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Prueba de Videncia #18


Sajag
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Sajag no tuvo que esperar mucho. La pupila llegó puntual a las diez de la mañana, como habían quedado. La contempló con orgullo porque sabía que, sin más datos de los que le había dejado, ella había usado su habilidad de la Videncia para encontrarle, sin más magia que su Ojo Interior.

- Bravo, muchacha - susurró al Verla en la orilla del lago. Le señaló el muelle podrido y prácticamente inexistente, sólo una base de maderos que no aguantarían el peso superior a una mosca al principio de la orilla. Después le señaló la otra orilla. - Has de llegar allá sin tocar el agua, sin magia adicional que tú misma. No hay barca que te ayude a cruzar. Sólo esas losas, ¿las ves?

 

Las aguas estaban inquietas y, sobre ellas, baldosas de piedra que flotaban a apenas un palmo de ellas.

 

- El agua es insana, te absorberá toda la energía y te hundirá a lo más profundo. Reza por morir si eso sucediera. No morir es ver como te devorar en vida los miles de animales sueltos que pululan en el fondo. No querrás eso. Pero las baldosas no te sostendrán si no son las correctas. ¿Ves cuántas hay? Tres son preguntas y el resto son respuestas falsas. Sólo hay tres respuestas correctas. Encuéntralas, usa tu don para ello y no te confundas o no nos veremos en la otra orilla.

No iba a ser fácil pero tampoco difícil, la mujer era Vidente desde hacía mucho tiempo, sólo debía confiar en sí misma. En cuanto llegara al borde del agua, una losa de piedra se levantaría y le haría la pregunta.


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Ella escogería entre las múltiples piedras flotantes que tenía delante, la que tenía la respuesta correcta y la pisaría, firme, para seguir avanzando. Si se equivocaba, la piedra se haría pesada y se hundiría en el agua. No habría una segunda oportunidad. Si no era sincera consigo misma, moriría. O peor, seguiría viva.

Una segunda losa que estaba más adelante se levantaría ante ella y le haría otra pregunta:

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Esta, tal vez, era la pregunta más complicada, puesto que reconocer los errores de cada uno es difícil ante los demás pero, muchas veces, es peor ante uno mismo. Uno puede llegar a creerse sus propias mentiras y dejar el pasado en el olvido. Pero somos lo que fuimos y este pasado siempre nos persigue, acaba alcanzándonos. Como antes, muchas piedras planas flotantes le mostrarían retazos de su pasado que ella podría negar o reconocer. Según lo que eligiera, caería o podría seguir adelante, avanzando hacia la siguiente losa.

Esta vez la pregunta sería mucho más temible porque ahora debería usar bien su Ojo Interior. Si en las otras preguntas podría usar su propia experiencia para superarlas, sin mucho más esfuerzo que leer la Verdad intrínseca de su alma, ahora debía interpretar lo que las piedras le decían y saber cuál era la verdadera, sabiendo que todo el futuro puede ser real o no dependiendo de muchos factores.

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Era la más difícil y la más decisiva para alcanzar la orilla. Alguna mojadura extra, algún susto... Sajag estaba seguro que también la pasaría aunque... Uno nunca sabe si se puede confiar en sí mismo.

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Tenía tantos días sin compartir con su hija que regresando del intenso encuentro con Sajag decidió dormir con ella. La noche transcurría apacible, Ámbar tenía la cabeza apoyada en la almohada y las manos aferradas a la camisa de su pijama, como tratando de retenerla, intentando que su madre no se fuese una vez más. En compañía del silencio aquella resultaba ser la mejor sensación del mundo, aquellos actos inconscientes y puros, se sentía amada verdaderamente por una niña a la que, posiblemente, le habría arruinado el futuro. Besó su frente tibia, aspiró su perfume de bebé y permitió que morfeo se apoderase de sus pensamientos.


Pronto el vaivén lento del suelo bajo su cuerpo y la brisa fresca meneando su largo cabello rojizo la despertó ¿Cuánto tiempo había dormido? exactamente no lo sabía más el día brillaba sobre su cabeza y Ámbar se encontraba divertida sumergiendo sus regordetas manos en el agua... ¿el agua? confundida intentó ponerse de pie más lo que consiguió fue desestabilizar la balsa y casi caer al lago. De un momento a otro había estado durmiendo en la comodidad de su hogar y de pronto estaba en medio de un lago, en lo que parecía ser un día de verano.


