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En el Comedor Social de El Raval, barrio marginal


Sagitas E. Potter Blue
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Mega Ayuda Sagitas. A veces se sentía un poco desplazado porque muchas de las soluciones de los problemas más simples estaban al alcance de un movimiento de varita. Renegaba un poco, de todas maneras, de tener que depender constantemente de la magia. Sí bueno, calentar el agua podía resolverse con un encantamiento especial o un recipiente armado para eso. Capaz, que esa fascinación por un termo venía de la mano de algo más. Capaz, era el hecho de que los muggles, sin magia ni atajos directos, podían sortear cuestiones que a él le resultaban imposibles.


Se llevó un pedazo de galleta a la boca cuando vio el techo derrumbarse sobre las monjas. Estiró las comisuras de su labio hacia abajo en señal de incomodidad y un poco de dolor. Soltó un uff… Y se dio vuelta para ver dónde estaban los dos que venía escuchando. Vio que se pasaron unas bolsitas de polvillo blanco. Todo tenía sentido ahora.


- Sagitas… tenemos un par de “emprendedores”. Ya sabes… “mercaderes”... Bueno, están vendiendo droga. Y por las pintas del que recibe el paquete, es el empleado que si no llega con la cuota muere. Si me preguntas cómo solucionar su vida, metería preso al puntero y lo mudaría a otra ciudad. Capaz… le arreglaría sus ropas cuando esté durmiendo diciendo que fue un favor de la congregación y lo enviaría a trabajar a la otra punta del país.


Había un problema y es que Orión no conocía todas esas nociones de paro. Para él, o lo que él sabía, el mundo siempre tenía trabajo y las posibilidades de hacer algo por dinero. Si existía la pobreza era porque había un superior que estaba oprimiendo, de alguna manera, de alguna forma. No categorizaba esta opresión, podía ser estatal o de un tercero. Daba igual, el resultado era penoso. Y, de alguna manera, él mismo estaba en esa lucha.


- No sé bien… lo visitaría de vez en cuando. Como Cooperación Internacional un poco de movilidad debería tener -dijo esto susurrando un poco y guiñandole el ojo.


No vaya a ser que lo despidan por eso y no por… no sé, ¿tráfico de bienes ilícitos?

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Por hablar con mis dos alumnos presentes (ya había asumido que lo otros dos no estaban en el comedor muggle), dejé de vigilar a las otras tres personas que debían de estar controladas. Sabía que mi responsabilidad urgente y sin dilación eran Mack y Orión, a ellos me obligaba mi papel de profesora con la Directora de la Universidad. Mi familia era otra cosa, debía sacarlas de allá cuanto antes para evitar problemas con el Ministerio. Se suponía que no debían de estar allá y no estaba segura de que hasta qué punto podría librarme de una implicación por su presencia en el mundo muggle.

Fue por eso que salté cuando sentí el estruendo. No sé si fue primero el grito sobre una rata o el ruido del techo al desplomarse. No sé si decir que fue suerte o desgracia que nosotros nos encontráramos fuera del radio de acción del derrumbe, pues sólo nos llegó el polvo, las telarañas y la mugre de las tuberías que empezaron a soltar agua.

 

-- ¡Mana! -- grité y salté.

 

De acuerdo, no me preocupé por Mack ni por Orión y sí por mis dos hermanas y la loca de mi sobrina disfrazada de monja. Pero ellos estaban allá sentados a mi lado, con la ropa ensuciada pero vivos mientras que ellas permanecían bajo los escombros.

 

-- ¡Xell, Ash, Hayaaaaaa! -- grité. Segundos antes escuchaba la elucubración de Orión sobre unos vendedores de droga. Lo odiaba y seguro que hubiera hecho algo. En los dos mundos, el uso de pociones ilegales está penado por la Ley y hay que denunciarlo.

 

Pero ahora mi prioridad era otra. ¡Ah, no, esperar! Mi prioridad debía de ser aún la clase muggle.

 

-- ¡Mack, creo que arreglar ésto te va a costar otra bolsa de esa de rubíes! -- le grité, como si ella fuera la culpable de lo sucedido. -- Vamos, lección nueva de la clase: los servicios de emergencia muggles. Ahora vais a ver un despliegue de todo tipo unidades de las Fuerzas de seguridad: policias, bomberos, servicios médicos... Un poco de todo, como nuestro Escuadrón de Aplicación de Ley Mágica, el departamento de Accidentes y algunos departamentos más. Si permanecéis al acecho, veréis que sus procedimientos son similares a los nuestros, aunque sin usar magia. Ante todo, evacuación del personal, salvación de los heridos y evacuación, hospitales de campaña en las inmediaciones y, si es posible, protección del immueble para evitar más derrumbe, apuntalamiento del edificio y control y/o evacuación de los colindantes. ¿Os interesa? Entrará en el examen.

 

No sonreí, tenía que sacar ayudar a los pocos que quedaban. La mayoría había desaparecido pero algunos, sobre todo las monjas encabezadas por Sor Mala Leche, intentaban rescatar a los que estaban bajo las vigas de madera. Me puse a su lado, con la varita pegada en el brazo. Seguro que nadie se fijaba en eso.

