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Prueba de Videncia #16


Sajag
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"Y mañana por la mañana lo encontraré en la pirámide, para convertirnos en colegas, si todo sale bien."

 

Esas palabras le habían producido una sonrisa en los labios y un deseo de que llegara el día siguiente para ver cumplir los sueños de la Directora del Ateneo. Estaba seguro que sí, que todo saldría bien y que pronto habría una nueva Vidente Vinculada en el pueblo.

 

Sin embargo...

 

La chiquilla rumana correteaba descalza alrededor de la cama de la Warlock y cantaba una canción infantil monótona y hasta odiosa de las veces que la repetía. Se paró de repente y la miró, con sus ojos claros. Pretendía minar su paz en las horas de descanso previas a la prueba.

- No eres nada, no sirves para Vidente, eres incapaz de despertar el Ojo Interior. No eres capaz de conseguirlo. Te hundirás en el agua. ¡Te ahogarás!

Se puso a saltar a la comba, repitiendo una y otra vez, "Te vas a morir", "Te morirás", "Te vas a morir", "Te morirás", "Te vas a morir", "Te morirás", "Te vas a morir", "Te morirás..."

Paró de nuevo de forma tan abrupta que hasta pareció que iba a seguir saltando de un momento a otro.

- Fallarás el primer obstácul0. Sólo las lágrimas de las velas te indicarán los golpes de remo que tienes que dar en la barca para evitar chocar contra todo lo que baja del torrente. Las inundaciones arrastra maderas gruesas, trozos de muro que flotaban por la fuerza violenta de las aguas, pedazos de tejados de algún poblado de la parte superior del cauce... Golpearán una y otra vez la barca hasta hundirla. Las velas te hubieran indicado como guiar la barca por el agua, dando remadas, girando en un lado o en otro, consiguiendo evitar los golpes pero... Olvidarás los cirios y morirás en el intento. Si pudieras "Ver" serías capaz de evitarlo, pero no sabes... NO eres Vidente... Morirás mañana...

 

La chiquilla desapareció como de la nada, ¿habría sido un sueño?, ¿una pesadilla...? ¿Una Visión...? ¿Una premonición que buscaba minar la confianza en sí misma?

 

La muchacha rumana corría por la arena de la orilla, descalza, hasta alcanzar el camino que llevaba hacia el Laberinto. Se dividía en tres direcciones y la chica se puso a reír, muy divertida.

- También fallarás ésta porque no sirves, no sabes nada de Videncia. El Arcano no te enseñó nada. No sabe nada y tú sabes que perdiste tu tiempo. No es nada. Tú no eres nada. No sabrás usar la Visión para decidir entre el camino correcto. Uno encierra piedras lacerantes que te destrozarán los pies y el cuerpo, si te caes. Otro tiene defensas tan naturales como las lianas de los árboles, que sujetarán tus pies, y los aguijones de los avispones, que envenenarán tu piel. El tercero oculta arenas movedizas que te ahogarán en cuanto intentes cruzarlas. Los tres son la muerte. No puedes llegar a la puerta del Laberinto porque no sabes "ver" el método correcto para hacerlo. Eres una demonio muerta. Estás muerta... Muerta... Estás muerta...

 

Volvió a desaparecer de los sueños de Leah Ivashkova, tal vez para siempre. O no...

 

Un sonido exasperante de cantos de pájaros, mezclando cantos, graznidos, chillidos agudos, "píos-píos" exagerados... Los animales que las emitían estaban en las partes altas de los arbustos y matas que componían el laberinto. La Directora debería pasar entre ellos. En cuanto metiera un pie en el laberinto, la atacarían.

- Te picarán los ojos, te comerán la lengua, te desangrarás en mil dolores. Los pájaros son asesinos. En cuanto entres en el laberinto, estarás muerta; no llegarás a la Pirámide. Sólo la Videncia te enseñará el modo para cruzarlo pero eres nefasta. No vales nada. No te presentes a la prueba. Seguirás siendo mediocre pero estarás viva. No vayas, morirás si lo intentas. No llegarás a ver al Arcano en la Pirámide...

 

La muchacha rumana no volvió a aparecerse a Leah. Tal vez había sido suficiente con ese ataque para desanimarla. ¿Se presentaría, igualmente, a la prueba?

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Llevaba varios minutos frente al lago, observando las barcas con expresión sería y dos finas líneas rojizas en lugar de labios. Una arruga cruzaba su frente, delatando su preocupación, mientras sus uñas empezaban a hacer daño a la delicada piel de sus manos. Sajag había dicho que las visiones eran rebeldes y que estas aparecían cada tanto, a menos que utilizara un "filtro" pero... ¿Cómo controlarlas en sueños? La sombra lila bajo sus ojos era la demostración perfecta del ensayo y error que había tenido toda la noche, una muestra de cansancio y de cierta debilidad, puesto que estaba susceptible.

