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Libro de la Sangre XXX.


Sagitas E. Potter Blue
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Se alegró al ver que Armand desaparecía tan repentinamente como había llegado. No descartaba que volviera pronto a atornillarles la cabeza con sus gritos y carcajadas, pero de momento reinaba una relativa paz, apenas interrumpida por el sonido de la lluvia al caer entre las ramas desnudas de los árboles y la cantarina voz de Clemente el Demente, que seguía a lo suyo, un poco más allá, repitiendo una y otra vez, datos y números sin sentido.

 

Sumida en sus pensamientos y un tanto aletargada, escuchó aquel Maldición de Sagitas, sin prestarle demasiada atención, hasta que ella expresó en voz alta sus temores acerca de los enemigos de su padre y les pidió utilizar la Daga para protegerlo. Jocker se la adelantó y Mackenzie suspiró aliviada. Aquella era una buena medida, corrían tiempos complicados y los enemigos parecían salir de debajo de las piedras y multiplicarse por doquier.

 

Sagitas ya no parecía tan interesada en huir y aquello era también un motivo para poder relajar la mente y pensar. Mackenzie dudada de que aquello pudiera ser algún tipo de futuro. Las cosas no terminaban de encajar en ese sentido. La mansión tenía aspecto de ser muy vieja. No sólo estaba en ruinas, también la notaba añeja, como si hubiera estado dejada de cuidados durante mucho tiempo, antes de terminar completamente destruida. Pero si eso daba a entender que el tiempo había pasado por la casa y el jardín, no sucedía lo mismo con el cuerpo inerte de Mackenzie Malfoy suspendido de una soga en medio del patíbulo. Ella parecía tener la misma edad que ahora y, a juzgar por la escasa descomposición del cadáver, no daba la sensación de que hubiera pasado mucho tiempo desde su ahorcamiento. Pero si aquello no era el futuro y tampoco era una broma macabra de Sagitas, ¿qué significaba todo aquello? ¿Acaso era una visión?

 

— ¡Eh! No tendríais mascotas peligrosas en la mansión, ¿verdad? Sólo nos faltaba, para líarla más, que salieran basiliscos o arácnicos gigantescos a lametearos porque os reconocen. — La voz de Sagitas interrumpió sus pensamientos.

 

— ¿Mascotas? ¿Te refieres a dragones, basiliscos, acromántulas, kelpies....? — Mackenzie prefirió no seguir por no asustar más a Sagitas, pero la lista de criaturas peligrosas de la Mansión Malfoy era interminable. Eso sin contar con las estatuas, que no eran criaturas peligrosas, sino algo bastante peor. Mackenzie ya no podía estar segura de que todas las criaturas y seres peligrosos siguieran ligados a la mansión y a la familia. De cualquier manera, de seguir por ahí en algún lugar, más probable era que obedecieran a un Malfoy que a la propia Sagitas.

 

— Creo, Sagitas, que mejor es que hagamos otro hechizo protector para ti. No es que vaya a pasar nada, seguro que no, pero siempre es mejor prevenir. — Mackenzie invocó su Daga del Sacrificio y pronunció las palabras del hechizo, me sacrifico para proteger. — Immolo ad protegendum Sagitas.

 

Tras el hechizo de Jocker y el suyo, dos estarían protegidos y dos probablemente acabarían tan tiesos como los cadáveres que se balanceaban sobre el cadalso.

 

—¿Cómo hiciste para meternos al interior de un boggart y no darte cuenta que las cosas que temes se vuelven realidad pronto? —La afirmación de Jocker la dejó asombrada. Aunque extraño y raro, aquella posibilidad ofrecía respuestas lógicas a lo que estaba pasando.

 

— ¿De verdad es eso posible, Jock? Nunca oí que nadie pudiera estar dentro de un boggart. Y supongo que el común encantamiento —Riddikulus —probó mientras seguía hablando- no servirá de nada. —Esperó a ver si sucedía algo, antes de concluir —efectívamente, no sirve de nada. ¿Qué podemos hacer?

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Me esperaba que la situación empeorara porque siempre he pensado que si la situación puede deteriorarse, lo hará. No es que fuera negativa. Tenía una especie de don para improvisar remedios a los acontecimientos de forma tan rápida que nunca me había parado a pensar si eran palabras de los dioses o que mi mente era prodigiosa para la supervivencia.

 

Hoy, la Diosa me había abandonado.

