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El orden oscuro


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¿Huir o enfrentarlo?

 

A medida que las calles de toda Inglaterra comienzan a congelarse en una fría soledad, el toque de queda se hace presente. Está ahí en los profundos silencios de las avenidas vacías, se refleja en los ojos curiosos que se asoman cautelosamente por los cristales oscuros de casas aún más silenciosas que las calles, esperando, ¿a qué? a que algo ocurra, a que alguna alma perdida merodee sin rumbo y sea capturada por aquel que es nombrado como una alimaña, como algo peor que un criminal; un cazador de brujos.

 

Por otra parte, hay quienes aseguran haber visto y escuchado, entre los mismos pasillos del Ministerio de Magia y los asilos de San Mungo, el silencio roto por algún miserable siendo forzado a desaparecer. Aun así, no había nadie que pudiera asegurar quien o que cosa es lo que los arrastraba y a qué entidad del Ministerio de Magia o rincón del país se llevaba a estos magos y brujas. La posibilidad de que el mismo Ministro de Magia considerara estas desapariciones como acciones legalmente correctivas, solo suma horror.

 

Si esa criatura fue sacada del rincón más oscuro de Azkaban, para hacer cumplir las órdenes del ministro de magia al pie de la letra, o si se trata de un demonio enviado desde el mismo infierno para atormentarlos (como si Inglaterra necesitara más males ahora), nadie puede asegurarlo.

 

¿Huir? Eso es algo que depende de cada mago o bruja, de cada familia que habita en la comunidad mágica de Inglaterra. Para algunos el control de identidad y el toque de queda fueron solo rumores en un principio, los cuales recorrieron velozmente cada pasillo del Ministerio de Magia y se esparcieron velozmente como el polvo en cada rincón del Reino Unido, no sería de extrañarse si inclusive han llegado a los oídos de naciones vecinas.

 

Hay ya quienes han comenzado a empacar y marcharse temporalmente o quizá de forma definitiva luego de las primeras desapariciones, prometiendo no volver hasta ver que las cosas tomen el curso que deben. Se está comprobando con hechos que ese misterioso periodo de tranquilidad por el que habían estado pasando solo era el preámbulo para algo mucho más grande, ¿sería mucho atrevimiento suponer que la guerra pronto aparecería?

 

El control de identidad era algo que no se hacía desde hacía mucho tiempo; magos y brujas suelen (o solían) entrar y salir del Reino Unido de manera constante cumpliendo con los requisitos indispensables. Pero, ahora, los magos de origen extranjero tendrían que quedarse o volver a su lugar de origen para estar seguros, tendrían que dejar a sus familias y todo lo que habían forjado por una amenaza incógnita que los acechaba en cualquier lugar. ¿No era ya suficiente vivir escondidos, bajo el mundo no mágico?

 

Quizás solo se trataba de ideas radicales por parte del ministro para imponer su autoridad.

 

¿Enfrentarlo? Tenía tanto tiempo que esas cosas no ocurrían, específicamente hablando de las épocas del Señor Oscuro. Ahora con todo esto, en conjunto con las nuevas reformas y la declaración de guerra aun no resuelta, era normal que todo el mundo se encontrara a la incertidumbre.

 

 

*****

 

¿Ahora Jack el destripador trabaja también para el ministro?-, se rió entre dientes. ―Es una noticia alarmante, ¿no crees?-, asomo la mirada por encima de la circular para ver al muchacho asentir distraídamente, como si no hubiera estado prestándole atención a sus palabras en todo este tiempo. ― ¿Si? ¿Qué supones tú que debemos hacer, eh?-, ella frunció el ceño haciendo a un lado ruidosamente el pedazo de pergamino para llamar la atención del brujo. ―Tu y yo no somos de aquí, por si no recuerdas. Además ¿qué cosas nos harán? ¡Nadie lo sabe! ¿Y si envían a este individuo detrás de nosotros?

 

Garry, que ha estado entre los estantes de sustancias misteriosas, no parece preocupado, como es habitual, ni por la noticia del control de identidad, ni por el llanto de Charlotte, ni por ese espectro que lleva supuestamente las ordenes de ministro a un nivel más allá de lo que se consideraría juicioso.

