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Libro de la Fortaleza


Athena Rouvas
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Samantha se puso de pie desde detrás de la roca recién cuando oyó a Ravenclaw decir que ella había estado excelente. No tenía intenciones de cantar victoria, eso recién empezaba y si esos eran los ejercicios no quería imaginarse como sería la prueba.

 

Escuchó haciéndose la distraída como regañaba a su compañero por comportarse como muggle. Pues bien, ella había ido para aprender magia, pero no veía mal en tomar mano de cualquier recurso para defenderse de un ataque. Si este tipo creía que cualquier muggle habría tenido el temple de golpear a una pantera invisible con una roca conocía muy poco a los muggles. - Como casi todos los magos -pensó para si misma. Hubiese querido mirar a Jeremy con cara de "no le hagas caso", pero algo le dijo que a la que no haría caso sería a ella. Esos dos parecían conocerse.

Y hablando de muggles, oyó cuando Ravenclaw dio su explicación sobre el amuleto de curación. ¡Por los dioses! ¡Si hubiese tenido eso como médica muggle habría podido salvar a todos sus pacientes! Aunque claro, ¿donde quedaba lo interesante del trabajo de investigación científica? De repente se preguntó si se había hecho médica para curar a la gente o solo por la aventura del descubrimiento, o el poder que confiere ser la única que puede hacer tal o cual cirugía. No era un pensamiento muy agradable, pero tenía que asumir que esa era una posibilidad. Que sus motivos no habían sido tan altruistas como quería creer.

 

Ravenclaw presentó dos alternativas. Obviamente Samantha eligió el camino de la izquierda, trato de hacerlo lo mas rápido posible, en algún momento se las tendría que ver con animales, pero mientras pudiera moverse en terreno conocido lo haría. No iba a negar su veta oportunista. Y si algo era muy bien conocido para ella eran los hospitales, incluso en lugares remotos. Se puso el amuleto al cuello y el resto de los anillos en los dedos mientras caminaba por el sendero hacia la zona norte del bosque, recordando los horrores de la guerra. Había sido su último trabajo como médica muggle. Siria. No quería pensar en eso.

 

Al llegar al claro en donde se encontraba el hospital se paró escondiéndose entre la arboleda. Siempre era mejor estar atenta a lo que podía aparecer así podía pensar mejor los pasos a seguir. Una casa antigua, de esas con galerías afuera y una pequeña escalinata a la entrada. Alguien se movía en la galería.

-Pst... pst... señorita... -escuchó una voz detrás de ella, entre unos arbustos.

 

Un hombrecito rengo y lleno de pústulas le hizo señas para que se le acercara. Samantha lo hizo.

 

-Que no la vea- dijo en voz baja el sujeto.

 

Samantha tocó el anillo de salvaguarda contra oídos indiscretos activándolo. si este hombre tenía algún tipo de información sobre lo que ahí ocurría iba a ser de utilidad.

-¿Qué ocurre? -preguntó. El hombre miró a la persona que estaba en la galería del hospital con aprensión.

-Que no la vea -susurró -va a matarla a usted también.

- ¿Qué? - preguntó Samantha- hable tranquilo, no puede oirnos.

- Está loco -respondió el enfermo- además de la plaga tiene algún tipo de locura y contagió a todos a propósito

Ufff. esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. Sin embargo, cuando vio que el desconocido de la galería se dirigía a hablar con otra persona pensó que era el momento más apropiado para utilizar su anillo de escucha. Lo activó y fue hasta la entrada escondiéndose detrás de unos arbustos.

 

- No me importan tus disculpas -estaba diciendo el hombre- tú también morirás. Luego se oyó el llanto de una mujer

 

O sea que lo que le había dicho el hombre rengo, que ahora estaba atrás de ella, era cierto. Ese loco era el culpable de que eso estuviera ocurriendo. Samantha se asomó un poco para tratar de verlo mejor, No tenía varita, evidentemente contagiaba por contacto directo o por aire.

De repente el el individuo miró en su dirección.

 

-¿Quién es usted? -gritó corriendo hacia ella.

 

De inmediato sintió la descarga del anillo detector de enemigos y apenas llego a tiempo a pensar el hechizo

 

-Salvaguarda mágica- dijo para si misma, y el hombre la atravesó cayendo por la escalera. No pudo pensar mucho más. Mientras se le pasaba el efecto del hechizo y ella volvía a ser tangible, llegó hasta el loco que ya se estaba levantando. Sin embargo, débil como estaba, Samantha pudo apretarlo contra el suelo con la rodilla. Probablemente a su profesor esta forma de derribar a alguien le pareciera un método demasiado muggle, pero no sabía si aun no podía utilizar mas hechizos que los que el nombró. Y al fin de cuentas, su "método muggle" era fruto de la fuerza adquirida en las piernas tras tantas horas parada dentro de un quirófano.

