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En el Comedor Social de El Raval, barrio marginal


Sagitas E. Potter Blue
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La joven de rubios cabellos se había acercado a la entrada de aquel comedor con una bonita sonrisa, una capa de viaje normalita y una canasta de manzanas tan rojas como sus tiernos labios ese día, sonriéndole a todos los muggles que pasaban por su lado y que comentaban lo bonita y bien portada que era esa señorita, pero Ashley sabía que estaba en aquel sitio para controlar que Hayame no se saliera de las normas por antes reclamando tonterías y lo sabía bien porque la noche anterior la había escuchado rumiar sobre ir a hacerle unos pocos reclamos a Sagitas.

No podía permitirlo bajo ninguna circunstancia.

Por ello anduvo y cuando se acercó a las monjas estas la reconocieron como la misma jovencita que iba de comedor en comedor siempre dando donativos o alimentos para ayudar con los pobres.

El alma iluminada y caritativa de la Peverell era siempre reconocida.

-Pero hoy tenemos muchos problemas, no estoy muy segura de que quieras entrar a saludar.

Le explicó una de las hermanas sagradas mientras que hacía un símbolo sagrado sobre su corazón y pecho con fervor y amor en aquellas creencias que abrazaba con tanta fuerza. Los ojos enormes y almendros de la chica se volvieron húmedos y preocupados ante la angustia de las hermanas, ella no deseaba verlas de aquella manera.

-Tenía una cita en este sitio hoy con una de las mujeres para darle un poco de luz y bendición.

Les explicó a lo que las santas hermanas sonrieron con afecto.

-¿Qué ha sucedido?

-Parece que algunos hombres han estallado en una riña.

Explicó otra de las monjas y al momento las pobres mujeres emitieron un grito de susto al sonido de un cristal fragmentándose al ser golpeado cosa que aprovechó en el momento Ashley para asomar la cabeza y abrazar con mayor fuerza las manzanas contra su pecho, percibiendo que había muchas personas conocidas ya pero también otras que parecían estar discutiendo con palabras altisonantes por temas que no conocía.

Decidió avanzar, moviéndose lo más cerca que podía en la pared para poder alcanzar a donde había distinguido, Sagitas ya se encontraba sentada junto a otras personas por lo que en silencio solo fué y tomó asiento cerca de todas aquellas personas sin perder de vista a los peleadores y colocó su canasta de manzanas en medio de la mesa.

-Buenos días.

Saludó con educación a los presentes.

-He venido con algunos alimentos para ustedes, sé que los necesitan y espero que esto ayude a mitigar en algo su pena y dolor.

Añadió, después de todo, el acto era seguir actuando como muggles ¿verdad?


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No era el momento de agradecer sus palabras pero me sentí orgullosa cuando Mackenzie Malfoy me preguntó por mi vestido de monja. Significaba que lo había hecho bien, como se merecía la clase de Estudios Muggles. No dije nada por eso aunque le hubiera mencionado que ella debiera vestirse de forma más apropiada para la ocasión. Que estaba bellísima, como siempre, pero no era así como se acudía a un centro social con muggles que pasan hambre.

 

Cuando la monja volvió, lo hizo con caras largas pero la dejó pasar, algo que me alegró puesto que no está bien cerrarle la puerta en la cara a la Viceministra del Ministerio de Magia de Inglaterra. Así, ella se enfrentó al ambiente del Comedor, me cubrí la boca con la mano para que no se viera mi sonrisa. Le hablaba a Sagitas y, por el tono, supe que no estaba de buen humor. Les dejé para ayudar a las monjitas, sabiendo que la tía aún no nos había descubierto.

 

Por poco tiempo. Se iban acercando hacia mí con la bandeja en la mano. La cara de pasmo que puso Sagitas cuando descubrió que yo era yo, fue divertidísima. Iba a gritar "Sorpresa!!" y sacar los globos por el comedor cuando un estrépito de cristales impidió darla la "Idem" a la tía. Los chillidos de la tía Hayame también habían interrumpido pero estaba acostumbrada a ellos y la reconocí enseguida, aunque antes no lo había hecho, cuando la vi por primera vez con aquella escoba negruzca. Le puse el puré como a todos y se lo ofrecí.

 

- Es comestible. No hay ningún muggle muerto todavía.

 

Pero no pudimos darle la sorpresa, esos cristales rotos llamaron la atención de todas las monjas, incluso de las que estaban en el interior de la cocina, que salieron a ver qué pasaba. Mala situación... Cuchillos y botellas rotas. Reconocí a la tía Ashley repartiendo manzanita por el comedor, mirando la reyerta.

 

- ¡Ay, que se nos estropeó la sorpresa! - musitaba desde el mostrador, ¿Quién detendría a los que se amenazaban tan fiero? Era una situación delicada.

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-- ¡Aiiiins...! -- exclamé, al ver la que se había liado.-- ¡Yo os mato!

 

Mi voz era firme y rabiosa, aunque mucho más baja de lo habitual en mis enfados a gritos cuando estaba en la Mansión Potter Black. La situación se me había escapado de las manos, sin ni siquiera darme cuenta de lo sucedido, y tenía que re-encauzar la situación o acabaríamos mal.

 

-- Juro que os mato cuando salgamos de ésta -- les dije a los familiares que había reconocido. Xell como monjita dulce, la boba de mi hermana con un escobillón mugriento y su reclamo irracional sobre la bicicleta. El Patriarca de los Yaxley peleándose a botellazos con un indigente, con un muggle indigente, mejor dicho. -- Xell, buen disfraz, pero no te libras del asesinato en cuanto lleguemos a casa. Hayame, ¡te he dicho mil veces que la culpa de que tu bicicleta se rompiera fue tuya, por no revisar los frenos antes de subirte a ella! Y Candela no ha querido incluir ese desperfecto como gasto de la clase y no ha querido pagarte el arreglo. Y Orión...

