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Prueba de Nigromancia


Báleyr
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El viejo apareció en las orillas del río que marcaba el comienzo de la travesía para todo el que quería afrontar las pruebas de las habilidades. Hoy era el turno de una de las pupilas que había tenido, bajo su supervisión, durante meses. El arcano presentía que ya estaba lista para afrontar los desafíos que le iba a proponer pero dependía de ella hacer uso de todo lo aprendido para poder llegar hasta la pirámide.

 

Había dispuesto una balsa pequeña en la cuál no cabía más de una persona. Cualquiera que la viera pensaría que no soportaría navegar por aquellas aguas desconocidas y se alejaría corriendo. Pero, para todo aquel que deseaba cumplir sus objetivos, sabía que tenía que cruzar al otro lado para poder llegar al laberinto. Una vez dentro de la balsa, los inferis que custodian aquellas aguas negras, harían todo lo posible para hacerse con la pobre alma descarriada que intentaría cruzar al otro lado. Ella debía impedir eso a toda costa si no quería quedar presa de aquellas almas en pena. Siempre exigen un sacrificio para no molestar. Depende de la persona lo que quiere o tenga que dejar.

 

Antes de comenzar su travesía, la Gaunt, debía despojarse de todos los elementos mágicos que traía. No podía hacer uso de magia ni utilizar ninguna sortija, libro, varita, etc; para sortear las pruebas que se le colocan. Cuando llegue a la pirámide, le serán restituidas sus pertenencias mágicas.

 

 

- Ha comenzado.

 

Murmuró al viento entendiendo sus delgados y frágiles brazos. Las aguas comenzaron a revolverse, volviéndose más negras aún.

 

Una vez que cruzara, llegaría al laberinto. Allí dentro podía esperarse cualquier cosa, excepto una salida fácil. Sus paredes no se moverían hasta que la Gaunt pudiera hacer hacerse con la gema azul que custodiaba una ánima maldecida dentro de un cuenco. Dependía de ella entablar la conexión correcta para saber que es lo que había pasado.

 

Cuando lograse cumplir eso, y habiéndose hecho con la gema del alma, iba a tener que buscar la manera de destruirla para poder liberar al espíritu que había dentro de ella. Cuando la viera, la Gaunt sabría de quien se trataría ya que había tenido contacto con ella. Pero ahora le tenía que demostrar que había logrado dominar la conexión de manera exitosa.

 

Habiendo cumplido con aquél último reto, la muchacha se encontraría con la entrada de la pirámide. La puerta la guiaría por las escaleras, hasta el anciano, para dar su reto final.

 

El cuerpo del viejo se convirtió en el de un cuervo con plumaje brillante. Salió en vuelo hacia la pirámide, a su centro.

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Ahora sí que no había marcha atrás. Aquellas eran las palabras que Anne se repetía constantemente desde el día anterior, cuando había abandonado las mazmorras de Báleyr, en la Universidad Mágica. Ahora caminaba hacia el lago donde comenzaban todas las pruebas de habilidad. Ya eran cinco las que había hecho... solo le quedaban dos, de las especialidades que podían estudiarse hasta el momento. Durante los años que había invertido en aprender de los arcanos, se había fijado en lo poco que sabía del mundo. De la magia. Y, por tanto, de todo lo que le quedaba por aprender. Era simplemente fascinante.

 

Había algunas disciplinas que le resultaban atractivas y, a la vez, le causaban temor. Estaba a punto de enfrentarse al portal para vincularse al anillo de una de esas disciplinas. La simple idea hizo que se estremeciera de pies a cabeza.

 

Se detuvo frente al lago, que estaba especialmente apacible... y oscuro. Frunció el ceño. Las aguas de aquel lugar siempre habían sido claras, pero ahora parecía que la magia del arcano la había oscurecido para la ocasión. Eso solo podía significar una cosa: algo había preparado en aquel punto que la pondría en dificultades. Dejó su bolso con todas sus pertenencias mágicas en un cestito que había allí con las indicaciones pertinentes: se lo devolverían después, rezaba. Enseguida se sintió desnuda, sin varita, amuletos y anillos.

