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Ático Munter (MM: 112932)


Tauro M.
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Cinco semanas y un día. Abrió las ventanas que daban a la terraza. Llovía. Londres se veía gris y oscuro bajo las nubes y la cortina de agua. Las farolas del parque iluminaban con su luz ambarina las calles. Se estiró y se puso de puntillas mientras el aire frío del amanecer acariciaba su piel. El cabello mojado goteaba a su espalda.

 

Sonrió. Mejillas sonrosadas y la mirada despejada. En su rostro se apreciaba un extraño resplandor que le hacía perder años. ¿Cuánto tiempo había descansado? ¿Era eso la felicidad? ¿Era esta la sensación a la que los poetas dedicaban sonetos? Se rodeo con los brazos desnudos y se volvió hasta la cama desordenada. Tomó una bata de seda gris y se envolvió en ella.

 

Salió de la habitación tarareando. Un par de elfos cruzaron miradas de preocupación al verla llegar a la mesa de tan buen humor sin una gota de alcohol en la sangre. Llevaba semanas sin beber, el mismo tiempo que llevaba "descansando" y disfrutando su regalo.

 

- ¿Habéis visto a Tauro? ¿O sigue escondida en su habitación?

 

Se sentó en la mesa mientras la tetera servía té en su taza. Había croissants, pasteles de hojaldre, frutas, mermeladas y mantequilla, huevos benedictinos, crepes, nata y crema de avellanas. Todo para ella, aunque siempre se esperaba al resto de la familia para desayunar. La bruja sostuvo la taza y suspiró. Si hubiera sabido que todos sus problemas podían resolverse con una escoba...

 

-La señorita Tauro estuvo esperando a que saliera de su habitación varios días.

 

Uno de lo elfos se atrevió a hablar. Le temblaba el labio. Parecía que estaban mirando un fantasma.

 

- No he desaparecido tantos días.

 

- Se... Semanas.

 

- Un par de semanas, no es tan exagerado...

 

El otro elfo le dio un codazo al que hablaba. Eran elfos nuevos, los habían madandsdo a buscar al norte de Europa. Jóvenes, muy jóvenes.

 

- U-u-u-u un mes y poco más.

 

Beltis sonrió con picardía y bebió té. Ese había sido un mes bien aprovechado, todo para ella. Ni el mejor spa del mundo habría hecho el efecto de ese mes en retiro "espiritual". Ni los miles de amantes de su vida.

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Al cabo de tres días Tauro había dejado de insistir en la puerta de Beltis. No está demás decir que estaba un poco preocupada, pero al no percibir ningún olor extraño salir de la habitación, dio por sentado de que al menos estaba viva, o quizás no había ido a dormir en días y se había perdido en alguna cantina o en los brazos de algún desconocido. Cualquiera de las dos opciones estaba bien para ella, siempre y cuando se protegiera. Tauro vio en su ausencia la oportunidad perfecta para probar las distintas velocidades de su escoba, se sentía curiosa, juguetona, como quién recibe una joya y no quiere dejar de sacarle brillo.

 

Durante las tardes aprovechaba para dejar entrar al elfo quién le llevaba una jarra llena de agua y galletas, era todo lo que había pedido. Su dieta impuesta por ella misma le daba el tiempo suficiente para alimentarse y seguir con sus actividades. Hacía días que no veía la luz del sol, sus brazos lucían fuertes, como si se hubiese estado ejercitando. Se miraba al espejo y casi no reconocía a su reflejo. Estaba feliz.

 

Finalmente el día en el que decidió volver a intentar saber de su madre, salió de la habitación, una vez más esperó frente a la puerta y no obtuvo respuesta. De poner un aviso de ''se busca'' ¿cuánto gente la reconocería? Prefirió pensar en eso con el estómago lleno y ya que se había levantado decidió buscar algo diferente de comer. El olor a comida recién hecha le abrió el apetito y con el cabello apenas recogido en un moño, descalza, con la ropa suficiente para cubrir lo necesario, fue en busca de su reserva de energía que la traería de vuelta al juego. Al entrar, se encontró con su madre.

