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Libro de la Fortaleza XXIV


Mia.
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Más de tres meses habían pasado desde su última visita al Ateneo de Poderes y Magias Guerreras, y contrario a lo que podría pensarse en este momento no estaba allí para cursar el último libro que por el momento los Uzzas estaban enseñado. En esa ocasión, era porque los directivos de la Universidad y los Guerreros habían acudido a su casona para pedirle suplir la clase, debido a la baja del último profesor del libro de la Fortaleza, algo que era oportuno para sus planes mensuales.

 

Esbozando una media sonrisa, meditó un momento acerca de las principales áreas de acción de su vida; eran tres. La administración, la cual llevaba día a día con sus labores como directora dentro del Banco Mágico, sus funciones como mortífaga dentro de la Marca Tenebrosa y finalmente, la docencia que impartía no solamente en Hogwarts, sino también en esa ocasión dentro del Ateneo y que algunas ocasiones había tenido la posibilidad de compartir sus conocimientos con sus compañeros de bando.

 

Considerando la monotonía de sus actividades, negó con lentitud y se propuso que ese mes, tendría que hacer algo diferente al menos con la clase que impartiría del Libro, no podía mantenerse siempre bajo la misma línea. Eso significaba terminar de planear los detalles del viaje que haría con su hijo Joseph, quien era el alumno que tendría ese mes, si bien, no sería tan complicado en otro momento, en se sí porque irían a América, continente del cual él había huido.

 

Eligiendo unos sencillos jeans, con botas y una blusa blanca, ató su cabellera en una media coleta y tomó entre sus manos la bolsa con los amuletos y anillos del libro de la fortaleza, así como el pequeño libro, los cuales guardó entre las bolsas de la capa de viaje que cubría sus hombros. Finalmente, antes de salir de la casona de su familia, escribió un pequeño mensaje para el mago, indicándole que lo vería en los jardines.

 

—¿Estás listo para viajar a México? —cuestionó en cuanto notó su presencia detrás de uno de los frondosos árboles que los rodeaban, si sin siquiera saludarlo, necesitaba conocer su respuesta— Sé que es difícil, pero el Espacio Escultórico en la Ciudad Universitaria de una universidad muggle, parece ser un sitio indicado.

 

Guardando silencio, esperó la respuesta del joven y haciendo un movimiento con su varita mágica, siseó un <Fulgura Nox> abriendo un portal, que los conduciría hasta ese sitio en cuestión de segundos. Todo estaba en manos de la decisión que tomará el menor de sus hijos.

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El chasquido de las manecillas del reloj generaban un eco en su cabeza, como si el Black Lestrange hubiese decidido dormir dentro de una cueva vacía. Abrió los ojos de golpe, y miró hacia el escritorio. Una pequeña nota reposaba sobre éste, no parecía haber sido escrita por él.

 

Se levantó de la cama, frotándose los ojos y colocándose las gafas para poder ver de qué se trataba. Siendo versado en cualquier forma de comunicación, reconoció la letra de la matriarca. Mía, su propia madre. ¿Para qué lo necesitaría en los jardínes, acaso lo reprendería por sus constantes desapariciones de la mansión?

 

Los rayos de sol ya se asomaban por encima de las copas de los árboles, por lo que Eobard decidió darse prisa. Apenas encontró sus tenis deportivos oscuros, debajo de su cama, y tras haberse asegurado de cepillar sus dientes, bajó a toda velocidad por la escalinata de la mansión familiar. Dio un par de pasos, hasta alcanzar a la rubia, de quién le extrañó verla con un atuendo orientado al bajo perfil.

 

¿México? Estuve un par de veces ahí, lindo país. opinó, hurgando entre los bolsillos de los jeans para cerciorarse de que llevaba lo necesario. La varita y el anillo en forma de rayo, que mutaba según el poder que necesitaba. Cualquier cosa, es mejor que encontrarse bajo el ojo del MACUSA, así que, sí, estoy listo.

 

Reconoció el hechizo que la directora del Banco Mágico realizó, porque había sido el mismo empleado para salvar sus vidas durante aquel último curso en Hogwarts. ¡Qué memorias! A la par de su madre, y de nueva cuenta, profesora, cruzó el portal, intentando darse una idea de a lo que se enfrentarían del otro lado del Océano Atlántico.

