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Prueba de Nigromancia #14


Báleyr
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Era extraño. Había pasado por muchas cosas, pero nunca por la posesión de un alma. Era una barrera que traspasaba por primera vez, y me sentía como...como si me moviera dentro de una burbuja. Mis sentidos parecían embotados, y aunqeu me movía, no era yo quien controlaba mi cuerpo, lo que me provocaba una sensación extraña. Además, aquel...alma, parecía disfrutar con mi incomodidad.

 

"Cuanto se supone que falta para salir de aqui?" pensé. Me había dado cuenta de que, al controlarme, podía saber lo que pensaba.

- No tanto. La verdad, es una lástima que no quieras quedarte por aqui. Serías muy...popular - gruñí internamente, y lo escuché soltar una risotada socarrona. Sabía que me había molestado, demonios...

 

En algún momento la niebla comenzó a disiparse, tanto, que no me costó diferenciar la estructura de piedra antigua. Aquello parecía ser la entrada a un laberinto.

- Lo creas o no, uno tiene honor y cumple sus promesas. Aquí querías llegar, al laberinto. Ahora, toca la piedra y déjame ir. - mi voz hablaba, pero era él quien se pronunciaba. Alargué el brazo y coloqué la mano sobre la roca. El frío y húmedo contacto me provocaron una sensación de succión en todo el cuerpo, pero...volví a ver aquel alma, antes de que desapareciera. Si...parecía que aquel lugar era el que ambos buscábamos.

 

Recuperé el aliento, y miré al frente. Debía continuar avanzando. Tenía que llegar hasta el arcano.

 

Asi qeu crucé el umbral que laberinto...y lo lamenté.

 

La sensación de morir no me era desconocida. Si, ya había muerto...hacía años, poco después de llegar a Ottery. Había muerto en otra tierra, a cambio de la vida de Sagitas. Pero aquella muerte había sido el detonante para que ella, al bajar al mismo infierno para rescatarme, se reencontrara con Jack, y asi permitió al fantasma volver con nosotros. Si yo no hubiera muerto entonces, las cosas tal vez serían diferentes.

 

Pero qeu ya hubiera estado muerto no significaba que me gustara. Que me hiciera gracia algo asi. No...precisamente ahora no quería morir.

 

Tiré de las cadenas que me ataban y me sostenían en alto, pero no había manera de soltarme. Demonios...

 

Noté que un hombre, pequeño y con un traje negro, me miraba con una media sonrisa. parecía divertido con ver como trataba de escapar.

- Que? - pregunté.

Que curioso. Vuelves al infierno. Has muerto Pero esta vez no tratas con criaturas. No luchas. Solo querías...conocimiento.

 

Con un chasqueo de sus dedos, las cadenas desaparecieron. A nuestro alrededor el escenario cambiaba. No necesitaba pregutnarle quien era. Para mi suerte (o desgracia) sabía que aquel era la muerte.

Venga, daremos una vuelta. Debes llegar al camino...si es qeu eres digno de ello[/b]

Fruncí el ceño, caminando. no podía evitar la sensación de que no me iba a gustar.

Un cazador...un cazador qeu dejó aquella vida para asentarse. - callé, mientras lo seguía. No tardé en reconocer el escenario nevado. En aquellos bosques había muerto Jack, y Matt, uno mucho más pequeño, pasó corriendo frente a nosotrso. -Que cruel. Quien dejaría solo a un niñito? Creciste solo, creciste perdido. Y conforme crecías, matabas. Eres un asesino. Para que revivir, verdad? Antes no te importaba.

Rápidamente se sucedieron distintas imágenes, donde un Matt de distintas edades, con manos ensangrentadas, agotado, demasiado estirado y delgaducho para su edad, con moratones, herido, cone l pelo demasiado largo o demasiadoo corto, se sucedían. Mientras que aquel hombre parecía encantado con su visión, a mi...me recordaba el pasado.

El tiempo se detuvo de nuevo. Llovía en el bosque mientras Matt, tirado sobre la hierba mientras la tormenta lo empapaba, forcejeaba con un licántropo que le mordía el brazo. Agaché ligeramente la cabeza, apretándome el brazo. Aquello...había sido demasiado difícil dejarlo atrás.

- Mordido. Por uno de esos seres qeu cazabas. Irónico. No mereces salir de aqui. Solo causas...dolor y dejas cadáveres a tu paso. No sabes hacer otra cosa. Tienes las manos manchadas de sangre. Siempre las tendrás.

Alcé la cabeza, asustado por primera vez. No quería quedarme alli atrapado...Ahora no. Supongo que en aquel lugar un pensamiento lo bastante fuerte puede arrastrar a otro. A nuestro alrededor se implantó la imagen del futuro, ese en el qeu habíamos muerto, ese en el qeu Ithilion adulto había estado a punto de volver a matarme. Reviví el miedo, como reviví la boda, e imágenes íntimas qeu hubiera preferido qeu aquel hombre no viera. Pero no pude reprimir una sonrisa, como no pude evitarla al ver a Helike en la cama del hospital, mientras la sanadora hablaba con nosotros y nos mostraba algo en una pequeña pantalla, o como me había despedido de ella unas horas antes...

- Curioso...muy...curioso si. Eres un ser más curioso de lo que parecía. La bestia parece haber sido domada. Tras todo lo qeu hiciste, tras tu búsqeuda, parece qeu has encontrado lo qeu anhelabas, y ahora temes no poder protegerlos.