En un principio creyó que se trataba de ella misma, quien se decía constantemente que iba a morir o que iba a fallar. Pero empezaba a dudarlo. Ella nunca había sido negativa, ¿o sí? Nunca había pensado en su vida, que fallaría... ¿o sí? Se movió por primera vez desde que había llegado a la orilla y lo hizo solo para apretarse el puente de la nariz con fuerza. Nunca había dudado, de eso sí estaba segura. Pero ahora era incapaz de enfrentarse a una barca por miedo a un sueño que había tenido. Bufó, exasperada y con total decisión se subió a la barca, después de haber dejado huellas en la arena con su andar firme. Ésta, como siempre, avanzó al instante y ella vio al fondo un candelabro como el que había usado Sajag en la clase.

"Las velas te habrían dicho..."

Cortó el pensamiento tan pronto la canciocita odiosa de la mocosa reapareció en su mente y encendió las velas con un chasquido. Y apenas lo hizo, alzó la mirada. Todo lo que había en su sueño venía hacia ella y su barca. Si fallaba, era por no ver bien. Bajó la mirada y susurró unas palabras en latín, acelerando el proceso de las velas. ¿Viene por la izquierda? Cera a la izquierda, no. Sacó la varita y movió la barca con magia a la derecha, evitando el primer obstáculo. Concentrada, volvió a preguntar. ¿Izquierda otra vez? Cera a la derecha, sí. Repitió el proceso.

¿Puedo ir más rápido?

¿Virar a la derecha dos veces sería prudente?

¿Llegaré a salvo a la isla?

Las velas se consumían y sus lágrimas iban de un lado a otro constantemente, hasta que, con la última pregunta, no necesitó ver hacia qué lado había caído la cera. Ña barca chocó casi con brusquedad contra una roca y tuvo que sostenerse para no salir disparada hacia delante. Sin embargo, había llegado. Respiró por primera vez desde que había empezado la contienda y sin demorarse demasiado, por miedo a que su sueño fuera tan real como se había visto, saltó de la barca y sus botas se hundieron en la tierra húmeda de la orilla.

-Muy bien, Ivashkov, adelante -tomó aire y sin muchas prisas, se adentró al bosque.

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El Arcano se asomó a la escalera de la Pirámide y frunció el ceño. Era un hombre mayor a pesar de que su pelo lucía con su color natural y que su cuerpo se conservaba como de mediana edad. Pero los años asomaban, certeros, cuando se sentí preocupado. Hoy lo estaba. No sabía porqué sentía algo en el aire que no le gustaba. Olía a espíritu quebrado y a infelicidad. Tal vez su alumna...

 

Cerró los ojos y "vió".

 

No. Ella no era. Había luchado contra una terrible tormenta acuática que había amenazado una y mil veces en tumbarla y hacerle fenecer en las aguas y, sin embargo, había vencido. Su espíritu era valiente. Había sabido vencer.

 

- Es usted una mujer de éxito, Viktoria - le dijo al aire. Quién sabe si el viento, antojadizo, le llevaría el murmullo para animarle ahora ante su segunda prueba.

 

Era difícil pero, de todas sus alumnas, esta mujer era la que mejor había demostrado tener claridad de Videncia. Sabría utilizar bien su Ojo Interior y podría conseguirlo, no tenía ninguna duda. Y sin embargo...

 

Con un gesto de su mano, el sítar que aguardaba en el interior del edificio cruzó los aires hasta su mano. Sajag se sentó en uno de los escalones y pensó que a la muchacha le vendría bien sentir la canción que iba a dedicarle. Seguro que le ayudaría a "Ver" cómo llegar hasta el laberinto sin sufrir ningún percance.

 

Y, en teoría, no la estaba ayudando... Sólo era un pobre viejo que tocaba su instrumento musical mientras esperaba.

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Inhaló por la nariz, despacio, hasta que sus pulmones dolieron de tanto aire contenido y luego lo dejó ir, más despacio todavía, hasta que sus labios dejaron de sisear. Se había visto en sueños correr por la orilla, había sentido la sensación de la arena mojada bajo sus pies, perdiéndose con cada paso hasta volverse tierra, maleza y roca. Pero desde que había llegado, no había hecho el esfuerzo más mínimo para avanzar y mucho menos para adentrarse en el frondoso bosque que tenía delante. Porque sabía cómo acababa, lo había visto una y otra vez.