 

No te preocupes-, farfulló mientras levanta por lo alto un frasco con una sustancia viscosa y traslucida en su interior, él la olfateó antes de decir que la llevaría consigo y la guardó en su abrigo. ―Ya deberías saber que las decisiones del nuevo ministro son… imprecisas aun-, arrastró apesadumbrado sus pasos para esculcar algún otro estante o cajón. ―Pero funcionara, a largo plazo, lo hará. Nos encargaremos de eso-, el monótono sonido de su voz se perdió en la penumbra de aquel salón de ingredientes. ―Un día de estos, se darán cuenta de que todo ha sido por un bien mayor.

 

Si-, ella dudó.

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Una luz pálida y fría se cuela por la ventana. Últimamente, todos los días se sienten así. Ellie tiene la sensación de que el tiempo, la vida, inevitablemente se le cuela a través de los dedos, como cuando coge agua en el cuenco formado por sus manos. La vida pasa, el tiempo corre, y ella está ahí... Esperando, aunque todavía no sabe qué es aquello que aguarda. ¿La renuncia de Aarón Black, el nuevo Ministro de Magia? ¿La noticia de que Bulgaria y sus aliados han firmado la paz con Gran Bretaña? ¿Despertar de aquel mal sueño?


La luz se cuela por la ventana, ilumina las piezas del giratiempos diseccionado que reposan inertes sobre su mesa de trabajo. Una visión perfecta. Sin embargo, las manos le tiemblan; es incapaz de levantar el minúsculo grano de arena dorada, que mantiene guardado en el también diminuto frasco de cristal. Decide no arriesgarse. Si ese granito de esencia de tiempo no es manipulado de forma correcta...


Mejor retomar aquel proyecto, cuando sus nervios no la traicionen. Últimamente se siente angustiada a todo momento, como si un peligro de cerniera sobre ella, sobre sus seres queridos, pero sabe que no es así. Ella, Madeleine y Melrose son escocesas, así que están a salvo —o eso se atreve a suponer, debido a que nadie las ha molestado hasta los momentos—. Charlotte es inglesa y Rhiannon es galesa, y tampoco han tenido problemas. Harriet también es inglesa, aunque piensa que el hecho de ser hija de un squib y una muggle podría ser un problema más adelante. En cuanto a sus compañeros de la Orden del Fénix... Sí, muchos son extranjeros, pero —aunque suene cruel— no es por ellos por quiénes se preocupa. Es algo más. Hay algo, algo malo dando vueltas, acechando a la vuelta de la esquina.


—Harriet, ¿puedes cerrar? No me gusta que nos quedemos hasta tarde, con todo esto...


—Pero no ha arreglado la cámara fotográfica que vendrán a buscar hoy.


—¿Puedes enviarles una lechuza? Necesito irme, aprovecharé de llevarte a Ottery, para ver que...


Pero no termina la frase. No le gusta hablar así.


—No toques nada aquí arriba, sólo vámonos —suspira Ellie.


Cierra y sella el frasco con el grano de arena dorada, mientras que cubre con una delicada manta blanca el giratiempos diseccionado. Harriet simplemente apaga todo y se encarga de cerrar la tienda, mientras que Ellie la resguarda; finalmente le entrega las llaves, Ellie las guarda en su monedero de piel de Moke y ambas se echan a andar hacia el Callejón Diagón. No hay muchos clientes esos días, ni tampoco mucha competencia entre negocios. Muy pocas tiendas trabajan, muchas menos en el Callejón Knockturn que en el Diagón; últimamente, se pregunta si no debería decirle a Harriet que se tome unas vacaciones, para no ponerla en peligro.


—¿Qué estará sucediendo allá? —musita Harriet.


—¿Qué? ¿De qué hablas?


Observa hacia donde el dedo de la joven señala. Hay un tráfico inusual de personas en el Callejón Diagón; Ellie se da cuenta de que aquello se debe a que muchas personas han salido de la seguridad de los negocios, para ver qué sucede. El grupo está reunido alrededor de una fuente de piedra blanca y, desde donde están, no pueden distinguir qué sucede.


