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Prueba de Nigromancia #14


Báleyr
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¿Cuántas veces había cruzado el Lago central de la Universidad que llevaba a la Pirámide? Tantas que el propio Arcano las había olvidado. Ahora estaba allá de nuevo, contemplando la bruma nocturna que luchaba por imponerse a los rayos moribundos del Sol que renacería pronto, en el ciclo habitual de la lucha que mantenía con la Noche desde el origen de los tiempos. Él era un sabio entre los Sabios, un docto entre los propios Arcanos, un solitario empedernido entre sus conocidos, una gran compañía si el tema de conversación era interesante... Pero en momentos como éste, en que la primera estrella indicaba el fin del reinado del astro de luz y la noche extendía su manto sobre todos los que la ojeaban, él, El Tuerto, El Nigromante, El Oscuro, El Viejo, Báleyr, no encontraba palabras para definir la hermosura de los colores que se sucedían en un instante antes de que la oscuridad imperara.

 

Ese momento era uno de los pocos en que Báleyr se cuestionaba si ya habría encontrado todo lo que necesitaba y podía dejar que los más de trescientos años que (dicen) tenía, le alcanzara.

 

La primera estrella titilaba en el cielo, aún demasiado claro para llamarlo noche, ya demasiado oscuro para creer que aún era de día. El muelle derruido, oculto en unas aguas oscuras, emergió de repente, lanzando agua a doquier, resquebrajando algunas maderas podridas que no habían podido resistir la presión de salir a la superficie, flotando, bailando entre las olas inquietas formadas por la repentina aparición.

 

El Arcano no sonreía nunca y la vista de aquel muelle sólo le provocó un leve gesto en su rostro desfigurado. Allá empezaba la aventura de la Vinculación para los tres alumnos que ya deberían estar acercándose a aquel punto de encuentro.

 

El muelle era una obra mágica imposible que pocos en el Mundo podrían haber reproducido. Los Arcanos eran seres capaces de modelar el presente y el pasado (y en ocasiones muy concretas, el futuro) para conseguirlo. El resultado, en este caso, era una visualización mágica del antiguo muelle que hacía muchísimo tiempo que había desaparecido, tanto que ni los Directores actuales sabían que existió en algún momento. Los alumnos lo verían, tanto llegaran juntos o separados, pero en cuanto lo pisaran, dejarían de ver a nadie más. Desde ese momento, la prueba empezaba para cada uno sin tener consciencia ni conocimiento de que tres habían llegado hasta allá. Era una medida de protección, sobre todo, por si alguno (o ninguno) no conseguía acabarla. Nunca recordaría qué sucedió, con quien estaba y ni siquiera si alguna vez lo había intentado.

 

El muelle, resbaladizo, pringoso de algas y conchas, con habitantes desorientados al estar en un elemento gaseoso en vez del agua del que procedían, que correteaban por las maderas descompuestas y peligrosamente afiladas hasta alcanzar el agua salvadora.

 

Para ellos.

 

Porque el agua contenía algo que pondría en peligro la primera prueba a superar por los alumnos: en ella se arremolinaban las almas de los miles de miles de muertos que habían fenecido en algún momento de la historia y que tenían allá un lugar donde aparecerse, un portal por el que pelearse para salir del mundo de los muertos y regresar con los suyos. El Arcano sabía que cualquier intento por cruzar el lago sería baldío si no usaban aquel Portal. No podrían cruzar el espacio de ninguna forma tradicional; nadar o bucear o cualquier otro experimento que supusiera que su piel tocara el agua provocaría su muerte inmediata y una disolución de su cuerpo tan rápido que no habría nada que salvar y su alma permanecería atrapada por siempre con el resto de las almas que se mezclaban en aquel líquido elemento.

 

Tampoco podrían intentar pasar con trucos de vuelos o metamorfosis o utilizando la magia ni los poderes de los libros o habilidades adquiridas. Allá, la única Magia reconocida y permitida era la que estaba ejecutando El Nigromante con su vara de cristal, extendiendo un limbo impuro entre los dos puntos del muelle en ambas esquinas, de manera que deberían entrar en aquella infame e informe neblina (de la misma materia que la de su anillo de Nigromancia) en el que desaparecía en la parte en la que ellos se encontraban y cruzar por lo que supuestamente sería/fue cuando aún persistía, hasta llegar a los restos visibles del muelle del otro lado. Era la única manera de llegar allá, atravesando el mundo de los muertos, sabiendo que las almas inquietas y letales intentarían arrastrarlos fuera de su estrecho y resbaladizo camino e intentarían pegarse a ellos para conseguir escapar a la salida de aquel portal, ahora que se acercaba la noche de Sanhain.

 

Era peligroso pero los tres lo habían practicado, sabían lo que tenían que dar a cambio y, además, sabían lo que podían perder en el camino. Báleyr no era bondadoso y no regalaba ayudas a nadie pero sabía que su Viejo Amigo siempre estaba allá, con un espíritu más misericordioso que el suyo. Tal vez, sólo tal vez, si lo encontraban, si lo convencían, si les daban lástima o si le recordaban lo duro que a él le resultó aquella Vinculación y si lograban que les confesara qué perdió en aquella primera prueba, les ayudaría a recorrer el camino que les salvaría hasta llegar a la orilla opuesta.

 

Aunque algunos no usarían la palabra "salvación" si supieran cual era la segunda prueba...

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Había esperado a que en casa todos durmieran. Había preferido no decirles nada...supongo, que porque sabía que se preocuparían, y lo último que necesitaba era un drama en casa, o peor, que Sagitas o Helike se presentaran alli. Sabíamos lo duro que podía llegar a ser la prueba de la pirámide, asi que prefería darles la sorpresa cuando regresara.

 

Elegí para esa noche una camiseta de color negro de manga corta, unos vaqueros oscuros y botas de piel de dragón. En el cinturón, a la espalda, al alcance de mi mano derecha, una daga de tamaño medio. Su hoja era especial, y tras lo que había pasado al final de la clase en el ateneo, no quería dejar cabos sueltos. Prefería asegurarme, y con aquel arma podría hacer uso de otras habilidades.

