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En el Comedor Social de El Raval, barrio marginal


Sagitas E. Potter Blue
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"En el Comedor Social de El Raval, barrio marginal"


Para estudiar un lengua extranjera, no hay nada mejor que irte una temporada a ese país y moverte en terreno desconocido, intentando aprender el idioma, los modismos, los giros lingüísticos, las normas sociales propias... Eso aplicaba también a mi asignatura. Estudiar entre paredes siempre me había parecido insulso y acababa siendo infumable. En mis tiempos de estudiante, siempre había odiado estar entre cuatro paredes y rodeada de libros. Por eso, mis clases siempre eran exteriores, inmersas en el cercano mundo de los vecinos no mágicos de Londres.

Este mes, sin embargo, dudé. Varias circunstancias particulares me invitaban a quedarme en casa, en su comodidad y protección total, ajena al mundo exterior. Si no fuera porque Candela me había enviado ya el pergamino citándome a la clase, hubiera pedido una baja alegando una viruela de dragón muy contagiosa. Pero no soy de las que dejo a las compañeras en la estacada. Así que refunfuñé, tiré un jarrón de orquídeas al suelo y contemplé como el agua se esparcía por el suelo, hasta que Harpo, mi fiel elfo, reconstituyó la pieza de cerámica y me sacó de mi contemplación, recordándome que a pesar de sentirme una desgraciada, había mucha gente peor que yo.

Me hizo reflexionar y decidí que tenía razón, que necesitaba un baño de humildad. Así que preparé una lechuza común que se dirigiera hacia los domicilios de mis alumnos para citarles para mi clase.

Lechuza:


De:
Sagitas E. Potter Blue,
Profesora de "Estudios Muggles"
Universidad Mágica

Para: Los siguientes alumnos

Asunto:
Hoy, a las 7h de la tarde, empezará la clase de Estudios Muggles. Os espero a todos en el Comedor Social del Barrio del Raval, en la C/ Hospital esquina con la Rambla del Raval. Quien llegue tarde no podrá entrar. Hay mucha demanda y poco aforo en el local al que iremos.

Requisitos durante la clase:

  • Queda terminantemente prohibido llevar la varita durante la clase, así como cualquier objeto mágico que pueda señalar el origen mágico de los alumnos. Cualquier infractor al que se le pille con alguno encima, será sacado de la clase y suspendido irremediablemente, al margen de las medidas sancionadoras que el Ministerio de Magia decida aplicar por la falta.
  • No se podrán usar ningún Poder Uzza o Habilidad mientras estemos en terreno muggle.
  • Cartilla de vacunaciones al día. Sin ser obligatorio, de no tenerla, el alumno aceptará de forma inequívoca que declina toda acción legal si se contagia de alguna enfermedad durante la celebración de la clase, así como que se hará responsable de cualquier enfermedad que pueda propagar a su alrededor.
  • Se mantendrá un total respeto hacia los muggles con los que se tenga contacto. Cualquier acto que desde el Profesorado se pueda considerar de menosprecio o de ataque hacia ese colectivo no mágico, será motivo de expulsión y de comunicación a la Dirección para evaluación de medidas sancionadoras posteriores.
  • Recordaros que sois invitados a este particular mundo y que nadie os obliga a cursar la clase. Si os presentáis al lugar, ser respetuosos con ellos, estéis o no de acuerdo con su presencia. Hoy seréis ellos, sin magia, sin ayuda exterior, siendo un muggle más mientras dure la clase
  • Siempre se han de seguir las indicaciones del Profesorado, quien velará por la seguridad del grupo mientras estéis en este lugar tan diferente al que estáis acostumbrados. Sólo el Profesorado puede revocar los requisitos previos con medidas extraordinarias que puedan ser necesarias durante la duración de la clase, según su criterio de:
    • anteponer la seguridad de su alumnado frente a ataques externos
    • no darse a conocer ante el mundo muggle como comunidad mágica
    • defensa del entorno muggle en el que se mueve para no generar distorsiones, siempre que no afecte a los puntos 1 y 2.

Documentación a tener en cuenta:
** "Reglas básicas de comportamiento ante Muggles", folleto repartido por la Sección de Leyes Mágicas del Antiguo Ministerio de Magia.
** "Manual de vestimenta apropiada según el acto social al que haya sido invitado", por Madame Lewoski.


Fdo: Sagitas E. Potter Blue.



La campanada de la iglesia de la plaza indicó que ya eran las seis y media. Inicio de la Rambla del Raval, el edificio resistía con su fachada simple frente a los nuevos edificios que el Ayuntamiento del lugar había construido, en un nulo intento de darle modernidad a aquel humilde barrio. En el muro lateral del edificio religioso aún se conservaban los disparos de una antigua guerra civil, huecos desconchados de un pasado de pobreza que no parecía querer huir de aquel barrio.

En El Raval, un laberinto de callejuelas situado junto a los barrios marginales en torno al río de la ciudad, se amontaban unas 10.000 almas de muggles hambrientos. Lugar de refugio para quienes vivían de forma ilegal en la Gran Urbe, sobrevivían gracias a las Religiosas de esa iglesia que, invariablemente, abría sus puertas a las 19'00 horas para dar una ración de comida caliente a los que conseguían entrar en el reducido espacio del Comedor social.

