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Libro de la Sangre XXXII


Sagitas E. Potter Blue
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El Jardín Botánico de Londres estaba cerrado al público. Por supuesto, eso no fue un impedimento para mí y mis deseos de ver la única exposición en suelo inglés de las Rosas Negras de Halfeti. Aspiré con fuerza el casi insoportable aroma de tanta planta diferente junta y sonreí. El lugar era precioso: se entraba por una escalinata de mármol de Carrara, al igual que las columnas dóricas que acompañaban el ascenso. Al llegar a la plataforma de entrada, la visión de un antiguo templo romano en ruinas, invadido por hiedra, ya sugería lo que íbamos e encontrar en el interior. Hay que reconocer que los muggles habían hecho un buen trabajo de adaptación para que no se notara el invernadero de cristal que cubría todo aquel magnífico decorado.

 

Me lo llegué a creer, como se lo creían los miles de visitantes anuales que tenía aquel Museo de Jardín Botánico. Pasear por aquellos pasillos de luz verdosa, útil para molestar lo mínimo el proceso de la clorofila de las plantas para llegar a la fotosíntesis, creaba una atmósfera que te sumergía en el paseo por un antiguo y poderoso templo de los dioses paganos, dominado finalmente por el poder de la Naturaleza.

 

Allá se respiraba paz, armonía, calma... Era algo que necesitaba para impartir la clase que hoy iba a hacer. El Libro de la Sangre era especial, podría ser bueno o malo según el mago o hechicera que lo realizara y, en esencia, desconocía todo sobre la mentalidad de @. El único rumor que había llegado a mis oídos era que formaba pareja con una compañera de mi bando de la Luz, Dennis Delacour. Así que esperaba que la clase sería interesante, si era lo mitad de buena con la varita que ella y lo buena persona que era la fenixiana.

 

A la otra alumna, @@Xell Vladimir Potter Black, la conocía perfectamente y sabía que este libro iba a ser un reto para ella. Conocer el Libro de la Sangre la iba a disgutar, estaba segura, los hechizos no le iban a gustar pero estaba segura que su espíritu de sacerdotisa le sacaría todo lo bueno que se podía lograr con ellos. Ella podría, ponía mi mano en el fuego de que saldría mejorada de estos conocimientos.

 

5nK3sqQ.gifLes había mandado una lechuza en la que las citaba en el interior de aquel edificio a las once de la noche, junto a la exposición de aquellas flores negras de Turquía, tan especiales como este libro. Les había informado que era la profesora suplente y que llevaran el libro, junto a todos los adornos que incluían éste y el anterior para su uso en este estudio. Desde el cielo de cristal que simulaba el aire libre de aquel templo derruido, entraba la luz de la luna llena. Esperé hasta sentir sus pasos. Invoqué mi Daga del Sacrificio y me corté la mano, dejando que la sangre goteara por encima de uno de los parterres del rosas, manchando sus oscuros pétalos.

 

-- Bienvenidas a la Clase del Libro de la Sangre. Vamos a hacer un Juramento de Sangre en la que prometemos no causar ningún tipo de daño a ninguno de los especímenes de flora de este Jardín Botánico. No sé si sabéis qué significa ésto: si alguna de nosotras lo incumple, recibiremos un doloroso y profundo corte que sangrará, necesitaremos curarnos. ¿Lo entiendes? Pues venga, darme vuestra mano para que os corte con mi daga. Si os negáis, la clase acabará aquí y tendréis que matricularos de nuevo y, por supuesto, con otro profesor. Yo no admito a pusilánimes a mi lado. Que no os engañe mi aspecto y las habladurías de que soy una payasa necia. Lo soy, sí, lo de payasa; y tal vez lo de necia. Pero soy buena en mover la varita.

 

Tendí mi mano sanguinolenta hacia ellas, esperando las suyas para marcarla con mi Daga.