 

¿Qué demonios le decía a Orión? Si lo que quería era tirarme de los pelos... Con la clase tan magistral que me iba a salir, según lo que había planeado, antes de la interrupción de... de...?

 

-- ¡Mack! -- Exclamé al recordar que ella estaba presente. Aún no había elaborado su estrategia para justificar su ropaje, algo que no era lo más importante para mí en aquel momento. -- No te preocupes; las mato pero las resucito después. Nadie se enterará, lo prometo.

 

Un par de monjas se acercó con paso rápido hacia la mesa de los contendientes y una de ellas golpeó con un zapato recio, negro, de los de tacón cuadrado que hace daño si te dan en la cabeza. Habló con autoridad.

 

-- Cesen inmediatamente su violencia o serán expulsados del comedor y entregados a las autoridades.

 

-- ¡No! -- grité, casi corriendo hacia ellas. ¿Cómo se decía...? -- La Pasma no... Muchos de nosotros no tenemos papeles. Nos dijeron que este Comedor no exigía papeles para poder jalar.

 

Me giré hacia mis dos alumnos visibles (esperaba que los otros dos no tuvieran nada que ver con lo sucedido y que estuvieran tan integrados en el comedor que ni los viera) y susurré:

 

-- Lección 2 de la Clase de Estudios Muggles: para poder pasar por ellos, has de estudiar su lenguaje propio, que varía según la zona en la que nos camuflemos. Aquí, "pasma" es sinónimo de Policía, nuestro Departamento de Seguridad Mágica, vamos... Y "jalar" significa comer. Espero que toméis nota.

 

Decir aquello (lo que le dije a las monja, no lo de mis alumnos) tuvo repercusión inmediata. Los compañeros de aquel indigente enfadado le agarraron y le obligaron a sentarse, para zanjar la pelea. No se me escapó el comentario de "nos vemos en la calle" que le lanzó a Orión y lancé un suspiro. Tendríamos que salir con mucho cuidado, o tal vez una desaparición conjunta... Ya vería.

 

-- Venga, sentémonos en aquella mesa, hay sitio para... -- ¡Los tres, sólo los tres de la clase! Al resto no tenía obligación de defenderles... Tal vez moral pero no académica; ellas se lo habían buscado --... para todos. Cuando lo hagamos, quiero que nombréis tres objetos muggles que veáis a los presentes que os sorprendan o que no sepáis para qué sirven. Buscaremos una similitud en el mundo mágico. Descubriremos la gran inteligencia que tienen los muggles para inventar artilugios.

 

Si conseguí separarlos, no habría más sustos, esperaba...

 

Hum... ¿Para qué hablo antes de tiempo...? ¿Aquella de la cesta de manzanas era... mi hermana Ashley...? Mi di un golpe en la frente con la palma de la mano. ¿Es qué tenía una familia de... inoportunos...?

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- ¿En serio has venido a la clase con guantes de raso?

 

- ¡Pues claro! Me vine a lo muggle, tomando un avión y todo. Para que no te quejes, ¿eh? -Mackenzie sonrió divertida y satisfecha por su aventura en el avión. Nunca antes lo había hecho y se sentía como nueva después de experimentar el viaje en aquel artilugio muggle. - Pero ya sabes que esos aparatos tienen sus horarios y no quería deambular por las calles -mejor expresarlo así que reconocer lo nerviosa que le ponía la clase de Estudios Muggles y lo duro que habría sido una espera de 3 horas, sin nada que hacer. - Así que me fui a la Ópera a esperar hasta la hora de la clase.

 

No iba a reconocerle a Sagitas que allí en el Liceo los muggles también la habían mirado con cara rara. Seguramente, los muggles no iban tan elegantes a las sesiones vespertinas como en las nocturnas. Nunca antes había ido a la ópera en una sesión tan temprana.

 

- Que sepas que tienes un suspenso en la parte de Vestuario. Al menos que lo soluciones. Primera clase de Estudios Muggles.

 

- ¿Eh???? ¿Suspenso? - Mackenzie se enfurruñó, pero su orgullo gimió en su interior - Haz lo que te plazca, no necesito tus aprobados. Pero que sepas que estás muy equivocada. Primero, yo que me sabía que nos traerías a un comedor de indigentes muggle. ¿De verdad puedes pretender que me pueda siquiera imaginar por un segundo que vas a venir a dar una clase del Ateneo a un lugar como éste? - Su gesto se torció en una mueca de asco, recalcando la última palabra, mientras señalaba con la mano al grupo de sucios desharapados que poblaba el Comedor. - ¡Suspéndete a ti misma por tu falta de previsión!

 

-- Cuando estás en un entorno agresivo necesitas camuflarte o dar la cara y hacer que tu presencia sea tomada como natural. Has de estudiar el paisaje e integrarte en él, que es lo que he hecho yo y, por lo que creo, porque no veo a nadie más, el resto de tus compañeros. O, por lo contrario, potenciar tu diferencia de manera que la vean como algo natural. Así que tú decides, Mack. -- Sagitas continuó hablando, pero ahora con la voz más baja: -- O sirves la comida con las monjitas inventándote una excusa razonable o te comes la comida alegando que has robado en una tienda de disfraces porque has aparecido desnuda en una patera en la playa de la Barceloneta. Si improvisas una tercera posibilidad, olvidaré el suspenso por el vestuario.