A media hora de entrar, ya había una gran cola para entrar. Multitud de gente variopinta se apretujaba a esas horas en que el sol comienza a declinar pero aún brilla sin calor. Una mujer con el pelo escondido bajo un pañuelo pardusco, falda oscura, larga, que denotaba mucho uso, que ocultaba unos pies cubiertos por unas bambas que, en algún momento fueron violetas y cordones amarillo desgastado, cruzó la plazuela para unirse a ellos. En su brazo, un raído cesto de mimbre, que sujetaba con fuerza. Su chaqueta marrón tenía un pequeño agujero en el codo, que dejaba ver que debajo llevaba un sencillo jersey claro. En conjunto, era una mujer necesitada, como todos los que aguardaban la entrada al Comedor Social, aunque iba aseada y olía a jabón, algo que, tal vez, destacaba un poco sobre el resto.

Una monjita joven se apresuró a acercarse a ella y le dio un numerito: el 51.

-- Hola, eres nueva. No pierdas el número. Hoy hay mucha gente, sólo hay sitio para 60 personas en este Comedor. No lo pierdas. Toma, una botellita de agua. ¿Cómo te llamas? A la entrada te pediremos el nombre y el lugar donde duermes. No te preocupes, sólo son datos para estadísticas, no se transmiten a las autoridades.

La mujer contempló aquel hábito blanco, la cruz dorada y muy sencilla que colgaba de su cuello, su cofia azul marino, la sencillez de toda ella. Suspiró, agradecida por el agua, que guardó en aquel cesto, sin abrirla.

-- Sí, es mi primera vez... Soy... Sagitas... Gracias...

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Se hizo un motín cerca de la fila donde una mujer con un par de coletas y el rostro cubierto de hollín y que sostenía una escoba deshollinadora agitaba vehementemente el brazo ante la vista de dos mujeres de mayor edad que mantenían los ojos muy abiertos ante semejantepersona y su extraño atuendo para la ocasión: unos shorts de mezclilla rotos en las piernas y una blusa atada en varios nudos pero que cubría de forma decente el torso de la bruja.

-Que soy pobre y vine porque tengo hambre y según las constituciones de los seres vivos, por no tener donde caer en muerte puedo venir por algo de compasión!

-Si, pero no puede ingresar con semejante armatoste al interior, tiene que dejar el escobillón en la bodega!

Dijo una de las mujeres intentando buscar paciencia en alguna parte mientras que miraba a su compañera a la desesperada, que ya tenía un gesto de absoluta resignación a que el trabajo de ese día iba a ser extraordinariamente pesado

-Mire señorita...

-Miro bastante bien pero no entiendo porqué tengo que dejar mi importante instrumento de trabajo, podrían robármelo y entonces me moriría de hambre!!

"Pues no parece muy muerta de hambre" pensaron ambas mujeres paseando sus ojos por la figura de la mujer de apariencia joven que finalmente, se dirigió a la cola rumiando que como quiera le iban a tratar de quitar el escobillón y lo abrazo en contra suya, frunciendo la nariz al tiempo que ya se acomodaba y entonces, sacaba un pequeño pergamino sin percatarse de la mujer que tenía justo delante.

-Todavía que me puse a ver como vestirme para venir de oyente -gruñó de mala gana y entonces, giró el escobillón para traer arrastrando un montón de fierros cercanos que ahora se dejaba ver, eran una bicicleta muy maltrecha- yo solo me inscribí porque pienso reclamar el seguro de mi pobrecita bicicleta mientras me tragó una clase de Oyente, pero ahhhh!! Me las voy a cobrar!!

Movió un puño hacia el firmamento para desués, sacarse un reloj de bolsillo de laton muy maltratado y ver la hora

-Quizás llegué demasiado temprano...

Off.- Llegué primeras de oyente, wuhuuuu!

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La tía Sagis parecía alicaída desde hacía días. Así que entre toda la familia confabulamos una manera de ayudarla a levantar la sonrisa. Era cierto que la ausencia de su hermano Adrian la hacía pasear por las noches, despierta, sin descansar, pero debería estar animada con el embarazo de la prima Helike y el primo Matt. Aún así, pocas cosas le arrancaban una sonrisa: la familia decidimos improvisar una fiestecilla donde menos se lo esperara.

 

¿Y dónde se lo iba a esperar menos que en una fiesta de Disfraces? ¿Y dónde mejor disfrazarse que en su clase de Estudios Muggles? Obligamos a Harpo (su elfo fiel, tan fiel que no dudo en ayudarnos a darle la sorpresa) a darnos información de dónde, cuándo y cómo iba a ser la siguiente clase. Ella era famosa por moverse por todas partes: museos, paseos, transportes públicos... Y llegó la información:

 

"19 horas, Comedor Social del Barrio del Raval, c/ Hospital esq. con Rbla. del Raval. Sin varitas, vestimenta adecuada."