 

— ¡Buenos días! —saludó animada, ¿contenta de verla? Escuchar su propia voz y el tono usado la había tomado por sorpresa —Hacia días que no te veía, pensaba que te habías tomado unas vacaciones de tus vacaciones —. La verdad no tenía muy claro a qué se dedicaba Beltis hoy en día, lo único que sabía es que de un tiempo para acá había dejado de pedirle dinero para sus vicios.

 

—¡Tú! —exclamó señalando al elfo —Tráeme un poco de todo, lo quiero probar —. Y mientras le servían tomó asiento al lado de la bruja —Me preguntaba si te hicieron llegar mi recado —comentó mientras tomaba un sorbo del té servido por los elfos —Quise dar con el destinatario, pero me fue imposible, lo único que tengo es un nombre que estaba en el mango de la escoba, lo vi cuando... —no continuó la frase, por poco se sonrojaba —Bueno, justo al lado de la palabra ''apriétame'' había una dirección y dos iniciales ''JA'', no sé qué significa —lo que en realidad significaban las siglas era ''Juguete para Adulto'' —Siento que es de vital importancia que encontremos al/la responsable. ¿No te parece?

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  • 2 semanas más tarde...

La cabina del elevador estaba formada por hierro y cristal, desde adentro -si ignoraba mi pálido reflejo en el vidrio, con la larga cabellera platinada anudada flojamente con una cinta negra y un vestido blanco con tantos encajes que parecía una muñeca de porcelana, a excepción de las altas botas negras, que rompían con la delicadeza de la visión de una fantasma- podía observar cada detalle de los pisos del edificio mientras ascendía, «segundo piso, tercer piso» marcaba mentalmente mientras de reojo notaba como el elfo aún me veía inquisidoramente.

 

 

No era diferente a otras criaturas al servicio de otros magos, pero éste elfo en particular, se mostraba más veterano con un particular halo de adormecimiento que le daba una apariencia graciosa. —Ya te dije que no soy un peligro —le respondí sacando la glock de su funda, y era cierto, no iba asesinar a nadie, menos con una arma muggle en la cueva de las brujas, las armas solo eran un pasatiempo.

 

Observé un movimiento extraño del elfo, como buscando algo, y más rápido que él, le apunté la cabeza con el revolver —. Ésta solo tiene cinco tiros, se encasillaría antes de disparar al sexto, pero si complicas ésta tranquila conversación, no dudaré en usarla.

 

No estaba segura de si aquello había tranquilizado al elfo, pero esperaba que éste entendiera que no tenía intenciones de perturbar el ánimo de la familia Munter «aunque eso no es exacto». De buena manera le entregué el arma, sosteniéndolo apenas con los dedos, añadiendo la más sincera de mis sonrisas— ¿lo ves? No soy peligrosa… ahora estoy desarmada.

 

—he-hemos llegado —anunció el elfo confundido.

 

—gracias.

 

El elevador abrió sus puertas hacia un amplio hall de paredes color verde, cada detalle en la arquitectura del salón exudaba cuidadosa elegancia. «¡Que sorpresa!», pensé cruzándome de brazos, mirando el absurdo numero de puertas. Una de ellas se encontraba entreabierta, y daba a una sala por la que se filtraba abundante luz, a la que me dirigí, ajena a la posibilidad de que hubiese algo o alguien ahí. En la habitación registré rápidamente con la vista cada rincón, hasta que un cofre finamente tallado llamó mi atención «¡que hermoso trabajo!» pensé sin tocarlo, pero acercándome lo más posible para revisar cada detalle de la madera tallada.

 

 

 

 

@ @

 

Morsmordre

Editado por Fengari Naberrie Black

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  • 2 semanas más tarde...

— ¡¿Pero qué es todo ese ruido?!

