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Prueba de Animagia #20


Suluk Akku
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El punto de encuentro era el acostumbrado por la mayoría de los arcanos, o al menos por ella. Pero eso sus alumnos no tenían por qué saberlo. Una gaviota ártica graznó dos veces en la ventana de la bruja y el mago, llamó su atención y les entregó un papel amarillento doblando en dos con las coordenadas del lago que se encontraba en un sitio estratégico de la Universidad. El Cairo no era verdaderamente así, los terrenos del Ateneo parecían más un rompecabezas de hábitat y gustos que otra cosa, tanto los Arcanos como los Guerreros Uzza habían puesto como única condición que ellos escogerían dónde vivir; sino como alguien explicaría que nevase en pleno desierto.

 

Así que allí los esperaba Suluk, con un fino vestido de color gris topo, casi como el de sus enormes ojos rasgados y una larga trenza blanca que le caía por el hombro derecho hacia el centro de una barriga que solo denotaba su adentrada edad y no una carencia de estado físico. La prueba final, primeramente había sido diseñada para el joven Black Lestrange pero a última hora del día anterior le hubo sido informado que una antigua pupila suya estaba preparada para unírsele, Candela Triviani.

 

Al llegar, ambos personajes se encontrarían con la típica caja encantada de Akku. Ésta poseía la magia necesaria para despojarlos de todo objeto mágico, tanto así como sus varitas puesto que la travesía deberían completarla únicamente utilizando por completo la habilidad con la que deseaban vincularse de por vida. Pero ésta vez la Arcano decidió ir a paso lento, quería probar la responsabilidad de la joven Directora y necesitaba que Jock ahondara en sus propios sentimientos y emociones para lograr con satisfacción que las puertas de la pirámide se abrieran para ellos, así que se limitó a sonreír en silencio.

 

Seguramente alguno, sospechaba que la mujer, cuestionaría el por qué de tal atrevimiento. Suluk alzó una mano, extendió el dedo índice y señaló el anular de cada quien. Ahora en sus manos poseían la sortija del aprendiz, un fino lazo de plata que adquiriría la forma que ellos deseasen una vez terminaran la prueba final y el portal los considerase dignos de tal honor.

 

—Para llegar ante la pirámide deberán superar tres adversidades— comenzó, su voz sonaba calma como el propio viendo que hacía llegar sus palabras a oídos de los alumnos. —La primera consistirá en atravesar el lago, no puedo decirles cómo, ustedes deberán descubrirlo por cuenta propia, sin utilizar más magia que la que su don les confiere.

 

Dicho ésto hizo aparecer su varita para agitarla un poco y transformarla en una vara de cristal que casi le doblaba la altura. Con ésta desapareció dejando, quizás confundidos, a sus pupilos, para aparecer a la entrada del famoso laberinto en donde les aguardaría. Las aguas del lago eran oscuras pero imperturbables. No había barcaza ésta vez, solo el cielo que lentamente se tornaba del mismo color que las aguas, como la si la noche fuese a caer en cualquier momento sobre ellos y una fino sendero de tierra húmeda que lo atravesaba, lo suficientemente angosto como para que un humano pequeño cayese al agua pero no tanto como para que un animal caminase a sus anchas.

 

 

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Había llegado al lago un poco tarde. Aunque al darse cuenta de que era la única, quizás había llegado un poco temprano; todo era cuestión de perspectivas. Además, la tardanza se debía a que había intentado desayunar a la gaviota que había servido de emisaria entre Suluk y ella. No podría, jamás, culpar a su animal interior, ¿cierto? Pues los quirópteros no se alimentaban de aves. Estaba segura de que no tenía nada que ver con el murciélago. No, no. Era mas bien el problema de la bruja y su estómago.

 

No le sorprendió encontrarse a la Arcana, no era la primera vez que la veía y tampoco sería la última. La Triviani sentía la extraña necesidad de hacerle pasar un mal rato a la anciana; sin embargo, tuvo que contenerse porque, de lo contrario, posiblemente iría a una 'la tercera es la vencida'. Tampoco le sorprendió ver la caja de Suluk, conocía el protocolo y había pasado por eso mismo unos cuantos meses atrás. Por lo que, el único objeto mágico que llevaba consigo, lo entregó con cierta desconfianza.

