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Libro de la Sangre XXX.


Sagitas E. Potter Blue
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Llegaba tarde. Yo no tenía culpa de ello, la culpa era de Candela, quien me había avisado segundos antes de que este mes haría la sustitución del profesor titular del "Libro de la Sangre", el Sr. Hades, quien andaba algo indispuesto y no podría hacerlo. Bueno, los rumores decían otra cosa referente a su ausencia, algo relacionado con... , mejor ni lo pienso que si algún Leggeremante se encontrara cerca, aún podría sacarme información sobre lo que se comentaba en el pueblo y no, no quería tener que estar usando la oclumancia para evitar filtraciones...

 

Pues eso, que llegaba tarde. Me había parado en Gringotts, para sacar de la bóveda mi propio libro y recoger con sumo cuidado mi Daga del Sacrificio, que esperaba no usar en la clase pero que debía tener si quería mostrar su funcionamiento. Me gustaba lucir aquella hermosa obra de arte que había diseñado yo misma para su empuñadura de plata blanca, basándome en un diseño celta. Los incluí los dos dentro de la bandolera tejana que cruzaba sobre mi jersey azul oscuro lana y, al caminar, golpeaba de forma rítmica sobre los tejanos raídos que me había puesto. Sí, bueno, no suelo ir elegante sino práctica. Por experiencia, las clases de los libros suelen ser movidas, por no decir, peligrosas, así que no iba a arriesgar ropa elegante en uno de ellos. Me conocía, por mucho que iba a llevar a mis alumnos a un lugar paradisíaco y tranquilo, las aventuras solían sucederse sin yo intuirlo. Era mejor ir con bambas cómodas por si había que huir.

 

Así, cuando llegué al aula que se había dispuesto en el Ateneo para los alumnos, llegaba unos minutos tarde y despeinada por la carrera por los jardines del lugar. Entré con prisas y ni miré a nadie, preocupada porque no sabía si había cogido la varita o la había dejado en el anaquel del baño, donde la había puesto por la mañana mientras me recogía el pelo en una bandana violeta. Casi siempre la llevaba allá pero ahora, con aquel pedazo de tela sosteniendo mi cabello para que no molestara, la había puesto en... ¿Dónde, demonios? La necesitaba para dar la clase.

 

-- ¡Bienvenidos todos a la Clase del Libro de la Sangre! -- les grité a todos, remeneando las cosas que había guardado dentro de aquella bandolera. No encontraba la varita así que, sencillamente, metí la cabeza bien hondo hasta que encontré lo que buscaba. -- ¡Por fin, aquí está!

 

La saqué como si se tratara de un premio. Un premio algo sucio de huellas y muy poco lustrada, pero mi premio, al fin y al cabo.

 

-- Vamos a ir a un lugar tranquilo fuera de la Academia donde practicar de forma teórica los nuevos hechizos que entran a vuestra disposición si sois capaces de pasar esta clase. Cada vez sois mejores magos y tenéis más magia que os hará poderosos, así que tenéis que tener a mano vuestro nuevo libro y sus complementos y seguirme.

 

Con un movimiento de la mano activé un portal Fulgura Nox, pronunciándolo con cuidado para hacerlo lo suficientemente grande para que todos los alumnos y yo pasáramos. ¿Cuántos éramos...? Por primera vez desde mi entrada algo apresurada, miré a los chicos...

 

¿Chi...cos?

 

¡Demonios desdentados! ¿Pero...? ¿Pero...? ¿Pero por qué me pasaba eso a mí...? Empecé a sudar y me froté las manos por los muslos del tejano ajado. ¿Por qué no había usado la Videncia para conocer de antemano los nombres de los alumnos antes de verlos allá, contemplándome? A veces creo que esa Habilidad la tengo de adorno.

 

-- El Po... Portal... es... mag... magia más... ava... avanzada -- dije, a trompicones y tartamudeando, intentando no enfrentarme a la mirada de los presentes. -- Es de... varios libros pos... posteriores... y nos... nos llevará a un lugar fuera de la clas... clase... Para el estudio de... del libro de la Sangre.

 

De repente, una bicha horrible (ay, no; era un lindo escarbato que, en otra ocasión, me hubiera hecho reír por su atrevimiento. Ahora, sin embargo, me hizo gritar por lo inoportuna que era) saltó sobre mi mesa, agarró lo más brillante que había asomando de mi bandolera y saltó hacia el Portal, desapareciendo en una especie de "burejo" que llevaba hacia otro paisaje por completo diferente al de aquellas cuatro paredes.

 

-- ¡Eh, tú, mal bicho! Necesito mi Daga del Sacrificio para -- ¿enseñar el Libro a los alumnos? -- ¡Para matarte!

 

Nadie me oyó, ¿verdad? Tomé de golpe mi bandolera abierta y salté hacia el Portal. Desde el otro lado, les grité, malhumorada.

 

-- ¡Vamos! ¿A qué esperáis? No tengo ni idea de cuánto dura abierto un portal cuando estoy de mala leche. Quien no me siga, suspende.

 

Que aquel lugar no fuera el que pretendía y que pareciera más las ruinas de una antigua ciudad, vistas desde una loma de vegetación agreste que invadía lo que quedaba de ella, no pareció importarme en el primer momento. Para mí, en aquel momento, sólo estaba la visión del Escarbato subido a una roñoso letrero que alguna vez fue blanquecino, con mi daga medio escondida entre su pelaje. Usé el Anillo de Amistad con las Bestias para obligarle a que me lo devolviera, a regañadientes.

 

Empecé a saltar de alegría y con una sonrisa de oreja a oreja, mientras esperaba a los alumnos que se iban uniendo a mi lado. Mi sonrisa cayó, de repente, al leer el letrero semi oculto tras aquella vegetación: "Ottery St. Catchpole. Población 0 habitantes", habían alguien garabeteado con un Flagrate.

 

¿Cómo demonios habíamos viajado al...? ¿...Futuro?

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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¡Bienvenidos todos a la Clase del Libro de la Sangre! —gritó la bruja que estaba a cargo de guiar al nuevo grupo de estudiantes que se había dispuesto a realizar la vinculación con el Libro de la Sangre en la Universidad Mágica.

