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Libro del Equilibrio~


Athena Rouvas
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―Solo un nombre por esta vez.

 

―Podrías comentarlo más animado. Sé bien que no les agrada compartir sus conocimientos con nosotros, no tantos al menos.

 

―Uhm... Solo escoge el lugar Rouvás, y procura ser concisa y justa.

 

Sabía bien que con ese justa no era precisamente carta blanca para otorgar en bandeja una vinculación, pero sería estricta en la medida de lo correcto. Exigir los conocimientos necesarios pero también tener la flexibilidad con alguien que viene a aprender son separadas por una línea muy delgada y fácil de transgredir para cualquier lado. Hasta consideraba haberlo hecho bien aunque siempre se podía mejorar.

 

Lo importante era ahora buscar un buen sitio y preparar lo que se vendría.

 

* ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ *

 

El reloj marcaba unos minutos pasado del medio día y era evidente que el sol pegaba un poco más fuerte a esas horas; estaban solo a días de que se iniciara el verano y eso se notaba en el ambiente, más si estaba en el Bosque de Epping cuyo mayor notoriedad era su incompatibilidad con la agricultura, el terreno formado de grava fina y las múltiples áreas de diverso matorral, arboledas, hierbazales, entre otras cosas. Era un terreno bastante vasto y rico en diversidad tanto de flora como fauna.

 

―Veamos, Adrian Wild.

 

No estaba segura si le conocía o no. En sus años ya viviendo allí había perdido la cuenta de aquellos magos o brujas que solo vio una vez en la vida ya sea por temas del Ministerio o por cosas cotidianas.

 

No siguió en la empresa de hacer memoria, más bien se dedicó a esperar, porque días antes, cuando el Uzza le advirtió que tendría un alumno le había enviado las indicaciones correspondientes para que pudiese llegar al lugar. Usualmente también enviada alguna especie de traslador pero esta vez optó por un mapa que indicaba el punto exacto en que se verían, justo el pantano y el pastizal chocaban sus límites. Además le indicó la hora, la fecha, que llevara ropa cómoda, que llevara de algún modo los artefactos del Libro y el propio Libro si es que no lo había ojeado bien y que fuera preparado.

 

Ahora solo quedaba esperar de modo que Rouvás tomó asiento en piedra que tenía una parte un poco más plana en la parte de arriba.

 

. . .

 

―¡Hey! ¡Bienvenido! Adrián Wild ¿no? Encantada Athena Rouvás, instructora de la clase.― Saludó de manera escueta. ― Espero que no te molesten las lecciones al aire libre, prefiero lo teórico junto a lo practico para una mejor comprensión aunque considero las opiniones de quienes vienen. ―Se puso de pie. ―Dime, ¿leíste ya algo del Libro? ¿Algo que te haya llamado más la atención?

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- ¡Claro! Seré idi***.

 

Menos mal que tenía siempre cerca a mi pendiente elfo para ayudarme en mis discordias. Tras haber intentado durante una larga media hora llevar todos los anillos, amuletos y artefactos conseguidos hasta la fecha por aquellos libros tan particulares de hechizos, Wilmo me sugirió que usara mi monedero de piel de Moke para llevar algunos ahí guardados. Aquello facilitó mucho las cosas. Colgados al cuello llevaba el Amuleto Volador, el de la Curación y todos los nuevos artilugios que había adquirido con el Libro del Equilibrio; en mi mano derecha llevaba el anillo detector de enemigos y el de amistad con las bestias y en la mano izquierda el antiveneno.

 

- No creo que venga para comer --le indiqué al elfo mientras guardaba el monedero en uno de los bolsillos internos del chaleco.

 

Revisé la nota donde indicaba el lugar en el que tenía que aparecer dentro de cinco minutos. Por una vez no iba tarde, a no ser que me perdiera en la traslación. Esta vez no se trataba de un destino extraño, era un bosquecillo cerca de Londres. Aunque quién sabía lo que Athena podría haber modificado en aquel lugar para poder llevar a cabo la clase.

 

Me puse las zapatillas tipo "Converse" negras a juego con el chaleco de viaje, la camiseta blanca y los pantalones elásticos negros y me coloqué unas gafas de sol de patillas doradas y montura negra, semicirculares. Aquella mañana había salido a los jardines y ya me había dado cuenta de lo necesarias que eran las gafas de sol; sólo esperaba que no hiciera mucho calor, porque aquellos pantalones no eran los más frescos que tenía.