 

¿El anillo también? ―preguntó, inútil. En el dedo medio, de la mano izquierda, exhibía orgullosa el anillo de Nigromancia. Se deshizo de él sin esperar respuesta y lo colocó en la misma caja, junto a su varita. Aunque notó más relajada la boca del estómago cuando Suluk le entregó el anillo del aprendiz.

 

Candela fijó los ojos grises en la calma oscura del lago y luego contempló el débil sendero que lo cruzaba. Se acercó, tras haber escuchado a la Arcana y verla desaparecer, se acuclilló en la orilla y presionó los dedos índice y medio, delgados en extremo, en la arena de aquel camino. No se veía muy seguro.

 

No sé por qué no me extraña... ―se rió de sí misma y se puso de pie, mientras sacudía sus manos. La gitana ya había pasado aquella instancia, al menos fue hasta donde llegó en la prueba anterior. El recuerdo de lo que siguió después le resultaba, aún, poco claro.

 

Levantó los brazos, estirándolos, e intentó relajar la tensión de su cuello. Hacía mucho tiempo que no tomaba su forma animal y temía un poco haber perdido esa parte suya. Así que decidió que debía correr. No, huir no porque no era parte de su naturaleza; a menos que se tratase de algo tan fuerte como... No, no era eso. Sacudió la cabeza para disipar una nueva turbulencia en su mente, y comenzó a retroceder un par de metros, sintiendo la arena en sus pies descalzos. Tendría que generar su propio impulso, sólo por las dudas.

 

Corrió.

 

Lo siguiente que escuchó fue su propio chillido, algo que, en su interior, era más bien parecido a un grito de júbilo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que hubo abierto sus alas? La sensación de libertad mientras volaba, sólo podían compararse -y tampoco tanto- al placer que sentía cuando andaba descalza. El vestido roto, maltrecho, había desaparecido. Sus extremidades pálidas, enfermizas, habían sido reemplazadas por unas patas traseras y alas, cubiertas de un ralo pelo castaño, el mismo color que el desastre de cabello que portaba normalmente.

 

Estaba alerta. Debía estarlo.

 

El murciélago no tardó mucho en cruzar el lago, y cuando lo hubo hecho, adoptó su forma humana -obligada- y aterrizó a tropezones. Candela terminó con un pie medio doblado, boca arriba, pero se reía. Y al reaccionar, regresó a sus alas y empezó a volar alrededor de Suluk, quien los esperaba en la entrada del laberinto. Tenía la esperanza de que la Arcana olvidase haberla escuchado reír. Después de todo, jamás recibió comentario alguno, respecto de sus antiguos alumnos.

Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Cuando el patriarca de los Black Lestrange escuchó graznar una gaviota en su ventana supo de inmediato que traía las indicaciones que estaba esperando de Suluk, la Arcana de Animagia con la que había pasado unas horas hacía no pocos días atrás.

El exmortífago repasó con sus ojos aquel papel amarillento que contenía las coordenadas del lugar al que tenía que asistir para realizar la prueba final que le permitiría mantener de manera permanente el don de la Animagia.

Así que al fin conoceré este sitio por completo —sentenció para sí mismo, recordando las quejas de su hermana en el Warlock quien en privado vociferaba respecto de las extravagantes peticiones que la gente de la Universidad exigía para establecerse en el Londres Mágico; por supuesto, ante el público, la Viceministra de Magia tenía otro discurso.

Así como estaba, con una kurta azul de Prusia oscuro, bordado en el cuello y en la apertura frontal con un patrón rectangular, un salwar negro al igual que sus sandalias, desapareció para reaparecer en un sitio que le permitiese acercarse caminando hasta las orillas del lago; no se iba a perder la oportunidad de recorrer por sí mismo aquel sitio que seguramente tendría que volver a recorrer en otra oportunidad.

Al caminar hacia el lago, Jocker pudo ver una caja a la distancia; y junto a Suluk, a Candela. Agarró su varita de álamo casi por impulso; sabía de antemano que se desprendería de ella y aunque no quería hacerlo, era necesario. Su hija, quien poseía la habilidad al igual que él, le había adelantado ya algunas cosas como esas.