—Mejor no nos acercamos mucho —repone Ellie. Inevitablemente tendrán que caminar por ahí, pero procura hacerlo rápidamente, manteniendo una buena distancia de lo que sea que sucede allí.


—Pero...


—Si es algo importante, lo leerás en El Profeta. Mejor vámonos rápido, así nos da chance de tomar algo en el Caldero.


¿Será una coincidencia, que justo cuando Ellie y Harriet caminan junto al grupo, alguien comienza a gritar?


—¡Mi mami! —es el llanto de un niño, que le eriza el vello de los brazos— ¡Se la llevaron! ¡Se la llevaron!


No puede evitar volver el rostro hacia la fuente y el aboroto de ahí. Inconsciente, sus pasos se detienen. Alguien sostiene al niño, de no más de diez años, y le cubre parte del brazo con un paño blanco, que se tiñe de rojo cada vez más.


—Tengan cuidado —les dice una anciana, que las observa observar la escena. Como muchos ancianos, se expresa a través de un regaño preocupado—. Están evanesciendo a la gente. A él no se lo llevaron entero, por suerte. ¡Tengan cuidado, estamos en tiempos oscuros!

Editado por Eileen Moody

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Hospital San Mungo de enfermedades y heridas mágicas.

Grelliam Ollivander (corrompido)

 

 

La sala esta silenciosa, como habitualmente lo son ese tipo de lugares, solo puede escucharse el sonido del metal de las herramientas o utensilios de trabajo al tomarse y volverse a dejar en la mesa y aunque es cuidadoso, aun con esas manos que tiemblan casi incontrolablemente, el eco le rebota de regreso y lo hace parecer el más ruidoso dentro de esa sala. Lo considera armonioso aun así junto al tap-tap apenas audible de la punta de sus zapatos golpeando el suelo con el ritmo de una canción que no se escucha (por que la tararea en la mente) y, de tanto en tanto, el sonido de su nariz congestionada.

 

De nuevo enfermará.

 

Es terrible solo porque ahora tiene mucho más trabajo que hacer que antes como inquisidor cuando el conflicto con los búlgaros se anunció sobre ellos. Sin embargo, él no ha podido hacer lo que muchos otros ya consiguieron, de marcharse un día dolorosamente (para algunos más que otros) sin mirar atrás, eso a pesar de que no cree que él en verdad esté dejando mucho si lo hiciera. Aun con ese pensamiento, los motivos que lo tienen ahí todavía son inciertos hasta para él mismo, lo ha intentado claro, un par de meses atrás, antes de recibir la lechuza con el mensaje del hospital de San Mungo para cubrir una vacante solo hasta que las plazas de los puestos aun vacíos de lo que queda del ministerio de magia se gestione mejor.

 

Con la guerra en puerta y los cambios en la administración de la oficina de ministro, difícilmente eso ocurrirá pronto.

 

Desde luego que primeramente quedarse solo como medimago en San Mungo no habría sido su único motivo para volver a Londres o a cualquier rincón de Inglaterra mágico después del atentado en el atrio ministerial, pero las cosas luego de eso fueron tan diferentes en un abrir y cerrar de ojos que, sumado con el reciente rumor del fantasma de la marca tenebrosa entre los dramáticos cielos británicos, era de esperarse que se tuviera también noticias prontas sobre la entonces desaparecida Orden del Fénix, él habría esperado que si así fuera, aun si los mortífagos no eran esta vez el conflicto.

 

Pero para cuando volvió a pisar tierras de su hogar, Garry se habría encontrado con algo más con lo que debía batallar primero, algo que ni para él aún tenía un nombre.

 

No hay nada de malo si me dice que no le gusta su tratamiento, señora-, habló de pronto, su voz se oye terrible o quizá solo es extraño por que no se ha escuchado en un largo rato. ―Muchos aquí no lo disfrutan tampoco-, no obtuvo nunca una respuesta del cuerpo petrificado sobre la cama frente a él. ―¿Sabe? me parece que el mago de la doscientos cinco ha comenzado a tener una reacción alérgica por el zumo de mandrágora-, el brujo comenzó a mezclar algunos ingredientes dentro de un frasco con una poción preparada a medias. ―Me pregunto hasta cuando dejaran de intentar administrarle eso-, tarareó cansonamente mientas que ahora acerca el frasco con las sustancias combinadas al rostro de la mujer.

