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• Mansión de la Familia Macnair • (MM B: 86385)


Pik Macnair
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Artemius aun era poderoso por sobre los demás. Había algo que en ese entonces le diferenciaba de Macnair y eran los sentimientos. Ésta se dejaba llevar por ellos, la dominaban, en cambio él, él no era capaz de sentir absolutamente nada, ni siquiera por Hathor en ese instante. Ansiaba poder y lo obtendría. Alzando una mano hacia la nada, a la altura de sus hombros, materializó su famoso báculo, un segundo movimiento cortando el aire en dos permitió que las diminutas gotas, que sorpresivamente comenzaron a caer sobre todos los presentes, se solidificaran formando filamentos de cristal.

 

Tres de ellos fueron a rasgar el flanco izquierdo del chacal obligando a retirarse. Se hizo a un lado, chilló de dolor, gruñó a la mujer que intentaba despedazar cuando ésta corría a los brazos de su protector y todo se sumía en un profundo silencio donde la respiración animal se había vuelto un silbido, pesado, cansado. Arya se sintió traicionada tanto por su hermana como por el cónclave al que pertenecía. Aquello no debía suceder de esa manera, había algo que estaba pasando por alto pero el ardor de la herida no le dejaba pensar.

 

Recostada en el húmedo césped del jardín miró a Castalia respirando con dificultad, ahora solo parecía un perro atropellado y tirado al costado de la carretera, no representaba peligro alguno. Y antes de recuperar su forma humana fue capaz de percibir el dulce aroma de un hombre, de un jazmín, y quizás, si su cabeza dejaba de darle vueltas, podía oler el amor. Supo rápidamente que se trataba de Jank, mintió a sus familiares, dijo estar bien, quería arreglar todo por sus propios medios y sabía perfectamente que no podría hacerlo, necesitaba a Sybilla; más tendrían que pasar cuatro largos años para que por fin la trajera de vuelta.

 

―Aidan― Su sobrino fue el primero en tenderle una mano, aunque su rostro reflejaba por completo enfado, había olvidado que lo lanzó al suelo en medio segundo.

 

Sonrojada se aferró a él como un ambientalista a un árbol, o como Rose a la última tabla mientras el titanic se hundía, arrugando las prendas con sus puños, sintiendo una correntada de dolor por todo el cuerpo al estirarse pues el joven era mucho más alto que ella. Cuando lo soltó sorbió por la nariz y se limpió la tierra del rostro, alguien ayudaba a Aaron quien se acercaba a ella cojeando, se le notaba mareado, quería preguntarle si estaba bien pero la puerta seguía sonando. Por último miró a Castalia, aquel fue el verdadero golpe, el verdadero ataque, contuvo la respiración y al exhalar permitió que la rabia volviese roca cada uno de sus músculos. Hiel corría por sus venas.

 

―¿¡Qué diablos estás haciendo aquí!?― Al alzar la voz volvió a sentir dolor, casi se desmaya, la vista se le nubló. Estaba temblando pero no sabía si era de frío, dolor o desesperación. ―Debías quedarte en la torre, te dije que yo podía con ésto, que podía con todo q-que..

 

Se calló, era estú,pido discutir y lo sabía. Agachó la cabeza

 

―Lo arreglaré, no sé cómo ni cuánto me lleve, pero traeré a Juliette de vuelta así me cueste la vida. Bienvenida a casa, Castalia― Se acercó a ella colocando una mano en su hombro izquierdo para depositar un suave beso en su mejilla derecha, más en el trayecto susurró casi inaudible unas pocas palabras que solo la mujer sería capaz de apreciar

 

"Estoy ta cansada" Y sonrió con fingido entusiasmo alegando que sería mejor entrar y atender las heridas de Black antes de que empeorasen.

 

Ella por su parte desapareció,a pie, subiendo escaleras y doblando pasillos hasta desaparecer tras la puerta de su habitación al tiempo que un elfo acudía al eufórico llamado de la puerta y le indicaba al señor Jank Dayne que la señorita Arya Macnair le aguardaba en la última habitación,al final del pasillo, del segundo piso. Allí la encontraría quitándose la camisa para comenzar a limpiar torpemente la herida de sus costillas.

 

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JULIETTE SIENDO HATHOR.

 

⸺ "Hathor, ven".

Fue todo lo que pudo oír en un mar de pensamientos que inundaban su cabeza de formas inimaginables; nombres, recuerdos, olores, emociones, caricias, sabores. Tantas cosas que atravesaban su cabeza con un fuego que emergía desde las profundidades de su pecho, iluminando su ser y la vida que ahora le correspondía, pero aún así, habían muchas preguntas que exigiría a Isthar, él tenía que decirle la verdad y no podía negarse a nada, pues lo que la bella Hathor experimentó en ese infierno, definitivamente tenía que ver con más vivencias de su pasado que con sus propias alucinaciones.

 

Observó detenidamente a su alrededor. Arya estaba vuelto loca, exclamaba casi en un tono agudo a que Juliette respondiera y fuese con ella, pero no existía siquiera un hilo de pequeña humanidad que hiciera ver que esa bruja Macnair Rosier, aún estuviese con vida, ¿acaso eran vidas distintas? ¿podría ser Hathor un parásito? Todo era tan extraño de entender en esos momentos.