 

No conocía el lugar así que estuve vigilando la zona desde una zona contigua. Así, vi llegar a las tías. Sagitas parecía una mujer pobre que acudía al comedor, sencilla. La tía Hayame llegó como un torbellino y me hizo reír, con su imagen de barrendera. Ahora me tocaba a mí. La cola crecía y era posible que no pudiéramos entrar, si llegaban más indigentes. No podía quedarme fuera...

 

 

Me puse un hábito oscuro y una cofia, como la de la monja que había hablado con la tía Sagitas. Caminé despacio hasta la entrada del comedor y saludé a las dos porteras. Eran las que no querían dejar entrar a la tía Haya con la escoba.

 

- Buenas noches, me envía mi congregación para ayudar a los necesitados.

 

Junté las manos en gesto de oración, esperando que me creyeran.

 

- No tenemos noticia de... ¿De qué congregación dices que vienes?

 

Eso no lo esperaba. Miré a los lados buscando alguna referencia.

 

- De.. la... Los Devotos de La Inmaculada... Con... - no veía bien el rotulito de la estampa. - Concepción. Dijeron que tenían mucho trabajo y pocas manos. Me ofrecí voluntaria.

 

Creo que una de ellas dudaba pero la otra pareció suspirar de alivio y tocó levemente el brazo de su compañera.

 

- Van a ser las siete. Hora de abrir. Déjala que entre, hay que preparar muchas bandejas. Parece que hoy será lleno.

 

Sonreí con la más maravillosa de mis sonrisas. Estaba dentro. Y nadie se lo esperaría.

 

 

 

Off.- ¡Segunda oyente presente!

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Aquello tenía que ser una broma. Nada de varitas, nada de objetos mágicos, nada de ropa de mago, nada de pociones, nada de mascotas mágicas, nada de nada.... ¿Se habían vuelto locos en el Ateneo? ¿Cómo pretendían que la Viceministra de Magia acudiera a un lugar extraño sin protección alguna? ¿O es que acaso Sagitas pretendía compartir la clase con una horda de funcionarios de la Oficina del Ministro? El semblante de Mackenzie Malfoy se ensombreció con una mota de preocupación, al contemplar otra alternativa. Igual todo era parte de un plan para provocar su caída. No corrían buenos tiempos en el Ministerio de Magia. Las luchas de poder y las rencillas y conflictos estaban a la orden del día. Llevarla a un lugar inocente, con una disculpa inocente, para dejarla totalmente desprotegida y a merced de sus atacantes, sin que el Ministerio de Magia moviera un sólo dedo para protegerla, era una posibilidad con la que había que contar.

 

¡Necios! Muy pronto se darían cuenta de cuáles eran sus verdaderos intereses y expectativas. ¡Ojalá hubiera podido hacerlo ya! Pero su padre le había insistido, con mucho juicio, en esperar. Y, a pesar de que Mackenzie sabía que la espera valdría la pena con creces, la impaciencia la estaba atormentando y el deseo aún no cumplido, la desesperaba. Un poco más -se dijo- tan sólo un poco más y toda esta pantomima habrá acabado.

 

No iba a llamar al Ministerio para que la protegiera de aquella loca que pretendía exponerla a tal grado de inseguridad. No se fiaba un pelo de ellos. Y, en realidad, tampoco temía por su vida. Aún sin varita, podía defenderse bastante bien. Algo que Sagitas nunca le podría prohibir llevar consigo era la arqueomagia. Mackenzie era como era, desde su nacimiento. Determinados poderes, iban siembre con ella, aún sin varita.

 

Lo que sí le preocupaba era la Varita de Sauco. No tenía ganas de que, por culpa del capricho de una profesora, a alguien se le ocurriera aprovecharse del momento. Tenía que dejarla a muy buen recaudo. Aquella fue su primera ocupación.

 

Cuando Mackenzie estuvo segura de que nadie podría arrebatarle su objeto legendario preferido, regresó a su habitación en la Mansión Malfoy y repasó con cuidado la lechuza que había recibido hacía unos días.

 

- Ningún objeto mágico... Listo. Nada de varitas... Listo. Cartilla de vacunación.... Listo. Ropa muggle... Listo. Repasar el manual de vestimenta muggle... Listo. Releer las reglas básicas de comportamiento ante muggles.... Listo.

 

Metió en una maleta todo lo que pensó que iba a necesitar y, como una muggle más, salió hacia el aeropuerto de Heathrow. Si se trataba de ser como muggles.... bueno, Mackenzie solía poner empeño en todo lo que hacía. Una muggle más.

