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Libro del Equilibrio~


Athena Rouvas
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―Tal vez un sitio parecido a este sería lo adecuado.

 

―Nunca me ha importado el espacio físico mientras aprendan cómo es debido. Particularmente creo que te has ablandado un poco en los últimos meses, y espero que tu actual estado no tenga nada que ver. ¿Crees que puedes mantener un duelo decente así, cómo estás?

 

―Que desconfiado... En los meses pasados no fue un impedimento, no sé por qué ahora debería serlo.

 

―No me quedará más que confiar en tu palabra. No quiero errores, Rouvás, ni personas tanteando nuestros conocimientos.

 

―Se bien cuál es la línea, y también siempre tengo presente que enseño en nombre de ustedes.

 

Porque si no le recordaba que tenía presente aquella última frase la conversación iba a continuar sin fin dejando a sus nuevos alumnos en una espera poco agradable. De por sí ya partía con los tiempos justos, pero no podía mencionar en voz alta que era por culpa del Uzza. En algunas ocasiones se tomaban las cosas un poco a pecho.

 

* ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ *

 

Las lechuzas partieron raudas en busca de Binny Evans y David Black Lestrange cuyos nombres eran de los inscritos para la clase del mes en curso. Las instrucciones era concisas: Ropa cómoda, traer consigo los amuletos y anillos que pudiese incluir el Libro, dejando a decisión de ellos si traían o no el Libro en sí, así como los artilugios de los Libros anteriores que de igual manera pueden resultar útiles en algunas oportunidades. Además del lugar en donde iban a encontrarse y la hora (cerca del mediodía). Bajo ese contexto, los esperó en uno de los jardines de la Universidad. Imposible perderse.

 

Allí estuvo varios minutos inserta en un pequeño libro de bolsillo mientras esperaba que ambos llegaran, en cuanto lo hicieron no tardó en tomar la palabra.

 

―Bienvenidos, soy Athena Rouvás, para aquellos que no me conocen, instructora del Libro del Equilibrio. Si bien los he citado aquí, solo es donde comenzará nuestro recorrido, espero que no tengan miedo de volar porque nos iremos a otro sitio en estas bellezas. ―Se llevó dos dedos a la boca y chifló, desde uno de los costados aparecieron tres hipogrifos, aunque no se acercaron más hasta donde estaban ellos. ―Bueno, tendrá que ser por las más o menos. Primero que nada consigamos que nos hagan caso, cuando estemos de camino les enseñaré las primeras cosas. ―Guiñó un ojo.

 

Si se habían tomado la molestia de leer algunas páginas de seguro tenían ya cierta noción de lo que trataba el Libro del Equilibrio.

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Por fin una carta con instrucciones claras… —comentó de pasada a su elfo doméstico refiriéndose al mensaje de la Universidad.

 

Lo agradecía. Normalmente solían limitarse a citarle y no le escribían nada más. No le indicaban si tenía que vestirse de forma elegante o de forma cómoda, tampoco si tendría que llevar todos sus amuletos o no… nada de nada. Que lo hubiesen hecho facilitaba mucho las cosas y, por supuesto, iba a seguir dichas instrucciones al pie de la letra. Se visitó con unos pantalones grises de deporte, como también de deporte eran las zapatillas negras que se calzó. Para terminar se puso un jersey rojo, navideño, con un reno muy gracioso en el centro. Muy calentito y muy cómodo. Noviembre era un mes donde hacía frío en Reino Unido.

 

Se presentó puntual en el lugar: uno de los jardines de la Universidad. Parecía ser el primero en llegar, sólo la profesora se encontraba allí. No tenía muy claro si sería el único alumno que cursaría la clase o compartiría enseñanzas con otras personas, en todo caso esperó pacientemente. Las dos últimas clases de los libros de hechizos las había logrado superar y esperaba que en esta ocasión sucediese lo mismo. Se sentía con muchas ganas de seguir aumentando sus conocimientos y habilidades mágicas.