 

Así que Sagitas se había puesto de humos. A Mackenzie le hervía la sangre. En cuanto escuchó las palabras de Sagitas supo de inmediato la solución para librarse del suspenso prometido. Pero era una solución dolorosa. Muy muy dolorosa. Iba en contra de.... de todo lo que era Mackenzie. Lo malo es que las alternativas que le ofrecía Sagitas aún iban más en contra de su voluntad que aquella otra que se le había ocurrido. Maldita Sagitas, le haría pagar aquello. ¡Vaya que sí!

 

- Ni sueñes que me voy a poner a servir comidas a estos indigentes y a darles amablemente la sopita caliente mientras consuelo a sus torturadas almas muggles ni mucho menos estoy dispuesta a comer algo de esta asquerosa comida. ¡Ni hablar!

 

No le quedaba más remedio, así que suspiró resignada y sacó la bolsita de emergencia que siempre llevaba con ella. Mackenzie las había pasado mucho peores que en aquella clase de Estudios Muggles y la vida le había enseñado a ser previsora. Se acercó hacia donde estaba la monja que la había atendido en la puerta y le habló con educación.

 

- Hermana, ¿le importaría venir un momento conmigo? Quisiera darle algo.

 

Mackenzie se dirigió hacia donde estaba Sagitas, pues ya que iba a hacer aquella estupidez por puro orgullo, más valía que lo oyera ella también. Después de todo no quería que la suspendiera.

 

- Pertenezco al Consejo de Asesores de los Servicios Sociales de la Generalitat. - ¿Era así como se llamaba al parlamento, gobierno o lo que fuera de aquella ciudad? Obviamente, se había documentado antes de la clase, siempre lo hacía. Pero no era lo mismo leer las cosas en un libro que saberlas de verdad. - Somos un Consejo colaborador con el Departamento de Servicios Sociales a través de la Fundación La Caixa. Hemos oído de las carencias de este barrio y quería comprobarlas por mi misma. Espero que disculpe mi vestuario, vengo del Liceo y no tuve tiempo de cambiarme. Estaban ustedes tan a mano que decidí pasarme cuando terminó la ópera.

 

Mackenzie no podía parecer más educada y hasta se esforzó por dibujar en su rostro un gesto de tristeza y compresión hacia la pobreza de aquel lugar. No se le daba mal fingir. Lo hacía todos los días como Viceministra de Magia. La Diplomacia era el arte de la empatía o de saber fingirla, al menos. Observó que Sagitas las escuchaba y decidió seguir con aquella perorata que la conduciría hacia donde nunca hubiera querido llegar. Pero qué se le iba a hacer, un suspenso no era algo que cupiese en su mente.

 

- Verá, comprendo las necesidades por las que pasan y les recomendaré para una subvención. Confió en que no durarán en dársela. - Ojalá aquello hubiera sido suficiente, pero Mackenzie quería asegurarse, así que siguió, con gran dolor de corazón (y de bolsillo). - La cuestión es que quiero colaborar con su causa de una forma más personal. - Mackenzie sacó la bolsita de emergencias, toda ella repleta de rubís y esmeraldas. No había llevado euros consigo, así que no le quedaba otra que echar mano de aquello. - Espero que acepte estas baratijas. Siento no poder ofrecerle su cantidad en euros, pero he visto un joyero en esta misma calle. Le conozco personalmente y se las cambiará por la cantidad de 30.000 euros.

 

Mackenzie casi quería llorar de rabia cuando le entregó la bolsita a la monja.

 

- Me las pagarás, Sagitas. Este dinero acabará saliendo de tu Circo. Ni lo dudes por un momento - Le dijo mentalmente a Sagitas, utilizando la arqueomagia.

 

- Es usted muy amable, Señora. Se lo agradezco -respondió la monja. - Y por favor, ruego también que disculpe mis modales de antes. Sea usted bienvenida. ¿Quiere que le traiga un poco de te y pastas de chocolate?

 

- ¡Oh! ¡Qué amable de su parte! Se lo agradecería muchísimo, sí.

 

La monja despareció por unas escaleras y Mackenzie aprovechó para sonreir maliciosamente a Sagitas.

 

Mientras esperaba a que la monja trajera lo deliciosamente prometido observó a su alrededor. Otros magos habían aparecido ya y lidiaban con sus propios problemas. La Malfoy pensaba que ninguno de los alumnos de aquella clase terminaba por encontrarse realmente cómodo en aquel lugar. Sagitas los reunió y les indicó una mesa para que se sentaran. No tardó en proponerles que se fijaran en objetos muggles curiosos. Pero antes de que pudiera responder, la monja se dirigió hacia ellos con una bandeja repleta de pastas de chocolate, panecillos calientes, miel, mantequilla, mermelada, una tetera que olía de maravilla y una estupenda jarra con café. Por supuesto había varias tazas también en la bandeja, servilletas y todo lo que una suculenta merienda civilizada pudiera requerir.

 

- He visto que estaba sentada con gente y he traído merienda para los cuatro -comentó la monja.

 

- Muchas gracias, hermana.

 

La monja se retiró y los magos pudieron seguir a lo suyo.

 

- ¿Tres objetos muggles extraños? ¿Acaso no son todos extraños? Bueno, eso es fácil. Empiezo yo. Ese aparato que lleva ese indigente de gabardina marrón en el bolsillo -dijo señalando un móvil que Mackenzie conocía bien, pues tenía uno propio, pero disimuló que no sabía qué era-. Y ese ¿televisor? en la pared -eso sí lo había oído nombrar alguna vez. Y, por supuesto, todas esas estampitas colgadas con imágenes de santos o lo que sea que no se mueven ni tienen vida. ¿Cómo pueden ser tan sosos los muggles?

 

Mackenzie untó un poco de mantequilla y miel en uno de los panecillos calientes y saboreó un poco de te. Era Earl Grey, su preferido.