Agache la cabeza. Tenái razón, no podía negarlo. Por eso, cuando se hizo a un lado y me dejó el camino libre hacia unas escaleras, lo miré sin entender.

- Ya moriste una vez. Tal vez debas morir de nuevo en el futuro, pero ese momento no será hoy.

 

Hice un gesto con la cabeza, agradecido, y antes de que se arrepintiera (si era posible) avancé, subiendo las escaleras.

 

En algún momento tuve la sensación de qeu algo tiraba de mi, que me retorcía el estómago y volvía a insertarlo en mi. Cuando abrí los ojos, desde el suelo....estaba vestido. Y ante mi, mi varita y la daga, qeu no tardé en tomar, como si alguien fuera a atacarme. pero...ahí estaba. Vivía.

 

Ante mi la voz del arcano formuló una pregunta, tan sencilla en su respuesta como complicada en las implicaciones.

- Estoy listo para lo que me espere al otro lado del portal.

Editado por Matt Blackner

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Catherine notó que le escocía el rostro luego de un buen rato de estar inmóvil. Cuando levantó su mano para palparlo cayó en cuenta de que los cortes producidos por la vegetación habían desaparecido, al igual que la mella en el resto de su cuerpo. Incluso su constitución en sí misma parecía haber mejorado, a pesar de que ella no había hecho nada para conseguirlo. Estaba confundida, así que se lo atribuyó a Báleyr; él era el único con alguna clase de poder o alcance en ese lugar. Por tanto, ese "regalo" no podía ser obra de algún otro. Se sintió estafada. Aquella inesperada "ayuda" había borrado todo rastro de lo sucedido hasta entonces. Quizá por eso se le hizo bastante irónico cuando se sintió morir y todo lo que vino después.

 

Por supuesto, no era la primera vez que moría. Tampoco era la primera vez que percibía que algo o alguien manejaba aquello que se sucedía ante ella, como si buscasen dominarla o manipularla. La desnudez y el saber que se recorre un laberinto sólo ayuda a colaborar con la idea de vulnerabilidad que percibe que quieren infligir en su cerebro pero Catherine no deja que todo eso la afecte. Su mente trabaja más bien en maneras de burlar de alguna forma todo ese entramado, cuando se da cuenta de que la siguen.

 

Es una mirada penetrante que la atraviesa desde su espalda, palmo a palmo pero Catherine no encuentra nada al volverse. Cuando retrocede un par de pasos para cerciorarse, vuelve a tener la misma sensación, pero ya desde otro ángulo. De pronto, todo aquello que no habían conseguido darle el resto de elementos, inquietud y cierta indeseada aunque sana alerta, llega a ella en oleadas. Se sabe vigilada por alguien que tiene planes para ella, que desconoce. El juego continúa por otro tramo más del laberinto, hasta que Catherine no puede soportarlo más. Sabe que no puede tratarse de un fantasma, porque ella misma no está viva, aunque su mente no se acostumbre a la idea de la muerte todavía y cargue encima sus primitivos temores como ser vivo.

 

Es entonces cuando la ironía golpea con mayor esplendor. Porque Catherine ni siquiera sabe por qué Báleyr los ha devuelto al mundo de los muertos luego de esa primera aunque corta transición, preocupándose primero de borrar toda mella de sus cuerpos. Duda que tenga ánimos estéticos sobre las almas que transitan por su mundo. Todo lo que hace parece desconectado de la siguiente acción y contradecir todo aquello que les enseñó antes de que llegaran allí.

 

Sin embargo, Catherine no deja que eso signifique su perdición. En lugar de eso, percibe el entorno vacío, con esa presencia siempre a sus espaldas. También recuerda lo que dijera Báleyr antes de las pruebas, cuando sacrificaran a los corderos: esto no basta, no acaba aquí. No era una copia textual de sus palabras si no de todo lo que esa lección había significado. Qué ella ya no puede temerle o huir de la muerte. Tiene que hacerla parte de ella.

 

El frío que recorre su espalda en el preciso instante en que llega a esta conclusión es aterrador por la coordinación que tiene con su realización acerca de la verdad de la muerte. Porque ese algo, que llevaba vigilándola está subido a su espalda. Ha trepado y no va a abandonarla. Es la muerte en sí misma y la idea de conocerla, de tenerla siempre consigo en todas partes y a toda hora no tiene que ser cómoda. No están en un picnic por la mañana. Catherine pronto se convertirá en un puente entre el mundo de los vivos y los muertos y querrá ser constantemente embaucada, deberá hacer oídos sordos a ruegos nada sutiles. No puede ya darse el lujo de permitirse esas sensaciones tan humanas pero a la par tan fuera de lugar para un nigromante, como el temor de la muerte. O incluso su concepción como algo regular en los mundos de los vivos y los muertos. Ella será más bien un error, algo que no esta ni de un lado ni del otro... es la carga de acuerdo al camino que ha decidido tomar y el conocimiento y poder que eso conlleva.

 

Cuando todo eso ya es algo fijo y aceptado en su mente, empiezan a brotar los recuerdos. El abrazo de la muerte se torna nostálgico. La vida, vista como algo efímero, que pasa solo una vez y debe ser aprovechado. La sensación de miedo desaparece. Catherine jamás creyó que ver su propia vida, o la de cualquier otro, sería tan dulce desde los ojos de la muerte. Cierra los ojos un instante y caminando a ciegas, se deja guiar.