 

El solo aroma del elixir en la nariz de la bruja inmóvil consiguió que finalmente los ojos de ella, que han estado todo este tiempo fijos en la nada, lo miren a él.

 

Ah, ahí está usted finalmente, hola-, pero no terminó de suministrar la pócima, en cambio, le hizo un gesto para que guardara silencio mientras escribía algunas notas en un trozo de pergamino, luego procedió a guardar todo el material dentro de un estuche que cerro bajo llave y guardo bajo el brazo. ―Que tolerante es -, su boca apenas se curvó en una sonrisa que no termino de formase. ―Estoy seguro de que si sigue así pronto se va a recuperar por completo-, el modo en el que se lo dice no podría ser para nada un consuelo para alguien.

 

En ese momento un puñado de personas entró a toda prisa a la sala mayormente ocupada por pacientes petrificados o paralizados. La tranquilidad se rompió entre murmullos nada discretos que rayaban casi en gritos de alarma. Según lo que él alcanza a escuchar el paciente de la cama doscientos cinco sin dejar huella o hacer el mayor ruido (cómo iba a hacerlo si el hombre estaba petrificado) había desaparecido casi ante la vista de todos. La enfermera de turno sollozaba que ella solo se ha alejado de la sala para poner al corriente a su compañero y hacer el cambio de personal al finalizar del turno. Tenía que ser una clase de patraña por parte de ella, porque él ya lleva un par de horas ahí metido y ni siquiera el rostro de la enfermera que está al borde de la angustia le resulta conocido.

 

Oh vaya, no más filtro restaurativo para él-, permaneció de pie junto a la camilla de aquella bruja sin nombre aun, observando como la calma se perdía entre los internos y el personal que ha entrado para ver, casi con horror en sus ojos, el cómo ya ni siquiera dentro de San Mungo estaban seguros. ―Mire que desfachatez, ellos ya ni si quiera se esperan al toque de queda-, negó apenas en un movimiento antes de volver su atención a la bruja, al verle el tieso rostro espantado, se pregunta si antes de que su cuerpo quedara petrificado un grito de auxilio salió de su boca.

 

Usted también debería tener cuidado, doscientos veintidós; Miss Harris de…¿Florida?-, leyó el expediente estándar que se guarda a los pies de la cama. ―Eh, pero eso sí que está lejos de aquí-, chasqueó la lengua, con un movimiento de varita ordenó el sitio y rodeó la camilla con esas cortinas color crema que separan a los pacientes entre sí. ― En fin, que pase una buena noche, madame-, tomó el frasco de la mezcla utilizada y lo guardó entre los pliegues de su túnica.

 

De algún modo, sin ser notado, el mago se abrió paso por entre la gente que obstruye la salida. No la ve, pero puede sentir como la bruja de la cama doscientos veintidós aun con el cuerpo petrificado lo sigue con la mirada.

 

¿Estas libre ahora?-, Charlotte apareció delante de él apenas que había conseguido salir de la sala donde ha estado metido medio turno tratando a algunos magos y brujas bajo estados de parálisis, inmovilidad, catatónicos o hasta petrificados.

 

Es evidente que no-, contestó tranquilo, pero igual parece peculiarmente apurado por pasar de largo también a la bruja.

 

Hubo un incidente entre las callejuelas de Diagon, es tu especialidad-, ella casi se burló por el breve gesto arisco del brujo. ―Así que deja de jugar con los internos y ve-, reclamante, arrugó de nuevo el entrecejo, Garry cree que la bruja es todavía muy joven para tener esa arruga en la frente tan marcada como una cicatriz.

 

Está bien-, no discutió, él no hace esas cosas. ―Dame la dirección, iré-, casi de mala gana entregó a Charlotte el franco con la pócima y el estuche de instrumentos a la vez que ella le daba el pergamino con etiqueta de urgente. ―Si ves a Hann, dile por favor que me alcance-, comenzó a caminar en la dirección opuesta mientras leía los detalles de la urgencia.

