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La libélula encantada (MM B: 111815)


Dorothy Anne
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- Hay una cosa que nunca me has dicho ¿quien diseño esa armadura?

 

- Ah, pues....un amigo del Valle.

 

- Ya, pero, ¿quien?

 

- Tu lo conociste, Alex ¿le recuerdas?

 

- ¡Ah, si, Alex! ¡Es un genio!

 

- Tiene que serlo, para diseñar semejante invento. Una absoluta genialidad.

 

- ¿Esta patentado?

 

- Por supuesto que no, es muy secreto.

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Dorothy creía que el concepto de familia estaba sobre valorado, pero ahí estaba ella, aferrada a su papel de tonta, de ingenua, cada vez que aparecía Isaac. No podía entender como, siendo el único pariente que aún vivía –o que no se había marchado de forma repentina- tenía una actitud tan cruel y déspota. Luego de su primer encuentro lloró durante horas con una sensación de asfixia que le aplastaba el corazón, ¿por qué las emociones tenían el poder de hacer sentir tanta miseria? O mejor dicho: ¿por qué los humanos tenían ese poder?

 

Isaac era el mismo chico con el que pasó las tardes de verano empuñando la espada, con las verdolagas de espectadoras y el intenso azul del cielo protegiéndolos. Lo recordaba sonriente, blando, feliz… añoraba con recelo aquellos días llenos de la esperanza e ilusión de un alma primitiva, pero entre todas las cosas añoraba a Isaac.

 

Levantó su vista y se encontró con la mirada grisácea y dura de él. No había dejado de observarla en ningún momento. Se sentía juzgada y menospreciada. est****a. Isaac tenía el talento de reducirla a lo más bajo con su simple presencia. Dorothy exhaló, como si su cálido aliento pudiese derretir el muro gélido que su tío creó en los últimos años, ¿qué le había sucedido?, ¿era una víctima de fuerzas oscuras? O simplemente víctima de la vida…

 

—¿A caso no tienes que atender tu negocio?, ¿o es que eres tan inútil que no sabes cómo hacer?

Dorothy respiró, cerró sus ojos, reflexionó.

 

 

—¿Qué te pasó, Isaac? —se acercó un poco más a él, con la vaga ilusión de poder ver su interior. —Es decir, tu vida debió haber sido muy infame como para encontrar placer en el sufrimiento ajeno…

 

Sus palabras salieron lentas y pausadas, sin embargo la actitud de Isaac fue a opuesta. En menos de un segundo tomó su cabello y la jaló con fuerza. Dorothy sintió como si parte de su cuero cabelludo se quemase. El aliento de su tío acariciaba su oreja, pero sus palabras azotaban el fondo de sus entrañas.

 

 

—Jamás, escúchame bien, jamás vuelvas a decir algo así.

 

En cuanto pronunció lo último la soltó con la misma brusquedad. Dorothy lanzó un grito ahogado y se tapó los labios con sus manos. Sus ojos estaban más abiertos de lo normal, por unos momentos el asombro ocultó su tristeza, pero después no se contuvo, y las lágrimas.

 

 

Él la miró, desconcertado también, como si no entendiese lo que estaba pasando.

 

 

—Lo siento… —se limitó a decir, esta vez no la miró.

 

Cuidadosa, cortó la distancia que había entre ambos y recostó su cabeza en su hombro. ¡Era su tío, se lo habían regresado!

 

 

—Está bien, todo va a estar bien.

 

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- Pero....os lo podian copiar.

 

- Lo veo dificil, la tecnologia que requiere esta a años luz de lo que se conoce hoy dia.

 

- ¿Estas seguro?

 

- Completamente. No olvides que tenemos contactos en el mundo muggle, esta tecnologia tardaran años en conocerla y, bastante mas, en desarrollarla.

 

- No lo imaginaba.

 

- Lo se. Seguro que cuando te puse el cinturon te quedaste perplejo.

 

- Un poco si, pero confiaba en ti.

 

- Gracias.

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  • 4 semanas más tarde...