 

Cuando la profesora se presentó atendió con atención. Instintivamente negó con la cabeza. No tenía miedo a volar, para nada, de hecho le encantaba. Si lo hubiese sabido, o si se lo hubiesen escrito en la carta, habría traído su escoba personal. Lo que no esperaba es que volaría encima de unas criaturas que reconoció al instante cuando aparecieron por un costado. Ver a los hipogrifos le recordaba que hace muchos años había comprado uno, pero que todavía no había ido a visitarle nunca a la Reserva y tampoco lo había sacado de allí… Quizá lo haría un día de estos, era un mal dueño.

 

¡Me pido el más bonito! —exclamó refiriéndose al que se encontraba a la derecha del todo de los tres y era de color blanco. Puede que los otros dos fuesen más bonitos para ellas, con eso de los gustos nunca se sabía. Cada persona tenía sus gustos personales y diferentes, pero el joven tenía claro que le gustaba el de la derecha del todo. —¿A dónde iremos cuando consigamos subirnos a ellos? —preguntó a la profesora mientras se colocaba el anillo de amistad con las bestias.

 

Desde el momento que se colocó el anillo entendió mejor con la bestia que estaba a unos cuantos metros de él y comenzó a acercarse muy lentamente, despacio. No quería espantarlo y mucho menos quería ser atacado. Tenía planes mejores que pasarse el día en el hospital de San Mungo. Cuando estuvo a poca distancia del hipogrifo al que había bautizado en su cabeza como “Copito de Nieve” entendió que tenía que inclinarse levemente para mostrarle respeto. Los segundos siguientes se hicieron eternos, casi no respiraba por la tensión del momento, pero el hipogrifo correspondió la inclinación y se animó a acariciarlo.

 

No sabía si era debido al anillo y a su elevada confianza en sí mismo, pero sabía que aquella bestia no le haría nada, se sentía seguro. Después de acariciarlo durante unos pocos segundos y ver que parecía estar agradecido con el contacto de su mano, pensó que era un buen momento para intentar montarse en la bestia.

 

Después de hacerlo con sumo cuidado quedó a sus lomos, se agarró suavemente a su cuello y observó a la profesora esperando cualquier instrucción para despegar. Se antojaban emocionantes los minutos siguientes.

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—Ropa cómoda —recitó frente a la lechuza. La carta levitaba frente a rostro de Binny, era del Ateneo.

 

Con la varita hizo una curva en el aire, logrando que un frasco de cucarachas se abriera delante de la lechuza, esta empezó a tragar. Binny buscó en el baúl un enterizo azul y zapatos bajos, decidió no usar llevar sombrero pero guardó todos los amuletos, frascos, collares y demás en el bolsillo. Claro, no sin antes aplicar un hechizo de expansión . Giró sobre los talones, y desapareció.

 

Llegó a los jardines de la academia, los conocía porque los visitó en la clase anterior, cuando intentó cursar el mismo libro, pero sin éxito. Esta vez esperaba aprobar, aunque le tomara más tiempo concentrarse ya que su mente estaba repleta de ideas sobre cómo obtener más galeones y comprar de una vez por todas un dragón. Saludó a la Athena y a David con una inclinación de cabeza. La profesora dio las primeras pausa y chifló, consiguió así que varios hipogrifos se acercaran volando.

 

Binny se acercó a uno y se agachó tanto como pudo haciendo una reverencia. A decir verdad, siempre le resultó facil conectarse con los animales. A las criaturas Binny les caía bien, de forma natural. Cuando el hipogrifo respondió al saludo con una reverencia Binny se enderezó lentamente. Le tocó el plumaje y con delicadeza montó encima. Siguió acariciando a la criatura, era tan suave y hermosa.

 

—Tú también eres muy bonito —le susurró, la criatura respondió con una patada al piso.

 

—¿A dónde iremos? —preguntó a Athena y David, mientras el hipogrifo empezó a volar,.

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Los ideales son solo palabras hasta que luches por ellos.