Cerró los ojos, concentrándose en cualquier cosa que tuviera que ver con el camino largo que tenía que atravesar, los árboles y mucho menos el paso que se separaba en tres. Cerró los ojos y apagó, por un instante, todas las dudas que volvían a surgir en su mente. Agradecía que la prueba del Arcano no fuera con tiempo, porque habría fallado en cada descanso, en cada percepción del sol rozando su piel, el sonido de las olas romper en la orilla o el rumor del viento, moviendo su cabello rubio con delicadeza... un suave sonido se coló entre todo lo demás, una melodía que creía conocer. Pero... no la conocía, ¿o sí?

-¡Otra vez!

Se escuchó reír, pero no era su risa. Contempló la sonrisa joven y brillante de una chica que le pareció hermosa y asintió, alzando una vez más un instrumento que sabía tocar pero que jamás había visto. La melodía que salió del instrumento rompió con el silencio y recorrió el campo de azafrán al ritmo del tarareo despreocupado de la chica, que danzaba ante su música con repetida felicidad. Una felicidad compartida. Juraría haber visto una mariposa posarse en su hombro cuando se detuvo entre risas.


Abrió los ojos, sabiendo que no encontraría ni a la chica, ni el campo de azafrán, pero la suave canción que había escuchado seguía ahí, al fondo, resonando por lo bajo desde algún lugar. La pirámide. Las palabras de Sajag habían sido esas, que la estaría esperando en la pirámide. Olvidó por completo a la chiquilla de sus sueños, a aquella molesta y malvada criatura que la había llevado al borde de la locura la noche anterior. Emprendió una caminata a buen ritmo por la playa y se adentró a la conocida isla, sorteando los obstáculos naturales sin problemas, hasta alcanzar la división del camino. Volvió a cerrar los ojos.

Se vio a sí misma en las tres situaciones y si bien ninguna era más prometedora que la otra, sí que podía sacar provecho de una en sí. Atravesó el primer camino y avanzó por él con decisión. Las piedras lacerantes estaban justo abajo, como predijo la niña, como vio en sueños y como vio despierta. Para llegar al otro lado tenía que atravesar un destartalado camino de rocas que parecía particularmente endeble. Tan solo ver abajo, su estómago se contrajo y sintió un fuerte mareo, pero no le dio tiempo a un miedo a que fuese más fuerte que el otro. Tomó impulso, corrió hasta donde la roca llegaba y cuando sintió que caía, apretó la varita.

-Ascendio -su voz fue un murmullo pero su pronunciación fue perfecta.

Su cuerpo, ajeno al terror que la invadía, salió disparado hacia arriba con todo el impulso de su carrera y la inclinación que había llevado hasta entonces. Ella tenía los ojos cerrados, así que no vio dónde caería y tampoco se enteró, porque apenas la caída empezó perdió el conocimiento.

Sus párpados se separaron unos minutos más tarde. Estaba a salvo, en el suelo y por el calor que sentía del lado derecho de la cara, se había hecho daño con alguna roca. Pero por lo demás, estaba bien. Se arrastró, haciendo caso omiso de la sangre que había dejado en el lugar de la caída y poco a poco se puso en pie, avanzando. Solo le quedaba un obstáculo antes de llegar a la pirámide y, por lo que acababa de ver lograría superarlo...

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Una risa infantil llenó sus oídos. El Arcano intentó alejar esa cantinela malévola que le atacaba como si fuera capaz, ella sola, de romper con su ánimo positivo. La reconoció. No la había oído nunca. La había oído una compañera de habilidad. La oía su pupila. Era... maligna, capaz de revolver el espíritu de las personas. Era... un niña... Era... el espíritu del mal que se acercaba a los que veían, a los que realmente "Veían" y estaban en su momento anímico más flojo para atacarles, debilitarles, devorarles su "Ojo Interior" y que desaparezcan. Ese espíritu que sólo se susurraba en los pasillos del templo en el que había profundizado en los estudios de la Videncia, era bien conocido por los antiguos y casi olvidado por todos.

 

Pero estaba allá, persiguiendo a la muchacha. Sajag frunció la frente, cursada por algunas arrugas de edad, ante la idea de tener frente a él a esa lamia que vivía de absorber la fuerza de los Videntes. Se había tardado en localizarlo, pensó que había sucumbido pero la muerte de algunos de sus compañeros, de vez en cuando, de forma imprevista, le informaba que aún seguía con vida en algún sitio.

 

No se esperaba verla en la prueba de su alumna.

 

El Arcano se levantó y apartó el instrumento musical. Allá a lo lejos, el cielo se oscurecía, como si fuera a explotar la tormenta. Pero no era una tormenta normal y corriente. La preocupación por Leah Ivashkova le hizo abandonar la seguridad de la Pirámide y ahondar en la zona del Laberinto. Si no andaba equivocado, su pupila estaría en él, a punto de llegar.

 

Y el espíritu maligno...

