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Leyes Mágicas


Marabella Rambaldi G.
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Ni yo podía creer el descaro de mi propio jefe, y eso que yo solía creerme llevar el mundo por delante; tampoco iba a negar que aquella arrogancia me daba cierta nostalgia y ¿por qué no? algo de envidia, pero al final primaban los buenos modales y la compostura. Además bastó la reprimenda que dio la profesora bastó para quitar de mi mente ideas extrañas y devolverle la atención que su puesto le acreditaba. Ahora era un padre de familia y miembro respetable y más o menos activo de una sociedad, ya no un solitario sin responsabilidades.

 

 

Me disponía a responder la pregunta de la profesora, cuando una mujer ataviada con una túnica irrumpió en la clase, y entregó un no sé qué a la profesora titular, quien terminó por marcharse de allí. La situación me resultó por demás incómoda y tensa, incluso fruncí el ceño. Pero tampoco tuvimos tiempo de mucho más porque la implacable mujer no tardó más de un segundo en esperar que la profesora hubiera salido para comenzar a hablar, con lo que a mí me parecía una definición perfecta de lo que eran las leyes, o más bien, las normas y las leyes.

 

 

Ni tiempo a considerar aquello cuando ya había atacado a la señorita Black con una pregunta; luego de desaparecer las balanzas ¿Sería que ni siquiera creía en la equidad? No me permití sonreír por aquello, en cambio, observé cada movimiento con rostro inexpresivo, si me atreviera a decir algo, podría afirmar casi con seguridad que al acercarse al pupitre resultaba intimidante y toda una amenaza si se la provocaba, incluso podría decir que si uno contestaba algo que ella pudiera considerar algo innegablemente imposible, contraatacaría con una ironía. No pude evitar pensar en Orión y su impredecible mente. ¿Fascinaría a Leah o la haría enfurecer?

 

 

Quizás fue porque me vio distraído, o simplemente amaba el factor sorpresa que detuvo a Goshi y su siguiente pregunta fue a mí. Sí, en efecto resultó un tanto intimidante, pero nada que me hiciera perder la compostura. Sostuve su mirada mientras me tomaba unos respetables segundos para ordenar la respuesta; al fin y al cabo cómo ella lo había dicho hacía un momento todos habíamos crecido con ese insufrible estatuto, y por lo menos debíamos tener nociones. El problema era que si uno nunca lo había roto y enfrentado a un juicio, podía olvidar detalles sobre la pena.

 

 

-El Tribunal deberá como siempre, pedir la formalización del presunto delincuente, -comencé a decir con voz calma,- al mago en cuestión se le retirará la varita mágica, se destruirá, y se le impedirá volver a utilizar magia. Sin una buena defensa, y dependiendo de la magnitud del caso, puede que incluso le espere una estancia en Azkaban. Claro que eso queda en manos del honorable Tribunal.

 

 

Preferí no agregar nada sobre los procesos de extradición en caso de que el suceso se diera en un país extranjero ni las obligaciones de uno y otro Estado; tampoco consideré que hiciera falta agregar que se convocaría a los desmemorizadores en cuanto se recibiera la denuncia para que la "noticia" no se extendiera. Aquel siempre había sido tomado con demasiada delicadeza, sin embargo había que ser conscientes de que el mundo muggle avanzaba y aquellos que lo habitaban ya no eran tan escépticos como antes. No me correspondía a mí decirlo, en cambio presté atención al tercer interrogado.

 

 

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- Adios, vuelva prontossss

 

Una sonrisa burlona y una actitud claramente sarcástica acompañaron la despedida de la profesora Rambaldi. Suspiró satisfecho y llevó todo el tórax hacia el pupitre para escuchar lo que la substituta tenía para decir. Ah, las leyes, el marco referencial donde la organización y las buenas costumbres eran los fundamentos para esta cosita que te dice qué hacer y qué no. Se llevó, justamente, la mano al mentón y comenzó a pensar en cada una de las preguntas que iban dirigidas a los alumnos. Le tocó a él, por último, la parte del proceso norteamericano.

 

Su balanza desapareció. Asintió ante la pregunta de Leah. Sus ojos fueron de sus compañeros a la pluma en sus dedos. El pergamino rezaba: “Cosas importantes de la clase de Leyes” y, por debajo estaban los nombres de sus dos compañeros. Tachó lo que había escrito porque, bueno, al parecer sí había cosas importantes. Terminó de escribir, puso un punto y dejó la pluma a un lado.

 

- Pues, seré breve también, es que no hay mucha tela de dónde cortar.

 

El pequeño diagrama decía:

 

MACUSA ––NO––> MUGGLES

MM ––––––OK–––> MUGGLES

 

-Bueno, la diferencia sustancia es que los norteamericanos tienen más trauma con los muggles. Ya saben… Las cacerías, la quema de Salem... Como si nosotros no hubiésemos tenido la inquisición. Su solución fue separarse completamente de la comunidad Muggle, que, bueno, es entendible, son super reaccionarios ¿han escuchado las últimas noticias muggles? Terribles.

 

Aclaró un poco la garganta. Tampoco es que criticaba de lleno, MACUSA solucionó sus problemas con las herramientas que disponían y tenían a su alcance.