 

Sus pies se tambalearon ligeramente al contacto con la nueva superficie del lugar. Bajó la mirada, para encontrarse con un terreno irregular; roca volcánica, o eso daba la impresión. Habían arribado a lo que, de no haber escuchado que se trataba de un espacio escultórico, lo habría confundido con un centro ceremonial o algo más macabro. Lo que los rodeaba, era una figura circular, con bloques de concreto a manera de cerco, como si se tratara de piezas de domino.

 

Ciudad Universitaria. Okay, oficialmente me siento en un deja-vu.

 

Llevó sus manos a las mangas de la playera de rayas, al experimentar un clima más amigable que el de Inglaterra. Parecía como si, en una de las miles de posibilidades existentes, el joven Black Lestrange conociera aquel lugar. Pero, no podía perder de vista la razón para que se encontrarán en dicho espacio.

 

Entonces, ¿qué es lo que esperamos encontrar aquí? inquirió, dirigiendo la mirada hacia Mía. Tampoco tenía idea de que la mortífaga conociera México; algo nuevo había aprendido. Digo, a menos que exista el rumor de un mítico tesoro enterrado bajo la roca volcánica, creo que no elegiste este lugar al azar.

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El clima, sin duda era mucho más cálido que en Inglaterra, tanto así que con un movimiento rápido de su arma mágica desechó su capa de viaje y quedó con la cómoda vestimenta muggle. Al tratarse de una universidad de ese tipo, no quería llamar demasiado la atención y se alegró de que su hijo estuviese bajo la misma línea, mirándolo con diversión, asintió ante su comentario de sentir que vivía un deja-vú. Alguna vez, había visitado aquel sitio pero la principal diferencia no radicaba en las carretas y puentes que ahora cercaban el espacio, sino en su crecimiento como persona, era diferente ahora.

 

Ninguna de mis decisiones es al azar, en realidad es para enseñarte a usar todos los poderes referentes al Libro de la Fortaleza —soló comenzando con su camino por el pequeño camino cercado por algunas plantas y piedras— En este sitio, podemos usar al menos dos anillos de los que te brinda el libro, ¿cuáles crees que sean?

 

Continuando con su andar, esperó a que su hijo le respondiera su pregunta llegó hasta la zona de la entrada... aquella que en esos momentos se encontraba cercada por algunos jóvenes universitarios o preparatorianos o incluso cchacheros(?), que estaban visitando ese hermoso lugar creado para lucir esculturas monumentales, respetando parte de la flora y fauna dejada después de la erupción volcánica del Xitle. Por lo que tomándolo del brazo, le pidió que no les hicieran notar su presencia porque a simple vista eran un par de turistas.

 

Además, ¿por qué crees que sería útil usar esos anillos? —añadió unos segundos después, ingresando hasta el sitio en el cual diversos triángulos convergen para formar un anillo enorme, que en su interior guarda parte de la reserva de la biosfera de la que esa universidad es guarda— ¿Crees que nos noten diferentes a ellos? —señaló a los estudiantes y espero la respuesta de su hijo.

 

Conocía la respuesta y era que sí, porque desde el momento de mostrar su rubia cabellera libremente al igual que su piel blanca, desentonaba con los rasgos de aquel sitio, así que negando lentamente, recurrió a la metaformagia para cambiar el color de su cabello por uno negro y su piel, hacerla un poco más morena, en cuanto a su hijo, pues él tendría que seguir con su estado actual, porque no iba a hacer cambios en él.

 

Notando, como se reunían entre sí los presentes y los señalaban un par de veces, supo que los habían identificado como diferentes y que tenían que saber qué decían, así que miró fijamente al Black Lestrange, esperando que lograra armar las piezas del rompecabezas que segundos atrás le había dado con los anillos y la situación que se vivía.

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Habría sido la burla, de haberse caído de aquella roca en forma de cresta sobre la que había puesto los pies. Por suerte, su madre le indicó que le siguiera al tiempo que se impulsaba para apoyarse sobre otro de los vestigios de la erupción del Xitle. Sin duda, un geológo se sentiría como pequeño en dulcería de estar ahí. Debí traer unas botas, pensó el castaño, saliendo de aquel pequeño embrollo.

