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Nigromante vs Leah Ivashkova


Arya Macnair
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Ámbar.

 

Aquel sitio resultaba por demás familiar para ambas y por ello lo hubo escogido. La brisa marítima mecía sus cabellos rizados con una gracia adorable propia de su rostro angelical, el sol a media asta arrancaba destellos rojizos de cada mechón cobrizo y cuando volteaba buscando a la mujer de sus sueños alguno que otro le cosquilleaba en la nariz. Siempre volvía al mismo lugar pero no como un círculo vicioso sino como quien desesperadamente necesita aferrarse al único espacio geográfico en donde lograse sentir paz, allí en aquella playa donde todo hubo comenzado Ámbar conseguía que su corazón se desbocase de una forma dulce y dolorosa a la vez; donde la conoció era donde deseaba volver a tenerla y no dejarla ir jamás.

 

Ésta vez no se daría por vencida y quería demostrárselo de la única forma en que Leah podía fijar aquellos ojos verdes que le descolocaban con total y completa atención, un enfrentamiento mágico. Varita en mano y con los pies descalzos en la arena sonrió de lado observando el muelle a lo lejos, las tablas estaban colgando, al parecer alguien había hecho destrozos por demás en su ausencia más curiosamente la cabaña que recordaba como una montaña de escombros estaba erguida con magnificencia. Las esperaba, con su presencia acogedora buscaba albergar sus cuerpos febriles más tarde.

 

Inspiró tranquila, le agradaba conocer el lugar donde muchísimos años atrás le hubieron tenido cautiva, a grandes rasgos parecía un propio caso de estocolmo pero la joven Delacour estaba enamorada no había forma de negarlo. Exhaló. El salitre se le pegaba en los pulmones y el viento arremolinaba granos de arena que hacían picar su piel de vez en cuando por ello fue no fue capaz de divisar a Ivashkova cuando surgió en la escena, tan perfecta como un fénix de sus cenizas. Se frotó un ojo rápidamente y su cuerpo entero tembló, sus fosas nasales habían captado el aroma de la fémina y sus reflejos se activaron ¿por qué? pues había tenido una buena maestra cuando niña.

 

―Sole mío― Sonrió ampliamente, sus ojos ambarinos refulgieron ―Celerus, Kaidan

 

El brillo en su mirada vomitaba los sentimientos que profesaba hacia ella más en ese efímero segundo en que sus labios sisearon el encantamiento éstos se opacaron ligeramente para instaurar el más profundo de los miedos en Leah. La Ángel Caído se vería (de forma mental) limitada a protegerse sin intercalar pues así el hechizo se lo haría creer, como si todos sus conocimientos y prácticas no sirviesen contra la Nigromante porque era el rango que la pelirroja ostentaba, curiosamente.

 

―Fuego negro. Susurró

 

Una elegante y cerrada floritura hizo aparecer una pequeña bola de energía oscura sobre su hombro izquierdo, la luz reflejaba sobre su piel salpicada por pecas, desnuda donde un fino vestido veraniego de tonos rojizos no cubría, por sobre las rodillas y enseñando un escote que se asemejaba a una maldición imperdonable, mataría a cualquiera que se fijase en él.

 

―Ti conquisterò e resterò per sempre al tuo fianco.

 

Sonrió, casi por un segundo quiso evadir los diez metros que las separaban y rodear su cintura para no tener que separarse nunca más pero lo haría a su manera.

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Esa playa le traía tantos recuerdos que estaba empezando a sentir dolor de cabeza. No podía definir cuál de ellos era más reciente o más antiguo, saber con exactitud si había sido con la Ámbar bebé o con la Ámbar adulta. Había cariño, dolor y sufrimiento en cada grano de arena y el viento azotaba su rubia melena, haciéndola ondear como un recordatorio. De que ella había estado ahí, repetidas veces, y que ahora volvía por la misma persona. Ámbar. La joven la esperaba de pie entre la selva y el mar y una agradable sensación de comodidad la invadió.

 

Se veía preciosa, podría haber sido parte del entorno si se lo proponía. Ese cabello rojo ondeaba al viento como el fuego de una fogata en su mejor momento y casi podía olerla desde donde estaba, por encima de la sal. Aún con los ojos entrecerrados, debido al sol, podía ver su rostro y apreciar su belleza, lo bonito de su atuendo. Cada vez que la veía se le olvidaba, por peligroso y amoral que fuera, de que había sido -era- su tutora en la infancia. Se detuvo un poco más cerca de lo que ella había pretendido pararse, alejándose de troncos, la cabaña y cualquier otro objeto. A su alrededor había arena y poco más.