 

A ese punto Tauro había perdido la paciencia. Desde muy temprano por la mañana la habían despertado con el sonido de varios trastes cayéndose, muebles que se movían de lugar, golpes en la paredes, gritos de algún visitante atrapado por alguna de sus plantas carnívoras, entre otros sonidos de ascensor abriéndose cada cinco minutos. Era un día demasiado movido para ser el Ático, aunque claro, la mayor parte del ruido provenía de los pisos inferiores, pero ella por alguna razón tenía el sentido de la audición al tope. Lo que terminó por colmar su paciencia fue el sonido de una aguja al caer al piso, ya eso había sido demasiado, y por supuesto no había nadie con quién pudiera descargarse.

 

— Fantástico, de nuevo no tenemos elfos. De nuevo Beltis se olvidó de entrevistar a los nuevos.

 

Eran pocas las responsabilidades que Tauro colocaba sobre su madre, pero evitaba a toda costa asignarle cualquier cosa que tuviera que ver con ella y una botella, aunque siempre se las arreglaba para agregarle a su café de la mañana una botellita de licor. Finalmente había desistido a la idea de acecharla cuando creía que no la estaba viendo, no tenía caso intentar prevenir lo inevitable, pero ya era el tercer o quinto día sin que se presentara un elfo y de nuevo temía que la misma planta carnívora que asustaba a los visitantes indeseados tuviera algo que ver, ya fuera porque se los estuviera comiendo o porque preferían perder el empleo antes de tener que poner en riesgo sus vidas.

 

— Esto es sencillamente genial —dijo cuando volvió a sentir el sonido de las puertas del ascensor abriéndose. Así en pijama como estaba se levantó de la cama, apenas y tenía un mal cola de caballo armada en su cabeza y con marcadas ojeras que reflejaban lo poco que había descansado. Esta vez se apresuró a salir, no quería tener que lidiar con conversaciones difíciles y terminar por desmemorizar a quiénes hacían demasiadas preguntas, era un trabajo tedioso. Terminó por colocarse unas pantuflas en los pies y fue en búsqueda del nuevo visitante.

 

En el camino tropezó con varios objetos en el camino, aun no se explicaba quién había estado haciendo todo ese ruido, pero después de repasar mentalmente cada miembro de la familia cayó en cuenta de que tenían a la más diva de todas: Pik. Suspiró, pensando que seguramente Pik había revuelto la casa en busca de algún objeto que simplemente podría volver a comprar. Pasó por encima de otra escoba (la tercera ya) como la que tenía en su habitación y se preguntó si era de él. Negó con la cabeza decidida a olvidar todo lo que pasó por su mente y siguió caminando, al entrar a la habitación de donde sabía que estaba el o la intrusa se encontró con una sorpresa.

 

— ¿Fengari? —preguntó en un susurro, tratando de no asustarla. —Veo que decidiste venir —. Habían pasado tantos días que al final pensó que la muchacha había rechazado su invitación, pero allí estaba. ¿Por qué tan temprano? Probablemente ya estuviesen en horas de la tarde, de todos modos no importaba. Miró hacia todos lados, preguntándose si ella estaría cerca. —Disculpa que no te ofrezca nada, estamos falto de personal.

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El fuego ardía en la chimenea desde el amanecer y la biblioteca estaba iluminada con la fría luz de la mañana, estaba sola, en paz, disfrutando de un interesante libro. Afuera, la neblina caía con brazos fantasmales sobre el centro de Londres, dejando un rastro de tonos grises por el parque al que se abrían lo grandes ventanales. Era un día frío, la clase de días que más le gustaban.

 

Pasó una página en silencio, arropada por el calor de la hoguera. Estaba sentada sobre un sofá, casi completamente estirada, con los pies en lo alto de uno de los apoya brazos; había cambiando incesantemente de posición durante las horas que había estado leyendo. El té humeaba en la taza y el silencio reinaba en la habitación, haciendo que la mañana fuera perfecta. La biblioteca era un remanso de paz en medio del caos que era la casa sin servicio. Hasta allí no llegaban los ruidos de la cocina ni los gritos de Tauro.