 

Mientras se aproximaban a la entrada de la zona, escuchó atentamente las palabras de la profesora. Casi por instinto, se llevó la mano derecha al bolsillo donde guardaba el anillo en forma de rayo. Supuso que, como en la primera ocasión que había cursado el libro, se le permitiría hacer uso de su magia para efectos de la clase.

 

Quiero pensar que te refieres al Anillo de Escucha y al de Salvaguarda contra Oídos Indiscretos. respondió Eobard, colocándose el aditamento en el dedo índice. Dudo mucho que haya enemigos cerca. Eso quiero pensar. Parecen...personas demasiado estresadas.

 

Justo en ese momento, pasaron cerca de un grupo de al menos siete estudiantes, todos ellos bastante distintos unos de los otros. Incluso, había uno que portaba una vestimenta totalmente blanca, a juego con una larga bata. Apenas vieron a la rubia y su hijo, comenzaron a cuchichear entre ellos; ¿qué podría ser, acaso eran sus tonos de piel, su cabello, o la peculiar combinación de ropa? Era algo incierto.

 

Giró la vista para opinar al respecto, cuando se encontró con una vista distinta de su madre: su fisionomía había cambiado, disolviendo ligeramente la atención que causaba en los transeúntes; el problema, era él, porque seguía pareciendo como extranjero.

 

Bueno, en vista de que somos el centro de atención, supongo que no queda opción.

 

El anillo en el que reposaba el rayo dorado, adquirió una tonalidad bronceada, con bordes de oro, indicando que ya podía hacer uso de los poderes antes comentados. No obstante, decidió concentrarse en aquel círculo que los señalaba, ese dónde hasta unos sujetos enfrascados en sus dispositivos móviles habían volteado a verlos, dejando de lado toda discreción.

 

Llegaron a su mente todos esos comentarios al respecto, algunos aislados, como temor por los exámenes, frustración por tener un equipo que no colaborara, el plan para hablarle a una persona que le gustaba a alguien, entre otras cosas. Se concentró, disipando las conversaciones más lejanas, y entonces captó la información.

 

Encuentro este poder bastante útil para espiar conversaciones que podrían ser interesantes. En el campo de batalla, sin duda, una ventaja sobre el enemigo. se tomó una pausa antes de responder qué es lo que había escuchado. Nos ven como unos estudiantes de intercambio que han venido a tomar un par de fotos para subir a algo llamado...¿Instagram? Supongo que es por nuestra apariencia física, más que por la vestimenta.

 

Considerando que se encontraban a una distancia relativamente próxima a los estudiantes, uno habría temido que escucharan al Black Lestrange mofarse de sus prácticas adolescentes. Extendió la mano hacia su madre, mostrando el detalle en el anillo.

 

Por otra parte, la Salvaguarda contra Anillos Indiscretos es lo que impide que escuchen lo que decimos. Creo que es más efectivo que un Muffliato, pues pasa desapercibido como una pieza más de joyería.

 

 

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Escuchaba las palabras dichas por los estudiantes, se había colocado el mismo par de anillos que su hijo. Jamás se imaginó, la simplicidad de las conversaciones de los muggles, siempre pensó que se volverían más interesantes con el pasó del tiempo, aunque lamentablemente se había equivocado y lo corroboró al escuchar como un par de chicas, hablaban sobre la idea de acosar a un joven con preguntas solo por incordiar, pero se recordaron que eran buenas personas y lo desecharon, quedo únicamente la opción de que aquel buen sujeto tomará la iniciativa y cooperará.

 

Negando lentamente, observó detenidamente a su alrededor. Sí, estaban estresados pero también había algo más en su aura y entornó, algo que la hacía ponerse un poco en guardia para no invocar su varita mágica y causar que alguno de ellos sufriese algún accidente, por lo que simplemente prestó atención a la explicación dada por el Black Lestrange, alegrándose de que hubiese hecho su tarea anteriormente.