La risa de la niña le aturdía los oídos, intentaba llegar a la orilla hundiendo los remos con ahínco pero el agua parecía volverse de concreto, la mantenía cautiva en el centro. El cielo comenzaba a oscurecer y no traía abrigo, hacía frío. Se aventuró a abrazar a la pequeña que abruptamente dejó de sonreír, con las manos húmedas, y vislumbró una sombra algo borrosa al otro lado. Lo conocía, lo conocía perfectamente pero no podía verlo con exactitud. Sabía que se trataba de Sajag pero no lo oía, lo sentía. Luego, como si hubiese pasado años concurriendo a aquel lago supo perfectamente dónde se encontraba.


La balsa de hundió, irremediablemente, con ambas féminas dentro. Arya despertó, ahogada, empapada en sudor, dando bocanadas de aire, agitando los brazos de manera tal que casi despierta a su hija. La chimenea crepitaba, aun el sol no había salido pero ella ya no podría cerrar los ojos, de hacerlo, solo era capaz de ver el cuerpo de su hija descendiendo en la inmensa oscuridad de un lago, el lago al que debía concurrir a las 10 de la mañana.


Así fue, como bañada por los primeros rayos solares, la bruja partió rumbo a destino dejando a la dulce niña dormitando en el centro de una cama inmensa, con la compañía de un enorme lobo norteño. Su ropa era simple, al igual que sus intenciones por muy comprometida que estuviese; vestía jeans y camisa blanca, zapatos platos y el cabello recogido en una alta cola de caballo, sin más. Pronto se habría presentado frente al arcano de videncia, sobrevolando el cielo vespertino con su escoba vieja, descendiendo en picada y mediante una pirueta elegante, dejándola a sus pies y sonriendo plenamente, lo había conseguido y éste le felicitaba por ello.


—Puedo verlas— Respondió, el hombre no había demorado en dar la introducción al comienzo, irónico, del final.


Con los ojos fijos en aquel muelle que parecía al borde del derrumbe, asentía consciente de sus palabras, un paso en falso y podía perecer entre las garras de las criaturas marítimas, las más despiadadas y peligrosas según los libros de animales mágicos. Más creía estar preparada, Sajag estaba demostrando cierta confianza y eso le inflaba el pecho, le hacía ponerse en marcha, y sin notarlo, su pie derecho ya estaba sobre la primer tabla. Se tambaleó nerviosa, le sudaron las manos, ésta escapó de sus zapatos y se elevó ante sus narices.


Por delante de ésta, el camino parecía firme pero guiada por el retumbar de lo que el Hindú le hubo dicho, únicamente una loza le permitiría continuar rumbo a la orilla. Entonces ¿quién era ella? La respuesta parecería sencilla más una persona podía ser muchísimas cosas en una sola vida. Arya era madre, hermana, hija. Era matriarca, profesora, Mortífago, una bruja de gran calaña, médico, posiblemente amiga de alguna que otra persona ¿Pero quién era realmente?


Tragó en seco, de pronto al parpadear las páginas del diario íntimo de su madre le vinieron a la mente, y respondió. —Soy Arya Macnair. Hija de Reshi, un demonio original. Pero ante todo, soy una persona


Leyó lo que la loza decía, en voz alta, la pisó con firmeza y un aguijonazo que le atravesó el pecho recordando, lastimosamente su procedencia, y se afianzó al suelo bajo sus pies sin demasiada tregua pues una segunda pregunta casi le golpea la frente. La intensidad de ésta pregunta y la cantidad de flashes que trajo consigo le desestabilizaron, por un efímero instante creyó menos doloroso el dejarse hundir y perderse entre la oscuridad del lago, le dolía saber quién fue, quién era y quién sería pues su vida se reducía a un manojo de malas decisiones.


—Fui…— se detuvo, de entre tantos momentos que se hubo planteado y maquillado para olvidar los detalles punzantes, encontró el punto de quiebre en que su verdadera esencia demoníaca prevaleció por sobre la humana firmando con sangre el destino de todos sus seres queridos —… una asesina.