 

*******

 

 

Unas horas más tarde, Mackenzie esperaba a que comenzase la clase sentada cómodamente en un palco del Liceo de Barcelona, mientras sonaba la dulce voz de Anna Nebretko cantando Il dolce suono, la escena de locura del último acto de Lucia de Lammermoor. Había tenido suerte de encontrar entradas a última hora y, más aún, de que la opera fuera a las 5 de la tarde y no a las 8, como solía ser habitual en Europa. La música la envolvía por completo y le calmaba el espíritu. Así no tenía que pensar en lo nerviosa que le ponía aquella clase. Por más que practicara escalada muggle o le apasionara la ópera, lo muggle no iba con Mackenzie. Aquellas aficiones habían sido una especie de contagio por su larga amistad con Sebastian Crowld, quién sí era todo un experto en asuntos muggles. Pero a Mackenzie los muggles la ponían nerviosa. La mayor parte de las veces no les entendía, ni a ellos ni a sus costumbres. Si al nerviosismo que le producía la clase de Estudios Muggles se unía la ansiedad que le provocaba no llevar su varita mágica, podía fácilmente entenderse, porqué Mackenzie había tenido que huir de las horas de espera, sin otra cosa que hacer que regodearse en sus incómodas emociones y se había refugiado en el elegante Teatro del Liceo y en los brazos de la ópera, una música tan intensa, trágica y emocional, que hacía olvidar cualquier desazón en el alma.

 

El telón cayó sobre un Edgardo apuñalándose a sí mismo, ante el ataud de su amada Lucia.

 

Tu que has dirigido tus alas hacia Dios,

Oh bella alma enamorada

Vuélvete benévola hacia mí,

para que contigo tu amante fiel ascienda.

Si la ira de los mortales,

nos declaró una guerra tan cruel,

Si estuvimos separados en la Tierra,

Que Dios nos una en el cielo.

 

Mackenzie abandonó el Liceo, con la música aún resonando en sus oídos. Miró su reloj de platino y diamantes, completamente muggle, que lucía sobre un guantelete de raso blanco, en su muñeca izquierda. Llegaría bastante bien de tiempo, la dirección que proporcionaba la lechuza estaba a apenas 5 o 10 minutos andando. Había tenido que localizarla, antes de salir de Londres, pues la lechuza apenas daba indicaciones ni siquiera el nombre de la ciudad. Y, aunque Mackenzie ya había estado alguna vez en Barcelona, paseando por aquella misma Rambla, no conocía la ciudad lo suficiente como para moverse con soltura por ella ni se sabía el nombre de las calles. No obstante, en honor a la verdad, no había sido difícil de localizar, se encontraba en pleno centro barcelonés y era un barrio muy conocido.

 

Caminó por la calle Hospital hasta cruzarse con la Rambla del Raval y buscó el Comedor donde había sido citada. De pronto, las extrañas miradas que los muggles le habían regalado en el Liceo se volvieron pura anécdota, ante los ojos desorbitados de la monja que aguardaba en la entrada del Comedor.

 

- Perdón, señora. ¿Desea usted algo? - Preguntó la monja que, aunque fuera de forma inconsciente, Mackenzie notó que se interponía entre la puerta del Comedor y ella como un muro infranqueable, cerrándole el paso.

 

- Verá, me han citado aquí. Tengo una le... -se cortó a tiempo, antes de declararle con la mayor naturalidad a una muggle, que una lechuza le había mandado un mensaje - ... una carta. Eso, tengo una carta citándome aquí.

 

- ¿Citándola? Oiga usted, esto no es una casa de citas ni el salón de reuniones del Palace. No me haga perder el tiempo, tengo muchas bocas que alimentar.

 

La monja se introdujo en el interior de lo que fuera aquel Comedor, cerrando la puerta a cal y canto tras de sí, no sin antes volver a echar una mirada de arriba a abajo a Mackenzie Malfoy con evidente gesto de desaprobación.

 

¡Por las barbas de Merlín! ¿Y qué hacía ella ahora si una monja le impedía entrar a una bendita clase de Estudios Muggles? ¡Malditos muggles! ¡Siempre tan raros! Mackenzie se dio la vuelta bufando y alisándose el elegante traje de satén blanco, que caía desde un escote de vértigo, totalmente pegado al cuerpo hasta las rodillas, en donde se abría en hermosos godés. Dudó entre dar media vuelta y volverse a Londres o darle rienda suelta a su enfado. Obviamente, no dudó mucho, estaba bastante enfadada. Se había vestido de muggle, había dejado su varita en casa, acudía desprotegida, se había empollado los manuales y hasta hecho alguna trampa con la cartilla de vacunación y todo para que una monjita tiquismiquis le cerrara el paso. Y ni alohomora para abri la puerta, ni confundus para convencer a la hermanita de la caridad, ni zancadilla para que se le pusiera esa túnica blanca perdida de barro, ni babosas, para verla babear un poco, ni petríficus para pasar olímpicamente de ella ni... ni..... ¡arjjjjjjj! ¡Malditos muggles!

 

Con paso acelerado y cara de malas pulgas, se quitó los guanteletes de raso blanco, que llevaba a juego con el vestido, y aporreó la puerta del Comedor, con la misma fuerza con que Edgardo había empuñado el puñal contra sí mismo.

 

- ¡¡¡Oiga usted, monja del demonio!!! ¡Ábrame la maldita puerta de una santa y bendita vez, si no quiere que llame al Ministro Español para que la mande directita al infierno! ¿Me oye? - Gritó Mackenzie a pleno pulmón. Sonrió. Se había quedado muy descansada. Los buenos modales no eran para los muggles. Ellos necesitaban palabras perfectamente entendibles, solían ser lentos de mollera.

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El tiempo apremiaba y los alumnos no aparecían. ¡Demonios, que no era tan difícil llegar al lugar...! ¿O sí...? ¿O es que no tenían ganas de hacer la clase, al final...?