 

—Estás en lo correcto, es interesante ver como pequeños objetos resultan más útiles en ocasiones, aunque los hechizos siempre serán mis favoritos… aunque, negar que son más discretos los anillos sería mentir. —concedió con tranquilidad— ¿Quieres conocer algún sitio más? —preguntó retóricamente, indicándole que era momento de abandonar ese espacio y que continuarían con su enseñanza en algún otro espacio.

 

Comenzando con su camino, abandonó aquella zona cubierta con rocas y algunas plantas, sintiendo como poco a poco el calor comenzaba a aumentar, consiguiendo que la humedad guardada por la vegetación comenzará a evaporarse, causando un bochorno un tanto molesto, si molestó porque sin duda, no era algo a lo que estuviesen acostumbrados. Al instante, en que consiguieron llegar hasta el Universum, meditó un segundo y le pidió que pararan allí.

 

Una especie de parada fue su elección, porque justamente un camión llamado PUMABUS, se detuvo frente a ellos y deseosa de continuar con sus aventuras le indicó que subieran. Una vez que estuvieron cómodamente sentados en un par de asientos, sacó un anillo del interior de una bolsita, y se lo mostró a su hijo.

 

—Es el anillo detector de enemigos, dudo que sea necesario, pero de momento podrías explicarme los fines para los cuales fue creado. —cuestionó.

 

Observando como poco a poco comenzaban a recorrer y pasar frente algunos edificios de la universidad, esbozó una sonrisa, cuando vio que pasaban por debajo de un puente y segundos después llegaban hasta una rampa en forma de caracol, en donde le indicó que debían bajar.

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¿Mencioné qué tengo una debilidad por cierto tipo de joyería? inquirió el Black Lestrange, mientras tiraba del pecho de la playera a manera de ventilar su torso. Comenzaba a odiar un poquito el clima del sur de la Ciudad de México. Sobre todo, por esos anillos que guardan pequeñas lanzas venenosas.

 

A medida que se aproximaban a lo que parecía ser una pequeña glorieta, con una amplia edificación de tonalidad ladrillo como principal atractivo, captó más conversaciones ajenas; comenzaba a gustarle el invadir la privacidad de las personas. En la parada en que se detuvieron, había dos sujetos, que parecían discutir sobre una práctica de campo.

 

Uno se mostraba reacio a ir, mientras que el otro, imploraba que fuera, ya que básicamente era su modelo a seguir, y no podía hacer nada sin su apoyo.Peculiar conversación, que le sacó una pequeña risita, mientras revisaba el confuso plano de las rutas de autobus. Hasta que, abordaron uno de dichos armatostes. Hizo una mueca al tomar asiento, acostumbrado a espacios más acojinados, pero no le molestó del todo. Prestó atención al nuevo objeto que le mostraba su madre.

 

En teoría, está diseñado para avisar al portador de un ataque dirigido a sí mismo, o hacia su familia. Aunque, una duda de su funcionalidad, cuando se trata de una amenaza demasiado banal, como una broma pesada. ¿Puedo?

 

Se había concentrado tanto en aquel tercer anillo, que no había prestado atención al trayecto. Dejaron atrás el espacio escultórico, para dirigirse al norte del campus. Mientras descendían, con tres cuartas partes de los pasajeros originales, examinó sus alrededores. A unos diez metros, se encontraba una amplia avenida, por la que circulaban una serie de vehículos no mágicos, destacando la presencia de un autobus rojo, con franjas amarillas. Y del otro lado, a sus espaldas, un enrejado que resguardaba una de las facultades, en cuyos jardines reposaban cientos de universitarios, agobiados o en calma ante la situación semestral.

 

De acuerdo al mapa, estamos cerca de la Escuela Nacional de Trabajo Social. Nombre curioso, y algo me dice que es nuestra siguiente parada. Tras ello, me gustaría visitar la Facultad de Ingeniería, tengo un presentimiento sobre ello.

 

En ese momento, una persona que llevaba en sus manos un par de cafés en envases desechables, tuvo la desgracia de colocar su calzado sobre un peligroso charco. Las personas en la parada del Pumabus, sólo miraron la escena, sin lograr reaccionar a tiempo. La joven se fue de espaldas, propulsando la bebida hirviendo hacia los dos Black Lestrange.

