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Jock
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—O te pueden ver como un bocadillo, Rambaldi —Dijo el Ravenclaw riéndose de las palabras de su alumna sobre si éste no tenía miedo, porque era clarísimo que lo tenía, pero en cuanto a Criaturas Mágicas de más de cuatros equis, la verdad era que que se tenía que dominar el miedo o uno resultaría gravemente herido.

 

La clase con la mujer estaba saliendo a pedir de boca, ella lo disfrutaba, lo veía, aún pese a su miedo a morir inminentemente, era clarísimo que estaba aprendiendo sobre los dragones y además, algo que le encantó era la manera de expresarse, pues pocas veces había tenido alumnos que se desenvolvieran como ella lo estaba haciendo. De hecho, cuando la mujer hizo alusión de cómo era que había gente que gustaba de los dragones, Keaton soltó una carcajada. Era de las primeras personas que escuchaba que decían aquello, porque ¿quién no quisiera poder disfrutar de un vuelo en dragón o poder jugar con uno? ¿O era él una especie de maníaco como Hagrid que no tenía temor de Merlín? Podía ser más lo segundo.

 

—Bueno, bueno, tampoco me los ofendas, son bonitos. Mira, algo que hay que aprender de estos animales, es que están demasiado controlados por la magia de los magos para que los malditos muggles no los descubran. Imagínate que tu te la pasaras siendo ocultada por tus padres para evitar que los vecinos te vieran, ¿no serías feroz? Créeme, solo son bestias incomprendidas —Dijo con dulzura.

 

En eso, pues era obvio que la idea del Heliké de usar escobas al profesor lo sacó de balance ¿qué pasaba si los dragones las quemaban? Seguramente se asustarían o molestarían al ver a dos mosquitos dándoles vueltas por la cabeza... Pero debía aceptarlo, era una buena idea. Tomó la Nimbus 3000 que le estaba ofreciendo la mujer y se montó. Ella tenía razón, ¿acaso no era aquello como un juego de quidditch? Los dragones eran las bludgers, unas muy grandotas y muy matonas, pero bludgers. Sonaba divertido.

 

—Claro, aquí todo está permitido, solo no me vayas a matar a ningún dragón nada más —Dijo mientras soltaba una carcajada —¿Lista? Entonces, tu con el Longhorn Rumano y el Opaleye de las Antípodas y yo con el Ridgeback Noruego y el Ironbelly Ucraniano. Recuerda que debes estar cerca de sus ojos y emplear cualquier hechizo que los dañe lo suficiente para que se quede quieto. Ten cuidado, cuando se vea ciego, se volverá muy agresivo, pero con el pasar de los minutos, se irá calmando al no ver. Cuando eso pase, son más vulnerables, acércate, háblales y, si tu intensión no es mala, ter permitirán darles el hechizo de cancelación de instintos, el cual es Oppugno Máxima Draco. Te veo en un rato, intenta no morir —Añadió divertido el Triviani y se fue a por sus dragones.

 

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Asentí con la cabeza cuando escuché las palabras del Ravenclaw. A pesar de estar en el aire, podía tener serios riesgos de que, si un dragón me lanzaba una llamarada y no la esquivaba podía arder mi escoba en segundos. Al menos, tenía el amuleto volador. Ese objeto me confería un poco de seguridad ante semejante aventura. Jamás me hubiese imaginado que me enfrentaría a dos dragones. No sabía cómo podía hacerlo pero de algún otro modo, tenía que intentarlo. Lo último que quería, era azuzar a ese animal tan poderoso. Sí, no tenía miedo al ridícu.lo por confesarlo, ya lo había hecho antes. Imponían respeto, mucho más, que los demonios del agua...

 

Aún en el aire la escoba me sostenía, no hacía un día malo pero tanta claridad y seguro que esas bestias podrían distinguirme a un kilómetro de distancia. Sabía que mi escoba era lo suficientemente rápida, era una versión mejorada de la archifamosa nimbus 2000. Pero aún así la 'Saeta de fuego' si no se controlaba podría acabar hecha añicos. La suerte es que, no habría un sauce boxeador y eso me aliviaba. Pero cualquier escoba se partiría en dos en cualquier tipo de foresta a una altura considerable. Esperaba que el mago pudiese controlarla o le exigiría "cierto pago" por repararla. Aunque se la hubiese prestado en ese momento...

 

- Vamos Heli, demuestra la pasta de la que estás hecha - me dije a mi misma, para animarme. Mucho me temía que, de lo que tenía que encargarme yo, no serían bestias tan amables como un micropuff. Aún prefiría enfrentarme a un escreguto de cola explosiva. O si me lo proponía a los malditos duendecillos de Cornualles. A pesar de tenerlos en casa, protegidos con magia, eran peor que un enjambre de avispas cabreadas. Pensé rápidamente en un conjuro de invocación. Al menos, me ayudaría bastante a la hora de protegerme de esos fuegos infernales, a pesar de tener el ignea.