Una vez reunidos y después de haber entregado la varita, Jocker recibió la sortija del aprendiz en el índice de la mano derecha. Él estaba en completo silencio escuchando las instrucciones de la anciana mujer; incluso sus pensamientos lo estaban.

Cuando Suluk desapareció, Candela no tardó en estirar los brazos a un costado y salir corriendo en dirección al lago. En un abrir y cerrar los ojos, la mujer de cabello castaño y ojos grises se transformó en un pequeño murciélago que no tuvo problema alguno en cruzar el lago con sus alas.

Jocker se limitó a esbozar una sonrisa desde el lado derecho del rostro antes de transformarse en un zorro rojo, de pelaje rojo-anaranjado, aunque negro atrás de las orejas y blanco bajo el cuello hasta el nacimiento de la cola, que por lo demás, era bastante pomposa, conservando el rojo-anaranjado, la parte baja negra y la punta de color blanco; sus patas estilizadas de color negro, típica característica de los animales que pueden alcanzar altas velocidades, comenzaron a moverse velozmente por entre el fino sendero que cruzaba el lago, siguiendo de lejos a la murciélago.

Mientras corría por el sendero, Jocker pensaba en cómo lo harían aquellos magos y brujas cuyos animales eran más grandes y pesados o es que acaso no había nadie en el mundo mágico que se transformase en un rinoceronte. Ignoró sus propios pensamientos para seguir adelante por varios minutos más.

Al llegar a la otra orilla, Candela volaba alrededor de Suluk. Jocker, por su parte, se limitó a sentarse frente a la mujer, con las orejas apuntando hacia ella, aunque de vez en cuando se volteaban en distintas direcciones a modo de reacción por los distintos sonidos que alcanzaba a distinguir.

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—Señorita Triviani ¡Señorita Triviani, por favor!

 

Suluk sacudía sus cortos brazos tratando de espantar a la animago que sobre volaba su cabeza, frunciendo el entrecejo poblado. Sus labios eran una fina línea surcada por arrugas, marcas de sabiduría, mientras sus ojos grises se mantenían fijos en el horizonte oscuro. Deseaba ver llegar al zorro de cola pomposa, no solo porque era una criatura agradable a la vista, sino porque de alguna manera sentía un deber para con Jocker, el hombre psicológicamente había sellado su animal interior. Era una pena

 

Pero pronto se les unió y el rostro de Akku se iluminó, sonreía, la risa lejana de Candela aun le daba vueltas en la cabeza. Se hizo a un lado, esperaba que ambos aprendices recuperasen su forma humana pues, caso contrario, el laberinto no les permitiría ingresar. La magia debía ocurrir dentro, sin objetos ajenos u agregados.

 

—Me alegra que hayan descubierto cómo llegar hasta aquí, pero aun les espera un largo tramo hasta el portal. Los estaré esperando, del otro lado, cuando consigan dar con la salida. Buena suerte

 

Jamás hubo dado tan pocas explicaciones, pero se trataba en éste caso de dos animales extremadamente sensibles y sensoriales. El murciélago, ligeramente ciego, podía volar sin chocarse y encontrar rincones y huecos a la lejanía emitiendo un chirrido que para el oído humano resultaba insoportable. Entonces, cuando Candela atravesase la arcada principal del laberinto, cuando la bifurcación la separase de Jock, las paredes se ceñirían sobre ella. Aquello se transformaría casi, de manera mágica, en una cueva diminuta para cualquier humano, la aplastaría de no actuar inmediatamente.

 

Caso contrario, el pasillo que atraparía a Black Lestrange se volvería un enredo. Pasillos, esquinas, sitios sin salida. El zorro tenía por cualidad su olfato ¿cuál sería el aroma que el hombre tomaría como referente para encontrar la salida? tomando en cuenta que nunca antes hubo estado a los pies de la pirámide ¿Sería la Arcano?

 

La Inuit les esperaba sentada en una amplia escalinata de granito dorado.

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Aunque Jocker se sentía muy cómodo en su forma animaga, tuvo la impresión que Suluk esperaba que tanto Candela como él volviesen a sus formas humanas; los observaba a ambos en silencio, aunque con una amplia sonrisa.