La Delacour llegó al centro cultural en horas de la tarde, habría preferido llegar más temprano pero los asuntos del museo le habían robado más tiempo de lo esperado, pero al menos había conseguido dejar todo en orden para la revisión que realizaría el ministerio con base en las nuevas normativas que había lanzado para el mantenimiento de locales en el callejón Diagon.

 

Apenas entró al lugar no pudo evitar que en su rostro se dibujara una sonrisa ante la cantidad de gente presente en aquel sitio, sobre todo porque la mayoría de sus visitantes eran niños interesados en los talleres que se dictaban en el centro cultural y que lograba sacar a flote sus habilidades. Era sumamente reconfortante ver como los pequeños se desenvolvían felices en cada una de las áreas que escogían llevar a cabo.

 

Se dirigió a su oficina sin embargo no permaneció en ella, tomo los documentos que necesitaba y se fue directo al jardín donde estaba la cafetería, ya había pasado toda la mañana encerrada en una oficina y no seguiría en lo mismo por lo que faltaba de día. Así que llevando todos sus documentos hasta una pequeña mesa en la cafetería cerca a los rosales se dispuso a trabajar no sin antes pedirle a Katy un delicioso capuchino. En esas condiciones adoraba trabajar, además de que las rosas por su belleza le recordaban a su hermosa novia, esperaba ver pronto a la Triviani para alegrar su día.

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La clave del cinturon del que hablamos es que crea una especie de "campo de fuerza" alrededor del que lo lleva. Puede rechazar cualquier cosa, incluso los hechizos mas letales. Theo y yo lo usamos durante la batalla de Hogwarts por dos razones. La primera es que queriamos estar alli pero sin correr peligro. Con la gran cantidad de hechizos que se lanzaron y puesto que no todos dieron en el blanco a nadie le extraño que no nos afectaran.

 

La segunda razon es que yo me habia comprometido con la novia de Theo a salvar su vida a cualquier precio. Y yo siempre cumplo mis promesas. Supongo que muchos se sorprenderan por eso pero ¿sabeis de lo que es capaz una mujer enamorada? Yo si se de lo que es capaz, de saberlo en peligro ella habria vuelto y se habria puesto en peligro tambien. No podia correr ese riesgo.

 

Y esa es la clave de toda esta historia.

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Hacía algunos meses que ya habíamos estado en el local de Dennis aunque en esos momentos no recuerdo si sabíamos que lo era pero al menos ella no nos había atendido, en realidad creo que el local era de ella y de otra ex compañera de bando, pero no estaba del todo seguro, aquel día habíamos prometido regresar, una por que jamás habíamos terminado de recorrerlo, al final nos habíamos quedado a pololear (como se dice en la jerga chilena) con Darla tomando tecito y robando con permiso claro esta una que otra flor para mi dueña.
Aquel día me había adelantado y salía primero del banco, debía enviar unas cartas muggle a amigos de ese mundo para que me contaran que tal iban las cosas pero ya habíamos quedado con Darla que nos encontraríamos en la Libélula para comer algo, o tal vez esta vez si terminar el recorrido de ella, igual quería comprarle algunas cosas a los elfos si se podía, así que por todos lados podría haber ganancias.
Tras ingresar al callejón de nuevo por la puerta que había aparecido en el muro de ladrillo escuche como esta se cerraba de nuevo tras de mi, iba jugando con unas monedas muggles que me habían dado de vuelto tras pegar las estampillas, creo que Darla hubiera creído que era un disparate gastar tanto en ellas, y en realidad si estaban un poco caras para la última vez que las había usado.
En tan solo unos minutos estaba frente a las puertas de la libélula, silbaba a ratos mientras que esperaba la llegada de la Potter Black.

 

@@Dennis Delacour @@Darla Potter Black

Editado por Seba Granger

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Pero la historia de todo esto es bastante mas complicada y la recuerdo como si fuese ayer.

 

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Venia de darle a Theo las ultimas novedades y entonces le comunique mi decision

 

- Se aproxima una batalla en Hogwarts y tu te mantendras al margen.