Juntó las manos apoyando las palmas contra la cabeza del loco volteado en el piso asegurándose de que al amuleto de curación le estuvieran dando los rayos del sol. El hombre respiró tranquilo y se sentó.

 

Luego hizo lo mismo con el hombrecillo que la había alertado.

- Vamos adentro- le dijo a este- necesito un lugar en donde haya un poco de sol (suponía que tenía que cargar el amuleto entre paciente y paciente). Reúnelos a todos allí y podré curarlos.

El trabajo le llevó un rato, pero ya había dos hombres sanos para ayudarla. Mientras ella curaba a los enfermos, ellos se encargaban de llevarlos hasta el rincón mas soleado del lugar.

Al terminar volvió a cargar el amuleto y buscó la gaveta con el traslador. Ah, ahí estaba.

 

 

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-Sí, señor -Dijo el vampiro asintiendo con la cabeza y mirando el suelo.

 

Tenía razón con instigarlo a usar la magia, el problema de Jeremy era que amaba a los animales y nunca quería dañarlos a menos que sea estrictamente necesario. La adrenalina le había jugado en contra, ya que ni siquiera el animal era real, por lo que podría haber sido mucho más cruel con la bestia. Observó a Samantha un breve instante mientras Keaton curaba los profundos rasguños de la Pantera. La mujer parecía tener mucha seguridad en sus movimientos.

 

El profesor interrumpió los pensamientos del rubio, al explicar cómo se usaba el resto de las cosas que traía ese libro, luego les dio dos opciones de caminos donde debían implementar esos conocimientos, recién aprendidos y útiles a su forma de ver. Sokal no tardó en alejarse por el camino de la izquierda, por lo que Jeremy no tuvo más opción que empezar su viaje por la derecha.

 

La brisa era lo suficientemente fuerte para que pudiera oír el sufrimiento de los animales, mucho rato antes de adentrarse en el bosque y verlo con sus propios ojos. El impacto de ver semejante catástrofe natural, lo dejo unos segundo congelado en el lugar. “Muévete, ayúdalos antes de que mueran”. Se acercó al conjunto de leones pero vio que a pesar de que muchos ya habían muerto, los demás estaban a la defensiva, tal vez sin poder entender qué estaba pasando. Los colmillos y su pose de ataque, le hicieron cambiar de rumbo girando hacia otro lado.

 

El grito de dolor de una madre elefante rompía los tímpanos a cualquiera que estuviera cerca. Su bebé estaba ahogándose en el lago envenenado junto a varios Aethonan que luchaban por salir de allí. Sin perder más el tiempo, el vampiro se acercó primero al elefante. “Orbis Bestiarum” pensó viendo como el destello dorado envuelve al animal. Podía sentir el miedo transmitido a su propio cuerpo, sin embargo intentó tranquilizarse y ordenarle a la bestia que se metiera al río para ayudar a sacar a los que estaban atrapados ahí.

 

Mientras eso empezó a ocurrir, el vampiro corrió al costado y activo el “Anillo de amistad con las bestias” para plantarse frente al grupo de leones. Allí pudo sentir al ahogo del miedo, la confusión y las ganas que tenían de matarlo. “Soy amigo, vengo ayudarlos, no les haré daño” dijo con su mente, acercándose cada vez un poco más. Una chispa de comprensión surgió en los ojos del león, que se hizo a un lado bajando las orejas.

 

-Estarán bien -Dijo el Askar, acercándose a los caídos que sufrían las consecuencias del veneno. Apoyó sus manos en el vientre del animal mientras veía que el topacio del Amuleto de la Curación, que llevaba colgado en el cuello, brillaba con furia dejando fluir su magia. Repite eso mismo movimiento en todo el grupo de leones, hasta que pudo comprobar que no hubiera rastro de malestar. Luego regreso para ver curar al bebé elefante, que había salido del agua y los pocos Aethonan que habían sobrevivido al ahogamiento y al veneno mortal.

 

Un ruido fuerte, hizo que el Askar se pusiera tenso con la varita en la mano, preparado para lanzar hechuzos a diestra y siniestra, pero solo apareció un traslador de la misma agua envenenada. Floto hasta la orilla despidiendo un destello azul. El rubio sabía lo que debía hacer y no se demoró. En unos segundos el tirón de la panza, fue lo suficientemente fuerte para envolverlo en un mundo de colores que lo evaporó del bosque.

 

 

@@Keaton Ravenclaw @@Samantha Sokal

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