 

-- ¡Tú puedes, Leah! -- gritó, haciendo bocina con las manos... Su voz se convirtió en un grito que cruzó el espacio, difundiéndola por todas partes. Buscaba animar a su pupila.

 

Pero también buscaba distraer al espíritu devora videncias para que la dejara en paz y le buscara a él. Sajag estaba preparado.

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Estaba cerca, a pasos más, del laberinto que transitado con sabiduría y cautela guiaría sus pasos hacia la prueba final. No iba a rendirse tan fácilmente aunque la chillona voz de aquella niña pareciera disco rayado dentro de su cráneo seguramente producto del golpe anterior, en ésta ocasión no había recibido la fantasiosa visita de la misma sino más bien que el cántico poco alentador había hecho mella en su cabeza y no le permitía concentrarse más allí de pie, interpretando como su cuerpo se quejaba debido al agotamiento y la prueba reciente ratificó su decisión. Limpió la sangre y el polvo pedregoso del costado enrojecido de su rostro de porcelana, tragó en seco y segura de sí misma dio un paso firme, creía haber formado un lazo lo suficientemente estrecho con Sajag como para que éste la abandonase entonces. Confiaba

 

Lo que sucedió entonces no la tomó por sorpresa y ello le dio cierta estabilidad emocional, estabilidad que normalmente la caracterizaba pero que por momentos y ante las pruebas exigentes y al límite con la que los arcanos filtraban la habilidad impartida parecía perderla en los bolsillos de tu pantalón. No hubo logrado poner un pie en la línea divisoria que de forma imaginaria separaba el interior de los cruzados pasillos con altas paredes de fría y mohosa piedra de lo que parecía ser un sitio seguro para su integridad física que otra situación le nubló el juicio; el iris de sus ojos se tornó algo vidrioso pero no iba a llorar, como hojeadas de un álbum fotográfico apreció el momento exacto en que su melena dorada se perdía unos metros más allá y un halcón de impresionante tamaño arremetía desde atrás, como todo un cobarde, enredando sus afiladas garras en su cabellera.

 

Parpadeó y sus orbes esmeralda ardieron, refregó un poco sus ojos y mordió su labio inferior claramente se conocía a la perfección como para saber que ésta vez sí se trataba de ella y de un posible peligro. Varita en mano dudó, un instante después la guardó en la cintura poco convencida acerca del proceder de sus actos pero dejándose llevar; recogió su lacio cabello rubio en un prolijo rodete de bailarina y enarboló un garabato al aire corriendo los últimos metros hacia la posible emboscada con la vara de cerezo. Efectivamente el imponente ave se encontraba al acecho y no dudó un instante en batir sus alas y lanzarse en picada contra lo que para él resultaba ser una amenaza.

 

-Desmaius.

 

Su movimiento fue tan limpio que nadie lo hubiese previsto, como siempre. Girando ligeramente su fina cintura capturó la silueta del halcón por el rabillo del ojo y le apuntó directamente al inflado pecho, no podría haberle matado sin más para ella no era más que un obstáculo y sospechaba que de alguna forma aquel accionar habría decepcionado a Suluk por lo que le desmayó. Éste cayó en picada sobre un arbusto de moras que lo engulló, sirvió de colchón amortiguando el golpe que podría haberle quebrado quizás un ala y lo contuvo mientras Leah soplaba a la nada para quitar un molesto mechón oro que le hacía cosquillas en la nariz y continuaba su camino a sabiendas de que nada se daba por terminado.

 

Evitando sucumbir ante los nervios sacudió su pulcra túnica color azul y afianzó el agarre izquierdo para no perder la varita, había una parte de sí que aun temía no estar en completo contacto con aquel ojo adormecido que buscaba abrir por completo y por ello no prever algún ataque. Fallar nunca estaba en sus planes. A grandes zancadas se debatía entre correr o conservar la compostura moneda corriente en ella y de nueva cuenta su mente se vio presa de una visión pero ésta vez resultó similar a espiar mediante un catalejo, apremiando el falso movimiento que activó una especie de trampilla a no más de siete metros de su ubicación; los pasillos del laberinto eran un poco más estrechos que de costumbre, Ivashkova los conocía como a las líneas de sus manos por el gran poder que portaba y podía dar fe de ello. Por lo que una densa nube de polvo se elevó hasta su cintura sirviendo las veces de velo para las diez avestruces que la embestirían sin previo aviso, criaturas que alcanzaban los tres metros y que de una sola patada podrían acabar con la vida de un jabalí.