 

Tranquilamente, desapareció después de adentrarse a uno de los pasillos menos concurridos del hospital.

 

 

 

La aparición que consigue hasta el callejón Diagon es impecable, a diferencia de aquella última vez que lo había intentado para escapar de ser aplastados por escombros cuando aún trabajaba para c.c.u., por ese infortunio ha perdido una mitad de su oreja izquierda. De eso ya han pasado meses, pero aun ahora conserva esa otra fea cicatriz de la despartición haciéndole juego con las otras marcas de la licantropía. Quizá algún día intente convencer a alguien de que no es un hombre lobo, sino que solo ha tenido un mal día en el ministerio de magia.

 

Eileen Moody-, es casi por nada que no choca contra ella. Ha aparecido tan cerca del par de brujas que es puro auto reflejo lo que evita el impacto. ―Y… am ¿pequeña Eileen?-, curioseó apenas a la bruja que acompaña a Moody, desde luego que no tienen un parecido, pero la extraña mente del brujo las relaciona de algún modo. ―¿De nuevo metiéndote en problemas Knockturn?-, negó con la cabeza. ―Me gustaría decir que me alegra verte, pero dicen que no son las mejores circunstancias, ¿verdad?-, ahora estaba más que nada observando el contexto, es difícil no notar al niño sin un brazo que llora a mitad del callejón, al menos alguien ya ha tenido el cuidado para disminuir la hemorragia, tan siquiera eso.

 

No. ¿No deberían estar ya en casa?-, su nariz hiso del nuevo ese ruido molesto. ―Ni siquiera las calles de Ottery son seguras a esta hora-, se siente un poco torpe al decirlo, y es que está seguro de que ellas saben (o al menos tienen una idea) de cómo están las cosas ahora. No obstante, no ha visto a Eileen Moody desde el día del ataque en atrio ministerial y por lo tanto aún hay algo de inusual compromiso por asegurarse de que ella este bien. ―Si no les importa puedo acompañarlas cuando termine aquí o si prefieres yo…-,

 

Esta por sugerir que puede llamar a alguien del cuartel de inquisidores para que las escolte de vuelta a sus casas cuando el llanto del crio le recuerda por qué razón está ahí. -Ah si, el niño sin un brazo-. Duda en dejarlas, más sin embargo no se espera por una respuesta de alguna de ellas y vuelve a lo suyo. Lo auxilia en ese mismo lugar porque la herida de su brazo es aún peor cuando consigue que al fin el menor se deje quitar el paño empapado en sangre para ver el daño. Los guantes blancos del brujo se mancharon rápidamente con la sangre del niño mientras conjuraba, uno tras otro, hechizos de sanación y vertía solución de díctamo sobre la herida.

 

No te muevas niño, er… ¿Qué fue lo que paso?-, pregunta esta vez, tratando de recibir una mejor respuesta que “evaneciendo gente”, o al menos el cómo o quien ha sido. Mientras hace un último intento de recuperar el tejido del brazo del menor piensa en qué cosas podrían haber dejado una herida así de precisa, pero sin un rastro ensangrentado después. Él está convencido de que nada de esto y lo ocurrido en San Mungo está relacionado con los inventos de la gente que han hecho sobre las nuevas medidas del ahora ministro.

 

Al menos lo quiere seguir creyendo cuando a algunos metros a la distancia se escucha a alguien más gritar de espanto tras encontrar el cuerpo de una mujer sin vida con el resto del brazo del niño aferrado entre sus manos. Alguien le había devuelto a la madre.

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Todo era tan diferente a como lo recordaba, la guerra había sacado lo peor de las personas. Desde que había vuelto a Inglaterra se había propuesto ayudar a las personas, deseando que, quienes se habían ido, fueran ayudadas por alguien a donde fuera que estuvieran.

 

La noche había comenzado a caer, sin embargo, no era hora del famoso toque de queda, ella caminaba de prisa, debía llegar a cubrir su puesto en el hospital, al ser de las pocas personas que quedaban allí y con tantas cosas que habían sucedido, su presencia era necesaria.