 

Cogí el libro del Equilibrio entre mis manos, me despedí de mi elfo y giré sobre mis talones, dejando la habitación manga por hombro. Cuando aparecí en el lugar exacto sólo vi a la mujer sentada sobre una piedra de superficie plana, al lado del pantano. Por su presentación intuí que era el único alumno.

 

- No me fastidies, ¿clases particulares? --comenté sin ninguna pretensión en la voz--. Bueno, espero que no te canses de mí como en las clases del libro de Fortaleza, ¿fue ese el que repetí contigo, no?

 

Si mal no recordaba aquel había sido el último encuentro y del que más recordaba a aquella mujer. Miré a mi alrededor. Para nada me desagradaba, amaba los bosques o cualquier sitio que tuviera la suficiente espesura de árboles y maleza como para corretear y perderse. No sabía si la mujer conocía mi condición vampírica, pero si lo supiera también sabría que me pasaba horas subido a los árboles; amaba contemplar el mundo desde las alturas.

 

- Pues le he echado un ojo sí, y dos. Creo que no tengo muchas dudas, pero me gustaría saber un par de cosas: primero, ¿cuánto tardan en reponerse las semillas de hielo una vez se gastan? --dije sosteniendo el botecito colgado a mi cuello-- y segundo, respecto a los perfumes y las pociones en los que se usan los pétalos de pensamientos... ¿Vamos a aprender a fabricarlos y diferenciarlos?

 

Era un entusiasta de las pociones, y siempre que descubría un ingrediente nuevo quería saber todas sus propiedades y usos.

 

- El resto de dudas creo que se irán resolviendo a lo largo de la clase.

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―Veamos... no hay como un tiempo exacto, las semillas se van regenerando un poco lento, y tardan más cuando las has gastado casi todas. Es una buena idea que no las consumas en su totalidad, en ese caso si es complicada y lentísima su recuperación. Pero si has gastado apenas un par de ellas, unos poco días deberían ser suficiente para que el frasco esté lleno nuevamente.

 

La magia Uzza era un poco incierta con los tiempos o era que alguna relación tenía el asunto y ellos aún no lograban descifrarlo, y por supuesto los Guerreros no iban a tener la amabilidad de responder a sus inquietudes respecto del tema. Por el momento solo podía contestar con lo que sabía y había visto, esperaba eso no le molestara.

 

Prosiguió con la otra pregunta que Adrian había formulado.

 

―Ese es un tema bastante extenso, aunque creo que puedo darte un marco general sobre el tema un poco más adelante y como tarea para la casa podrás ir probando los pétalos de pensamiento en algunas pociones que te mencionaré. Aunque si te gusta el tema y eres de los que de vez en cuando quiere buscar pociones con efectos nuevos, créeme que los pétalos te serán de mucha ayuda. ―Sobretodo en cuanto a venenos, ahí si que son eficaces. ―Hay una buena gamma por revisar.

 

Seguro iba a entusiasmarse con el tema, pero lamentablemente tendría que esperar un poco por ponerlo en práctica. Aún tenían un largo camino allí y debía enfocarse un poco más en los hechizos que siempre era la parte más complicada. Sus movimientos y sus consecuencias en un duelo o en alguna situación particular. Los verían teóricamente a grandes rasgos pues a su juicio siempre es lo mejor la practica.

 

Su varita Niké está en su mano diestra aunque aún no tiene pensado utilizarla del todo.

 

―Todo en esta vida está en una especie de armonía debido a dos fuerzas chocando y coexistiendo entre si: luz - oscuridad, tierra - cielo, alegría - tristeza, etc. Las cosas, los sentimientos, las emociones, todo tiene una contraparte que la equilibra. Este libro nos muestra un poco de eso al tener cosas que se contraponen. ―De seguro ya había logrado identificarlas. ―Cierra los ojos y concéntrate en ti mismo, tienes la habilidad de pensar y sentir y pueden ser llevado a cabo a la vez.

