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Prueba de Nigromancia #12


Báleyr
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Baléyr los esperaba al pie de la pirámide. Se había puesto la única túnica decente que tenía, pues una prueba no era poca cosa, y portaba su vara de cristal lista para ser utilizada, una vez más. El camino que habían sus alumnos hasta ese momento, no había sido nada fácil y los había hecho tropezarse con muchos baches. Sin embargo, era momento de que se probaran a sí mismos de que realmente merecían ser llamados Nigromantes.

 

Ambos aprendices tendrían que cruzar el lago que bordeaba la isla en donde se encontraba la pirámide, ayudados de las barcas que los esperaban en las orillas. Una para cada uno pues, si bien habían hecho la clase juntos, la prueba de habilidad era bastante más personal que cualquier clase compartida. Por esa razón, tendrían que enfrentarse a la misma por separado. Sin varitas, sin amuletos, sin anillos de otra índole, más que el anillo que los esperaba en el interior de la barca. Un anillo que los mantendría unidos a la habilidad y, además, serviría como un medio de comunicación entre ellos y el viejo Baléyr.

 

El lago estaba atestado de semi cadáveres que se levantarían apenas sintieran el movimiento en el agua, cuando ellos empezaran a cruzar. Más no podrían avanzar a menos que lograsen convencer a uno o dos de aquellos no-muertos, para que los ayudasen. Los cuerpos, por supuesto, se las apañarían para intentar, por todos los medios, hacerlos quedar en el fondo del lago, junto con ellos.

 

Ya en la orilla, se toparían con la entrada de un laberinto cuyos obstáculos deberían sortear, con prudencia y con astucia. Para adentrarse a él, tendrían que pagar una cuota de sangre, pues el laberinto utilizaría sus conexiones sanguíneas, además, para que se perdieran dentro y no saliesen nunca. De ellos dependía salir ilesos de allí y llegar con el Arcano. Mas de camino dentro de aquellos caminos tan enredados, tendrían que enfrentarse al peor de sus temores. Sumado a eso, encontrarían un cadáver en el centro del laberinto, al que tendrían que analizar y encontrar la causa de muerte. Sólo de ese modo podrían llegar a Baléyr.

 

El anciano los observaba, con gesto impasible, sentado sobre unas escalinatas.

 

 

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Obviamente el ambiente no podía ser más tenebroso que aquel sacado de una historia de terror; pues aquella inusual neblina en dicha noche de primavera, era el condimento perfecto para que el miedo embriagara la piel de gallina que Thomas se rozaba con sus propias manos a orillas del lago del Ateneo. Dentro de todo; el muchacho se había reunido con su novia durante la hora de almuerzo, y acordaron que no se ayudarían durante la prueba de vinculación, aunque estuviesen en peligro de muerte; pues era un proceso individual donde debían valerse por sí mismos. Eso sí; Elros le comentó sobre sus experiencias con otras habilidades, acerca de lo maravilloso que era entrar por primera vez en la pirámide de la isla y, por sobretodas las cosas, lo majestuoso que era el mítico Ouroboros del salón circular. <<Es tiempo de que dejes de lado las novelas dramáticas y las series paranormales en Netflix, Gryffindor. No puedes estar pensando en que una horda de zombies vendrán a comerte cada vez que estás cerca de Báleyr>> reflexionaba para sus adentros el pelirrojo; acomodándose la capucha de su polerón negro que combinaba con todo el atuendo deportivo que su madre, Annick, le había dejado a los pies de la cama, con tal de hacerle más fácil el desplazamiento.


Un halo de magia muy peculiar envolvía todo el entorno; pues cuando el adolescente trató de usar hechizos con su varita de pirul, de ésta no salieron ni chispas rojas, junto con lo inservible que era el resto de los objetos Uzza y los anillos provenientes de los Arcanos, ya que tampoco desprendían su poderosa energía. -No podré ni usar la Animagia para cruzar el laberinto... Menuda prueba, eh- exclamó casi a modo de reclamo; recordando que Athena no poseía el nivel avanzado que él ya tenía, y ésta sería una buena ocasión para nivelarlos en post de un objetivo en común. Con bastante cautela; Elros se aproximó hasta las aguas, subió a la barca que estaba dispuesta para su traslado, y cogió un remo de madera que no tardó en comenzar a utilizar. Pero justo cuando había logrado avanzar un par de metros, de su dedo meñique derecho surgió una bruma azabache que se materializó en un anillo de oro con runas talladas; asombro que fue opacado por el vaivén del bote que instó al veinteañero a mirar hacia abajo. Ahí, en el fondo del lago, una masa de no-muertos impedían que continuara con su viaje; algunos de ellos intentando voltear la embarcación, mientras que otros parecían dudar de su accionar. -¡Inferi!- vociferó, afirmándose con fuerza para no caer.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Pese a que Thomas le llegó a contar un poco de sus experiencias previas y que Rouvás llegó a intentar imaginarse cómo sería vivir aquel proceso, estar allí, parada frente al lago era infinitamente diferente. Había un silencio increíble así como ese ambiente previo al suspenso y la adrenalina de tener que avanzar hacia lo desconocido; porque para ella seguía siendo algo nunca antes visto.