 

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Rouvás también hizo uso de su anillo de amistad con las bestias, más que nada para agilizar el proceso en que el Hipogrifo la aceptara. Normalmente prefería hacerlo por gracia puesto que le sonaba demasiado a dominar la mente de un animal con ese artilugio, pero allí no estaban para perder demasiado tiempo, así que no tenía más alternativa. Realizó la reverencia en señal de respeto y luego de unos instantes estuvo segura de que la bestia no realizaría ningún movimiento extraño o peligroso. Se subió sobre el lomo y le dio la indicación para que elevara el vuelo, aunque más que nada, que levitara un poco.

 

—Una vez que estemos en camino no podré explicarles demasiado, como vuelan a gran velocidad el sonido se pierde así que les comentaré un par de cosas acá mientras nos elevamos ¿de acuerdo? —Con una de las manos se afirmó lo mejor que pudo puesto que en la otra, la diestra, tenía la varita sujeta. —Bien, cada libro tiene algo así como su sello, en este caso el del Equilibrio nos habla un poco precisamente de eso, que todo en esta vida está equilibrado. No se refiere a un equilibrio mental, sino que si existe algo debe haber una contraparte que le haga el peso, algo así como el ying y el yang.

 

Cuando vio que ya ambos estaban bien seguros sobre su hipogrifo y en el aire comenzó a aumentar la altura respecto del suelo, aunque a poca velocidad con la esperanza de que ellos también hiciesen lo mismo.

 

—Bajo este contexto, es curioso como los Uzzas nos enseñan parte de su magia. El libro trae un hechizo bastante mortífero llamado Cinaede, que es básicamente un veneno para la vía respiratoria, y trae también un Anillo antiveneno que en realidad no cura de este veneno, así como tampoco del veneno de Basilisco. Tenemos más cosas, por ejemplo el Amuleto de la Resurrección, que te trae de vuelta si es no has fallecido por causa natural y si en el momento de morir lo llevas puesto en el cuello. —Hizo una pausa, ya tenían suficiente altura. —Lo demás se los explicaré cuando lleguemos, ¡siganme, no estamos lejos!

 

A partir de allí no podrían hablar demasiado solo por el echo del viento. Afortunadamente no serían más de diez minutos de vuelo. Se guardó la varita en la manga para así sujetarse de buena manera con ambas manos, una caída desde tanta altura sería una buena manera de pasar una noche en San Mungo regenerando huesos, o mejor dicho haciendo estreno del Amuleto de la Resurrección.

 

El viaje fue tranquilo, y sin contratiempos, por lo que logró ver, sus dos alumnos aterrizaban de en buenas condiciones cerca de ella. Estaban en una especie de bosque cercano a la Universidad, pero no era tan frondoso en todos los sectores. Se podían visualizar innumerables claros a donde sea que se mirara, también había varios troncos, algunos cubiertos de moho otros parecían haber sido cortados hace poco. Como fuese, estaban en una de las pocas áreas que el Ministerio de Mgaia logró "proteger" para que criaturas mágicas vivan en libertad. Algo así como una especie de bosque prohibido en Hogwarts.

 

—¿Todo bien? —Intentó cerciorarse antes de proseguir, y luego de ya tener ambos pies en la tierra. —Antes de internarnos en medio de este lugar, que de por si ya estamos casi en el corazón, les enseñaré dos de los hechizos. Las flechas de fuego son filamentos, valga la redundancia, de fuego. Al realizarlo el fuego incendia la piel produciendo graves quemaduras. El Aguamenti es una buena forma de comenzar a sanar las quemaduras aunque luego deben recordar curarse con episkey. Por el lado contrario tenemos las semillas de hielo, aunque su efecto es más para criaturas, para congelarlas. Los movimientos serían algo así... —Realizó primero los movimientos correspondientes a las Flechas de Fuego y luego los de las Semillas de Hielo.

 

Habían un par de ruidos poco frecuentes cerca, ¿quién sabe qué andaría por esos rumbos? Cabía mencionar que ellos parecían invasores en el territorio, solo que por el momento Rouvás no le dio importancia. Los Hipogrifos parecían algo inquietos pero no con ganas de volar sin los magos que acababan de traer al bosque.