 

Luego de unos instantes le pidió abrir los ojos para enseñarle los movimientos y las bases de las Flechas de fuego y de las Semillas de Hielo. No eran complicadas de realizar pero requería estar en contacto consigo mismo; con el tiempo resultaría de manera más natural pero por ahora era necesario concentrarse bastante.

 

Le pidió una vez más que cerrara los ojos y con el Fulgura Nox creo dos portales, uno a cada lado de Adrian. Desde el derecho saldría un hipogrifo y desde el izquierdo un Aethonan dispuestos a atacarlo a la vez dándole solo un pequeño margen de tiempo para que se diera cuenta de lo que estaba por suceder. En ese lapso de tiempo tendría que decidir cómo defenderse, porque idealmente tendría que atacarlos casi al mismo tiempo, a cada uno con un hechizo. ¿Era más alta su habilidad de pensar o de sentir?

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- Interesante... --murmuré al pensar en todas las posibles pociones nuevas que podía experimentar en el castillo.

 

Bueno, en el castillo o allá donde quisiera que estuviese, porque poco a poco me había hecho con una especie de "equipo de pociones portátil" debido a mis constantes viajes y a mi a veces incontrolable necesidad de practicar la elaboración de pociones. De hecho, todos mis conocimientos de herbología me los habían dado las pociones y los años de experiencia, claro que, más de una vez, había tenido malas pasadas con efectos inesperados de materias no conocidas; no estaría mal dar algunas lecciones de herbología alguna vez, pero me gustaba la experiencia del ensayo y error.

 

Athena comenzó su explicación acerca del libro y de lo que su aprendizaje suponía. Yo me senté a su lado, con el libro entre los brazos apretado contra mi pecho y me quité las gafas de sol poniéndomelas sobre la cabeza. Miré el libro. Como bien indicaba su nombre, era el libro que ponía en orden todos los poderes del mundo, que permitía a quién aprendía sus secretos equilibrar las fuerzas opuestas que movían el mundo. Sí, aquello era fácil de entender, pero experimentarlo era otro cantar.

 

Cerré los ojos como me pidió la instructora y respiré hondo. Al principio me resultó casi insoportable. Estaba muy poco acostumbrado a parar en seco, a la calma absoluta. Mi mente saltaba de una idea a otra, de una imagen concreta a otra mucho más abstracta y en esa guerra interna me mantuve durante un buen rato. Sin embargo, poco a poco y con ayuda de la respiración, fui encontrando esa calma, esa sensación de la que tantas veces me privaba inconscientemente. De pronto, algo hizo "clic" en mi interior y en ese momento supe que podía abrir de nuevo los ojos. Todavía sostenía el libro entre mis brazos, pero había ido aflojando la presión y sentí cómo este desaparecía. Ya no necesitaba revisar nada en él, y mi mente, sin previo aviso, le había mandado de vuelta a la habitación.

 

Durante la hora siguiente estuvimos practicando los movimientos de dos de los hechizos del libro. Al principio Athena me explicó su ejecución, los pensamientos que debían hacer aparecer las motas de fuego y el hielo. Practiqué con uno y con otro hasta que ella me hizo alternar entre ambos y cambiar del uno al otro en cuestión de segundos. Algo dentro de mí empezó a conectarse.

 

- Vale, creo que ya los tengo.

 

Athena me pidió que cerrara de nuevo los ojos y así lo hice, colocado de pie de espaldas al pantano y a la piedra donde ella se había sentado de nuevo. De pronto sentí que a mis lados aparecían dos corrientes de aire, una más cálida y otra un poco más fresca y escuché sonidos de cascos golpeteando un camino de tierra. El sonido se acercaba. ¿Tenía que abrir lo ojos ya? Mi corazón se aceleró. Intenté mantener la concentración. Quizá aquello fuera una prueba para comprobar si en situaciones de estrés también podía mantener el equilibrio entre cuerpo y mente. Pero aquellos caballos se seguían acercando, uno a cada lado. ¿Pero por qué Athena no me decía de abrir los ojos?

 

Tocotoc, tocotoc, tocotoc, tocotoc.

