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Libro de la Fortaleza XXIII


Keaton Ravenclaw
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Keaton estaba por implementar varias cosas dentro su clase, y dentro de estos cambios, era separar a los estudiantes. Estaba cansado de los aprendices que no se esmeraban en pasar las pruebas e incluso de aquellos que ni siquiera llegaban a ellas por su inconstancia. Los Libros de Hechizos estaban diseñados para poner a prueba todos los sentidos de los chicos, y en el caso del de la Fortaleza, diseñado para fortalecer las herramientas que tendrían para cubrir aspectos básicos en una batalla, pero si no demostraban lo suficiente... bueno, pasaba lo que dos de sus estudiantes de aquel mes ya conocían.

 

Era por ello que en esos momentos, dos de sus elfos domésticos, Lancy y Poeta, estaban secuestrando de sus sitios a Jeremy y Maida. Lancy llevaría a Maida a Château de Noisy, en Celles, Bélgica. La situaría en el sótano de la edificación y la Yaxley no sabría que estaba en un castillo abandonado hasta que no fuera superando las pruebas que Keaton le impondría. En el caso de Jeremy, Poeta lo llevaría al Castillo de Beersel, en Bruselas, Bélgica. Al igual que a Maida, se le colocaría en el sótano de la edificación y éste no sabría que estaba en un Castillo abandonado hasta que no fuera superando las pruebas que el Ravenclaw le impondría.

 

Alumno:

 

Tu clase será diferente a la de aquellos que son nuevos en el aprendizaje del Libro de la Fortaleza. Al conocer sus secretos, ya no tendrás una clase convencional, sino que deberás pasar por una prueba mayor al haber fallado en ocasiones anteriores. Para confirmar que estás dispuesto a esta prueba, deberás lanzar a la puerta del sótano donde te encuentras un hechizo flagrate (lista de hechizos neutrales). Con esto, en el lugar donde estás se activará un hechizo anti-aparición y tampoco podrás llamar a ninguna criatura. En cuanto realices este paso, te mandaré la siguiente tarea.

 

Atentamente

Keaton Ravenclaw

Profesor del Libro de la Fortaleza.

 

 

 

Esta nota se encontraba suspendida en el aire, con letras de fuego que solo estaban allí esperando ser leídas, y en cuanto esto sucediera, se borrarían sin más, dejando a los estudiantes a la espera de la siguiente indicación. Esto era por completo diferente a la clase que Keaton llevaría con Fiamma. En su caso, una hermosa carta con una caligrafía estilizada, le llegaría mediante una llama azul del Fénix de Keaton, Azura. Esta nota le indicaba que debía presentarse en el Castillo Real de Laeken, donde vivían los miembros de la familia Real Belga. Una vez allí, empezaría la clase para los tres estudiantes.

 

—Bien, las cartas están echadas, el destino dirá si el cambio es correcto o solo un tropiezo más en mi desempeño docente —Se dijo a sí mismo mientras terminaba de matar a los Reyes de Bélgica. Aquello sería todo un acontecimiento, los diarios muggles estarían atiborrados de noticias, pero eso era harina de otro costal y sus tres estudiantes jamás se enterarían de las atrocidades del mortífago.

Editado por Keaton Ravenclaw

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Fiamma se encontraba cansada, pues desde que había regresado a Ottery con los Granger, no había tenido un momento de paz, salvo su llegada quizás. Una comida, escuchar a los hermanos Joaquín y Valeskya pelear constantemente, la llegada de una bruja de origen asiático y ver a su prima Zahil que parecía estar acostumbrada a todo el alboroto y actuar como si no pasara nada. Pero ella no lo estaba, proviniendo de un lugar donde la tranquilidad predominaba, parecía que su estancia en esa mansión era más de lo que ella misma podría soportar.

 

Caminó por los pasillos de la mansión mientras que con sus manos, intentaba darse un masaje, pues el dolor de cabeza parecía algo constante.