 

Su nívea piel se erizó cuando volvió en sí, aun podía oír el crack que produjeron sus costillas cuando la primer ave la empujó al suelo y el resto fue historia. Morir de aquella manera ¿Ella? Por supuesto que no pasaría. Con presteza aguzó el oído, había separado sus brazos como si luego de tanto animal estuviesen por salirle plumas y cerró los ojos, cada sonido tuvo su eco, aquello era un deja vú, algo antes visto. La polvareda fue el primer indicio pero no le dificultaría la visión puesto que en ningún momento separó los párpados sino que aguardó hasta que cualquier espectador creyese que era demasiado tarde y bajo todo el peso de su cuerpo se dejó caer casi saltando hacia un rincón; Ivashkova conocía aquellos laberintos demasiado bien, estaba dicho, donde el pasillo recto se habría a su izquierda golpeó el hombro bruscamente contra el suelo y las aves siguieron rumbo sin ejercer el menor daño, le habían perdido de vista.

 

Sin dificultad logró arrodillarse en el lugar del impacto con las piernas un tanto enredadas en la túnica azul, respiraba agitada y por fin había decidido cómo quería acabar el breve tramo que le quedaba antes de sentirse completamente segura. Correría. Tenía entonces el rodete deshecho a media espalda y unos cuantos mechones rubios danzando sobre sus mejillas congestionadas pero seguían viéndose perfecta pues la raza así se lo permitía no importaba cuántos golpes recibiese, los pantalones rasgados y la túnica deshilachada donde el borde afilado del laberinto le hubo golpeado cuando escapaba de los avestruces.

 

Tres minutos de carrera silenciosa y austera le supieron extraños y provocaron que lentamente sus piernas abandonasen la faena ¿Lo peor había pasado? Enarcando una ceja con aquella peculiar expresión de descontento que portaba desde los 10 años miró hacia ambos lados y luego giró sobre su eje para corroborar que nadie le aplastaría por detrás o caería en picada sobre su cabeza buscando donde anidar, nada. Bastante sorprendida y con la desconfianza un tanto atorada en la garganta escondió la mano izquierda en un bolsillo, sin dejar de tocar el mango de la varita con la yema de los dedos, volviendo sus pasos una caminata amena como las que daría por los extensos terrenos que la familia Ivashkov ostentaba.

 

Un cántico suave embargó sus oídos y relajó sus músculos a un punto preocupante, nunca se debía de bajar la guardia en situaciones así pero la melodía lo ameritaba. Repentinamente comenzó a sentirse triste sin motivo aparente y sus ojos se empañaron haciéndola rabiar. A lo lejos, en un nido con forma de lágrima un Augureuy de verdoso plumaje entonaba la única canción que sabía cantar, por la que muchos magos y brujas le temían en la antigüedad provocando así que la bruja se sintiese preocupada y apresurase el paso; quizás aquel Fénix Irlandés estuviese augurando lo que sucedería dentro del portal o incluso su propia muerte, no lo sabía con exactitud y posiblemente aun no quisiera averiguarlo.

 

Lo último no fue una visión. Sajag se encontraba por fin de pie junto a una inmensa pirámide de ladrillos color cobre aguardando su arribo con tranquilidad, la misma tranquilidad que cual bálsamo para las heridas comenzaba a erradicar todos los sentimientos encontrados y el cansancio que la última prueba hubo inmiscuido entre sus pensamientos. Lo más importante aún no sucedía pero para ella lo peor había pasado.

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¡Lo había conseguido! No tenía ningún motivo para dudar y, sin embargo, allá había estado, "observando" sin respirar apenas hasta que la vio llegar a la pirámide. Bajó a buscarla. Era la primera vez que lo hacía. Como Arcano que ve entrar y salir a tantos buenos videntes y a los que fracasan en su prueba, nunca se había involucrado tanto con una aspirante. Creía que era la última de los que iban a pasar el Portal antes de su desaparición, por lo que se sentía tentado a protegerla mientras pudiera.

 

- ¡Namasté, Viktoria! Estás a salvo, de momento...

 

De momento... Pronto tendría que pasar por una prueba tan especial y dura que todo lo sucedido hasta ahora le iba a saber a miel y caramelo comparado con lo que iba a suceder. Pero eso no podría decírselo. Le ayudó a subir los escalones, sin apurar el paso, para que ella fuera adaptándose a la subida a su propio ritmo. Podría parecer gordo pero era activo y sabía cargar pesos si era necesario. Sajag se mostró muy amable con ella hasta llegar a la gran sala del Ourobous.

 

- Descanse mientras busco su anillo...

 

El Arcano estaba tan seguro de ella que no hubiera dudado de darle el Anillo vinculante. El Portal, sin embargo, había sido erigido para evitar posibles errores parciales de los mismos y, por ello, debería cruzarlo. No importaba. Sajag sabía que sería duro, demoledor, incluso triste, pero que lo pasaría. Tomó una vela que estaba iluminada delante de los portales y lo llevó, con cuidado, a la mano de la rusa.