A juicio del patriarca de los Black Lestrange, la sacerdotisa actuaba realmente de manera extravagante. Aunque teniendo en cuenta que a aquella clase asistirían tanto el Ministro como la Viceministra de Magia no era extraño que las personas consciente o inconscientemente se sintiesen un poco presionadas por mantener la normalidad al punto de violar todo límite de esta, cayendo en los excesos del ultraformalismo o la indiferencia vulgar; el comportamiento de la mujer de grandes ojos marrones, sin embargo, parecía no verse afectado, aunque en realidad estaba ensimismada en sus ideas y en darle inicio a la clase que había olvidado presentarse o incluso mirar si la totalidad de sus estudiantes había llegado.

De todos modos, ninguno de los presentes en aquel salón necesitaba presentación. Al menos, no para Jocker que sabía que quien dictaba la clase era Sagitas Potter Blue, hija adoptiva de Antara, madre de Ainé; y quienes tomaban la clase eran nada más ni nada menos que Crazy Malfoy y tres de sus innumerables hijos.

El animago observaba con atención a la maestra que continuaba hablando sin parar. Ahora terminaba de dar algunas indicaciones respecto de la forma en la que practicarían hechizos para pasar a abrir un portal gracias al Fulgura Nox que pronunció, para sorpresa de Jocker, sin error. Jocker estaba atento, pero le era imposible no pensar en Ainé.

«No. Es imposible que ella sepa algo» pensó, sin dejar de ver a Sagitas que ahora no sabía dónde meterse ni cómo actuar pues no había notado lo evidente de las celebridades que tenía como estudiantes «Antara sabría; sí, estoy seguro»

El escarbato que salió de la nada puso en alerta al Black Lestrange. Aplastó con ambas manos la daga que había dejado descuidada sobre el Libro de la Sangre que tenía sobre el pupitre y que le habían solicitado llevar para aquella clase a modo de resguardo. Aquellos animalejos de hocico largo y delgado podían transformarse rápidamente en un gran dolor de cabeza si no se tenía cuidado.

Tras maldecir y saltar al interior del portal, Sagitas logró recuperar su daga, mientras que el grupo de estudiantes que se había quedado sentado en sus lugares parecía no darse por aludido hasta que la escucharon gritar desde el otro lado.

¡Vamos! ¿A qué esperáis? No tengo ni idea de cuánto dura abierto un portal cuando estoy de mala leche. Quien no me siga, suspende.

Jocker dejó escapar una risa áspera. Definitivamente se iba a divertir en aquella clase, aunque el recuerdo de Ainé, por alguna razón aún desconocida para él, le persiguiera como nunca desde su regreso a Ottery.

Tras cruzar el umbral mágico, se sorprendió al no encontrar el lugar tranquilo que esperaba. Y aunque no habían anunciado un lugar paradisiaco para llevar la clase y sabía de la manía que tenían los profesores del Ateneo de Poderes y Magias Guerreras de llevar a sus estudiantes a sitios peligrosos, no esperaba encontrarse con aquel inhóspito lugar.

No quiero presionarte, pero nuestras celebridades no parecían muy contentos con tu pequeño acto allá del otro lado —se burló el animago, sin percatarse aún del letrero que le había cambiado la cara a la sacerdotisa —aunque a mí me ha encantado, eh. ¿Lo tenías planeado?

La mujer de pelo violeta no alcanzó a responder ni los demás integrantes de la clase a atravesar el portal cuando un sonido desgarrador se escuchó a la distancia. Daba la impresión que estaban ahorcando a alguien.

Genial —siseó Jocker, sacando la varita para invocar hechizos impermeables sobre su túnica negra con detalles dorados en las costuras del cuello.

El grito del augurey anunciaba lo que las oscuras nubes ya predecían: una torrencial lluvia había comenzado a caer y el sonido del agua parecía a ratos, rugidos que no permitían escucharse el uno al otro.

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No me esperaba eso, por supuesto. Cuando abrí el portal, lo hice de forma pausada y muy concreta para no tener problemas. ¿En qué momento había distraído mi mente en lo que fuera para permitir aquel portal a lo que supuse era el futuro?

 

-- Cuando pensaste que debían usar más la Videncia, ante la sorpresa de quiénes eran los alumnos -- musité en voz baja, sujetando la Daga de Sacrificio con fuerza. El escarbato se movía inquieto, recuperando su movilidad y preguntándose cómo podría recuperar su presa.

 

La voz de uno de los alumnos me hizo dejar de pensar en elucubraciones y mirarle a los ojos. Un Malfoy. Jock...

 

-- ¡No! -- exclamé, poniéndome de puntillas para mirar por encima del hombro del hombre. Después le miré a los ojos de color miel. Era más alto que yo y eso imponía un poco. Carraspeé. -- ¿En serio... ellos... están... ?

 

Volví a tragar saliva y posé los pies en el suelo. Me sentía intimidada así que maldecí haber dado mi promesa de hacer la sustitución de aquella clase.

 

-- No, claro que no lo tenía... Bueno, sí, claro, estaba planeado desde el primer momento.

 

Mentí. Y supe enseguida que él sabía que mentía. Hice un mohín de disgusto con la boca y dejé de mirarle.

 

-- Estaba planeado hasta la apertura del portal. Es magia de otro libro que aprenderéis más adelante. -- Eso suponiendo que aprobéis éste. -- Intenté mostrarme dura pero, por lo contrario, empecé a temblar al pensar que pudiera ser la responsable de la pérdida del Primer Ministro y de su hija, la viceministra. Solté aire de forma ruidosa. -- El escarbato y este paisaje son improvisaciones...

 

No quería confesar más que lo justo. Miré a mi alrededor y toda postura rígida desapareció al reconocer ciertos edificios del pueblo, derruidos, apagados por el tiempo transcurrido desde lo que fuera que había sucedido para la aniquilación del pueblo. El "cero" del cartelito se repetía una y otra vez en mi cerebro. Sólo cuando la bandana del pelo se deslizó hacia mis ojos me di cuenta que estaba chorreando.