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—Pequeño detalle que no me habías mencionado aún, pero no diré que me sorprende —respondió ante su comentario relacionado a la joyería—. Hay muchas cosas que aún no sé de ti. —concedió con una media sonrisa.

 

Le divertía lo que provocaba el extravagante clima de la Ciudad de México en su hijo, porque si bien la temperatura era algo (muy) elevada a comparación de la de Londres, al menos era un tanto soportable o quizás lo sentía de ese modo porque su piel bronceada o quizás, simplemente estaba adaptándose bastante rápido al entornó que los rodeaba. Sin entenderlo realmente, negó con lentitud y observó como intentaba su hijo leer un mapa que se encontraba delante de ellos, lo entendía poco y prefería seguir sus instintos.

 

Señalando la edificación que había denominado como Escuela Nacional de Trabajo Social, le indicó que era el sitio al que debían ir, y justo antes de ponerse en marcha sintió como una pequeña vibración salía de su anillo detector de enemigos y esperaba que sucediera lo mismo de el del Black Lestrange, para que entendiera que justamente esa era el aviso que tenía como finalidad prevenirles del peligro para que pudieran evitarlo. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápida, porque sintió como el café derramado por una joven morena de estatura baja caía sobre sus ropas, produciendo una pequeña sensación de picazón en donde existía contacto con su piel.

 

—Ten más cuidado… —soltó sin poder evitarlo en un siseo— Esto esta caliente. —añadió blasfemando, intentando retirar las prendas de su piel.

 

Al ver como la muchacha intentaba disculparse con ellos, simplemente le regaló una mueca que parecía ser una sonrisa y le indicó con la mano que simplemente los dejará en paz. No deseaba su ayuda y mucho menos, que intentara limpiar con papel higiénico lo mojado de sus prendas, por más que hubiese sido un accidente; era molesto. Respirando profundamente, se calmó un poco evitando de ese modo que las ganas de usar su magia para hacer pagar su error se fueran.

 

Una vez que estuvo sola con su en esos momentos alumno, simplemente retomó el rumbo de su enseñanza para aprovechar el haber sido manchada con la bebida. Levantando parte de su blusa, dejó a la vista la parte rojiza de su piel sobre su vientre, indicándole que seguramente él al ser aún de tez más blanca que la suya en esos momentos, estaría de un tono más rojo.

 

—La vibración que sentiste hace unos segundos, era el anillo intentando evitar que sufriéramos este percance, pero como le tomamos importancia aquí estamos —comenzó con tranquilidad—. Ahora, hay que curar estas pequeñas quemaduras y para eso usaremos el curación. —un vez que lo dijo, sintió como su piel se reestablecía.

 

Esperando que se entendiera que básicamente funcionaba igual que un episkey, soltó un suspiró controlando por completo sus emociones y resignándose a oler a café, además de ir manchada de tal sustancia durante toda su estancia en esa institución no Mágica. Tomando del brazo al castaño, cruzó la calle y llegó hasta una parada que rezaba “Frontón cerrado”, para indicarle que era mejor que continuaran con su recorrido alrededor de la reja que impedía el ingreso de los estudiantes por los jardines de la escuela.

 

Una vez que llegaron al estacionamiento, esbozó una media sonrisa e ingresaron lentamente. La escuela sin duda alguna, era pequeña pero bien cuidada y bastante bonita, porque tenía tan solo cuatro edificios y algunos jardines, los cuales eran utilizados por los estudiantes. Fijando su vista en un mural, negó con lentitud… al comprobar que habían alterado con ese tipo de arte esa pared, sin duda algún grupo radical del estudiantado.

 

Siguiendo con su camino, avanzaron solo unos pasos más para llegar hasta la cafetería, en donde un grupo de tres muggles hablaban acerca de como un examen no había sido lo más idóneo para ellos. Al parecer, eran visitantes como ellos, porque se notaban divertidos pero un tanto reservados, al menos dos de ellos, porque un tercero estaba de pie caminando hasta una pequeña barda que dividía la cafetería de la biblioteca.

 

— ¿Qué crees que haga Pascualin? —preguntó, al captar el nombre del joven— Supongo que es el estrés. —añadió con una sonrisa.