 

Subió a la barca, que era a todas luces de una sola plaza, y tomó los remos para poder progresar en su avance hacia la otra orilla. No se había separado ni dos metros de la tierra que acababa de abandonar cuando algo golpeó la barca desde abajo. Anne se quedó quieta, con los remos en alto. Al mirar a su derecha, hacia el agua, le pareció ver un rostro demacrado en el fondo pero, tras parpadear, descubrió que este había desaparecido.

 

Pero un instante después le ocurrió lo mismo a pocos centímetros de la que había visto antes y, casi enseguida, comprendió que el lago estaba lleno de almas condenadas. Se mordió el labio con fuerza y maldijo para su interior: sus objetos mágicos se habían quedado en tierra. ¿Cómo combatir a un inferi si no se podía crear fuego? Pero enseguida comprendió que debía dejar de pensar en la magia de ese tipo... necesitaba lo que había aprendido más recientemente.

 

Así que se concentró, del mismo modo en que lo había hecho con Báleyr en aquella antigua biblioteca donde había conocido a Razna. Se concentró para percibir mucho más de lo que había tenido en cuenta hasta ese día. Para que su magia no abarcara solo el plano de los vivos, sino el que alberga también a los que dejaron el mundo terrenal. Las almas de los inferis comenzaron a agarrarse a la barca, y a los remos. Anne sintió que podría caer en cualquier momento.

 

Esperad, esperad. ¿Qué queréis de mí? Necesito llegar a aquel lado...

 

— Aaaa tiiiiii.

 

No fueron una voz, o dos. Sonaron varias, oscuras, guturales. Terroríficas. La Gaunt sintió que se estremecía de pies a cabeza. Pero debía mantener la calma.

 

No... a mí no. Yo necesito llegar al otro lado y obtener el anillo de habilidad vinculado a la nigromancia. Si no, no podría comunicarme con vosotros ni ayudaros en lo que sea que pueda ayudaros.

 

Las voces siguieron pidiendo un pago y Anne sintió que las uñas se incrustaban en la madera de los remos, firmemente decidida a llegar al otro lado. De repente pensó algo.

 

¿Qué puedo hacer para aliviar vuestro sufrimiento? Pedidme lo que sea, y lo haré.

 

— Vidassss.

 

— Almasssss.

 

— Os traeré una vida, pues. Pero dejadme llegar al otro lado.

 

El efecto fue inmediato. Las pobres almas parecieron convencidas de que la mujer hablaba en serio y dejaron de importunar su avance, por lo que en pocos minutos la peligris estaba bajando de la barca, al otro lado del lago. Se giró e hizo un gesto indicándoles que volvería después para llevarles lo que les había prometido, aunque aún no tenía muy claro cómo lo conseguiría.

 

La respuesta le vino en forma de mono. Colgaba de una rama cercana, fácilmente alcanzable a pesar de que ella no era precisamente alta. Aunque tampoco pensaba matarlo con sus manos. Tomó una piedra y se la lanzó, con tanto acierto que le golpeó directamente en la cabeza. El animal cayó al suelo, sin sentido. Anne lo tomó sin fijarse mucho en él, sintiendo una punzada en el pecho, y tendió su cuerpo sobre el lago. El murmullo de aquellas criaturas se intensificó hasta que una de ellas tiró del cuerpo hacia el fondo. Y la Gaunt ya no vio nada más.

 

Se giró, intentando deshacerse del sentimiento de culpa, y se adentró para dar con un laberinto. Al parecer, llegar a la pirámide sería más difícil de lo que había supuesto al principio.

