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Estudios Muggles


Matt Blackner
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Giré la llave en el contacto, y asi, el sonido de motor se apagó con un suave ronroneo. Me relajaba montar en moto, y aunque la moto voladora era muy rápida, en aquella ocasión había preferido usarla como lo que era: Una moto, un vehículo muggle que se deslizaba por la carretera con suavidad. Tal vez el viaje hubiera sido un poco más largo pero...acaso no debe el profesor predicar con el ejemplo?

Me quité el casco, de color negro, que cubría mi cabeza al completo y solo dejaba a la vista mis ojos, si es qeu antes decidía levantar la visera. La moto, una Triumph, quedó aparcada junto a la acera. Al menos, tenía la tranquilidad de que nadie podría robármela.

Miré a mi alrededor, observando como la gente paseaba, animada, respirándose cierta expectación en el aire londinense aquel día. Era la primera vez que me hacía cargo de aquella clase, y esperaba al menos estar a la altura, y para eso, había elegido una camiseta negra, vaqueros y botas del mismo color. Seguramente mi grupo de alumnos ya había recibido mi aviso, una lechuza para cada uno de ellos, que llevaba una serie de instrucciones que deberían cumplir si querían, si quiera, cursar la clase.

 

Para: @ @@Zack Ivashkov @@GoshI @ @@Adrian Wild

 

Asunto: Estudios Muggles

Os espero en el Cine Lumiere, al sur de Kensington a las 17:00 para vuestra clase. Tendréis que llegar alli utilizando un medio de transporte público muggle. No me veréis a menos que yo quiera, pero yo os estaré vigilando. Una vez en el cine, deberéis preguntar por Peter McKennan.


Requisitos durante la clase:

  • Queda terminantemente prohibido llevar la varita durante la clase, así como cualquier objeto mágico que pueda señalar el origen mágico de los alumnos. Cualquier infractor al que se le pille con alguno encima, será sacado de la clase y suspendido irremediablemente, al margen de las medidas sancionadoras que el Ministerio de Magia decida aplicar por la falta.
  • No se podrán usar ningún Poder Uzza o Habilidad mientras estemos en terreno muggle.
  • Cartilla de vacunaciones al día. Sin ser obligatorio, de no tenerla, el alumno aceptará de forma inequívoca que declina toda acción legal si se contagia de alguna enfermedad durante la celebración de la clase, así como que se hará responsable de cualquier enfermedad que pueda propagar a su alrededor.
  • Se mantendrá un total respeto hacia los muggles con los que se tenga contacto. Cualquier acto que desde el Profesorado se pueda considerar de menosprecio o de ataque hacia ese colectivo no mágico, será motivo de expulsión y de comunicación a la Dirección para evaluación de medidas sancionadoras posteriores.
  • Recordaros que sois invitados a este particular mundo y que nadie os obliga a cursar la clase. Si os presentáis al lugar, ser respetuosos con ellos, estéis o no de acuerdo con su presencia. Hoy seréis ellos, sin magia, sin ayuda exterior, siendo un muggle más mientras dure la clase
  • Siempre se han de seguir las indicaciones del Profesorado, quien velará por la seguridad del grupo mientras estéis en este lugar tan diferente al que estáis acostumbrados. Sólo el Profesorado puede revocar los requisitos previos con medidas extraordinarias que puedan ser necesarias durante la duración de la clase, según su criterio de:
    • anteponer la seguridad de su alumnado frente a ataques externos
    • no darse a conocer ante el mundo muggle como comunidad mágica
    • defensa del entorno muggle en el que se mueve para no generar distorsiones, siempre que no afecte a los puntos 1 y 2.

A tener en cuenta:
** "Reglas básicas de comportamiento ante Muggles", folleto repartido por la Sección de Leyes Mágicas del Antiguo Ministerio de Magia.
** Os recuerdo que debéis usar ropa muggle.

Fdo: Matt Blackner

 

Solo quedaba esperar a que comenzara el show. Asi que, poniéndome unas gafas de sol de tipo aviador negras, comencé a caminar en dirección al lugar.

Editado por Matt Blackner

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El sonido de un vidrio rompiéndose hizo que Erik detuviera sus pasos y se girase hacia la puerta que conducía a la torre norte del castillo, donde estaba la habitación y área general de trabajo de su madre. No solía subir allí sin permiso previo pero... ¿y si ocurría algo?

 

A medida que subía las escaleras pudo escuchar las carcajadas de su abuelo. Frunció el ceño y asomó la cabeza por la puerta del dormitorio, de donde provenía la voz del anciano.

 

¿Va todo bien? —murmuró, mirando hacia el interior. Su madre iba de un lado a otro farfullando algo entre dientes mientras el sacerdote estaba sentado en el borde de la cama, riendo de buena gana. Ambos le miraron y Anne se limitó a resoplar.

 

Oh sí, querido, todo va bien. Salvo porque tu madre ha pagado por ir "al infierno". O eso dice ella.

 

La mujer, que parecía tener una única ceja de lo fruncido que tenía el ceño, se paró ante el anciano con los brazos en jarras.