 

Primero está ella, con sus padres y una enseñanza regular en Hogwarts, que abandona temprano. Luego, la Talamasca. Su formación talamasquin, su contacto con espíritus y sombras, seres, duendes y otras criaturas de folclore. Cómo la organización, sin ánimos de ofensa o daño, te separaba y hasta aislaba de tu realidad inmediata. "Vigilamos y siempre estamos presentes". Catherine, descatando en sus investigaciones, soñando incluso con realidades que nunca llegaron a ser.

 

Cuando dobla el recodo, otra etapa de su vida es la protagonista. Su vida en San Petersburgo como investigadora, su encuentro con Pandora y Richard. Cómo la habían convencido de tomar su lugar, de aceptar incluso que manipularan su mente con recuerdos falsos. Como había aceptado la tarea porque significaba convertirse en algo que deseaba investigar. Como eso había trastocado su identidad por completo.

 

Luego, su vida en la Orden del Fénix. El Londres mágico al que nunca se había apegado antes. La forma en que su vida había cobrado un nuevo sentido e incluso había llegado a desarrollar el vínculo más próximo con Richard, como su hermano. La innumerable cantidad de muertes en batalla, devuelta por una magia que no tenía forma de describir pero que sin duda tenía algo extraño en torno a cómo era usada.

 

Después era imposible olvidar la inevitable llegada de Káiser. Su aparición inicial, aprovechándose de los recuerdos implantados para engañarla. Su paso por la Marca Tenebrosa y la experiencia cercana a la muerte.

 

La boda: fastuosa, inmensa, bella. No había otra forma de describirla a pesar del tiempo. Luego, la luna de miel y a casi nada de eso, el dolor. Una relación oscura y decadente, cargada de dependencia y temor pero en cuyo centro se encontraba algo más profundo que no era capaz de expresar en palabras. Algo que no tenía nada de horrible. Ella lo había dejado ir. Ya no le causaba temor, ira, desespero o dolor pero su imagen no se iría. Quiza ya no volviese a verlo de nuevo pero Kaiser viviría en su memoria.

 

Ah, el retorno de esa vida que había sido algo más cercano a morir lentamente. Su huida, los intentos de recuperación, la ayuda de Madeleine, conocer a Armand y otro importante círculo de vampiros.

 

Finalmente, allí, con Báleyr, aprendiendo sobre la muerte. Recuperar la cordura, abandonar concepciones iniciales burdas o vanas sobre el significado de la nigromancia y ahora, avanzar a tientas pero con paso firme, hasta que sus ojos percibieron luz.

 

Sólo que no había nada. Ni siquiera la presencia de la muerte que hasta ese momento la había acompañado a sus espaldas ni luz alguna en realidad. El frío allí no se había ido del todo pero era como si no estuviese mas sobre ella si no con ella. Era hermoso y a la par terrorífico. Quizá a eso se había referido Montpellier cuando había dicho que la muerte era una seductora aunque a Catherine no se lo parecía. Más bien una compañera silenciosa, fiel, persistente. Algo que era más fuerte que uno mismo pero que a la par, podía llegar a ser entendido.

 

Por eso, no le extrañó que al abrir los ojos lo primero que viese fuese la marca blanquecina que el anillo de bodas había dejado al ser arrancado. Su corazón perdió inquietud. Las heridas eran ahora marcas o cicatrices pero estaban allí, su historia, al igual que ahora su nueva compañera sobre su carne: la muerte. Catherine se aferró de ambas cuando se aseguró de llevar todavía la daga y la ropa que le habían sido devueltas de la misma forma extraña en que se las habían arrebatado.

 

Respiró y antes de contestar se aseguró de encontrar en su interior ese desahogo que en su mente era la reacción física natural después de la aceptación. La pregunta había sido formulada en plural y aunque no había nadie más allí con ella, no dejó que eso la distrajera de lo dijo después:

 

--Lo estoy.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Nasha giró el cuerpo, con la intención de ver el último rastro del magizoólogo pero no lo encontró. En su lugar, merced a unas fuerzas mágicas que reconoció como las del arcano sintió a su cuerpo revitalizarse, restaurarse al punto de equilibrio que había perdido con los desafíos anteriores.

 

Sabía que el tuerto no daba puntada sin hilo, así que interpretó de inmediato aquella curación como la prueba definitiva de que lo que esperaba al ingresar al laberinto sería lo peor a lo que tocaría enfrentarse.

 

En cuanto sus pequeños pies cruzaron el arco, una vez más completamente desnuda, comenzó a caminar por el sendero hasta que en una esquina se vio a sí misma con cuatro años preguntando a Mama Ashanti porqué sus padres le habían dejado, a lo que la enjoyada y obesa mujer respondía que no se podía mandar en los designios de la muerte.

 

La Nasha mayor contempló a la pequeña unos instantes. Había sido por entonces que en su pecho el sentimiento de abandono y desconfianza había comenzado a anidar para no salir más de ella. Recordar aquello le produjo sentimientos encontrados pero siguió avanzando y con la siguiente escena que se mostró ante sus ojos entendió de que iba la prueba: iba presenciar cada parte de su vida como una evaluación de lo que ésta había sido en su luz y en sus mayores sombras. Era parte del juicio al que Báleyr había hecho referencia desde que aquella clase empezase y que tan solo ahora cobraba sentido.