 

Cerré la puerta de la mansión, dejando alli a mi lobo Fenrir, y caminé hasta el lugar donde guardaba mi moto voladora, una Triumph negra. Gracias a ella no tardé demasiado en llegar hasta el ateneo, y alli, aparqué la moto, silenciando el ronroneo del motor. Con un suspiro y un toque de varita, para asegurarme de que nadie más podría utilizarla, me adentré en el lugar, caminé entre las sombras...

 

Hasta que alcancé el lugar donde Baelyr nos había citado. No esperaba verlo, como tampoco nos había recibido el Arcano en Videncia. Simplemente, no sabía que debía esperar allí, aunque reconocía que la estampa era, cuanto menos...curiosa. A mi alrededor, no había nadie, y los únicos sonidos eran los que producía el agua en su movimiento a causa de la leve brisa. Enfrentaría la prueba solo, y lo primero, era conseguir cruzar hacia el otro lado.

 

Caminé hasta el agua. No parecía gran cosa, solo..agua. Pensé en las formas de cruzar, ya que era una distancia demasiado grande como para pretender cruzar a nado. No parecía haber botes cerca.

"Eso es una cara?" pensé, dando un paso atrás. Me había quedado mirando el agua, y...juraría que había visto un rostro pasar, medio descompuesto, sin nariz y ojos blancos, pero...eso era una cara.

 

Retrocedí unos pasos y arranqué una pequeña flor del suelo. MIré de nuevo el agua, y receloso me acerqué, lanzando la pequeña flor hacia el agua. La forma en la que tocó la superficie en calma produjo una honda...y de pronto, esa calma se rompió, con un borboteo tremendo. Las manos, unas cadavéricas y otras que parecían un poco más humanas, comenzaron a salir del agua, a pelear por tomar aquel pequeño rastro de vida. Retrocedí un par de pasos y gruñi.

- Definitivamente, es mejor descartar el agua. - murmuré.

 

Observé alrededor. A mi derecha, a unos metros, había un puente, o más bien...sus restos. Tal vez desde arriba pudiera observar mejor y dar con la forma de cruzar. Asi que acorté la distancia hasta aquella construcción derruida. El paso del tiempo no había sido amable, y por causa de la humedad, el musgo lo había teñido de verde, y lo hacía resbaladizo. Conforme subía, noté un escalofrío. Mi respiración se hizo algo más pesada, y el vaho era visible...Fruncí el ceño y antes de darme cuenta, la risa de unos niños llegó hasta mi, seguida de un empujón, como si alguien que corriera quisiera pasar, y no le importase quitar de enmedio los obstáculos. El empujón, unido a la resbaladiza superficie, provocaron que estuviera a punto de caer por el borde roto al agua.

 

Me impulsé de nuevo sobre el puente, maldiciendo. Lo último que necesitaba era caer al agua. MIré hacia la dirección donde aquellas...lo qeu fuera que me hubiera empujado...parecían dirigirse. Alli, la luz provocaba un efecto extraño. Caminé en su dirección, y comencé a notar la niebla, que se hacía más intensa conforme me acercaba.

 

Entendí. Aquello se parecía a lo que habíamos visto al final de la clase de Nigromancia. Asi que, con un último vistazo a mi alrededor, di el paso. Atravesé el portal y me dejé envolver por la niebla. Estaba al otro lado, en un lugar qeu recordaba a la sala donde habíamos tenido que aceptar la prueba que nos esperaba ante Baelyr.

 

No me detuve. No me gustaba lo que sentía alli dentro, y prefería dejarlo atrás lo antes posible, mientras los susurros me recibían en aquel lugar.

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Desde que retornase al mundo como tal, Catherine no ha hecho más que comer, dormir y curar las heridas de su cuerpo con poción.

 

Lo necesitaba. Libre de la magia de Kaiser, era más fácil notar cosas sencillas que antes se le habían escapado por completo. Como su cuerpo, demasiado delgado debido a su huida de antes y las ojeras, enormes y oscuras de incontables días sin sueño. De hecho, fueron tantas, que teme dormirse por más de un día entero, así que no regresa a Luss, como hubiese hecho de no haber sido así, si no que encuentra refugio en el castillo de los Evans McGonagall. Allí, la elfina es capaz de despertarla con tiempo suficiente como para que acuda al llamado del arcano a pesar de que parezca más muerta que viva. Veinte horas no son suficientes y su cuerpo se siente más pesado, en lugar de más ligero. Sin embargo, sabe que ha hecho lo correcto; el sólo pensar en cuantas horas de sueño tuvo antes hace que se pregunte por qué sigue viva de todas formas. Así que sin siquiera cambiarse de aquello que llevara el día anterior más que para renovar su ropa interior, parte de nuevo subida a la saeta de fuego.

 

El vuelo no le toma demasiado tiempo y ella acelera más allá del límite de la prudencia. Sus googles azules le ayudan a ver y una vez ha llegado, deja que cuelguen sobre la cadena plateada que se encuentra alrededor de su cuello. La escoba la deja varios metros tras de sí, cuando alcanza el terreno inestable del muelle. Había sido capaz de ver el cúmulo de niebla aún desde arriba a pesar de que nada de lo que se encontraba dentro era visible. Era como una enorme masa que no revelaba nada pero que había sido imposible de ignorar. Había dudado de poder cruzarla por el aire así que no le había quedado más remedio que descender.

 

Cuando las botas aplastan las algas todavía frescas y la madera vieja, Catherine se cuestiona si realmente esa cosa siempre estuvo allí. Cuando había tenido que trabajar con Lawan, las cosas se habían desarrollado de manera muy distinta y no había tenido que observar un espectáculo de esa índole: había tenido una barca y otras muchas cosas interesantes habían pasado, tanto antes como después. Ahora, en cambio, se encuentra en medio de una incómoda incertidumbre. La niebla ante ella no habla de vida o descubrimientos si no de muerte y ella lo sabe. Es como el camino que recorriera, rodeada de dichas almas, algo que está enmarcado en límites más allá de la vida, a pesar de estar segura de que se encuentra dentro de los terrenos de la Universidad.