 

Miró hacia ambos lados y suspiró. Llevaba la varita en la mano derecha pese a saber que no le serviría de mucho en aquella oportunidad, sin embargo se sentía un poco más segura de tenerla siempre al alcance. Intentaba no depender de la magia para valerse de cosas sencillas, pero como todo buen mago o bruja terminaba usando la herramienta mágica hasta para levantar algo del suelo y así evadir el usar fuerza. Un error, pero un error de costumbre. Así, al menos, podía sentir algo cercano que le diese fuerza. La subió un poco por la manga de la túnica para que no quedara a la vista, solo su brazo podía sentir la madera de roble inglés aunque la magia no estuviese siendo canalizada en esos momentos.

 

—Éxito, cariño... —Murmuró al viento antes de embarcarse a su propia suerte, pues ya no estaba en su campo visual.

 

Lo primero que hizo fue subirse a la barca, allí, antes de tomar asiento en una de las puntas encontró un anillo algo pesado y de un color negrusco; calzaba justo en uno de sus dedos. Se apresuró a ponérselo en el índice derecho mientras la barca comenzaba su recorrido lento sobre las aguas tranquilas... demasiado tranquilas. Si algo aprendió de su breve visita al Inframundo fue a desconfiar de todo aquello que mostrara más de lo usual, y de aquello que no está vivo.

 

La neblina, algo densa, cubrió los alrededores aunque por intervalo de segundos se lograba apreciar la pirámide. Con eso no perdería el rumbo, más bien lo iba a perder por quedarse estancada. Por alguna razón sentía que no estaba avanzando ni siquiera un centímetro. Con cuidado se acercó hasta la orilla para intentar tener alguna imagen de lo que sucedía más abajo y con asombro observó como algunas manos eran el freno que no le permitía avanzar ¡El lugar estaba atestado de no-muertos! Almas buscando su magia, o esperando que Rouvás se le sumara en el camino a la muerte, algo que por supuesto ella no estaba interesada en seguir, no todavía.

 

La barca se movió de un lado a otro. Si que tenían la intención de botarla de allí mientras en una primera instancia ella solo atinaba a afirmarse lo más fuerte que podía de la orilla para evitar caer al agua, porque una vez en lago no habría vuelta.

 

—¡De...ten...gan...se...! Por Zeus, que fastidiosos son... —Se quejó a viva voz.

 

Escuchó varias voces pero decían cosas totalmente ininteligibles.

 

—De acuerdo...— Quitó una mano de la orilla para llevarla sin querer a su estomago, aunque con sutileza. —Puedo dar algo a cambio de que me dejen ir.

 

—La vida, solo queremos tu vida... —Su voz era oscura, baja, intimidante y retumbaba un poco. Uno de los no-muerto había logrado asomar la cabeza a la altura de la barcaza.

 

—Puedo prometer traerte de vuelta si me convierto en Nigromante, pero para eso debo llegar hasta la Isla. Debes saber que habrán otras condiciones si cumplo mi palabra... —En realidad esa parte todavía era una especie de interrogante. —Ayúdame... —Murmuró.

 

Continuaban meciendo el bote sobre las aguas pero parecía ser que el sujeto, con gran dificultad, meditaba aquellas palabras. Rouvás sabía que podía estar equivocándose, que no sabía nada de aquella alma a quien le estaba prometiendo un regreso. ¿Era un mago o un muggle? ¿Alguien cotidiano o un criminal? ¿Alguien con familia o solitario? Demasiadas preguntas y poco tiempo para indagar, debía jugarse el todo en aquellos momento. Pero él solo no conseguiría ayudarle a pasar hasta el otro lado, no con todos los otros no-muertos acechando... ¿Y si convencía a otros más? No quedaría más remedio que cumplir la palabra empeñada.