 

Nasha recordó así sus inicios en la magia. Había tenido épocas conflictivas más adelante pero al inicio había sido bastante sencillo. Los primeros deseos de dañar habían surgido cuando aquel muchacho blanco había colocado sus manos sobre ella, cargando peso sobre sus hombros, para empujarla. Nasha era pequeña todavía, la fuerza del empujón la había mandado al suelo. Para la Nasha mayor, recordarlo significaba contemplar un suceso lejano, que sin embargo estaba conectado al ahora a través del fino hilo del desarrollo de su magia. Su primera magia había sido para ese niño de expresión desdeñosa, que había insultado su color de piel y sus ojos "extraños". Le había quitado la capacidad de habla, para que su sucia boca no volviese a pronunciar los gruesos insultos que ese día había escupido sobre ella, aunque ambos eran tan solo unos niños. No había tenido nada de puro, de parte de ninguno de los dos.

 

Según el juicio del equilibrio, esa había sido una referencia errada, un mal comienzo. Nana Ashanti la había alejado de ese camino, que podía haber acabado muy mal. Ella y sus antepasados habían tenido que ver en su seguimiento de las artes menos oscuras, más benignas y que menos mella ejercían sobre su cuerpo. El daño que había sentido en su estómago, en la mazmorra de la nigromancia, había sido en un inicio el retroceder en el camino de alejarse de esas artes. O eso creyó.

 

Ahora, que las brumas representaban toda su realidad, Nasha se descubrió a sí misma pensando en que en su vida y que la muerte siempre la había llamado a su senda, aunque ella no lo notara. Había sido parte de ella, desde mucho antes de que llamara a la mazmorra de Báleyr el tuerto. La única tarea que tenía por delante, era aceptarla.

 

Una sonrisa afloró a sus labios al recordar a tantos clientes estafados. idi***s, ricachones, empleadores, aprovechados, locos, explotadores sin corazón. Los recordaba a todos aunque ellos no la recordasen a ella; porque nunca recordaban, a los pobres, a los desdichados. Siempre olvidaban los rostros de aquellos que no tenían tanto dinero como ellos o abolengo o suficiente desarrollo de la magia. Siempre buscaban un est****o motivo para intentar justificar su "superioridad". Había disfrutado extraerles cada centavo y cada momento en que supieron que habían caído en las manos de alguien más astuto, que les había quitado aquello que pensaban que los hacía mejores. Al final intentaban olvidar y seguro lo conseguían, porque eso era lo que hacían mejor.

 

Nasha no. Se preguntaba si eso contaría como bueno o cómo malo o si siquiera importaba. Al final, nada de eso había contado para que Nasha aceptara, quién era en realidad. Ella era tan solo un puente, un nexo, entre vida y muerte. Quizá nunca había encajado por eso mismo. El propio Báleyr lo había dicho, él límite de un nigromante no era la moralidad. Ni siquiera la muerte. Era ahora su compañera, pues junto con la decisión que tomó, vino también la certeza de que así había sido siempre a pesar de que habían intentado convencerla de tomar otros caminos. Era su senda.

 

--Estoy lista para la prueba, Báleyr. Tomaré el vínculo con el anillo, haré lo que sea necesario.

 

Una vez más estaba vestida. Todo regresaba lentamente a la normalidad. Su respiración se tornó regular, sintió la carne latir y las brumas se disiparon. Estaba sola pero sabía que no había estado sola en esa decisión. Iría, al lugar del que él les había hablado. Lo haría y entonces se enfrentaría a eso de lo que la habían alejado hasta entonces.

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Por fin llegaban los chicos a la Pirámide... Uno, dos... Tres... Los tres habían llegado.

 

El Tuerto contempló la entrada de cada uno y a todos les dijo lo mismo y con todos tuvo la misma comunicación. Parco en palabras, leyó en sus rostros lo sucedido.

 

- Veo que, por fin, la Muerte se ha convertido en una vieja conocida... ¿Estáis seguros? ¿Después de lo que ha pasado allá fuera, aún queréis intentarlo? No sé si sois atrevidos o unos insensatos. Es lo mismo, las dos palabras no son contrarias en muchas ocasiones...

 

El Arcano se había acercado a cada uno y había chasqueado los dedos. Un anillo se materializó en el aire, delante de cada uno, brillante, oscuro, similar al suyo pero muy sencillo. Aún no estaba demostrado que fueran VERDADERAMENTE aptos para poseerlos.

 

- Tomar el Anillo. Ya que todos habéis afirmado que queréis pasara la prueba, habéis aceptado los riesgos que implica cruzar el Portal.

 

Una leve luz insinuó que el Portal comenzaba a abrirse para permitirles la entrada. Cada uno tendría que dar ese paso solos, sin ayuda ni del mismo Arcano.

 

- El Anillo os ayudará a pasar y a moveros por el espacio que el Portal os cree para pasar la prueba. Sólo se abrirá para permitiros el regreso si os cree aptos para la Vinculación. Si no es así, no saldréis nunca.

 

La luz se iba acentuando poco a poco, aunque una bruma parecía palidecer su brillo y volverla opaca... Báleyr no podría ayudarles y así se lo comunicó.

 

- No puedo entrar. Si veis que algo no va bien, tocar el anillo con el pulgar y os sacaré de ahí. Perderéis la oportunidad de vincularos a la Habilidad pero lo prefiero a que muráis allá dentro. No quiero tener que justificar más muertes ante los Directores de esta institución... Decidirlo por última vez... Si estáis seguros de intentarlo... ¡Pasar!