 

-Ámbar -pronunció ese nombre muy despacio, casi como un cumplido. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

 

Pero no le dio tiempo de decir nada más. Un brillo en sus ojos, como una maldición asesina, se reflejó en los suyos antes de sentir un miedo desmesurado. Terror, incapacidad para adelantarse. Era un sentimiento infundido y más desagradable incluso que sentirlo realmente. No podría sacar ventaja, al menos no de la forma tradicional, así que sería complicado. Como a ella le gustaba. La segunda acción de Ámbar sucedió y un "Click" en su cabeza pudo escucharse por toda la orilla. Sabía qué hacer.

 

-Celerus... -agregó velocidad a sus hechzos y luego pensó.

 

Levicorpus.

 

Había invocado el Fuego Negro demasiado cerca de su hombro y aún en su primer nivel, era una molestia; al alzarla por el tobillo con un lazo mágico, la pequeña bola de fuego azabache quemó su cuerpo. Le había quitado una acción sin ningún esfuerzo y al quitársela, le impedía adelantarse a la que ella estaba por hacer.

 

Confundus.

 

Su varita de cerezo emitió un chasquido casi imperceptible y vio cómo los ojos de Ámbar se volvían opacos por un segundo. Segunda acción fuera, lo que significaba que no podría hacerse cargo de la tercera.

 

-Séneca -con una elegante floritura, sentenció a Ámbar a una última acción verbal, la próxima que hiciera en el turno siguiente.

 

La sonrisa que había aparecido en su rostro al llegar solo se ensanchó en ese momento. No había sudado, no se había preocupado ni una sola vez, casi como si no acabara de darle la vuelta al duelo en un segundo. Seguía impoluta en su túnica de combate, casi angelical debido a la tela blanca. Tal vez esa era la gracia de su rango, ser letal al tiempo en que parecía ser algo más. Se inclinó ante ella en una reverencia tan bonita que podría haberla hecho alguien con años de práctica en el ballet.

 

-Cariño mío -le soltó, divertida.

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¿Sería posible que la Ángel Caído no desease su permanencia? Estuvo tentada a preguntar mientras su piel se erizaba producto de las quemaduras que por un momento aletargaron sus movimientos. Allí de cabeza seguía viéndola tan hermosa como una gema, como el cristal más exquisito y exótico del mundo entero, de esos que solamente se pueden conseguir cavando miles y miles de metros hacia el centro de la tierra. Leah era, en pocas palabras, el único ser humano que podía voltearle el mundo de forma literal y en sentido figurado; la amaba con cada partícula que conformaba su ser. La sonrisa boca lo demostraba, enmarcada por dos delicados e infantiles hoyuelos aunque bien podría confundirse con los efectos del segundo encantamiento utilizado por su rival, un golpe certero a su mente.

 

―Necromantia Lingua. Susurró

 

Habría querido ser más clara pero no lo consideró necesario. Tan pronto como el séneca se formuló en Ivashkova e hizo acto de presencia en el campo de enfrentamiento la propia acción fue negada salvando casi por dos pelos de rata calva la garganta de Delacour y su melodiosa voz de sirena. Era increíble como en un abrir y cerrar de ojos la mujer había dado vueltas las cosas, cuando Ámbar creía haber lanzado un as ella simplemente pateaba el tablero con la elegancia de una bailarina siempre torciendo todo a su favor. No por nada resultaría ser su mentora cuando fuese capaz de sostener una varita (que ella misma le obsequiaría) y pronunciar los hechizos sin errar sílabas; la pequeña Ámbar se encontraría en esos momentos paseando por Roma corriendo de la mano de Massimo, su tío, sin saber que en aquel plano se disputaba su permanencia con ella misma.

 

Una verdadera dicotomía. Una trágica contradicción ¿Cómo una madre podría escoger entre su bebé y la misma niña ya formada, una completa desconocida? o mismo uno se podría preguntar cómo alguien tendría pulso para escoger a alguien que amaba por sobre un pequeño infante con toda una vida por delante, si es que el sentimiento era mutuo.

 

―Así que.. esa es la cabaña ¿no?― Preguntó señalando a espaldas de la rubia.

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