 

El escenario se degradaba a cada minuto que pasaba y me era imposible pensar en una solución. Lo que empezó como un favor a la directora del Ateneo para hacer una sustitución de una clase, se había convertido en un cúmulo de circunstancias que iban empeorando una detrás de otra. Cuando sentí la acusación de Jock, me asusté, después me enfadé y después volví a asustarme.

 

-- ¿Un boggart? ¿En el interior de lo cuálo...?

 

Mi mente intentó pensar en la posibilidad de que fuera cierto. Gruñí de forma poco social.

 

-- ¡Yo no os he metido en ningún sitio! ¡Demonios, yo no he hecho nada más que buscar un espacio tranquilo donde leer un libro? ¿Por qué crees que yo soy la culpable de ésto? Bien has podido ser tú...

 

Le señalé con el dedo mientras pensaba en cómo narices se había metido un boggart en la clase.

 

-- ¡La culpa es de Candela, quien no paga a mantenimiento para que tenga limpias las aulas! -- ¿En serio acusaba a la Directora? -- ¡No ha pasado un control de plagas como piden las ordenanzas ministeriales para lugares públicos! Había hasta un escarbato...

 

¿El escarbato sería parte de la realidad o del miedo? Yo no temía a los escarbatos aunque sí (un poco) a lo que pudieran robar de mis zonas secretas altamente protegidas y que siempre podrían ser invadidas por estos bichos. Además, ¿perder mi daga del sacrificio era un miedo? Vale, algo cara si que me salió su manipulación del mango pero de ahí que me diera miedo... ¿O sí porque realmente era una amante de la visión en solitario de mis riquezas, sin compartirlas con nadie...?

 

¿La rotura de la varita y la pérdida del libro de Jock era un miedo mío o suyo? ¿La desaparición de la Familia Malfoy en algún futuro sería un secreto mío que ni yo misma sabía? ¿O la muerte de mi amiga... en esas circunstancias...?

 

-- ¡Demonios desdentados! ¡No son mis miedos! ¡O al menos, no todos! -- intentaba excusarme aunque mi voz iba bajando octavos en cada frase que pronunciaba.

 

La lluvia, tal como vino, se fue. Creo que no nos dimos cuenta de que no había agua hasta más tarde que hubiera parado, así que no puedo decir cuándo dejó de llover. Sólo sé que, de repente, ya no llovía. El suelo seguía embarrado y nosotros, realmente, dábamos pena.

 

-- ¡Si esto fuera un boggart no nos veríamos con tan mal aspecto! ¿O sí...?

 

Aunque intentaba demostrar que era imposible, me daba cuenta que aquella explicación era plausible. O que se tratara de un espejismo colectivo inducido, algo que no desligaba tampoco de la teoría de "entrar en un boggart". Ni la mención de tantas criaturas bonitas que tenían en la mansión Malfoy me levantó el ánimo, hundido por la sensación de fracaso total en aquel intento paupérrimo de clase. ¡Los altos cargos del Ministerio nunca más confiarían en mí, me degradarían de Guarlo y, lo que es peor, darían un mal informe a Candela! ¡Dirección me relegaría a un puesto de mantenimiento de baños, tras lo sucedido!

 

-- ¡Eh, espera! Que no necesito que me protejan -- protesta absurda, a estas alturas todos podían ver que era un peligro andante y que necesitaba doble ración de protección por las cosas que hacían. Las leyendas habían pasado a convertirse en una realidad dura: era alguien no aceptable para ostentar cargos que me quedaban grandes. -- ¿Crazy sigue vivo?

 

Mi esperanza, ahora mismo, estaba en no acabar en Azkaban por intento de derrocamiento a la primera plana ministerial, con nocturnidad (estaba oscuro a pesar que ya no llovía) y alevosía, añadiendo un punto rojo más a mi más que amplio dossier personal que seguro se guardaba en algún archivero del ministerio.

 

-- ¿No funciona el hechizo contra los Boggarts?

 

Elevé mi varita e hice un par de círculos en el aire, repitiendo el hechizo que, segundos antes, había conjurado Mackenzie.

 

-- Vamos, sin miedo. Un boggart no podrá con nosotros. -- Aunque pretendía mostrar una firmeza que no sentía, mi voz sonó extraña. : --Ridícalo. Ridícola. Ridécu... ¿...lo?

 

Tiré la varita con rabia al suelo encharcado. Ahora ya sabía que mi Maldición había rebotado de alguna manera en mí. Uno de mis grandes miedos, no saber pronunciar el nombre de los hechizos, acababa de ocurrirme. Ahora sí que quería morirme.