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-¡Malnacidos sean!- gruñó el muchacho con los dientes apretados, no sin antes desenvainar su varita con el propósito firme de lanzar una serie de hechizos en contra de los no-muertos; obviamente sin efecto alguno. <<Lo había olvidado por completo... ¿Ahora qué hago?>> reflexionó Thomas para sus adentros, volviendo a guardar su arma mientras trataba de pensar en una estrategia que le permitiese cruzar al otro lado del lago. |Algunas veces puedes tener la fortuna de cruzarte con alguien más de una vez| fue la frase que pudo distinguir el pelirrojo entre el alboroto y el sonido fastidioso que los cuerpos provocaban en el agua. -¿Remus?- consultó a viva voz al ver que el antiguo miembro de La Orden del Fénix estaba dentro de toda la masa que trataba de voltear el bote; sonriendo de ver a alguien cuerdo y que tal vez sería la ayuda que tanto esperaba. -Remus... por favor ayúdame a cruzar. Siento mucho no haberte podido revivir... Es que Fred también lo necesitaba. Además... fue algo "transitorio"- exclamó con titubeo; notando que Lupin se posicionaba atrás de la barca como si de motor se tratase. |Sólo busca a mi hijo y dile que le amo| susurró el fallecido licántropo; a lo que Elros respondió con un noble gesto de aprobación con la cabeza. Fue así que la figura de Remus empezó a resplandecer, lo que ahuyentó al resto de los no-muertos y colaboró a que el veinteañero pudiese remar con agilidad; hasta que finalmente posó sus pies en la orilla. -Es una promesa- musitó el chico al marcharse.


Al acercarse hasta la entrada del laberinto, aún con mucha niebla por doquier, Gryffindor pudo distinguir que ésta no estaba. El inicio de aquel enigmático recorrido estaba bloqueado por varios árboles arqueados que impedían que el ojiverde avanzara tal y como lo había hecho con sus otras habilidades; por lo que de ser así, tendría que sortearlos mediante escalada u algún otro método que le abriera paso hasta su destino. Pero justo cuando estaba animándose a subir por los troncos (lamentando no poder transformarse en mono), divisó un letrero de madera roñosa que tenía una escritura muy característica e ilegible a cierta distancia. Con cautela se acercó para leer, y comprendió lo que debía hacer para continuar con la travesía. Con recelo se descubrió el brazo derecho, lo introdujo en el agujero de un árbol hasta la altura del codo; y rápidamente comenzó a sentir múltiples mordidas que le obligaban a cerrar los ojos, aguantándose el dolor. Mientras más tiempo permanecía su extremidad ahí, más se despejaba la niebla y los árboles se situaban en la posición original, conformando la conocida zona de ingreso al bosque sombrío.


Tras interminables segundos de tortura, Thomas sacó el brazo del hoyo. Impresionado vio como decenas de sanguijuelas se alimentaban de su sangre; por lo que las sacó, una a una, hasta quedar sin ninguna de ellas. Poco a poco, el fenixiano se introdujo en el laberinto; sintiendo un ligero mareo producto de la debilidad mortal que dichas criaturas habían instaurado en él. Hacía bastante frío, pero aquella sensación térmica no era lo que más le carcomía al apuesto mago, sino que el curioso zumbido que se acrecentaba en sus tímpanos con cada paso que daba para adentrarse en el trayecto que ya conocía hasta el centro de la fronda de árboles y setas. Iba tan bien encaminado hasta que sus esmeraldas se tornaron pálidas al percatarse que frente a él había una enorme colmena de abejas; y no sólo eso, sino que también avispas y abejorros que custodiaban el sitio para que nadie lo atravesara. Una sudoración gélida, un temblor involuntario de sus manos y un cruel nudo en la garganta le paralizaron por completo; ya no podría seguir con su camino, pues frente a él tenía al mayor de sus temores. ¿Todo había terminado?...

Editado por Thomas E. Gryffindor
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El no-muerto no dio señales de respuesta ¿habría comprendido la propuesta que le estaba ofreciendo? Entretanto ella solo podía intentar no caer al agua manteniendo su mano firme sobre el borde, ya que le era imposible intentar remar. Al cabo de unos minutos (que le parecieron horas) Rouvás vio con inquietud como el no-muerto optaba por volver a unirse a sus camaradas.

 

—¿Mamá? —Preguntó confundida. Helena Rouvás estaba por el lado de la proa de la barca.

 

Se olvidó del resto que la rodeaba para enfocarse solo en ella. Su piel pálida, marchita, llena de cortes y cicatrices, su figura más delgada que nunca rozando la forma de los huesos, su cabello del mismo largo pero sin el volumen ni el brillo que le caracterizó, y sin esa sonrisa que siempre tenía para su hija... No es extraño que Athena se tardara tanto en reconocerla, más cuando su mente estaba solo concentrada en salir del difícil bache puesto por el arcano. ¿Por qué Helena aparecería allí? ¿Casualidad? A diferencia de los otros, ella no intentaba sabotear su recorrido solo permanecía observando.