 

Giró suavemente sobre sus talones para darle la espalda a su familia, el honor y la lealtad que alguna vez prometió se hacían pedazos en ese momento, podría ser fácilmente colgada de su cuello, acusada de alta traición a su sangre. Extendió con una delicadeza innata su brazo derecho, para alcanzar con su pálida y delgada mano, la masculina. Casi como un sello secreto, ambas se unieron al unísono, entrecerrando sus dedos con fuerza y desesperación, reclamándose suyos sin serlo. Hathor daba el "SÍ" a su futuro, todo lo que Ishtar ⸺Artemius⸺ anhelaba de la futura princesa de los avernos, al fin se encontraba frente a sus ojos y sólo así, la jaló hacia su pecho para poder protegerla del peligro, bajo el manto de su larga y pulcra túnica.

 

Y desaparecieron;

volvió el silencio sepulcral.

BIETKA: DOS DÍAS ANTES.

Sus ojos observaban detenidamente por uno de los ventanales de la habitación del hotel en el que se encontraba, el café humeante se encontraba atrapado entre sus garras mientras su desnuda piel era iluminada por las luces blanquecinas de la una luna llena bien conformada entre la bruma del cielo oscuro; inspiró por largos segundos hasta llenar a sus pulmones con la mayor cantidad de oxígeno que ingresaba tímidamente por la pequeña abertura y en cuanto exhaló lo acumulado, dio la vuelta con una elegancia sin igual. Sus labios se curvaron con cierta satisfacción al ver como los charcos de sangre se acumulaban en gran parte de la alfombra, quizá no debió jamás devorarse al muchacho que le traía con tanta amabilidad su comida o quizá, sólo debió ser un poquitín más cuidadosa.

Caminó lentamente por la habitación, evitando tocar con sus descalzos pies el desastre del suelo, y en cuanto llegó a destino, tomó asiento con comodidad en una de las sillas dispuestas frente a la pequeña mesa, no sin antes claro, cubrir su anatomía con una bata color marfil que había "comprado" poco antes de su viaje a las tierras inglesas; agarró rápidamente una de las esquinas de un papel enrollado sobre la mesa, y mientras lo estiraba, tarareaba pacíficamente alguna melodía medieval que su cabeza no paraba de reproducir. Delineó con la punta de su uña negruzca, un camino extenso por el continente Europeo, si sus cálculos no fallaban, el dichoso Mundo Mágico debía estar oculto en alguna línea temporal que se ocultaba a los ojos mortales o no magos como había oído que le llamaban, suspiró un poco frustrada, ¿acaso debía hacer memorias de su estadía en ese cuerpo debilucho de Isobelle Rosier? Su ceño se frunció con cierto aburrimiento. Chasqueó su lengua al recordarlo, es.tu.pida, se repetía para si misma.

 

Donde, donde, donde... ⸺Repetía en un murmuro que luego terminaba con una sonrisa dibujada coquetamente en la comisura izquierda de sus labios carmesí; odiaba ser un parásito en el cuerpo de mujeres ajenas, aún buscaba la manera de deshacerse de esa desastrosa condición a la que tuvo que someterse por siglos, y ahora, con mayor razón, debía ser cautelosa si no quería llamar la atención de las muchas criaturas que la buscaban por cielo, mar y tierra. ⸺ No te imaginas lo gracioso de toda esta situación muchachito, ¿me escuchas o ya te moriste? ¿tendré que volver a despertarte? ⸺Alzó una ceja con curiosidad y con una alegría sin igual, alzó el pergamino en su mano izquierda, levantándose de su asiento y comenzando a dar pasos por la orilla de la alfombra.

 

Dio unas indicaciones en alto, luego se burló con gracia por lo bajo y nuevamente alzó la voz cuando encontraba algo interesante en las cartas que recibía ante la idea de que la tal Elizabeth, se encontraba en algún viaje de negocios. Luego se detuvo, justo cuando el joven pelirrojo comenzaba a despertar de algún eterno sueño en el que la misma Bietka lo hubo inducido horas atrás. Ella volvió a sonreír con satisfacción, se recostó al lado de su cena y con cariño falso, comenzó a dar pequeñas caricias en las piernas desnudas del mismo.

Eres de mi propiedad ahora, tu nombre será William... ⸺Relamió sus labios ⸺mero capricho, ya sabes, a veces la nostalgia nos gobierna la carne. ⸺Hizo un gesto felino con su boca y rápidamente volvió a sentarse a las orillas de la cama, el joven la miraba hipnotizado, pendiente de cada uno de los movimientos de su ama y señora. Bietka se observó en el espejo, la piel perdía su luz poco a poco y lo inevitable caería por su propio peso, ¿debía arriesgarse a usar su verdadera forma? ¿cómo se aparecería frente a su hija si no? ¡Hija! ¡Querida Hathor! ¡Mi adorada creación! Chasqueó los dedos frustrada, debía ser más convincente si la quería de su parte, ella aún poseía gran parte de su poder, no podía ponerla más en su contra de lo que ya estaba. ⸺ Bueno William, tendrás que fingir lo que ya eres, ¿de qué familia me dijiste que provenías? ¡Oh! Verdad, un joven pelirrojo con suerte, Weasley.

 

Mordió su labio inferior.

 

Iremos a visitar tu tierra, para que veas lo bondadosa que soy, ¿recuerdas donde queda la Mansión Macnair?

En algún lugar, es una de las familias mágicas más poderosas, es parte de la Marca Tenebrosa,Él la observó interrogante y comenzó a incorporarse, mostrando más color en sus mejillas y buscando con su mirada la ropa arrancada por su señora, aún esa palabra le causaba amargura en su boca, pero no podía dejar ir ese hilo de pertenencia que ahora tenía con Bietka⸺ jamás me dejaran pasar, a usted tampoco mi adorada señora, ¿qué más puedo hacer? Le he fallado.