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Por primera vez, sentí presencias a mi alrededor, antes de comprobar qeu mis compañeras estaban alli. Que habrían pasado para llegar? No lo sabía....no podía saberlo. No era el momento de sentarnos a charlar, sino que debíamos terminar la prueba. debíamos vincularnos.

 

Es por eso qeu el Arcano Baelyr se paseó ante nosotros, y con un chasquido, creó un anillo, negro, oscuro como la misma muerte. Lo tomé y me lo puse en el dedo índice de la mano derecha. Era sencillo, pero no podía dejar de mirarlo. Sabía lo qeu implicaba. Asi, avancé, con paso tranquilo, en silencio, dirigiendo una breve mirada a nuestro maestro antes de adentrarme a través de la brecha, encarando lo desconocido.

 

Fue doloroso. Adentrándome alli supe qeu volvía a estar solo en aquel destino. Y esa idea me causó...una cierta ansiedad. La sensación de que aquel anillo pesaba toneladas, que de mi pecho se negaba a moverme. Que hacía? Ganar poder...jugar con la muerte. Pero era un hecho necesario. Lo era, lo era....Asi qeu tuve qeu superar los momentos de ansiedad antes de obligarme a caminar.

 

Tuve la sensación de que me encontraba en un pasillo a oscuras. Solo cuando avancé lo suficiente, escuché el sonido de la lluvia, repiqueteando contra los cristales de la habitación de un niño.

 

Me quedé parado. Quieto. NO quería avanzar y ver lo qeu...lo qeu sucedía. Fue la naturaleza, fue un rayo quien me obligó a verlo, antes de que extrañamente, la sala quedara iluminada.

 

El cadáver del pequeño Ithilion yacía en el suelo de su habitación, desmadejado en un charco de sangre. Como un resorte, corrí hacia el cadáver. Su rostro dejaba entrever la calma, esa tranquilidad de aquel que ha muerto rápido, sin sufrir y sin saber realmente quien ha sido su asesino. Miré alrededor, conocía aquel cuarto como la palma de mi mano. Por eso lo alcé en brazos y, tirando lo qeu cubría la mesa, tumbé al niño sobre el escritorio.

 

No me paré a pensar. Tenía...tenía que traerlo de vuelta. Rompí la camiseta que llevaba, dejando al descubierto la puñalada en el pecho, en el corazón. Tuve qeu tragar y seguir adelante. No iba a pensar. No podía pensar. No quería hacerlo.

- Den som bringer døden - Mantuve la vista fija en lo qeu estaba haciendo. La niebla se materializó a mi lado. De nuevo, el hombre de traje enjuto me miraba, divertido.

 

No desvié la mirada. Odiaba ese nombre, pero la Muerte parecía saberlo bien

- Vamos, estas enfadado? Con lo unidos que hemos estado...sabes qeu siempre susurran ese nombre. No lo cambiarás nunca.

 

Sentí qeu se me acercaba a observar, mientras yo me afanaba en el cuerpo de mi hermanito. Estaba nervioso, estaba tenso. No tenía más heridas que las puñaladas en su pequeño pecho. Las sané usando la varita. Debía...

- Seguro? Ya sabes lo que pasará. Conoces la profecía. El niño os llevará a la muerte.

 

Negué con la cabeza, mientras usaba la daga par abrirle el pecho a Ithilion. Sentía que, si me paraba a pensarlo, me rompería.

- Vamos chico...esta fue la mejor opción. Necesaria. Lo hiciste por la familia. Sabes lo que pasará. Sabes que os matará a todos.

 

La mano huesuda me agarró el hombro, y eso fue lo único que me hizo detenerme. Las visiones del futuro, la Potter Black en ruinas. Todos muertos, a los pies de un joven adulto que sabía, era Ithilion. MIentras veía la muerte y la destrucción, ese desconocido hablaba.

- El niño os iba a matar. Tuviste qeu tomar la decisión más dura, pero la mejor para todos. - vi a Sagitas y a Jack, y como ella lloraba mientras me miraba, destrozada. Vi el cadáver de Helike en el suelo, muerta durante la boda, y a mi mujer de pie, junto a la ventana, con una mano sobre el vientre abultado, los dos futuros que nos deparaba el destino.

 

Vi mi pasado, un niño qeu lloraba en la nieve solo, sabiendo qeu había dejado morir a su padre, huyendo. Un chico larguirucho que devoraba un pedazo de carne casi como un animal. Un joven qeu había crecido matando, entre sangre. Más...más animal que persona. Alguien qeu desconocía lo qeu era el calor humano.

- Den som bringer døden - temblé, mirando fijamente mi cara. Disfrutaba...claro qeu disfrutaba cazando. Lo llevaba en la sangre. Pero odiaba aquel nombre - Lo hiciste. Mataste a tu hermano. Tienes las manos manchadas con su sangre. Siempre estaremos juntos. Para que...te esfuerzas...en traerlo de vuelta?

 

Miré fijamente mi figura, alta y enorme en comparación, mientras sacaba el puñal del pecho de Ithilion. Quien ya es un asesino no teme cargar con un alma más a sus espaldas. Que más da romperse un poco más por dentro.

 

Alargué la mano y me corté la palma, un corte profundo para que mi sangre regara el corazón de Ithilion.