 

- ¿Y bien? ¿Aprobada en vestuario? -Preguntó con sorna.

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La preciosa bruja observó como su hermana mejor se decidía a irse en otra dirección y se llevaba a los dos alumnos que se habían presentado a con ella.

Bueno, no había esperado verla en una situación como aquella pero tampoco se la reprochaba, Sagitas había sido siempre una bruja de grandes responsabilidades y que se tomaba muy en serio todos los trabajos que le otorgaban así que era normal que en la clase para aprender de esas maravillosas criaturas y seres vivientes que eran los muggles quisiese disponer de todas las atenciones posibles sin distracción alguna, asi que como la buena hermana que era le sonrió a su hermana al verla alejarse.

Se sentía tan orgullosa de ella!

-Querida niña, tenemos unas cuantas personas más que necesitan de algo con qué acompañar sus alimentos, sobre todo después de estos disturbios

Una de las monjas se había acercado a la rubia que ahora se acomodaba sus bonitas ropas arregladas que no dejaban ver lo mágicas que eran aunque si lo eran, siempre estaban cargadas con el poder de la paz y el amor que iba expidiendo la Peverell y así lo dejó brillar al sonreírle a la preciosa hermana que dedicaba toda su alma a tan magnífico servicio.

-Por supuesto, en unos momentos seguiré repartiendo mis manzanas orgánicas y naturales entre la gente que así lo necesita querida hermana

Aseguró así que se puso de pie y se acomodó del todo la ropa y el peinado para encaminarse hacia las mesas con su cesto y pulir todas sus rojisimas manzanas, empezando a tenderlas a los pobres seres que iban por un poco de compasión y alimentos.

-Aquí tiene buen hombre, para que acompañe su comida

Le decía a alguien pero se mantenía cerca de la mesa de clases de Sagitas, quería estar al pendiente de sus sabias enseñanzas y seguir aprendiendo de ella tanto como pudiera.


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Aquí no era cuestión de ganar o de perder pero fruncí el ceño a Mack. Sabía que había usado un avión. Eso era meritorio; pocos se atrevían a usar medios de locomoción muggles. Por supuesto, parecía haberse desarrollado bien en el aeropuerto y Rambleando por Barcelona. Es decir, no estaba muerta, estaba entera y lucía el orgullo que la caracterizaba. Pero... ¿Tres horas en la ciudad... y sin usar la varita...?

 

No se lo pregunté, no era el lugar, por supuesto, pero seguí con el ceño fruncido mientras ella conseguía una muy buena excusa para estar vestida de esa manera en aquel ambiente extraño. Se lo había dicho, si conseguía una buena, no la suspendía. Así que solté un gruñido chiquito (no quería que Mack descubriera mi costumbre extraña de gruñir y hacer ruiditos con la boca en vez de expresarme en palabras cuando estaba confundida) y la sonreí.

 

-- Sí, vale... Aprobada la parte de vestuario. Pero aún quedan otras facetas que evaluar -- contesté bajito, para que nadie más que no fuera del grupo nos oyera, a pesar que sabía que no lo harían porque yo sí llevaba encima mis cachivaches y el Anillo de Salvaguarda colgaba ensartado en mi collar de la flor azul de mi familia.

 

Moví la cabeza levemente de un lado al otro y repetí sus palabras en tono de sorna.

 

-- "Soy asesora de Servicios Sociales de la Generalitat, ligados a La Caixa". Sólo te ha faltado hablar en el lenguaje de esta parte de la población para aseverar tu papel. Y el acento. Lección 3 de la clase de Estudios Muggles: Un buen camuflaje puede caer si no se controlan los más mínimos detalles, como el léxico, idioma o jerga concreta de la zona social en la que te mueves. Has tenido suerte que sea una Comunidad Religiosa Multicultural y ni se hayan dado cuenta que tu acento no es de la zona. ¿Sabes lo que exige la Generalitat de Catalunya para aprobar un examen de acceso a su funcionariado? No, espera, no lo sepas. Eres capaz de implantar un filtro similar en el Ministerio de Magia.

 

No, no lo haría. La conocía bien, o al menos lo suficiente, para saber que ella defendía mucha más apertura en el Ministerio aunque pocos supieran eso en el exterior. La fama de los Malfoy no acompañaba mucho a su labor en el gobierno. Por ello, me arrepentí enseguida de haberlo mencionado. De alguna manera, Mackenzie me las haría pagar. Mis palabras y sus joyas empeñadas en un Local de esos de 24 horas... Iba a salir escaldada de esta clase. Seguramente sería la última que diera, así que tendría que darla bien. Mejor.

 

Tomé unas galletas que nos había dado la monjita (más bien Monja con Mala Baba, pero eso es circunstancial) y sonreí a Mack:

 

-- ¡Unas galletas buenísimas! ¡Y caras! -- mi sonrisa desapareció casi de golpe. ¿Había sido ella quien había dicho algo de pagar con el Circo o lo había imaginado? "¡Mi Circo no se toca!", pensé, con miedo. "Cualquier cosa menos mi circo, los animales van por delante de los humanos; que nadie me prive de mis criaturitas". Sonreí al darme cuenta que estaba discutiendo conmigo misma porque... ¿Cómo ella... iba... a...? Aunque yo desconocía muchas cosas de ellas; creo que pocos la conocerían en profundidad si no eran de su círculo más íntimo chiquito de la familia. Seguro que tenía mil conocimientos y habilidades que yo ni intuía.

 

Espanté una mosca imaginaria de mi cara sólo para cambiar de pensamientos, un gesto habitual en el mundo muggle pero que yo usaba como ayuda extra para centrarme en otra cosa y cambiar el chip, como se decía en argot muggle.