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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Pasé la siguiente hoja del Libro de la Sangre que acababa de adquirir en el Magic Mall. La lectura era inquietante, casi me arrepentía de haberlo comprado. Aquellos hechizos, lo que sucedería cuando usara los hechizos... No, no era como el de la Fortaleza. Aquel era mucho más serio y jugaba con poderes más poderosos, supongo que por eso era de un nivel superior. Pero hacer hechizos con la sangre... ¿Cómo es que no lo había relacionado? Por un momento pensé que era mejor no cursarlo, iba en contra de mi naturaleza casi todos los hechizos que mencionaba.

 

Lo cerré con cuidado sólo porque pensé que si lo hacía de golpe, salpicarían gotas de la tapa, tan roja como el elemento que nombraba. Seguramente, habría cedido al miedo y lo hubiera devuelto a mi bóveda trastero para olvidarme de él cuando recibí una lechuza desde el Ateneo. Era de la tía Sagitas por lo que la abrí enseguida. Me sorprendió saber que ella impartiría la clase pero, a la vez, me dio algo más de seguridad. Con ella, sería imposible que usara la magia para hacer cosas malignas. Conocía a la tía, era una buena persona camuflada en escudos de frialdad, era una gran sacerdotisa, como yo. Ella emplearía el libro para el Bien.

 

Eso me decidió. Releí el pergamino y algo me picó en la mano, la lechuza quería irse y me pedía algo por su servicio. Me hizo gracia y accedí a darle dulces. Después leí, por tercera vez, el lugar de encuentro: El Museo del Jardín Botánico. Nunca había estado allá, me pareció un lugar precioso, rodeada de naturaleza. Lo malo era lo tarde que nos había citado: a esas horas de la noche, yo solía dormir. Respetaba mucho mis horas de sueño, ¿por qué habría decidido hacerlo tan tarde?

 

Aproveché que iba vestida con un vestido azul cómodo, con las bailarinas planas, y sólo añadí una chaquetita de lana del mismo color, muy sencilla, para paliar el fresco aire de la noche. Me recogí el pelo con una diadema, para que no me cayera a la cara. Después salí en busca de aquel lugar.

 

Llegué puntual. Aún quedaban un par de minutos cuando accedí a la puerta. El lugar estaba cerrado, supongo que por eso había decidido hacerlo en horas tan intempestivas, para no encontrarse con ningún muggle. Pero... ¿No habría vigilantes? Toqué la puerta y se abrió. Miré a los lados. Eso era cosa de la tiita, seguro... Entré. Era el lugar más hermoso que había visto en el mundo de los muggles. La vegetación reinaba en todo el lugar, simulando que había invadido un antiguo templo clásico derruido. La luz era algo siniestra. Mis pasos se oían demasiado, la idea de vigilantes que se paseaban por allá me hizo caminar de puntillas. Una señal indicó el lugar que buscaba: la exposición de rosas de Turquía.

 

Cuando llegué, Sagitas sangraba. A punto de levantar la varita para defenderla de un ataque, ella habló.

 

- ¿Te lo has hecho tú?

 

Estaba atónita. Sobre todo por la dureza de sus palabras: Sin embargo, coincidía con ella, las plantas no tenían ninguna culpa de nuestros deseos de aprender magia nueva. Miré a la compañera que se había unido en algún momento a la aventura dentro de aquel bonito invernadero. ¿Lo haría? Casi oía las gotas de sangre golpeando los pétalos de las rosas.

 

- No soy pusilánime tía - momentos antes había estado a punto de no presentarme. - Ni tú eres necia. Eres una gran persona y sé que voy a aprender mucho contigo.

 

Le tendí la mano y, mientras me cortaba, pensé en el Juramento que hacía: ningún daño a ninguno de los especímenes de flora de aquel Jardín Botánico.

 

- ¿Cuánto dura el hechizo? ¿O es de por vida, tía Sagitas?

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El libro de la Sangre era el próximo libro que me había decidido a cursar, muy curioso que mantuviera el nombre de aquello de lo que más me gusta beber. El libro yacía en la mesa de noche de mi habitación, tras adquirirlo había ojeado cada hoja que le pertenecía, y conmigo escondida llevaba la daga, la cual aún no sabía usar pero ya me sentía eufórica por poder comenzar con ella.