 

Sin embargo, la calma no duró mucho tiempo. Igor abrió la doble puerta y entró intentando, sin éxito, ser silencioso, pero la interminable fila de elfos que lo seguía echó por tierra sus buenas intenciones. Beltis bajó el libro sorprendida ante la invasión.

 

- ¿Qué está pasando?

 

Beltis se incorporó con una ceja en alto. Los elfos se fueron poniendo en fila, sin dejar de mirar a Beltis, bajar la vista, mirar las estanterías y volver a bajar la vista.

 

- Después de varias semanas...

 

- Varios meses- lo interrumpió Beltis.

 

- Varios meses- corrigió-, de búsqueda, he seleccionado a los mejores elfos. Como verá no provienen de las agencias inglesas tradicionales. Hablan varios idiomas, han servido en similares circunstancias y han venido de forma voluntaria...

 

-¿Les has explicado exactamente en qué consiste este trabajo?

 

El jorobado asintió. Beltis se puso en pie, dejando caer el kimono de seda que llevaba sobre el camisón. Tomó las carpetas que le tendía Igor y las comenzó a hojear.

 

- Circenses, un cocinero de hotel ¿problemas con el juego?-un elfo bajó la cabeza aún más, la bruja torció la boca-Antiguos trabajadores del laboratorio de investigación, marineros... Mmm

 

Los elfos comenzaban a inquietarse, algunos murmuraban, otros movían las orejas sin cesar. Eran más de diez elfos, algunos viejos, otros jóvenes.

 

- Llama a Tauro, dale estos informes.

 

Igor salió dejando a Beltis sola con ese peculiar y variopinto grupo de elfos. Algunos le parecían familiares.

 

- Doy por supuesto que sabéis lo que pedimos, y lo que damos a cambio. ¿Por qué queréis entrar a nuestro servicio?

 

Beltis no compartía las prácticas obsoletas y bárbaras comunes en las familias mágicas. Cuidaba de los elfos, recibían un sueldo y algunos beneficios bajo su tutela y protección, tal vez por eso esperaba una lealtad que superase el miedo. Un elfo con una saga al cinto dio un paso adelante.

 

- Quisiera volver a trabajar para la señora, han sido años difíciles, nadie quiere un elfo desempleado que sirvió a un corsario. Violentos y viciosos nos dicen.

 

Beltis asintió, lo recordaba todo menos su nombre. Nunca se acordaba de los nombres.

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Además de aquel cofrecito finamente tallado, había otros objetos cuidadosamente elegidos, que denotaban conocimiento sobre arte y gusto exquisito. Maravillada con cada uno de ellos, tomé una pequeña estatua de bronce, los años habían acentuado cada línea. «Un thestral», macabro y llamativo a la vez, la fina capa de polvo me decía que mucho tiempo acaecía desde la última vez que los cuidaron. Me moje los labios y observe los demás rincones de la habitación, había mucho por admirar, incluidos los restos de jarrones rotos, empujados quizás por el viento que entraba desde las altas ventanas.

 

Suspiré dejando en su lugar la estatua, y caminé hacia las ventanas del salón, lento, delineando con la yema de los dedos las diferentes texturas de la tela de los sillones; jalando las cortinas para cerrar las puertas de vidrio, esperaba al menos evitar que el viento empujara otros artefactos de la habitación, no sin antes registrar la magnífica vista que poseían los balcones del Ático Munter. «¿Por qué estas aquí?» me pregunté, aunque ni yo estaba segura de la respuesta. De pronto, unos ruidos secos, provenientes del interior de la mansión llamaron mi atención. Me apresuré en cerrar las ventanas y curiosa fui al encuentro de la causa.

 

—¡Tauro!

