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Cuando la sangre llama.


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Jeremy miró con desagrado al Ministro. La verdad que no le importaban los modales. Estaba lejos de sentir miedo y si mucha furia. Se habían dignado en aparecer, para que solo los tratasen como delincuentes que debían firmar cosas sin sentido, quitándole en la misma sala la capacidad de usar magia. No tenía mucho sentido. No parecía ser una negociación, sino más bien una imposición por parte del ministro Italiano.

 

La tensión era palpable. Jeremy apretó los puños cuando escuchó hablar a su madre, estaba por gritarle que no firmara nada, pero se mantuvo en silencio al notar que la gitana podría manejar esas situaciones. Ya había pasado por cosas peores en su vida. Aprovechó ese momento para espiar a sus hermanos, la incomodidad se reflejaba en las caras tensas, tanto de Matthew como de Zoella. Aunque Matt fue el siguiente en mofarse de Piero con su discurso, Jeremy apenas sonrió con aprobación, sus ojos estaban centrados en mirar a Lucrezia.

 

Todo cambio en un segundo cuando el Ministro dejó su lugar y se acercó a la gitana. Jeremy se puso de pie de inmediato tirando la silla hacia atrás provocando un ruido sordo en la costosa alfombra. Aunque Piero parecía no tener intenciones secundarias con aquel acercamiento, el vampiro no se lo tomó bien. La celeridad con la que llegó al lado de Candela, solo se explicaba con la condición de Vampiro que portaba. Se quedó detrás de ella muy cerca, tanto que si se movía llegaría a tocarlo.

 

No despegó los ojos de Piero hasta que este, no se alejó. Aun así, no bajó la tensión del cuerpo, estaba preparado para arrancarle la carne a quien tuviera que hacerlo. Portara el título que portara, le importaba una mi****. (Sorry quedaba bonito)

 

-No firmes -Murmuró a la gitana aprovechando la cercanía.

 

 

@ @@Candela Triviani @ @@Lucrezia Di Medici Di Médici

Editado por Jeremy Askar Triviani

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MINISTERIO DE MAGIA ITALIANO. 9:37PM HORA ITALIA.

Las cosas estaban dando giros inesperados. La Zingara se debatía entre firmar o no la hoja que Azzinari le había tendido. Por su parte, el ministro Italiano comenzó a hablarnos de acontecimientos que estaban sucediendo a la par de esta reunión en toda la comunidad mágica a nivel mundial. Escaneé detalladamente cada hoja de las carpetas negras que aparecieron frente a cada uno. Carpetas que volaron cuando el Italiano se vió alterado.

 

Lucrezia permanecía calmada, viendo todo en silencio pero con esa típica expresión se sosobra que siempre llevaba. Me levanté una vez Piero se acercó a la gitana, quién se vió protegida por mi rubio hermano, a diferencia del castaño que sacó su instinto animal más feroz. Me mantuve igual que la blonda, tranquila e impacible, y manteniendome en silencio unos pocos segundos aclaré mi gargata.

 

- Señor Ministro, entiendo su posición y sus deseos, ¡Pero no cree que debería darnos una mejor oferta? Entienda que para mis hermanos no es fácil entregar a su padre, sin embargo, sabe que cuenta con mi total lealtad - empecé, para alejarme un poco de la mesa y empezar a rodearla hacía su dirección - ¿Nunca ha escuchado que siempre habrá un Triviani en el poder? Indiferentemente del poder en el que estemos hablando, un Triviani gobierna por debajo de la mesa - Tomé una pausa, y bajé la mirada a mis uñas, acomodando el anillo que había encontrado de quien presumía era mi padre fallecido - El Ministro Inglés es el padre de estos dos, y es mi tío adoptivo. Así que, quisiera que mejorará su oferta. Sin comprometer la integridad o el puesto del Back - Me detuve a escasos centímetros de la imponente anatomía del mago para luego cruzar mis brazos frente a mi cuerpo.

 

- Mantendremos al margen a Aaron, siempre y cuando su oferta sea de nuestra satisfacción - Finalicé, elevando mi mentón y estableciendo contacto visual con el ministro.

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Ministerio de Magia Italiano - 9:37 pm

 

Relajó su ceño luego de unos segundos de mantener su mirada sobre Jeremy, más como un gesto de rendición que de satisfacción con su intervención. En su cabeza no podía concebir que ese chico, alguien criado por la mismísima Candela Triviani, fuera tan necio y tan supinamente corto de vista. Lucrezia lo había ubicado casi al instante de conocerlo en una de las subcategorías en las que dividía a la gente con la que se relacionaba: un incapaz, un cortoplacista empedernido y un indigno de su linaje. En la historia de las grandes familias europeas era común que surgieran, cada tanto, personas que por no llevar con pericia el apellido y la herencia familiar eran rápidamente sentenciados al olvido o directamente borrados de sus registros; Jeremy Triviani resultaba un perfecto ejemplo moderno de ello.