 

Pero, ¿te has parado a leer los requisitos, papá? ¡Dice que no podemos llevar la varita, ni ningún tipo de objeto mágico! Maldita sea, la última vez que salí en esas condiciones tenía 11 años y aún no había entrado a Hogwarts —farfulló. Ni siquiera tenía caso hablar del tema del respeto... ¿en qué momento había pensado que cursar aquella clase sería bueno para ella? Se llevó una mano a la cara mientras lanzaba un profundo suspiro.

 

Erik y Shiro se miraron, cómplices, y el chico salió de la habitación ahogando una carcajada. Posiblemente, al final del día, su madre estaría metida en un nuevo lío por no cumplir aquella normativa.

 

El anciano se quedó ahora mirando a la mujer, que estaba metiendo algo en su mochila. Puso los ojos en blanco.

 

Anne, ponía muy claramente que no debes llevar objetos mágicos. Suelta ese bolso, venga —se levantó para arrebatárselo de las manos, pero ella no lo soltó. Ambos se quedaron mirándose fijamente, con el bolso suspendido en el aire.

 

No puedo ir sin varita...

 

— Debes hacerlo si quieres la certificación de la clase.

 

— ¡No tengo necesidad alguna de saber nada sobre muggles!

 

— Pues yo pienso que sí. No seas infantil, que ya no tienes edad. Te inscribiste, ¿cierto? Pues cumple con las normas y acude a clase. No hagas esperar al profesor.

 

Sin previo aviso, Shiro tiró del bolso y a Anne se le escapó de entre los dedos. Gruñó por lo bajo y luego comenzó a lanzar cosas sobre el escritorio que tenía al lado. Eran sus anillos y amuletos.

 

¿Ya estás contento, eh? No quiero flores en mi tumba, toma nota. Y no lloréis mucho cuando te llamen para decirte que me han encontrado por ahí, muerta.

 

El anciano sonrió, sabedor de que acababa de ganar la partida, y se acercó para meterle unas monedas en el bolsillo. Luego la besó en la mejilla, inclinándose hacia adelante para compensar la diferencia de alturas. Despidió a su hija con un gesto de la mano y ésta desapareció sin ni siquiera desvolvérselo.

 

 

Reapareció en un callejón solitario que desembocada en una concurrida calle de Londres. Una muy llena de muggles. Anne se llevó una mano al bolsillo del pantalón vaquero que vestía y lo palpó. La ansiedad por no notar la varita hizo que comenzara a sudar, y se rascó el cuello compulsivamente para intentar aliviar el estrés.

 

Vale, venga, puedo hacerlo. Un transporte muggle... *****.

 

Desde que se había vinculado con el anillo de animagia, sus viajes habían mejorado mucho. Ahora volaba, así que no necesitaba nada más para alcanzar su destino. Y si era muy lejano, abría un portal. Pero... ahora debía usar un transporte muggle. Miró al otro lado de la calle, donde un letrero de rezaba que había una parada de bus. Tomó aire lentamente hasta que no cupo ni un miligramo más en sus pulmones y luego lo soltó todo de golpe.

 

Echó a andar, con las manos en los bolsillos. Con aquel pantalón ancho y desgastado, las botas oscuras (a pesar de que el clima no era precisamente frío) y la camisa oscura y holgada, sumado a la postura desganada y alerta que mantenía en todo momento, se ganó multitud de miradas y susurros conforme avanzaba. Ni qué decir de su cara: mantenía el ceño y los labios fruncidos. Su pelo azul eléctrico tampoco ayudaba precisamente a integrarse en el entorno.

 

Se detuvo junto a una señora ya entrada en años que ni siquiera la miró. Posiblemente era la única que no lo había hecho desde que había salido a la calle.

 

Disculpe, ¿cuándo pasa el bus?

 

— Depende de cuál necesites tomar.

 

Anne parpadeó varias veces. Acababa de recibir su primera dosis de "muggledosidad".

 

Ehm... uhm... y... ¿y si no sé cuál necesito?

 

La anciana la miró por encima de sus gafas redondas. Apretó un poco los labios, posiblemente al ver la longitud y color de pelo de la mujer, pero pronto sonrió.

 

Sí sabrás adónde te diriges, ¿no?

 

Sí, esto... a... al Cine Lumiere, al sur de Kensington.

 

— Ah. Debes tomar el mismo que yo entonces. Mira, es justo ese.

 

La Gaunt miró hacia el lugar que le indicaba la señora y asintió. Le cedió el paso y luego empujó a un chaval que intentó colársele por la izquierda. Le gruñó lo suficiente como para que éste comprendiera que era mejor no meterse con ella. Siguió a la anciana, imitó el pago (con dificultad, mientras decidía qué monedas debía darle al conductor) y luego se sentó en un lugar vacío, cerca de la anciana.

 

Yo te aviso cuando debas bajar.

 

Anne asintió. Menos mal porque, si no, posiblemente le diera dos vueltas a Londres sin saber dónde bajar de nuevo. Su mirada se perdió por la ventanilla en cuanto el bus se puso en marcha, y no supo cuánto tiempo pasó hasta que la anciana le indicó que debía bajar en la siguiente parada, y que debía caminar un par de calles para encontrar el cine. Ella asintió sin hablar, esperaba que comprendiera que era su forma de darle las gracias, bajó del bus y siguió las indicaciones que le había dado. No le costó encontrar el cine.