 

-- Mi fama de loca me precede -- suspiré, mientras la cola iba avanzando. Las puertas del Comedor se habían abierto y los que esperaban iban entrando tras hacer una pequeña encuesta en la entrada. -- Tal vez debiera haber venido antes a controlar la situación. No se puede ir improvisando siempre -- me recriminé.

 

Pero bueno, no podía pasar nada, suponía que en aquel barrio el único peligro que podría caber era que intentaran robarles. ¿Y quién querría robarle a ella aquel canasto roto de mimbre? ¿O la ruinosa escoba de aquella mujer? ¿O lo que llevara el resto de los que estaban esperando por comer un poco de caliente en aquella incipiente noche, ya fría? Suspiré y avancé otro paso, ensimismada. Un aroma conocido me hizo levantar la nariz pero no encontré nada en especial. Tal vez el de fritangas que salía de un local pakistaní que abría 24 horas. Me encogí de hombros y volví a avanzar otro paso. Entre muchas voces que protestaban, una sobresalía quejándose de que no iba a dejar su escoba. Sonreí para mis adentros, ni que fuera una Nimbus 2000...

 

Llegué hasta la puerta y la misma voz protestaba por una bicicleta y por algo de oyente... Fruncí el ceño. Aquella voz... Un carraspeo me hizo volver a las monjitas (es un decir, una de ellas era bastante imponente y daba algo de miedo), me preguntaba por mi dirección y mi nombre.

 

-- Se lo dije antes a la monjita mona que... -- Sólo se le veía la cara con la cofia que rodeaba toda la cara pero fue suficiente para notar que no le gustaba mi respuesta. Sonreí mecánicamente y la miré a los ojos, poniendo carita de niña buena. -- Vivo en Londres pero soy española. No tengo vivienda aquí y hoy no comí nada y... vi el letrero y...

 

Sonrisa de nuevo, intentando que fuera triste e inocente a la vez.

 

-- No tengo a donde ir...

 

Conté hasta cinco antes de que la monja me dejara pasar. Para entonces, ya no sentía la voz conocida y la cola había casi desaparecido.

 

-- ¡Demonios! -- pensé, siguiendo al última de la cola, buscando un hueco libre. -- ¿Habrán entrado? ¿Debería salir a buscarles...?

 

El aforo estaba lleno, seguro que mis alumnos estaban allá aunque aún no había detectado a ninguno. Vi unas bandejas de plastico azul, desgastadas, que los de delante iban cogiendo y hacían una segunda cola ante la zona del comedor. Era la última así que pude comprobar los presentes. Seguro que alguno de aquellos eran mis alumnos. Fee estaría escondida sin problemas, con su metamorfomagia, tal vez incluso transformada en aquel hombre de cabello sucio y mostacho chorreando de una salsa que... Tomé nota de no probarla. Orión Yaxley me resultaba difícil de encontrar. Sonreí un poco al pensar en lo que diría Mackenzie al tener que cohabitar unas horitas con toda aquella gente... Después me puse seria. Allá había muchas historias interesantes que estaba segura que le gustaría escuchar. ¿Habría venido?

 

Disimuladamente, me puse de puntillas para mirar por encima de los hombros de los de delante. No la veía. Su porte la delataría, aunque vistiera de pordiosera, estaba segura. Volví a encogerme de hombros y seguí avanzando. Casi llegaba al mostrador, dando rienda suelta a mi baba ante un puré de patatas sospechosamente anaranjado con manchas verdosas, cuando sentí los golpes.

 

Se hizo un silencio casi absoluto. Pocos se atrevían a susurrar pero a mí me llegaban claras sus palabras, gracias a que me había olvidado de quitar las chucherías de los libros que llevaba en un collar largo en el cuello. Eran demasiados anillos y amuletos así que allá estaban, mágicamente protegidos. Sí, vale, nada de varitas y objetos mágicos pero eso era para los alumnos, yo nunca me había dado por aludida ante mis propias normas.

 

Las variantes eran múltiples y sentí el miedo de casi todos, la parálisis de los músculos, los ojos vidriosos en búsqueda de una puerta de salida... Que si la policía en busca de Sin Papeles, que si grupos ultras en contra de los inmigrantes, que si... Fruncí el ceño porque no entendía ni la mitad de lo que decían... Tal vez llevaba mucho tiempo desactualizada del mundo muggle... Pero algo sí sabía. Si había peligro, debía cumplir el punto 1 de mis propias reglas para sacar a los alumnos vivos (o Candela me mataría) y, a ser posible, sin que los muggles se enteraran (o el Ministerio me encerraría en Azkabán). Pero no reconocía a nadie. ¿Y si hacía un Homenum....?

 

Antes de insultarme por el mal consejo que me había regalado, sentí las voces. Palidecí. Bueno, no sé si los demás lo notarían pero yo me puse blanca. Aspiré con fuerza y las aletas de mis narices se inflaron por la velocidad de digerir la sorpresa y pensar en cómo solucionarlo.