 

Así que hace lo único que se le ocurre: extrae el cuchillo con el que se cortara el día anterior. Aún puede ver los rastros de sangre en él ya que no se había tomado la molestia de sacar las cosas que llevara encima y sus muñecas entonces habían sangrado violentamente. No ha hecho más que hendir el aire con él, casi tentativamente cuando un coro de gemidos y lamentos llega a sus oídos con perfecta claridad. Hálitos fríos y desde claros a oscuros parecen intentar extraer del cuchillo la sangre seca. Puede ver sus informes contornos nublando las cosas que se encuentran tras ellos, a pesar de no ser del todo físicos. Así que no sólo está ciega, en cierta medida, si no además limitada. Todo ante ella se enmarca como la muralla que viera desde el cielo.

 

Lo primero que se agitó cuando extrajera dicho cuchillo fue el agua. Así que se detiene a observarla un buen rato, viendo como ocasionalmente la superficie se remueve a pesar de que ella no haya hecho nada por perturbarla. La lógica le indica entonces que no debería acercarse, los cabellos de su nuca se crispan pidiéndole prudencia. Así que pronto se encuentra atrapada. Puede notar que hay algo más allá, pues sería ilógico que Báleyr los citara allí tan sólo para ver el muelle y...

 

¡Báleyr!

 

Por est****o que pueda parecer, sólo entonces nota que se le ha pasado por alto la ausencia del arcano, cuando había sido él quien los citara. No se encuentra allí, así que debe estar aguardándolos en otra parte, probablemente cerca. Catherine se alza entonces, pues en medio de su escrutinio había terminado acuclillada, y empieza a buscar alrededor alguna clase de señal. Tiene todavía el cuchillo en la mano pero los hálitos que envuelven su mano no parecen dañarla; tampoco la ayudan, así que termina por guardar el cuchillo y en su lugar, empieza a sentir un profundo desfallecimiento. No es desesperanza, si no más bien falta de energías pues su cabeza trabaja en busca de la respuesta a ese puzzle que el arcano les ha dejado pero su constitución no es aún del todo buena. Está a punto de alargar un pie para pisar en el vacío que desconoce, entregándose sin saber nada más sobre ello, cuando una figura mucho más notoria se presenta ante ella.

 

La sorpresa hace que retroceda con apuro y eso le permite analizar mejor la anciana figura. Luego de un rápido vistazo a sus facciones, entiende que no lo ha conocido en su vida. Sin embargo, la energía que emana es poderosa y su aura aplastante. Aún en la muerte, es una entidad portentosa, que demanda autoridad. Su nombre, aparece en la mente de Catherine como por ensalmo, casi como si él graciosamente hubiese accedido a dárselo: Fjöln. "Maester" es lo siguiente que oye. Luego, silencio. Las almas parecen arremolinarse a su alrededor pero sin hacer mella en su figura, por más que éste se encuentra compuesto del mismo material de apariencia volátil.

 

Entonces, al ver sus pies, Catherine entiende. No es capaz de sonreír, porque no es alegría lo que le siente al comprender si no más bien una sensación de vacío, quizá recordando el precio que ha pagado ya y también, de una extraña manera, sosiego. Extrae el cuchillo una vez más con la diestra y, con la zurda, extiende la mano hacia la figura que se encuentra a su izquierda. Cuando adelanta el pie, es distinto a la primera vez: sabe que sus botas no tocaran el agua. Porque su voluntad se ha impuesto sobre su miedo y su mente esta concentrada en algo distinto a la incertidumbre: está dando órdenes.

 

Todo eso, sin embargo, está segura, no es algo que se le hubiese podido ocurrir a ella sola. Así que cuando atraviesa el portal que la aguarda, un agradecimiento sale de sus labios. No para las almas que le han permitido atravesar ese lugar sin caer muerta, sirviéndole de sustento, a pesar de que pueda percibir su codicia por la sangre seca en la hoja que lleva y por las capacidades que han despertado en ella, malas o buenas, terribles o arrepentidas, si no para Fjöln, porque sabe que no tenía por qué ayudarla ni conducirla, porque podría haberle engañado, en lugar de ayudarla. Las almas habrían buscado arrastrarla de todas formas, está segura, pero eso no ha sucedido.

 

¿Cómo tiene la certeza, entonces, de que no está perdida? Porque es la última de los tres en llegar, está segura. Cuando atraviesa el portal, sabe que ese debe ser el camino que el arcano les ha designado, pues de otro modo, jamás lo hubiese alcanzado. El aire a su alrededor se torna denso y por un instante, Catherine contiene el aliento. La similitud con aquel paso por el inframundo había sido demasiado real como para que Catherine pudiese engañarse a sí misma. Cuando cierta calidez la envuelve de nuevo, se permite flexionar los miembros y respirar de nuevo.

 

Porque, a pesar del vacío que ese proceso sigue cobrándose con su alma, está determinada a continuar.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Nasha Montpellier