 

Se detuvo en la puerta. Matt no estaba por allí, aunque en la nota con las indicaciones de la clase ya les había avisado que así sería. Le tocaba preguntar por el nombre que les había indicado. Se acercó a las taquillas y carraspeó con la garganta.

 

Disculpe, ¿Peter McKennan?

 

La chica de la taquilla la miró, extrañada.

 

Si no va a comprar una entrada, deje pasar al siguiente.

 

La Gaunt parpadeó y se apartó, aturdida, mientras se palpaba el bolsillo y recordaba que iba desarmada. ¿Ahorcar a la muchacha con las manos también enfadaría a Matt? Suspiró. La clase se le iba a hacer eterna.

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Peter McKennan

Ser squib no era tan malo. Muchos acababan resentidos con la sociedad mágica porque, a pesar de pertenecer a ella, carecían de la capacidad de participar de la misma, y con la sociedad muggle, por creerse superior a ellos.

Pero él no. McKnennan era feliz, y disfrutaba de su mayor pasión: el cine. Le parecía increíble lo qeu los muggles eran capaces de hacer, y por eso, su trabajo como supervisor en el cine Lumiere le apasionaba, aunqeu su mayor sueño era lograr participar en el rodaje de una película.

Blackner ya le había advertido de aquellas personas qeu acudirían al cine aquella tarde. Cuando salió de los vestidores reservados a los empleados, divisó a una joven de pelo corto azul. Los colores llamativos o el largo del corte, en la sociedad de hoy en día, no eran tan extraños, pero aquel ceño fruncido y la mirada perdida, algo angustiada, revelaba su condición a ojos de un "experto"

- Sally, ya te dije que si preguntaban por mi, debías avisarme - dije, con tono serio, regañando a la joven que se encontraba organizando las taquillas para el trabajo de aquel día. Dicho esto, me giré hacia la joven @, con una entusiasmada sonrisa.

- Es usted una de nuestras empleadas para el día de hoy, verdad? Señorita.... - pregunté, y sin darle más tiempo para pensárselo, señalé hacia el interior del edificio, donde la temperatura era agradablemente fresca. Caminé junto a ella, guiándola hacia los vestuarios. - Este fin de semana hemos tenido algunos problemas con nuestros empleados, menos mal que nos han enviado refuerzos.

Abrí la puerta en la cual rezaba ÁREA PRIVADA. y la invité a pasar.
- Bien, en esa puerta de la izquierda están los vestuarios para empleadas. Hay varios polos de diferentes tallas. Elija la que sea de su talla, y salga de nuevo para qeu pueda explicarle su cometido. Sus pertenencias podrá dejarlas en la taquilla que prefiera: anillos, collares, teléfono, cartera, llaves...Le estaré esperando

En el vestuario, encontraría distintos polos colgados de perchas, todos ellos de color negro, con líneas rojas en los hombros y en ambos costados. Además, en la zona izquierda del pecho podía leerse la palabra staff mientras qeu ocupando la parte de atrás, a la altura de los hombros, figuraba el logo del cine, todo ello con letras de color rojo.

Editado por Matt Blackner

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Alguien se dirigió a ella verbalmente. No era Matt Blackner, y no le sonaba de nada. Frunció el ceño aún más, si aquello era posible. La llamó "empleada". Su ceño se relajó como para que una ceja prácticamente tocara el techo, con gesto dubitativo. O más bien de asco.

 

— ¿Que yo soy qué? —había oído la palabra, pero prefería fingir que no por si se trataba de un error. Porque debía serlo, ella había ido a estudiar. Aún así, le siguió cuando le indicó que pasara hacia el interior. "Refuerzos", dijo. Ahora apretó los labios y resopló por la nariz, como un toro. ¿Dónde demonios estaría Matt?

 

Se detuvieron ante una zona que se llama "área privada", y le indicó que debía entrar.

 

"Empleadas". El corazón se le aceleró, y la vena del cuello comenzó a marcarse en su pálida piel.

 

"Polos". Su respiración también había aumentado. Le faltaba poco para hiperventilar.

 

"Cometido". De repente, había dejado de respirar. Ahora sudaba y miraba al hombre mientras parpadeaba.

 

"Pertenencias". Recordó que no llevaba su varita. Ni sus anillos. Ni sus amuletos. Aquello era la gota que colmaba el vaso.

 

¡Bueno, ya está bien! ¡¿Qué demonios es esto, si puede saberse?! ¡¿Dónde está Matt Blackner?!

 

Dio un paso con gesto amenazador hacia el hombre, con los ojos enrojecidos por la rabia. Tenía las mandíbulas apretadas, así como los puños, y estaba haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no hundirle los nudillos en la cara a aquel tipo que la superaba con creces en altura y anchura. Poco le importaba eso a ella.