 

- ¿En qué casa de locos me he metido?-

 

Pronunció en voz alta, sin preocuparse porque alguien pudiera escucharla, pues no lo decía con mala intención. Quería mucho a sus primas y pasara lo que pasara, ella estaría ahí y estaba segura que ellas también harían lo mismo por protegerla. Solo tenía que acostumbrarse al cambio de vida: entre los Granger y su ingreso a la Orden, ahora tenía mucho en lo que su mente podía mantenerse ocupada. También había algo muy importante en lo cual tendría que pensar: en que ya estaba por iniciar el curso que la pondría a prueba: la fortaleza y la destreza que tendría que aprender y en algún momento demostrar en el campo de batalla.

 

Abrió la puerta de su habitación y se sentó al borde de la cama; no tenía ni unos instantes de haber hecho eso, cuando apareció una llama azul frente a ella, la cual la tomó totalmente por sorpresa. Antes que pudiera reaccionar, la llama desapareció casi tan rápido como había llegado, no sin antes dejar caer en sus manos una carta con una excelente caligrafía. Fiamma suspiró al leer el contenido, pues no esperaba que el llamado a su clase fuera tan pronto. Dobló cuidadosamente la hoja y la guardó en uno de sus bolsillos.

 

- ¿Bélgica? Lugar tan extraño al que hay que ir… lleno de muggles.- Dijo en voz alta al tiempo que Wormy entraba a la habitación. - Por favor, avísale a los chicos que permaneceré fuera de casa por un tiempo, ya les contaré luego de qué se trata todo esto ¡Nos vemos! - Habló apresuradamente al tiempo que se asomaba por el balcón y agitaba su varita para desaparecer con rumbo a su clase.

 

Apareció en un claro, justo en una parte de los amplios jardines del Castillo Real; estaba confundida, era un lugar poco común en donde se llevaría a cabo la clase. Sin embargo, procuró tomar todas las precauciones posibles para que los muggles no se percataran de su presencia. ¿Cómo podría aparecer sin que la gente de seguridad no se diera cuenta o le preguntara qué hacía alguien como ella en ese lugar? Sacó la carta para volver a leerla una vez más y confirmar que no se encontraba en el lugar equivocado.

 

Finalmente decidió avanzar cuidadosamente, guardando la carta y su varita, muy a su pesar. Observaba para todos lados, sin dejar de pensar lo curioso que era que nadie saliera a su encuentro, o más bien el hecho de que no parecía haber nadie cerca. Se apresuró a llegar lo más cerca de la entrada del castillo, cada vez más desconcertada por la situación. Vio que parecía estar desierto, lo que le hizo suponer que había magia de por medio, la suficiente como para alejar a todos esos muggles; arriesgándose a que alguien la viera y la tratara como intrusa o peor aún, como una especie de terrorista, llegó a la entrada del castillo. Empujó las puertas principales y éstas se abrieron lentamente, provocando una especie de eco.

 

- ¿Hola? – Preguntó al tiempo que permanecía en la entrada.

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Ya ni siquiera recordaba qué número de intento por llevar el Libro de la Fortaleza era este, y si a eso había que sumarle todo lo que había pasado desde la primera vez, por la única razón que aún se mantenía ahí, era por dos personas en específico. Sin esa motivación, bien podría la Yaxley seguir papando moscas en la intimidad de su habitación. Estaba segura de no tener Fortaleza, se lo había demostrado a sí misma una y otra vez a lo largo de aquellos meses, y ni siquiera estamos hablando de la clase, sino de la vida en general.

 

La próxima prometeré una criatura y listo —susurró mientras reaccionaba al rapto del elfo doméstico y veía las letras del mensaje del profesor desaparecer.

 

Caminó por el sitio unos momentos, tratando de adivinar dónde estaba. Era claro que era un sótano dada la ausencia de ventanas y de luz, lo que le recordó tomar la varita y aprovechar la poca luz que habían brindado las letras del profesor esos segundos para apuntar a la puerta y lanzar el hechizo indicado. Una fina línea roja se dibujó sobre la madera de la puerta, dejándose a sí misma sin posibilidades de nada, que no fuera habilidad propia, cediendo a los caprichos de esta nueva temática.