 

-- ¿Cuánto tiempo hace que llueve? -- pregunté al aire, sin dirigirlo a nadie en concreto. Debía controlar más mis espacios de ensimismamiento pues había empezado a llover y un augurey acababa su canción melancólica. -- Dicen que anuncian la muerte. No es cierto pero... Esto parece estar bien muerto. ¡Dioses! Aquella es... Era la Malfoy, ¿verdad? Mejor volvemos a nuestro tiempo, antes que Crazy Malfoy decide investigar qué le ha pasado a su casa y... Aún tendré que protegeros a todos... ¿Por qué no se habrá traído un montón de guardaespaldas que le vigilen...? ¿Sabes usar la Daga del Sacrificio?

 

El escarbato nos seguía desde muy cerca. Sería mejor que tuviéramos todo a buen recaudo.

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Cuando Mackenzie cruzó el portal, una lluvia torrencial caía desde unos oscuros nubarrones que cubrían todo el firmamento. El paisaje era desolado y oscuro, más propio de un cuento de terror, que de una clase sobre un libro de hechizos, aunque éste fuera el Libro de la Sangre, uno de los conocimientos más oscuros que poseía el Pueblo Uzza. La bruja sabía, porque así se lo había contado Darajman, el Nahm Uzza que custodiaba aquel libro, que el Conocimiento inscrito en el mismo procedía de un Contrato que el Pueblo Uzza firmó con un clan de vampiros centroeuropeos en el Siglo XVII. Los descendientes de Vlad Tepes, antiguo príncipe de Valaquia y poderoso Vampiro, habían pedido ayuda al Pueblo Uzza para proteger su conocimiento de la Magia de Sangre. Nuevos clanes de vampiros de Transilvania y Moldavia amenazaban al, por entonces, debilitado, clan Tepes. Los Uzza prestaron un gran servicio a los Tepes, al punto de destruir a los incipientes clanes y de unir a todos los vampiros de lo que hoy es Rumanía bajo un único clan. Fruto de ello, incluso, es la asociación que hoy en día todavía se hace del Conde Drácula con Vlad Tepes, cuando, si se analiza la historia con cuidado, se deduce que Drácula, en realidad, no pertenecía a este clan.

 

A través del rugido del agua torrencial, a Mackenzie le pareció oír el eco de un grito desgarrador. Era como si un augurey acabase de cantar y hubiera dejado su letal melodía impregnada en el viento que arreciaba y amenazaba con derribar los árboles y arbustos que crecían entre casas y mansiones derruidas. Levantó la mirada al firmamento, mientras realizaba un encantamiento impermeable con su varita y observó a la criatura alada girando en círculos en medio de aquella lluvia. De pronto, se lanzó en picado hacia abajo y fue a posarse sobre un cartel semi oculto por la vegetación, en el que la bruja no habría reparado a no ser por aquel vuelo del augurey. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando leyó lo que alguien había impreso con un Flagrate sobre él: "Ottery St. Catchpole. Población 0 habitantes".

 

¿Adónde les había llevado aquel portal? Mackenzie empezaba a estar recelosa, el Fulgura Nox que había utilizado Sagitas no creaba portales a dimensiones desconocidas. ¿Qué clase de broma era aquella? Con un ligero golpe de la varita, hizo que se subieran las botas por encima de los tejanos y dentro del forro de la cazadora negra emergió una tela térmica que la protegía del frío y la humedad. Se ajustó la mochila, repasando mentalmente su contenido. Allí estaba el Libro de la Sangre recién adquirido y, por supuesto, su Daga del Sacrificio. Un filo levemente curvado de acero de Valaquia, con empuñadura de plata de Silesia y 5 rubís engarzados en cada punta de un pentagrama labrado en la plata. Mackenzie sonrió recordando su viaje a Rumanía, poco después de que el Nahm Uzza Darajman le hablara de aquel libro, mucho antes de que los Uzza llegaran a Inglaterra a enseñar en la Universidad. No había sido complicado encontrar a Anatoli Tepes, descendiente directo y heredero de Vlad Tepes. Pero comprarle la daga original del legendario vampiro... eso sí había sido harina de otro costal. No sólo galeones había tenido que pagar por aquella reliquia del Siglo XVII.

 

Se apresuró hacia donde estaban su medio hermano y Sagitas. Desde luego aquello tenía toda la pinta de que iba a ser una reunión familiar, más que una clase. A saber qué aventura les esperaba. Casi empezaba a dibujarse una sonrisa en su rostro, emocionada ante la perspectiva de nuevas emociones, cuando las pocas palabras que alcanzó a oír de lo que la pelivioleta le estaba contando a Jock, la hicieron torcer el gesto en una mueca de disgusto.

 

- ... Esto parece estar bien muerto. ¡Dioses! Aquella es... Era la Malfoy, ¿verdad? .... - Fue lo poco que alcanzó a oir, pues al instante Mackenzie levantó la vista horrorizada para comprobar la espantosa visión de la otrora magnífica Mansión familiar, ahora completamente en ruinas.

 

- No puede ser. ¿Dónde estamos? ¿Algún teatro nuevo de mágica realidad virtual? ¿Qué clase de broma es ésta? - Se sentía verdaderamente enfadada. Ver aquella casa en aquel estado era como ver toda su historia pisoteada y olvidada.

 

Apartándose de los otros dos corrió hacia la desvencijada Mansión y penetró en sus jardines, ahora abandonados y convertidos en un manojo de vegetación desordenada y anárquica, que crecía por doquier, borrando senderos y tapiando las antiguas marquesinas. Multitud de estatuas estaban diseminadas y rotas por el suelo. Mackenzie sentía un nudo en la garganta y una congoja en el alma. Siguió avanzando con la sangre helada y el alma en vilo hasta la puerta de la mansión, pero lo que vio allí la dejó clavada en el sitio, sin ser capaz de avanzar un paso más.

 

En la plazita delante de la puerta de la mansión, que antaño había servido para la recepción de distinguidas personalidades, se levantaba ahora un viejo tablado de madera carcomida y desvencijada. Encima de aquel tablado, colgando de viejos soportes de hierro oxidado, varias cuerdas se mecían violentamente entre el torrente de lluvia, que seguía cayendo implacable sobre la mansión. Algunas cuerdas estaban vacías. De otras, en cambio, colgaban cuerpos inertes desde tétricos lazos corredizos. Mackenzie se llevó una mano a la boca y ahogó un grito al reconocer su propio cuerpo, vestido con una túnica verde esmeralda, colgando inerte, pálido y frío en el centro de aquel cadalso. Muerta. Ahorcada.