«Me haría bastante bien adquirir la habilidad metamorfomaga» pensó al tiempo en que su pelaje rojo-anaranjado se transformaba en un kurta y en un salwar que cubrían su pálida piel «De esa forma podría hablar como humano siendo un animal»

Me alegra que hayan descubierto cómo llegar hasta aquí, pero aún les espera un largo tramo hasta el portal. Los estaré esperando, del otro lado, cuando consigan dar con la salida. Buena suerte —expuso la anciana al tiempo en que desaparecía del lugar dejando a Candela y a Jocker solos.

El patriarca supuso que, al igual como había sucedido con su hija Mía y su bisnieta Aries, tendrían la posibilidad de trabajar juntos en caso de ser requerido, pero no pasó mucho tiempo de haber iniciado la caminata cuando se vieron forzados a separarse.

Jocker, que había caminado en silencio, tras un giro en una de las esquinas iniciales del laberinto, escuchó cómo el pasillo se reducía tras de sí; entendió entonces que toda la información que le habían dado sus parientes Black Lestrange sería inútil, pues las pruebas parecían estar diseñadas de manera independiente para quienes se viesen enfrentadas a ellas.

El ojimiel dejó escapar el aire de sus pulmones a través de un suspiro y, al instante, se transformó nuevamente en un zorro rojo que comenzó a inspeccionar con su olfato todos los aromas que había en el lugar, esperando encontrarse con alguno que le fuese de utilidad para llegar hasta el final de aquel laberinto.

Pasaron solo unos segundos cuando entre la mezcla que logró percibir en el ambiente un aroma que se le hacía familiar resaltó. El ahora zorro rojo, comenzó a correr velozmente entre los pasillos, esperando no cruzarse con alguna criatura mágica o algún sitio encantado o mucho menos maldito; y es que, aunque sabía que podía hacerle frente a cualquier cosa, sabía que sin varita le iba a costar muchísimo más.

Al principio no fue difícil avanzar, pero pasado casi una hora de recorrido, el ojimiel cada vez se encontraba con más y más pasillos sin salida; con tantas vueltas, esquinas y accesos no era difícil perderse.

Jocker, en forma de zorro, gruñó al darse cuenta que había estado dando vueltas varias veces por un mismo sitio. Y mientras pensaba en cómo marcar el terreno, analizaba en el aire la intensidad de aquel aroma que le había servido de guía, pero que de a poco se debilitaba.

Tras un instante, Jocker volvió a su forma humana solo para dejar una de sus sandalias en el acceso de uno de los pasillos que le parecía haber visto. A los minutos, retomó una vez más su forma humana para dejar la otra sandalia; más adelante en el camino, rompió su kurta y dejó un trozo de tela. No fue sorpresa para él cuando se encontró con su sandalia derecha frente a él. En efecto, estaba caminando en círculo, aunque su olfato le decía lo contrario.

Se tomó varios minutos para reflexionar al respecto. ¿Cómo era posible que su olfato estuviese siendo burlado? Alzó una ceja igual como lo hacía en su forma humana y comenzó a retroceder, siguiendo sus propios pasos. Se encontró con el trozo de kurta que había dejado, con su sandalia izquierda y cuando esperaba encontrarse con su sandalia derecha, ésta ya no se encontraba.

La Inuit les esperaba sentada todavía en una amplia escalinata de granito dorado.

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Cayó sobre la gravilla con una gracilidad casi ajena; había recuperado su forma humana a regañadientes, dado que Suluk se mostraba complacida, mas no satisfecha. Cuando ésta les dedicó unas pocas palabras y desapareció, la Triviani ladeó la cabeza con una expresión de desconcierto en el rostro. Se giró entonces hacia su compañero e intentó leer en su cara algo de lo que hubiera intentado decir o hacer la Arcana, pero Jocker ya había iniciado la marcha.

 

Candela arrastró los pies y recordó que, la última vez que hubo estado allí, tuvo que volar sobre el laberinto para enfrentarse a una bestia, o algo así. Se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que no todas las pruebas resultaban ser iguales. Deslizó el índice, a su paso, en la pared izquierda y le parecía que cada vez estaba más húmeda. Se preguntó qué sería el causante, pero no pudo responder a su pregunta pues, donde no hubo techo en un principio, ahora estaba todo cubierto y a oscuras, obligándola a forzar la vista.