 

A lo mejor en el Libro del Caos el iba mejor, ese era el estado actual de sus emociones, de sus sentimientos, y controlarlos, sería genial. Al menos le buscaría un rumbo a su vida, algún horizonte, más cercano o más lejano, a estas alturas ya daba igual. Esperaba ansiosa las siguiente indicaciones, y trataba con todas sus fuerzas de ignorar el olor a humedad que se impregnaba al ambiente. ¿Dónde estarían? Frío no sentía, y ruidos tampoco, ni siquiera de alimañas que usualmente pululaban por ese lado. Pensó que ni siquiera esos cuatro ojos regañándola valían la pena semejante sacrificio, pero no se veía perdiendo una promesa por su debilidad, y Maida ya había tomado esa determinación.

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  • 2 semanas más tarde...

―No nos agrada esta situación Rouvás.

 

―Pensé que solo los enviaría a sitios diferentes pero cercanos entre sí, dudo mucho que pueda sobrellevar un buen aprendizaje de esta manera.

 

―No más carta blanca, precisamos que endereces un poco este caos.

 

* ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ *

 

¿Qué otra alternativa tenía? De partida fueron los mismos guerreros Uzzas quienes autorizaron tal travesía separados unos de otros y ahora ponían el grito en el cielo augurando que no era una buena elección ¿Quién los entiende? El problema es que tendrá que utilizar trasladores y escoger una ubicación en donde reunirlos. Podría haber ido por cada uno utilizando un portal pero no se le hacía buena idea que vieran algo tan avanzado aún; todavía faltaba para que alcanzaran esos conocimientos que pertenecían al Druida.

 

Caminó de un lugar a otro dentro de su despacho, cual león enjaulado, hasta decidirse al final por un lugar. Escribió tres notas y las envió a los muchachos.

 

 

¡Hola!

 

Este viejo pergamino es un traslador que te llevará a tu nuevo destino, ¡no olvides sujetarlo con fuerza!

 

Tal vez fue demasiado escueta pero no contaba con demasiado tiempo.

 

Ella misma tomó otro y dejó que la magia la llevara hasta Neist Point, o fin del mundo escocés. No hay demasiado paisaje que admirar, es un acantilado con un terreno más bien carente de objetos salvo por las piedras de diversos tamaños. También se logran ver un par de cercos, y un faro, el cual no está tan deteriorado con el paso del tiempo pero tampoco tiene personas habitándolo, es más que nada un acierto para los turistas que se atreven a llegar. Aunque en estas fechas hay una disminución bastante más pronunciada de ellos.

 

Rouvás espera de pie y con la varita en mano a que Fianma, Maida y Jeremy lleguen de sus respectivos lugares. Una vez que lo hacen no tarda en tomar la palabra.

 

―Lamento el cambio tan repentino. Soy Athena Rouvás, y tomaré las riendas de lo que queda de clase. ―Toma una bocanada de aire, el viento allí es un poco más agresivo de lo normal. ―Se que debe ser algo confuso pasar de un lugar a otro pero creo también que es mejor si todos aprenden y practican a la vez, así si hay dudas se pueden resolver entre todos. No se si Keaton les habrá pedido que lleven su ejemplar del Libro, pero espero que ustedes hayan sido lo bastante curiosos como para darle un par de miradas a sus páginas.

 

Hizo una nueva pausa para proseguir.

 

―El Libro de la Fortaleza cuenta tanto con hechizos como con algunos amuletos que nos pueden ser de bastante utilidad. Tenemos por ejemplo el anillo de amistad con las bestias. Tal vez recuerden que para dominar a un hipogrifo se debe mostrar respeto y que este responda favorablemente, bueno con este anillo podemos saltarnos un poco ese paso, aunque también tenemos el Orbis Bestiarum que causa el efecto obediencia, incluso en animales creados por un Morphos.

 

Hay una aves a unos 300 metros, no son demasiados grandes pero a esa distancia no se anima a decir un nombre en concreto.

 

―¿Ven a esas aves de allá? ―Las señala. ―Deberían intentar practicar con ambas cosas con ellas, aunque tengan cuidado de acercarse muy bruscamente, podrían picarles un ojo, o llamar a sus amigas.