 

La situación era cómica, sí.

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Dejando de lado el hecho de que estamos en una clase de la Universidad, creo que es una interesante concepto de tiempo de calidad entre un hijo y su madre.

 

Entre sus forcejeos con la vestimenta, y la incómoda sensación producida por el clima, el castaño dejó ir una risa por lo bajo. De todos los lugares, aquel mundano recinto parecía no molestarle del todo. Era como si, bajo la fachada de albergar una infinidad de futuros profesionistas, tuviera ciertos indicios de magia. Y no dudaba, que uno que otro mago mexicano frecuentara el lugar.

 

Resopló al ver que la mancha de café no se quitaría fácil de la playera, más aún, porque era de tonalidad crema, por lo que parecía como si hubiese sido quemada con un cigarrillo. Mismo caso, en la manga derecha, que le daba la apariencia de haberse caído en un charco de fango. Odiaba tanto el ensuciarse así, que su expresión fue de desconcierto conforme se adentraron al estacionamiento de la escuela, que, como gran parte de sus alrededores, estaba cubierto por un cerco de metal.

 

A eso era lo que me refería...Creo que una mancha de café no es suficiente como para matarnos. concedió Black Lestrange, quien en esos momentos se miraba el cuello, alrededor del cuál colgaba un pendiente de topacio que no recordaba haber poseído antes. ¿Qué pasa con el sentido de decoración de estas personas? No había visto tanto metal desde que visité Gringotts por primera vez.

 

Suspiró, restando un poco de importancia al asunto, y se enfocó en curar la quemazón que en ese momento comenzaba a hacerse presente en su muñeca derecha, y en el estómago. Pasó sus manos encima de la ropa, con la mayor suavidad posible, concentrándose en sanar el malestar. Al no ser una eminencia en el campo de la curación, logró disminuir el dolor, más no la coloración.

 

Por suerte, nadie se daría cuenta de tal detalle en su cuerpo, gracias a la propia vestimenta.

 

En cuanto le llegó el olor a comida en la cafetería, pensó en sugerir a la profesora que se detuvieran por un bocadillo. La gastronomía mexicana le llamaba la atención, por tener fama de causar una picazón infinita a los paladares extranjeros, hipótesis que quería comprobar de primera mano. Todo parecía normal, hasta que vio al sujeto aproximarse a la estructura de roca.

 

Cien galeones a que se rompe una pierna... se mofó Eobard, observando a los dos amigos del individuo captarlo con unos objetos rectangulares. Sé que no deberíamos interferir, pero ¿qué te parece si lo uso como sujeto de pruebas para el amuleto de curación?

 

Aguardó por una respuesta por parte de la rubia, pero la situación se tornó un tanto macabra. Pascualin, situado en el borde del precipicio, perdió el balance, y extendió los brazos, como intentando apearse de algo, para finalmente irse de espaldas contra el duro concreto de la ENTS. Decidido a adelantar a los amigos del individuo, saltó por encima de la misma barda por la cual había ocurrido el percance.

 

El tipo estaba bien. O eso parecía, ya que se sostenía la rodilla, haciendo una expresión de dolor en exceso. Eobard negó con la cabeza, preguntándose quién en su sano juicio haría tales maniobras. No le debía nada al pobre individuo, y de sólo observarlo, ponía a prueba su paciencia. Se aproximó al muchacho, con las manos en los bolsillos.

 

Qué buen golpe te acomodaste. Te apuesto a que serás la burla de tus amigos por bastante rato.

 

Con su conocimiento en idiomas, pudo ser capaz de fingir un acento español latino bastante convincente, por lo que el tipo sólo le miró con una expresión de fastidio ante su burla. Sabiendo que sólo necesitaría de una imposición de manos para sanar, parcialmente, los huesos rotos del muggle, se detuvo a examinar la extremidad del accidentado. Valiéndose de sus manos, le torció la rodilla hacia un extremo, logrando que se escuchara un ligero crac en sus huesos. Al igual que cuando intentó curarse a sí mismo, el efecto no era total, al no poseer el conocimiento en particular. Volvió a dónde se encontraba su madre, sólo para observar como los amigos de Pascualin acudían a su rescate.