 

Estuvo tentada de dejarlo todo, detener su prueba, gritar que lo intentaría más adelante pero que la dejara allí. Báleyr ya le había enseñado como traer gente del otro lado y hacer que su vida fuese permanente en la tierra, tener una segunda oportunidad. No estaba aprendiendo Nigromancia por ella, pero sin duda logró romper su esquema, y la necesitaba a su lado, ahora más que nunca.

 

Fue Helena la que rompió el silencio. Habían otros ruidos, murmullos que Athena simplemente ignoró.

 

—Te recuerdo Athena Moody Rouvás. —Su voz sonaba fría, pero ella sabía o quería creer que se debía a los años que ya arrastraba ese cuerpo desde que falleció. —Eras una niña cuando partí, pero te recuerdo... —Eso era más que suficiente. Athena tenía un nudo en la garganta, estaba luchando con todas sus fuerzas para no largarse a llorar. —Si hubieses sido otra condicionaría mi ayuda para ti, pero ni siquiera tienes que pedírmelo, me ofrezco para que logres llegar hasta el otro lado...

 

Un inesperable giro.

 

Algo hizo su madre, quién sabe qué, y la barca se mantuvo quieta sobre las aguas. Los otros no--muertos no siguieron interviniendo pero estaban atentos, como esperando que la que hacía la diferencia se cansara o abandonara su decisión. Athena por su parte tomó el remo y comenzó a remar lo más rápido que sus brazos le permitieron. Tras un tiempo la barca logró encallar en la isla y Helena se perdió en medio de las aguas oscuras.

 

—Muchas gracias, mamá.... —Debía continuar y debía darse prisa. Báleyr no era alguien que le gustara esperar, o eso aprendió en su corto camino con el arcano.

 

La niebla seguía abundante, la visibilidad delante suyo era de apenas un par de metros, por lo que tanteo terreno a paso firme pero con cautela pues en cualquier minuto algo podría aparecer y la verdad es que sin varita, sin amuletos y sin toda la magia que siempre utiliza, se sentía un poco indefensa.

 

Rodeó la estructura que allí estaba, sin entradas ni salida hasta que reparó en una parte donde había una especie de símbolo. Probó con palabras, ordenes, pero nada funcionó. Al observar más detenidamente el símbolo pudo detectar la palabra "sangre" en idioma antiguo.

 

—¿Un sacrificio en sangre? ¡No es justo! —Allí no había con que ejercerse algún daño físico, y tampoco le entusiasmaba demasiado. Revolvió los bolsillos un poco. —Supongo que esto debería servir. —Un mísero papel, el cual pasó rápidamente por la palma de la mano. —¡Auuuuuch! Es como vidrio. —Lo último lo murmuró.

 

Puso la mano sobre el símbolo pero la puerta no se abrió hasta que hubo salido la suficiente sangre necesaria, solo entonces se le permitió pasar para luego quedar encerrada en el interior del laberinto. Solo esperaba que sus pasillos no cambiaran de posición, era pésima recordando muchas indicaciones de izquierda o derecha. Procuró presionarse sobre la herida para ayudar a cerrarla más rápido mientras se aventuraba en la búsqueda del arcano, que de seguro estaba en el centro. Hasta ahora no había recurrido al uso del anillo que lo comunicaría con el Nigromante, y esperaba no tener que hacerlo.

 

Todo estaba bastante silencioso. Un par de veces vio pasar un par de ratas corriendo, como huyendo de algo, pero fuera de eso nada más aunque tenía la extraña idea de que algo la seguía solo que al voltearse a mirar no había nada.

 

Rodeó por una esquina hacia la derecha y fue entonces que sintió que algo subía por su pantalón. Simplemente pegó un fuerte grito dando un saltito mientras se sacudía la ropa y una araña del porte de una tarántula caía al suelo para luego correr. Rouvás la siguió con la mirada solo para descubrir que no era el único arácnido en el lugar.

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<<No puede ser... No puedo descontrolarme una vez más>> pensaba el muchacho para sus adentros, sintiendo el zumbido de aquellos insectos himenópteros en lo más interno de su consciencia; paralizándole por completo, como en dicha ocasión donde no logró quedarse con la victoria frente al campeón de Durmstrang en el Torneo de Los Tres Magos. El poder enfrentarse al peor de sus miedos era siempre una barrera psicológica que le costaba enormemente superar, y aún más sin tener la magia indispensable de su varita de pirul, por si aquello se trataba sólo de una horda de boggarts controlados por un poder mucho más fuerte que el suyo propio. Muy por el contrario era el tema que tenía el pelirrojo con su adicción a la miel; verdaderamente resultaba irónico que amase tanto el producto elaborado por las abejas, y sin embargo les temiese con la vida desde aquel accidente que le dejó con un proceso inflamatorio a causa de un shock alérgico cuando era un infante en el hospital de San Mungo.