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Los minutos pasaban y sin que la Yaxley lo supiera, hacía unos diez, caminaba en círculos pequeños. Estaba aterrada, tanta inamovilidad no era nunca buena señal, tanto silencio tampoco, incluso la tenue iluminación roja ya se había extinguido. Lo único en lo que podía pensar su mente, era en ser atacada de un momento a otro por una ave gigante de rapiña y sin magia...bueno. Iba a gritar por ayuda, a lo mejor esa era la prueba, admitir que uno no podía con todo. Hay que ser lo suficientemente valiente para aceptar cuando uno no da para más. Si, eso, gritar.

 

 

Y justo cuando iba a mostrarle al mundo de qué NO estaba hecha, el sótano dónde estaba, se iluminó y un nuevo pergamino apareció. Chasqueó la lengua mientras leía una y otra vez el escueto texto. ¿La asignación era dejarla sin lugares que visitar la siguiente vez que decidiera salir de vacaciones? Estaban haciendo un trabajo genial entonces. Respiró con fuerza y tomó el pergamino para dejar que la boca del estómago se le hiciera un nudo.

 

 

Jamás me acostumbraré a cualquier medio de transporte que no sea un tren —se quejó en un murmullo cuando por fin quedó en su sitio—.

 

 

La ventisca era fuerte, pero luego de estar por tanto tiempo con el aire viciado, era un alivio y se paró a disfrutar de su melena corriendo de lado a lado por su cara. Escuchó con una sonrisa la presentación de la mujer que los había reunido, y aunque no veía de momento a más gente —más que nada por los ojos cerrados—, supuso que contrario a su primer pensamiento, no tomaba la clase sola. "Al menos hay una profesora nueva a quién decepcionar", pensó mientras suspiraba aliviada de que Keaton no la vieran fracasar por enésima vez. Maida no solía ser una bruja pretenciosa, pero al menos con esta clase, algo de orgullo se le había despertado.

 

 

Yo no traje el libro, pero como que me lo sé un poquito de memoria —comentó mientras mostraba los accesorios que venían con él—, así que por mi lado no tendrás preocupaciones de teoría. En la teoría soy una mejor bruja que Morgana —bromeó—, el problema conmigo siempre es la práctica.

 

 

Alzó la vista para ver a las majestuosas aves, sonrió. Su suposición acerca de las aves de rapiña a lo mejor no estaba tan lejos de la realidad. Miró a una de ellas, e inmediatamente presionó el dedo dónde llevaba su anillo, pensó en el hechizo de Orbis Bestiarum y esperó. Segundos más tarde, la preciosidad de animal estaba planeando el aterrizaje a menos de dos metros de dónde se encontraba ella. El mar, el acantilado y el ave, que bonita triangulación de cielo, mar y tierra. El animal picoteó el suelo unos momentos, en busca quizá de algo de alimento. La sentía nerviosa, quizá gracias al hechizo de Athenas se había alterado el curso ya propuesto para su vuelo, sí, a lo mejor eso era. ¿Qué era lo que tenían que hacer ahora, exactamente?

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Se aventuró lentamente un par de pasos mas dentro del Castillo. Esta vez con varita en mano. A esas alturas, ya estaba segura de que había magia de por medio, era obvio en el hecho de que no aparecieran muggles. Lo curioso era que tampoco aparecía el profesor, otro alumno, nadie, nada. Volvió a mirar la carta, era la ¿tercera vez? que lo hacía. Y si, ahí estaba claro: Castillo real de Laeken.


Regresó a los jardines, justo al claro en donde había aparecido. Deseó en esos momentos que en el mundo mágico existieran los teléfonos para poder comunicarse a la Universidad. Si bien en el mundo mágico tenían sus propios métodos de comunicación instantánea, ninguno le era útil en el momento. La distancia era demasiada para ir y venir por medio de la aparición; y no podía conjurar un patronus ya que el maestro no era miembro de la Orden del Fénix, se delataría. No que importara mucho ante la ausencia de mortífagos, pero no podía arriesgarse.


-¿Qué es eso?


Un movimiento llamó su atención. De reojo había observado algo caer a su derecha. Con varita en mano volteó de inmediato preocupada por que fuera un objeto peligroso y en realidad deseando que solo fuera una paloma. Para su sorpresa, era un viejo pergamino. Se acercó y lo tomó al tiempo que murmuraba: -¿Para quién podrá ser?