 

- kasho - la daga apareció al instante en mi mano derecha, pero debía guardarla en el bolsillo. No sería capaz de manejar la escoba, con la varita y con ese puñal invocado mediante magia. Pero sabía que me sería de bastante utilidad, aunque usara el hechizo salvaguarda mágica. Todas las protecciones eran extras a añadir, porque si de por sí, era difícil cegar a un dragón, más lo serían dos. Y lo peor de todo era que, hacía muchísimo tiempo que no tenía práctica con el quidditch. Y eso me hacía que, de los nervios me salieran perlitas de sudor en la frente. Sería como esquivar bluggers sin los bateadores... Y eso era bastante peligroso.

 

Me había fijado en el dragón a "batir". No conocía muchas razas pero sí las más famosas entre los magos. Me fijé en el Opaleye de las Antípodas. Era más hermoso que el que había visto el bola de fuego chino. A pesar de tener un color muy rojizo. Sabía qué tipo de libro buscaría en la tienda Potter Black. Un libro sobre dragones, para informarme mucho más de esas hermosas y por supuesto, temibles criaturas. El animal pareció verme, batió las alas y de sus fosas nasales pareció salir un poco de humo, de seguro, que estaba preparado para alzar el vuelo y lanzarme una buena llamarada.

 

- ¡Suerte profesor! - le grité al Ravenclaw al verlo montado sobre la escoba que le había dejado momentos antes. Moví el palo hacia adelante, y antes de siquiera que el bicho me lanzase una andanada, grité:

 

- ¡Semillas de Hielo! - de mi varita, surgió un viento helado que paralizaría cualquier animal. Sabía que el Opelaye no era de los más grandes, pero debía tener cuidado igualmente. Le había acertado de lleno. Enseguida se paralizó y todo su cuerpo, parecía una estatua de cristal. Sabía que ese conjuro duraría poco tiempo, que se deshelaría completamente, pero me daría un tiempo prudencial antes neutralizar al otro que me quedaba. Según había leído en el folleto de compras del Magic Mall, su cuerno era importante en pociones, pero estaba segura que mi tutor, no le hubiese gustado que cogiera un poquito...

 

Pero el Longhorn Rumano me había visto y me lanzó un ataque, moví la escoba al lado izquierdo y no me dió por los pelos. Suspiré. Sería mucho más complicado de lo que parecía en un principio. Me elevé un poco más. El dragón batió sus alas y alzó el vuelo. Debía tener el temple para no caer en la histeria y salir pitando de esa reserva y ser el hazme reír del Ravenclaw. Suspiré otra vez, para calmar mis nervios y repasando en mi mente, todos los hechizos, que pudiesen afectar a sus ojos, enseguida di con uno que, quizás fuese efectivo...

 

Intenté acercarme a él antes de que me lanzara otra bola de fuego. Me apresuré con la escoba y en mi mente moviendo la varita en dirección a sus ojos pensé el encantamiento.

 

- Arena de Hechicero - quizás no fuese muy útil en dragones, pero no dejaba de ser arena que molestaría en los ojos y lo cegaría durante un instante... Tendría que apurarme y recordar el hechizo dominador que me habían indicado previamente- Oppugno Máxima Draco - moví la varita en dirección al dragón y el efecto (?) fue inmediato éste parecía un muñeco de peluche, si no fuese que era algo enorme para mi gusto. Entendía lo que me quería decir el Ravenclaw. El estar ocultos no era gusto de nadie y a mí tampoco me hubiese hecho gracia, De todas formas, todos los magos lo estábamos con la regulación del Estatuto del Secreto.

 

El otro animal, el Opelaye iba deshaciendo su coraza de hielo. Suponía que, por sus escamas también salía fuego en cierta manera... Indiqué con la varita al Longhorn que estuviese quieto en el suelo y que no hiciera nada. Al otro tenía los ojos descongelados y parecían llenos de furia, apuré la escoba y volví a decir el encantamiento - Oppugno Máxima Draco - me parecía increíble que, con unas palabras esos bichos fieros fuesen una especie de gatitos adorables, aunque, para nada tenía que ver con esos felinos... Me limpié la frente y esperé a ver lo que hacía Keaton. Esperaba que no tuviera muchos problemas, pero nunca se sabía...

 

- ¿Te echo una mano? - le grité en alto. Esperaba no cabrear a esos dragones fieros, lo último que quería era acabar en el suelo.

 

@@Keaton Ravenclaw

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