Secó con el dorso de la mano sus lágrimas pisando firmemente el recuerdo de Emma, de su asesinado, de la noche en que ella misma le puso fin a la vida de una de sus amigas más cercanas ganándose el odio de su hermano. Carraspeó y se repitió la pregunta, quién fuiste, no quién eres, ya no eres esa persona, has cambiado. Lo dijo una y otra vez para convencerse hasta que la tercer pregunta le tocó el hombro, ésta vez casi cae al agua.


¿Quién serás? Con mirada fría e inexpresiva caminó sin dudarlo, su corazón se detuvo de repente como si no le encontrase sentido al palpitar. —Seré… seré lo que mi destino me dicte, la gobernante del averno.


Sorbió por la nariz aceptando la realidad y sin notarlo ya pisaba tierra firme con los jeans mojados hasta las rodillas, alzó la mirada y buscó al arcano, estaba mentalmente agotada.

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Era importante que la muchacha entendiera que esta Habilidad obligaba a la sinceridad total consigo misma. Una persona puede engañar a otra por múltiples motivos pero nunca ha de engañarse a sí mísma o corre riesgo de perderse. Por ello, aquella primera prueba le había obligado a definirse sin tapujos, pasado, presente y futuro. Cruel... Pero necesaria...

 

Si esta prueba había sido difícil, la siguiente era igual de peligrosa para ella. La mujer había llegado a la orilla y le buscaba; pero no encontraría al Arcano. Sus pasos le llevarían hacia la zona del bosque espeso. Árboles con miles de ramas entremezcladas, matorrales entrelazados y vegetación unida impedía el acceso a través de él. Era la barrera natural de la isla que protegía el centro neurálgico donde se encontraba la pirámide. Para llegar a ella, la muchacha tendría que cruzar ese impedimento dispuesto para echarla hacia atrás. Era peligroso, no por los arañazos de plantas y animales que le producirían irritación, heridas o incluso pinchazos venenosos que debería curarse. En realidad, lo que más temería era encontrarse con la muerte de tres de sus familiares más queridos. El camino casi inexistente le llevaría a un cruce de tres vías, las tres con un gran árbol que le impediría cruzar por delante, los tres árboles con una gran carta de tarot:

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Juliette - Castalia - Ámbar

 

Tendría que usar la videncia para adivinar qué sucedería si las salvase, si usase su poder de visión para ver el futuro y decidir si lo cambiaba o no, salvando a una de ellas. Si lo conseguía, el árbol correcto desaparecía y le dejaría el camino libre para la entrada al laberinto.

 

Esta tercera prueba le sería más fácil, si se puede decir eso a enfrentarse a la Muerte propia sin tener que pensar emocionalmente en lo sucedido o no con su familia. Encontraría tres criaturas peligrosas y mortales que intentarían impedir la llegada al centro, donde se levantaba la gran pirámide.Ella debía debería recurrir con su Ojo Interior el futuro sobre cuál era con la que conseguiría pasar y descartar las otras dos. Era una prueba fácil: ver en el futuro lo que ya había hecho en el pasado para hacerlo en el presente. Si era capaz de no perder la línea temporal, saldría ilesa.

Si conseguía superar esta prueba, la gran escalinata de la Pirámide la esperaría y le dejaría ascender hasta la entrada a la Sala de Ourobous, donde Sajag estaría esperándola con un frasco de agua pura y el anillo que le dejaría entrar en el Portal de la Videncia y pasar la gran prueba final. Sólo si contestaba de nuevo la gran pregunta:

- Después de todo lo que has vivido, por lo que has pasado para llegar aquí... ¿Crees que merece la pena vincularse a esta habilidad? Si aún persistes en tu deseo de hacerlo, ponte este anillo y entra. El Portal será tu Juez y tu Verdugo. Él decidirá si sales con vida y si te mereces poseer el Anillo rosa de Videncia.

Le dejaría pasar, si ese era su deseo, hacia la puerta de luz que se abría ante ella.

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—¿Sajag?