 

De repente se acordó de las indicaciones de Matt en aquella notificación. Y sintió deseos de llorar. Ahogando un gemido de frustración, se giró sin esperar por si el tipo tenía algo que responderle y se adentró en el vestuario, donde tomó uno de aquellos polos con desgana, haciendo que otros cayeran accidentalmente al suelo. No se molestó en recogerlos. Por lo menos eran negros, aunque el rojo de los lados no le hacía demasiada gracia...

 

Había tomado uno más grande de su talla, pero no pensaba molestarse en cambiarlo. Lo sujetó entre las piernas y se despojó de su camisa, la cual colgó en una percha del vestuario. Luego se puso el polo, que le quedaba holgado de todas partes, aunque no tanto del pecho. Se lo metió un poco en el pantalón para evitar que le llegara cerca de las rodillas y, al girarse para salir de nuevo, se percató de que no había cerrado la puerta. Bueno, estaba segura de que aquel tipo habría visto a alguna mujer en ropa interior antes en su vida. Y si no... pues aquel día llevaba premio.

 

Salió, con los brazos en jarras y el ceño fruncido, que ya parecía su gesto facial habitual.

 

Muy bien, a ver, qué demonios debo hacer ahora.

Editado por Anne Gaunt

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Ajam, nada que delate que soy una bruja —murmuró Maida viéndose al espejo con el ceño fruncido.

 

La túnica que lucía gritaba "bruja" por dónde lo viere, pero aunque se esforzó, su armario estaba llena de ellas. Quería ser dócil y obediente con el profesor, pero esto seguro le iba a traer tragedias o pesadillas, estaba segura. Todo lo que debía hacer según la lista de Matt, le aterraba, ¿por qué se había anotado en esa clase? Si, claro, algo de afrontar sus miedos. Evidentemente Maida le tenía pánico a los muggles, aunque no lo dijera en voz alta así era.

 

Saqué unos jeans de la habitación de su mamá, y una blusa creo que podrían servirle, señorita —dijo un elfo doméstico que se posicionaba a su lado. La señorita Yaxley lo miró aterrada, su mamá era cualquier cosa menos una persona discreta al vestirse.

 

Tragó saliva y pronto se vio con la silueta apretada, el cabello recogido en una cola y la una bolsa de cuero cruzada dónde su elfo había colocado dinero muggle. ¿Cómo era posible que un elfo doméstico supiera más que ella sobre la vida en Londres? Chasqueó la lengua antes de decidirse a desaparecerse de casa y aparecer cerca al Ministerio de Magia. Eso, suponía, no afectaba las normas, el problema era partir de ahí a Kensington. Sabía de transportes muggles, pero jamás los había usado, ni siquiera había usado el Autobus Noctámbulo por considerarlo demasido muggle, ¿por qué se estaba inscribiendo en la clase? Cuando estuvo fuera de la caseta de teléfono, suspiró resignada, no había vuelta de hoja.

 

La otra opción para alguien que no sabía como encontrar una bodega muggle en un sencillo barrio, era el taxi. ¿Cuánto dinero necesitaba para eso? Vio los billetes, ella siempre usaba monedas, galeones, sickles, knuts, pero no billetes, ¿cómo era eso? ¿los partía? ¿dónde estaba la casa de cambio mágica más cercana para preguntarle? Chasqueó la lengua y se acomodó la blusa, de manera que se relajara un poco, jamás funcionaba pero no dejaba de intentarlo. Alzó el brazo y detuvo el quinto taxi que pasó por su lado, reprimiendo el instinto de maldecir los cuatro anteriores, ¡que falta de educación!

 

Buenas, ¿podría llevarme al cine Lumiere? —le mostró el trozo de pergamino con la dirección, y eso provocó la mirada extrañada del conductor ante el desgastado material— Es en Kensington, ¿no? ¿nos demoraremos mucho?

 

Suba, señorita, espero que lleguemos en veinticinco minutos máximo, rezando por no toparnos con tráfico pesado —comentó con una sonrisa y le señaló la puertecilla de atrás, lo que le hizo pensar segundo más tarde, que a lo mejor Maida tenía algún problema psicomotriz, cuando él soltaba el seguro, ella no hacía nada y cuando presionaban juntos los mecanismos, ella intentaba jalar. Finalmente se rindió y le pidió que le dejara hacerlo a él—, suba.

 

La bruja tenía la frente perlada en sudor por la ansiedad, no sólo le parecía excesivo el tiempo dado que ella podría haber llegado en un abrir y cerrar de ojos, sino que todo el asunto de la puerta la habían colocado en una posición incómoda. Se sentó y pensó disfrutar la vista, iban tan lento que decidió compararlo con sus viajes en barco que tanto le gustaban cuando era joven, aunque claro, el mar tiene una vista más pacificadora. El señor hizo dos intentos de hablarle, pero al no obtener respuesta finalmente se silenció. Aunque entendía el concepto de los semáforos, le estresaba que, sin darse cuenta contaba los segundos cada que se topaban con uno en rojo.

 

Para cuando sólo faltaban cinco minutos, Maida ya había contado al menos cinco veces la cantidad de carros rojos con los que se cruzaban.

 

Falta mucho —y, como siempre que se sentía nerviosa, se le salió el viejo acento extranjero.

— ¿Primera vez en Londres?