 

Sonreí al reconocerla, acercándome a ella esquivando algunos bultos del suelo. Hacia unas horas lo había decidido, a medias, enfundada en osadía e ímpetu, encarar a Anne de una vez por todas, pero entonces recordé la invitación de Tauro. «Decidiste venir, y no trajiste equipaje» amplié mi sonrisa nerviosamente. No quise responderle directamente, porque aún no estaba segura de que hacer, así que traté de darle una respuesta real.

 

—Tu casa… ático, las vistas desde aquí son impresionantes, aunque el acceso es algo complejo —admití dando un vistazo en dirección a los varios pares de puerta— espero que el elfo del elevador no se queje, pero, quizás lo asusté un poco. —Miré alrededor y comprendí porqué algunas cosas estaban algo descuidadas, me apené por las ornamentos que decoraban la mansión, que apremiaban un mejor cuidado, pero comprendí perfectamente lo que significaba la ausencia de elfos. Mientras vivía en Francia, entre muggles, los extrañé mucho—. No te preocupes, es imponente incluso con algo de desorden. Hay cosas increíbles aquí.

 

Me senté en uno de los sillones y la miré algo distraída, suponiendo por el desbarajuste— ¿está todo bien? Te escuché llegar antes de que estuvieras aquí… podría traer a mi elfo para ayudar un poco, si quieres.

 

 

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Tauro sonrió ante el comentario de que el acceso al Ático era complejo, eso significaba que habían hecho las cosas bien, aunque de vez en cuando se les colaran visitas inesperadas debido al elfo encargado del elevador, quién a veces se distraía con otras cosas, pero de eso se encargaba la planta carnívora, aunque eso no resolviera las preguntas de los acompañantes. La suerte había estado de su lado en múltiples ocasiones, los sobornos le vaciaban de a poco la bóveda, la cantidad de hechizos desmemorizadores la dejaban agotada, pero al final valía la pena con tal de conservar lo que con tanto esfuerzo habían recuperado.

-- Eres bastante amable. Gracias --se sintió aliviada de que solo estuviera ella para escucharla, porque si eso llegaba a oídos de cualquiera promovería más el desorden y pensarían que podrían sobrevivir sin elfos Cuando esté más limpia descubrirás que también es acogedora, te lo prometo . Le había hablado maravillas del Ático que a juzgar por lo que se veía la hacía quedar como mentirosa. Escuchó atenta su propuesta del elfo, ¿significaba entonces que se quedaba? Pero no había ninguna maleta, ni siquiera un bolso pequeño. Decidió preguntarle.

-- ¿El elfo viene junto con la dueña? --preguntó más animada, sentándose en el mueble frente a Fengari, aunque más bien quedó desparramada -- De ser así acepto la propuesta. Y sí, está todo bien, solo tengo la ligera sospecha de que un huracán con nombre propio ha pasado por aquí, pero nada de qué preocuparse --. Esperaba que de momento la diva de la familia no hiciera acto de presencia, nunca se sabía con qué comentario imprudente iba a salir.

--Buenas --un hombre jorobado interrumpió en la sala, llamando la atención de ambas, especialmente de la del pelo azul, ¿de donde había salido?, ¿cómo había entrado? A menos que... Miró a Fengari, ¿habría venido con ella? Pero no tenía pinta de elfo, a menos que se tratara de otra raza, un cruce extraño con alguna otra criatura. Sus dudas se disiparon cuando el hombre al ver que nadie decía nada, prosiguió Me manda su madre, dice que no debe preocuparse más por el tema de los elfos, que a partir de ahora tendrán varios a su disposición.

--¿Mi madre? ¿Está aquí? --. Se le aceleró el corazón. Días atrás le había mencionado que le tenía que contar algo, pero al final se distrajo a propósito y se arrepintió. ¿Y si se acordaba? No se sentía lista para abordar el tema, menos con la nueva integrante de la familia. Eso era otra cosa, puede que los Munter no se vieran mucho ni en su propia casa, pero cuando lo hacían siempre ocurría un evento extraordinario e inesperado que colocaba todo de cabeza y sacaba lo peor de cada uno de ellos, en especial de Tauro, que dependiendo de lo que ocurriera se volvía un poco cruel e insoportable. --Dile que baje, por favor, que tenemos visita . Tauro ya se había olvidado de que todavía llevaba pijama.