 

Bla, bla, bla... ⸺Ella rodeó sus ojos y aplaudió como si la conversación llegara a su fin. ⸺ no te convertí para que me dijeras lo que tengo o no que hacer, he dejado a tus órganos completamente intactos, no me hagas cambiar de opinión William. ⸺Hizo un puchero fingido y luego, sin prisa, volvió a posarse frente a uno de los ventanales. Tal vez debía arriesgarse, tal vez, ya era tiempo de decir que volvió.

MANSIÓN MACNAIR: ACTUALIDAD.

 

Apareció gracias al poder de las sombras que aún gobernaba, como demonio, aún desterrado del Cónclave, tenía ciertas habilidades que le hacían mucho más poderosa que cualquier criatura mágica con varita, por lo que esos escudos, absurdos por lo demás, no impedirían que la fuerza oscura pudiera traspasar sus murallas. La morena había sentido cada uno de los movimientos de la criatura infernal que hubo creado siglos atrás, para su ventaja o desventaja, Hathor renacía de las cenizas a las que fue eternamente condenada y aún así, con la maldición aparentemente quebrada en pedazos, Bietka no parecía tener piedad de nada.

Oyó desde adentro, desde la batalla hasta la discusión de los demonios a los que intentó asesinar en reiteradas ocasiones, inclusive pudo presenciar de manera divertida, como el guardián de las rocas ⸺ suyas⸺ reaccionaba a sus pequeños trucos luego de hacer actuar sólo una de las múltiples rocas que se perdieron por el mundo cuando fue brutalmente echada del Averno; cambia forma. Así le llamaba, no le daba vitalidad como quería, pero al menos le permitía ocupar cuerpos a destajo, claro, todos con fecha límite de caducidad, pero al menos, con esa pequeña roca en su poder, la única que le fue obsequiada casi con burlas, le permitía no sólo ser ella misma, si no qué, controlar las habilidades que siempre le fueron conferidas desde su nacimiento.

 

Ocultó la roca entre los bolsillos de su elegante y delgada túnica blanquecina. Pegó su cuerpo a uno de los estantes en cuanto oyó que la puerta se abría, y que luego, dejaba entrar libremente a los dueños de la Mansión. Escuchó atentamente, concentrándose en cada una de sus voces, pudo divisar la de Arya Macnair, inclusive la de Castalia que sentía con cierta intuición, también era manejada por la es.tup.ida de Sybilla, una...no, dos voces masculinas. Su ceño se frunció con duda, ¿donde estaba Hathor? ¿acaso había aceptado la propuesta de Artemius? No, ella jamás habría accedido a tomar esa mano impura. Su mano se hizo puño y con eso, volvió a prestar atención a las voces.

 

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Con lentitud intentó ver por una orilla, necesitaba verificar el terreno en el que se encontraba al desnudo, debía obtener la confianza de ese guardián antes de que fuese demasiado tarde, sin él, jamás podría encontrar el resto de las ⸺sus⸺ rocas que habían sido desparramadas alrededor del mundo. No, ¿acaso era Emiliano? ¿Emiliano Black? Negó con suavidad, era imposible, un vampiro jamás se encontraría en ese estado y aunque fuera así, había hechizado la cabeza de ese hombre para que pudiera servirle eternamente, al menos si eso compraba su libertad, ella sabía que él estaría dispuesto a todo. Entrecerró su mirada oscura, había un gran parecido con el mago al que ella había conocido en esa prisión, ¿serían familiares? ¿quién era el nuevo guardián?

 

 

@@Arya Macnair @@Jank Dayne @ @

Editado por Juliette Macnair

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Si alguna vez ha visitado la Mansión Macnair ya no lo recuerda. Lo que sí logra rememorar, sin embargo, son varios nombres y rostros. El primero es el de Pik, quien ocupó durante años el listado de posibles mortífagos. Nunca reunieron suficientes pruebas, pero está seguro que aquellas dudas siempre apuntaban hacia la verdad. No es algo que importa ahora, claro. Tampoco lo hace la revelación de Cissy. Cuesta acostumbrarse a que esas identificaciones no existen; ahora son lobos solitarios, la mayoría ávidos de hallar otro objetivo. Aun así, sabe que la oscuridad es resistente a ser aniquilada. Puede sentirlo allí, ahora mismo.

 

Sube las escaleras que el elfo señala. La mirada que le echa la criatura solo delata lo poco bienvenida que será tomada su presencia. Jank asciende la escalinata lentamente, intentando que la madera bajo sus pies sea clemente. Jamás había visitado a Arya en algún lugar. Sus citas suelen ser arregladas por el destino, sin siquiera una carta de por medio. En otras ocasiones ella visitó su hogar, un Castillo Evans menos concurrido de lo que es ahora. Ahora que lo piensa, nunca subieron a su habitación. Sería la primera vez que estarían en una, juntos.

 

El pasillo que cruza parece susurrar. Se gira de repente, por si se trata de algún fantasma soplando su oreja para fastidiar, pero nada. La única explicación que su mente concibe es que Arya, al final del día, es un demonio, y si planea convivir con ella debe adaptarse a las energías que atraiga. No será tarea difícil; él era un cazador. Nadie podrá hacerle daño de nuevo mientras la proteja.

 

A partir de ese momento, al menos. Jank se lleva la mano a la cabeza cuando abre la puerta y empieza a detallar el estado de la bruja. << He visto cosas peores >> es lo que se dice para mantener la calma, pero no dura demasiado. Arroja el cofre y la flor sobre la cama y se acerca hacia ella, desapareciendo la camisa que se estaba quitando para sostener su mentón con una mano, mientras la otra aparta su despeinado cabello hasta detrás de la oreja. Es incapaz de ocultar su consternación.