 

Di Médici mojó sus labios con el agua de una de las tantas copas que se habían dispuesto para los invitados de aquella extenuante reunión, que pese a iniciada apenas minutos atrás parecía eterna. La aristócrata no tenía ni uno de sus cabellos rubios de tonta y sabía, desde antes de su aparición, que los Triviani no darían el brazo a torcer con facilidad. Si una característica servía para describir a todos los miembros de aquella familia -incluso por encima de la insania mental- era la terquedad. Eran un hueso duro de roer incluso para un Piero que pocas veces perdía la calma y que ostentaba el poder político y de policía de un Estado mastodóntico. Un llamado del parsimonioso Ministro bastaría para que el cuartel entero de funcionarios de seguridad liquidara a los miembros más destacados de la mafiosa familia italiana. Lucrezia se encontraba entonces ante una disyuntiva: desaprobar su negativa a firmar un jugoso tratado equilibrado para ambas partes y querer, a la vez, asegurar la sobrevida de sus compañeros más allá de aquella reunión.

 

La blonda italiana volvió a ponerse de pie, colocando sus manos sobre la negra tabla de la mesa y arrastrando la silla atrás con la parte anterior de sus rodillas. Tomó el camino más largo hacia donde se llevaba la conversación con el único afán de mantener el suspenso por sus próximas palabras. Al pasar junto a los dos imponentes custodios de Azzinari notó como éstos apenas se inmutaron por el inminente recorte de la distancia con su superior. Lucrezia sonrió disimuladamente, agachando ligeramente la cabeza para ocultarla entre su dorada cabellera; sabía muy bien que su cercana relación de negocios y personal con Piero le significaba cierta confianza por parte de sus empleados, ventaja que sin dudas utilizaría si la situación se iba circunstancialmente de las manos. Al llegar junto al cabeza de gobierno italiano, la aristócrata colocó su mano sobre su hombro y miró a los Triviani.

 

- Jeremy, Jeremy, Jeremy…nunca puedes ver más allá de tu propia nariz, lo has demostrado una y otra vez. Eres de los que te señalan la luna y te quedas mirando el dedo. - cuestionó, en un extraño tono entre jocoso y serio - Te recomiendo que te tranquilices y vuelvas a sentarte. Respira y no pierdas los estribos, que incluso Piero tiene más que perder si este acuerdo no llega a buen puerto.

 

Lucrezia era una maestra en el arte de la pasivo agresividad, sin lugar a dudas, y lo reconfirmó con el asentimiento del Ministro que poco había reaccionado a la presión de los delgados dedos de la aristócrata sobre sus hombres. Le indicó con un ademán a su compañero de la Marca Tenebrosa que volviese a su lugar en la alargada mesa de reunión y se separó nuevamente de Piero, dedicándole una última mirada indicándole cautela y serenidad mientras éste retrocedía a su lugar al frente de la reunión. Sus azules ojos se posaron una vez más en Zoella, que seguía elevándose como un notable ejemplo de cordura y mesura. No dejaba de sorprenderle, sin embargo, que sea ella quien fuese de todos sus hermanos la voz de la elocuencia. Gratamente sorprendida por tal situación, siendo ella a una de las que menos estima le tenía, se acercó a su lado sin perder su postura elegante.

 

- Coincido parcialmente con Zoella. La oferta puede mejorarse, teniendo en cuenta su envergadura pero rechazar la oferta de un nuevo ministro o una nueva ministra con su apellido me parece un error imperdonable. El poder es como una obra de teatro ¿No? Y no solo porque su ejercicio requiera de un alto nivel de actuación, no. Es porque lo que pasa tras bambalinas es igual de importante que lo que pasa en el escenario, a la vista del público. Sin embargo, no existe obra en sí si solo la actividad se lleva tras la cortina, serían solo ensayos. Controlar la mafia, sin ejercer el poder real, son los ensayos. Ahora…imagina Zoella ¿Cómo sería un Triviani sentado en el despacho del Ministro, controlando con sus propias manos y no mediante extorsión lo que pasa en el escenario y lo que pasa tras bambalinas? La obra perfecta, para ti y para los tuyos al menos. Las luces te enfocan. El público se pone de pie. Aplausos y ovación.

 

El rostro de Matthew se reflejó una vez más en sus cristalinos ojos, donde el fulgor producido por aquella situación denotaba la excitación que embriagaba su actitud. Tales situaciones de tensión, como las que signaban aquel intercambio ceñido en un contrato, la hacían sentirse viva. Se acercó lentamente al muchacho y se inclinó ligeramente hacia él, elevando su mentón con su dedo índice y medio y apoyando la otra mano en un tenso sobre la mesa para sostenerse en aquella postura. En él clavo su fiera mirada, como si de aquel contacto visual pudiese extraer hasta el más esforzadamente enterrado recuerdo de su turbulento pasado. Algo en la actitud de Piero había quebrado y hecho menguar la característica intuición de su Triviani preferido (porque, siendo sinceros, no tenía mucho de donde tomar) para reconocer un buen trato cuando lo tenía ante sus ojos. Antes de emitir su primera palabra, la blonda italiana relamió disimuladamente sus carnosos labios que comenzaban a secarse de tanto monologar.