 

Al llegar a la recepción del Hospital de enfermedades y heridas mágicas San Mungo y escuchar que alguien la llamaba, de inmediato volteo, al parecer ese día había pasado bastantes situaciones extrañas, pero requerían de su presencia en otro lugar, se alegró de saber quién la solicitaba, y sin más fue a dónde la situación era grave.

 

El callejón Diagon, donde había pasado momentos gratos se llenaba de un ambiente de terror y preocupación, puesto que la imagen que ahora veía era la de una mujer sin vida, tomada del brazo de lo que le parecía, por el tamaño, un niño.

 

La pequeña bruja se abrió paso ante las personas que empezaban a hacer un corro alrededor, se agachó donde yacía el cuerpo y con la punta de la varita la examinó, la mujer no tenía signos de tortura y por lo que ella concluía, tal vez, no dió la información precisa y le habían arrancado la vida con una maldición asesina.

 

No sabía mucho de maldiciones, pero sabía reconocer cuando ocupaban magia oscura, alzó su mirada tratando de reconocer a alguien y encontró a las personas adecuadas, la profesora Moody (experta en maldiciones) y a su padrino.

 

En otras circunstancias habría sonreído al verlo, pero, la situación complicada lo impedía. Se acercó a ellos - Buenas noches - saludó con desgano y en un susurro solo audible para ellos dijo - Utilizaron la maldición asesina.

 

Alzó la varita y con un accio atrajo el brazo del pequeño esperando que esté no estuviera maldito y se acercó a él.

 

-Tranquilo, no temas, estamos para ayudarte, pronto te llevaremos a San Mungo y podrás recuperarte.

 

Su tono de voz era suave y tranquilizador, pero algo le decía que muy pronto ocurriría otro ataque y este los tomaría nuevamente por sorpresa.

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Baltazar Gryffindor

-Falsa identidad-

 

San Mungo

 

Eran tiempos difíciles,me había teñido el cabello de dorado, me coloque unos lentes de contacto verdes. Además, compre en el mercado negro todo documento de identidad, mi larga cabellera la había reducido a un corte militar , en ese sentido se notaba mi nuevo tatuaje en el cuello con forma de un ave fénix, el cual por medio de un encantamiento cada cinco horas ardia y se reducía a cenizas. Y todo ésto fue para trabajar como otro enfermero en el hospital, al tener los conocimiento casi en su totalidad no me fue difícil optar al cargo, inclusive en muchas oportunidades me ofrecieron el cargo de medimago pero lo rechazaba. En este punto era Jefe de enfermeros y mi tiempo en su mayoria lo pasaba en una oficina cercano a la entrada principal.

 

-Gryffindor. - Sentencia el medimago. -A falta de personal es necesario que vayas al cuarto piso.- Suspire y me marcho con ese uniforme que nos distingue, al ser solo alguien de bajo perfil no levante sospecha, además era hábil en lo que hacía, aunque también fue por tomar cada cierto tiempo pocima de edad avanzada, ello provoca que se vean arrugas, marca de la edad y ciertas canas.

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  • 3 semanas más tarde...

―Grelliam Ollivander.

 

Las comisuras de sus labios tiemblan ligeramente, pero no alcanza a hacer una sonrisa. Cualquiera pensaría que es natural que Ellie no pueda sonreír; después de todo, están una situación bastante fea. La atmósfera del Callejón Diagón está llena de preocupación, tensión y horror, por no mencionar el llanto del niño, que penetra en los oídos sin piedad y obliga a ver al pobre sufrir la pérdida del brazo, la ausencia de su madre... Pero lo cierto es que no es eso lo que le afecta; en realidad, se siente adormecida. Lo que le impide sonreír, es el propio Garry. Su presencia suele tener un efecto agridulce; por un lado es un alivio encontrar a alguien conocido, especialmente en aquellos tiempos tan malos, pero por el otro lado... su presencia no suele ser un alivio. Los desastres lo persiguen y él no es una persona muy familiar.

 

Así que, en ese momento, no se le ocurre que Garry puede ayudar. No se le ocurre que puede mejorar la situación, sino todo lo contrario. Las cosas están a punto de empeorar.