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El hipogrifo siguió a los otros, su vuelo fue calmado durante el viaje. Binny se alegró por ello, pues el viento no le golpeó la cara sino que resultó refrescante. Además, la vista del bosque era hermoso, le llamó la atención una doxy que chocó contra las ramas húmedas de los árboles, parecía no saber a dónde iba como si regresara de alguna fiesta con resaca. Binny se rió, el hipogrifo parecía disfrutarlo también. Athena fue la primera en aterrizar. Se dio cuenta cuando el hipogrifo empezó a perder altura y miró hacia abajo, notando a la profesora en el claro esperando por David y ella.

—Todo bien —reafirmó. De un salto bajó de la espalda de la criatura, le acarició detrás de la cabeza y este entrecerró los ojos disfrutando el gesto. David también estaba en el aire, esperaba verle aterrizar pronto. Cuando finalmente lo hizo Athena empezó su discurso. Explicó cómo realizar los hechizos. Por eso, Binny recordó que era el momento de colocarse los anillos, los colgantes y los amuletos. Eran tantos que Binny no podía explicar cómo al final siempre había espacio para más. Parecía una ilusión, pero qué importaba, mientras tuviera todos esos objetos tendría más formas de magia para experimentar. Cuando terminaba de acomodarse todos los objetos Athena terminó de hablar y pasó a los ejercicios prácticos. Aquello le llamó mucho la atención, era la parte favorita de Evans, en especial si se trataba de cosas nuevas.

—Uhm... Lo intentaré —dijo—. Se ve interesante, aunque no quiero quemar el bosque... ¡Flechas de fuego! —apuntó hacia una parte despejada, donde no dañaría a nadie. De inmediato los filamentos salieron de la varita e incendiaron el pasto, aquel hechizo era peligroso.

— Aguamenti.

Luego de apagar el fuego tomó el frasquito con las semillas de hielo. Lucía como arenilla color plata atrapada en el vidrio, así que tomó muy muy poco, para no crear una pista de patinaje sobre hielo. Miró a David, quería decirle "Cuidado" pero el mago parecía entender los peligros de las semillas. Entonces, se alejó un poco del hipogrifo y lanzó las semillas de hielo sobre el piso. Y tal como pensó el suelo se congeló de inmediato. Aunque servía para paralizar animales, Binny prefería crear hielo y notar las diferencias entre este hielo mágico y el real.

 

—Lo siento —se encogió de hombros—. ¿El hielo se quitará solo o necesita algún hechizo?

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Los ideales son solo palabras hasta que luches por ellos.

 

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  • 2 semanas más tarde...

Una misiva había llegado, ¿se habían tardado? Quizás sí, porque ella había imaginado que desde el inicio del mes se la harían llegar, pero consideró que la necedad de algunas personas, lo impidió. Negando lentamente, tomó entre sus manos la petición de Candela Triviani y las indicaciones que en ella le daba. Un bosque cercano a la Universidad, era el escenario, aunque no hubiese sido su primer opción para la enseñanza del Libro del Equilibrio, podía apañárselas.

 

Ataviada con unos jeans de color negro, botas del mismo color y una blusa blanca, así como los anillos y amuletos de los libros que poseía hasta el momento, supo que estaba lista para partir. Utilizando el Haz de la Noche, apareció en los alrededores de la institución mágica, caminando el poco tramo que le restaba para llegar hasta el sitio en el que segundos atrás había estado Athena y los dos alumnos, Binny y David.

 

—El hielo se derrite por sí solo, no es necesario ningún hechizo. —respondió ante la pregunta, antes de presentarse— Soy Mia Black Lestrange y desde este momento, estoy encargada de su aprendizaje, Athena… —guardó silencio un minuto— Al parecer, no pudo continuar con ustedes por problemas personales.

 

Tras sus palabras, les indicó que era momento de comenzar a caminar. Se internaron en las profundidades del bosque, supo que era momento de continuar enseñando al menos un par de hechizos del libro. Meditando un poco, sobre qué podía hacer, notó que el corazón del bosque era un tanto oscuro, a pesar de que aún no era tan tarde, por lo que en cuando se le ocurrió una idea, en sus labios se apareció una sonrisa.