 

- Tome, aún está caliente. Di en voz alta que quieres pasar la prueba.

 

De forma mágica, aquella vela se había amoldado en las manos del arcano y se había convertido en un aro de cera que, cuando Leah lo tocara, sería su anillo de novicia.

 

- Entre, convenza al portal y sal. La estaré esperando.

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  • 2 semanas más tarde...

La magia que regía a los Arcanos era algo que todavía lograba sorprenderla cosa curiosa luego de todo lo que le hubo sucedido a lo largo de su vida, tanto bueno como malo. Por lo que como cada vez que ingresaba al corazón de la pirámide abrió enormemente los ojos permitiendo que la oscuridad del interior se impregnase en el verde de sus ojos y las pupilas por inercia se dilatasen, el escudo el Ourobous en el suelo resultaba éxtasis para cualquier aprendiz que guiase sus pasos con confianza y victoria hasta allí. Las serpientes interminables que se comían a su misma como el sentido de cada vida en el mundo, como la idea efímera de la existencia, un día estamos aquí y al día siguiente quien sabe; sonrió pensando en aquello, aunque retorcido, bastante filosófico para la ocasión y parpadeó cuando las manos de Sajag se apoderaron de una candente vela que en un suspiro se transformó en una sortija, había llegado la hora.

 

Tomó la joya con la delicadeza que ésta se merecía y la colocó en el vacío de su dedo corazón, estaba convencida de que allí todo tendría un nuevo sentido. Asintió respetuosamente con la cabeza y de todas las puertas que comenzaron a girar lentamente a su alrededor enfiló su anatomía en dirección a la única que brillaba para ella, el portal que la pondría a prueba para saber si era merecedora de tamaña habilidad pues la Videncia resultaba en cualquier época de la historia un arma poderosa; cuando un don así caía en manos equivocadas y ambiciosas el curso de las cosas se podía torcer de una forma peligrosa de aquello se aseguraría la brecha que ahora se abría frente a las narices de Ivashkova. La rubia contuvo la respiración, se mantuvo en la firma idea de no cerrar los ojos y se dejó absorber por una blancura cegadora. Un instante después se sintió caer como una hoja dorada desde lo más alto de un árbol en pleno otoño.

 

El vértigo en la boca del estómago le duró unos segundos hasta que sus ojos se acostumbraron al paisaje, éste lentamente iba surgiendo como las pinceladas de un artista nato en un lienzo virgen. Lo último fueron los murmullos, aquello parecía un mercado abarrotado de personas un domingo en la mañana, el sol brillaba en lo alto de un cielo gris escondido detrás de algunas nubes rebeldes que amenazaban con hacer llover si la señora de la casa no apresuraba las compras para el almuerzo; todo parecía demasiado grande para lo imponente que ella solía ser, se miró las manos un tanto confundida justo cuando unos niños pasaban corriendo detrás de una precaria pelota de trapo y le salpicaban su angelical rostro al saltar en un charco de agua y barro.

 

¡Hey niño, ten más cuidado! Le gritó frunciendo el ceño y automáticamente calló.

 

Su voz le erizó la piel y le detuvo el corazón, pasó una pequeña mano para limpiar las gotas de barro y mordiendo su labio inferior estiró tanto como pudo el cuello y se miró entre las ondas que aun movían el charco luego del impacto de la pelota. Allí estaba midiendo casi un metro o menos, enormes ojos verdes, largo y delicado cabello dorado pero con las facciones de una pequeña en crecimiento, de alguien dulce que aún no ha sido herida por el despechado puñal de la vida. Exactamente eso, alguien que aún no había vivido.

 

Trató de deducir en dónde se encontraba y no tardó más de medio segundo, el tono tan familiar así como los olores y el paisaje lejano le llenaron aquel pequeño corazón que latía en su pecho bajo ropajes harapientos pero pronto fue interrumpido por el rugir de un estómago mal alimentado, Leah entonces era demasiado delgada para su edad, incluso quizás para la de un niño mucho menor y por ello se encontraba en ese preciso momento donde el portal le hubo lanzado. Un hombre corpulento vestido de blanco y con media barriga afuera gritaba incoherencias en Francés mientras corría hacia ella agitando un grueso palo de amasar, según él la niña le había robado algo de la cocina pero todo pasaba tan rápido que ésta no lograba hallarse dentro del recuerdo, mucho menos con una mente adulta y racional como la que se le había permitido conservar. El portal solo había descartado un envase nuevo para reutilizar uno viejo y mover un poco las piezas del tablero organizado de la demonio.