No había duda de que era para ella. Esos pergaminos solo se usaban en el mundo mágico. Además, no existía otra explicación para la manera en que llegó. Lo abrió y leyó su contenido.


-¿Traslador?- preguntó en voz alta y desconcertada. Por alguna razón le habían cambiado el destino y ese pergamino era el traslador que la llevaría a la nueva ubicación. -¿Serán estas las pruebas de las que todos hablan?


Un resplandor iluminó el pergamino y Fiamma se preparó para lo que veía. El familiar jalón en el ombligo se hizo presente y la bruja contuvo la respiración durante el trayecto hasta que este hubo terminado. Aterrizó y empezó a tomar conciencia del lugar al que había sido trasladada. Estaba en un acantilado que tenía un olvidado faro, unas cercas y rocas de diversos tamaños. Los colores, la escena, el clima, parecía que estaba en Escocia o Irlanda.


La directora de la Universidad la esperaba, esa si era una sorpresa. Cuando todos hubieron llegado, Athena les dio una breve explicación de porqué se encontraban ahí y que ella tomaría las riendas de la clase a partir de ese momento. Al hacer mención del libro, Fiamma recordó que en su bolso tenía ambos libros que poseía y todos las anillos y amuletos consigo, 5 anillos y 2 amuletos para ser exacta. Ya se había leído el libro, por lo que asiente a la directora para darle a entender qué conocía ya la teoría.


-Manos a la obra- responde a la indicación de que deben practicar los hechizos con unas aves que se encuentran a cierta distancia de ellos. Toma una posición que le permite tener a las aves de frente, se asegura de tener el Anillo de amistad con las bestias y elige una de las aves que se encuentran mas alejadas del grupo.


Repite en su mente: Orbis Bestiarum y observa como un anillo dorado envuelve al ave. Esta inicia el vuelo dando una vuelta alrededor de su bandada, eleva su altura y después se gira dirigiéndose hacia donde se encontraba Fiamma. Al llegar, el círculo dorado desaparece y el ave deambula a los pies de la bruja. En realidad no estaba segura si debía hacerla volar hacia ella, pero prefirió seguir los pasos de su compañera de clase. Así si acertaban o fallaban, al menos lo harían juntas.

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Aunque había conjurado el hechizo de Orbis Bestiarum, no lo había puesto en práctica del todo, sólo lo había usado para tener un as guardado bajo la manga. Vio a su compañera, al menos no iban a ser devoradas en la más absoluta soledad.

 

¿Crees que podemos lograr que bailen o hagan algo similar? —bromeó mientras se pensaba sobre si acercarse un poco más al ave o no.

 

El mar golpeando contra la roca que formaba el acantilado les proporcionaba una banda sonora bastante calmada con la que sus pensamientos podían fluir sin atropellarse los unos a los otros como normalmente sucedía. O al menos, le sucedía a Maida. Alzó la mano derecha y vio como el ave dejaba de juguetear con las piedrecillas del suelo para enfocar la mirada en ella. Si, pobre, estaba muy lejos de su rumbo fijo y quería zafarse de algo que ni siquiera lograba comprender. La entendía mucho mejor de lo que podía expresar.

 

No me pone demasiado cómoda limitar su libertad, profesora —murmuró con delicadeza, tenía que seguir sus indicaciones, pero tampoco era una cría, podía y debía expresarse si estaba en contra de lo que sucedía ahí dentro.

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Cuando había estudiado el libro, le había costado entender la diferencia entre el Anillo de amistad con las bestias y el propio hechizo Orbis Bestiarum. La teoría es relativamente sencilla, el problema es llevarlo a la práctica. "Por eso precisamente es que se realizaban los cursos", pensó en aquella ocasión.

 

Ahora, con animales reales frente a ella, era fácil entender la diferencia. Esa ave que había ordenado volar en su dirección, se encontraba ahora picoteando sus botas y revoloteando a su alrededor. Si bien había personas que tenían ese efecto, a Fiamma nunca le había sucedido algo así.

 

-Supongo que si, deben de obedecer. Mas no creo que sean tan graciosas al bailar- respondió al comentario de su compañera.