 

Aprovechando que aún tenía el anillo de escucha, prestó atención a la conversación, donde el sujeto de complexión delgada reprendía a Pascualin por su acto, mientras que el otro chico, un hombre con piel de tonalidad camarón, se limitaba a reírse y decirle que, de seguir así, no lograría atraer a una chica para llenar su vacío existencial.

 

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—Creo su intento de suicidio, no dio resultados positivos. —soltó con una sonrisa en los labios, mientras utilizando el conocimiento que tenía de idiomas, soltaba en un fluido español— Cuídenlo, no queremos que su siguiente intento sea exitoso... al menos, no en la universidad, fuera escuche que Copilco acepta voluntarios.

 

Las palabras las dirigió a los amigos del sujeto Pascualin, evitando soltar una risotada y sonar más tétrica de lo que quizás en esos momentos piel de camarón y esbelto podrían estar pensando. Alejándose un poco, le indicó a su hijo, que era momento de continuar con su recorrido, porque únicamente les faltaba aprender el uso de uno de los hechizos y ese, podían ponerlo en práctica en cualquier sitio, aunque usarlo para evitar caminar una distancia mayor, parecía ser lo adecuado.

 

— ¿Qué hechizo es el único que nos falta usar de este libro? —espero su respuesta, para segundos después explicar su funcionalidad— Sirve, para volvernos intangibles durante algunos segundos, de tal manera que nos va a permitir atravesar ciertas cosas sólidas y que por ende, los hechizos nos atraviesen, pero no nos causen daño.

 

 

Tras su explicación, caminaron hacía la biblioteca, y bajaron las escaleras que los condujeron nuevamente al estacionamiento, en donde el alambrado nuevamente se hacía presente, y para atravesar, que mejor que ese bonito hechizo, así que miró a su hijo, y le indicó que era momento de hacer magia.

 

—Vamos, es el último... después, visitaremos un sitio conocido y temido por muchos para la prueba final. —sentenció con una sonrisa.

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Soy yo...¿o me parece que ya habías visitado este lugar antes? Aruba está en mi top de destinos turísticos, pero este sitio, resulta interesante, aún para ser un recinto muggle.

 

Juntando los dedos índice y medio de su mano derecha, se los llevó a la frente para después separarlos, a manera de despedirse del buen Pascualin y compañía. Ya habían logrado que se pusiera de pie, pero debía sostenerse de su amigo esbelto para poder desplazarse. Una escena muy graciosa, pues hasta la fecha, eran los muggles más fuera de lugar con los que se había topado.

 

Creo que te refieres a Salvaguarda Mágica.

 

A medida que avanzaban entre los ostentosos vehículos, el castaño tomó nota de las bondades del hechizo que mencionaba la rubia. Repasó mentalmente la lista de habilidades con la varita a las que tenía acceso. Dejando de lado los hechizos que podía utilizar por pertenecer a la Marca Tenebrosa, era una compilación bastante limitada, sobre todo para defenderse.

 

Un hechizo útil, al parecer. No veo cómo soportaría tener que darle la vuelta a todo este enrejado para poder acceder a aquel edificio.

 

Extrajo la varita del bolsillo de su pantalón, pensando en qué, a efectos prácticos, no habían tenido que emplearla. Comenzaba a preocuparle el hecho de que la prueba final se aproximara, pero confiaba en que su capacidad le permitiría sobrevivir a ello. O eso creía. En su mente, formuló las palabras Salvaguarda Mágica, y, puesto que se trataba de un hechizo no verbal, la intangibilidad le permitió atravesar la estructura de metal como si fuera humo.

 

Dándole la espalda al Frontón Cerrado, se dirigió a su madre, que pronto lo acompañaría del otro lado del sendero, por suerte, desierto. Ni siquiera la ciclopista, acotada de un verde chillón, era transitada a esa hora.

 

¿Por qué temido, muchos han muerto, o simplemente deciden desertar antes de enfrentarse a su destino?

 

Le divertía la idea, sobre todo por su magnetismo con situaciones de alto riesgo. El efecto comenzó a menguar en su cuerpo, por lo que sintió como si la fuerza de gravedad volviera a mantener sus pies sobre la tierra.

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