"Antiguos dioses, escuchadme. Imploro qeu lo traigáis de vuelta. Ayudad a este, al último qeu aun vive para orar ante vosotros, para solicitar vuestra ayuda. Traedlo de vuelta. Por favor...."

 

Lo siguiente que sentí, me hizo temblar. El dolor en mi brazo me cegó, sintiendo como perdía la sensibilidad. Lo soporté, asiendo con fuerza la varita con la mano ensangrentada, sanando los cortes sobre Ithilion. Si ese era el tributo qeu debiera pagar...lo haría.

- Te esfuerces o no, sabes qeu siempre estaremos juntos. Estamos unidos. Para que quieres traerlo de vuelta? Si lo haces, estarás condenando a toda tu familia a un futuro doloroso y a una muerte dolorosa.

 

MIré a la muerte y sonreí

- Tal vez. Pero es un niño. Aun puede cambiar, aun podemos ayudarlo a que no suceda. No se merece que le roben la oportunidad de cambiar su destino. Además...no me gusta que me den órdenes.

 

Con los ojos llorosos a causa de lo visto, y el dolor en mi brazo, en la antigua herida causada por aquel licántropo, qu me obligaba a sostener el brazo pegado a mi torso, sentí una leve respiración qeu agrandó mi sonrisa.

- Estaré ahí para cuidar de él.

 

Y asi, me alejé despacio de la mesa, retrocediendo hacia la bruma. El poder de un Nigromante es más delicado de lo que uno cree. El poder de decidir sobre la vida y la muerte es tentador, pero el precio a pagar es demasiado alto. Pero....estaba dispuesto. Lo entendía. Asi qeu caminé hacia la brecha. Tenía qeu salir de alli y volver a casa.

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Cuando nota que Báleyr está ante ella de nuevo, cae en cuenta de que está al final de la línea: la prueba final. Mas la visión que Báleyr les presenta es demasiado para ella. Por un momento, siente ganas de retroceder pero no se permite moverse ni un centímetro. Luego, extiende la mano hacia el anillo.

 

Oscuro, perfecto. Es un trozo de arte, desde cierto punto de vista pero a la par, Catherine puede percibir con claridad el poder latente en él, casi con pulso propio, con una voz demasiado sutil como para que pueda sacar nada en limpio, casi como si le susurrara palabras al oído. Cuando ella extiende la mano, su mente regresiona al momento nebuloso en el que llevara otro anillo, de similar apariencia. De hecho, el parecido entre ambos es terrorífico. El metal oscuro, la simplicidad y el poder escondidos en ellos. Cuando se lo desliza en el dedo anular, el anillo cubre con exactitud la marca blanquecina que el otro dejara y entonces cambia. Catherine, que hasta entonces se había sentido desfallecer, se da cuenta de que había creído ver de nuevo el anillo de bodas de Kaiser pero éste no es así. Es un anillo dorado, rodeado de un hálito oscuro. Así que se adentra en el portal con movimientos autómatas.

 

Dentro, está el mismo lugar que visitara antes. El inframundo, una senda que se abre entre figuras y formas. Sin embargo, la textura es más nítida, las imágenes ya no son monocromáticas, en tonos oscuros o grises con entramados complejos. Catherine entiende que se trata de la visión de un nigromante porque sólo él podría ver la perspectiva de la muerte desde la vida y viceversa. Pasa los dedos sobre superficies extrañas, escucha las campanadas tañer con claridad. Sabe que se acerca el momento en donde tendrá que ponerse a prueba un vez más pero no entiende cómo y sobre todo en ese lugar.

 

Primero, se trata de Dianne. Charlan un rato sobre las cenizas y ella le narra más sobre su vida, el hombre que la asesinó, la forma en cómo su cuerpo fue encontrado demasiado tarde, sus años tempranos, cómo a pesar de su asesinato no le temía u odiaba a la muerte. Su voz, tiene el mismo tono desapegado que ella percibe en su propio interior. El de la muerte que lleva consigo.

 

Cuando se despiden, el rencor ha desaparecido pero Catherine sabe que tiene que guardar la cautela. Todas esas almas no confían en ella en realidad. La única forma en que puede imponerse sobre ellas es ganándose su respeto. Sin embargo, al igual que con los seres humanos, los muertos no funcionan todos igual. Los hay codiciosos, vanidosos, arteros, hedonistas. También criaturas amables. El respeto de todos ellos no puede granjearse de la misma forma para todos. Los métodos habrán de variar pero por la fuerza o a través del entendimiento, tendrá que obtenerlo de parte de todos ellos. De ser necesario, con algunos, incluso inspirar temor.

 

La siguiente en aparecer es Pandora. Un ser inmortal... un ser además, que se ha probado muchas veces superior a las fuerzas de la propia Catherine y que, sin embargo, sucumbió ante el poder de la muerte, a diferencia de lo que la propia Catherine planea. Su intercambio con ella tiene el mismo efecto que el de Dianne, probarle sutilmente cómo dentro de su cuerpo, parte de su sensibilidad humana se ha perdido para siempre, como parte de su alma está vinculada a algo mucho más grande que ella misma y que el mundo de los vivos: el de los muertos. Es el precio que ella decidió pagar, al igual que en su momento, aceptara la oferta de Pandora, cambiando su propio destino para siempre. Así que acepta al fin el dolor, atenuado por la pérdida de su propia sensibilidad. Acepta también la amargura y la deja ir. El rencor, es una pasión mortal que no puede permitirse. Pandora puede marchar en paz.