Había llegado a la universidad más temprano de lo acordado. Llevaba la indumentaria de siempre: un vestido de lino crudo hasta casi los tobillos, de generoso escote y que hacía contraste perfecto con su piel, el cabello atado en un moño y oculto bajo un turbante colorido, collares de grandes cuentas al cuello, pulseras en las muñecas y tobillos que tintineaban a su paso, y un par de anillos dorados de protección que le habían sido otorgados el día que se ordenó como sacerdotiza a los loas. No obstante, las ojeras profundas marcadas bajo sus ojos revelaban la falta de sueño, y también, la turbación nacida de la incertidumbre frente a la prueba que tendría en pocas horas.
La universidad rebosaba actividad a esas horas. Las conversaciones animadas de los alumnos se dejaban oír por los pasillos, y muchos más descansaban en la explanada, aprovechando el agradable clima que reinaba siempre en el recinto, gracias a la magia. Acomodándose en una colina, Nasha rebuscó en el morral y bebió un poco más de poción herbovitalizante y otras cuantas onzas más de reabastecedora de sangre, antes de comprobar que tenía con ella todo lo necesario en el morral: su varita, unos viales más de ambas pociones, y el cuchillo ceremonial que siempre le había acompañado desde las épocas de los sacrificios en Nueva Orleans, y su propia muñeca hecha con parte de sus ropas viejas, sus uñas y sus cabellos.
Desde aquella ubicación se tenía una vista bastante privilegiada del cielo. Y fue por el cambio en los colores del mismo que ella supo que era momento de encaminarse al punto de encuentro que Báleyr les había indicado el día anterior. No le llevó mucho tiempo llegar y observó entonces a la primera estrella de la noche asomando con una luz tenue que se intensificaba por oposición del cielo que iba oscureciéndose con el paso de los minutos. Un poco más adelante de ella, un sonido brusco que llamó su atención desviándola del cielo, hizo que viera emerger un viejo muelle, cuyos soportes revelaban haber tenido mejores tiempos que las ruinas y estropicio que imperaban ahora.
No había rastro de Báleyr allí, pero la energía mágica que aquel muelle emanaba era tanta, que Nasha se dirigió allí, segura que lo que acababa de presenciar era obra del arcano. En cuanto puso el primer pie en él, una neblina espesa la envolvió, impidiendo tan siquiera saber si alguien más estaba allí, junto a ella. Alcanzaba, con esfuerzo, a distinguir la superficie resbaladiza y repleta de bichos extraños que aquella construcción ofrecía, y que no daba nada de garantías. ¿Es que acaso eso era todo?
Conmovida en lo más íntimo, resopló antes de empuñando la varita, internarse en lo que reconoció era el mismo mundo de los muertos (o algo que era bastante espeluznante e igual a lo que ese lugar era) una vez más. En medio de aquella densa oscuridad y un olor a carne podrida, su piel comenzaba a revelar su verdadero estado, que había intentado disimular con pociones embellecedoras horas antes. Las cicatrices de su cuerpo se marcaban frescas, entreveradas con los símbolos que se había dibujado con sangre en la piel y que solo cobraban utilidad allí en ese mundo.
Bajo sus pies, incontables almas con cuerpos informes pugnaban por hacerla caer para ellos tener un chance de volver a la vida. Tratando de mantener la calma, Nasha respiró hondo y mordiéndose el dedo índice para que manara un poco de sangre, lo presionó contra aquellos sellos.
"No era necesario llegar a esos extremos para llamar mi atención" masculló entonces una voz y ella se giró en todas direcciones intentando saber de donde provenía. La voz sonaba como la de un humano, pero Nasha sabía que no podía tratarse de un humano. No uno común y corriente. Así que, a tientas, con solo la voluntad firme de seguir adelante y conseguir llegar al otro lado, se dirigió a él.
- Necesito llegar al otro lado.
Los quejidos de las almas bajo sus pies se intensificaron ¿la presencia de ese sujeto era buena o mala? Nasha quería pensar que podía ser para lo primero, pero no lo preguntó. "Debo decir que esta labor siempre consigue sorprenderme" dijo una vez más la voz, y esta vez Nasha alcanzó a verle la figura, la piel cetrina, con una túnica más oscura que las propias sombras en las que transitaba ahora mismo, despidiendo un aroma a sudor, sangre, miedo y muerte. Posiblemente había llegado hasta ella atraído por el olor de su sangre, tal cual las almas que pugnaban también por ella, esperando salir de ese mar de lamentos y tener una segunda oportunidad en la tierra de los vivos.
- Veo que estás decidida a pagar el precio. Sabes de sobra lo que vas a perder ¿estás de acuerdo entonces?
Nasha asintió, y apenas al segundo de hacerlo, un insoportable dolor que ni siquiera podía exteriorizarse a gritos le invadió entrañas. Ella sin embargo, presionándose el vientre, esbozó una sonrisa.
Sabía que por fin conseguiría llegar al otro lado.
- Sé lo que perdí, pero lo valdrá para lo que quiero ganar.
El brujo le sonrió, mostrándole una hilera de dientes amarillos carcomidos. Una sonrisa que sin embargo era triste, porque no alcanzaba a sus ojos, y dio media vuelta guiándole. Cuando poco, después, exhausta e incapaz de soportar más las arcadas, Nasha vomitaba sangre, con el consuelo de estar dentro de todo a salvo en la orilla opuesta, alcanzó a escuchar la respuesta del brujo a sus palabras.
- ¡Si claro, ganas el derecho a ser un desecho ¡de este mundo y del otro!
Y podría haber jurado que el tono empleado traslucía una pena infinita.

 

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Caminaba por aquel limbo, similar al qeu había abierto el arcano al terminar la clase. Había creido oir susurros al pasar, pero lo que podía haber pensado, era una simple paranoia, ahora lo creía real. Estaba caminando por el mundo de los muertos, por ese espacio intermedio entre nosotros. Jack, mi padre, además de Cazador antes qeu yo, era un fantasma, y había contado cosas en casa, asi que reconocí aquel espacio como un punto de encuentro, en el que las almas penaban por una forma de salir, y en el qeu los vivos no debíamos caminar, a menos, que supiéramos defendernos.

 

Porque éramos seres cálidos, seres llenos de vida que eran un elemento demasiado seductor para aquellos seres. Si pasabas demasiado tiempo entre ellos, había dicho, se sentirían tan atraidos hacia ti que se aferrarían para tratar de salir.

 

No quise creerlo, pero ahora, resoplando, con una sensación de pesadez en el pecho que no me dejaba respirar, y una gran pesadez en mis extremidades, entendí que llevaba razón. Los susurros eran cada vez más fuertes.

 

No me querían dejar escapar.

"Tienes que salir" pensé. "Te esperan fuera, en casa. Tienes algo qeu hacer, debes..."

 

Alcé la mirada, el frente...parecía difuminarse, ondular, como el agua cuando la tocas, de forma demasiado parecida a la entrada de la brecha qeu había atravesado.