 

-- ¡Mackenzie Malfoy! -- murmuré, con el alma en los pies. ¿Es que no se había leído la Guía de los Barrios de la Ciudad de Barcelona y...? Me di un golpe en la frente. Sabía que me olvidaba algo... La historia de El Raval, que tan meticulosamente había subrayado para que supieran los rasgos principales sobre el nivel de pobreza y la composición demográfica de la población, los problemas sobre drogas, mafias y batidas policiales, se la había escapado... Culpa mía, por supuesto... Hem...

 

Me puse de pie, aún pensando en cómo solucionarlo; no quería usar la varita que llevaba encima, por supuesto... No saldría de casa sin ella. Ni que fuera una muggle.

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Las monjitas eran agradables. No sé porqué tenia la idea que serían serias, muy sosas y silenciosas. No del todo. En la cocina, donde había acabado, las monjas hablaban de forma distendida, amables, rápidas. Me dieron un delantal sin preguntar mucho sobre mi origen. Menos mal puesto que no conocía mucho la religión muggle. Se parecía algo a las sacerdotisas, hacer el Bien, puesto que ayudar al necesitado era lo mismo que estaban haciendo allá.

 

No soy muy buena en la cocina, aquellos artefactos tenían fuego de verdad y se encendían con palitos que hacían "click" al apretarlos. Me sentía feliz y lo probé varias veces hasta que una monjita joven se puso a reír y me pidió ayuda para repartir bandejas en la parte del mostrador. Las cogíamos de una aparato cuadrado, secadora lo llamó, y lo poníamos unas encima de otras. Cuando teníamos un grupo grande las llevábamos fuera de la cocina y las poníamos en la gran sala que ellos llamaban Comedor Social.

 

Cuando las dejé en el mismo lugar que la monjita, noté que estaba muy lleno, casi todos los asientos. Busqué a la tía Sagitas y la vi allá, en la fila, acercándose, a punto de pillarme. Me puse de espaldas, poniendo las bandejas en línea. Fue cuando todos callaron y sentí mejor unos golpes que se daban en la puerta de entrada. Alguien gritaba.

 

Me giré hacia allá y vi la cara de la tía Sagitas. Descompuesta. Pensé que estaba a punto de desmayarse. No era la única, el resto de presentes parecía querer huir. La monjita a la que acompañaba caminó muy deprisa hacia allá y la seguí.¿Por qué no podía correr? La imité. Algo que habíamos aprendido en Accidentes era que teníamos que copiar lo que hacían los otros cuando estábamos en el mundo muggle.

 

La monjita había abierto la puerta y recriminaba la actitud a alguien. Apenas llegué y reconocía a aquella mujer bien vestida, demasiado bien vestida para el lugar en el que estaba. La religiosa no quería dejarla entrar. Estiré de su manga.

 

- Hermana... Este no es un lugar para la vice... para una mujer tan elegante. ¿Y si se ha perdido? ¿O la han atacado y tiene pérdida de memoria? ¿O si es alguien importante que viene a hacer una donación para el Comedor Social? Creo que una visita ayudaría a tal acción y... No podemos dejarla fuera... Hace frío. Si podemos ayudar de alguna manera a todos, incluye a los pobres y a los ricos... descarriados... Nuestros comensales están asustados, mejor que entre.

 

Intentaba que tuviera dudas, miraba de reojo a la viceministra, volvía a mirar a la monjita. Ella decidió que era mejor preguntar a alguien de más rango que ella misma y me pidió que me quedara a la puerta. Así lo hice y, en cuanto la vi lejos, me volví hacia la puerta.

 

- ¿Qué hace aquí, señorita Malfoy, tan lejos de casa? ¡Aún no hemos hecho nada malo! - No sé como nos había pillado preparando la fiesta sorpresa a Sagitas pero ... ¡No podía tener pruebas de nada pues aún no habíamos hecho nada!

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- ¿Xell? -Casi no la reconoció. -¿Pero qué haces vestida como una monja muggle? Vale que te haya entrado la devoción, el culto al espíritu, la religiosidad y todas esas cosas, pero eso de vestir hábitos religiosos muggles....



Mackenzie no terminó la frase, quizás todo ello era por la clase de Estudios Muggles, a lo mejor eso de llevar ropas muggles para no hacerse notar significaba que, si eras una sacerdotisa ancestral, tenías que llevar hábitos de monja en el lado muggle de las cosas. ¡Qué raros eran los muggles!



Echó una mirada al interior de aquel Comedor, que tal y como su nombre prometía, era literalmente eso, un Comedor. Pudo divisar a Sagitas y abrió la boca al comprobar que el atuendo de Sagitas aún era más extravagante que el de Xell. ¡Iba vestida de pordiosera! De pronto, cayó en la cuenta de que todos los muggles iban también vestidos de pordioseros. Al principio, no le había llamado la atención. Al fin y al cabo, eran muggles, así que tampoco era tan raro que fueran vestidos sin gusto alguno. Pero no era sólo eso, ahora que observaba con atención, podía ver que en realidad se vestían como si no tuvieran nada con qué cubrirse, a excepción de viejos harapos y, además, parecían estar allí por la comida que les daban las monjitas, como si no tuvieran medios propios para conseguir comida. ¡Qué raro! Entre los magos, era muy raro encontrar a gente realmente pobre. Siempre estaban los encantamientos para conseguir ropa y comida, aunque fuera engordando raciones y aumentando las telas. Siempre había oído de lo útiles que eran las fábricas muggles para proporcionar víveres y textiles, así que nunca imaginó que la pobreza entre los muggles pudiera llegar a tanto.