 

Volvió a llamar. Sus ojos fijos en el frente. Su ropa estaba salpicada por gotas de agua pero al menos no se había hundido presa de mentiras y negación. No había allí forma de pasar, no existía puerta ni laberinto como en ocasiones anteriores, al parecer el Arcano de videncia se tomaba muy en serio lo de superar determinados bloqueos mentales, al punto tal de volverlos tangibles para sus pupilos. Por lo que no tuvo más opción que agudizar los sentidos y el conocimiento que poseía sobre herbología para dar un paso seguro hacia delante y no morir en el intento, si alguien creía que intentar hacerse con el anillo de Nigromancia era delirante significaba que no conocían a Sajag aun, de todos modos, le agradaba.

 

Macnair vivía al límite, estaba acostumbrada a trabajar bajo presión, así funcionaba su cabeza y seguramente el hombre lo supo en el instante preciso en que estrechó su mano y le quemó con la vela, pues antes y después no tuvieron más contacto físico. La cabeza le dolió de repente, cerró los ojos llevando una mano hasta su sien derecha y el estómago se le revolvió, era casi como ver una película de su vida, como si su espíritu se le saliera del cuerpo atraído por una especie de imán, permitiéndole que apreciase los pasos que daría a continuación; en falso, a ciegas, acabaría enredada en un matorral de rosas con espinas impregnadas de veneno.

 

Se detuvo, entonces, metió sus manos en sentido contrario, cortó su piel sutilmente, como el rasguño de un gato bebé, y se adentró en un espeso bosque oscuro. Allí no había veneno, pero si hormigas rojas y ramas peligrosas que amenazaban con arrancarle los ojos. Los mismos que mantenía cerrados, pues continuaba siguiendo la estela de sus pasos futuros. Así fue como un halo de luz solar, que se colaba entre las hojas de un enorme árbol, le dio de lleno en el rostro como señal de que debía detenerse. Arya separó los párpados, perpleja pues el camino nuevamente estaba obstruido, y dubitativa debido a las tres cartas de tarot que colgaban de tres retoños diferentes ¿Qué sería todo aquello?

 

Le bastó un paso para comprenderlo. La conexión de las cartas y el punto estratégico donde se paró se asemejaron a un puñetazo en la boca del estómago. Revivía la última pelea con su hermana Juliette, el pacto que ambas hubieron hecho para que la joven conservase su humanidad, lentamente le quitaba un poco de la suya propia, era una balanza desequilibrada debido a la falta de preocupación que la castaña tenía para con la situación, sería cuestión de tiempo para que acabase con su vida sin el más mínimo titubeo. Se vio, una vez más, clavando un puñal en el pecho de su hermana para arrebatarle el último aliento de vida, en una desesperada búsqueda de supervivencia, un demonio sin escrúpulos después de todo, no medía lazos.

 

Se estremeció, dio tumbos hacia la derecha y una nueva visión la abordó. Su niña, su pequeña niña preciosa en manos del cónclave. Ámbar no debía nacer, la unión entre ella y su padre jamás debió suceder, el destino de Macnair había sido marcado, ella debía darle un heredero al averno, un niño que gobernase llegada la edad adulta y para ello debía enzarzarse con otro demonio original, igual a ella. Más su amor por los humanos, por Aziid, lo había arruinado todo. Isthar recostaba a la pequeña Delacour sobre un altar de mármol, parecía u ángel vestido de azul, y mediante antigua magia congelaba su alma por toda una eternidad; la vitalidad se escurría de sus grandes ojos color caramelo y sus regordetas manos infantiles caían pesadas a un lado, su bebé, su pedazo de cielo, pagaba el precio de sus pecados y errores.

 

—¡¡No!!— Gritó, cayó sentada al piso sintiendo como el arrepentimiento le endurecía los músculos, no la quería, no quería ver.

 

Pero estaba en ella, Sajag se lo había dicho de antemano, era una vidente desde mucho antes que se conocieran. Sus sueños, pesadillas y premoniciones, todo se debía a una habilidad que no tenía control. Necesitaba aprender a controlarla, a colocar un bálsamos sobre lo doloroso que resultaba el futuro. Ayudándose con las manos se puso de pie, había olvidado por completo las heridas que el camino hasta allí le causó, acarició su collar de ópalo para curarlas y sentir al menos una cuota de alivio mientras su mente se embotaba en una última situación, por poco se desmaya.