— Si, podría decirse. ¿Qué es exactamente eso del cine?

— ¿Qué?

— Cine, ¿a dónde es que estoy yendo?

— Bueno señorita, si usted no lo sabe, imagínese yo.

 

Maida enarcó las cejas, dándose cuenta que estaba por delatarse. Suspiró cansada.

 

— Perdone, soy de un pueblo bastante remoto en Bulgaria.

— Ah claro, con razón.

— Es mi primera vez con muchas cosas.

 

Quiso explicarse mejor, pero justo en ese instante llegaron al sitio, el chofer se rió de ella cuando quiso pagar 20 libras con las dos quintas partes de un billete de 50, entregándole su vuelto de la manera correcta. Maida se bajó del carro y se acercó a la taquilla dónde encontró a una señorita, quién con monosílabos y poco más que eso, le indicó que fuera por una puertecita que decía "Área Privada". Tragó saliva e ingresó. O bueno, lo intentó, cuando iba a girar la manija, se topó con un rostro familiar, nada más y nada menos que Anne Gaunt con una camiseta del mismo tono que de la chiquilla de la taquilla.

 

¿Matt? —preguntó con curiosidad y terror, no quería ese look— ¿qué se supone que tenemos que hacer? ¿sabes?

 

Aunque estaba llena de terror, al menos saber que no sería alumna única la calmó.

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Sostuve la varita entre mis manos y la observé por última vez para luego meterla en el cajón de mi mesa de luz. Warhol estaba al lado mío, presenciando aquel momento, ya que le había pedido que utilizara su magia para sellar aquel cajón. Bastante me había costado recuperar esa varita como para volver a perderla.

 

- Bien... - Me volteé hacia el elfo.- Esto no será muy diferente a lo que fue el exilio, sólo que sin nada de magia y, por suerte mucho más corto.

 

Un gato negro de ojos amarillentos pegó un salto arriba de la cama, haciendo que Warhol se sobresaltara.

 

- Cuida a Fed... Dimitri. - Me corregí chasqueando la lengua.- Lo necesito aquí en cuanto regrese.

 

Acaricié al gato por detrás de sus orejas, tomé luego el abrigo que había dejado sobre la silla del escritorio y salí de la habitación para continuar mi camino hacia las afueras del castillo y, claramente, de Ottery.

 

Una vez aparecida dentro del Ministerio de Magia empecé a percibir cómo las miradas se clavaban en mi atuendo. Llevaba pantalones negros, zapatillas de lona color rosa desgastadas en las puntas y una remera de los Beatles, En la cabeza me había colocado una boina de terciopelo verde y había atado mi pelo en una cola para que pareciera arreglado. Llevaba unas pocas cosas en un morral de jean que había encontrado en el baúl de la tía Luna, un par de paños de tela, un cuadernito gastado, un reloj muggle que habíamos robado con mi primo de un local en mi adolescencia y lamentablemente había tenido que dejar mi vuelaplumas.

 

"Seguro irá a esas clases extrañas de estudios muggles", se me ocurría que pasaría por la mente de cada mago que me cruzaba. "Ahí va otra freak a investigar a esos no-maj". "Qué tanto le ven a esos muggles que van tan elegantemente vestidos". Ok, no, ese último pensamiento era demasiado pedir en un contexto donde triunfaba el grindelwalismo, pero era divertido.

 

Al salir del ministerio miré hacia ambos lados y pude ver cruzando la calle un puesto repleto de artefactos mecánicos muy interesantes. Me acerqué para examinarlos más de cerca. Cada soporte era un conjunto de piezas de metal soportado sobre dos ruedas, al igual que mi moto voladora, por lo que supuse que se trataría de un medio de transporte similar.

 

- Buenos días, señorita, ¿en qué la puedo ayudar? .- Un muchacho de cabellos castaños un poco desordenados, ojos verdes y con un overall gris manchado de grasa se acercó a donde yo estaba.

 

- Buen día... - Le sonreí.- Necesitaría que por favor me enseñe cómo funciona este artefacto.

 

El muchacho arqueó una ceja.

 

- ¿No sabes andar en bicicleta?

 

Me reí con vergüenza.

 

- No, nunca supe andar en bicisenda... Sería la primera vez que la utilizaría. - Me corrí un mechón de cabello que se me había zafado del peinado detrás de la oreja.

 

El chico se acercó y arrancó de una especie de soporte uno de esos artefactos para luego apoyarla en el suelo. Rebotaba sobre las ruedas, parecían ser más blandas que las de mi moto.

 

- ¿Es sólo esto?

 

- Tenemos varios modelos.- Me respondió el chico.- Pero creo que con esta andarás bien... Puedo enseñarte si no te parece imprudente...

 

- Te lo agradecería mucho.

 

Entonces arrancó el coqueteo. El muchacho se colocó detrás mío me tomó de la cintura mientras yo intentaba subirme al asiento de la bicicerda. Sentí unas cosquillas recorrer todo mi cuerpo, que hacía tiempo que no me agarraban así tan fuerte de la cintura. Uno de sus brazos apareció por debajo de mis codos para tomar mi mano y depositarla en una de las ¿manijas?. Luego hizo lo mismo pero con la mano del otro lado para no soltar el artefacto. Dio toda la vuelta hasta quedar frente a mí. Sus ojos se clavaron en mi mirada.