 

La siguiente figura que aparece ante ella ni siquiera necesita hablar. Cuando ella se aproxima, su cabello de tonos oscuros como ala de cuervo no se agita. Incluso, parece camuflarse en esas tinieblas inmóviles. Mas Catherine recuerda demasiado bien todo lo que esa figura implica como para poder extraerse de aquello que observa: la textura de su rostro, la curvatura de su cuello, el olor de su pelo. Así que cuando lo observa, sabiendo que aquella sí que será la última vez, no puede evitar extender su brazo hasta su pecho. Allí había llevado él la marca de su pasado. Cuando él toma su mano con naturalidad y desliza sus dedos a través de su palma para luego sujetarla con fuerza, Catherine suelta un suspiro.

 

Él la observa de lado, con la cabeza ligeramente inclinada, mientras continúa deslizando su mano por todo el extremo de su brazo hasta llegar a su cuello. Los moretones siguen allí, las marcas rojas, azules y negras. La forma que dibujan en la piel blanca de Catherine es bastante reconocible. Especialmente, cuando esas hermosas manos vuelven a cerrarse en torno a su cuello girando la pesada cadena plateada en el proceso y el aire parece querer estallar en sus pulmones. Catherine toma los brazos que la ahorcan con ambas manos, primero con fuerza y desespero y luego sutilmente, casi como una caricia. Cuando una de sus manos cae como muerta a un lado y ella comienza a blanquear los ojos, prefiere cerrarlos y al hacerlo, éstos dejan caer una lágrima cada uno. Entonces, el ahogo desaparece y por primera vez en su vida, cree ver en el rostro de Kaiser algo similar al dolor; frustración, tal vez. Catherine sólo se atreve a tocar la textura de su mejilla, sabiendo que cualquier olor que crea recordar no va a llegarle en ese lugar. Acerca su propio rostro al de él para darle un beso.

 

Mas la figura se ha ido.

 

Sabe que se ha desprendido ya de todo, que ya no le queda nada. Entonces comprende. Porque no se trata de renunciar a "la luz" para seguir la "senda oscura". Ser un nigromante no es saber cortar, o incluso despedazar, como un vulgar carnicero. Significa renunciar, para conseguir aquel único poder que ha de ser otorgado. Un intercambio costoso, sin retorno, que dejará a los demás colgando en el vacío. Que te separará de aquello que fue tu vida, pues incluso aquellos más cercanos a ti, aquellos a quienes has amado, no podrán alcanzar más tu centro, abrazado y arropado ahora por la muerte.

 

Fue entonces cuando oyó la voz de maester Fjöln:

 

>>Su presencia se interpondrá entre tu y tu lengua cuando sirvas aguamiel en tu mesa. El dulce de las frutas, el olor de la niebla, el beso de aquel a quien una vez más amaste. El hedor de las bestias, la sangre de tu hermano. Tu carne no se pudrirá y quedará exenta de todo placer y toda pérdida. Largueza y conexión con la muerte, a cambio de todo lo demás. La ponzoña anidará en tus huesos... y ya no serás libre. Es el precio a pagar para aquellos que pensaron que podían jugar a ser dioses. Bebe, bebe, hermana mía. El trago que sellara este pacto final<<.

 

Las lágrimas empiezan a derramarse por su rostro pero está casi segura de que no desprenderán ningún olor, ni tendrán sabor a nada. Sus manos se cierran en torno a la copa plateada, de la que bebe el aguamiel que no le sabe a nada. Es su pacto, la bebida de los contratos, para servir a los dioses ¿significa eso que la muerte es una diosa o es todo sólo una coincidencia y podría haber bebido vino?

 

Cuando camina, se siente más ligera, porque está vacía. Las almas empiezan a aferrarse a sus pies, a sus manos, extremidades, incluso el tronco pero Catherine no percibe su peso como tal si no simplemente como finas tiras de niebla que intentan detener el avance de un paso vivo. Sabe que no van a poder detenerla y se desprende de ellas luego de un enorme trecho, luego de conocerlas, de entenderse con algunas, amar a otras, desestimar e insultar otras tantas. Tira la copa cuando ha terminado el aguamiel y siente tintinear la plata contra el suelo que ya no está cubierto de cenizas. El anillo en su dedo anular brilla pero Catherine ya no percibe nada más que la certeza de que ese es su propio umbral. Porque a pesar de lo ilógico que es que haya recorrido una enorme distancia desde que entrara, la salida se presenta ante ella de improviso una vez más y Catherine está segura de que es la misma, la suya.

 