 

Todo su aplomo se vino abajo y calló al suelo, vencida, perdida, incrédula....

 

- Armand... -Llamó con la voz sofocada por el terror. - ¡¡¡Armand!!!! - Chilló en un grito de rabia desesperado.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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El patriarca de los Black Lestrange sonrió con complicidad en cuando Sagitas apartó su mirada. La sacerdotisa se sabía descubierta y el mortífago no terminaba de decidir si dejarse llevar por la verborrea sarcástica que venía a su cabeza o empatizar con ella y, al menos, guardar silencio.

No terminaba de decidirse cuando la mujer continuó dando explicaciones e hizo una aseveración que descolocó por completo a Jocker.

¡Dioses! Aquella es... Era la Malfoy, ¿verdad? Mejor volvemos a nuestro tiempo…

Si bien había escuchado todo con claridad, su mente no podía dejar de repetir el principio. Sobre todo porque sus ojos se había posado sobre el anuncio en donde el augurey que no hacía muchos instantes había gritado y que rezaba el número de habitantes actuales de aquello que parecía una versión siniestra de Ottery St. Catchpole.

No puede ser. ¿Dónde estamos? ¿Algún teatro nuevo de mágica realidad virtual? ¿Qué clase de broma es ésta?

La voz de Mackenzie se oía cargada de enfado. Jocker, por su parte, estaba desconcertado y se limitó a seguir a la Viceministra que comenzó a correr por el campo, rumbo a la ahora abandonada mansión Malfoy para intentar, seguramente, recopilar información sobre lo que estaba pasando pues Sagitas parecía tener tantas o más dudas que ellos.

De pronto, el patriarca de los Black Lestrange se detuvo en seco. Un sentimiento de profundo terror le invadió por completo al punto de paralizarlo y hacerlo caer de rodillas al suelo. Tenía la mirada fija y parecía estar siendo víctima de una alucinación.

La lluvia no paraba de caer sobre todo el campo y, sin saber cómo ni por qué, Jocker comenzó a empaparse de la lluvia que parecía no daría tregua jamás.

Pero qué… —se le oyó decir, mientras con una mano aplastaba su varita y con la otra, la daga del sacrificio.

El libro había caído abierto en el piso y las hojas no estaban absorbiendo el agua que caía sobre él sino también se llenaba del barro que se había formado en el lugar.

Jocker observaba incrédulo, no porque había caído al suelo ni porque el libro comenzaba a destruirse –sabía que con un simple hechizo que hasta un niño de 13 años podía realizar, la reparación no tardaría ni 30 segundos en realizarse- sino porque sentía y sabía que toda su magia había salido de su cuerpo. No podía explicar el cómo ni mucho menos el por qué, pero sabía que el álamo de 27 centímetros no era más que una varilla tallada que en su interior guardaba un cabello de unicornio azul y nada más.

No se atrevió a mover un centímetro de su cuerpo, esperando sentir que la magia retornaba a él de la misma forma en la que había salido, pero los segundos pasaban y se hacían eternos.

 

De pronto, un grito proveniente de la Mansión Malfoy le hizo levantar la cabeza.

¡¡¡Armand!!!!

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Mi mayor nerviosismo, en aquel momento, estaba en impedir que Crazy llegara a ver su mansión. Sí, Crazy... ¿Por qué pensé que el Primer Ministro iba a ser peligroso, en cuanto a su reacción, en cuanto descubriera su mansión derruida, casi desaparecida entre la maleza que invadía las ruinas? No pensé que Mackenzie fuera a ser la que primero se escapara a mi control. En mi defensa, odio la lluvia. No ver llover, eso es algo maravilloso, ver como las gotas caen el suelo y levantan espuma al chocar contra él, en circunferencias casi perfectas, distorsionándose con las de otras gotas que les hacen la competencia al caer a su lado. La contemplación de esa maravilla del agua te puede dejar ahí quieta durante lo que dure el aguacero. Si se unen otros fenómenos atmosféricos, puede llegar hasta ser extasiante al contemplar la fuerza de la naturaleza.

 

Pero no me gusta mojarme. Odio sentirme mojada, odio que el pelo se descontrole y sentir la humedad en el cuerpo. Y, sobre todo, odio olvidar que hay hechizos que pueden evitar sentirme tan mal, como un simple Impervius o la aparición de un paraguas. Así que, en mi defensa, la viceministra se me escapó de control porque yo estaba maldiciendo mis pies mojados y el agua que resbalaba de la badana del pelo, en regueritos que pasaban por la oreja y me daban la sensación de que alguien me estaba lamiendo la piel. Muy desagradable sensación, por cierto. Jock opinaba como yo, era mejor volver a la clase y retomarla dentro de la seguridad de los pupitres. Pero Mack lo impidió.

 

-- ¿Realidad Virtual? -- En cierta manera, me halagó que ella conociera esa tecnología muggle; y es que estaba muy orgullosa de ser la profesora muggle de este conocimiento, puesto que ... espera... ¿Qué hacía...? -- ¡Eeeeee-eeeeh! ¡No corras! ¡Te puedes caer!

 

Traducción: "Me vas a hacer caer si corro detrás de ti".

 

Pero corrí, qué remedio... La lluvia no me dejaba ver bien como para arriesgarme a una aparición delante de Mack y, seguramente, acabaría arrollada por ella y revolcándome en el barro que se estaba formando con semejante diluvio. Por cierto... ¿Cómo llovía tanto? Pocas veces había visto en Ottery... Corrí pues, en pos de ella y de Jock quien, con unas patas más largas que las mías, iba adelantando trecho. Bufé y un vapor de aire salió de mis labios, algo que debía de hacerme cuestionar cómo había bajado la temperatura de golpe para que se formara ese vaporcillo. Aunque... No notaba frío, sólo humedad; más bien parecía que algo o alguien era el causante de aquella bruma que, de repente, parecía envolvernos, nada semejante a la niebla smog que se produce en Londres en contacto con el suelo caliente y el aire contaminado... Sí, bueno, me salgo por las ramas para explicar que se estaban produciendo reacciones anómalas en las que no caí en ese momento.