 

-- ¿Qué más cosas nos puede pasar? ¿Eh? ¿Qué nos enfrentemos en un duelo y nos matemos?

 

Hem... Espera... ¿Esto no era una clase de duelos, al fin y al cabo...? ¿Es qué quería que realmente nos sucediera eso? Yo sólo quería volver a casa, aunque fuera en pedacitos, siempre que San Mungo me recompusiera.

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Crazy recuperó la conciencia poco a poco, como si alguien levantara el telón muy lentamente. Se sentía débil y mareado, pero el agujero en su pecho había desaparecido dejando en su lugar una cicatriz. ¿Qué había pasado? Recordaba la aparición de Chavez, cómo la magia protectora de su capa había absorvido el impacto, luego... De alguna forma la extraña magia de la daga del sacrificio había reflejado las heridas fatales de la pequeña criatura en su propio cuerpo.

 

Su hija estaba a su lado, todavía con la varita en la mano, no debía de haberle sido sencillo cerrar una herida mortal como aquella. Jock también parecía preocupado, aunque en su caso aferraba con fuerza la condenada daga.

 

- Gracias -dijo con voz ronca-

 

Sus hijos esbozaron una gran sonrisa de alivio, iluminando ligeramente aquella pesadilla a la que los había lanzado su profesora.

 

- ¿Qué diablos ha pasado aquí? - dijo mientras se incorporaba-

 

Por respuesta únicamente obtuvo encogimientos de hombros, el resto parecían igual de desconcertados.

 

- Chávez me echó la culpa, quizás...

 

- Yo he visto a Armand, parecía distinto, pletórico de poder - dijo Mackenzie pensativa -

 

No le gustó escuchar aquello. Crazy había descubierto algunas historias extrañas en los anales de la familia que hablaban de la capacidad de su antepasado para corromper la sangre de los Malfoy y enloquecerlos, llegando a lograr incluso que se pelearan entre ellos. Este tipo de luchas siempre se habían atribuido a disputas dinásticas por el dominio de la familia, pero siempre le había parecido que algo no encajaba.

 

- Tenemos que irnos de aquí - se giró hacia su profesora - ¡Haz un portal de esos, deprisa!

Sapere Aude - Mansión Malfoy - Sic Parvis Magna

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Aquella voz fuerte y profunda me hizo dejar de patalear el suelo por mi dita suerte y dar gracias al Cielo porque Crazy Malfoy seguía vivo. Lancé un suspiro que creo que se oyó por encima del estruendo de las estatuas que se movían a nuestro alrededor, de aquel hombre (o fantasma, o impronta, o algo) que nos había chillado y por encima de todo el ruido que se sentía en aquella enlodada entrada de lo que una vez fue un jardín bien cuidado. Suspiré con ganas.

 

Y es que el Primer Ministro se incorporaba y su imponente figura lucía por encima de los ropajes mojados, embarrados y (¡dioses, mi nómina del mes en una capa, lo veía venir!) desarrapados. Tragué saliva y le sonreí con esa mueca que sólo los payasos sabemos hacer y que queda bien en la cara pero que no refleja el estado de ánimo de auténtico terror que sentía por dentro:

 

-- ¡Sr. Malfoy! ¿Se encuentra usted bieeeeeeeeeeeeen? -- Sí, me salió así, alargado y con voz de p***, como cuando lo preguntaba en la arena del Circo a los espectadores de la primera fila.

 

Me pregunté si alguien, alguna vez, me explicaría quien era esa Armand que todos parecían temer, o menospreciar, o vete-a-saber-qué pero que no parecía ser del agrado de nadie. Me retorcí los dedos de la mano en un gesto de nerviosismo (¡terror puro!) cuando se dirigió hacia mí. Juro que, por un momento, al girarse hacia mí y dirigirme la palabra, lo visualicé con su varita, lanzándome un terrible rayo verde intenso que relacioné en mi fuero interno con una Avada. Tragué saliva al darme cuenta que sólo me había hablado. ¿De dónde habría venido esa imagen tan terrorífica? Asentí frenéticamente como si con eso pudiera asegurarle aún más que le obedecía. Al fin y al cabo era mi superior en rango ministerial y...

 

-- Sólo es un alumno...

 

Miré hacia atrás, por encima de mi hombro. No vi a nadie que pudiera haber pronunciado esas palabras. Sólo veía al escarbato, escarbando valga la redundancia en el lodo, como si hubiera descubierto algo que le llamara la atención. ¿Me estaría volviendo loca...?