"el otro lado"

 

Las palabras de Baelyr acudieron a mi memoria, secas, exactas. Debíamos pagar tributo para no arrastrar almas qeu nos hicieran la vida imposible, para ser nosotros quienes abandonaban ese espacio, y no un alma desconocida que nos usurpaba. Asi qeu con la mano izquierda, saqué un pedazo de tela de mi bolsillo, mientras que la mano derecha asía el puñal qeu descansaba a mi espalda, en el cinturón, dentro de su funda. Desenvainé y con mano firme, me hice un corte en la palma de la mano, qeu comenzó a sangrar. Apreté la tela, fuerte, dejando qeu se empapara, mientras a mi alrededor el remolino de energías se concentraba. Si, venían, y se dejaban ver ante el olor de mi sangre.

 

Solo cuando sentí la brisa exterior, lancé lejos aquella tela impregnada de sangre. Las almas me dejaron, ávidas de aquel pedazo de vida, y me lancé de espaldas a la brecha.

 

Lo que me recibió fue un golpe de espaldas contra el suelo. Sentí la hierba mojada, el fresco de la noche, y el ligero escozor en la mano. Pero reí. Había logrado salir. Asiq eu recuperé la respiración, levanté envainando el puñal, y curé con la varita el corte de la mano, mientras observaba la orilla al otro lado. Al menos, ya estaba a salvo. Ahora, mi deber era enfrentar la siguiente prueba

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La segunda prueba estaba destinada a entender la Muerte, si eso era posible. La Muerte es, además, tramposa. Siempre quiere ganar. Por ello, los pupilos, al llegar a la orilla avanzarían hacia una zona verdosa conformada para entorpecer el avance de cualquiera presencia y sufrirían para superar aquella fase.

 

El Arcano avanzó con cuidado, golpeando con su vara en el suelo para alejar las ramas, raíces, zarcillos, hojas afiladas que intentaban detenerle. A Báleyr, ninguna se atrevía a rozarla. Sin embargo, se recolocaban en cuanto pasaba e incluso alguna rama parecía atreverse a acercarse a su paso cada vez más alejado de ellas. El Arcano llegó, así, hasta la zona del laberinto, donde se iniciaría la tercera prueba.

 

Aunque era dudoso que llegaran hasta aquel lugar. La primera vez que golpeó con su vara se desprendió una bruma que se movía informe delante de los primeros arbustos y árboles, dotando de una magia que haría que todo ser vivo que la atravesara, única manera de avanzar, quedaran desnudos. La ropa, armas, joyas, cualquier objeto o lo que llevaran encima, sobre la piel, quedaría fuera, amontonado, como enseres muertos que esperarían allá su regreso. Si lo hacían. El aspirante debería avanzar así, sin nada encima que le protegiera de aquello que intentaba detenerle.

 

Por supuesto, los árboles y la vegetación no eran la prueba. Estaban allá como defensas naturales de la isla donde se camuflaba la pirámide, el punto final de aquellas pruebas y el inicio de la Vinculación. La segunda prueba era más cruel que pinchazos, arañazos o ligaduras que pudieran sufrir los cuerpos de los muchachos. Éstos deberían buscar el camino para cruzar, un camino que no existía. Sólo las almas que pululaban entre los árboles, a salvo de sus ataques por ser intangibles, sabrían indicarle dónde estaba el camino, a cambio que las dejaran entrar en su cuerpo vivo.

 

Esta era la prueba, conseguir que de entre todas las almas que les camelarían sobre que conocían cómo llegar a la puerta del laberinto, encontrar la que verdaderamente le llevaría allá y no se aprovecharía de la posesión para imponerse a ellos y salir de aquel lugar en el que estaban condenados de por vida, abandonando la prueba y viviendo una vida que no les pertenecía. La segunda prueba acabaría en el momento en que llegaran ante el laberinto, donde la magia de Báleyr volvería a funcionar y exorcizaría al pupilo, recuperando su libertad, sólo si llegaba a tocar el arco vegetal del seto de entrada.

 

Allá sería donde comenzaría la tercera prueba quien llegara.

Editado por Báleyr
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Uno de los problemas que veía a las pruebas de habilidades, era la falta de guía. Aquello formaba parte del camino que realizábamos para vincularnos con los Anillos, si, pero al mismo tiempo tenías cierta sensación de estar perdido. Asi que me decidí a caminar, sin saber muy bien qué debía encontrar, o que camino seguir. Solo avancé en la oscuridad, acompañado por la luz de la luna.

 

Percibí un cambio en el ambiente. Parecía qeu se levantaba cierta bruma conforme avanzaba. Raro. Mascullé una maldición al notar que algo me cortaba el brazo. Miré el arañazo, provocado por una rama de espino. Fruncí el ceño, pero me moví. Algo me decía que la mejor idea no era quedarse quieto alli. Y con cada paso, renegaba de mi idea. la bruma era cada vez más espesa, ganando en altura, y era más frecuente que me rozase, provocando pequeños cortes en las manos.

 

De pronto, sentí que atravesaba una cascada. No era una sensación desconocida. En casa, en la Potter Black, si no te andabas con ojo, sobre todo recién levantado, podías atravesar sin querer a Jack. El fantasma de mi padre se reía, mientras levitaba alrededor de Sagitas, pero para nosotros suponía la misma situación que atravesar una cascada de agua fría, y no era agradable.

 

Reconocí esa sensación, pero amplificada por cien, como si trastabillase con algo invisible.

 

Un escalofrío recorrió mi espalda, y mis pies acertaron a parar antes de tropezar con una roca de tamaño considerable. Espera...mis pies?

 

Me miré de arriba abajo...y estaba desnudo. Completamente desnudo. Miré a mi espalda, alli donde me había parecido atravesar cien fantasmas a la vez, pero ya no veía nada. la niebla era demasiado espesa, y la maleza parecía haberse cerrado, como si no quisieran dejarme marchar. Lo había perdido todo, ropa y armas. Gruñí ligeramente....no tenía problemas por ir desnudo, en todo caso, lo tendrían los demás. A la vista quedaban las cicatrices que la ropa ocultaba, prueba de batallas pasadas, el físico que aun cuidaba y que me había mantenido con vida como Cazador, y...aquello que reservaba para las ocasiones más íntimas del dormitorio.

 

- Supongo que ahora no puedo echarme atras - murmuré, palpando la roca antes de rodearla.