 

Para mí, lo importante en aquel momento, era agarrar a Mack y hacerla volver a... ¿a dónde, si el Portal se había cerrado? ¿Los dos alumnos que restaban habrían pasado? No sabía si temerlo o agradecerlo. Bueno, que lo que quería era parar la carrera de la mujer y decirle que era mejor volver a casa, que aquello no era más que... una... hem... ¿cómo lo había dicho? Una realidad virtual.

 

Casi tropecé con Jock, quien se había parado en seco y parecía mirar alrededor con terror en los ojos. Me giré, aún corriendo, gran proeza por mi parte, y corrí un pequeño tramo de espaldas contemplando como él se arrodillaba en el suelo y...

 

-- ¿Un Espejo de Niebla? -- pensé. Y ahí se quedó el pensamiento porque la inercia de la carrera hizo que siguiera girando en un círculo para volver a ponerme de cara a Mackenzie y siguiera trotando en su dirección.

 

Ahora sé que debiera haberme parado a pensar qué hacía rompiendo su varita y embarrando el libro que le ayudaría a aprobar la clase, a tener miedo reflejado en su cara, a quedarse quieto e indefenso en medio de aquel pasto de hierba seca y barro que le envolvía. Pero en aquel momento, mi mente había creado una línea de "Mack corre, Mack se aleja, yo detengo a Mack, yo saco a Mack de la Malfoy, yo y ella (ella y yo, leñes) retrocedemos hacia el cartelito, ella y yo levantamos a jock, los tres nos vamos de aquí". Todo muy lineal y fácil en mi cabeza.

 

Sin embargo, las cosas no iban como yo quería que fueran. Primero de todo, ¿por qué entramos en la Malfoy? Bueno, sí, yo perseguía a Mack, quien se presentaba como una gran sprinting-adora y me sacaba bastantes metros. ¿Pero por qué ella se había parado delante de aquellas piedras que un día fueron la entrada de su mansión y gritaba con tanto dolor? Aquello me frenó, no tan en seco como hubiera pretendido, y acabé tropezando con un pedestal mohoso que me hizo rodar por el suelo. Maldije, ya he dicho que odio sentirme mojada hasta que los continuos gritos de Mack me hicieron dejar de pensar de forma egoísta en las manchas de mi ropa.

 

-- "¿Quién es Armand?" -- estuve a punto de preguntar, acercándome a ella. No lo hice, gracias a los Dioses, cuando recordé bien su historia personal. Tragué saliva. En aquel momento me daba cuenta de lo que "adornaba" los restos que aún seguían en pie de aquella fachada un día señorial.

 

Cuerpos.

 

Reconocibles.

 

Me estremecí y esta vez no fue por la humedad. La bruma avanzaba; el vaporcillo se hacía cada vez más sólido en nuestros alientos expelidos y tanto Jock como Mack seguían en el suelo. Al primero casi no lo veía ya mientras que a Mack no le importaba qué sucediera a su alrededor, derrumbada, vencida, a los pies de... de ella misma. No quise fijarme en los detalles pero sí, aquel porte majéstico que ella tenía en las grandes recepciones ministeriales se notaba aún, a pesar de estar muerta.

 

Volví a estremecerme y, al mirar hacia la niebla, pude reconocer sombras que se me hacían Dementores asesinos. No sé si lo eran o no, si eran personas, animales o sencillamente sombras creadas por mi mente. Me era igual el origen, sólo noté que mi Anillo Detector de Enemigos brillaba durante unos instantes antes de desaparecer el fulgor de su aviso. Suficiente para mí. No sólo debía proteger a mis alumnos del Libro de la Sangre; debía proteger a una amiga deshecha en un dolor que, en cierta manera, había provocado yo por haber creado un Portal sin controlar bien lo que quería.

 

-- Mack, por favor, levanta. Mack... Mackenzie... Por favor, por favor... Se acercan... Levanta...

 

Moví un par de veces aquella figura desmadejada y me maldije de nuevo. De aquí a Azkaban pero...

 

-- Obedire.

 

Toqué a la Viceministra, de forma sutil, con la palma de la mano, buscando un trozo de piel desnuda que encontré en su hombro, a saber si fue por la carrera o por el derrumbe en el suelo, pero lo aproveché para apoderarme de su mente. Sí, seguro que me acusarían de algo muy feo en el Ministerio pero lo aceptaría si eso significaba dejar aquel Ottery incierto y volvíamos a nuestro presente. La toqué y la moví, obligándola a mirarme a los ojos.

 

-- Mackenzie Malfoy, levántate y sígueme. Vamos a buscar a Jock y nos vamos de aqu... -- Ahí dejé la frase. No es que me atragantara por la lluvia o por el esfuerzo del Poder que estaba usando con ella. Más bien fue que... ¿Desde cuándo las estatuas de la Malfoy, que había visto deshechas minutos antes, podían acercarse a nosotros y cortándonos el paso de la huida? Luché por levantarme con ella y comprobé que la salida estribaba en entrar a lo que restaba de edificio.

 

Dudé. Entrar, intentar huir, los alumnos, las estatuas... ¡Maldita Candela! ¿Por qué me dijo que hiciera de sustituta en aquella clase si lo mío era el Circo?

 

-- ¿Jock? -- Mi primera vez fue débil, asustadiza y sin apenas voz. -- ¿¡Jock!?

 

Ahora sí que mi mente me traía el último recuerdo que tenía de él, en el suelo, arrodillado, con su arma ¿partida?, el libro embarrado, tan estupefacto como Mack dolida... ¿Qué estaba pasando? ¿Era cierto lo que veíamos...? ¿Era producto de... una realidad virtual en la que habíamos caído?

 

-- ¿Jock? ¡Estaría bien que te unieras a nosotras! -- grité mientras tironeaba de Mack hacia la puerta (o lo que debiera haber sido una hermosa puerta en su momento). Hum... ¿Estaba pidiendo ayuda a Jock?

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Al ver a sus hijos y profesora correr campo a través con lozanía Crazy se sintió viejo. No tanto su cuerpo, ya que la magia mantenía su cascarón relativamente joven y seguía siendo un mago alto y desgarbado en sus cuarenta, de ojos azul eléctrico y larga melena blanca. Sin embargo su alma acusaba a veces la fatiga de la interminable búsqueda de poder en que había consistido su vida.