 

-- Muy bien, Mack. Eso que señalas es un móvil. ¿Sabes lo útil que son? No tienes que pensar en golosinas lechuciles ni en cagarrutas en las lechucerías. ¡Son geniales! Te comunicas con la voz como en un Patronus, ya sabes, ese método de comunicación de... -- Abrí levemente los ojos por la sorpresa de lo que había estado a punto de decir. ¿O es que sólo lo usábamos los Fenixianos, este método de comunicación? No, era más común de lo que parecía -- ... de... de a quienes les sale. Yo no lo he probado nunca.

 

No, claro que no; por eso tenía dos formas en vez de una, dos, así de excepcional era mi naturaleza. Di un chasquido con la lengua y maldije en voz baja que se me hubiera escapado de nuevo.

 

-- Sirven para comunicaciones de voz y son esenciales en el mundo muggle. Se cree que si no tienes uno, eres un eremita de los que viven apartados del mundo. Siempre todos los muggles llevan uno encima, cuanto más caro, más alto nivel social tienen o quieren aparentar. Son como una joya necesaria en la indumentaria personal. Lo siguiente que dices...

 

Di un ligero cabezazo hacia la Televisión que ella había señalado.

 

-- Es un instrumento de comunicación maravillosa. Bueno, al menos en teoría es una gran oportunidad unidireccional para comunicar la información interesante y necesaria a la población muggle. Tienen la potencia de que la imagen entra con más fuerza que las palabras escritas. Lo malo, que la prensa no es tan libre como se pretende y cada cadena tiene una ideología precisa que defiende. En fin...

 

Mordisqueé un panecillo y suspiré. Mack resultaba tan elegante en tareas tan cotidianas como untando la mantequilla que no iba a hacer el ridícul0 imitándola así que me tragué el pan calentito sin nada encima.

 

-- No son sosos. Si tuvieran nuestra poción de revelado... ¿Has visto sus exposiciones de arte? Son maravillosas y muy creativas. Nuestras fotos se mueven, sí, ¿pero eso las hace mejores? Su interpretación de la realidad es mucho más creativa que verte en una foto sonriendo a todos los presentes como si estuvieras con ellos. Un Velazquez o un Boticelli, incluso los más modernistas... Eso es magia en pintura. Menos los expresionistas. Esos son feos.

 

Bueno, en otra ocasión veríamos una exposición de "La Caixa" para demostrarle lo que yo sentía al mirar una auténtica obra de arte. Pero ahora tocaba proseguir con la clase. Esperaba que Orión también contestara mi pregunta y, si era cierto que los otros dos alumnos estaban por allá camuflados, que se integraran en la conversación. No bastaría estar escondidos entre los muggles si no me lo demostraban.

 

-- Bueno, ahora vamos a hacer otro trabajo de campo. Quiero que escuchéis las conversaciones de los diferentes hombres y mujeres presentes y que podáis decirme a qué se dedican, qué eran y que son. Empiezo yo para daros un ejemplo. ¿Veis a esa mujer asiática de allá con el pelo cano? Se rasca las manos de forma disimulada. Tiene muchos arañazos en ellas, como si tuviera gatos. Y mucha pelusilla suelta en el chal que lleva puesto. Pero escuchar lo que dije...

 

El Anillo de Escucha empezó a funcionar y sentimos la conversación que mascullaba mientras tomaba aquel puré.

 

-- "Tantas horas cosiendo para ganar 10 euros, 18 horas para 10 euros... Mañana no vuelvo".

 

Fruncí el ceño, enfadada.

 

-- Sobreexplotación de un taller clandestino de ropa falsificada. Sus manos arañadas no es por jugar con gatos. Lo sé, tengo varios Kneazle y no desgarran así la piel. Eso se debe a su trabajo de costurera, los hilos de una máquina de coser al moverse con velocidad hacen esas heridas. La pelusa es por trabajar con tantas madejas de hilo que se mueven con rapidez. Diez euros al día... Con eso no tiene ni para comer ella, ¿cómo iba a tener mascotas? Acento extranjero, seguramente sea un sin papeles. Cuando se ha armado la discusión con aquí el rompe-botellas de aceite, ella ha buscado una puerta de salida.

 

Me sentía ofendida. Los muggles no lo tenían fácil. Aquellos en concreto, eran esclavos de sabandijas que abusaban de ellos. Tal vez... Sólo tal vez... Cuando la clase acabara... Y hubiera puesto a mis familiares de una patada en un traslador hasta Ottery... Podría hacerles una visita "amistosilla"

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Sonrió muy satisfecha cuando Sagitas pronunció la sentencia absolutoria: Aprobada en la parte de vestuario. Bien, ahora ya podía disfrutar de su deliciosa merienda.

 

- No te rías de mi -le reprochó a la pelivioleta entre un mordisco a una pasta de chocolate, que estaba sublime y un sorbito de su te - no hagas como que tengo voz de p***, yo no tengo voz de p***. ¿Qué les hacen hacer a los funcionarios de la Generalitat? Venga, dime, no tengo intención de copiar las costumbres salvajes de los mugggles, puedes estar tranquila.

 

 

Curiosamente, Sagitas parecía disfrutar entre todos aquellos muggles. Se la notaba contenta. Incluso sonreía cuando temía que hiciera realidad mi promesa de recuperar mi generosa donación al Comedor con los emolumentos de su Circo. Desde luego era una promesa que pensaba cumplir.

 

- ¿Criaturitas? ¿Te refieres a los dragones, basiliscos, nundus... esos seres tan adorables, pequeñitos y encantadores, como criaturitas? ¡Oh pobrecitos! No te preocupes, cuidaré bien de ellos, si no te llega para devolverme la bolsa de baratijas que le acabo de dar a Sor Mala Leche -bajó la voz, no quería más problemas con la hermana malas pulgas.