 

- ¿Qué sucedió? - toma su cadera y examina las heridas. La angustia está empezando a convertirse en ira - ¿Quién te hizo esto?

Editado por Jank Dayne

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Aidan Howard

El Conde de York tenía sus manos puestas sobre los brazos de Juliette, deteniéndola centímetro a centímetro mientras ésta le respiraba tan cerca del rostro que podía sentir la calidez de su aliento. El quejido de Arya llenó sus oídos y su mirada fue a parar allá donde la pelirroja estaba tendida en el suelo, sosteniéndose el costado y, acto seguido, una serie de personajes hicieron su aparición en los terrenos. Aidan hubiera sospechado que la magia sería suficiente para contener incluso a los demonios si no estuviera viendo con sus propios ojos cómo se rasgaba el velo finísimo que estaba sobre la mansión y sus alrededores. Y, seguido, detrás del hombre alto que había puesto una mano sobre el hombro de Juliette, desafiándole con la mirada, apareció la persona que le quitó el aliento por completo: Cissy.

 

<<mier**>> pensó, mientras mostraba los dientes al demonio y Juliette se relajaba, dando un paso hacia atrás en dirección a éste y alejándose de él. Tomó una posición erguida, serio, echando un vistazo hacia la negra cabellera que ondeaba tras el hombre llamado Artemius. Asintió una sola vez ante la pregunta de Cissy sobre su estado, pero no podía decir lo mismo sobre el hombre tendido sobre la hierba, a quien su chiquillo Rhys ya estaba comprobando.

 

-Mantente alejada- musitó, cuando Juliette se le acercó. Si era por el bien de la familia, le desgarraría el cuello, pero el grito agudo y rasposo de Arya no lo dejó terminar de cerrar el puño que relajó los dedos. Miró la mano que Juliette le había puesto sobre el pecho y luego a la joven bruja-. Tienes suerte de que aquí aún se cumplan juramentos, demonio- le susurró, antes de retroceder para guardar distancias pero aún protegiendo al caído Aaron y a Rhysand.

 

El intercambio entre el demonio que estaba con Juliette y Arya lo dejó sorprendido, pero no acotó nada al respecto. Ver a Cissy allí ya era más de lo que esperaba y sabía que vendría una tormenta en breve.

 

 

Cissy Macnair

 

Mis ojos iban de la espalda del demonio hacia la ropa de Arya, donde un manchón de sangre comenzaba a ser visible y, de ahí, hacia Aidan, que aún mantenía su posición entre mi sobrina Juliette y mi amigo en el suelo, a quien Rhysand custodiaba como un perro a su amo. Arya le habló al demonio a quien yo creía mantener controlada y hubo un pequeño intercambio de información que a duras penas logró llenar el vacío de las palabras que Sybilla me había dirigido. Apreté la mandíbula y me preparé para aturdir a todo el que se me pusiera a tiro justo cuando el demonio llamado Artemius hizo aparecer un báculo. No había notado que había comenzado a llover pero sí noté los filamentos de cristal que cayeron con dureza sobre mí, haciendo que lo primero que pensara fuera en realizar un escudo sobre mis seres queridos.

 

-¡No!- gritó, cuando fue alcanzada por varios filosos cristales que cortaron su rostro y brazos, mientras extendía una mano vana hacia la imagen de Juliette que se desvanecía en brazos del demonio, junto al resto de los demonios que habían aparecido.

 

Arya se encontraba tirada en el suelo, donde había saltado para alejarse de un daño mayor. Aidan había sido cubierto por mi hechizo, así como Rhysand y Aaron, por lo que ninguno presentaba heridas y se abalanzaron tanto sobre mí como sobre Arya, quien parecía más lastimada de lo que quería demostrar.

 

-Estoy perfectamente- murmuré, mientras Rhysand colocaba una mano debajo de mi barbilla y me alzaba el rostro para comprobar los cortes, de los que aún manaba sangre-. Ve por Aaron- agregué. Me miró serio, enojado y luego obedeció, caminando de vuelta hacia el mago que ya había despertado y parecía confuso. Lo ayudó a ponerse de pie y me giré para ver que Aidan hacía lo mismo con Arya.

 

-La próxima vez que vayas a traer la comitiva de todos tus amigos demonios, avísame así le digo a los elfos que les preparen pastelitos- dijo Aidan, gruñón, mientras intentaba comprobar -sin éxito- las heridas de Arya.

 

Pero ésta decidió que yo era un mejor blanco de su ofuscación.

 

-No me hables así- atiné a responder a la primera queja de su parte-. Oh, sí, veo cómo puedes con todo- agregué de forma sarcástica, mientras abría mis brazos para abarcar el espacio del "todo" que estaba señalando y, a su vez, me pasaba un puño por el pómulo para quitar algo de la sangre que seguía fluyendo y me hacía cosquillas al llegar al cuello-. Vas a tener que explicarme lo de Juliette y lo de tus amigos espeluznantes- mi mirada fue directo a sus ojos, pero ella estaba mirando el suelo, avergonzada-. Ven- agregué cuando me dio la bienvenida y rodee su cintura con una mano, dejando que se apoyara en mí para poder encaminarnos hacia la casa-. Lo sé, cariño. Yo también- murmuré.

 

Aidan nos miraba a ambas, sin poder creer lo tranquila que parecíamos.