 

Abrí los ojos de golpe y miré a ambos lados. Por mi derecha venía directo hacia mí un hipogrifo encabritado y por mi derecha un Aethonan diría que más rápido aún. Si tenía que atacarlos al mismo tiempo, ¿por qué no me había hecho abrir los ojos antes? <<Flechas de Fuego>>, pensé apuntando al Aethonan. Una virutas ardientes se cruzaron en su camino y le hicieron parar de inmediato, quedándose atrapado en el portal que se cerrí de inmediato. Sin embargo, por el sonido de los cascos del hipogrifo supe que no me iba a dar tiempo más que a darme la vuelta para apuntarle. Cerré los ojos, me concentré y pensé un rápido <<Salvaguarda Mágica>>. Sentí cómo el hipogrifo me atravesó, entrando en el parque donde nos encontrábamos y pasando por delante a Athena. Le apunté con mi varita y murmuré un <<Semillas de Hielo>>. Del frasquito de las semillas desaparecieron un par de ellas y salieron a través de mi varita, lanzadas violéntamente contra el hipogrifo que quedó congelado en mitad del galope justo cuando iba a saltar un tronco caído.

 

Respiré profundo. Miré a Athena, que sólo podía contemplar al animal cubierto de hielo hasta que empecé a notar de nuevo mi corporeidad. Mi respiración agitada después de aquella maniobra extrema se enfrentaba a la calma de su observación satisfecha. Eso sí que era un contraste de opuestos.

 

- ¿Cuándo me ibas a avisar que abriera los ojos, cuando los tuviera ya encima? --dije todavía sin respiración, apuntando al hipogrifo y tragando saliva con dificultad. Miré al animal congelado--. ¿Le puedo controlar? --pregunté entonces, refiriéndome a aplicar un "Orbis Bestiarum"--. Creo que prefiero tener un compañero en la clase.

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―Jajajaja, lo siento. Digamos que no contaba con que aparecerían con esa velocidad y que meterían más ruido para que abrieras los ojos antes. Descuida que no permitiría que alguien saliese lastimado de esta clase, más cuando pocos han mostrado tan fuerte interés en el significado del Libro en sí antes de en un par de hechizos que los hagan más fuertes. ―En realidad le causó gracia su protesta, no estaba para nada burlándose de él o parecido. ―Puedes conservarlo en lo que dura la lección, después deberá regresar al lugar a donde pertenece.

 

Como punto aparte la parecía un poco cruel separar a una criatura de su grupo pese a que ella también poseía un ejemplar en su casa proveniente del Magic Mall.

 

El día avanzaba rápido pero iban a buen ritmo. Adrian se tomaba su tiempo justo y necesario para comprender y luego intentar lo que Athena iba proponiendo, y la verdad es que a ese paso le sentaba bastante bien. Ya llegaba el tiempo de ponerse en marcha, ahora con un nuevo acompañante que de seguro podría serle útil en algún momento, aunque esperaba no dependiera del todo de esa ayuda sino que la utilizara con exactitud y prolijidad.

 

―Vamos a ponernos en marcha, este bosque tiene varios relieves. Ven, acompáñame. ―Le hizo un gesto en la mano para que la siguiera. Mientras caminaban comenzó a explicarle la siguiente parte. ―Otras dos contraparte que nos ofrece este libro del Equilibrio son la "vida" y la "muerte". La capacidad de arrebatar y la capacidad de regresar, representada en el veneno Cinaede y el amuleto de la resurrección que te permite regresar, pero no hacerlo con otros. No te lanzaré el hechizo para que uses el amuleto, tranquilo. ―Creyó prudente hacer la aclaración.

 

>>Aún así hay una manera efectiva de salvarte de lo que produce el Cinaede, un sencillo anapneo podría cortar todo el avance solo que la mayoría de las personas se desesperan tanto cuando el polvo ingresa en el sistema nervioso (o antes de eso) que olvidan que pueden realizarlo y quedar intactos.

 

Rouvás llevaba a su Niké en la mano pero no con intención de usarla más bien de forma preventiva ante terreno visitado por primera vez.

 

Algo no estaba bien en ese sector, demasiado silencio desde hacía varios minutos. Ni aves trinando, ni animales cerca; casi se podía aventurar a decir que ni insectos pululaban por los matorrales pero ya sería ser exagerada. No iba a andar fijándose hoja por hoja. ¿Adrián podía notarlo? Porque su anillo detector de enemigos estaba comenzado a vibrar anunciando algo.

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