Las puertas, convertidas en ominosos portones, se abren con un golpe seco. Catherine ya no carga nada consigo, ni siquiera las almas que intentaron aferrarse hasta el final. Cuando cruza el portal, al igual que cuando pasara por ese mundo antes y a diferencia de cuando llegara a la mazmorra del arcano, no se siente vulnerable si no con plena seguridad. Una película ligera y blancuzca aparece en sus ojos mientras atraviesa el portal y ella sabe por qué es así. Sus ojos ahora, miran más cosas, cosas que antes le habían sido vetadas. Porque la muerte y su anillo la acompañan.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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"Atrevida e insensata" Nasha pensó en como no era la primera vez que la describían con esas palabras, pero a diferencia de la primera vez que las oyera, ya no hacían mella en ella, al menos no esas, porque claro, todavía tenía muchas otras cosas que la perturbaban considerablemente, y de las que no estaría indemne.
Bajó la mirada entonces, para observar el anillo que Báleyr había materializado para ellos y se lo colocó en el dedo anular derecho que era el que tenía libre. Luego respiró hondo y escuchó las últimas indicaciones del arcano, para finalmente adentrarse por el portal.
Toda el transcurso de enseñanza del tuerto le había hecho no solo cambiar su perspectiva hacia fuera del mundo sino también hacia dentro, a lo profundo de ella misma, revelando su verdadera naturaleza. Una bruja criada en contacto con muggles, una sacerdotiza vudú en tierras extranjeras y lejos de su familia, poseedora de una piel oscura que no la avergonzaba. De cualquier punto que se la observara, Nasha no era una persona típica, y comprenderlo le hacía sentirse más segura ahora de que el ser una nigromante era solo un eslabón más- o el eslabón final y definitivo- de su camino.
Del otro lado del portal, el espacio era diferente y no tardó en reconocer que se trataba de la casa de la abuela en Nueva Orleans. Un nudo se le formó en la garganta mientras avanzaba por el patio amplio repleto de flores, la misma flor que ella llevaba tatuada en la parte baja de la espalda y la sensación no mejoró cuando alcanzó el cuarto de Nana Ashanti.
Ella yacía sobre el suelo, con los ojos abiertos y un rictus serio, muerta.
Solo cuando retrocedió un par de pasos, impresionada, es que notó al ser informe envuelto en las sombras que le acompañaba y que desde la esquina, parecía evaluar sus acciones, y junto a él muchas más almas, que con aspecto curioso la contemplaban a la espera de su siguiente movimiento.
La joven había entendido perfectamente que era lo que se esperaba ahora de ella. La labor de nigromante era una labor solitaria desde el punto de vista del mundo de los vivos porque te aislaba de ellos para ofrecerte todo ese mundo de sombras. La visión de las almas llenando sus ojos, y sus cuchicheos haciendo lo mismo con sus oídos sería lo que tendría delante, lo mismo que el actuar sin importar el cuerpo que tuviera al frente. Y podría haber estado allí mismo el cadáver de su madre, el del niño que revivió en las mazmorras para volver a verlo morir, o incluso el de ella misma, pero sabía que estaba el de su abuela porque ese era el último vínculo que necesitaba romper, para convertirse en ese puente entre uno y otro mundo.
Con un leve temblor, sus ojos se llenaron de lágrimas. Quizás, pensó, fueran las últimas que derramaría por alguien más. Inclinándose sobre el voluminoso cuerpo de su abuela, lo examinó, asegurándose de que estuviera en condiciones adecuadas para dar inicio al rito, y luego de ello, haciéndose un corte en el antebrazo con la daga que llevaba, comenzó a dibujar con la sangre sobre él sellos que también reprodujo en su propio cuerpo.
Repitió las oraciones de protección a los loas, cantó y danzó alrededor del cuerpo llamando al alma perdida en el antiguo idioma de sus antepasados, y con el último ápice de energía, activó los sellos de sangre. Un temblor violento comenzó a sacudir a Nana Ashanti de pies a cabeza, en tanto Nasha se llevaba la mano al pecho con gesto lúgubre y continuaba repitiendo los términos del pacto bajo el cual aquella alma regresaba al mundo de los vivos.
Cuando la vio abrir los ojos, confrontó la mirada acusatoria de abuela, tan vívida que la muchacha se preguntó si el portal la habría llevado en verdad a su caso o solo proyectaba los recuerdos de su mente, reordenándolos. Sea como fuere, a su voluntad, el cuerpo se puso de pie, y aunque no habló, recorrió toda la habitación, antes de volver a recostarse en el suelo.
El trabajo había sido cumplido, se sentía exhausta y febril, y con un vacío en el interior que estaba segura no podría llenar nunca más con nada o con nadie.
La muerte, como una sombra, había esperado pacientemente en cada etapa de su vida, a que aprendiera a luchar y luego a saber perder, a dar el último golpe, mas también a estar preparada para recibir una puñalada a traición; a decir verdades y mentiras, y aprender a distinguir ambas. Luego, suave como la seda, se había revelado como guía y compañera.
Ella siempre llegaba en el momento justo, ni antes y después. Y Nasha comprendió que solo ahora que había alcanzado su plena madurez, le servía a la muerte llevársela de su servidora para siempre.
Apenas había hecho esa reflexión, cuando la bruma oscura que había envuelto al anillo entregado por Báleyr se expandió de repente envolviéndola a ella, y luego tragándose la habitación y la casa por entero. Atrapada en aquel limbo, Nasha contempló entonces el curso de su vida, sus familiares, sus seres más queridos vivos y muertos, un caleindoscopio de recuerdos, al que se sumaban los recuerdos de todos ellos también, tantas y tantas voces, y personas, y lugares que creyó por un momento que enloquecería, hasta que por sí sola fue capaz de distinguir a unos de otros, de hallar un orden en el caos.
Y cuando tras cerrar los ojos, los volvió a abrir, vio delante de ella el portal de salida y las sombras del anillo todavía envolviéndola, dotándola de un cuerpo etéreo que ya del otro lado volvió a ser más tangible. El único rasgo de humanidad en un cuerpo y una alma que ahora, despojadas de los últimos resquicios de debilidad humana, podían con simpleza, eficacia y sobretodo paciencia, adentrarse en los caminos de la muerte al tenerla de compañera.

 

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