 

-Hay que atender esas heridas- dijo, mientras ocupaba el espacio del otro lado de Arya y la sostenía también para evitar que la pelirroja hiciera mayor esfuerzo-. Rhysand, lleva al señor Black a la cocina- miró a su chiquillo, quien asintió una sola vez más antes de entrar a velocidad vampírica a la residencia Macnair, donde los elfos miraban asustados por la ventana, temiendo que por tercera vez fuera a desatarse una trifulca en los terrenos que terminase por destruir, nuevamente, la mansión que habitaban.

 

*****

 

Arya desapareció escaleras arriba apenas entramos en la casa, ganándose una mirada de desaprobación de Howard, que tenía la camisa manchada de sangre.

 

-No es mía- me explicó.

 

-¿Esa era Juliette?- pregunté, mientras me apresuraba hacia la cocina, donde Jill, mi elfina, ya estaba haciéndole una taza de té a un aturdido Aaron, mientras Swey y Tipsy se hacían con un botiquín y comenzaban a curar los cortes y heridas del mago.

 

-Era el cuerpo de Juliette, pero dudo que el ser que la habitara fuera tu sobrina- masculló el vampiro, deteniéndome por el brazo antes de cruzar la puerta de la cocina y haciendo que lo mirara de frente. Pasó uno de sus dedos por la mejilla que yo no había tocado y corrió la sangre para observar la herida, lamiéndose el dedo posteriormente-. ¿Por qué volviste, Castalia? Sabes que tu estado es delicado. El alma de Sybilla se hace fuerte dentro de tí y eso te está consumiendo...

 

Aparté su mano y la mirada de sus penetrantes ojos verde agua.

 

-Rhysand me vuelve loca.

 

-Dime algo que no sepa- sonrió y luego se mordió el dedo que había estado lamiendo y me lo tendió-. Bebe- me ordenó.

 

Hice una mueca.

 

-Sabes que la sangre de vampiro me sabe asquerosa y, además, potenciaría mi lado lobuno. No quiero transformarme torpemente- negué.

 

-Si no bebes, voy a tener que usar la compulsión contigo- amenazó, sonriendo de forma pícara.

 

-No te atreverías- lo reté, achicando los ojos para mirarlo de forma desafiante.

 

Él sonrió de aquella forma que me decía que sí se atrevería y, era más, posteriormente me haría hacer cosas estú.pidas sólo para que viera que sí se había atrevido. Suspiré y luego bebí de su sangre. El efecto fue inmediato y las heridas de mis mejillas y brazos comenzaron a cerrarse, dejando tan sólo la sangre que comenzaba a secarse como recordatorio de lo que había sucedido.

 

Alguien golpeó a la puerta y me dio la excusa perfecta para zafarme de Aidan, mientras el elfo Dipsy iba a abrir. Ni siquiera miré quién era antes de cerrar la puerta tras Aidan y aislarnos a Aaron, Rhysan, Aidan y a mí del resto de la familia.

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Con todo lo que había pasado en los jardines momentos atrás esperaba una interrupción menos abrupta de sus tareas. Al sentir el ruido de la puerta Macnair dio un brinco pero no fue capaz de nada más, Jank corrió a ocuparse de ella como lo habría hecho ¿Quién? nadie, desde que tenía memoria, se había preocupado de aquella forma. Sintió un nudo en la garganta al pensar que así como el mago le estaba cuidando debió cuidar de su hermana, nada de todo aquello habría sucedido. La culpa y remordimiento eran fatales, no permitían que las heridas sanaran, siquiera con magia, pero acababa de cruzar la puerta su bálsamo con manos de pianista.

 

—Estoy bien— murmuró, fue casi un susurro que rasguñó el aire en la habitación.

 

Tomó su rostro con ambas manos, obligando, con dulzura a que se pusiera de pie, al menos lo suficiente para poder besarlo. Lo abrazó con fuerza, quería olvidarse por un instante el tormento que le punzaba los huesos pero el dolor de las costillas le hizo doblarse, quejarse, apretaba los dientes. Maldito Artemius. Se le llenaron los ojos de lágrimas, odiaba ser débil ante él, alguien a quien siempre guardó admiración. Quería ser una bruja que estuviera a su altura.

 

—...o al menos ahora lo estoy— agregó.

 

Dejándose hacer, tomó asiento en la cama para que Dayne curase de una vez el corte de las flechas. Lo miraba con enormes ojos de gato, no se le escapaba siquiera un movimiento, y con cada exhalación sentía que lo amaba aun más.

 

—¿Qué haces aquí?

 

Preguntó. Evadía hablar de lo que había sucedido momentos atrás.

 

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Desea continuar el beso, pero se obliga a detenerse. Aunque quisiera, sabe lo inmaduro que sería pretender que todos los besos dieran pie a la pasión. Ya no son los adolescentes que irrumpieron en el Atrio, o aquellos jóvenes guerreros que se lanzaban miradas de afecto y preocupación durante las batallas. Jank recordó el hueco en el estómago que se creaba cada vez que un mortífago hería a la bruja, o cuando giraba la vista y veía su melena roja hacer contraste con la sangre del suelo. Por eso, ahora que todo eso ha pasado, que la guerra por fin terminó y que deben vivir con tranquilidad, resultan inconcebibles tales heridas. Al menos, la situación ha dejado claro que ella necesita más de él, de su protección. Estar realmente juntos. El hombre extiende la duración del abrazo de solo pensarlo.