 

Ya eran las once de la noche cuando me encontraba a las afueras de el Museo del Jardín Botánico, a la espera de cualquier otro alumno con quien compartir la clase. Giré mi cabeza al escuchar algo pasar por entre los arbustos, un conejo cruzaba y desaparecía por entre los arboles. Regresé mi vista a la entrada para visualizar una figura femenina atravesar las puertas de entrada, tomé mi mochila donde llevaba los tres libros que hasta ahora poseía junto con cada amuleto y la nueva daga.

 

Entré al Jardín Botánico, pisándole los talones a la rubia hasta llegar a los panterres de rosas negras, donde una mujer de peculiares cabellos violetas dejaba caer gotas de sangre de su mano sobre una de las flores. Mis glándulas comenzaron a producir saliva y a la par sentía como mis pupilas se oscurecían, sintiendo mi vista más aguda al igual que mis sentidos. Deducía que era Sagitas, la profesora que hoy nos enseñaría lo necesario y esperaba que más sobre el libro.

 

Escuché sus palabras, en silencio. Y mientras la rubia contestaba caminé hasta ella, extendiendo mi mano, a la espera de sentir el filo de la daga rozar mi palma. El olor a sangre me distraía un poco, haciéndome segregar un poco más de saliva - Juro no causar ningún tipo de daño a ninguno de los especímenes de flora de este Jardín Botánico - Pronuncié sin más, sintiendo el corte en mi mano y la sangre correr por ella.

 

Mi cabeza comenzó a palpitar, y la sed de sangre me desesperó por algunos segundos. Me alejé unos pasos de ambas y cerré mis ojos. Concentrándome únicamente en el libro, en la clase, en la sangre.

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Por supuesto, la reacción de las dos chicas fue completamente diferente. La primera en llegar fue Xell y su preocupación extrema por la sangre de mi mano me hizo sonreír, a pesar que había sido yo la autolesiva que me la había provocado. La otra chica, Zoella, había sido más silenciosa y su actuación muda me explicó mucho más de ella que, tal vez, lo que pretendía. Supe enseguida, por su lenguaje corporal, que era una vampiro y que la visión de la sangre la alteraba. Hice un pequeño mohín. No la conocía así que tampoco podía saber si ello era un problema para la clase o no. Por regla general, todos los vampiros que conocía eran capaces de soportar la tentación de agredir a nadie por chupar su sangre, al menos en los actos sociales y, supongo, una clase lo era.

 

-- Sí, Xell, dura toda la vida -- le dije muy seria. Pero no pude mantener firme ante la cara de preocupación de mi sobrina. -- No, es mentira. Durará toda la clase así que esta vinculación desaparecerá en cuanto hayamos salido del Museo.

 

Le sonreí para que no se enfadara ante mi pequeña bromita. Zoella acababa de hacer el juramento y su sangre ya corría por su mano. Xell, a pesar de estar sangrando también, no había pronunciado ninguna palabra. Negué con la cabeza al darme cuenta que lo había hecho a nivel no verbal.

 

-- No, Xell. Así no funciona. Este libro, a excepción del conjuro "Maldición" que aprenderéis dentro de un momento, todos los hechizos son verbales. Así que tendrás que repetir el juramento o no funcionará. Y sé que tú estás totalmente de acuerdo en proteger las plantas, así que repite en voz alta, como lo ha hecho Zoella: " Juro no causar ningún tipo de daño a ninguno de los especímenes de flora de este Jardín Botánico".

 

No quería que se lo tomara como una reprimenda pero era mi labor que aprendiera bien los hechizos de este libro para poder usarlos en su momento.