Pero cuando pensaba que todo estaba perdido una vez más, su visión esmeralda se fijó en unas varas de madera junto a unas piedras arrinconadas a sus pies; justo los materiales necesarios para conformar un medio de defensa que le permitiese atravesar aquel obstáculo. Con prisa juntó todo aquello y se puso "manos a la obra" con el afán de invocar fuego por fricción manual; y lo consiguió. Fue así que varias chispas saltaron y encendieron un poco de pastizal seco que Thomas había dejado como medio idóneo con tal de propagar un poco más el fuego en el agujero protector aislado que éste había excavado con anterioridad.


Con mayor determinación, Gryffindor cogió la vara que más humo grisáceo emanaba; y con aquella antorcha en mano, se encaminó directamente hacia el centro de la colmena donde el sonido continuado y bronco se acrecentaba. Los insectos comenzaron a escaparse de la humareda como antílopes ante una manada de leones; distribuyéndose por los costados en los árboles del laberinto, dejando despejada la zona principal que le abría el paso a Thomas. Ya más aliviado; el veinteañero apagó el fuego con tierra y continuó con su trayecto hasta cruzar la senda de los setos que superaban la altura de un hombre, quedando de pie frente a los escalones de la pirámide donde yacía un cuerpo sin vida... un cadáver. -Debe ser la última prueba para subir al salón- musitó a su sombra, la que se proyectaba con la luz de la luna que permanecía estoica en el firmamento estrellado.


Un poderoso muro invisible de energía le impedía ascender hasta el perímetro donde debía estar Báleyr esperándoles, por lo que optó por observar de cerca aquel muerto que tenía una inscripción labrada con sangre sobre su torso descubierto. "Descubre qué fue lo que me mató" era la frase que el fenixiano leyó y que le incentivó a poner en práctica sus conocimientos de primeros auxilios asociados a la medimagia forense que en varias oportunidades utilizó en el Centro de Resurrección de La Orden.


El chico debía ser capaz de notar los hallazgos necrópsicos externos que pudiesen ser de fácil reconocimiento sin tener la necesidad de abrir el cuerpo con alguna especie de cuchillo que le permitiese ser más categórico en su análisis. La piel con aspecto anserino a consecuencia del proceso de rigidez que sufren los músculos erectores del pelo, el enfriamiento corporal precoz y la maceración cutánea evidente que la epidermis sufrió al desprenderse como si fuese un guante o calcetín cualquiera, junto con lo extraño que fue extraer con ligereza las uñas de los dedos de las manos y pies; fueron los primeros signos que orientaron al animago hacia una hipótesis concreta. Con cuidado, Elros dejó las manos del sujeto, con los dedos fuertemente flexionados, a un costado para examinar el factor que le daría un razonamiento concluyente acerca de lo que le habría provocado la muerte al tipo. La identificación del hongo de espuma sobre los orificios nasales y la boca, sumado a los restos de algas que teñían de verde a las uñas extraídas, solamente podían indicar un único elemento resolutivo... -Asfixia por Sumersión- exclamó el aprendiz de Nigromancia; frase que hizo desaparecer la barrera no visible que le impedía el avance hasta la sala del Ouroboros.


-¿Maestro Báleyr? He llegado- dijo Thomas luego de atravesar el umbral de ingreso a la pirámide del Ateneo; logrando distinguir la figura anciana del Arcano sentado sobre unas escalinatas y apoyado en su negruzca Vara de Cristal, lo que le obsequiaba de una apariencia muy sabia y erudita que asombró al adolescente. -Estoy listo para enfrentar el Portal, señor. No le defraudaré... ni a mí mismo tampoco- agregó, acercándose hasta el tuerto mientras desviaba su mirada a través de todos los rincones del lugar, dándose por enterado de que Athena aún no arribaba al salón donde se llevaría a cabo la vinculación definitiva a la habilidad.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Un poco pálida y horririzada miró hacia el lado opuesto de donde venían las condenadas arañas solo para descubrir que otras más aparecían por ese sector. De a poquito fue dando pasos hacia atrás hasta chocar con los setos que conformaban el camino. Una de las ramas de los árboles colgaba y solo atinó a estirar los brazos y colgarse cual mono en la jungla, pero eso no duró demasiado ya que la rama era bastante pequeña y delgada y no pudo con la joven. Cayó al piso, de pie, aplastando a varios de los arácnidos que ya estaban bajo ella. Solo quedó con la rama en la mano, atinando a usarla como escoba para barrerlas de ahí. Un método efectivo sino fuera por que seguían llegando más arañas por ambos lados del camino.