La monja que le había cerrado el paso volvió y le hizo un gesto para que entrara. Desde luego no era un gesto muy amistoso y había mucho de desconfianza en él. Probablemente, la habían convencido las palabras de Xell, pero que no se pensara aquella religiosa que había la más mínima posibilidad de que Mackenzie realizara donativos. No se sentía para nada generosa, en aquel momento.



Se acercó hacía donde estaba Sagitas.



- Hola Sagitas, aquí estoy. Y espero que sea para dar una clase de Estudios Muggles. Ni se te ocurra decirme que tengo que ponerme a dar comida a estos pordioseros.

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¿Cuándo me había sentado en aquella silla, en la cabecera de aquella mesa larguísima? Parecía que tenía un resorte porque me sentaba y me levantaba como si no supiera que hacer (y era así pero no iba a confesarlo). Dos monjas se fueron a la entrada, fue cuando me senté a ver qué sucedía, tal vez aún no era necesario que actuara, después vi volver sólo a una y volví a levantarme, con las manos en la bandeja vacía pero parecía que accedían a algo porque, después de hablar con otras religiosas con hábito, volvió a salir hacia la puerta, con lo que me senté y me preparé para saltar si era necesario. Al instante, las dos monjas y... ¡Demonios desdentados, era ella...! Mackenzie Malfoy entraron en el comedor.

 

Me levanté y me puse en la cola. La gente le dio apenas una mirada rápida y, tras comprobar que no había peligro (relativo) inmediato, se pusieron a comer. La Viceministra no tardó en ponerse a mi lado y decirme cosas en tono algo enfadado. Levanté algo la barbilla y tragué saliva.

 

-- Shhhh, más bajo... ¿Ves como casi nadie habla con los otros? -- Miré con disimulo y sí, la gente tenía hambre. Volví a tragar un momento antes de sacar fuerzas para imponerme como Jef..., como... Como Profesora, eso... -- ¿En serio has venido a la clase con guantes de raso?

 

En algún momento se los había quitado, dejando a las vistas un hermoso pero vistoso reloj de unos cuantos sueldos de galeones, de un año por lo menos. Suspiré y avancé otro paso en la cola.

 

-- Que sepas que tienes un suspenso en la parte de Vestuario. -- ¿En serio le había dicho eso a Mack? Me encogí un poco. -- Al menos que lo soluciones. Primera clase de Estudios Muggles.

 

Hablaba susurrando. Mientras hubiera comida en los platos, su atuendo pasaría como una extravagancia. En cuanto tuvieran el estómago lleno, sería objeto de miradas que irían entre lascivas por su elegancia a interesadas en las joyas que llevaba encima. Me rasqué por encima de mi pañueleta, pensando a mil por segundo.

 

-- Cuando estás en un entorno agresivo necesitas camuflarte o dar la cara y hacer que tu presencia sea tomada como natural. Has de estudiar el paisaje e integrarte en él, que es lo que he hecho yo y, por lo que creo, porque no veo a nadie más, el resto de tus compañeros. O, por lo contrario, potenciar tu diferencia de manera que la vean como algo natural. Así que tú decides, Mack. -- Bajé aún más la voz, si cabe: -- O sirves la comida con las monjitas inventándote una excusa razonable o te comes la comida alegando que has robado en una tienda de disfraces porque has aparecido desnuda en una patera en la playa de la Barceloneta. Si improvisas una tercera posibilidad, olvidaré el suspenso por el vestuario.

 

Ni la miré. No me había sido suficiente intentar matarla en la clase anterior (que no fue mi culpa, así lo declaré bajo juramento y firma de pensamiento extraído incluido, en la Sala de Interrogación del Ministerio) que ahora sugería que contara que había llegado tal como Adam descubrió a Eva bajo aquel árbol. Avancé rápido porque la gente había abandonado la cola con el susto y ahora volvía a concentrarse, pero ya no éramos las últimas. ¿Se comiera Mack aquel...

 

-- Un poco de puré de patata con zanahoria y brócoli -- pedí con voz muy suave y amable a la monjita que me atendía. Ella hizo un gesto con la perola que corrió sola desde la punta del mostrador hacia ella. Enarqué una ceja mientras sonreía y me servía aquella bazofia en la bandeja, me ponía un trozo de pechuga de algo que podría pasar por pavo y una naranja de postre. -- ¡Maldita So bruja! ¿Qué haces aquí, Xell?

 

Casi le grité y noté que algunos cuchicheaban detrás de mí. Alcé algo la voz.