 

- Ahora necesito que apoyes los pies en los pedales.

 

- ¿En los qué? - Sacudí la cabeza y miré hacia abajo. Intuí que se refería a las plataformas que estaban a ambos lados por lo que acerqué los pies a los mismos.

 

- Eres muy simpática, me intrigas...- Me respondió con el entrecejo fruncido, pero para mí quiso decir otra cosa.- Sí, son esos. Bien.

 

Se alejó un poco y quedé haciendo equilibrio.

 

- Ahora pedaleá.

 

Me quedé mirándolo perpleja, hasta que hizo el movimiento de pedaleo con las manos.

 

- Pero qué tonta soy, si... arranco.

 

Empujé las manos intentando hacer el mismo movimiento que el muchacho, pero el manubrio no se movía, entonces intenté lo mismo con los pies y me salió.

 

- Bien, hacé equilibrio...

 

- Como con escob... ¿con las motos?

 

- ¡Exacto! Así como lo vienes haciendo está bien.

 

La biciescueta se movía de un lado a otro mientras empujaba con un pie y otro pie, todo el tiempo a punto de caerse hasta que pude dar una vuelta en rotonda y volver al puesto.

 

- Wow... no sabía que sería tan difícil.

 

El muchacho volvió a acercarse y sostener el manubrio para mantener el artefacto firme.

 

- La primera vez siempre cuesta... Pero una vez que aprendes no te lo olvidas jamás. - Me miró los labios y volvió a mirarme a los ojos.- Te la puedo prestar para que practiques siempre y cuando vuelvas y me des tu número.

 

¿Mi qué? Abrí la boca sin emitir sonido. Titubeé un poco y luego recordé que no traía dinero encima.

 

- Si... ¡Claro! Volveré a este mismo lugar con la bicicheta y un número. - Sonreí y extraje un papel del bolsillo de mi pantalón.- Tengo que ir hasta el cine Lu... Lumiere, ¿sabes cómo llegar?

 

Acto seguido empezó a darme un par de directivas sobre por qué caminos ir, cuáles me convenía, qué caminos eran en subida, cuáles en bajada. Lo despedí con un beso en la mejilla y completamente sonrojada empecé a pedalear hasta el establecimiento donde me habían citado.

 

La puerta del cine era bellísima, de una arquitectura que nunca antes había visto. Dejé la bicichata tirada en la vereda y me acerqué a la ventanilla. Mis mejillas seguían coloradas.

 

- Buenos días, busco al señor Peter McKennan... - Mi mirada se desvió a un costado al reconocer a su colega.- ¿Maida?

 

Le dejé de dar bola a la persona de ventanilla e inmediatamente me acerqué a la Yaxley a quien le di un beso en la mejilla y un abrazo.

 

- Qué extraño vernos así vestidas, ¿no crees? - Hice una pausa.- ¿Sabes de alguien más que viniera a esta clase? Como notarás estoy ansiosa y muy entusiasmada.

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Peter McKennan

 

Cuando la puerta del vestuario se cerró a espaldas de @ no pude evitar sentir cierta compasión por la joven. Si era su primera vez entre muggles, comportándose como uno de ellos, sin varita ni otros elementos mágicos, era normal sentirse perdido. Frustrado. No me pasaron desapercibidos ciertos refunfuños, ni el tintineo enfadado de las perchas donde la ropa colgaba. Pero debería adaptarse si quería superar aquella prueba.

 

En realidad, no era tan malo como podía parecer.

 

Cuando la puerta volvió a abrirse, dejando ver a la chica vestida con un polo evidentemente más grande de lo que necesitaba, dos personas más se nos unieron. Primero, @, con blusa y vaqueros. Parecía conocer a la primera en llegar, pero se refirió a mi como Matt. Sonreí divertido. Pensarían que yo era aquel chico, usando la poción multijugos?

- Siento decirle, joven, que no soy Matt. Mi nombre es Peter, pero aqui soy el señor McKennan.

 

Pero antes de acabar la frase, una tercera alumna se unió al pequeño grupo. @@GoshI tenía un aspecto algo agitado, con las mejillas sonrojadas. Acaso había llegado hasta alli corriendo?

- De momento son ustedes las únicas empleadas de refuerzo que se han presentado. Todavía falta alguno de sus compañeros - contesté, despreocupado, observando mi tablilla donde guardaba todos los identificadores, pequeños rectángulos plastificados con el fondo negro y las letras rojas nombrando a los alumnos. Aun faltaban @@Zack Ivashkov y @@Adrian Wild. Esperaba que llegasen a tiempo.

 

- Señoritas, por favor, pasen al interior de los vestuarios. Podrán dejar todos sus efectos personales en una de las taquillas a su elección, pónganse un polo y entonces, les diré cual será su cometido en el día de hoy. - me giré de nuevo hacia Anne - Señorita, acompáñeme, le indicaré su puesto.