 

Castalia, la mujer que poseía el cuerpo de su tía y que solo ella sabía. Le sonreía, le sonreía con una malicia y complicidad que nadie comprendería, de cuerpo entero se marcaban las venas azules, tenía los ojos verdes irritados por demás y cuando la oyó hablar el sonido fue lastimero, como el de un animal moribundo. La rodeaba verde césped, piedra, se encontraba en los terrenos Macnair pero sus pies descalzos estaban siendo tapados por una capa de escarcha, aun no era invierno, aquella visión era extraña y poco precisa a comparación de las demás pero su alma parecía saber qué hacer.

 

—Lo prometo— Susurró.

 

Ninguna de esas mujeres debía morir, pero sabía perfectamente que solamente una lo aceptaría sin rencor. Tomó, entonces, el camino del medio. La carta de tarot cayó cuando, y mientras cerraba los ojos, apresuró el paso oyendo los murmullos de gigantes criaturas. En su cabeza la misma película llegaba a su fin, asesinaba a Castalia pero ésta vez usaba una flecha de plata, acababa con su vida y con su agonía. El cuerpo de Cissy ya no podía contenerla, se estaba resquebrajando como si fuese de porcelana, la liberaba, le daba paz. Aun así sentía el corazón encogido, las mejillas húmedas por las lágrimas y el aliento tibio en el rostro... no, ese no era su aliento. Abrió los ojos, demasiado, demasiado grandes. A menos de un centímetro de su rostro, el inmenso hocico de un Ridgeback Noruego, la sangre se le heló.

 

El dragón no parpadeó, ni siquiera gruñó ¿Sería posible que el departamento de criaturas le brindase colaboración a los Arcanos? ¿Sería siquiera posible que aquel enorme animal fuese su pequeño bebé de cascarón? Extendió una mano, quiso tocar las oscuras escamas, jamás hubo sido su intención abandonarlo pero cuando el castillo Targaryen se derrumbó él simplemente desapareció. Balerion. Lo acarició, no había rencor en el animal así como el alma de Arya carecía de maldad y malas intenciones, el dragón pudo notarlo aunque la desconocía. Se hizo a un lado dándole paso, batió sus alas provocando que cayera varios metros al frente, a los pies de Sajag, y se marchó sin mirar atrás, así como Aziid hubo hecho con su familia.

 

Subió, agotada tanto física como mentalmente, las escalinatas y cruzó la puerta. La fría oscuridad de la pirámide la abrazó y le erizó la piel. El Arcano podía verse más grande a centímetros más, le aguardaba con dos objetos en las manos y una pregunta en la punta de la lengua. La bruja guardó silencio, contuvo la respiración y tras soltar un suspiro eterno respondió.

 

—Si después de todo lo que tuve que atravesar para llegar aquí me arrepintiese y no desease la vinculación simplemente habría perdido mi tiempo y habría sometido mi mente a un sin fin de torturas por mero gusto. Quiero hacerlo, quiero poseer el control de mi don, Arcano.

 

Y dio un paso la frente, mentón recto.

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Sajag ni parpadeó cuando la mujer le habló. Era directa, algo que le gustaba mucho. Sin embargo, había sufrido mucho. Sufría mucho ahora, ante él, por las pruebas que le habían llevado ante la pirámide. Y sufriría mucho más, en la que le quedaba, en el futuro que le esperaba, en la historia que le quedaba por vivir.

 

El Arcano siempre había valorado a las mujeres fuertes que se habían cruzado en su vida. Hay que tener una fortaleza especial para ser Vidente. No basta con tener la habilidad del Ojo Interior. Hay que tener la resistencia para sobrevivir con ella en el día a día. Y la señorita Macnair la tenía. Lo había demostrado antes de saber aún que era vidente y lo había demostrado también en aquel camino hacia el portal. Y, por supuesto, lo demostraría a lo largo de su vida, cuando volviera del Portal.

 

Porque Sajag sabía que ella saldría de allá, derrumbada por lo que iba a vivir, más fuerte y viva de lo que se creía capaz ahora, cruzando aquel portal, viviendo la peor experiencia de su vida, adquiriendo el Anillo vinculante que haría de su vida un suplicio eterno. Ser Vidente no era para pusilánimes.