 

—¿Por quéeee? Son tan asquerosas... —Su voz retumbaba por todos lados. Si hubiese tenido una silla o algo mejor se hubiese subido igual como las señoras muggles hacen cada vez que ven un ratón. —¡Aaaay! ¡Me van a picar! ¡No quiero! ¡Ahhhh! Váyanse, váyanse... —Movió la varilla con poco pulso intentando espantarlas, cosa poco efectiva a decir verdad.

 

Sintió nuevamente que le comenzaban a escalar por las zapatillas, por los pantalones, si la picaban sería el fin no solo por el veneno sino que también el estado de shock. El uso de la varita era inútil y esa era siempre su única defensa contra sus temores, ni siquiera tenía a mano de esos insecticidas que vendían en el Magic Mall. Pero entonces escuchó algo, en medio de su forcejeo fue capaz de escuchar una especie de zumbido que cada vez se acercaba más y más, minutos después el enjambre de abejas y avispas estaba sobre ella, tuvo que encogerse un poco con los brazos sobre la cabeza y eso le sirvió para mirar hacia el suelo y ver como las arañas huían. Las avispas son depredadores naturales de los arácnidos. Un golpe de suerte.

 

Aunque el enjambre no tardó en alejarse, parecía que huían de algo también solo que Rouvás no tenía demasiado tiempo como para buscar de qué se trataba, solo supo que sus miedos se fueron y debía darse prisa.

 

—Y yo que creí que el Inframundo era un sitio peligroso...

 

Comentó en voz normal mientras apuraba el paso entre los recorridos del laberinto. Minutos más tarde llegaba a una especie de fin del camino con un obstáculo más. Pensó en que también tendría que traerlo de vuelta pero al acercarse notó que el cuerpo tenía una especie de lápida al costado.

 

"Aquí yace Elvira Undurraga"

Apenas se leía el nombre, destacaba más el mensaje bajo el epitafio que indicaba "Descubre mi causa de muerte".

 

Rouvás rodeo el cuerpo y comenzó a examinarlo, estaba con ropa bastante despedazada y húmeda, la cara con evidentes signos de haber sido golpeada. El cuerpo estaba rígido y frío pero aún así logró moverlo un poco, en la nuca tenía un golpe con algo contundente pues impresionaba una enorme herida y se notaba que la sangre había manado con ganas manchando gran parte del cabello. El resto del cuerpo también mostraba lesiones; de seguro opuso resistencia, pero el golpe atrás indicaba que el final fue por al espalda.

 

—¿Qué te pasó Elvira? Porque es evidente que fue un homicidio... —Nadie, ni con todas las facultades posibles podía conseguir todo ese daño físico. Revisó una vez más antes de decir su hipótesis en voz alta. —Mi teoría, bueno... mi respuesta es que te golpearon por la espalda con algo bastante duro: un martillo, un bate, algo metálico, una pica... luego de alguna discusión donde también hubo golpes. No conforme con eso tu asesino te arrojó al agua por eso tus prendas están mojadas.

 

Tal vez no fue exacta pero no podía determinar más cosas. De todas manera dio efecto pues se le permitió el paso hacia la escalera que había tras el cuerpo. Estaba un paso más cerca de la prueba.

 

El camino hacia allá fue un tanto más tranquilo, sin altercados, sin otros baches. Al final se encontró con un Báleyr inquebrantable sentado en la escalinata.

 

—Lamento la tardanza, algunas cosas requirieron algo de tiempo para poder llegar. —Sobre todo las arañas que la hicieron correr más de la cuenta cuando trataba de huir de ellas. —Creo haber sorteado todo con éxito, y estoy preparada para lo siguiente. —Porque ese no podía ser el fin, sería demasiado sencillo. —Tengo plena confianza en ello.

 

Hasta entonces no se había dado cuenta que Thomas ya estaba allí. Natural dado que le lleva bastante ventaja en habilidades mágicas, pero eso no le molesta. Solo se percató por el olor a humo presente, no es demasiado pero luego de unos instantes se detecta. No puede evitar dirigirle una sonrisa aunque prefiere que no pase de eso pues necesitan estar concentrados.

 

Como primeriza en una Habilidad no sabe demasiado de la prueba en sí, solo que muchos mencionan un portal ¿será eso lo siguiente? Solo queda esperar que Báleyr se pronuncie.

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El Arcano asintió a la llegada del primero de sus alumnos y murmuró un pequeño cántico con las palmas juntas, a la altura del ombligo. Notó las manos ligeramente calientes, el vínculo que había creado entre su propio anillo y los que tenía en las manos, había sido efectivo. Ahora sólo restaba entregarle a cada uno, una copia.