 

Sin embargo, no pasó mucho tiempo para notar que el espacio se reducía cada vez más rápido, hasta transformarse en una minúscula cueva. La gitana batió sus alas una vez más, la velocidad con la que realizó su conversión hasta le resultaba sorpresiva. Y claro, tuvo que concentrarse en salir de ese lugar porque, a donde mirase, sólo vislumbraba los cadáveres de otros murciélagos y ella en medio de la carnicería. Así pues, emitió un pequeño chirrido, mismo que le permitió trazar una línea invisible de viaje hasta la siguiente zona segura.

 

Mas no era suficiente con descubrir zonas seguras, los ruidos que hacía le daban la facultad de un viaje seguro, no obstante, no sentía estar avanzando en encontrar la salida de aquel infierno de laberinto. Tampoco podía volver a tener dos piernas, pues corría el peligro de quedar atrapada allí y, posiblemente, asfixiada. Y así, dio un par de vueltas por rincones en los que ya había estado, hasta que decidió usar esos mismos para marcarlos. Reconocía sus propios sonidos, eso sí, y tarde se dio cuenta de que éstos dejaban un ligero eco con el que podría registrar sus marcas.

 

No fue nada fácil, Candela llegó a sentirse una inútil al confundir varios ecos y no podía volver a usarlos porque éstos parecían perderse en otros sonidos. Así que le tocó volver sobre su vuelo un par de veces, bastante largas, y al cabo de un tiempo que le pareció eterno, 'vio' la luz. El exterior se le antojaba maravilloso, en comparación con la cantidad de horas (bueno, quizás sólo fueron unos minutos) que había pasado 'refugiada'. Si bien, su especie era conocida por habitar mayormente en cuevas, su humanidad interna (o lo que poco que quedaba de ella) le reclamaba aire fresco y un cielo plagado de estrellas.

 

Además, el pequeño murciélago estaba agotado. Voló hasta estar cerca del punto de encuentro con Suluk, y allí se dejó caer, transformándose nuevamente a su cuerpo humano. La caída finalizó con un golpe seco y la bruja tardó un momento en levantarse. Tenía la impresión de haber levantado pesas durante todo un mes. Cuando llegó por fin a donde estaba la Arcana, le dedicó una mirada cansina y suspiró.

 

La matriarca Triviani tenía ganas de decirle que le abriera el portal, pero si algo había aprendido en el corto período en el que se había relacionado con los egipcios, era que había que ser pacientes y respetar sus tiempos.

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Gruñó de frustración. Si bien, el ojimiel no esperaba en lo más mínimo atravesar lugares en su forma animágica de manera sencilla y sin complicaciones, esperaba encontrarse con un oponente digno de enfrentar; de momento, estaba solo contra el laberinto… o contra algún ser que estuviese en medio del laberinto.

Cerró los ojos para escuchar sus pensamientos con claridad y se sentó en sus patas traseras una vez más. Sus orejas estaban atentas a cualquier sonido que viniese de algún sitio, pero su mente repasaba libros de hechizos y criaturas, experiencias pasadas o escuchadas que le ayudasen a revelar contra qué o quién se estaba enfrentando.

De pronto, las palabras de la Arcana comenzaron a resonar y repetirse en su cabeza, diciendo —Por algún motivo que desconozco y usted no, decidió reprimir su esencia animal porque le causaba dolor.

La idea de estar haciendo autosabotaje lo llenó de ira.

Un ser humano, por muy poderoso que sea, señor Black Lestrange, no puede anular sus emociones... más creo que atravesando la prueba final podría conseguir la permanencia del zorro, todo está en usted.

Jocker siguió pensando y dando vueltas a aquellas palabras, con un rencor inexplicable contra sí mismo, aunque en lo profundo, tenía algunos toques de culpa. De pronto, y sin darse cuenta cómo, se encontraba él mismo en su forma humana de rodillas en el suelo y empuñando tierra.