 

Con ayuda de su varita mágica, logró aparecer una vela, la cual mostró a los estudiantes, justo antes de colocar un poco de pétalos del pensamiento. Logrando, que el aroma de la vela, cambiara a uno dulce, el cual comenzó a propagarse lentamente por el espacio que los rodeaba. Así, que en cuanto este estuvo cerca de David y Binny, comenzarían a sufrir algunos estragos mentales.

 

—Los Pétalos del pensamiento, te llevarán a la muerte. —explicó mostrando la vela— Pero antes, sufrirán alucinaciones, así que eso les dejará saber que están a nada de morir, pero no se preocupen porque el amuleto de la resurrección —lo mostró a ellos, para que supieran cual era—, les permitirá revivir, así que no hay nada mejor que aprender esto, de manera práctica.

 

Al finalidar su discurso, espero a ver si todo salía como lo tenía contemplado.

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Volteó al escuchar la voz que respondía. El hipogrifo, al igual que ella, no había sentido la presencia de Mía hasta que esta se presentó y se excusó en nombre de Athena. Cuando Binny volteó de nuevo, para buscar a la bruja, no la encontró. Entonces se sintió como en un truco de cartas, donde desaparecía el As, pero segundos después el mago la sacaba detrás del oído de alguien.

—Vaya, eso fue rápido. En qué momento... ¿se fue?
—le preguntó a la criatura, esta lucía muy inteligente pero aun así no podía formular las palabras que Binny estaba buscando. Se encogió de hombros y le acarició el cuello. Con una reverencia se despidió y siguió a Mía hacia el interior del bosque, creyó ver a David hacer lo mismo, pero, estaba tan ansiosa, no comprobó si efectivamente las seguía.

Se internaron en la oscuridad del bosque. Seguramente rodeada de peligrosas criaturas mágicas, peligrosas y emocionante, quizás tantas que podría llevar algunas para estudiarlas en casa. Sin embargo, hasta el momento no habían visto más que árboles, convirtiendo el paseo en una caminata común y corriente hasta que notó la vela en manos de Mía. Los pétalos que estaba usando eran idénticos a los que Binny y David traía en el envase de vidrio, colgado del cuello.

Mientras Mía explicaba, el olor suave y dulce se propagó por toda el área lentamente hasta que llegó a la nariz de los demás. Le resultó peligroso, pero aún más peligroso para la maestra, pues era quien tenía la vela y el aroma de los pétalos más cerca y sería la primera en caer presa de las alucinaciones. Asintió a la explicación y se preparó para ver imposibilidades, como los árboles festejando en círculo y las rocas saltando como peces fuera de la cesta, todos rodeándole y pidiendo fuertemente que se les uniera. No es como si Binny se negara, pero recuerda vagamente dar algunos giros, algunos saltos, más giros, todo antes de caer y cerrar los ojos. En ese momento se puede decir que murió, se puede decir porque no recuerda qué pasó, pero el amuleto de la resurrección le ayudó a regresar.

Binny no notó cuánto tiempo había pasado, pero ahora estaba viva y con los pensamientos claros. El aroma ya no se sentía. No corrían peligro. Ahora sabía que no podría usar los pétalos en áreas poco ventiladas o cerradas, pues terminaría muriendo y sin posibilidad de revivir hasta dentro de lo que demora la luna en verse completa. Respiró lentamente, para asegurarse que no hubiera rastro del aroma y caminó hasta volver con Mía y David, que no estaban muy lejos.

—Ahm... volví... creo —dice, disimulando. Entonces mira hacia los lados, se acomoda el saco, guarda las manos en los bolsillos, cambia el tema para no sentirse incómoda por más tiempo—. El aroma fue delicioso, pero morir y revivir... lo dudo ¿Cómo podría cualquier mago darse cuenta que está a punto de ser envenenado con algo tan agradable? ¿Hay algún indicio? No quisiera morir con unas gotas de perfume en el cuello —pregunta, sonriendo, observando a Mía y luego a David.