 

-- No estás más loca de lo habitual, mujer.

 

-- Ahora mismo, Se... Señor Ministro... -- afirmé a Crazy, ignorando aquellas palabras. ¿Sería Jock un mago "ventriloco" de esos como los muggles que hablaban con un muñeco? ¿Sería el tal Armand? ¿Sería alguien intentando gastar una broma...?

 

-- Sí, es ventriloquía... Enseguida lo vas a comprobar...

 

Temblé un poco. Juro que fue por el frío; ¡no le tenía miedo a nadie! Les di la espalda y señalé con la varita hacia el claro en el que se abriría el Portal de vuelta a casa. Me encogí un poco buscando las palabra correctas y el pensamiento positivo acertado. Podía hacerlo; podía hacerlo; sí, podía hacerlo... Hum...

 

-- ¿Puedes...? ¿Seguro...?

 

Maldije a quien fuera que me estuviera boicoteando e invoqué mentalmente el Haz de la Noche. Funcionó. En medio de aquella semioscuridad, una transparencia se fue moviendo en círculos que iban creciendo hasta llegar a un tamaño considerable por el que podríamos pasar. Contemplé como los bordes se convertían en pequeños oleajes de energía que chocaban con el hueco formado y retrocedían, como si fueran las olas que llegan a la arena y la lamen y retroceden, divertidas con la osadía, vivas y deseando volver a avanzar un poco más con ese impulso, volviendo a su lugar original, atacando una y otra vez, añadiendo un centímetro en cada embite, ganando terreno... Intuí que no duraría mucho. Teníamos que cruzarlo.

 

Funcionó. Y no funcionó... Demasiada energía gastada en aquella invocación favoreció que mis defensas de Oclumante estuvieran bajas, que mi guardia de sacerdotisa me hubiera abandonado, permitió que algo/alguien entrara. Me giré despacio hacia ellos tres, con la varita en alto y moviéndola con en pequeños círculos enérgicos. La mujer que les miraba no era la profesora timorata que quería huir de los peligros. Era alguien agresivo y decidido a ponérselo difícil para cruzar más allá.

 

--El Haz de la Noche permite abrir portales pero desaparece enseguida, sólo permite cruzarlo con un acompañante. Se puede cruzar herido, aunque si se necesitaban episkeys de urgencia y no los hace, morirá tras cruzar el portal. Pero tampoco tengo intención de cruzar con nadie. Preparaos... Sólo uno puede volver conmigo. Podéis mataros entre vosotros e intentar doblegarme para que os deje pasar... Pero no os lo voy a poner fácil. Será un interesante duelo...

 

Aquella voz sonaba varonil y muy segura. Invocó la Daga del Sacrificio y en la mano apareció aquella hermosa empuñadura de plata blanca labrada, valiosa pero no menos mortal. Con la varita en una mano y la daga en la otra, cogida de una forma muy profesional que denotaba una gran experiencia en el manejo de las armas blancas, mostró una sonrisa cruel en su siguiente frase:

 

-- ¿Comenzamos? Silencius -- atacó la voz a uno de los alumnos, relamiéndose con la idea de que pronto todos estarían muertos.

 

Escuché esa voz ajena que surgía de mis labios con cierta sorpresa. Apenas temí por mis alumnos. Supongo que ese algo/alguien era poderoso porque a los pies de Jock, la varita estaba intacta y podría usarla contra mí o contra su familia sin ningún impedimento. ¿Contra mí? ¡Oh, no, espera...! Me relajé de nuevo... Me dejé llevar por aquella mente poderosa que me había arropado y me mecía hasta hacerme desaparecer en algún pliegue mental desconocido. Ya no era yo. Era el intruso. El que quería asesinar a los altos cargos del Ministerio y volver victorioso al Ateneo.

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Jocker no estaba del todo consciente de en qué momento fue que dejó de escuchar las palabras que Sagitas comenzó a decir; para él, no era más que excusas que buscaban quitar de ella la responsabilidad de lo que estaban viviendo aquel grupo de magos y brujas. ¿Qué sentido tenía en ese momento buscar culpables? Mas importante era salir de allí ilesos… y con la clase aprobada.

En el intertanto, Crazy se levantó y agradeció la ayuda recibida; causando que sus hijos esbozaran sonrisas de alivio que se desvanecieron pronto, por la urgencia de querer salir de allí.