Déjalo ir —escuchó en su mente, como un susurró; y aunque tuvo la intensión de replicar simplemente soltó la tierra que tenía en las manos y liberó su cuerpo de la tensión.

Su oído percibió entonces el aleteo de un murciélago a la distancia. Nuevamente, sin darse cuenta, se había transformado. Puesto en marcha, comenzó a correr en dirección al sonido que oía y no tardó en encontrar un nuevo sendero por donde estaba seguro no había pasado antes.

Un ademán con los labios mostró su satisfacción al ver el rostro de Suluk que se encontraba junto a Candela en su forma humana.

Lamento la tardanza —expresó Jocker, retomando su forma humana nuevamente frente a ambas mujeres.

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La arcana era ojos y oídos mientras sus aprendices luchaban contra el intrínseco laberinto. Sonreía y torcía el gesto de vez en cuando si éstos se perdían o doblaban en la esquina equivocada pero muy en su interior confiaba en ambos. Candela fue la primera en llegar, le miró con el rostro imparcial más su completa atención estaba puerta en Jocker, no por preferencia o cosa semejante, sino más bien porque Triviani tenía menos conflicto con su animal interior que el mago. Suspiró, al unísono con la bruja, podría parecer que no, pero llevaba dos días sin parar, su cuerpo anciano le reclamaba descanso.

 

—¿Señorita Triviani, gusta sentarse junto a mi un momento?

 

Se notaba que a la mujer le costaba hasta respirar, Suluk palmeó el peldaño de granito dorado en donde estaba sentada y le dedicó un cálido gesto, no llegaba a ser una sonrisa; Black Lestrange parecía haberse rendido. El corazón de Akku se encogió, nada le preocupaba más que un animago preso de su propia conciencia, de su propio pasado ¿Qué le habría pasado para, sin notarlo, guardarle rencor al zorro? La Inuit se preguntaba con qué recuerdo lo relacionaría ¿sería un amor, un hermano, tal vez un amigo? Ella no solía meterse en lo que no le incumbía pero la intriga le hormigueaba en la lengua.

 

Pero el hombre la sorprendió. La arcano saltó de su sitio, miró a Candela con los ojos radiantes y le dedicó una palmada en los hombros, luego aplaudió tres veces con sus regordetas manos. Todo estaba encaminado, se sentía orgullosa y no podía ocultarlo, de ambos.

 

—Muy bien, considero que ha descansado lo suficiente— Expresó rozando el collar de cuentas cristalinas que escondía bajo su ropa. Pronto una fina e imperceptible lluvia brillante cayó sobre Triviani para devolverle la energía y vitalidad normal de una joven de su edad. Luego señaló hacia la pirámide y soltó:

 

—¿Estás listas?— Jocker hizo acto de presencia, Suluk no se contuvo —Joven Black Lestrange, si éste es tu destino, la pirámide te espera. Adelante

 

Lo mismo regía para Triviani, si respondía de manera acertada los dos ingresarían, cada uno a su puerta correspondiente. El portal los lanzaría años en el pasado, quizás a lo que ellos recordarían como un sueño, bueno o malo, pero que en realidad se trataba del primer acercamiento que tuvieron con la animagia, su primera conversión. Si conseguían despertar ese primitivo recuerdo, entonces habrían conseguido vincularse sin problema alguno.

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Después de descansar algunos minutos, tanto el patriarca de los Black Lestrange como la matriarca Triviani fueron animados para ingresar a la pirámide. Sin tardar demasiado, ambos se dirigieron hasta la puerta de acceso que le habían asignado y al cruzar el umbral perdieron la noción del tiempo y el espacio.

Qué es todo esto —escuchó en lo profundo del angosto pasillo repleto de runas y símbolos mágicos que preparaban el acceso a lo que parecía ser una primera cámara dentro de aquel lugar.

La voz que escuchó era su misma voz. Nuevas palabras se escucharon al final del pasillo; eran sus propios pensamientos proyectados por magia. Al instante un torrente de nuevos pensamientos comenzó a golpearlo con más fuerza, y a medida que se acercaba a la cámara del fondo del pasillo, la voz relataba lo que contaban sus pensamientos más profundos. Al llegar a su destino, su voz se superponía a sí misma, en un torrente ininteligible que comenzó a generarle dolor de cabeza.