 

De nuevo en la cama, Jank se quita la camisa y la convierte en una venda anaranjada. Se deshace también de casi toda la vestimenta de ella, con el fin de eliminar el riesgo de bacterias. Abre sus piernas para que Arya se siente en el centro, de modo que pueda montarlas sobre las suyas y entrelazar los pies. Realiza un chasquido para que en su mano aparezca un frasco mínimo, del que solo utiliza una gota que brilla apenas toca la piel de la chica. El resplandor es verde, luego amarillo y al final, blanco. El líquido pronto empieza a esparcirse lentamente por las heridas, como si se tratara de un río volviendo a cubrir las rocas de la orilla durante la noche. A medida que sanan, los cortes desprenden humo como señal de que están cerrándose. Para que el proceso acelere, Jank corta la venda en varios trozos y cubre las rajas, las cuales se adhieren y apaciguan el calor propio de la sanación.

 

Le muestra el frasco vacío, colocando el mentón sobre su cuello.

 

- Es una poción que inventó mi familia. La encontré en las ruinas de Campoestrella, en Noruega - interrumpe para besar su codo -. Traté de reproducirla lo mejor que pude, con ayuda de Arianne. Tiene lágrimas de fénix y montón de ramas y especias de las tierras frías. Aburrido, lo sé, pero si vuelves a ser sanadora podrías ahorrarte unos cuantos gritos, ¿no crees?

 

Extiende el brazo para tomar el jazmín. Jank susurra unas palabras en noruego, lo que hace que la flor flote y se coloque encima de Arya. Al instante, una corona de jazmines aparece sobre su cabeza, surgida a partir de los pétalos de la original. Dayne chasquea de nuevo para atraer el cepillo más cercano, e intenta recrear el peinado de las princesas... Su interpretación, más bien. Mueve los dedos para arrastrar el espejo frente a ellos. Señala el reflejo.

 

- Vine para recordarte que eres una princesa. Y que mereces un palacio, y un caballero valeroso - se golpea el pecho cual bárbaro, aguantando la risa. Luego, se toma unos segundos para observar detenidamente el cristal, rodeando la cintura con sus brazos mediante un movimiento tan suave que parece un soplido. El cofre vuela hacia las manos de la mujer. Éste se abre sin permiso, desvelando una almohadilla vinotinto y el anillo de una luna menguante colgada a una estrella fugaz, elaborado en plata, titanio y el resto de lo que quedaba del meteorito ancestral que construyó a Albor. Ese mismo que le ha costado tres meses crear -. Cásate conmigo, Arya.

Editado por Jank Dayne

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Sonrió ligeramente sonrojada. Mentiría si dijese que no sentía atracción por el contenido del frasco que curó progresivamente las heridas causadas por un demonio de alto rango, pero lo hizo, mintió. Expresó haber perdido completo interés en la medicina, casi ocho años de su vida dedicado a algo que no le generó ni la más mínima de las retribuciones; calló cuando pudo haber dicho que destruía su alma atender a compañeros caídos en batalla, porque recordaba perfectamente a los Mortífagos y tenía pesadillas constantes don los Aurores. Pero agregaba en el espacio vacío que el quirófano solo le traía malos recuerdos.

 

—De igual manera si me permites quedármelo, podría recrear la poción a base de la última gota.

 

Extendió su brazo hacia la zona de la cama donde había caído el frasco pero Jank se le adelantó colocando sobre su cabeza una corona de flores que desprendía un dulce aroma a jazmín. El rubor en sus mejillas aumentó así como su ritmo cardíaco y la forma de respirar. Si había algo que evidentemente Dayne nunca olvida era su amor por los jazmines ¿O acaso había algún detalle que se le pasara por alto? desde que lo conoció siempre fue muy atento para con ella. Pero lo que no esperaba fueron sus palabras siguientes, había algo de remordimiento en que él la viese como una princesa cuando muchas otras personas la veían como un monstruo.

 

Ante sus ojos, desmesuradamente abiertos, flotaba una delicada caja, abierta, que enseñaba su contenido sin pudor alguno. La bruja parpadeó, tenía los músculos tensos de por sí a causa del dolor en las costillas pero el cuerpo no había alcanzado a relajarse en brazos del hombre cuando volvió a adoptar la postura de una roca.

 

—Yo... no sé qué decir— volvió a mentir, sabía perfectamente qué decir. Sintió miedo.

 

Se apartó de él enfilando sus pasos en dirección a la mesita de noche, del lado izquierdo de la cama, donde se puso a rebuscar, absurdamente pero algo nerviosa, cualquier objeto que tuviese filo. Para entonces el hombre allí presente creería que estaba loca o que lo estaba rechazando, quizás que después de tantos años seguía sin estar preparada. A pesar de los encuentros y desencuentros, Arya había estado preparada para él desde la tarde en que lo conoció por primera vez como profesor de duelos.

 

Sus dedos encontraron un alfiler y dio por finalizada la búsqueda. Regresó a él cuando pensaba ponerse de pie, tal vez para marcharse o para ir tras ella, como siempre lo hacía. De un ágil movimiento se encaramó sobre él, lo miró fijamente a los ojos y pinchó su dedo índice con el alfiler hasta que de la yema brotó una perfecta y perlada gota de sangre con la que contorneó sus labios antes de unirlos a los de él. Y lo besó, pero no como siempre, sino con un propósito, darle las llaves de su mente, de su pasado, mediante un conjuro antiguo, que no duraba más de cinco minutos pues cualquiera podría perder la cordura vagando en recuerdos ajenos.