 

Ahora, las ramas parecían cerrarse aun más a mi paso, y los pequeños cortecitos ahora me arañaban las piernas y los brazos, provocando poco a poco un creciente escozor que me pondría de mal humor si no salía pronto de alli. El problema, que no sabía...no tenía ni idea de por donde ir, y acabó por inundarme la terrible sensación de caminar en círculos.

 

No me gustaba.

 

Estuve a punto de chocar contra una pared de piedra. Gruñí, molesto. La temperatura parecía haber bajado...

 

Una rama me agarró por el brazo. Si, no estaba loco. Las ramas parecían haberme seguido, y una de ellas se me había enredado a la muñeca.

- Parece qeu estás perdido. - fruncí el ceño y me giré. Un tipo, de unos treinta años y ropa que parecía de los años sesenta me miraba con las manos en los bolsillos.

- No, que va. - contesté, forcejeando con aquella rama, que se empeñaba en aferrarse a mi.

- Vienes en busca del anciano Tuerto? - No pude evitar levantar la cabeza y mirarlo. Él sonreía, notando que había captado mi atención, sonrisa que se agrandó al fijarse bien en mi. - Se donde está. Y se como llegar a él. Podría indicarte el camino.

 

Ahora era yo quien lo estudiaba, mirándolo de arriba a abajo. Desconfiaba de él, como era natural en mi, ya que por norma desconfiaba de cualquiera que no conociese. No pude evitar notar que sus pies...sus pies se difuminaban. Entendí de pronto lo que sucedía. Lo creía más sólido a causa de aquella bruma. Era la niebla la que lo hacía parecer real, pero...Aquel hombre que me había encontrado era un fantasma. Aquel tipo era un alma, que por la magia de aquel lugar parecía haber adoptado la forma que sostenía cuando vivía.

- Aunque claro, si no te fías, siempre puedes quedarte aqui para siempre. Tal vez ese viejo te encuentre aqui muerto de frío en un par de días.

- Y que quieres a cambio si me ayudas? - pregunté, mirándolo a los ojos.

- Que me lleves contigo. Yo también quiero salir de aqui, pero solo no puedo hacerlo.

 

Permanecí un momento en silencio, sopesando la idea....que podía perder?

- Trato. Sácame de aqui - acabé contestando, alargando la mano derecha, la mano que tenía libre, hacia el.

 

El alma se deslizó con rapidez y estrechó mi mano con una sonrisa complacida. Un tremendo escalofrío me llenó, sintiendo que me ahogaba, mientras permitía a aquel ser que se apoderase de mi cuerpo. No era la idea que tenía, desde luego.

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Cuando alcanza la orilla y puede deshacerse de la sensación irreal que la invadiera antes, se da cuenta que hacer eso le ha tomado un buen rato. A su alrededor, todo lo que puede ver es una extensión amplia, sobre la que empieza a cernirse otro tipo de niebla, densa.

 

Luego de lo sucedido antes, en el muelle, Catherine no puede evitar cuestionarse si esa niebla es de la misma consistencia no-viva, que tuviera la otra. No se detiene a averiguarlo, si no que empieza a avanzar con movimientos pesados luego de guardar el cuchillo. Es una acción inútil, desde luego, pues después de una breve jornada por la única senda visible, tiene que sacarlo de nuevo, cuando ramas y otras plantas de diversa índole empiezan a hacerle daño. Su rostro tiene varios cortes, al igual que sus piernas. Sus brazos, protegidos por la chaqueta de piel de zorro, no se ven afectados pero pugnan incesantes cortando trozos de vegetación aquí y allá; es un esfuerzo inútil y en lugar de abrirse paso más fácil parece como si su entorno se ciñera alrededor de ella cargado de ira. Pronto, decide detenerse y en su lugar comienza a avanzar más despacio, hasta que la niebla y las plantas forman un cerco a su alrededor, entre el que tiene que abrirse paso de forma tosca y poco práctica.

 

Al final, siente como su ropa es arrancada. Sabe que no puede tratarse de las plantas, si no alguna clase de magia preparada con anticipación. Con ello, todos los recuerdos posibles sobre Kaiser se han ido y lo que es su cuerpo ahora es visible: las costillas sobresaliendo, su constitución macilenta, su cuello con las marcas de los dedos que la ahogaron una y otra vez, con tonos púrpuras entrelazados con rojo. En algunos espacios, negro. También sus googles se han ido, así como la cadena que llevara alrededor del cuello. La cadena, cuya única llave poseía Káiser. Ahora nada de eso significa gran cosa y ella se despide en silencio. Sus pies desnudos se mueven una y otra vez contra el suelo húmedo para asegurarse de que no está soñando. Flexiona los músculos brevemente.

 

Ahí comienza la sensación de ahogo.

 

Al inicio es muy fina mas en no mucho tiempo, está pugnando por aire. La reacción subsecuente es más que normal entonces: empieza a manotear alrededor, en busca de algo que alivie dicho ahogo. No tiene una varita que pueda utilizar como catalizador, así que está a punto de realizar una acción desesperada cuando entiende por qué se siente así. Hay alguien más allí, con ella. Catherine gira la cabeza para observar a la figura. Una muchacha, que por cierto conoce. Cuando su voz sale con su tono normal, Catherine no lo encuentra raro, si no simplemente como algo más que es parte de toda la locura que se encuentra viviendo.

 

>>Dianne<<

 

La muchacha no sonríe, si no que extiende la mano. A pesar de haberse desvanecido y estar en el suelo rodeada de esa densa niebla que se siente otra vez de una familiaridad enfermiza, Catherine tan sólo observa a los ojos de la muchacha, sin extender la suya. Ella no dice nada pero su expresión se endurece y es que Catherine en realidad no puede confiar en ella. Sabe que le hizo daño y aunque puede comprender lo que sucede al interior de su cabeza, todavía recuerda el cuerpo, intentando arrancarse los ojos, arrancárselos a ella.