- No puedes impediermelo...
- Si puedo. Y lo hare. Prometi a Dumbledore y a Dap que te protegeria. ¿No querras que sufra ella?
Ahi me atrapo. Por nada del mundo haria sufrir a Dap. ¡Pero que listo era este hombre!
- Tu mandas, pero no se como vas a lograrlo.
- Ya lo veras ---añadio enigmatico--- estaras enmedio de la batalla sin sufrir un rasguño. Debes dar testimonio de ello...

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Dorothy abrió los ojos y se encontró con los rayos incandescentes del sol, que brillaban desde lo más alto y abrazaban calurosamente cada centímetro de su piel. Era una suerte que el desgarrador invierno se marcharía pronto, llevándose consigo la ociosidad que se escondía bajo mantas tibias y chimeneas encendidas

 

Abandonó el jardín y se dirigió al gran pasillo, que reinaba por su silencio y paz. Se acercó a la fuente del jardín central, cuya característica principal era la presencia de una especie de libélulas nadadoras, en lugar de simples peces. Las criaturas se desplazaban con una armonía lenta y seductora, como si todas fuesen guiadas por una melodía externa a los humanos. Dorothy sumergió sus manos en el agua, con la ilusión de retener a una, pero estas sutilmente se desviaron para continuar con su camino.

 

Vio la figura de Charlotte acercarse a la entrada, al parecer había llegado un nuevo visitante, solo que aún esperaba por alguien. Dorothy se preguntó por su Dennis, habían pasado semanas desde la última vez que la vio, tantas que aún no le había comentado de la carta hallada detrás del cuadro de Rose, y muchos menos de la visita que planeaba hacerle al viejo Ailbert.

Suspiró justo antes de regresar al jardín, ¿era acaso una pérdida de tiempo gastar sus energías en el misterioso amor de dos fallecidos?

 

Por alguna razón pensar en el tema, analizar conclusiones e imaginarse acontecimientos encendía su espíritu. De ratos se sentía terriblemente culpable, sintiendo que no vivía su propia vida, sino que más bien extraía lo mejor de anécdotas ajenas y las hacía parte de ellas. Se preguntaba si había roto esa delgada línea entre la curiosidad y la intromisión, pero de otra manera estaría siendo injusta consigo misma y con la sedienta necesidad de sentir, que la había acompañado desde el comienzo de sus días.

 

Sonrió al vislumbrar la silueta de la rubia hablando con Katy, y no dudó en acercarse.

 

—Dennis, qué gusto verte por acá. Desde hacía tiempo que no nos topábamos.

 

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Bien, dije que te protegeria y lo voy a hacer. Toma, ponte esto.

Me tendio un curioso cinturon con una hebilla plateada y dos botones, rojo y azul.
- ¿Para que quiero esto...?
- Pontelo.
Me lo puse. No tenia nada de particular, o eso creia.
- Si aprietas el boton azul se formara un campo de fuerza a tu alrededor que anulara cualquier hechizo ¿entiendes? cualquiera. Si te digo que lo aprietes hazlo, si no por mi, hazlo por Dap.
Lo hice, no note nada en particular.
- ¿Notas algo?
- No
- Hare una prueba, no te asustes. ¡AVADA KEDAVRA!
El chorro de luz verde se dirigio hacia mi. Lo mire con cara de horror pero...antes de alcanzarme,,,reboto y se desvanecio.
- ¡Funciona!
- ¡Pues claro! ¿Creia que te pondria en peligro? Es un invento muggle. Avanzadisimo hasta para ellos. Lo diseño un amigo en nuestro valle, es una medida de seguridad extra, yo tambien lo llevo.
- Y todo esto es para que no corra peligro ¿no?
- Asi es. Tu debes verlo y dar testimonio, es imprescindible que sobrevivas ¿me entiendes?
- Obedecere tus ordenes.
- Desactivalo cuando yo te diga y solo en ese momento. Noto que ya estan levantando las defensas exteriores del castillo. ¡Preparate!