--Oh y la planta necesita que le rieguen. ¿Alguno de los elfos estará capacitado? --No quería perder el personal el primer día, por lo que se comprometió a que ella misma lo entrenaría.

Editado por Taurogirl Lavigne

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—Estoy segura que también es acogedora —acordé sonriendo mirando de reojo el pasillo por el que llegó. Y recordé mi propuesta del elfo— Sí. Si quieres

 

Pero entonces la mire y adiviné lo que pesaba. Relajé la mirada y me detuve a considerar hasta donde llevaría el secreto conmigo. Si callaba, tendría que ser absoluto, quitarme el recuerdo y empezar como si nunca hubiera llegado a mí esa información, pero, si ella lo descubría, todo explotaría y quizás perdería a la amiga que había encontrado en la peliazul. De cualquier forma todo se había enredado como una bola de estambre, donde cada hilo enredaba más la situación, atándome a un secreto, atándome a los Munter.

 

Era como si escapara de mis manos, como si aunque evitara hacer algo que me acercara a ellos, el destino conspiraba para que me aproximara más a esa familia. Tan insondable, y me sentía cayendo en un agujero del que no parecía poder salir, por más que ignorara lo que sabía, por más que renegara del abandono de mis padres, ¿podría seguir adelante después de esto? «Pero es Tauro, ella podría entender» ¿y si le contaba todo a ella? ¿Y si todo resultaba mal? «Por eso no hay maleta» exhalé rindiéndome.

 

—Tauro, hay algo que me gustaría contarte…

 

Suspiré un poco dejando caer también todo el caos y las dudas que cargaba en mi espalda, me aferré más al respaldo del sillón pensando en las palabras adecuadas. No había como empezar o decirle eso, y lo peor, no estaba segura de como tomaría conocer mi complicación. Miré mis manos y conté en ellas las personas a las que había confiado lo que estaba a punto de decir «nadie», repasé con la mirada de un lado a otro el salón, y me centré finalmente en Tauro.

 

—¿recuerdas que alguna vez me preguntaste por mis padres? —entonces llegó el elfo, y tuve que detenerme, no estaba segura si la peliazul había logrado escucharme.

 

 

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  • 2 semanas más tarde...

La frase siguiente de Fengari captó toda la atención de la bruja y lo que tenía por decir parecía importante, al menos para ella. Tauro se acercó un poco más, para darle toda la privacidad que quería, pero luego cambió de opinión --Sí, lo recuerdo --respondió cuando el jorobado se había marchado --Mejor vamos a dar un paseo --la invitó, dispuesta a llevarla a su lugar favorito y más seguro del ático: El Invernadero. Durante la caminata ninguna dijo nada, el silencio reinaba, pero había algo extraño en el que no caía en lo incómodo, sino que más bien era la antesala a un suceso que probablemente cambiaría la vida de las dos.

 

--¿Qué pasó con tus padres? ¿Los encontraste? --preguntó, deteniéndose frente a un grupo de plantas exóticas donde una de ellas tenía un color brillante que llamaba mucho la atención --Cuidado con esa, a menos que quieras dormir por tres días seguidos. A esta la llamo ''La Bella Durmiente'', yo misma la modifiqué genéticamente, es como un cruce de Mandrágora con pociones. ¿Qué te parece? --Tauro se alejó para seguir caminando, quería que Fengari se sintiera más a gusto, más en confianza con ella enseñándole una parte tan importante de ella, algo que apreciaba más que a cualquier otra cosa.

 

--Sea lo que sea no te juzgaré, jamás lo haría --le dijo con toda seguridad. Lo que más apreciaba la peli-azul eran las personas sinceras, ella no discriminaba por el pasado, todos lo tenían, después que fuesen siempre con la verdad. Discretamente escribió una nota rápida que hechizó para mandar en forma de memorándum a Beltis.