 

―No puedo ―a pesar de lamentarlo por ella, sus ojos no derraman lágrimas ni su cara expresa dolor. Es simplemente como debe ser. No puede fiarse de ella a pesar de que está considerando seriamente que la otra alternativa es la muerte. Tampoco le teme, ella tan sólo debe continuar, sin Catherine―. Vete.

 

La figura se desvanece de nuevo y entonces llegan a sus oídos los lamentos. Personas que no conoce y otras que cree reconocer. Hasta que, una vez más, una figura silenciosa es la que sobresale por encima del resto.

 

―Así que viniste.

 

Pandora no abre la boca para confirmar o negar nada. Al igual que Dianne, tan sólo extiende su mano hacia Catherine pero en aquella oportunidad, ella sí la toma. A su alrededor, el frío que sintiera se desvanece, porque su propia consistencia está concentrada en recordar algo mucho peor: cuando el espacio en su interior pareció constreñirse, para hacerle sitio al alma de Káiser. Ahora, la sensación parece replicarse una vez más, llevándola al peor de los desesperos. De no ser porque es Pandora la que toma el control de su cuerpo, quizá habría caído desvanecida allí mismo. En su lugar, oye la voz de la vampiro en su cabeza con inequívoca claridad.

 

>>Saquémonos de aquí<<.

 

Pronto, están corriendo a velocidad increíble, a través de un camino que ella parece conocer a la perfección y Catherine sabe, porque no tiene necesidad de confirmarlo ahora que ella puede ver en la cabeza de Pandora de la misma forma en que Pandora puede ver en la de ella, que Pandora no ha cambiado. No desea volver a vivir, pero de alguna forma ambas saben que se lo debía, el sacarla de allí, por todo aquello que hizo por ella y porque, al fin y al cabo, es Catherine y no Pandora, quien saldrá viva de todo eso. La bruja tan sólo se lo agradece en silencio mientras las brumas, primero breve y luego de manera más notoria, empiezan a desdibujarse a su alrededor.

 

Entonces, todo ha pasado. Catherine se encuentra ante un amplio arco que ha sido moldeado teniendo un seto como materia prima. Lo observa, sin saber qué hacer, entendiendo que allí algo se termina y comienza otra cosa. Una vez más, es Pandora la que extiende la mano, para tocar dicho arco. Catherine no sabe si es ella, cuya voluntad ahora reconoce como mucho más fuerte de lo que creyera o Báleyr quien realiza la magia pero un grito agónico aflora a sus labios, dejándola apoyándose apenas con las palmas de las manos en el suelo y, ante ella, está una vez más el espíritu de Pandora.

 

Quiere agradecérselo, pero las palabras no parecen salir. Así que cuando sus miradas se cruzan, aquello que sus ojos transmiten es todo el agradecimiento que puede reunir. Al final, ella se ha ido y Catherine mira hacia el laberinto con expresión cansada. Porque sabe que debe incorporarse, y continuar. Así lo hará.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Echando mano de las pociones que guardaba en el morral, Nasha consiguió estabilizar su cuerpo y repuesta, observar el espacio en que se hallaba. El nuevo lugar que tenía por delante estaba cubierto de variado follaje, como una alfombra verde que sin embargo no era uniforme, ya que raíces gruesas brotando de la tierra, se entremezclaban con plantas de nervudas hojas de bordes afilados, o tallos repletos de espinas. Nasha no tardó en caer en cuenta, tras dar unos pocos pasos, que estaba frente a una inexpugnable muralla natural que constituía un nuevo obstáculo a superar.


Pero había estado equivocada al pensar que aquella maraña salvaje era lo peor. Había empuñado su varita, algo inusual en ella, con la idea de a punta de hechizos reducir toda esa vegetación, pero en cuanto hizo contacto con la bruma circundante a las primeras plantas, un escalofrío la recorrió de arriba a abajo. Tembloroso se llevó las manos hacia los costados de sus brazos, cubriéndose en el proceso los pechos que encontró desnudos.


Viales de pociones, el cuchillo ceremonial, su propia varita e incluso su ropa ¡todo había desaparecido! Y la vulnerabilidad que ello le produjo, hizo que el temblor se incrementase, sobre todo porque incluso su preciada muñeca no estaba más con ella, la misma muñeca vudú que la había acompañado desde los doce años, cada día de su vida.


Si regresaba sobre sus pasos, nada le garantizaba que pudiese recuperar algo de eso, en cambio, avanzar dejaba espacio a la esperanza de que si volvía a encontrarse con Báleyr, este pudiera decirle donde habían quedado sus pertenencias. Quedándole solo esa vía, Nasha decidió no dudar más y tomarla.


Caminó entonces, apretando los dientes cuando las espinas se clavaban en su carne, o las hojas reabrían las cicatrices de su cuerpo. Su voluntad, endurecida por las circunstancias, era lo único que le permitía seguir, y comenzó a repetir como si de una oración se tratase, la lista de cosas que le habían sido arrebatadas por la neblina.


Si alguien la hubiese visto, se habría convencido de que había perdido el juicio. Y sin embargo, era exactamente al revés: el dolor la hacía mantenerse lúcida, y con todos sus sentidos en alerta.


Fue por eso mismo que no tardó en comprobar que estaba siendo observada desde los árboles de tupido follaje. En principio, había creído que se trataba de animales, hasta que mucho más cerca, los comentarios de ellos comenzaron a llenar sus oídos, tantos y tantos que eran casi como un zumbido ininteligible.


- Todos queremos tu cuerpo muchachita. Tú quieres salir de aquí, y lo cierto es que únicamente nosotros conocemos la manera de hacerlo, así que ¿es un trato justo no te parece?


Él había dicho "nosotros" pero pronto, otras almas, saliendo abiertamente de sus escondites tras los árboles comenzaron a señalar que aquello era mentira, que solo uno conocía el camino real. El problema estaba en que cada uno se proclamaba sabedor de esa verdad, y acusaba de engaño a los otros.


¿A quién creerle en esas circunstancias? Nasha comprendió que si no tomaba la decisión adecuada, no solo desaprobaría la prueba, sino que además perdería para siempre su cuerpo y su vida.