 

Jank abriría los ojos cegado por tanto blanco, en el Norte, donde el viento soplaba inclemente. Vería el momento exacto en que Arya asesinaba a Emma y auna niña de diez años. Podría apreciar cuando escapó, mal herida, de las garras de su hermano juramentado tras ésto. Como conoció a Viktor Atkins, primo de Leah. Cómo le devolvió la vida a una mujer que se había suicidado convirtíendola en un envase sin alma que merodeaba por el mundo dependiendo de ella, Laura. Conocería sus más oscuros secretos, el odio que profesaba hacia algunas personas, el desprecio, la poderosa magia negra que era capaz de emplear. El haber asesinado a Cissy.

 

Lo vería todo. De cuánto era capaz y de cuánto no. Su capacidad para adoptar una forma animal. Su esencia demoníaca, la oscuridad que le hacía ser parte de La Marca Tenebrosa, sin ser alusivo el recuerdo al bando como tal. Y si realmente aun era capaz de seguir viéndola con los mismos ojos, aceptaría. Pues en el momento en que despertara del trance, Arya ya tendría puesta la sortija en la mano, porque lo amaba, lo amaba inmensamente pero no quería tener con él ningún secreto.

 

—Ahora.. ¿Puede repetirme la pregunta?

 

Cuestionó, con los ojos anegados en lágrimas.

 

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  • 2 semanas más tarde...

- Arya.. ¿Qué haces?

 

Se rasca la nuca. De pronto, sin saber por qué, se siente ridículo. El sudor empieza a crearse sobre su frente. Tal vez Arya está harta de las costumbres humanas, de los formalismos, de las ceremonias aburridas y las falsas promesas. Él también lo está, solo que ya no existe la manera de comprobarle que, esta vez, habla enserio. Cuando se dispone a levantarse, la bruja se corta el dedo y Jank no es capaz de hacer más que reprimir un "NO". El momento lo transporta al Bosque de las Espigas, dieciséis años atrás.

 

- ¡NO! – recuerda haber gritado, interponiéndose entre Dorcas la Arpía, aquella bruja de ojos amarillos y aliento de rata sucia que prometía leer el futuro a través de una gota de sangre, y dos de sus hermanas, quienes no tardaron en lanzarle una mirada hosca. Nym se colocó la mano sobre las caderas, lo que usualmente hacía cuando cuestionaba a las personas. En el cinto llevaba a Vampira, su daga/varita, cuyo rubí protector resplandeció ante las llamas verdes del abrasador -. La magia de la sangre es la más oscura de todas, ¡quedarán malditas!

 

Dorcas rio. Debía estar rondando los sesenta años, pero parecía haber muerto hacía décadas. Sus dientes, torcidos y rotos, sonaban chirriantes cuando se reía.

 

- Apártate, mocoso. No deberías habernos seguido - dijo Nym.

 

Myla no tuvo tanta paciencia. Era una chica de hermosa cabellera negra, que amarraba en una coleta tan larga que rozaba sus caderas. Siempre fue la más impaciente de todos.

 

- ¡Vuelve a la carpa, Jank! No tenemos mucho tiempo – sacó su varita y la movió. El niño cayó al suelo y una ventisca lo arrastró hacia afuera. La nieve se le metió por la nariz. Myla salió una vez más -. Si padre se llega a enterar sabré que fuiste tú y pasarás la noche colgado al pino más largo que encuentre. ¡Largo!

 

Su hermana cerró los cortinajes, y cuando él intentó abrirlos de nuevo, otra ventisca lo arrastró por el suelo. Se las ingenió para rodear la carpa de la bruja, donde encontró una mínima rasgadura que sirvió para que su ojo espiara. Las llamas iluminaban la estancia, pintando a sus hermanas de negro, rojo, violeta. La voz de Dorcas la Arpía salía rasposa de su garganta, sangrante. Lo que hizo y dijo lo marcó para siempre.

 

Corta la transición antes de que sea tarde. Se lleva una mano a la cabeza, tratando de asimilarlo. Ha leído libros al respecto, justo después de la decepción que terminaron siendo sus clases de legeremancia. Todo lo que recordó Jank, lo presenció Arya, y lo que compartió ella, lo atestiguó él. Baja la misma mano y se toca el cuello. La mira. Ahora sabe lo fuerte que es, por fin.

 

<< La subestimé >>

 

Se arrodilla frente a ella y besa sus manos. El sabor es una extraña combinación entre flores y sangre.

 

- Nunca fue una pregunta. Fue una afirmación – sonríe. Su rostro alberga, sin embargo, una cierta nostalgia que es incapaz de explicar. Supone que el repaso de los momentos determinantes de una persona tan acontecida revolvieron, aún más, sus ya estropeadas emociones -. Reescribamos nuestra historia, ¿te parece?

 

El beso esta vez es más largo, más profundo. Y de pronto, vuelven a estar desnudos.

Editado por Jank Dayne

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  • 2 semanas más tarde...

—Una y mil veces si hace falta. Susurró

 

La madrugada era joven, las heridas habían comenzado a sanar lentamente pues, como bien Jank lo pensó, aquella mujer era mucho más poderosa de lo que incluso ella creía. Pronto volvían a estar como mejor se entendían, desnudos, sudando. Los cuerpos pegados, separados por milímetros imperceptibles. Sus manos recorrían la espalda del mago leyendo las historias que la piel tenía para contarle, ciega de amor, ansiando futuro, mientras él le besaba. Sería su esposa. El aire escapó de sus pulmones cuando la afirmación pasó por su mente, ésta absorbía lentamente la información, el proceso se aletargaba, el vello de los brazos se le erizó así como el resto de su cuerpo.