 

―No tienes por qué preocuparte ―replica Ellie, frunciendo el entrecejo. Como de costumbre, el mago la sorprende. Lo cierto es que no entiende por qué se preocuparía por ella, aunque no puede negar que tiene un efecto reconfortante, más con la soledad que la afligido últimamente: la ruptura con Hobb, la ausencia de Mel, la repentina ausencia de sus amigos. Pero entonces otro pensamiento la molesta, y es que hay que estar muy mal, en un hueco muy profundo, como para sentirse bien gracias a Garry―. Ya estábamos yendo a casa...

 

La frase queda en el aire. El mago, como recordando que no está ahí para conversar, se acerca al lugar de los sucesos y comienza a atender al niño. Ellie, recordando también lo que está sucediendo, le dirige una mirada severa a Harriet: vete a casa. Le hace un gesto a Nymeria, su medio-Kneazle, para que acompañe a su joven aprendiz a casa. Sabe que ella debería irse, pero algo se lo impide. Cuando la muchacha desaparece dentro del Caldero Chorreante, Ellie se vuelve hacia Garry, quien está todavía atendiendo al chico. La visión de la sangre la horroriza y, peor, el olor le da náuseas; sin embargo, se obliga a controlarse para ser capaz de acercarse y... y...

 

¿Y qué? ¿Qué puede hacer?

 

―Puedo hacer un portal, para que te lleves al niño rápidamente ―musita Ellie, con la voz queda, sin querer hablar muy fuerte por temor a desconcentrar a Garry―. Puedo...

 

Pero entonces, se escucha otro grito general. Entre el caos, reconoce a Hannity Jane, que se acerca a ella y Ollivander. Nuevamente, el impulso de vomitar aparece cuando observa a la sanadora sostener el brazo inerte en sus manos. Las rodillas le tiemblan y los ojos se le llenan de lágrimas, pero sabe que debe controlarse, si pretende ayudar. No entiende cómo la mujer es capaz de hablarle con tanta tranquilidad al chico. Lo admira, especialmente cuando el niño permite que sus palabras lo tranquilicen.

 

―Esto no tiene sentido ―suspira. Según Hanny, la madre del niño fue asesinada con una maldición asesina, pero ¿por qué? ¿Y por qué dejaron el cuerpo tan cerca? ¿Qué fue lo que sucedió? Sin poder evitarlo, observa al niño.

 

«Él tiene parte de la historia».

 

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  • 2 semanas más tarde...

Por suerte, Edmund no es extranjero, ni mestizo, ni hijo de muggles.

 

Y aún así, no se sentía a salvo.

 

Las desapariciones habían comenzado a suceder hace poco y nada ni nadie le aseguraba que él no iba a ser el siguiente. Y él mismo creía que todo el mundo comenzaba a preguntarse del mismo. Existía un toque de queda implícito, que él no entendía mucho, porque existían algunas desapariciones documentadas que habían sucedido durante la luz del día. Sin embargo, muchos se sentirían a salvo en la comodidad de sus casas al caer la noche. La pregunta era, ¿de verdad lo estaban?

 

El mago prefería mantenerse en movimiento y limitar las horas de sueño.

 

En la Casa Clarence todos se preguntaban qué sucedía con el príncipe. Si bien Edmund no frecuentaba aquel lugar a menudo, sus períodos de ausencia se habían alargado demasiado; de hecho, tan sólo había pisado el palacio un par de veces en los últimos tres meses. El primer ministro inglés también comenzaba a presionarlo porque sabía que esto tenía que ver con la comunidad mágica. Lo cierto era que las relaciones públicas le cansaban demasiado y no había devuelto las llamadas ni los mensajes al ministro. Y esto se debía a las numerables desapariciones de magos nacidos de muggles, cuyos padres muggles denunciaban dichos actos con antelación, mucho antes de que el Ministerio de Magia se ocupase de ello.

 

Browsler casi podía escuchar las palabras de su institutriz en la cabeza, recriminándole por aquel acto, pero prefería ignorarles antes que hacer algo al respecto. Después de todo, él no estaba obligado por ley a responder por ello ni hacerse cargo de lo que sucedía.