 

-- El Juramento de Sangre que acabamos de aplicar es muy sencillo pero tiene muchas más aplicaciones en la vida real. Para su uso, hay que invocar la Daga del Sacrificio y, sí, eso lo podéis hacer en silencio y no costará nada que aparezca en vuestra manos. Su uso puede ser, llamándolo de una manera dual, bueno o malo, en la amplitud que estos vocablos significan. Así, la Daga del Sacrificio se puede usar para Dañar o para Proteger.

 

Hice un segundo de paro para que la idea les cuajara.

 

-- Su uso para Dañar implica decir en voz alta "Immolo oppugnare": te hieres a ti mismo y provocas la misma herida, exactamente la misma, en el objetivo marcado. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para usarlo puesto que la herida tendrá la misma gravedad que te provoques en ti mismo y el riesgo también. Este movimiento implica obligatoriamente que tengas que curarte. Así, su uso, para ser efectivo, tendría que implicar que el otro no se pueda curar y tú sí o poco beneficio le puedes sacar. Aunque en grupos, es muy efectivo.

 

Mi mirada se había hecho dura. Era mucho lo que implicaba este uso de la Daga y había que ser capaz de hacerlo, no sólo saber hacerlo.

 

-- El otro uso es el de Proteger e implica decir en voz alta "Immolo ad protegendum", con lo que, en este caso, recibirás tú las heridas que debiera sufrir la persona a la que quieres proteger. Suele usarse en momentos como... -- Miré a los ojos a Zoella y después a Xell... No, ese caso no podía exponerlo en público ante desconocidos. -- ... Como los de Guardias de Seguridad de algún personaje importante. Suelen usarlo para evitarle daños. Yo, estoy segura, lo podría aplicar por un familiar, uno de mis hijos, en su defensa. Estoy segura.

 

Esta última frase la pronuncié con una gran firmeza, pensando que lo daría todo por Ithilion, a quien defendería como fuera necesario. Respiré hondo, no quería ponerme tan seria aunque los hechizos del Libro de la Sangre realmente lo eran.

 

-- Bueno, pero no todos son tan serios -- dije en voz alta, aunque me estaba respondiendo a mí misma y a mi pensamiento anterior.-- Tenemos una invocación divertida, la Maldición. ¿Sabéis cómo funciona? Venga, usarla la una contra la otra, a ver qué sucede. Es no verbal, recordar, así que en teoría pillaría al contrario por sorpresa, algo que no va a ser el caso ahora.

 

Sí, era mejor aquel punto de relax, antes de seguir explicando más durezas del Juramento de Sangre .

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No sentí a la que iba a ser mi compañera de curso. Sagitas había usado el plural desde un principio por lo que sabía que compartiría clase. La chica, sin embargo, no se presentó y contempló la sangre que corría por nuestras manos, antes de hacer su juramento. Esperé a que acabara antes de presentarme.

 

- La tía Sagitas se cree que todos nos conocemos y no nos ha presentado. Como ella es famosa... Soy Xell Vladimir Potter Black, encantada de conocerte en esta clase. Este lugar parece muy bonito a estas horas de la noche, un poco siniestro con esta tonalidad verdosa. Pero la luz de la luna es hermosa, ¿no crees?

 

Aunque tal vez no debiera hablar de luna llena con ella, si sospechaba que era una vampiro. ¿O la luna lleva afectaba sólo a los licántropos? Ay, qué dudas. Quería ser amable con ella. Estábamos en un estudio común con un libro que parecía difícil en el aprendizaje y en la moral, por lo que había leído, así que era mejor compartir dudas de forma positiva, de buen rollo común. Señalé las plantas negras que tenían restos de las gotas de sangre de nuestras manos.

 

- Es la primera vez que las veo. Son preciosas.

 

La tía Sagitas se dirigió a mí, di un bote porque no la estaba escuchando, intentando conectar con la chica. Creo que me había pillado porque dijo que duraba toda la vida y no supe a qué se refería. Después, cuando dijo que era broma y que sólo duraría el tiempo de la clase, recordé que había preguntado por la duración de aquella herida.