 

Caminé junto con Anne hacia el fondo del cine. Alli, con un gran espacio diáfano, se abrían cuatro caminos. Dos hacia escaleras, en la pared del fondo, qeu subían a la planta superior, y otros dos pasillos que se abrían uno a izquierda, y otro a derecha. Y en esa pared del fondo, un mostrador, con varias cajas registradoras, máquinas con diferentes tipos de bebidas, chucherías, gominolas, y lo más importante...palomitas.

 

- Bien, a partir de ahora Connie trabajará contigo. Ella te explicará lo qeu harás hoy. Ten, tu identificador. Póntelo en el pecho, son las normas. Y ahora, me voy a ocuparme de tus compañeras. - acabé, con una sonrisa, antesd e girarme y emprender el camino de nuevo hacia los vestuarios.

 

 

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Connie

Llevaba dos años trabajando en el cine Lumiere, compaginándolo con sus estudios de cine. Le gustaba el olor a palomitas, a mantequilla caliente. Además, aquel día tendría el deber de enseñar a uno de los refuerzos que hacer.

- Hola! Soy Constance, pero todos me llaman Connie. Alguna vez has trabajado en un cine? - pregunté, aunqeu por su expresión, imaginaba la respuesta.

 

- No te preocupes, en realidad esto no es tan grave como parece. Nuestro trabajo será uno de los más importantes dentro de un cine. La venta de refrescos, aperitivos...y palomitas. El cine no sería nada sin ellas.

 

Me moví hacia la izquierda, en dirección a la joven. Yo ya me encontraba en el lado interno del mostrador, arrancando los ordenadores y la maquinaria. Levanté el extremo final del mostrador y la invité a pasar.

- Adelante, vamos! Te enseñaré como va esto antes de que comience a llegar la gente.

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- Perdón, perdón, disculpe... Perdón.

 

Tener que abrirme paso entre la gente en aquel espacio tan reducido y recibiendo miradas tan hostiles me estaba poniendo de los nervios. Llegaba soberanamente tarde, aunque quizá pudiera excusarme en la gran aventura que suponía moverse por el metro de Londres. Por suerte no hacía mucho había viajado como un muggle acompañado de Isaac y había recordado lo básico, aunque en muchas ocasiones la multitud no lo ponía nada fácil. ¡Era increíble cómo podían arrastrarte en la dirección opuesta a la que tenías que ir!

 

- Perd... ¡Ay!

 

No podía faltar aquel tropezón en mitad de las escaleras mecánicas. Y como no podía ser menos, nadie se inmutó ni intentó ayudar o comprobar si me encontraba bien.

 

Estaba nervioso. No por mi apariencia, creía haber conseguido cumplir al cien por cien los requisitos de vestuario, aunque mi piel extremadamente blanca sobresaliera un poco más de la media. Lo que me había mantenido alerta y preocupado desde que había recibido el correo con la información para la clase era el séptimo punto de aquella copia de las Reglas básicas de comportamiento ante muggles. Claro que conocía aquellas reglas, y claro que respetaba siempre todas, pero esa llevaba toda mi vida saltándomela; incluso casi me pillan en la última fiesta organizada por los Yaxley a la que acudí sin esperarlo con Isaac de invitado. Me inquietaba que sometieran a algún tipo de comprobación a todos los alumnos de aquella materia para comprobar que todos cumplían legalmente con aquel acuerdo y con el Estatuto del Secreto de la Magia. Wilmo me había recordado antes de salir, mientras me abotonaba la camisa floreada, que quizá no había sido buena idea.

 

- ¿Para qué necesitas ese conocimeinto, si llevas toda la vida codeándote con muggles? --Aquella pregunta me había hecho dudar de todo lo que estaba haciendo.

 

Llegué a las puertas de los cines Lumière y visualicé únicamente a una chica tras una ventanilla que, nada más verme y ver mi agitación y mi pelo revuelto, me indicó con la mano que pasara por la puerta de la izquierda. En cuanto entré salió un poco de su cabina.

 

- ¿Peter Mc...?

 

- Debe pasar por esa puerta, la que indica "AREA PRIVADA" --respondió sin dejarme terminar mientras señalaba una puerta solitaria a un costado de la pared.

 

- Vale, gracias.

 

Justo iba a girar el pomo de la puerta cuandoun pensamiento fugaz cruzó por mi cabeza y los nervios incrementaron. Mi varita. ¿Había dejado mi varita? Toqué el bolsillo fino y vertical, una especie de compartimento especial en el lateral del pantalón donde solía camuflarla cuando paseaba por el mundo muggle, y efectivamente, allí estaba, por defecto. Ni siquiera el atento Wilmo se había percatado. Maldición. Tragué saliva. Genial, aparte de incumplir la séptima regla de un acuerdo internacional mágico, también incumplía la primera regla de aquella asignatura. Tenía que encontrar una solución pronto, pero sentí que la muchacha de la ventanilla continuaba mirándome, seguramente preguntándose por qué me mantenía parado con la mano en el pomo frente a la puerta cerrada.

 

- ¿Va todo bien? --preguntó.

 

No contesté. En mitad de su frase y casi por el susto giré el pomo y entré, topándome con dos mujeres.