 

 

-- ¡Unas galletas buenísimas! ¡Y caras! -- mi sonrisa desapareció casi de golpe. ¿Había sido ella quien había dicho algo de pagar con el Circo o lo había imaginado? "¡Mi Circo no se toca!", pensé, con miedo. "Cualquier cosa menos mi circo, los animales van por delante de los humanos; que nadie me prive de mis criaturitas". Sonreí al darme cuenta que estaba discutiendo conmigo misma porque... ¿Cómo ella... iba... a...? Aunque yo desconocía muchas cosas de ellas; creo que pocos la conocerían en profundidad si no eran de su círculo más íntimo chiquito de la familia. Seguro que tenía mil conocimientos y habilidades que yo ni intuía.

 

Sagitas se enrolló como una persiana hablando de todos los cachivaches muggles que Mackenzie le había nombrado.

 

- ¿Útiles? No, no tengo idea de lo útiles que son esos móviles que dices -mintió. No iba a decirle que ella misma usaba uno para burlar a los espías. ¿Quién se iba a maginar que una bruja usase un móvil muggle para comunicarse? - ¿Y crees que esos móviles pueden ser interceptados como los Patronus? - Hacía ya tiempo que Mackenzie no se fiaba de esa forma de comunicación. Un Patronus era como una cartilla de identidad con patas, no era fácil desvincular al mensaje de su emisor y eso, en política, era una característica altamente recomendable.

 

El tema de la televisión le resultó muy interesante. Era curioso cómo los muggles se las ingeniaban para tener su propia manera de lanzar hechizos confundus. Y le gustaba eso de tener un medio de comunicación masiva para publicitar ideologías y creencias. Los muggles eran muy dotados en el arte de la manipulación. Aglo que Mackenzie jamás hubiera sospechado y, sin duda alguna, de mucha utilidad.

 

En lo que no podía estar de acuerdo es en que no fueran sosos. Lo eran. Y mucho. No le iba a replicar a Sagitas que Boticelli era un mago, en realidad y, en cuanto a Velázquez... bueno, aquella era una historia curiosa. Velázquez disponía de fuentes de inspiración mágicas, sin él saberlo.

 

Mackenzie estaba extrañada en cuanto al resto de sus compañeros de clase. Había una chica repartiendo manzanas orgánicas por ahí, pero no parecía muy pendiente de lo que decía Sagitas. También había visto a Orion por ahí, en medio de una pelea con indigentes, pero ambos andaban a la suya. Era una pena, con lo rica que estaba la merienda que les había preparado Sor Mala Leche.

 

Sagitas les sugirió otra tarea. Ahora tenían que escuchar las conversaciones ajenas y deducir de ellas a qué se dedicaban los muggles. La tarea habría sido sencilla si Mackenzie hubiera podido escuchar decentemente alguna palabra coherente entre todo aquel girigay de voces inconexas, la mayoría subidas de tono. Una característica que los muggles compartían con los magos era que a menor nivel cultural, mayor era el sonido de la voz de las personas. Tras el ejemplo que les planteó Sagitas, Mackenzie se esforzó en escuchar a alguien para poder cumplir su parte. Se concentró todo lo que pudo, hasta que sus oídos repararon en una extraña conversación dos mesas más allá.

 

La conversación tenía lugar entre un joven desaliñado, con tejanos y una sucia camiseta llena de grasa y un hombre mayor con anteojos y una bata de trabajo raída de un desgastado color marrón. Los bolsillos de la bata estaban abultados, como si su contenido fuera a desbordarlos en cualquier momento. Encima de la mesa, había un anillo de oro y una pequeña esmeralda a su lado, que el hombre mayor se metió rápidamente en el bolsillo, que tintineó en el interior del mismo, al contacto con su contenido.

 

- Demà a la nit.

 

- No, tiene que ser avui o mi mujer sospechará. Es mejor pillarla desprevenida. Y ya te he pagado por adelantado.

 

- Ho sento, no pot ser. Ha venido la policía. Hoy no puedo hacer el trabajo.

 

- Venga tío. He venido hasta aquí solo para esto. Sólo es un golpe con las tenazas. Tengo el coche en la puerta, si quieres te las traigo yo mismo.

 

Mackenzie observó a los hombres, medito unos segundos en silencio, se giró hacia la puerta y se volvió hacia Sagitas.

 

- Esos dos hombres, ¿qué dirías que son? Parecen ladrones, ¿verdad? ¿Hampones, quizás? ¿Crees que planean matar a la mujer del chico grasiento?

 

Mackenzie dejó que sus preguntas se prendieran en Sagitas, llenas de misterio. Aprovechó para llenarse otra vez la taza de te y degustar otra de las increíbles pastas de chocolate. Cuando consideró que el misterio había durado suficiente volvió a tomar la palabra.

 

- Pues no. Me temo que nuestra novela policíaca tendrá que esperar. El tipo joven con la camiseta llena de grasa es el propietario del taxi que está en la puerta, o sea, que es taxista. Ha venido hasta aquí para encontrarse con el hombre mayor de los anteojos, que sin lugar a dudas, es joyero. Su local está aquí al lado y la policía está investigando un robo que tuvo lugar anoche. Por eso ha tenido que salir deprisa y se ha refugiado aquí mismo, porque es lo más cercano a su joyería. El joven quiere hacerle un sorpresa a su mujer. Esa insistencia con el día, me da que seguramente es un regalo de aniversario. Y el problema que tiene es que el anillo se le ha desoldado y necesita que el joyero se lo arregle.