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Isaac Currington

 

Mis visitas a Dorothy ya se habían vuelto recurrentes. La mayoría de las veces la encontraba sentada sobre el pasto, en el jardín de su negocio, otras veces caminando por el Callejón o incluso merodeando a las afueras del Bosque Prohibido. Dada a mis limitadas charlas y explicaciones, ella también adquirió un semblante más taciturno y hostil. A mí (he de confesar) aquella actitud infantil y obstinada me causaba la mayor de las diversiones. Nadie, ni siquiera Dorothy que se jactaba todo el tiempo de tener una postura neutral, había evitado caer en mi juego.

 

''Te tengo justo donde quiero'' pensé una tarde cuando la vi cruzarse de brazos y alargar un silencio que le empezaba a incomodar.

 

Le di un mordisco a la manzana y la vi mirarme con el rabillo del ojo mientras fingía contemplar el horizonte. Estaba ya cansando de todas las evasivas que había logrado con el sarcasmo de mis palabras. Confesarle que me había convertido en un asesino destruiría la pureza de su mirada sobre mí, y lo poco ''puro'' que me quedaba. Me mentía diciendo que la única intensión de mi visita era protegerla, pero en realidad solo escapaba de la soledad y la culpa que me atormentaban desde esa noche…

 

—¿Crees que la cordura puede llegar a ser una enfermedad? —me quedé callado. Ella continuó su repentino monólogo.­ — Es decir, esa idea rumiante de querer hacer el bien, de querer actuar correctamente todo el tiempo, hasta el punto de no pensar en ti mismo. Pero luego recuerdas que no pensar en ti también está mal, y buscas ese punto intermedio entre los otros y tú, y no lo encuentras. Entonces comienzas a preguntarte ¿qué es actuar correctamente?, ¿dónde se encuentra la sabiduría de las acciones cuando la mayoría de las veces alguien —por alguna y otra razón— termina afectado?

 

—¿Has lastimado a alguien? —pregunté mientras me sentaba frente a ella. ''Al menos no eres una asesina''

 

Ignoró mi pregunta.

 

—Y también tenemos a la locura, que en teoría se opone a la cordura. ¿No son los locos más felices al no pensar en el impacto de sus acciones? Solo importan ellos, nadie más que ellos. Y no sé tú, pero los locos que yo he visto parecen felices, solo se afligen cuando la sociedad los reprime, ¿pero quién reprime al cuerdo cuando todo lo que hace es ''correcto''? ¡El cuerdo se reprime solo!—esta vez me miró. —. Partiendo desde esto: la cordura es sinónimo de desdicha y la locura de felicidad… ¡Qué Odisea tan absurda!

 

En ese momento una risa salió desde el fondo de mis entrañas explotó de la manera más sonora. Me hablaba de locura y felicidad a mí, que me había convertido en un asesino y que no había tenido un solo minuto de paz desde mi condena impuesta. No dejaba de reír, me faltaba el aire, aunque se sentía muy bien poder hacerlo de esa forma tan atolondrada. Cuando finalmente me calmé y la sobriedad volvió a mi rostro, hablé.

 

—Hablas con mucha propiedad, sobrinita. —acaricié sus cabellos castaños. No dejaba de ser una niñita ilusa y reprimida. —, pero cuéntame, ¿has estado del lado de la locura? Dices que es sinónimo de felicidad cuando jamás has estado ahí. ¿Te atreverías tú a matar a alguien?, ¿a ver el sufrimiento carcomiéndoles el cuerpo mientras suplican piedad?

 

Dorothy abrió sus ojos como platos, parecía sorprendida por el giro que le daba a la conversación.

 

—Me refería a la locura como un estado mental con el que algunos nacen. Yo… jamás hablé de asesinos —con ambas manos apoyadas sobre el pasto se impulsó para apartarse unos cuantos centímetros de mí. —, ¿acaso tú has asesinado a alguien?

Editado por Dorothy Anne

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