 

- ¿Qué no funciona? ¡Oooooh! Es verbal... Nunca entendí bien que si piensas un hechizo, no funcione si no lo dices en voz alta. Gracias por hacerme ver la diferencia, tiita. - Espero que no sonara a burla. Era cierto que no le había dado importancia a ese detallito. Así que repetí la frase en voz alta, tal como la había dicho ella: - Juro no causar ningún tipo de daño a ninguno de los especímenes de flora de este Jardín Botánico.

 

Claro, no quería que ninguna de las plantitas sufriera daño, así que no me importó repetirlo, esta vez en voz alta. Me puse un pañuelito encima de la herida para contener la sangre que aún goteaba. La tía Sagitas comentaba los nuevos hechizos a aprender y quería permanecer atenta. Pero me sentía horrorizada por el uso de aquella magia.

 

- El "Dañar" es horrible, ¿cuánto hay que odiar a una persona para que no te importe hacerte heridas a uno mismo y así herirla? Es como un uso equivocado... - Sabía que estaba dándole una visión de sacerdotisa a este hechizo; sin embargo, estaba segura que, de quererlo, podría aplicar este hechizo en algún caso que no tuviera que tener este significado de malvado. Aunque creo que me costaría mucho. - Prefiero el otro uso, el de "Proteger", entra dentro de mis características espirituales como Sacerdotisa.

 

Me extrañaba que Sagitas estuviera tan seria al hacer las explicaciones. Todo lo que decía apoyaba la idea que había tenido en casa sobre el Libro de la Sangre. Era malvado usar el poder de la Sangre para usar la magia. Aunque, pensándolo bien, era necesario conocer todo tipo de magia para dominarla. Su semblante cambió al pedir que usáramos aquel conjuro no verbal, el único que lo era de todos los que había en el libro, como nos había recordado.

 

- No lo hice nunca pero leí la teoría, tiita - moví la varita en círculos, a modo de calentamiento de la muñeca. - Implica que ella dirá un hechizo que no le saldrá y no me afectará a mí. Maldición - le dije, señalando a la muchacha con la punta de la varita. No quería reírme de lo que sucediera porque sabía que la siguiente era yo.

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Una vez mi sangre siguió corriendo por mi mano escuché la reprimenda de Sagitas a la otra bruja, que por lo visto se llamaba Xell. Explicaba que cada juramento debería de ser pronunciado de tal manera que se quede vinculado a las otras personas, atándonos a esa promesa. Mis oídos chillaban, aún podía sentir el olor a sangre en el ambiente, había logrado concentrarme pero, sin embargo, se me dificultaba el no percibirlo.

 

Xell por otro lado comenzó a hablar, y cuando se callo me di cuenta de que se dirigía a mi. Giré mi vista a ella, y con mi rostro aún serio contesté - Zoella Triviani - para seguir prestando atención a lo que Sagitas iba a decir. Aunque las palabras de Xell causaron que una risa brotara desde mi garganta - La cuestión no es odiar, a alguien para hacerle daño. Yo no te odio, pero no dudaría ni un segundo en dañarte - Solté, encogiéndome de hombros.

 

Por su parte, la pelivioleta continuó explicando sobre la maldición, hechizo no verbal que causaría sobre mi contrario, en este caso Xell que su suerte se vuelva nefasta. Sonreí un poco, y rápidamente antes de que ella comenzara a pronunciar palabra alguna pensé en el hechizo Maldición, a su vez, ella comenzó a hablar diciendo el mismo hechizo, que no causo en mi más que y una risa, ya que su varita sólo soltó un pequeño chispaso y luego desprendió un poco de humo.

 

- Entonces, si la maldición es un efecto no verbal, que si se usa en un duelo hace que la otra persona al pronunciar un hechizo lo haga mal por lo tanto no le funcionaria. Cosa que le ha pasado a ella. ¿Es correcto? - Pregunté, girando mi vista a Sagitas a esperas de una respuesta.