Pero qué payasa —siseó en un tono despectivo el animago al ver y oír las palabras que la profesora dedicaba al Primer Ministro.

Jocker, que miraba atentamente cómo la mujer luchaba consigo misma, alzó una ceja a modo de reproche cuando la sacerdotisa pintorescamente cambiaba la voz, temblaba, se daba media vuelta, levantaba la varita un par de veces y se movía. Dejó escapar un suspiro cuando el portal del haz de la noche fue invocado y se dispuso a comenzar a caminar hacia él, sin embargo, en su altanería no se había percatado que aquellos cambios de voz en la mujer no eran parte de un espectáculo, sino más bien, lo eran de una conversación con un ser que terminó por poseer la mente y cuerpo de la matriarca Potter Blue.

Después de escuchar la explicación de Sagitas, o más bien, de aquel que controlaba a Sagitas, Jocker se preocupó, pues se puso a hacer cuentas. A diferencia de los portales del Fulgura Nox que permite dejar pasar a mucha gente por él, el portal del Haz de la Noche permitía que solo 2 personas lo atravesaran. Y es que, los 3 Malfoy podían fácilmente derrotar a Sagitas -eso era evidente (aunque ella les superase en nivel de magia)-, pero derrotarla no le aseguraba al animago que él fuese uno de esos dos que finalmente atravesaran dicho portal. ¿Debía entonces luchar contra su padre o su mediohermana? ¿O debía luchar contra ambos?

Jocker no terminaba de pensar todas las posibilidades cuando escuchó que Sagitas con voz segura invocaba un hechizo silenciador;

Maldición —pensó de inmediato, logrando anular la siguiente acción de la matriarca.

Aquello le daría más tiempo a él y a todos para analizar con la cabeza más fría la situación. Después de todo, no estaba del todo claro quién había sido afectado con la pérdida temporal de la voz.

אהבה מושלמת באה במהירות, וכל השקרים צורחים מושתקים


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Finalmente su profesora logró abrir ese maldito portal. Crazy suspiró de alivio, observando aquel pasaje tan extraño, ¿Qué magia era tan poderosa para llevarlos a...? ¿Qué era aquello, el futuro, una realidad alternativa? Desde luego esperaba que no fuera lo primero, porque no era aquello lo que tenía pensado exactamente para su jubilación. Aquel portal provenía de un tipo de magia muy poderoso, que quizás pudiera usarse para...

 

- ¿Comenzamos? ¡Silencius!

 

El tono repleto de odio en que lo dijo hizo saltar inmediatamente sus alarmas, el maldito Armand estaba detrás de aquello, de alguna forma se las había ingeniado para romper los poderosos hechizos que lo mantenían bajo control y esparcir su influencia por la mansión, pudriendo todo aquello que estaba a su alcance, incluyendo los corazones de aquellos tan est****os como para permanecer cerca el tiempo suficiente. El origen de su poder estaba en lo más profundo del subsuelo de la mansión, lo sabía porque ya había estado allí una vez y logrado contener al ente maligno. Quizás, si consiguiera acercarse lo suficiente...

 

- No te va a funcionar el mismo truco dos veces, mocoso -dijo la voz de Armand en su cabeza-

 

Quiso responderle pero fue incapaz, el hechizo de Sagitas lo había enmudecido con la misma efectividad que si le hubieran arrancado la lengua. Era una poderosa maga, y por algún motivo aquello lo cabreó.

 

- En ese portal solo cabe una persona, ¿Te sacrificarás por tus hijos? ¿O harás lo que siempre has hecho y matarás para sobrevivir?

 

Su visión comenzó a nublarse, se sintió mareado, confuso y muy enfadado, con Armand, con la profesora que los había arrojado en aquel desastre, con su hija por... por...

 

- Creo que ambos sabemos qué opción elegirás, en el fondo no eres más que un carnicero

 

Tenía razón y eso fue lo que más lo enfureció. Su ira se desbordó como un torrente sobre un lecho seco, vio con el rabillo del ojo cómo Mackenzie levantaba la varita presta a lanzar un hechizo y puesto que seguía enmudecido le lanzó una maldición. Notó cómo su voz regresaba de golpe, arrancando un bramido de odio de su garganta. Sin apenas detenerse sacudió la varita con un movimiento ascendente a la vez que pronunciaba quedamente - Seccionatus -, provocando que un abanico vertical de brillantes medias lunas surcara el aire en dirección a su hija.

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