 

Esperaba impresionar a Sagitas. Desde luego no le iba a decir que había tenido algo de ayuda, pues aquel era el joyero que conocía. El que le iba a cambiar su bolsa de joyas a Sor Malas Pulgas. Había leído en un periódico que la noche anterior lo habían asaltado. Y, por supuesto, poco antes de que el hombre entrara al comedor, Mackenzie había oído el sonido de las sirenas de polícía que pararon de pronto, seguramente al estacionar los coches junto a la joyería.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Fue ese pequeño incidente que hizo que Orión estuviera un poquito más en su “salsa”. Vamos, que una buena pelea entre dos personas podía levantarle la sangre y la adrenalina a cualquiera. Le dedicó una última mirada furtiva al otro indigente y se dio vuelta para la mesa donde estaba la profesora y el resto. Ya se le había bajado las ganas de comer por más apetitosa que estaba la merienda de Sor Mala Leche.


Y se sentó a escucharlas, a Mackenzie y Sagitas. Puso el codo en la mesa y apoyó el mentón en la palma de la mano. No tenía tanto mundo como las otras dos y estaba particularmente interesado. Tanto que no le salían palabras de las bocas. Es decir, ¿Generalitat? ¡Rubíes! ¿Lechuzas que no son lechuzas? ¡Cajas de colores! ¿Velazquez o Boticelli? Buf, es que estaba mirando para todos lados y en cada rincón veía una de esas cosas que nunca en su vida se hubiera dado cuenta por sí mismo. Sí, bueno, había pasado tiempo entre muggles. Sobre todo en Londres, pero se manejaba con apariciones, de bar en bar. Lo máximo que conocía de ese mundo eran las luces de láser de las discotecas y las bocinas. Para él todo podía haber sido con una varita entre ellos. No es que le haya puesto mucha atención al asunto.


Qué se yo, pídele que analice la carta de el mago de las arcanas mayores antes de que te pueda explicar cómo una llavecita podía encender una maquinaria como un automóvil. Y, ¿trabajo forzado? Le sonó igual a los elfos. Já, claro, porque los magos no tenían trabajo forzado, por eso seguían existiendo los elfos domésticos.


Le sirvieron un café. Posó los dedos que escapaban de sus guantes rotos alrededor de la taza.


- Creo... Creo que esos bichos que están dentro de las orejas de esa señorita son como un fonógrafo mágico que hace que puedas escuchar música de cerca. Lo usarán para entretenimiento, supongo, conveniente, pero, ¿no es un poco excluyente?


Se estaba refiriendo a una de las ayudantes. Seguramente estudiante de trabajo social o alguna carrera por el estilo en la universidad de la región. El cable iba por dentro de su camisa y luego terminaba en el bolsillo, conectado a algo que el mago ignoraba. Suspiró un poco añorando. ¿Qué más se perdía de ese mundo?


Sus ojos fueron de un lado para el otro hasta que vio algo que lo dejó shockeado. Era un recipiente tipo cilindro, como si fuera una botella de aluminio con una tapa dosificadora. Sor Cara C*** (sí, soy un poquito más edgy) estaba usándolo para servir un líquido caliente. Pero hacía muchísimo tiempo que estaba ahí. Lo vio cuando llegó. Inspiró en sorpresa, ¿eso era un termo?


- ¡Necesito uno de esos! Estoy cansado de tener que calentar el té constantemente. Eso… ¡eso lo usan para calentar el agua!

Había levantado la voz y se dio cuenta que algunos se habían girado para ver qué estaba diciendo.


Levantó la mano disculpándose con Sagitas.


Ahora probaba dos cosas. Estaba viendo a quién podía escuchar y otro objeto muggle… Le costaba por el léxico. Se estiró hacia atrás donde había una persona de color y otro que parecía más europeo continental. Había cosas que se le escapaba… ¿“raya”? ¿“perico”?, que hablaban de un tal truño que era un pardillo y seguramente lo cogería vaya a saber quién. O estar más duro que una piedra. Buf, entre que a Orión le costaba un poco el español y… que bueno, mucho acento mucho acento. Tuvo suerte que no se agarró una conversación en catalán.


Capaz… capaz si escuchaba un poco más iba a entender el contexto.

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Tras mi ejemplo, suspiré poco a poco para dejar soltar el mal humor que me había entrado sin que se notara mucho. La comida no iba a durar mucho más, aunque Sor Mala Leche (¡glups, se me había pegado el bautizo de Mack a la pobre monjita!) no parecía tener prisa en echar a nadie, supongo que para causar buena impresión en la Representante de la Generalitat y La Caixa que les había hecho una donación tan grande. Bajé la voz aún más, casi hablando entre dientes:

 

-- ¿En serio me harás pagar tu donación? La hiciste porque te dio la gana -- esperaba que la Viceministra no se enterara pero demonios, tenía que decirlo o se me pegaría ahí adentro, en el paladar, y sería muy molesto. -- Si tú misma dices que eran baratijas...

 

Refunfuñaba un poco mientras ella hablaba de los Patronus y los móviles.

 

-- Sí, también se pueden interceptar. Quiero que entendáis que los muggles son muy inteligentes. Hasta me atrevería a decir que más que nosotros, los magos, puesto que desarrollan mil y un objetos para cubrir la Magia que no saben utilizar. Tienen inventiva y capacidad de observación que les hace usar la imaginación para superar los inconvenientes. O al menos en teoría es para eso... En fin, que los magos estaban tan acostumbrados a la vida fácil que con un hechizo lo hacemos todo. Ya me gustaría a mí que no pudiéramos usar la magia durante un día, sólo 24 horas sin ella... Valoraríais más a esta gente, estoy segura.

