accionar, las intenciones de escapar. Un rayo le alcanzó el hombro, su varita voló lejos de donde se había quedado casi atornillada al suelo fértil. Cayó de rodillas sintiendo un dolor insoportable y sus ojos viajaron directamente al cuerpo de Jullie, el pecho comenzaba a moverse de manera frenética, como si de pronto el corazón recordase que debía bombear sangre para que el resto de los órganos funcionase y el pálido mortaja de su piel desapareció; Juliette era una muchacha pálida, pero su palidez se asemejaba a la perfecta y frágil porcelana.

 

—Aaron, Aaron. Por favor, por favor detente— la voz le temblaba, había alzado las manos a modo de rendición cuando éste le apuntó con la varita. Estaba desarmada y había guardado la roca en los pliegues de su ropa —Puedo explicarlo, puedo explicártelo todo, pero por favor, te lo imploro, déjame ir a verla...

 

Juntó la palma de sus manos, nuevamente lloraba, lo miraba como un ternero a punto de ser enviado al matadero y sus ansias le hacían temblar los músculos, la castaña despertaba poco a poco y quería ser lo primero que viese, quería abrazarla y decirse que todo estaría bien, porque no, no lo estaría.

 

@@Juliette Macnair @

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  • 1 mes más tarde...

ACTUALIDAD

HATHOR

Apareció en medio de los jardines de la Mansión Macnair, sus cabellos castaños se mecían con la fría brisa de invierno que reinaba en Inglaterra y mientras sus pasos se hacían cada vez más marcados en el césped, la oscuridad que se desprendía de su vestido rápidamente comenzó a disiparse como niebla entre los árboles. La bruja regresaba a los rincones de su hogar o lo que alguna vez llamó como tal, luego del acontecimiento en el Castillo, el despertar abruptamente entre Aaron Black y Arya Macnair a punto de quitarse las vidas mutuamente, y el tomar el peso de una situación fuerte, de alguna forma y por algún motivo algo en ella nunca despertó.

No habían emociones que invadieran su interior, nada de compasión, dolor, tristeza, enojo u amor. Todo había sido encarcelado aparentemente en ese infierno que vivió una y otra vez. El Cónclave le dio una esperanza, servirles sin ataduras, y con su humanidad lejos, entregó a Kalevi a los brazos maquiavélicos de esos demonios para que lo protegieran de aquella bruja psicópata llamada Eileen. Bietka podría estar saltando de felicidad o amargándose porque su único pequeño experimento podría ser una bomba de tiempo.

Con un rápido movimiento por parte de su mano derecha, abrió las puertas de la Mansión y sin esperar recepción alguna, subió con tranquilidad por aquellas largas y oscuras escaleras. Sus ojos parecían apagados, ni siquiera se había dignado a girar el mentón para ver las habitaciones abiertas, sólo para los únicos elfos que siempre estaban dispuestos a servirles a sus amos pudieran mantenerlas siempre limpias. Una amarga sonrisa se dibujó en las facciones siempre delicadas de su rostro al ver el roble blanco adornando su cuarto, con cuidado estiró su mano, alcanzó la manilla y en cuanto entró, absolutamente nada aconteció.

Todo parecía igual, su cama estaba en el mismo lugar, las sábanas acomodadas al igual que las almohadas, el velador mantenía más de una vela a medio encender y las flores siempre....no, ahí no habían flores, o al menos se pudrieron en cuanto ella hubo pasado el umbral de la puerta. Negó sutilmente con su cabeza, más no le dio importancia alguna, tenía una misión y era encontrar las rocas faltantes para entregárselas al Cónclave y quizá, comprar la libertad que alguna vez anheló.

⸺"Al fin en casa".

La voz gruesa de la sombra retumbó en las paredes, haciendo que Hathor detuviese su búsqueda por algunos segundos, luego como si nada hubiese pasado siguió rebuscando entre los cajones de su armario.

⸺"Espero recuerdes que no hay ningún objeto oculto en tu habitación, ¿o también se te borró la memoria?"

. ⸺Chasqueo la lengua y lentamente se incorporó para poder acomodar con cierta picardía el corsé de su vestido, todo mientras su reflejo se movía al unísono en el espejo, una nueva sonrisa apareció en su rostro, haciendo que Drovick rodara sus ojos rojizos en señal de fastidio ¿Quieres que vuelva a convertirte en un gusano? ¿Un conejo? ⸺Depositó su mirada intensa en la sombraEstoy segura que la bestia de Arya debe andar por ahí, será excitante ver cómo te destrozan.

⸺"Lo será más cuando me veas aparecer detrás de ti".

Hizo un gesto de restarle importancia y volvió a su labor, deteniendo su completa atención en los abrigos ordenados en su armario, Drovick la observó detenidamente desde lo lejos y rápidamente comenzó a jugar con una bola grisácea entre sus manos. Mantenía el silencio porque no le quedaba de otra, estaba a merced de su dueña y aunque ya no lo pasaba tan bien como antes, procuraba protegerla al máximo, aunque ella era muy astuta e inteligente. Aún con toda esa personalidad tan lejana a una común, mantenía su naturaleza al margen para no levantar sospechas o generar polémicas, al final de cuentas, debía permanecer viva si quería encontrar todas esas piedras.

¡Lo encontré! Te dije que no había perdido el toque. ⸺Volvió a sonreír orgullosa y rápidamente sacó un pesado libro de tapa descuidada, aparentemente morada y con un símbolo de brujería en el medio Necesito hablar con Bietka, y la única forma de conectarme con ella es abriendo una parte de su prisión...

⸺"Es peligroso".

¿Acaso no quieres que conozca a mi querida madre? ⸺Hizo un puchero con sus lavios al tiempo que alzaba su mirada con cierta inocente. La sombra rodó los ojos e hizo una mueca para luego ignorar a la muchacha y seguir de curioso en su habitación. Para ser sólo una sombra, tienes demasiados caprichos, ¿no será que eres un fantasma?

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