 

Descolgué mi morral de mis hombros, lugar donde guardaba mis otros libros y aquellos amuletos que no logré colgarme. Prefería mantenerlos cerca antes de sobrecargarme de accesorios. Tomé la misma de un lado, y la dejé tirada en el suelo, sintiéndome más ligera por si debía de moverme en algún momento.

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Casi me morí de la risa con la chica cuando me hizo ver de forma tan práctica el error de novata que había cometido. Era muy boba, la tía Sagitas me lo había advertido antes, cuando el juramento con la Daga: " a excepción del conjuro "Maldición" que aprenderéis dentro de un momento, todos los hechizos son verbales." Y yo lo había dicho en voz alta, dejando la posibilidad que se adelantara a mi hechizo.

 

- Malditubisión - ahora que me había parado a pensar en lo que había dicho, me había dado cuenta que mi hechizo había sido una total metedura de pata. No tuve más remedio que reírme de mí misma.

 

La chica, que antes se había presentado como una Triviani, preguntaba si era correcto el uso que había hecho del hechizo.

 

- Creo que sí, que lo has hecho perfectamente, Zoella.

 

Como ella se había presentado así, esperaba que no le importara que la llamara por su nombre. Parecía dura de carácter, aunque eso no podía asegurarlo. Pero su afirmación de que no dudaría en hacerme daño si fuera necesario, había sido muy clara sobre su forma de pensar. Suspiré. Aún me sentía reacia a hacer la clase pero había de reconocer que aquel hechizo, al menos, era divertido. Pensé de nuevo en el hechizo, para demostrar a Sagitas que lo sabía hacer si me lo proponía. No quería que tuviera mal concepto de su sobrinita. "Maldición", dije en mi cabeza para que nadie más lo oyera, sólo un pensamiento mientras la señalaba con la varita.

 

- Anda, Zoella, deja que vea qué efectos tiene este hechizo, vengaaaa... - Lo dije en tono divertido aunque algo me indicaba que aquella muchacha no lo era. Parecía muy seria.

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Las palabras de la rubia me hicieron soltar una media sonrisa, las palabras que habían salido de su boca intentando maldecirme no fueron más que balbuceos inentendibles para los oídos. Esperaba la respuesta de Sagitas, sabia que el uso que le había dado era el correcto pero una aprobación de su parte me serviría para terminar de confirmar lo que sabía.

 

En silencio esperé, mientras escuchaba como la rubia pedía que le lanzara o hiciera algo, seguro había lanzado la maldición sobre mi con su movimiento de varita de hacia unos segundos "que pesada" pensé, pateando mi bolso a un costado y recogí los cabellos de mi peluca en una coleta alta, despejando mi vista de los cabellos que se interponían frente a mi vista - A ver, que podría lanzarte. Puede ser un Avada, pero dudo que la profesora me lo permita - susurré, tomando mi varita nuevamente entre mis manos.

 

- Desugo - Pronuncié erróneamente, mientras intentaba lanzarle un rayo a mi compañera de clase. Una enorme risa brotó de mi garganta al recordar lo que había pronunciado, un hechizo de la manera equivocada gracias a esa maldición. Fijé mi vista en la pelivioleta cuando mi risa calmo para así preguntarle - ¿Este hechizo sirve para arruinar las acciones de cualquiera? Me refiero, ¿Puedo usarlo fuera de un duelo? - Pregunté, sintiendo la curiosidad crecer en mi interior, me encantaría usar esto con mis hermanos.

 

 

 

 

 

 

 

OFF: Lo sientooooo, tuve problemas con la luz t.t

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Sé que debo ser imparcial a la hora de impartir esta clase pero que fuera Xell quien cometiera esos errores chiquitos pero importantes me producían ganas de darle zapes. Bufé un poco, no mucho pero lo suficiente para que supiera que tendría que demostrar un poco más de atención en la clase si no quería suspender. En fino era que o mejoraba o la mandaba a la universidad a las clases de Duelo Básico. Y lo hubiera dicho si las cosas no se hubieran normalizado por sí solas. Estas dos alumnas, tan diferentes, lo notaba, se entendían bien, cada una dentro de sus propias características.