 

Era un alegato que sabía que era desdeñado por más de la mitad de la población mágica. Me era igual, me sentía orgullosa de defender a los no-mágicos porque, más de una vez, me habían sorprendido con soluciones excelentes a problemas que pocos sabríamos solucionar sin magia.

 

-- Como decía, sí, se pueden interceptar como los Patronus. Hay Equipos de Inteligencia que hacen obsoletos los objetos recién inventados. Es increíble la capacidad de invención y resolución que pueden desarrollar. Bueno, no quiero menospreciar a los nuestros pero siempre consiguen dejarme con la boca abierta. En fin... ¿Entonces... no hay novela de espionaje en esa historia...?

 

Estaba de acuerdo con Mack, había observado bien los detalles y deducido con lógica lo que sucedía entre aquellos dos hombres. Ya me hubiera gustado a mí que me prepararan un regalo con tanto sigilo. Por cierto, ¿dónde se habían metido mis familiares revoltosos, además de repartir manzanas? Esperaba que se hubiera sentado y no estuvieran dando la nota. Como un sólo muggle se enterara de su naturaleza, ¡las mataba!

 

-- ¡Ah, hola, Orión! ¿Ya has dejado de jugar con el muggle?

 

El muchacho se sentó a nuestro lado y parecía atender a la clase porque también nos dijo ejemplos de objetos muggles.

 

-- Eso son paratos de música, hombre... Sí, son excluyentes pero es que no todos tienen el mismo gusto musical y así cada uno escucha lo que quiere. Porqué... ¡Ay! ¿Qué pasó...?

 

Miré muy extrañada lo que señalaba. Cuando me di cuenta que estaba extra-súper-maravillado con un termo, enarqué la ceja. Gruñí levemente, olvidando que no quería hacerlo delante de Mack, para que no dudara de mis modales.

 

-- ¿Tan maravillado por un termo? Eso es que paseas poco por "Mega Ayudas Sagitas". Vendemos botellas tratadas mágicamente para conservar la temperatura del líquido que contiene. Y son mejores que los termos, que tienen duración limitada. Pero sí, tienes razón, es un gran invento eso de poder mantener el té calentito para cuando quieras sin tener que prepararlo.

 

Mordí otra galleta pero recordé que en ella podría irse uno de mis bichitos y se me atragantó un poco. Tosí y sonreí a Mack. Era broma... Seguro que no se atrevería a...

 

-- Bien, ahora haremos lo contrario. Decir una cosa con la que mejoraríais con la magia la vida de alguno de estos usuarios del Comedor Social. Si pudierais proteger o cambiar la vida de uno de ellos, ¿cómo lo haríais? Eso sí, debe de estar relacionado con su forma de vida. En mi caso, a esa mujer le conseguiría un trabajo relacionado con la moda, haciéndome pasar por una asistenta social que le ayuda a buscar un trabajo más adecuado. Aunque para eso tendría que leer su expediente, saber si está casada o tiene hijos, ya que todo cambio en ella también sería para su entorno. ¿Y vosotros? Elegir una persona y sugerir un cambio que le ayudara, intentado que fuera explicable mugglemente aunque uséis la magia para ello.

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La bruja ya había dejado de discutir acerca de la comida y volvía a concentrarse esta vez en entregarle sus platos sucios a la persona que iba levantándolos pero le dirigió una mala mirada por las manchas que había dejado en el utensilio

La pelirroja maldijo por dentro, sin poder usar magia en aquel sitio so riesgo de que su hermana no quisiese pagarle el seguro de la bicicleta que le había dado contra la pared... o había sido un bus?... ya no se acordaba, pero para el caso no estaba de buen humor. Y vamos!! Estaba cubierta de hollín porque estaba disfrazada de limpia-chimeneas, que no se suponía que los muggles que se dedicaban a eso tenían que estar sucios de aquella forma?

-Al menos podría ayudar a lavar la loza, para variar señorita...

Dijo la monja más que ofendida sin reparar en si las conocidas de Hayame hacían caras de saber que la Snape solía encenderse como cerillo y por ende, empezaba a hacer muchas tonterías una detrás de otra

-Pero no se supone que es un comedor social donde puedo venir a comer porque no tengo ni en donde caerme muerta, si acaso acompañada por mi bicicleta y por mi escobillon??

Preguntó y algunas monjas se acercaron para intentar calmar la situación

A la vampiro hasta se le había olvidado que estaba la clase de Sagitas cerca, cuando empezaba a verse rodeada entraba en estado defensivo lo que era a igual, le subía el volumen a la voz

-Nadie me dijo que para comer tenía que pagar con trabajo de lava platos- siguió quejandose y esta vez, agitaba los brazos y el enorme escobillón que sostenía en una mano

Una de las mujeres movió sus manos intentando calmarla

-Señorita por favor... le suplico que...

-Además de que he hecho un gran esfuerzo para portarme mejor de lo acostumbrado y... -seguía diciendo Hayame pero entonces, alzó la mirada y pegó el grito más fuerte del mundo- UNA RATA!!!

Menudo momento en que todos voltearon hacia algunas tuberias que cruzaban por el techo y a la pelirroja no se le ocurrió otra cosa más sabia o inteligente que arrojar su enorme y pesado escobillón hacia donde había visto al roedor que bien podía haber sido el Ratatouille tratando de ayudar a dar algo de comer decente a los pobres muggles

-MUERE ROEDOR!!

-SEÑORITA, ESTOS TECHOS SON MUY FRAGILES Y DE MADERA CON MUCHOS AÑOS...!!

Chilló una de las monjas pero al siguiente momento, un enorme estruendo y una gran polvadera junto con más gritos dejaron ver que una buena parte del techo del comedor se había derrumbado sobre las monjas, algunos incautos, Hayame y los que estaban repartiendo la comida entre la gente del sitio

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