 

 

En aquella oportunidad caminaba por las calles del Callejón Diagón, justo después de salir de la Agencia Browskov y de terminar de zanjar unos asuntos allí. Sí, trabajaba. Siempre lo había hecho, antes para el Ministerio de Magia en el departamento de deportes. Browsler era rico pero con dinero muggle, no mágico. Y a pesar de que él bien podría cambiar las libras esterlinas por galeones, se le dificultaba mucho, porque todo dinero que utilizaba tenía que ser aprobado y debía llevar el soporte correspondiente. ¿Cómo, pues, iba a justificar la compra de animales mágicos, objetos y pociones cuando todos en la Casa Clarence creían que él era un simple muggle? No podía. En más de una ocasión, cuando estaba al borde de la pobreza en el ámbito mágico, solía desviar ciertos fondos. Pero no era algo que podía hacer a diario ni mucho menos con cantidades exorbitantes.

 

Mientras pensaba en todas esas cosas, no prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor.

 

Hasta que el grito y los sollozos de un niño lo sacan de su ensimismamiento. Reconoció de inmediato a Eileen y Hanny, compañeras de la Orden del Fénix, pero al mago que con ellas se encuentra. Al parecer estaban calmando y ayudando al niño en apuros. Browsler conocía también de primeros auxilios, pero observó que esa situación estaba ya cubierta.

 

Otro grito.

 

Esta vez era una bruja que alegaba haber perdido a su hija. Edmund observó a Eileen y comentó que lo mejor era separarse. Definitivamente algo extraño estaba sucediendo.

 

Y sin decir nada más, se fue en su auxilio.

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  • 2 semanas más tarde...

Es la primera vez que camina hacia el callejón en vez de simplemente aparecerse en él. Es un ritual de esos que no comparte con nadie, porque ya nadie queda. Es así porque de algún modo no se siente digna de usar algo tan mundano como la magia en el callejón, no después de haber pasado tanto tiempo lejos, no después de haber desaparecido así como lo hizo.

 

Scavenger se acomoda la bufanda alrededor del cuello cuando siente una ráfaga alborotar su cabello, con la mano derecha aprieta el objeto en su bolsillo derecho y emprende el camino por el callejón. Intenta -y falla- alejar la mirada de los lugares que solía frecuentar y que ya no están, ahora reemplazados por tiendas nuevas, gente nueva. El callejón un recordatorio permanente de que la vida sigue adelante, contigo o sin ti.

 

No es nostalgia lo que la trae de regreso a Londres. Aunque no lo parezca, Scavenger no tiene mucho espacio en su corazón para la sensibilidad. Se alejó del mundo mágico por una razón y lo volvería a hacer si fuese necesario. Un poco de perspectiva tampoco le hace daño a nadie. Lo cierto es que necesita ayuda, y si la memoria no le falla no hay mejor lugar que el callejón para buscar caras conocidas, especialmente ahora que está tan desconectada de la orden, de su familia.

 

Un grito de conmoción la saca de sus pensamientos. Si la situación fuese menos lúgubre ya estaría esbozando una sonrisa ante la familiaridad del momento. Sí, ha estado fuera, pero el tiempo que pasó como Auror rondando estas mismas calles no se le va a olvidar nunca, y no necesita acercarse para saber lo que un círculo de gente mirando hacia el piso significa. No está segura de que tenga el estómago para lidiar con ese problema, pero antes de que pueda siquiera decidirse a actuar una figura llama su atención.

 

— ¿Ellie? — se pregunta más a sí misma. No muy lejos de la Moody puede ver caras familiares, aunque no recuerda sus nombres (sabe que al menos uno de ellos es un Ollivander).

 

— Ellie, — dice en voz alta al acercarse más a la bruja. — Tiempo sin vernos.

 

Le gustaría preguntarle cómo se encuentra o un resumen de todo lo que se perdió cuando se alejó de Londres, pero el ambiente en el callejón le indica que no es el momento adecuado. Está a punto de decir otra cosa cuando es interrumpida por un grito, no muy lejos de ellos. Un hombre que no reconoce sugiere investigar y se dirige hacia el ruido.

 

¡Mi niña! ¡Mi niña! — una mujer grita. — ¿Dónde está mi niña?

 

Scavenger siente un nudo en el estómago.

 

— ¿También aquí está despareciendo la gente? — pregunta en voz alta.

 

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