 

- En cuanto a ti Matthew…me duele decir que me decepcionas. Pensé que de toda tu familia, con excepción de Candela, eras quien más ojo para los buenos negocios tenía. No te dejes llevar por tus emociones, que son las peores enemigas de tu cuenta bancaria. Eres más que eso, me lo demostraste en el pasado. - finalizó con aire empático, arrastrando con medida suavidad sus dedos sobre la mejilla del hombre.

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  • 2 semanas más tarde...

Ministerio de Magia Italiano - 9.38 Hora Italiana.

 

Jeremy no se movió de su lugar detrás de la gitana. Ni pensaba hacerlo. Su hermana había aprovechado para ponerse de pie intentando hacer entrar en razón a Piero. Más que un aliado de la familia, este parecía ser su máximo e inevitable enemigo. Tuvo ganas de escupir en medio de la mesa para que demostrar lo que realmente pensaba del acuerdo que estaban proponiéndoles. Estuvo tentado de hacerlo, pero no era el momento.

 

 

Recibió las palabras de Lucrezia con una sonrisa tensa. Una cosa era que gente que estimaba le diera órdenes y otra muy diferente que aquella mujer lo hiciera. Escuchó una a una las peroratas que salían de los labios de la blonda, mientras que a su vez, se movía para colocarse cerca de Piero. En un claro reflejo defensivo en medio de las cuidadas palabras que había en juego.

 

 

-Estoy seguro que no será tu dedo bonito el que me impida mirar la luna, si ese fuera el caso -Acotó antes de soltar una carcajada - Prefiero quedarme de pie, gracias.

 

 

La furia del vampiro estaba bajo control. Podía ver a la italiana queriendo endulzar a todos con su paquetería. Eso estaba lejos de molestarlo, pero su expresión cambió enseguida, cuando ella se acercó a su hermano y le acarició el rostro. Abandonó el lugar cerca de su madre para tomar la muñeca de la mujer y casi arrastrarla hacia su pecho.

 

 

-Mantén tus manos controladas, Di Medici, si no quieres perderlas -Dijo con los dientes apretados, antes de soltarla como quien suelta una medialuna en mal estado.

 

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  • 1 mes más tarde...

MINISTERIO DE MAGIA ITALIANO. 9:42 PM HORA ITALIA.

La Italiana caminó a pasos lentos por el alrededor de la mesa, en silencio observé ese gesto hacía Piero y en como su mirada se concentró en el mayor de los Triviani, la bruja soltó una cuerda de palabras intentando persuadir a Jeremy que, sin embargo, contestó de forma gélida a sus palabras. La blonda caminó los pasos que acortaban nuestra distancia, mantener el cuerpo de la Medici cerca era algo que no me agradaba del todo, pero como siempre, en los negocios hay que aprender a ser políticos con aquellos que puedes convertir en aliados, o quizás en lacayos...

 

La aristrocrata incentivó a mi persona a aceptar, la tentación de tener el poder en mis manos eran inmensa y más cuando la matriarca Triviani parecía ajena a todos. Lancé una mirada a mis hermanos, la vida de su padre estaba en juego y aunque fuera mi tío, poco me importaba si mi vida dependería de un hilo, hilo que ahora amenazaba con ser cortado.

 

Observé a todos, y mientras se concentraron en Lucrezia quien fue a tocar el rostro del Triviani, caminé hasta quedar frente al contrato. Escuché a la lejanía como el rubio la enfrentaba y por mi parte tomé la pluma en mi mano y acerqué el contrato.

 

- Firmaré yo - solté sin más, acercando la punta de la pluma al pergamino - Jeremy siéntate, no me importa que me mires así, ya te lo dije que no pienso arriesgar mi pellejo - finalicé, firmando el contrato para luego dejar la pluma a un lado - En cuanto a ti - señalé a Piero - Mejora tu oferta, tienes mi firma y mi palabra, pero quiero un cargo dentro del ministerio Italiano a mi nombre - gruñí para sentarme en la silla a mis espaldas.

 

Desafiar a Candela con aquello había sido un gran acto de rebelión, lo sabía, esperaba que mis hermanos reaccionaran de mala forma, incluso que mi vida corriera peligro bajo sus manos, pero no tomaría el riesgo de perder todo aquello por lo que durante años luché, hasta ser quien hoy soy y que mi nombre fuera conocido por Italia. Lancé una ultima mirada a Piero para luego cubrir mi rostro con mis manos frustrada ¿Habré tomado a decisión correcta?

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