 

Y ella era Vidente. De las mejores que habían pasado por su clase.

 

- No pierda el anillo, señorita...

 

No estaba seguro de si le había oído, tan firme era el paso que le dirigía hacia su remoto destino. Suspiró. Sabía lo que iba a pasar y... Odiaba saber lo que sus pupilos sufrían para conseguir aquella maldición de por vida. No era un futuro agradable el que esperaba al Vidente que, por fin, sabía lo que significaba dominar la Videncia. No, no lo era ser un sabio que ve lo que no querría ver nunca y no podría dejar de ver una y otra vez... A veces se preguntaba porqué la gente quería ser infeliz para siempre...

 

Esperó con paciencia pues, al fin y al cabo, había visto el regreso de la mujer que se iba hacia el portal, así que tendría que estar cerca para cogerla y animarla. Se lo debía.

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La voz del arcano fue casi un susurro, sus pensamientos ensimismados conducían paso a paso su completa anatomía en dirección a la puerta, perteneciente a videncia, que le permitiría completar la vinculación para con dicha habilidad. Aun así, casi por reflejo, acarició el suave cuerpo de una fina alianza que apareció de la nada en su anular y sonrió de lado, sentía una curiosa conexión con Sajag ahora que le prestaba atención a la joya. Con mano firme accionó el frío picaporte, jaló y desapareció tras un manto de luz cegadora; lo primero que sintió fue un tirón en la boca del estómago, como cuando viajas a través de desaparición conjunta, seguido de calma, muchísima calma, tanta que comenzó a sentir miedo, desolación.

 

No quería abrir los ojos pero se vio obligada a hacerlo. De los tres fortuitos destinos que el laberinto le hubo impuesto como prueba, al parecer, el portal había optado por repetir uno. Quizás el que más le doliera, aunque tal vez el arcano se viese sorprendido por el nivel de cariño diferencial que tenía para con cada una de las protagonistas y se le llenase la boca de interrogantes. Ámbar tenía, y éstos pocos lo sabían, una protección especial; más allá de ser la hija de un importante demonio, su padre había logrado —mediante magia muy peligrosa— fusionar un fragmento de su alma con el del dragón simbólico de la familia, un Ridgeback Noruego, por tanto la niña jamás correría peligro. Además, Leah la protegería, siempre.

 

Castalia, por el contrario, deseaba morir. Aquella mujer había sido un espíritu errante que se afianzó al cuerpo —vacío— de Cissy Macnair por alguna especie de lazo de sangre, cosas extrañas que la bruja solía esconder a su familia y que Arya demasiado tarde hubo descubierto. Por lo tanto, su cuerpo no era suyo, propiamente dicho, y con el correr del tiempo, el esfuerzo y la cantidad de magia que utilizaba al día por diversos problemas que se presentaban ante la familia, comenzó a debilitarse, a fragmentarse, su piel se agrietaba como si fuese de porcelana y el alma le dolía, buscaba escapar, ascender, y a su vez, aferrarse al mundo terrenal. La más sabia de los Macnair le había prometido dominar la nigromancia para darle paz, para conseguir traer de nuevo a su tía Cissy y otorgarle un cuerpo meritorio a Castalia.

 

Pero no lo hizo, simplemente sumió a la bruja en un profundo sueño invernal, custodiada por Sebástian, su hermano, hasta que consiguiese otra salida que no precisase exactamente tratar con la muerte de manera tan directa. Así que, lastimosamente, cuando sus ojos verdes captaron el panorama el corazón se le encogió. Juliette ya no poseía una daga en el pecho, su piel nívea no estaba surcada por sendas venas negras, no parecía estar seca por dentro sino más bien, completamente viva.