 

-- A la de una, a la de dos... ¡Guau, Sor ... como se llame...! ¡Qué gran fuerza tiene...! -- intentaba bromear en aquel momento pero estaba muy asustada. Si se morían mis hermanas en el mundo muggle, ¿cómo iba a pedir sus cuerpos para enterrarlos en Ottery?

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Entrecerró los ojos para protegerse de la nube de polvo. Los escombros estaban por todos lados. Y, al igual que su anterior comida, la merienda se había arruinado. El comedor se parecía más a una corrida de toros que un sitio seguro de la marginalidad muggle. Se refregó un poco y cuando tuvo la visión más clara, se apartó de la mesa antes de que la voltearan por el revuelo causado. Había escuchado a Sagitas decir sobre los cuerpos de seguridad. Nunca hubiese podido conectar las sirenas de la policía con lo que se estaba refiriendo.

Entendamos que el tipo estaba sin varita, en un ambiente hostil y con ruidos varios de afuera del comedor. En su vida, había visto policías en Londres, pero ahí en Barcelona eran diferentes, los ruidos, el proceder, el idioma. Inclusive el cuerpo de bomberos y un corresponsal de un medio periodístico muggle se habían presentado.

- Hermosa la clase, Sagitas. Creo que prefiero volver ya a Inglaterra, pegarme un baño y tomar el té, gracias. Nos vemos pronto.

Hizo una leve reverencia y, como una rata asustada, salió disparado para la cocina. Empujó a un par de tipos que se le habían puesto en el camino y siguió buscando entre las habitaciones. Dio, finalmente, con una puerta que daba hacia un callejón a un lado del comedor. Se fue caminando del lugar con la mano en los bolsillos. Nadie le preguntaría nada a un indigente.

Así aprendió un poco más del otro mundo con el que convivía y terminó admirado, de alguna manera, de la forma en la que personas sin magia resolvían sus problemas diarios. Ahora pensaba que capaz el animal suelto, o el terremoto ocasional en el Ministerio no eran situaciones tan catastróficas como pensaba.

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¿Cuánto tardaron los bomberos y las ambulancias en llegar a aquel lugar? No lo sé, no demasiado, supongo, aunque fue el tiempo suficiente para recuperar a dos de mis tres familiares, a la monjita Xell y a la zarapastrosa (ahora más) de Hayame. Había rabia en mi rostro cuando las saqué de los escombros y comprobé que no tenían ningún hueso roto, como les aseguré a los que intentaban llevarlas al puesto de emergencias.

 

-- No tienen nada, no les pasa nada -- aseguraba yo, lanzando episkeys para que fuera realmente cierto. Es todo un arte usar la varita sin que esos muggles se den cuenta. Bajé la voz para que sólo ellas me oyeran. -- Como os separéis de mí, os mato aquí mismo y dejo que os entierren en una fosa común en el Cementerio de Montjuic.

 

Amenaza clara. Enseguida encontré a la otra hermana díscola que aún llevaba en la mano el cesto de manzanas.

 

-- Deja eso en cualquier parte y ven aquí -- le ordené. Estaba enfadada. ¡Claro que estaba enfadada! ¡Es qué no podía dejarlas solas, en cuanto me despistaba, estos accidentosos me derrumbaban algo! ¡Y encima delante de Mackenzie! La miré y le sonreí, de forma desenfadada. -- Tú no te preocupes, Mack, un par de reparos y apuntalamos esa zona mientras no refuercen la viga central y como nuevo.

 

Ahora sí que me iba a dejar en la miseria. Ni mi bóveda trastero ni la liquidez de mis bóvedas de negocios iban a cubrir la multa que me iba a meter el Ministerio. Bufé y busqué al otro alumno.

 

-- Orión, ven a...-- Enarqué una ceja y le vi alejarse. -- ¿A dónde te crees que vas? Vuelve aquí inmediatamente o te suspendo.

 

¡Ay, demonios! Si le suspendía se podría chivar a Candela y encima tendría problemas con la Universidad. Otro mes más que destrozaba algo. ¿La mantendría como profesora de Estudios Muggles? Seguramente no, la próxima clase la daría otro menos problemático que yo, estaba segura. Carraspeé.

 

-- Vale, Orión. Si llegas sano y salvo a Inglaterra, estarás aprobado. Y vosotros, aquí, todos... Vamos a desaparecernos. Os llevo a casa y ya hablaremos allá de lo que habéis hecho. Y espero que ayudéis a restaurar todo esto en cuanto vengan los paletas a hacer un remiendo. -- Había fiereza en mi mirada, sobre todo en dirección a Hayame, la más peor de todas. -- A ver, Viceministra, póngase a mi lado que la voy a sacar de aquí. Hermanas... Sobrina... A la de una, a la de dos... A la de...Tú también estás aprobada, Mack -- le susurré. -- ¡A la de tres!

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