 

Al cabo, se percató de la llegada de la segunda, la muchacha parecía más insegura que Thomas, pero decidió guardarse el comentario de momento, hasta que terminara con el pequeño ritual que había empezado con los anillos. Cambió los de la barca con los nuevos y se los entregó.

 

― Con estos nuevos anillos podrán entrar a la pirámide y cruzar el portal a su propia historia. Pero tengan cuidado, la puerta que decidan cruzar será determinante en esta parte de la prueba. Las decisiones que tomen allí, serán la razón y el argumento a favor o en contra, en cuanto a la resolución de su vinculación absoluta con la habilidad.

 

Los miró con las ansias reflejada en su azul mirada. No tenía prisa por enviarlos a morir, o a vivir, lo que ocurriera primero. Quizás estaba esperando demasiado y saldrían de allí con menos consciencia de la que eran dueños antes de entrar. De cualquier modo, ¿cuánto podría alargar ese momento?

 

― Les preguntaré una vez más. ¿Están seguros de continuar con esta prueba? ―inquirió con suma calma― Si es así, entren. Yo estaré aquí para cuando regresen. ―<< O quizás no.>> Quiso agregar, mas se calló.

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El fenixiano estaba próximo a consultarle a Báleyr sobre las nuevas directrices a seguir; cuando Rouvás hizo acto de presencia desde los escalones principales que daban acceso a la pirámide del Ateneo. Su semblante parecía cansado, y sus piernas lucían más "frágiles" que de costumbre; lo que impulsó a Thomas a acercarse sutilmente hasta ella con el afán de preguntarle cómo estaba, pero aquel intento fue frustrado por dicha encantadora sonrisa de Athena que le dio cierta cuota de confianza que hizo pasar por alto el nivel de incomodidad que sintió el pelirrojo en aquel instante crucial para la vinculación con la habilidad.


-Comprendo, maestro- respondió Gryffindor a las primeras palabras que el noruego tuerto les dedicó; cambiando el antiguo anillo por el nuevo, el cual crearía un nexo aún mayor con el Arcano mientras se desarrollaba la prueba tras el portal. -Nos vemos... Athe, suerte- agregó luego de acariciar la cara externa de la sortija dorada con runas talladas en su interior; ingresando en aquella brecha temporal que le absorbió de inmediato, transportándolo a un universo que tal vez conocía o ignoraba en su mayoría.


Cuando Elros abrió los ojos; su figura apolínea estaba frente a la morada destruida de la familia Diggory. Un molestoso aroma a quemado embriagó su sentido del olfato, los ojos le ardían con las cenizas levantadas, y una enorme humareda aún se vislumbraba desde el pequeño monte que separaba la casa del resto de Ottery; sitio donde un grupo de magos encapuchados lanzaban una oleada de maleficios en contra de las devastadas ruinas. Era como si el tiempo hubiese retrocedido... como si verdaderamente su cuerpo hubiera sido partícipe de la caída de los Diggory, y que no hubiese podido hacer nada para cambiar ni remediar todo. Las llamas se expandían por las vigas, bloques de concreto se desprendían desde los pisos superiores, y los ventanales estallaban en centenares de astillas de vidrio que ocasionaban fuertes explosiones, sobrecogiendo al estoico y avasallador carácter del joven hechicero. Aún le era fresco el aviso que Quinn, su elfo doméstico en el futuro, le comunicó; por lo que lo lógico parecía no estar acompañándole, pues en aquel segundo él no estaba presente ahí, sino que se encontraba junto a su familia en el ataque que se estaba llevando a cabo contra los Gryffindor; donde sus padres, Annik y Elvis, perdieron la vida.


-Esto es tan confuso... Yo no debería estar aquí- musitaba Thomas agarrándose la cabeza con ambas manos, sintiendo una fuerte presión a la altura de ambos huesos temporales; originándose un episodio de jaqueca que le obligó a cerrar sus ojos por breves instantes con el propósito de recuperar la calma y así reflexionar con serenidad. Fue así que, tras acabar la crisis de angustia, el veinteañero volvió a concentrarse en el panorama que tenía frente a su campo visual (ayudado por un tenue calor que discurrió desde el anillo de prueba, recorriendo su ser a través de una fuente de energía que le hizo reaccionar), y estaba en eso cuando oyó un grito desgarrador que reconoció casi de forma instantánea; motivándole a salir de su introversión hacia lo desconocido.