 

Observó a su compañera y la interacción que llevaba con el ave que había ordena volar. Se sintió incómoda, como si fuera una intrusa en la intimidad de alguien mas.

 

Se giró y sacó de su bolsillo una galleta. La partió en pequeños pedazos y colocó uno a uno en la palma de su mano mientras el ave picoteaba y comía los trozos.

 

-Esto es raro. Antes, solo he manipulado animales invocados a través de magia- evitó decir que en batallas contra mortífagos muchas veces. -Hay una fuerte sensación de poder al forzar a una criatura a obedecerte.

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—Créeme que tampoco me gusta coartar la libertad que tienen, no es la misma sensación que se produce cuando los animales son creados por Morphos como bien dice Fianma. —Respondió a Maida aprovechando el comentario de Phoenix. —Pero en más de alguna oportunidad te podría ser útil.

 

En su mayoría las familias mágicas poseían algún ejemplar de animales increíbles y estos no siempre eran recibidos con los brazos abiertos por todos los miembros de la familia. Algunos eran más fieros, o simplemente escuchaban a quien los crió, dejando a la deriva su comportamiento con otros. O tal vez podía darse la situación de tener que enfrentar una bestia en estado salvaje. Mucho más complicado y con menos chance de salir airoso; era allí donde aquel anillo, o el hechizo contribuían un vital aliado para safar bien.

 

Fue una vista rápida al primer Libro. Ahora venía el turno del que les ocupaba, cuya mayor constitución eran amuletos o anillos de variados usos.

 

—Bien, ¿alguna vez han tenido la sensación de fluir como el agua? ¿de ser ligeras, y capaces de cualquier cosa? Esto nos ofrece el Libro de la Fortaleza, el hechizo llamado Salvaguarda Mágica. Al realizarlo, uno se puede volver intangible e incluso atravesar cosas rocas o puertas. El movimiento es el siguiente... —Les enseñó el movimiento adecuado con la varita. — Su duración es bastante corta de modo que deben tener el cuidado de ser rápidas sino podrían quedar atrapadas en lo que están atravesando y ese si que sería meterse en problemas con el Ministerio. Vamos, les daré 5 minutos para que lo practiquen.

 

Y las dejó que se reubicaran como mejor les pareciese para practicar el hechizo. Aunque al parecer a las aves no les había caído muy en gracia el ver a las intrusas moviendo la varita por todos lados. Estaban en alerta.

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La explicación que daba Athena del hechizo Salvaguarda Mágica era muy descriptiva. De inmediato transportó la mente de Fiamma a esa sensación de la que hablaba y la bruja se encontró deseando utilizarlo lo mas pronto posible. Sentirse ligera y volverse intangible era una magia que hasta el momento no había experimentado. pese a todos sus años dentro de la comunidad mágica, su magia y poder aún era muy limitado.

 

Trató de imitar el movimiento correcto con la varita, mas no lo logró a la primera. La directora fue paciente y repitió la acción para que la bruja pudiera captar bien los sutiles movimientos que lograrían que conjurar el hechizo fuera un éxito. Una vez lo hubo logrado, lo repitió un par de veces mas antes de repetir el nombre del hechizo en su mente con la intención de conjurarlo.

 

"Salvaguarda Mágica", pensó. De inmediato una sensación de frescura recorrió su cuerpo. Algo así como sumergirse en agua de manantial después de un caluroso día. Esa sensación de frescura daba paso a la ligereza de la que habló la profesora. Fiamma lo pudo sentir en sus huesos, en su piel, pero sobretodo en su mente. De repente sintió que realmente podía atravesar cosas.

 

Apuntando con su varita al ave que momentos antes revoloteaba a su alrededor, le ordenó quedarse quieta y se encaminó hacia ella. La atravesó como una brisa cualquiera que sopla en un prado. El ave quedó desconcertada, asustada.

 

-Quizás no debí practicar con ella- dijo con pena.

 

Acto seguido, volvió a conjurar el hechizo y caminó entre una formación rocosa que se encontraba a su izquierda. No se atrevió a dar mas de 3 pasos largos. Temía que el efecto terminara y ella quedara atrapada entre las rocas. Si bien creía que la directora sabría cómo ayudarla, también estaba segura de que sería muy doloroso.

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