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Duelo de práctica.


Matthew Black Triviani
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Él estaba parado, mirando el ocaso frente al mar, con su túnica de color negra de lino que se movía cada vez más lento, debido a que la brisa se iba extinguiendo, con la varita en mano pendiente de que su colega llegara, los cabellos negros y brillantes a los lados de su cabeza bailaban junto con el viento y el resto de su cabellera inmóvil, dejando así su rostro fino y expresivo casi al descubierto, sus refinadas facciones, su blanca piel de tono algo trigueña. Sus delicados labios carmesí, cuyo brillo solo era opacado por el de sus ojos, por ese par de ojos fríos de color avellana que hipnotizaban a quien los veía.
De repente, sintio que era observado y moviendose calmado, oyendo atentamente los pasos y movimientos de su recién llegada colega, como si estuviera al acecho de un animal, dio media vuelta y noto que quien lo observaba se hallaba a diez metros de él; pero al notar que este movía su mano, levantó la varita, lista para atacar y con una voz melódica dijo:
¡Incárcerus!

 

Invocando tres cuerdas que se dirigían a su rival, una ataría sus piernas, otra las muñecas para inmovilizar e impedirle apuntar con facilidad. La última directamente a su cuello para cortar su respiración y entrase en desesperación para que no utilizara hechizos verbales.

 

 

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—Morphos. Susurró

 

Él no la conocía y ella tampoco a él pero ambos compartían algo, la fidelidad en la sangre. Sintió un leve cosquilleo en su muñeca izquierda allí donde la serpiente se enroscaba cuan lengua venenosa saliendo de la boca pétrea de una calavera, Macnair sabía que no podía alzar armas contra alguno de sus compañeros pero Triviani había aceptado un enfrentamiento a modo de práctica por lo que sobreviviría al ardor. La túnica oscura que portaba rápidamente mutó en lo que las cuerdas viajaban en su dirección, una hábil distancia de diez metros donde se detuvo a patear unas cuantas rocas del tamaño de nueces, en una avispa marina que se aferró al cuello del joven con cada uno de sus filamentos ponzoñosos. Matthew estaría envenenado en cuestión de segundos y la criatura marina caería presa de la asfixia a sus pies para regresar a su principal función, ser una prenda.

 

Aquel sitio parecía ser una especie de playa pero no veía arena bajo sus pies. Había logrado mantener el equilibrio cuando las primeras cuerdas se afianzaron a sus piernas —por suerte no habían ido a sus tobillos— por lo que conseguía apreciar el mar a espaldas de su rival y el precioso horizonte incendiado por los últimos rayos solares, la noche caería sobre ellos y así mismo la completa oscuridad. El suelo se volvería frío y pedregoso pues debajo de la suela de sus zapatos de cuero podía sentir la irregularidad de aquello que no es de obra humana y las sombras harían mella en su enterizo color vino tinto volviéndola difícil de predecir aunque con aquella cabellera de fuego saltaba a la vista su ubicación.

 

—Evanesco. Pensó.

 

Tenía las manos casi unidas pero aquel encantamiento no requeriría de puntería ni poco más. Así que fue la cuerda que le cortaba el flujo de oxígeno la primera en desaparecer antes de que le pudiese causar algún contratiempo como el que ahora tenía su compañero ¿cómo lograría quitarse del sistema el veneno de avispa? sin perder la posibilidad de colocar en jaque a la Nigromante, claro.

 

—Dime ¿dónde estamos?— Preguntó con una media sonrisa afianzando su varita de nogal negro.

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Apuntó su varita hacia la camisa que traía bajo la túnica y tras pronunciar Morphos esta se convirtió en un bezoar que ingirió automáticamente para purgar su sistema de cualquier toxina o veneno que haya quedado en su cuerpo, el cual ahora estaba con su torso desnudo en vista de su colega. Ahora se comenzaba a sentir algo avergonzado, sin embargo los entrenamientos físicos le habían ayudado a mantenerse en buena forma. Al final estaba planeando su jugada, y no dejar que los impulsos lo llevasen.

 

El lugar era cálido, incluso por las noches, así que no se preocupó por levantar su túnica del suelo, ya que había logrado desprenderse cuando la avispa cumplio su funcion de envenarlo. Aun podía sentir las pequeñas brisas que daban ese toque de un ambiente dramático, como los muggles enfrentamientos del desierto.

 

En alguna playa ubicada cerca del caribe... Un lugar agradable, digamos. Respondió e hizo bailar su varita entre sus dedos.

 

Expelliarmus! exclamó con fuerza. Ningún muggle podría escucharlos en ese atardecer. Se había encargado de aquel detalle con antelación. El rayo rojo que surgió de su varita salió disparado directo al pecho de la bruja.

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¿El caribe? Enarcó una ceja, nunca había estado en zonas tropicales y honestamente no hubo reparado en la ubicación geográfica cuando aceptó el enfrentamiento por mero entrenamiento. Una lástima que el sol ya se estuviese poniendo tras su espalda puesto que podría haberse bronceado un poco al menos para aprovechar la breve escapada. Matthew había reaccionado bien ante la defensa por parte del veneno pero sus movimientos no hubieron sido óptimos o rápidos para agrado de la pelirroja quien había sido entrenada desde el minuto cero por la mejor Profesora de duelo de todo el mundo mágico, Leah Ivashkova, así que tras un parpadeo el tablero se giró a su favor.

 

—Silencius.

 

No había aprovechado las intercalaciones que por norma le correspondían, podría bien haberse ante puesto al encantamiento que desapareció la cuerda que se cernía en torno a su cuello pero no lo hizo así que con un simple y elegante movimiento prácticamente imperceptible —porque aun tenía las muñecas atadas— de su varita había silenciado el Expelliarmus antes de que viese los últimos rayos solares y la noche cayera gélida sobre la playa y el par de personajes. Tiritó un momento, lo magnífico de los sitios donde reinaba el calor era el contraste nocturno, Macnair adoraba el frío así que ahora danzando con el vaivén de su túnica oscura le sonrió de lado, con picardía.

 

—Nunca te fíes demasiado... Morphos

 

Siendo un efecto nuevamente no requirió de una puntería precisa. La túnica que yacía a centímetros más de sus pies, por no haberla movido, se transformó en una pequeña viuda negra que picó su empeine y buscó huir de ser aplastada, una vez más el mago se veía envuelto en el veneno de una alimaña y la mueca de satisfacción de la pelirroja se ensanchó para que a diez metros éste pudiese apreciarla. Lo cierto era que la bruja era una de las mujeres más bellas de la familia gracias a los buenos genes de su padre y no siempre aceptaba tales ofertas aunque se tratase de un compañero de bando, simplemente le daba la espalda a cualquier persona del sexo opuesto.

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