 

Así, reprimí las ganas de coger una de las rosas punzantes y golpear con ella a Xell, a ver si espabilaba. No lo hice, por supuesto. Por las rosas. Y por el Juramento de Sangre que me impedía hacerles daños. No quería acabar herida por satisfacer un breve deseo de azotar a mi sobrina.

 

-- Dos veces en el mismo error, Xell. Deja de contemplar la belleza de la luna y concéntrate en la clase o acabarás herida. Ya has oído a Zoella -- por cierto, qué fallo no haberles presentado, brrrr... -- Ella no dudará un segundo en atacarte. Y debieras dejar de pensar en que todos son tan buenos como tú. No voy a decirte nada porque prefieras el "Proteger" a el "Dañar" pero sí que debes demostrar que entiendes el funcionamiento de los dos conceptos de este libro para aprobarlo. Porque tú no lo usarás pero tu contrincante sí, sin piedad, sin miramientos... La vida es dura en este pueblo, Xell. La gente no es buena. Nadie. Ni yo lo soy.

 

Mi mirada dura confirmaba que yo no me creía tan buena persona como era ella. Yo no dudaría en usar cualquier hechizo si con ello me defendía a mí o a los míos. Cualquiera, fuera de la clase que fuera, incluso los mal llamados oscuros, si con eso protegía a mi Familia. Y eso me convertía, en cierta manera, en un igual a quien usaba esos mismos hechizos, fuera la ideología que fuera que los moviera. Suspiré, no estaba allá para filosofear sobre lo buenos o malos que eran aquellos hechizos. Con tal de que supieran su teoría, me quedaría satisfecha.

 

Así que volví a prestar atención a la clase y escuché a Zoella. Afirmé con un leve movimiento de cabeza que, supongo, sería visible a pesar de la iluminación verdosa del invernadero en el que nos encontrábamos.

 

-- Exacto, Zoella. Una Maldición bien hecha impide que el contrario pronuncie bien su siguiente hechizo con lo que no funcionará en absoluto. Además, las cosas a su alrededor parecerán no funcionar como debieran y acabará teniendo una especie de mala suerte que le perseguirá un rato y le perjudicará. Puedes usarlo en cualquier momento que quieras y contra quieras, menos contra mí porque me puedo vengar vilmente.

 

No pude evitarlo. Me di un golpe con la palma de la mano en la frente al notar que Xell pedía amablemente a Zoella que le dejara demostrar el uso de la Maldición sobre ella. Era lo que había pedido, que probaran la una con la otra, era cierto, pero...

 

-- Ay, Xell, estamos en una clase así que valoro tu intento de integración en ella y consideración con tu compañera pero vamos, sé sensata. En una batalla no vas a pedir por favor que te dejen atacarle con un...

 

Fruncí el ceño y giré un poco la cabeza hacia Zoella. Sí... Lo había dicho... Había mencionado que podía usar un Avada para hacer la demostración... ¿Un Avada...? ¿Cuán peligrosa era esta muchacha? Debería anotar mis impresiones en una lista, junto a los que también me daban mala espina en el pueblo, por si lo necesitara en el futuro. Parpadeé rápidamente y volví a machacar a Xell con su actitud.

 

-- "Hola, Señor Malote, ¿me permite por favor que le haga un hechicito de nada, por favor, por favor...?" -- Le puse la mano en el hombro y sonreí de forma malévola, lo reconozco. -- Obedire.

 

Con la mano puesta encima de mi sobrina, miré a Zoella.

 

-- Ahora os voy a explicar qué es la Marca de Sangre. Si conseguimos tocar a alguien, podemos colocar esta Marca en el lugar del contacto y hacernos con el control de la persona durante un breve momento. Ahora mismo, Xell no puede resistirse y me obedecerá en lo que le pida, aún en contra de su naturaleza propia. Mi orden la haré en voz alta para que estés preparada pero éste efecto también se puede conseguir de forma no verbal porque hay una conexión entre el cerebro del que manda y del que obedece. Xell, te ordeno que ataques a Zoella con el hechizo más cruel que conozcas.

