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Prueba Libro de la Sangre XXIX


Mia.
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Aaron Augustine Black Yaxley

 

¿Le mato?, ¡no!, no puedo, ¿quién se dará cuenta?, ¿qué dirían en casa?, ¡pudo haber sido un accidente!, Maida no me creería... pero ella sabe guardar secretos, ¿no?. Discutía vagamente en mi cabeza, ¿porqué discutía esa clase de cosas? ¡era un mago de alcurnia!, pero uno por la senda de la magia oscura... ¡ah!... pero había un final de fondo, todo era por un bien mayor, la primacía de la magia, la sangre pura, pero no todos tenían derecho a ella ¿Valentina la tendría?...menudo lío. ¿Porqué mantenía esas ansias de correr vidas con la varita cada vez que me enfrentaba a un duelo?, ¿sería mi temperamento?, tal vez no sabía perder...

 

Episkey; pensé tras un gesto de dolor por el ardor en mi pecho -¡Inteligente! pensé, digna hija del viejo Yaxley- sosteniendo la varita que sanaría el corte propinado por el immolo oppugnare de la bruja; sin duda alguna éste libro enemistaría a más de algún mago o bruja, o muy por el contrario, traería grandes ventajas a la hora de un enfrentamiento, a la hora de imperar en éste mundo, a la hora de buscar el poder. La brisa refrescó mi rostro y blandió mi cabello y prendas en una sola dirección; estar situados allí denotaba cierto clima místico.

 

Valentina se curó, lo supuse cuando noté que su herida comenzaba a sanar pues tampoco es que estuviésemos tan lejanos como para no observarnos bien. Fue en ese preciso instante que volví a levantar mi arma mágica en contra tras haber mirado al cielo en un segundo de parsimonia. Maldición, fue lo que pensé mirándole fijamente mientras ladeaba un tanto el rostro sobre mi hombro; su suerte se vería afectada de tal manera que ridiculizaría cualquier hechizo verbal contra mí sin afectarme como tal. Estaba aprendiendo; sonreí, e irónico le tenté a que se acercara un poco más...

 

-Digamos que no me gusta perder...-sostuve respondiendo a las palabras que me había dedicado con tanto ímpetu hacía un rato atrás-... pero ya reiremos de ésto en la manor, ¿no?. Conozco el lugar donde Orión esconde algunos brebajes que ¡ufff!... te mueres...- reí- por cierto, siento lo de tu rostro, al menos ya comienza a verse mejor...- ¿lo sentía?, la verdad es que no, pero hoy por hoy, debía ser más...familiar.

 

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La chica esbozó una sonrisa de lo más forzada.


Sí, ¿verdad? Siempre tuve un cutis maravilloso —ironizó—. Menos mal que por aquí no hay espejos, que si no me caería de verme lo guapa que soy.


Sí, el muchacho llevaba razón. Se le había quedado un tanto insensibilizada la piel de la cara, pero podía notar perfectamente cómo la hinchazón de alrededor de los ojos y párpados disminuía considerablemente. Podía ver, lo cuál le permitiría apuntar bien sus hechizos, además de poder desplazarse por el terreno.


¡Cuidado, Yaxley! A ver si ahora que te veo bien, te vas a comer una buena.


Se puso de pie y comenzó a apuntarle con su varita de lo más vacilona. Comenzó a hacer florituras mientras se balanceaba hacia adelante y atrás, haciendo como se acercaba hacia su contrincante.


Uuuuuh, ¡qué miedo! Ratón que te pilla el gato, ratón que te va a pillar… —se puso a tararear de forma infantil.


Ya estaba totalmente recuperada también del corte producido por la daga del sacrificio. Nunca le gustó autolesionarse, su espíritu no era lo suficientemente oscura como para llegar a ese extremo. Eso era más cosa de artistas del romanticismo: la nostalgia, el dolor, la frustración, el sufrimiento existencialista y todas esas características que podían desembocar en la perturbación del alma y en el autosufrimiento. No, Valentina era más pragmática que todo eso. Aunque si esa era la única forma de conseguir salir vencedora del duelo, lo repetiría una y mil veces.


Veamos, veamos… ¿te gustan los animales? A mi sí. Los gatos me parecen preciosos. También le tengo mucho cariño a los pajaritos, tan cuquis y cantarines. ¿Y a ti? Avis.


Pero en vez de invocar a una docena de pájaros, lo único que consiguió fue hacer aparecer doce serpentinas de colores que apenas avanzaron un metro desde la punta de la varita. Azules, rojas, verdes, amarillas… ¡Casi se le había formado un arcoíris delante suya! La joven se puso como un tomate, pensando en qué narices acababa de pronunciar para haber hecho semejante estropicio.


¡Maldición! —exclamó— ¿Cómo puede…?


Y nunca mejor dicho, pues la expresión de Aaron lo dijo todo.


Está bien —se recolocó—. Quieres reírte de mí, ¿no? Yo también tengo un gran sentido del humor, aquí donde me ves.


Poco a poco, la joven se fue acercando hacia el chico hasta quedar a su lado. Sólo tuvo que estirar su brazo para tocar su hombro. Su mano quedó posada sobre el ropaje que vestía.


¿Sabes? Tú y yo deberíamos quedar más…


Arrimó sus labios a su oído y pronunció:


Obedire.


Lo que debería hacer su primo durante la siguiente opción era de lo más sencillo. Valentina tan solo pretendía que el muchacho invocara un Tarantallegra sobre sí mismo y se pusiera a bailar allí en medio, de forma que le diera un toque de humor a aquella prueba que se estaba desenvolviendo de manera tan aburrida. Esperaba que Eobard se lo estuviera pasando mejor que ella.


Venga, menea ese cuerpo tan bien puesto que luces. Si lo haces bien, te doy un premio.


@

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