 

Sonrió. —Seré tu esposa

 

Las palabras se perdieron entre jadeos y suspiros. La mansión parecía un fantasma nocturno, los murmullos de abajo no atravesaban las paredes de la habitación. Una vez más eran solamente ellos, el pecho le estallaría de felicidad, así se sentía y llevaba años sin experimental tal sensación. Y lo amó, entre vueltas, caricias y sábanas de seda, hasta caer rendida. Fuera, una lechuza ululaba, el viento soplaba. Dentro el fuego de una cálida chimenea crepitaba formando una tenue melodía para los amantes, un arrullo.

 

Y de pronto se halló corriendo, asustada, cubierta simplemente por un fino camisón en medio de un pasillo interminable. Algo la perseguía o tenía la sensación pero al voltear no veía absolutamente nada. Alzando la vista, tres brillantes estrellas parecían guiarla hasta la salida pero al doblar una esquina todo se volvió completa oscuridad; olía sangre, percibía un cuerpo familiar a su lado, oía la respiración acompasada de Dayne, calor. Alguien gritó de dolor. Ella gritó de dolor alarmando a su acompañante, sudaba, saltó de la cama.

 

Estaba asustada. Volteó buscándolo en penumbras, las sombras susurraron en su oído, rápidamente se acurrucó a su lado como una niña indefensa, estaba temblando ¿Sería capaz de procesar, Jank, que su esposa era vidente? lo besó, no quería salir de allí, no quería apartarse de su lado pero los susurros se volvían ensordecedores, le escocían las orejas.

 

—Necesito que vengas conmigo— él la miró mientras se levantaba recogiendo la ropa del suelo —Ahora, Jank.

 

@@Jank Dayne

 

@ @@Juliette Macnair @ se prendió ésta m***da(?

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Castalia Macnair

Mansión~

 

 

Luego de llevar al aturdido Aaron hacia una de las habitaciones de huéspedes media hora después de que Arya desapareciera, Aidan creyó que sería una buena idea que yo tomara una siesta, al menos mientras él comprobaba que Rohana estuviera bien y las guardas de la mansión siguieran en su lugar. Jill, mi elfina, se había encargado de llevar a mi hija adoptiva hacia una habitación segura de la mansión donde nadie más que ella tenía acceso y cuando Aidan regresara de su inspección alrededor de la mansión, la elfina la traería de nuevo. Esperaba que después de utilizar aquel protocolo desde que era pequeña ya se hubiera acostumbrado a aquello, sobre todo porque siempre ocurrían cosas inesperadas que la podrían poner en peligro... o a mi.

 

Con la ayuda no pedida a Rhysand, llegué a duras penas a mi habitación en compañía del moreno vampiro, a quien le gustaba menos que a mí el tener que acompañarme. No era que no nos soportáramos, en realidad habíamos pasado tanto tiempo juntos que al final habíamos acordado una especie de tregua, pero comprendía que, si fuera por él, le gustaría estar en cualquier otro lugar menos siendo mi sirviente/guardaespaldas o lo que fuera que Aidan le había ordenado ser.

 

Me senté en la cama y él tomó mis piernas y las subió al colchón, buscando luego una manta para taparme. Logré decir gracias a duras penas, pues comenzaba ya a sentir el peso de la neumonía que había estado acechándome, de los hechizos que había lanzado para poder transportarme, del viaje con el traslador... en fin, sentía el peso de la magia, de la vida... y de la muerte que me acechaba.

 

-Gracias... Puedes irte si quieres... no tienes que cuidarme mientras duermo- le dije, reposando sobre las mullidas almohadas que aún olían a flores silvestres, seguramente un detalle de Jill.

 

-Sí, princesa, sí tengo que cuidarte -sonrió mientras tomaba asiento en un sofá de un sólo cuerpo que había junto a la ventana. Me dio la espalda y estiró las piernas hasta colocarlas en el marco, lo que produjo un chirrido de la madera y un gruñido de mi parte-. Prometo limpiar la pared luego... no te preocupes- movió una mano, quitándole importancia al asunto y tomó un libro que había sobre la cómoda que estaba junto a la silla-. "Análisis de Antropomagia y su relación con la evolución del hombre" - leyó en voz alta y lo abrió en la portada-. Interesante Macnair... no sabía que te gustaban estas cosas.

 

Sonreí.

 

-No sabía que sabías leer- tosí y me reí al mismo tiempo cuando me hizo una seña obscena.

 

Luego, me tapé hasta la nariz, relajé los músculos y me encontré soñando más pronto de lo que había creído.

 

Me encontraba parada en medio de la oscuridad. Tres estrellas brillaban en lo alto, iluminando el lugar al que se suponía que debía ir... o eso creía... porque había estado buscando algo. Sentí que alguien me observaba y me giré, pero no había nadie, ni un alma, sólo la oscuridad extensa y el vaho de mi aliento que se arremolinaba frente a mi. Hacía frío... mucho frío... Crucé los brazos sobre mi cuerpo para retener el calor y sentí algo húmedo que mojaba mis dedos. Bajé la vista y... mis dedos estaban rojos, manchados de sangre. Una punzada me recorrió desde la punta del pelo hasta los dedos de los pies y grité, adolorida.

 

En mi cama, en mi habitación, mi cuerpo se retorció y grité con fuerza mientras empezaba a convulsionar.

 

-CISSY- el grito de Rhysand y sus manos sobre mí, intentando que me detuviese, me hizo despertar agitada, sudando frío.

 

@@Arya Macnair @@Juliette Macnair @@Jank Dayne @

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