 

Por instinto echó a correr en dirección contraria notando que algo daba golpes continuos en su espalda de forma suave, se detuvo un segundo y miró por detrás de su hombro para dar con una holgada bolsa que en algún momento fue blanca y que ahora tenía demasiadas manchas como para confirmarlo. Dobló tantas esquinas como dedos de los pies tenía hasta que la voz del panadero le fue lo suficientemente lejana y se detuvo a recobrar el aliento, el cielo sobre su cabeza se había teñido de azul oscuro y el sol le había sacado ventaja en distancia, ya no lo encontraría cerca del horizonte, un horizonte que jamás alcanzaría o en ese entonces creería alcanzar. La luna pronto le haría compañía y el frío se colaba entre los pliegues de su ropa holgada empujándola a regresar a casa, a cuatro paredes etéreas a las que llamaba casa a veces.

 

Aquello demoró más de la cuenta puesto que al parecer la carrera le había arrastrado hasta la otra punta de la ciudad por lo que cuando sus cansados ojos vislumbraron la callejuela que aguardaba por ella cada noche la bolsa que reposaba tras su espalda cayó al suelo y sus brazos se volvieron plomo, aquel había sido un día extremadamente largo y no veía la hora de deshacerse entre sus sábanas hasta la mañana siguiente. Peleó con una desvencijada escalera hasta arrastrarla por la cara oculta de un edificio que se constituía por dos plantas hasta el alfeizar de una ventana que casi parecía no estar allí, como si no existiera, así tal cual como ella no era ella en ese momento; no era una niña que se metía a hurtadillas en un hogar cálido y acogedor donde se mezclaban los olores de distintas comidas y las voces con las risas, no, eso no estaba sucediendo.

 

Cerró la ventana suavemente y se perdió en medio de la oscuridad aunque no tardó en encender una única vela que danzaba con los efímeros rayos de luna que le hubieron seguido hasta allí, debía cambiarse y dejar de lado aquel papel de pordiosera con el que conseguía algunos objetos para subsistir, mal que le pesara como adulto pensante, y conseguir alguna cantidad de dinero, solo de ese modo saldría adelante por su propia cuenta. Tirando los harapos en un rincón se deslizó dentro de un camisón mullido color perla que realzaba sus mejillas sonrojadas por el ejercicio y su rostro de muñeca de porcelana. En verdad siendo tan niña era hermosa.

 

Dejó sus pies descalzos colgando sobre la cama y volcó el reducido botín a un lado, entre medio de las baratijas había una hogaza de pan con la corteza crocante y el interior suave como nube, el panadero debería bajar de peso si quería atraparla algún día. Sumergida en sus propios pensamientos su corazón se sobresaltó al oír el sonido de quien llamaba a la puerta cortando en seco el listado mental de lo que quería hacer al día siguiente, lo gracioso era que allí no había una puerta por lo que solamente vería un rostro al responder.

 

¿Leah? la voz de un joven se escuchó a través de una puerta que no se podía ver.

 

Aquí estoy respondió en francés, con una voz distinta a la que tenía como adulta, pero que tenía las mismas manías, como el arrastrar las palabras.

 

Una sombra surgió y lentamente se fue transformando en un muchacho un tanto más alto que ella con una charola de comida entre las manos y una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Éste se acercó hasta la niña, dejó la bandeja con cuidado sobre una mesita de noche e hizo a un lado la hogaza de pan para ocupar su lugar acomodando ambas manos con ligero nerviosismo sobre el regazo, aquella noche no podía dejar de verla.

 

¿Tuviste un buen día hoy?

 

Gracias, Jacques una sonrisa hizo que la Leah de diez años, por fin, pareciera una niña. Sí, tuve un buen día.

 

¡Que bien! Oye, estuve pensando una cosa. Tal vez podríamos ir a algún sitio, tú y yo, juntos, conocer un poco más de París u otros lugares de Francia...

 

El semblante de Jacques mutó, llevaba tiempo tratando de convencerla pero nunca tenía éxito, no sabía por qué había llegado a pensar que aquel sería el día, el día en que la pequeña Ivashkova aceptase la oferta y pudiesen escapar juntos, conocer el mundo entero si hacía falta porque aun siendo un par de niños cuando él la miraba no podía pensar en nada más. Leah no pensaba así, ella quería crecer, quería control de sí misma. El silencio se apoderó de ambos, Jacques le entregó la comida devolviendo el pan a su lugar y se paró, aun no dejaba de verla y ella lo sabía por ello fulminaba los vegetales con la mirada, por poco volvía a cocinarlos pero no se atrevía a alzar la vista, le apreciaba y no quería causarle dolor alguno más no por ello lo seguiría.

 

¿Qué día es hoy? preguntó.

 

Martes Jacques volvió a sonreír pero ella no lo hizo y por ende, titubeó. Al final cedió. Hoy se acaban mis vacaciones, sí.