 

- La Ley Rappaport es la que impulsa de alguna manera este mecanismo de protección del gobierno. Si bien, nosotros podemos tener amigos no mágicos o casarnos, siempre cuidando el estatuto secreto… En Estados Unidos no. Es estrictamente prohibido el contacto con personas no mágicas a menos que sea algo necesario.

 

Dobló su pergamino y se sentó recto satisfecho con la pregunta. Ahora le tocaba a Goshi.

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Granger atrajo su atención y logró que asintiera ante sus primeras palabras. Mientras lo escuchaba iba haciendo ligeros movimientos con la cabeza, a veces contemplando un poco la respuesta y otras veces, de acuerdo. Goshi todavía no respondía y Orión, atento a que terminara su compañero, garabateaba en su pergamino con expresión de concentración. Cuando Joaquín concluyó, los dedos de la Warlock caían lentamente sobre el escritorio en un tamborileo que se entremezclaba con el papiro rasgado por la pluma de Yaxley.

 

—La sanción de Azkaban es bastante rara, ajena a la creencia popular. Está ligada a casos relacionados con maldiciones imperdonables, en su mayoría —con una ligera inclinación de cabeza, pasó a prestar atención a su compañero.

 

La respuesta de Orión, como era de esperarse, era acertada. Se le escapó una risita cuando la palabra "trauma" llegó a sus oídos, pero trató de mantener la compostura con la explicación consiguiente.

 

—A menos que sea estrictamente necesario y con la certeza de que, al acabar lo que sea que se acomode a las necesidades del mago o bruja en cuestión, se realice un encantamiento desmemorizador de carácter inmediato —una estrellita dorada apareció junto al esquema que había trazado, pero ella no había movido un dedo. ¿O sí?—. Las leyes norteamericanas no solo son extremistas, son bastante paranóicas. En nuestro caso, como bien ha explicado el señor Granger, es mucho más burocrática e, incluso, aburrida. Para romper el Estatuto del Secreto en Reino Unido, al igual que en el resto del mundo, habría que ponerle demasiado empeño. La diferencia entre el MACUSA y el Ministerio de Magia es que uno es consciente de ello y el otro no.

 

Rebuscó en la túnica ministerial por un instante, hasta que dio con la fría superficie de su varita de cerezo. Con una elegante floritura, trazó junto a ella un portal, pequeño, donde apenas pasaría un brazo. Y fue precisamente eso lo que hizo. Con expresión neutra, se limitó a tantear hasta que dio con lo que buscaba. Cuando sacó la mano, el portal se extendió lo suficiente para dejar pasar el objeto que había estado buscando con tanto ímpetu. Un gran cuenco delgado y metálico, lleno de una sustancia que brillaba ligeramente en azul. Un Pensadero. Lo hizo levitar y para sorpresa de los tres estudiantes, no derramó ni una gota cuando lo colocó vertical. Su propia versión de un proyector Muggle.

 

—La Confederación Mágica Internacional creó este estatuto, citando, "para salvaguardar a la comunidad mágica de los Muggles" —torció el gesto—. Siempre he creído que es todo lo contrario, pero bueno...

 

»La pregunta que le hice antes, señor Yaxley, respecto a si comparaba el sistema procesal norteamericano con el sistema procesal británico, se debe a que existen ciertas similitudes entre uno y otro y es, en pocas palabras, la crueldad de la máxima sentencia. En el caso del Estatuto del Secreto, no hay sentencia máxima. Pero si fuera el caso, ¿cuál sería el proceder de cada nación?

 

Después de un breve contacto entre su varita y la sien, un hilillo blancuzco se alargó hasta iluminar la punta de su varita como una versión pobre de un Lumus. La dejó frente al Pensadero y éste hizo el resto del trabajo. A medida que iba hablando, la imagen iba apareciendo en el agua. Un juicio del tribunal del Wizengamot ante sus ojos, nada menos que el juicio de Sirius Black.

 

—Como bien saben, Sirius Black fue acusado de la muerte de tres magos y doce Muggles, por lo que fue enviado a Azkaban. Se diría que esta es la máxima sentencia, sin embargo, los magos suelen olvidar que hay algo peor y que está ligado con el valiente acto de escapar de la cárcel mágica más importante del continente: el beso del Dementor. Sirius Black fue condenado a perder su alma por haber escapado de Azkaban, atentando contra la estabilidad del Reino Unido.

 

El recuerdo cambió, por el recuerdo de una sentencia que sí llegó a cumplirse, la de Barty Crouchs Jr. Ver cómo un Dementor aspiraba el alma de un mago no era nada agradable, así que cambió nuevamente el recuerdo, a unas instalaciones desconocidas para la mayoría. La sala de sentencias del MACUSA. Como era lógico, ninguno de los tres recuerdos que estaba compartiendo le pertenecían, aunque ella no diría nada al respecto si nadie se lo comentaba.

 

—La máxima sentencia del MACUSA es la muerte. Muy recatados para una maldición imperdonable, sumergen al acusado en una poción altamente corrosiva mientras usan sus recuerdos para mantenerlos alejados de la realidad —ensanchó una sonrisa mientras el recuerdo seguía su curso—. Podemos abrir el debate, ahora, sobre quién es más sádico. Señorita Black, ¿todo en orden? —Goshi seguía sin responder a su duda, no se le había olvidado.

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