A las finales, tal como había dicho antes, la muerte era la mayor de las seductoras. Solo ella conocía a ciencia cierta la naturaleza de los muertos, y también el temor y reverencia que podía inspirar en los vivos, y haciendo uso de esos recursos gobernaba sobre ambos mundos. Empujada por desentrañar sus misterios Nasha había llegado hasta ese punto, maltratándose el cuerpo y el alma, y ahora, débil, desnuda y vulnerable debía demostrar que podía distinguir de entre todas esas almas a la correcta.


La decisión era difícil, así que decidió tomarse su tiempo. La parte buena de haber sido una estafadora gran parte de su existencia, era poder hacer uso de esa experiencia para reconocer las mentiras, porque ella misma era una mentirosa. Así que hizo las mismas preguntas dos veces, y empezó por descartar a los que habían variado su respuesta la segunda vez. Eso redujo solo a tres a los posibles guías.


Los tres eran de un perfil muy diferente: uno había sido un magizoólogo en el pasado, la segunda una profesora, y el tercero un diestro desactivador de maldiciones. El primero había muerto a raiz de la explosión de un cuerno de erumpent, la segunda envenenada por un alumno que no le había perdonado que le reprobase, y el tercero a manos de un collar de ópalo maldito. Todos pues, habían visto interrumpidas sus vidas a manos de algo o alguien más, y las cuentas pendientes les daban motivos para querer regresar al mundo de los vivos, y ese era el auténtico peligro.


Que ninguno daba garantías de que le devolvería su cuerpo.


Nasha emitió un largo suspiro entonces, decidida a solo seguir sola a riesgo de perderse, pero entonces el magizoólogo dio una declaración más:


"Desde que tuve uso de razón amé los animales, y a la vez, odié la pobreza de mi aldea. Y cuando crecí, llenando de orgullo a mi pueblo y a mi madre al ir a Uagadou y convertirme en profesional, tomé la decisión que terminó por condenarme. Traicionando a mi amor primigenio, trafiqué con los cuernos de los erumpent, esos animales que de niños admirábamos todos por su fuerza, por unos cuantos galeones. Hace mucho tiempo, cuando terminé aquí, acepté mi condena y haber muerto por la mano de a quienes maté y traicioné cegado por mi temor y mi ambición. Hoy, lo único que deseo es poder recorrer este lugar, tocar las cortezas de los árboles, sentir la tierra bajo mis pies, todo eso que solo después de morir descubrí que es lo más valioso que tenemos".


Si estaba mintiendo, Nasha pensó que era el mejor discurso que podía haberle escuchado a un mentiroso, y que iba más allá de las perladas lágrimas que había soltado mientras contaba todo aquello. No dijo nada más al hombre, sino que caminó en su dirección y entonces estiró los brazos hacia los lados, relajando los músculos, para que él tomase posesión de su cuerpo.


Su conciencia estaba constreñida a un pequeño resquicio, y su cuerpo había dejado de pertenecerle. Los pasos cortos y tembleques que daba, como los de un bebé aprendiendo a caminar, eran los que el magizoólogo daba. Él, tendiéndose sobre el suelo, palpó con la superficie de sus manos la hierba, y nuevamente se deshizo en llantos, arrancando un puñado de hierbajos que olió con fuerza y luego presionó contra su pecho. Poco después, comenzó su recorrido.


Pocas veces se había visto a alguien recorrer los caminos de la muerte con tal algarabía en lo profundo, disfrutando incluso del dolor de los arañazos y pinchazos que la vegetación le infringía, porque al final se trataba del dolor de estar vivo.


Podían haber sido solo minutos, u horas, el tiempo en realidad era relativo, pero al divisar la entrada al laberinto, supo que el recorrido había llegado a su final. Del cuerpo maltrecho de la muchacha, manaban hilillos de sangre desde distintos puntos, pero su pulso se encontraba estable aunque algo acelerado por la emoción. Alzando la cabeza dio un último vistazo a su alrededor, y finalmente, cerrando los ojos, tocó el arco vegetal del seto de entrada al laberinto.


Y merced a los poderes del arcano, Nasha volvió a sentir su cuerpo, adolorido pero a la vez feliz.

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La tercera prueba era la más dura para todos. Sería lo peor por lo que habrían pasado aquellos muchachos en todo ese tiempo. O tal vez no... ¿Habían muerto alguna vez? Los tres, en cuanto llegaran al Arco de entrada del laberinto, serían curados de todas sus heridas, liberados de los restos de sus acompañantes, limpiados de toda prueba del paso por el limbo que se habían visto obligados a cruzar. Porque, desnudos, entrarían allá de nuevo, como muertos, y expiarían todas sus culpas si querían llegar a la pirámide.


Sería la prueba más dura porque era un trabajo de introspección sobre sus actos durante su vida, su infancia, sus miedos, sus relaciones de amistad o de amor, sus asesinatos o sus actos impúdicos... Todo se desgranaría en aquel consejo de la Muerte donde entrarían en cuanto atravesaran el Arco del laberinto. Si querían llegar al centro, donde encontrarían la pirámide, pasarían por el juicio de estar muertos. Después de todo lo que saliera a la luz ante sus iguales, cada uno por separado vería el lugar donde les esperaría, por fin, el Arcano de la Nigromancia.

Si su vida pasada iba a ser analizada palmo a palmo, minuto a minuto. Después... La Muerte decidiría si bajaban a los mismo infiernos donde penarían por lo que había hecho o si ascenderían a la Pirámide, con la oportunidad de volver a la vida.

El Arcano se encargaría de devolverles a su cuerpo, a los que llegaran hasta él. Esa era la finalidad de la tercera prueba, demostrar que eran aptos para vincularse a la Habilidad, ser reconocidos como aptos para ello. En cuanto su alma ascendiera hacia la Pirámide, subiendo por la gran escalinata, entrando a su interior, se les devolvería el cuerpo y todas las pertenencias que llevaban encima antes de empezar la prueba, la ropa y los utensilios desaparecidos y, volviendo a estar vivos, responderían a la pregunta que les haría Báleyr:

- ¿Estáis preparados para traspasar el Portal y buscar la vinculación con el Anillo de Nigromancia?

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