 

Dejó que la lluvia lo fuera empapando poco a poco, reacio a usar cualquier tipo de magia que pudiera rastrearse, y se acercó al curioso cartel, pasando la mano lentamente sobre su superficie. Asintió para si mismo.

 

- Reconozco esta letra...

 

A pesar de la lluvia le pareció que todo estaba sumido en un silencio ominoso y antinatural. Quizás cuando cayera la noche podrían observar las constelaciones y determinar...

 

- ¡¡Armand!!

 

El grito desesperado, proveniente de una voz muy querida, rompió el silencio en mil añicos y, esta vez sí, Crazy comenzó a correr.

 

Al llegar a la mansión se detuvo de golpe, observando horrorizado la retahíla de rostros conocidos que se balanceaban bajo la lluvia al extremo de una soga. Muertos tiempo atrás, la piel ennegrecida y las facciones congeladas en un inmutable rictus de dolor. Reconoció el rostro de su hija y fue como si todo el aire se le escapara de golpe de los pulmones. ¿Cómo era posible? Habían pasado solo unos minutos, y la ropa...

 

Entonces vio una multitud de estatuas guardianas que estaban rodeando a alguien que no alcanzaba a ver. Probablemente estaban luchando contra los intrusos, como tantas otras veces, y no pensaba dejar que lo hicieran solas. Levantó la mano, empuñando su varita de madera quemada con el inicio de un hechizo brotando de sus labios.

 

- ¿Está satisfecho con esta carnicería?

 

La vocecilla que sonó a su lado lo detuvo en seco. Un pequeño elfo doméstico de piel verde lo observaba con ojos febriles repletos de odio.

 

- ¡Chávez! ¿Qué diablos...?

 

No pudo terminar la pregunta ya que el elfo esgrimió súbitamente un cuchillo de carnicero y le asestó una puñalada en el costado. Las runas plateadas de su túnica resplandecieron mientras su magia absorbía el impacto, pero el golpe lo lanzó al suelo haciendo que se le cayera la varita. Crazy rebuscó frenéticamente en su bolsillo mientras Chávez se abalanzaba de nuevo sobre él y con un golpe brusco clavó su daga del sacrificio en el pecho de la criatura.

 

El elfo retrocedió tambaleándose un par de pasos y cayó de espaldas sobre el suelo embarrado, agarrando la empuñadura de plata de la daga con manos temblorosas. Crazy se levantó con dificultades, su túnica lo había protegido de la estocada del elfo pero notaba un extraño dolor en el pecho.

 

- ¿Qué has hecho maldita bestia?

 

- ¿Yo? - respondió Chávez esbozando una media sonrisa ensangrentada - Yo no he hecho nada, soy un fracaso

 

- ¡Has matado a mis hijos!

 

- No, señor Malfoy - tosió un reguero de sangre sobre sus mejillas verduzcas - Los ha matado usted

 

Crazy se tambaleó repentinamente mareado, se introdujo una mano en la pechera y la retiró ensangrentada.

 

- mier** de daga...

 

Atinó a decir antes de desplomarse.

Sapere Aude - Mansión Malfoy - Sic Parvis Magna

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- Obedire -Había pronunciado Sagitas.

 

Trastornada como estaba por la visión de su propio cuerpo colgando inerte de una soga, la Mackenzie que aún vivía no pudo hacer nada por evitar el hechizo.

 

- Mackenzie Malfoy, levántate y sígueme. Vamos a buscar a Jock y nos vamos de aqu... - La primera orden fue muy clara, por lo que la Malfoy se levantó como una autómata y camino sin prisas y sin voluntad hacia donde estaba Jock. Fue por ello que sus sentidos no pudieron captar el ataque de Chávez a su padre. Cuando recobró su voluntad, se encontraba junto a un atribulado Jock, de rodillas en el suelo, su daga y su varita aplastadas, su libro de la sangre llenándose de barro y su cara con un gesto que indicaba que algo muy grave le acababa de suceder.

 

No supo cuál de todos los hechos que estaban sucediendo al mismo tiempo le provocó la emoción más fuerte, cuando recobró su voluntad, si la visión de su preocupado medio-hermano tirado en el suelo, la certeza de que Sagitas la había manipulado con un Obedire o la estupefacción de ver a su padre en el suelo, cubierto de sangre. ¿De verdad lo había atacado Chávez? ¿El elfo más fiel de la familia? Lo primero era lo primero. Mackenzie adivinó miedo en el rostro de Sagitas. Tal vez no había planeado todo aquello, pero se veía a las claras su intención de salir de allí a toda velocidad. Obviamente, no iba a ser fácil salir fácilmente de allí y no sólo por las estatuas que les cortaban la huida. La bruja aún podía recordar claramente la segunda orden, que se había quedado interrumpida en aquel Obedire. No, nadie iba siquiera a pensar en salir de allí, antes de que pudieran descubrir qué había sucedido. No le hacía ninguna gracia utilizar la Magia de Sangre con una amiga que tanto la había apoyado en el pasado, pero lo primero, era lo primero.

 

Disimuló un leve desvanecimiento, con la única intención de tocar la piel desnuda de Sagitas. Algo normal que necesitara agarrarse a algo en unos momentos tan complicados como aquellos.

 

- Obedire -Pronunció, con su mano tocando la piel desnuda de Sagitas y, simultáneamente, con su daga del sacrificio en la otra mano, cortando levemente su piel y la de su amiga. -Repite conmigo: No nos iremos de aquí hasta descubrir qué ha sucedido - Fue la orden que Mackenzie, a través del Obedire a Sagitas. Era una pena que aquel hechizo, la Marca de Sangre, no fuera un conjuro múltiple que pudiera afectar a varios magos a la vez. De haber sido así, ahora todo ellos, y no sólo Sagitas, estarían ligados a un Juramento de Sangre realizado con la Daga del Sacrificio. Un juramento que vinculaba a todas aquellas personas a las que la daga cortara, atándolos a una promesa pronunciada en ese mismo momento. Una vez que Sagitas hubiera cumplido la orden del Obedire y hubiera pronunciado, por tanto, la promesa de no irse de allí hasta descubrir lo sucedido, si Sagitas incumplía su promesa, el juramento de sangre haría que recibiera un doloroso y prfundo corte en su cuerpo, que comenzaría a sangrar profusamente.