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Sus estimaciones salieron tal cual, por lo que no hubo problema alguno con que la Evans, siguiera sus indicaciones. Estaba lista para observar como es que la bruja ponía en marcha los poderes del amuleto de resurrección y al ver lo conseguía y con ello, tenía algunas dudas, negó lentamente pero escuchó pacientemente.

 

—Como lograste darte cuenta, es casi imposible notar cuando te van a envenenar utilizando los pétalos, por lo tanto, lo único que nos queda es estar portando de manera intermitente este anillo —soltó, mostrando un anillo de plata que se encontraba colgando de una cadena en su muñeca—. Este, es el anillo antiveneno, el cual nos va a permitir ser inmune a casi cualquier veneno... digo casi, porque el de los basilíscos aún nos afectarían.

 

Tras su explicación, espero a que la bruja buscara entre sus pertenencias uno similar, y lo identificara, para colocárselo. Claro, después de haberle dado la indicación, esto con la finalidad de pasar a la parte práctica, en la cual le podría mostrar de la mejor manera, como no iba a correr peligro real, siempre y cuando, fuese consiente del poder y protección que le otorgaba el mismo. Desviando su atención unos segundos, notó como el Rambaldi, no continuaba con el ritmo de la clase y soltó un suspiro, al parecer había muerto y no sabía como regresar.

 

Más tarde, tendría que ocuparse de él, pero por el momento iba a proseguir con su enseñanza, la cual estaba a punto de culminar en unos minutos más, para después, dar paso a la prueba. Pero hasta ese momento, debía prestar su total atención a Binny, pera evitarse cualquier contratiempo.

 

Cinaede —soltó en dirección a la bruja, consiguiendo que a su al rededor de su rostro comenzará a aparecer un gas invisible, el cual tenía la finalidad de ir cerrando poco a poco sus vías respiratorias, por un proceso de envenamiento, que en caso de ser exitoso continuaría por la sangre y finalmente, acabaría con su vida.

 

Observando la situación, espero a ver la reacción de su alumna.

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Ve el anillo antiveneno en su dedo, es similar al que le muestra Mía, pero no se siente especial. Sabe que oculta un gran poder, pese a que luce como una baratija. Así que se acomoda con sutileza, dando unas vueltas al anillo. Escucha a la bruja. El "Cinaede" se le hace familiar. Ha visto cómo son sus efectos en duelos a muerte, más específicamente en batallas viejas entre la Orden del Fénix y la Marca Tenebrosa. Está consciente de que empezará a envenenarla y asfixiarla.

«No de nuevo...» piensa, apretando fuertemente la varita, le duele respirar y empieza a sentir el ardor en sus pulmones. No quiere morir otra vez, no por temor sino por decepción. La muerte es demasiado simple y muy trillada en Ottery y la academia. Trata de pensar con claridad, porque sabe que puede defenderse con un encantamiento, pero el nombre se le escapa de la mente muchas veces. «Ananeum» «Anangueo» «Apneo» «Anapneo» piensa finalmente.

Se recupera, sí, pero lentamente. No sabe cuando se sujetó el cuello con la mano, pero ahora lo nota. Siente la piel adolorida, algunos arañazos provocados involuntariamente y ardor dentro de la garganta y los pulmones. Aun así, intenta mantenerse en pie, finge que empieza a respirar mejor, pero está haciendo un esfuerzo tremendo. Relaja el cuerpo, endereza la espalda y desaparece la varita de la otra mano. Aún le arde, huele la sangre en su respiración, pero ya pasará.

Traga saliva un par de veces antes de decirle a Mía— El que escribió el libro del equilibrio parece que solo quería colocar la balanza hacia el lado de la muerte ¿no crees? —se ríe, al menos lo intenta, pero empieza a toser. Se limpia con la mano un rastro de sangre en la boca y siente el frío del anillo antiveneno ahí, aquella baratija le parecía inútil, aún ahora.

—Quizás, es atrevido decirlo... pero qué haremos ahora —quizás es la oscuridad del bosque, pero siente que han pasado mucho tiempo en aquel lugar.

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