Todo lo que estaba pensando para decir se proyectaba, incluso antes de generar el pensamiento en una especie de materia abstracta. Todo esto, además de dolor de cabeza, le produjo nauseas que terminaron por hacerle vomitar.

Hay una sensibilidad superior en animales tales como los zorros —oyó decir en su propia voz desde algún lugar de la habitación que no tenía ningún adorno y cuyas paredes eran absolutamente blancas —Sería un completo desastre transformarse por la cantidad de sensaciones y percepciones que recibiría.

Jocker volvió a vomitar.

Tomó varios minutos hacer que su mente y su cuerpo se acostumbraran al ruido exterior que eran sus propios pensamientos proyectados a través de la magia. Esto fue posible solo gracias a que el exmortífago logró concentrarse en una especie de corriente de pensamiento que se proyectaba y que no lograba distinguir en qué idioma se expresaba y que de tanto en tanto se perdía en medio de otras corrientes de pensamiento que se hacían más poderosas.

Jocker agradecía no haber comido nada aún, pues de lo contrario, aquel ataque vomitivo hubiese sido aún peor. Las náuseas se mantenían, y la sensación de querer expulsar toda materia de su organismo persistía.

Cerró los ojos intentando anular sus propios pensamientos más superficiales. Al lograrlo, aquella lengua ininteligible se hizo más potente y ya no desaparecía en medio de otros pensamientos que, sepa Dios cómo, el ojimiel logró al menos no considerar por periodos cada vez más largos.

Lo que menos tenía Jocker en ese momento era conciencia del tiempo; incluso, su conciencia espacial había perdido calibración; por lo que no sabía que ya habían pasado 5 horas desde que había ingresado a aquel lugar tan misterioso.

Finalmente, y cuando ya habían pasado 6 horas completas, Jocker se descubrió a sí mismo pronunciando con sus labios la glosolalia que se pronunciaba en sus pensamientos y que era proyectada en la habitación mediante magia.

No pasó mucho tiempo cuando algunas imágenes mentales comenzaron a aparecer en su cabeza, mientras de su boca continuaban saliendo aquellas palabras desconocidas para él y para cualquiera que le escuchase hablar. Era curioso como las imágenes desaparecían al mismo tiempo en el que él dejaba de pronunciar palabras con su boca; era como si se tratase de un encantamiento poderoso que traía a su mente recuerdos, pero que anulaban cualquier sentimiento que el recuerdo pudiese traer consigo.

Jocker se había vuelto un mero espectador de la madrugada en la que su él, guiado por su difunta esposa Penélope y sus demás amigos a transformarse por primera vez.

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Suluk había regresado a su morada luego de pasadas dos horas en pie. Su poder era inigualable y sus conocimientos infinitos pero no podía negar que su cuerpo en ocasiones le pasaba factura, era una mujer sabia entrada en edad y necesitaba descansar. Ahora, mientras Jocker descifraba el puzzle que tenía en su propia cabeza, casi como un codificado de su alma y espíritu, ella reposaba las piernas en una banca cubierta con piel de oso polar, rodeada de sus enormes y torpes malamutes, con una taza de humeante té entre las manos arrugadas. Con cerrar los ojos le bastaba para entablar una conexión viable con sus pupilos aunque no pudiese interceder.

 

Deseaba, por partes iguales, empujarlos, animarlos, hacerles llegar alguna palabra que les sirviese para que dieran el gran paso. Candela aun no parecía decidida a entrar al portal o quizás el portal aun no sabía qué prueba sería idónea para ella. En cambio el mago se encontraba rodeado por negación y dolor, pronto aquellas paredes blancas se teñirían de color y sería él quien decidiese si era capaz de soportar el dolor anulado con tal de recuperar la vinculación con el zorro.

 

—A veces, callar lo que duele no es la mejor solución para hacerlo desaparecer.

 

El susurro de Akku se perdió en el crepitar de una chimenea, no volvería a la pirámide hasta que ambos estuviesen listos ¿aprobarían? quería creer que sí puesto que ante sus ojos grises y vidriosos eran dignos.

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