 

-- Mara... Maravillosa Sor... que nos ha dado de comer hoy.... -- Le lancé una mirada asesina y avancé porque el de atrás nos empujó para poder llegar a la comida. Tomé un botellín de agua y un vaso de cartón y abandonó el espacio del mostrador de la comida, gruñendo. Esperé un momento, disimulando que buscaba un asiento (alguien había cogido aquel en el que había estaba bailando antes). Quería ver qué hacía Mackenzie o si , finalmente, tendría que usar la varita.

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-PERO QUE NO ME VOY A DEJAR EL ESCOBILLÓN CON NINGUNA DE USTEDES!!

La bruja se volvió a escabullir de entre las monjas que mas que santas inmaculadas servidoras de Dios parecían luchadoras de lucha libre, emitiendo un grito de rabia una que terminó subiendose a una de las mesas, dejando a varios de los presentes con los ojos muy abiertos por el grado que había alcanzado aquello.

-Señorita, o nos deja ese escobillón de deshollinador a guardar o no respondo de las consecuencias!!

Arremetió en amenaza la vieja abuela monja de gafas muy gruesas y nariz torcida, frotándose el codo con claro signo de que se lanzaría desde la mesa hasta donde estaba la Snape cubierta de manchas y que intentaba ser sostenida por la segunda monja; la pelirroja se apartó los despeinados cabellos del rostro y entonces la señaló con un dedo

-Solo si me dejan meter la escuadra de mi bicicleta conmigo!!

Bramó la chica y las mujeres y varios comensales voltearon a ver la masa arrugada de fierros a un lado; varias gotitas en la nuca les brotaron en consecuencia

-Eso era...?

-Una bicicleta...?

-Aja -replicó satisfecha la bruja alzando la nariz- también es parte de mi subsistencia pero terminó destruída en un... tragico accidente culpa de una pobre mujer a la que le voy a deshollinar la nariz ¬¬

Nuevamente, miles de gotitas de sudor en las personas que les iban rodeando

-No podemos dejarla meter ese nido de tétanos aquí... -dijo la monjita más joven y la monja anciana se pasó una mano por el rostro como implorandole paciencia al Creador

Hayame entornó los ojos, aguardando...

-Bien... BIEN! -chilló la monja anciana y muchos presentes dejaron salir un suspiro de alivio- esa bicicleta no, pero como oiga un reclamo de cualquiera de los otros acerca de su escobillón...!!

-Vale, vale -Hayame ya le había pasado por un lado de la mesa y la monja se quedó con un tic en un ojo- no molestaré a casi nadie con mi escobillón...

Resopló y se acercó a donde estaban Sagitas y Mack con expresión aburrida, terminando por colocarle la escoba por delante a su hermana

-Me debes una bicicleta y he venido a cobrarla- dijo antes de darle una mirada rápida a Mackenzie y alzar una ceja- madre mía... nuestra amada hermana ha descendido de las alturas para mezclarse con los plebeyos... (imaginen la voz de Scar en el rey león) seguramente va a llover

Cerró los ojos y se dió la vuelta para acercarse donde las monjas daban algo de comer y entonces, se plantó delante de Xell

-Algo comestible y de preferencia, que ya no me devuelva la mirada al morderlo -le pidió a la bruja tendiéndole su numerito para después, guiñarle el ojo a Xell

Oh si, pensaba tocarle las narices a Sagitas por lo de su bicicleta en su última clase

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Off.- Aclaro Mack que es a broma... me ha venido esa escena del rey león con eso de que eres vice-ministra, si el chiste incomoda edito sin problemas (se toca la punta de los dedos)

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Levantó la mirada cuando hollín y polvo cayó en su puré. Bufó por debajo y levantó la mirada hacia lo que estaba ocurriendo. Monjas discutiendo por una bicicleta de otra indigente. El de la derecha de Orión hizo un comentario medio paranoico a lo que él respondió encogiéndose de hombros. El español no era su fuerte, pero entendía lo suficiente como para pasar desapercibido. Eso y sus ropas todas rotas. No hubo tantos problemas con eso. Había vivido en las calles.


- Genial, ya se arruinó mi comida -se dijo así mismo bien bien bajito.


Se apoyó sobre su codo, chasqueó la lengua y volvió a ver el lugar.


No conocía a sus compañeros de la clase de Estudios Muggles y, cuando se inscribió, esperaba más una excursión a un museo o a la tienda postal. Pero esto estaba mejor, capaz allí podría aprender de una vez por todas cómo funcionaba un arma de fuego muggle. O llegar a ser un piloto de una de esas cosas voladoras que cortaban las manos de los brazos largos (descripción de Orión de un helicóptero).


Golpeó los brazos en la mesa y se levantó.


Caminó entre las mesas sin tanto cuidado y fue una de las puntas del comedor hasta donde estaba la profesora y el resto de la clase.


- ¡Sagitas! Estoy aquí.


No contó con que su enorme trasero golpeó la cara de uno de los comensales, logrando que se tirara encima toda la sopa.


- ¡C***! -el tipo se paró, tomó uno de los cuchillos y se paró amenazante frente a Orión. Lo que causó que al otro se le cayera la sopa encima y…


Bueno, nos podríamos imaginar una pelea en un comedor claro. Por nuestra parte, no podíamos dudar que Orión iba reaccionar, tomando una botella de aceite golpeándola contra el borde de la mesa.

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