-¡Millie!- vociferó al adentrarse en la morada en llamas luego de derribar la puerta, pudiendo notar que una mortífaga le apuntaba a la chica con su varita; emergiendo de ella un rayo esmeralda que iluminó toda la escena, y que luego se acompañó con un ardiente fuego azabache que empezó a consumir los ropajes de la fallecida muchacha hasta calcinarla por completo. -¡NOOO!- exclamó Elros, abalanzándose contra la seguidora de Voldemort, quien se hizo una nube de humo luego de enseñarle el rostro... Sofía Elizabeth Granger. -Malnacida seas... ¿Por qué? ¿Por qué le hiciste esto a mi Millie? ¡Mi Millie!- sollozaba el mago, cogiendo el cadáver (ya apagado) para sacarlo de la vivienda y depositarlo con delicadeza sobre el césped de los jardines delanteros.


¿Qué es lo que debía hacer ahora? ¿Qué era lo correcto? ¿Usar la Nigromancia? ¿Debía dar algo a cambio?

Editado por Thomas E. Gryffindor
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El nuevo anillo era levemente más pesado que el que dejaba atrás así como el camino que seguía era más abrumador que las pruebas que la llevaron a llegar hasta la pirámide. Los observó unos segundos, tenía unos símbolos iguales, pero en tamaño muy diminuto a los de la puerta de la cabaña de Báleyr, el día que iniciaron su camino en el tema de Nigromancia.

 

—Suerte para ti también. —Murmuró a su compañero antes de dar la respuesta al Arcano que no consistió en palabras, solo en una acción.

 

Y esa fue atravesar de una vez por todas el portal para encontrarse encontrarse del otro lado con silencio y oscuridad. Primero observó hacia los costados y hacia el frente buscando algún indicio de otra presencia, pero no había nada allí, tampoco ruidos que indicaran algo. Pero de pronto la escena cambio ¿estaba viendo una escena del pasado? Pero no desde sus propios ojos, puesto que había otra Athena en el lugar, de unos trece años, con menos estatura pero con el cabello igual de ondulado y los ojos de azul profundo.

 

Sí, era una especie de memoria. Era una extensión de tierra en el inicio de un bosque, había árboles y una fogata en el centro, y parecía que lejos se escuchaba agua corriendo; había olvidado eso. Y alrededor de la fogata habían once personas más acompañando a su yo pequeña, de diferentes edades pero de la misma "comunidad" de magos. Al principio solo parecían estar conversando, riendo, disfrutando pero luego se pusieron todos de pie alrededor del fuego y se quedaron en completa solemnidad observando las llamas. Rouvás, la actual dio un par de pasos hacia ellos sin darse cuenta de ello.

 

Algo pasó. Un segundo, un momento, un hechizo y una de las muchachas cayó al suelo sin vida. Otro de los jóvenes había sido el causante con su varita. La pequeña Athena solo atinó a recoger el arma mágica de la joven fallecida y tras un corto forcejeo con el autor del asesinato este huyó sin el premio. Athena tenía ahora a Niké en su mano derecha, y a Selene en la izquierda, la que fuese de su compañera y amiga.

 

La escena se desvaneció repentinamente y ahora estaba Artemisa, tal como lucía en el momento en que la vida le fue arrebata, estaba frente a ella.

 

—¿Me vas a revivir? —Preguntó Artemisa en su clásico tono calmado. Pese a su edad siempre fue bastante serena.

 

Rouvás no sabía que responder. ¿No había querido aprender de la Nigromancia para eso? El corazón le latía a mil por hora y tenía un nudo en la garganta que le hizo derramar un par de lágrimas.

 

Luego de unos minutos Artemisa volvió a preguntar.

 

—¿Me vas a revivir? —La mirada estaba fija la una en la otra. —Porque tu sabes que hay muchos pendientes, sin mí no podrán terminar lo que cada generación comienza. Y además... hay alguien que todavía me necesita.

 

Esas últimas palabras fueron como un puñal en la espalda. Era en parte su culpa que ella hubiese muerto, culpa de todos los que estuvieron presentes, dijeron si y accedieron acudir aquella noche. Aunque no sabía si los demás se sentían responsables como ella; tal vez era el echo de haberse quedado con Selene.

 

Tragó saliva mientras intentaba formular una respuesta coherente.

 

—¿Quieres de verdad que te reviva? Las cosas van a ser diferentes a cómo tu las dejas...

 

—Pero es por eso que estás aquí ¿no? —La cortó. —Para darme otra oportunidad. Si es así deberás darte prisa antes de que los otros que están por aquí se acerquen.

 

—¿Los otros?

 

—Los otros. —Confirmo.

 

Rouvás miró a su alrededor, no había nadie. Pero recordó su paso por la clase y la manera en que algunos no-muertos llegaron a su lado en busca del poder que podía ejercer con la Nigromancia. Cuando fuera que se decidiera a usarla serían cientos los que pedirían ser los escogidos con tal de regresar con los vivos ¿tan desgraciada era la muerte? ¿no hablan siempre de que es un descanso y una bendición?

 

—Se acercan, tienes que escoger Athena...

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