 

Y ya no tienes que ir más a la escuela complementó ella, así que tienes que irte a casa...

 

Leah...

 

Y yo también tengo que irme, por eso quieres que vaya contigo terminó.

 

Comprendió entonces que ya no había palabra en el mundo que le hiciera cambiar de parecer, le dolía, Jacques acortó la distancia para tomarle las manos y entonces algo completamente nuevo pasó. Las manos de Leah temblaron y la charola fue a parar al suelo provocando un gran estruendo, trozos de carne y verdura rodaron debajo de la cama y una corriente eléctrica sacudió su columna vertebral haciendo que sus ojos se voltearan y sus músculos se pusieran tenso. Todo aquello duró una fracción de segundo en el que el muchacho se asustó demasiado e Ivashkova se transportó a otro sitio; de no conocer a su amigo no habría comprendido lo que sucedía pero la desolación fue directamente proporcional a la cantidad de emociones que le despertó el verse parada junto a una camilla, casi adulta, con una capa de color azul vivo y un elegante sombrero de señorita, elegantes piernas desnudas y un vestido característico del colegio Beauxbatons contemplando el cuerpo amarillento y casi sin vida de un hombre enfermo, de un hombre que moriría pronto.

 

Lo lograste, Jacques. Llegaste más allá de París

 

La niña volvió en sí aun con las imágenes de su amigo fallecido en un hospital lejos de su hogar, completamente solo pero casi realizado. Siempre le acompañaría la incertidumbre de saber qué hubiese sido de él si por el contrario hubiese aceptado la oferta de viajar. Conmocionada guardó silencio esperando que su receptor se marchase, no quería verlo ahora, no quería despedirse y por mucho que le retorciera las entrañas no quería verle morir. Lo que sucedió la mañana siguiente solamente ella lo sabía y el portal decidió no extender la tortura, cuando el sol vespertino iluminó hasta el último rincón de aquella pequeña habitación y las lágrimas humedecían las mejillas pálidas de Leah el escenario se desvaneció como ella misma, años atrás, calle abajo hasta toparse con un pequeño caniche y la devolvió a la sala de la pirámide, a metros más de Sajag al igual que la que fue, melancólica y con la vista vidriosa sin saber exactamente qué decir simplemente dándose cuenta que portaba el don de la videncia desde joven sin haberlo interpretado antes.

 

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Sajag no podía evitarlo: sentí un especial cariño por aquella pupila. Entre todo los magos y brujas que habían pasado por su humilde morada, ella estaba en el grupito de tres o cuatro personas como mucho que habían llegado a emocionarle, a valorar su afán por ser una gran Vidente por encima de sus necesidades particulares. Eran el grupo del que saldría, en un futuro incierto, la próxima figura de Arcano cuando él fallara.

 

Por eso, contempló con dudas a la mujer que entraba en el Portal. Se iba a enfrentar... ¿Con ella misma?

 

Esa siempre era la fase más dura de todas, el Portal era sabio y sabía qué prueba debía mostrar o no. Enfrentarse a su misma imagen era de las peores pesadillas con las que tenía que pasar un ser humano. Pero si la superaba, sería más sabia al salir. Espero con impaciencia por primera vez desde hacía mucho tiempo. Aunque él no tenía acceso al portal ni podía ver lo que sucedía en el interior, compartía un mínimo contacto con ella mediante el anillo aún no vinculado que le había proporcionado antes de entrar. Con él, sin llegar a VER podía sentir un poco lo que ella vivía.

 

Y no era bueno.

 

Sufría.

 

Pero era un sufrimiento de dolor interno, no había dolor físico en él. Aunque este dolor era mucho peor, mucho más profundo... Sajag aguantó el golpe que recibió con cierta estoicidad. Su cargo de Arcano de la Habilidad de la Videncia le había dado cierta resistencia a los males ajenos, por su propio bien. Pero hoy lo sentía, había interactuado con ella y se había implicado en su despertar. Sajag estaba preocupado por ella.

 

Le esperó y contempló su rostro al salir. No hizo falta más. Sus miradas interaccionaron más que cualquier palabra que hubieran pronunciado; el anillo de Videncia se había vinculado con la prueba y, ahora, estaban unidos en la habilidad que ahora compartían. Asintió y se acercó a ella. Veía lo que pensaba y lo que iba a hacer, en cuanto saliera de la pirámide.

 

- Está bien, Verónika. Hazlo. Cuando estés ahí fuera y hayas asumido lo que eres, recuérdame. Estaré esperando tu visita. Tal vez podamos hablar de tiempos mejores. Recupérate.

 

No se atrevió a más.

 

Al fin y al cabo, sólo era un viejo arcano a quien le empezaban a pesar los años.

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