 

Asegurado aquello, las siguiente preocupaciones de Mackenzie eran Jock y Crazy.

 

- Episkey - La varita de sauco apuntó hacia su padre, haciendo que la sangre se detuviera y Mackenzie esperaba que fuera suficiente para curar sus heridas.

 

Luego se inclinó hacia su medio-hermano, revolviéndole el cabello oscuro y tratando de sonreir para aminorar el gesto de preocupación que aún tenía Jock pintado en el rostro.

 

- ¿Estás bien, Jock? ¿Qué te sucede?

 

Mientras esperaba a que su hermano respondiera, tratando de no sentirse tan impotente, decidió que era momento de interrogar a Chávez y preguntarle qué había querido decir con aquello de que Crazy había matado a sus hijos. Sí, Mackenzie estaba muerta allí delante, -todavía se estremecía al recordar aquella repugnante visión-, pero era imposible que su padre la hubiera matado. Eso era totalmente absurdo. El sonido de una voz conocida interrumpió sus intenciones.

 

- Dos, tres, cuatro, cinco... cadáveres fritos.... seis, siete, ocho, nueve.... ninguno se mueve. -Un hombre de mediana edad, pelo canoso e intensos ojos azules, detrás de unos gruesos anteojos de culo de vaso, se pasaba entre los cadáveres colgados de sogas que engalanaban aquel macabro patíbulo a las puertas de la mansión Malfoy. Iba vestido con un atuendo muggle con pajarita, completamente pasado de moda, y en sus manos sujetaba varios pergaminos desordenados y cubiertos de garabatos. Algunos pergaminos eran tan grandes que casi rozaban el embarrado suelo y todos ellos parecían estar escritos con números y letras en un complicado galimatías que únicamente aquel muggle chiflado sería capaz de entender. Mackenzie dudaba de que Clemente el Demente fuera a ser de gran ayuda. Qué lástima que no fuera uno de los colgados.

 

Se dispuso otra vez a interrogar a Chávez, pero de pronto el sonido de una macabra carcajada reverberó en el viento, opacando el rugido de la lluvia.

 

- ¡Jajajajaja! ¡Indignos! ¡Indignos! ¡Fuera de mi mansión! ¡Largaos! ¡Es mía! ¡Siempre fue mía! ¡Crazy! ¡Crazyto! ¡Jajajaja! ¡Tus investigaciones no sirvieron de nada! ¡Mis secretos están a salvo y ahora la mansión es MIA! ¡SOLO MÍA! ¿Ya viste a tus indignos hijos ahorcados? ¡Tu serás el siguiente! ¡Jajajaja!

 

La impronta de un chico rubio, larguirucho y desgarbado, seguía a un eufórico Armand que sobrevolaba sobre ellos en círculos, su transparente y espectral figura vestida con ropajes del siglo X y en su mano una enorme espada de acero, orgullo de cualquier cruzado.

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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No es justo. Soy demasiado buena persona para desconfiar de amigos. Si estaba dando clases de este libro, al menos debería recordar que no debo dejar que haya un contacto físico del que pudiera salir malograda. Sin embargo, son conceptos que no puedes recordar bajo la lluvia y ante una ciudad muerta, ante un grupo de alumnos, ante amigos, ante circunstancias extrañas... O tal vez debieran saltar todas las alarmas y ser más cautelosa... No sé...

 

La cuestión es que en un momento pasé de dominar a ser dominada. Por un instante, vi algo pequeño por el rabillo del ojo con una daga en la mano y mi cabeza pensó que el escarbato volvía a hacer de las suyas; pero mis fuerzas estaban aún concentradas en mover a Mackenzie y en observar porqué Crazy aparecía de repente y se embarraba en el suelo, muy cerca de donde estábamos nosotras. Fue cuando me di cuenta que aquello que llevaba la daga no era el animalito sino un elfo, algo viejo y verdoso, muy enfadado.

 

Aún no caí en que la mancha lodosa de la mano de Crazy, muy brillante, no era precisamente barro. Sólo me fijé en la riqueza de su capa y un pensamiento roñoso cruzó por mi mente: "Si me la hace pagar, me arruina". Debiera estar más atenta a los detalles en vez de a pensamientos que no me llevan a nada. Habíamos conseguido llegar hasta Jock, alejándonos no mucho de las estatuas que pretendían cumplir su deber (fuera cual fuera y que intuía no me iba a gustar nada de nada). Tironeé de Mack por inercia.

 

-- Venga, tenemos que...

 

No se encontraba bien y me pareció que se mareaba un poco. Le dejé que se apoyara en mí para ayudarla a levantarse. Craso error. Se me olvidó por completo que no sólo era Mack, mi amiga. Era una Malfoy. Aquel lugar era la mansión Malfoy. Aquellos cuerpos que colgaban de ... hem... era... eran... Eran Malfoys... Así que sentí un tirón en el cuello que después me di cuenta que era por un movimiento propio de estirarlo en un intento inútil de ofrecer resistencia y solté una serie de palabras que no pensaba:

 

-- "No nos iremos de aquí hasta descubrir qué ha sucedido" -- Tan pronto como lo dije, sentí la rabia por haber sido obligada a decirlo. No estaba segura de si todos los que quedaban bajo el Juramento de Sangre eran capaces de reconocerlo o si yo, sencillamente, lo sabía por mi propia cabezonería. -- ¿Te crees que me importa salir herida de ésto? Sé curarme, ¿sabes? -- gruñí, aunque es probable que el ruido de la lluvia, los gritos, el sonido de las estatuas vivientes que arrastraban sus pies por el lodo y mi propio carraspeo no dejaran escuchar mi protesta. Algo egoísta, Mack no había protestado por mi "imperio" entre comillitas, como solía referirme a ese hechizo del Libro de la Sangre.

 

Mack me había dejado de lado y había corrido a... ¿episkear? al Primer Ministro. Me di cuenta que el lodo no brilla sino que era sangre. "Ahora sí que me arruino, como se muera". También se acercaba a Jock y yo descubrí que todo aquello me quedaba grande. Me costaba tomar una decisión cuando ya ella estaba haciéndose cargo de curar a los (¡mis!) alumnos.