 

''Tenemos que organizar la cena de Navidad. Puedes encontrarme en el Invernadero o en tu lugar favorito (y por lugar favorito me refiero en tu reserva especial de licor. Está invitada toda la familia.

 

Y si... ella también.

 

Tauro''

 

Por la expresión <<ella también>> se refería por supuesto a Anne. No escribió nada más y mandó la pequeña nota en forma de un escarabajo, esperando que encontrara a su madre donde sea que estuviese en la casa. Mientras tanto esperaba por Fengari, a la que estaba mirando directamente a los ojos. Lo que sea que estuviera pasando por su mente debía ser duro para ella y eso lo respetaba.

 

 

@ @@Beltis @ @

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Ni siquiera alzó la mirada cuando escuchó que alguien llegaba al ático. Tauro se ofreció a salir para ver de quién se trataba y los demás aguardaron en la sala de estar, en silencio. Se encogió de hombros ante la invitación para quedarse a cenar de Beltis, unos segundos después. Tampoco había mucho que perder aceptando, ¿no?

 

Esta bien, me quedaré a cenar... por hoy —respondió, bajando la voz y dirigiendo la mirada hacia Pik, que era el nuevo protagonista del momento. ¿Qué pintaba él en aquella escena? Tomó el vaso del que había bebido un poco antes y dio un sorbo justo cuando el Macnair decidió que era el momento de contar viejas anécdotas del calibre de sus antiguas idas y venidas. Hija incluida.

 

Tosió con fuerza cuando sintió que estaba a punto de atragantarse con la bebida. Se le humedecieron los ojos a causa de la tos y comenzó a picarle la garganta. Levantó la mirada hacia Pik y se contuvo para no tirarle el vaso a la cabeza. Que era lo que se merecía en aquel momento, por bocazas.

 

Pienso que te voy a partir la cara como continúes por ahí —murmuró. Pero estaba claro que iba a continuar con su perorata. Y así fue. Se llevó una mano a la cabeza con gesto trágico. Y luego le miró, ceñuda—. ¿Te parece el momento idóneo de soltar semejante bomba, Pik? ¡Hace un siglo de aquello!

 

La puerta se abrió entonces, y Tauro regresó a la estancia acompañada. La recién llegada no era otra que...

 

¿Sophie?

 

No podía creerlo. ¡Su primogénita había regresado! ¿Dónde habría estado metida durante tanto tiempo? Quiso acercarse a ella para preguntarle cuando escuchó una voz pronunciando su nombre a gritos. Abrió los ojos como platos y se quedó mirando la puerta de entrada. Pero no llegó nadie. Y ella sabía de quién era aquella voz.

 

Lo siento, tengo que... voy a... *****, ¡Pik, todo es culpa tuya!

 

Salió corriendo tras Jeremy. Aunque sabía que no lo alcanzaría tan fácilmente.

 

******

Había pasado un poco más de un mes desde el episodio del ático Munter. No lo había vuelto a pisar desde entonces, ni tampoco había sabido nada más de Sophie, a la que no le había dado tiempo prácticamente ni a saludar. Y ni qué decir de su madre y hermana. Entró poco convencida en el ascensor, ignorando al viejo elfo y mirando al techo mientras ascendía hasta el hogar de su familia materna.

 

Lo primero que tenía pensado hacer allí era ahorcar a Pik, si es que éste se encontraba en el ático. Él había armado todo el revuelo semanas atrás, y su vida había sido una especie de montaña rusa desde entonces. Todo lo que ella consideraba estable en su día a día se había alterado y, desde entonces, no hacía más que dedicarse a viajar en el tiempo utilizando portales para mantenerse ocupada... y olvidar sus deslices del pasado.

 

Escuchó voces, pero se quedó en la entrada.

 

¿Hola? —exclamó, lo suficientemente fuerte para que se la escuchase a una distancia considerable.

 

 

 

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