 

La pelirroja se puso de pie, sabía que se estaba moviendo porque todo a su alrededor quedaba atrás pero los pasos le resultaban eternos. La castaña estaba lejos, rodeaba por los miembros del cónclave, Isthar, el cabecilla, posaba una mano sobre el hombro desnudo de la demonio, sonreía complacido. Los preciosos ojos verdes de Juliette, un rasgo característico de los Macnair, ahora eran completamente negros, de los lados de su cabeza brotaban dos cuernos de fauno y la sonrisa retorcida que adornaba su,anterior, rostro angelical le causó escalofríos. Había llegado demasiado tarde, no había sido capaz de encontrar la forma de dominar la humanidad de su hermana y ésta había sucumbido ante lo dulce y tentador del lado oscuro.

 

Cualquiera creería que por, los Macnair, ser en su totalidad Mortífagos, eran seres de mal. Juliette, desde el día en que la conoció aunque intentó odiarla, resultó ser la persona más dulce que jamás conoció, luego de su hija. Tenía un alma perturbada, sí, pero extremadamente pura. Cuando reía le hacía cosquillas el pecho, le brillaban los ojos, amaba a su hermana mucho más de lo que admitía por orgullo o seriedad. En un principio hubo creído que no podía compartir a su padre, no con otra mujer, con otra hija, pero con el correr de los días Pik acabó pasando a segundo plano. Su niña, su hermana menor, tenían tanto en común que desde la noche en que la vio llorar, la noche en que Juliette le curó tras encontrarla completamente ebria, la conexión fue inmediata e inquebrantable.

 

Hasta que perdió su humanidad. El portal le estaba mostrando un posible futuro, una variable tangible de lo que pasaría. Juliette dejaría de ser la muchacha que alguna vez conoció para convertirse en un ser casi tan despreciable y despiadado como lo fue Lúthien en algún momento, o incluso la propia Bietka, de quien descendía la castaña. No podía permitir que algo semejante sucediera pero si así fuese, si era el verdadero destino de su hermana... la escena se detuvo, Arya no sonreía, temblaba de pies a cabeza. Extendió sus manos, rozó la imagen de su hermana, sintió como las lágrimas humedecían sus mejillas, la silueta se volvió borrosa a pasos agigantados.

 

—Aun así... voy a cuidarte— Le prometió, se le estaba rompiendo el corazón en dos.

 

Y de pronto la misma paz y calma que sintió en un principio. La imagen de su hermana se fue difuminando a causa de las lágrimas hasta que desapareció por completo. El portal la depositó en el suelo oscuro del interior de la pirámide, parecía un ternero a punto de ingresar al matadero, confundido, temeroso, pero decidido pues lo que tenía en frente era todo lo que conocía, casi resignado. Cuando se puso de pie, como pudo, vio a Sajag. Su labio inferior perdió el control, se transformó en una niña anhelando soporte, aunque intentase mostrarse fuerte, el arcano habría visto por completo lo sucedido, cómo actuó y como la visión le dejó secuelas.

 

¿Lo habría logrado?

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Sajag, a pesar de ser mayor y con panza prominente, corrió raudo hacia la muchacha que acababa de salir del portal. Sintió todo como si le pasara a él. El anillo de su dedo había lanzado un leve resplandor rosado y se había afirmado en él, acoplándose de forma familiar como si siempre hubiera estado en él. Arya Macnair había conseguido vincularse a la Habilidad y, con ello, el Arcano era capar de percibir el dolor que sentía por dentro. No había vivido nada de lo sucedido en aquel interior privado que le estaba vedado pero el anillo les habían mantenido unidos, informándole de su sensación de pérdida que había sentido.

 

Ahora, tras la salida, él era capaz de admitir que Arya, por fin, había entendido lo Bueno y lo Malo de tener Videncia entre sus capacidades. Era por eso que el Anillo se había afirmado en su mano y el Portal le había dejado salir. El Arcano llegó a ella y le tomó por los brazos, rodeándola, permitiéndose un abrazo cálido que con pocos había tenido. La mujer lo necesitaba. Era Vidente de por vida, sería Vidente y estaba llamada a cumplir grandes objetivos.

 

Pero eso sería en el futuro. Ahora sólo se encontraba desvalida.

 

- Eres fuerte, Hermana Vidente. Podrás hacerlo. Ya no te perseguirán espejismos anunciado la muerte de tus seres queridos. Ya has visto lo que harás; lo conseguirás. Sé bienvenida al mundo de la Videncia.

 

No hacia falta nada más, sólo descansar tras la dura prueba.

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