 

Intentaba forzar a las dos muchachas para que conocieran la potencialidad de este libro que, por ser de la Sangre, parecía ser rechazado y servir de puente para estudios superiores sin darse cuenta que, si sabías usarlo bien, era incluso más poderoso que hechizos que aprenderían con posterioridad.

 

-- Después os haré practicar la una contra la otra así que si tenéis dudas, hacerlo cuanto antes porque queda poco para que amanezca y tengamos que abandonar este museo.

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Me puse la mano en la boca para tapar la sonrisa que floreció, cuando Zoella me lanzó un rayo con la varita, con una lengua de trapo. Aquel hechizo era muy divertido y me hubiera gustado seguir practicándolo. Pero la mirada de la tía Sagitas era muy seria. Intimidaba.

 

- No contemplaba la belleza de la Luna, tía. - Me defendía en vano puesto que le había hecho ese comentario a Zoella aunque sólo para valorar el bonito lugar escogido por Sagitas para la clase.- ¡Ya sé que la gente no es del todo buena! Pero tampoco es tan mala como parece. Tengo experiencia, ¿sabes? Estuve en...

 

Medí mis palabras. No podía decir en voz alta la pertenencia anterior al Bando de la Orden del Fénix cuyos ideales creía a pies puntillas. Pero era algo que debía mantener en secreto para todos.

 

- Estuve en la Academia y aprendí a duelear. Que no quiera hacerlo no me hace insensata.

 

O tal vez sí, lo entendía. Pero ella me estaba machacando demasiado, casi me pongo a llorar por sus ataques. Sabía que tenía razón pero sólo en parte.

 

- Que prefiera Proteger a Dañar no me hace ni mejor ni peor, puedo aprender los hechizos del libro. - No quería implorar para que no me suspendiera. No había pensado ni por un momento que el hecho de que fuera mi tía me serviría de ayuda pero tampoco que sería mucho más exigente conmigo. - Te lo demostraré, tíita Sagitas.

 

Bueno, sí, aquel "tiita" era una pequeña manipulación para que recordara que, a la noche, podría ponerle chinchetas en las pantuflas de la cama. Yo también sabía ser mala cuando quería.

 

Ahora me puse toda roja cuando me hizo burla delante de Zoella. Iba a protestar, que no iba a ser tan tonta de decir eso en una batalla. Sabía defender la mansión o los negocios si llegara el momento. ¿Por qué era tan cruel? Pero no pude hacerlo. De repente, dejé de oírla con claridad. Sentí como si estuviera en una nube y la voz de Sagitas sonaba hipnotizadora. Ante su orden de atacar a Zoella, levanté la varita y la señalé sin dudar, deseando que mi hechizo le alcanzara y le hiciera daño, mucho daño:

 

- Disparo de flechas.

 

En otro momento, no recordaría que podía hacer ese hechizo, no solía ni usar el Sectusempra. Pero en alguna parte de mi cerebro sabía que podía disparar aquel montón de flechas hacia el cuerpo de Zoella, quien estaba relativamente cerca y seguro que, de no impedirlo, quedaría herida por ellas. Lo pensé y lo dije, ambas cosas, cubriendo que fuera un no verbal o uno normal, no quería volver a fallar en lo mismo por tercera vez.

 

Tras decir ese hechizo, mi cabeza pareció salir de la nube en la que me había metido Sagitas y contemplé, horrorizada, lo que había sido capaz de hacer: atacar a alguien sin que mediara provocación. Me puse las dos manos en la boca, en la derecha aún sujetando mi varita.

 

- ¡Te odio, tía Sagitas, te odio! ¿Cómo puede existir un hechizo tan ruin? Es un Imperio disimulado y éste es una maldición imperdonable. ¡No es posible que me obligaras a ...!

 

Estaba a punto de llorar, me sentía muy vulnerable.

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