 

- ¡Maida! --Entonces llegó el segundo incómodo de no reconocer a la otra persona--. Em, hola. ¿Venís también a la clase?

 

No supe qué más decir. Mi cabeza en aquel momento barajaba entre las posibilidades de salir corriendo de allí, la de encasquetarle la varita a cualquiera de ellas o la de intentar actuar con normalidad. Sí, quizá la última fuera lo más conveniente.

Editado por Adrian Wild

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Peter McKennan

La joven quedaba en buenas manos con Connie, de eso podía estar seguro. Aquella jovencita era entusiasta, pero en sus inicios había dio torpe, malhumorada porque aquel trabajo no se parecía a lo que su cabeza había idealizado. pero con el tiempo había aprendido, y ahora estaba seguro de que sería perfecta para ayudar a la chica que realmente no parecía querer estar alli.

 

Mi trabajo ahora consistiría en poner a la tarea al resto de los refuerzos. @ y @@GoshI ya deberían estar listas para que les asignara sus puestos, pero la sorpresa fue ver como un muchacho, con cierto apuro, se adentraba en el vesturario. Por las voces qeu salían desde el interior del vestuario, entendí que era otro de los alumnos, y no un listillo que quisiera colarse en alguna de las salas.

 

- Bien, espero qeu estéis todos listos! En poco más de una hora tendremos aquí a nuestros clientes, asi que no tendremos tiempo qeu perder! Señoritas, si ya se han cambiado, agradecería que me acompañaran para mostrarles sus puestos, como acabo de hacer con su compañera. Y usted, señor...@@Adrian Wild cambiese, póngase uno de los polos y deje sus pertenencias en una de las taquillas. Podrá recogerlas cuando acabe la jornada.

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Connie

- Bien, la cosa ya está en marcha. Debemos tenerlo todo preparado antes de que lleguen los clientes. - expliqué a la chica, una vez pasó tras el mostrador, y volví a cerrar la trampilla. - La máquina de refrescos está encendida y enfriando las bebidas. Tenemos refrescos de diferentes tipos, agua, zumos, batidos y granizados. - enumeré, mostrándole los grifos de refrescos, la nevera donde teníamos el agua, en botellas grandes y pequeñas, zumos de naranja, melocotón y piña, y batidos, y por último, la máquina con granizados, amarillo para el de limón, y rojo para el de fresa - No vendemos alcohol, y tampoco se permite que pasen al interior si lo llevan

 

Me desplacé hacia la izquierda, donde teníamos un expositor con patatas fritas y otros snacks variados. Aquello era sencillo, casi se explicaba por si mismo.

- Lo más importante es esto de aquí - dije a @, mientras dejaba mis manos sobre el cristal del espacio para las palomitas. El olor era delicioso,y el calorcillo se desprendía a través del cristal - tenemos cuatro tamaños diferentes, pequeño, mediano, grande y gigante. Adoran las palomitas. El cine no sería nada sin ellas.

 

La sonrisa en mi cara se amplió solo con pensarlo, esa sensación de unas palomitas recién hechas mientras vez una película.

- Te mostraré como funciona el ordenador. Controla la caja registradora y, además, te indicará cuanto debes cobrar a los clientes. Es muy sencilla

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Asentí ante las palabras que el hombre que acababa de entrar en el cuarto me había dirigido. Sobraron las presentaciones, estaba claro que aquel era el sujeto por el que debíamos preguntar al llegar, Peter McKennan. Sería, según suponía, el encargado de personal. Y a judgar por lo que me acababa de decir y el vestuario de las otras dos mujeres, nosotros íbamos a ser personal de refuerzo para aquel día.

 

Entré en el vestuario masculino y solté todo el aire contenido una vez hube cerrado la puerta. Me había indicado que me pusiera un polo con el logo del cine como mis compañeras y dejara mis pertenencias en una de las taquillas. ¿Podría ser esa mi vía de escape? ¿Y si dejaba la varita ahí, en una taquilla? ¿Cómo de seguros eran aquellos armarios metálicos? Apreté un poco la puerta de una de ellas. Endeble. Muy endeble para alguien como yo. Pero si no dejaba la varita... Aunque, ¿y si la necesitaba? Me entró angustia. No sabía qué hacer y debía tomar una decisión rápido. Miré hacia abajo, comprobando si se notaba algo a simple vista. Nada, unos pantalones negros. Abrí una de las taquillas y dejé mi camiseta y me puse uno de los polos que había colgados en un perchero en la pared de al lado. Era uno de los más grandes, de forma que tapara la mitad de mi muslo, en un intento de proteger aquel bolsillo oculto de miradas inesperadas.

 

Cerré la taquilla y me guardé la llave en en otro bolsillo. Respiré hondo. Nadie iba a darse cuenta si yo me olvidaba de que la tenía.

 

- Ya estoy --dije resuelto nada más abrir la puerta de los vestuarios y encontrarme de nuevo con el señor McKennan y mis dos compañeras--. ¿Falta alguien? ¿Qué debemos hacer?

 

Rocé el pantalón con la mano derecha. Se podía notar un leve bulto. Tonterías. Nadie iba a rozar aquella parte.

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