 

-- ¿Qué le pasó a tu padre? ¿Por qué han atacado a Crazy? -- Como si fuera algo que ella supiera, como si ella hubiera planeado llegar a aquel lugar. Creo que me puse un poco histérica. -- ¿Pero qué caray guardabais en la Malfoy? ¿Demonios?

 

Las leyendas siempre habían sido eso, leyendas. Pero viendo lo que se movía alrededor de aquel terreno desolado, algo me decía que incluso las leyendas tienen un origen de verdad y ese puntito verídico no me hacía gracia. Sin saber mucho, nada en realidad, de lo sucedido, mi analítica mente me decía que, tal vez, sólo tal vez, aquellos objetos imposibles que se le atribuían a los patriarcas originales de la familia podrían estar relacionados con lo que acontecía ahora. Fruncí el ceño. No me sabía casi la historia de mi casa como para conocer las ajenas. ¿Quién era ese loco que acababa de aparecer? ¿Quién era ese Armand que mencionaba antes a gritos, Mack?

 

-- ¡Maldición! -- exclamé, sobrellevada por la situación. Lo malo es que no supe bien si era una interjección o realmente estaba maldiciendo a quien se encontraba delante de mí, no porque quisiera que su suerte se convirtiera en un fiasco, víctima de mi nerviosismo. Sencillamente, lo dije y supongo que alguien se vería afectado. O no, porque ver aquel fantasma gritón y aquella otra... especie de impronta, me había hecho lanzar una maldición sin ton ni son, a saber si daría resultado. -- ¡Yo me quiero ir de aquí o me volveré loca!

 

Di unos pasos alejándome de los tres presentes, casi rumbo hacia la colina que antes habíamos bajado corriendo. Sentí un gran dolor en el hombro y gruñí de nuevo. Lo había olvidado, aquel Juramento que me ataba allá, al menos hasta que "descubriéramos lo sucedido". No dije ni "mú" mientras toqueteaba el colgante del topacio amarillo que llevaba al cuello. Menos mal que me había puesto encima toda la cacharrería adquirida en mi estudio de los libros y pude sanarme con el Amuleto de la Curación, dejando sólo como recuerdo aquella sangre fresca que se mezclaba con el lodo.

 

-- Está bien, está bien. Encontremos lo que pasó y que alguien use la Daga para proteger al patriarca de la Malfoy. Crazy parece que se creó bastante enemigos dentro y fuera del Ministerio. Incluso en su propia casa. ¿Sabéis hacerlo?

 

Sí, me podrían denunciar por poner en peligro a mis alumnos en vete a saber qué hipotético futuro pero nadie me acusaría de ser una profesora poco profesional que buscaba excusas para no enseñar. No sería el momento, no sería el lugar más adecuado pero la Dirección del Ateneo (aká mi compañera Guarlo, Candela) nunca podría decir que no les enseñé, al menos, los nombrecitos de la teoría del Libro de la Sangre. Por cierto, me faltaba una alumna... ¿Se la habría comido alguna criatura?

 

-- ¡Eh! No tendríais mascotas peligrosas en la mansión, ¿verdad? Sólo nos faltaba, para líarla más, que salieran basiliscos o arácnicos gigantescos a lametearos porque os reconocen.

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Jocker no se atrevía ni siquiera a esbozar palabra alguna.

Hablar transformaría todo aquello que estaba viviendo en una realidad tangible, difícil de afrontar y sobrellevar. Ni en la peor de sus pesadillas se había visto a si mismo sin magia, como un simple y común mortal.

Era tanta su perplejidad que parecía que hasta su pensamiento se había desvanecido. No era consciente de lo que estaba pasando a su alrededor ni de las voces que lo llamaban ni de nada. Lo único que no podía ignorar era la fría lluvia que le pegaba directamente y lo dejaba aún más desamparado.

De pronto, una mano revolvió sus cabellos empapados. Una sonrisa y unas palabras le trajeron de vuelta del vacío, aunque el vacío ya se había acomodado en su corazón.

¿Estás bien, Jock? ¿Qué te sucede? —dijo Mackenzie, que se apartó cuando Jocker reaccionó y se puso de pie.

El mortífago solo movió la cabeza con un gesto de negación para que se apartara, mientras movía su varita y pensaba en algunos hechizos no verbales que conocía y que, por supuesto, no salieron. Agarró su libro por una de las tapas e intentó un “reparo” que tampoco funcionó.

«Un momento…» pensó, pero sus ideas se vieron interrumpidas por los gritos de Armand, que sobrevolaba la mansión que lo había visto crecer y transformarse en un adolescente.

Las ideas comenzaron a bombardear la cabeza de Jocker de manera abrumadora, aunque con una extraña sensación de claridad que fue creciendo cada vez más hasta que finalmente, todo tuvo sentido. Aquello no era un escenario de realidad virtual ni tampoco una versión distorsionada del futuro.

¡Maldición! —escuchó decir y no sorprendió del atrevimiento de Sagitas al maldecir nada más ni nada menos que al Ministro de Magia que seguía tirado en el suelo, pues, de alguna u otra forma, ese comportamiento demostraba en parte su teoría.

Sagitas se dio media vuelta con la intensión de irse, pero volvió tras sus pasos para hacer algunos comentarios y dar instrucciones.

Déjame intentarlo —exclamó Jocker acercándose hasta su padre con la daga en la mano.

Si bien Jocker estaba consciente que era casi un squib en aquel momento, tenía la esperanza que tanto sus anillos, amuletos y daga funcionaran de manera independiente y que pudiese tuviesen efecto aunque él haya perdido la habilidad de hacer magia.

Immolo ad protegendum —pronunció, sin saber a ciencia cierta si Crazy había quedado realmente protegido con aquella acción.

¡Eh! No tendríais mascotas peligrosas en la mansión, ¿verdad? Sólo nos faltaba, para líarla más, que salieran basiliscos o arácnicos gigantescos a lametearos porque os reconocen —añadió Sagitas, profetizando lo que a continuación ocurriría.

¿Cómo hiciste para meternos al interior de un boggart y no darte cuenta que las cosas que temes se vuelven realidad pronto? —gruñó Jocker.

אהבה מושלמת באה במהירות, וכל השקרים צורחים מושתקים


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