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El anciano seguía los pasos de la Gaunt mediante la esfera que lo acompañaba. Esbozó una sonrisa al ver como lograba comunicarse de manera satisfactoria, mediante la conexión que Razna le había enseñado, con aquella almas en pena que habitaban el fondo negro y oscuro del lago.

 

Cuando tuvo que hacer el sacrificio, entregó a un mono que estaba en uno de los árboles cercanos. Cuando se trataba de algún sacrificio que involucraba una vida, cualquiera era válida a la hora de satisfacer los deseos de la muerte y de las almas en pena que vagaban, aún, entre los vivos.

 

Ahora tenía que enfrentarse al laberinto y a sus paredes. Nunca se sabía que iban a contener o con que se podía encontrar una vez que ingresara dentro del mismo. La bruja iba a tener que estar atenta a cada sonido que le presentara porque todo, allí dentro, podía significar una señal de peligro.

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  • 4 semanas más tarde...

No sabía calcular cuánto rato llevaba caminando, pero ahora intentaba orientarse por un laberinto que amenazaba con volverla loca. Se paraba a cada rato rascándose la frente de forma compulsiva, y se manoseaba los bolsillos cada pocos segundos. Echaba en falta sus objetos mágicos, en especial su varita. No recordaba ningún momento anterior a ese en el que hubiera estado separada de ella más de un par de minutos. Y ahora ya no sabía cuánto tiempo había pasado desde que iniciara su recorrido hacia la pirámide para realizar la prueba de Nigromancia.

 

De repente se topó con una especie de espacio donde el pasillo del laberinto se ensanchaba en cuyo centro, sobre un pedestal, había un cuenco. La licántropo se aproximó a él, curiosa y titubeante a partes iguales. Se asomó al borde, con gesto precavido, y comprobó que se trataba de una gema de color azul muy brillante. Alzó la mano para tomarla.

 

Un súbito tirón la arrastró hacia una de las paredes y, tras golpearse con fuerza contra ella, se desplomó con un quejido con ambos brazos alzados para protegerse la cabeza. Una carcajada melancólica la hizo estremecer de pies a cabeza. Abrió los ojos y se incorporó de un salto, aunque se tambaleó mientras intentaba no prestar atención a la sensación de mareo que experimentaba en aquel instante. La risa se esfumó en el aire.

 

¿Quién anda ahí?

 

Preguntó en vano pues no esperaba respuesta. Ni tampoco la obtuvo. Volvió a asomarse al cuenco, y vio que la gema seguía allí. Volvió a alzar la mano y, de nuevo, algo la empujó contra la dirección opuesta a la anterior. Quedó tirada en el suelo durante unos segundos, con la cabeza dándole vueltas y no pudo levantarse hasta que no consiguió ver el pedestal con claridad. La risa volvía a inundar todo el espacio en el que se encontraba.

 

¡Sal, maldita sea!

 

Esperaba que la risa desapareciera pero, en lugar de eso, se intensificó. Ahora sonaba mucho más amarga que al principio. Examinó su alrededor, por si encontraba el lugar del que procedía.

 

Esta gema está aquí por algo, así que... lo siento, pero voy a tomarla. Puedes estamparme cuantas veces quieras.

 

Se acercó de nuevo al cuenco, pero esta vez tenía un objetivo muy distinto. Alzó la mano para intentar agarrarla pero estaba atenta más bien al lugar por el que le llegaría el golpe. Y así, cuando sintió movimiento a su espalda, se giró de golpe para toparse de frente con el espíritu de un anciano desdentado al que le faltaba un ojo. Y recibió el impacto, pero no sin la satisfacción de llevarse a aquel alma por delante con ella. Y, además, había tomado la gema y había desatado la cólera de aquella criatura. La alzó en su dirección desde el suelo, como si fuera un amuleto protector.

 

¡Para, para! Espera, hablemos, por favor. ¡Escúchame! Solo quiero salir de aquí —bramó, intentando hacerse oir sobre los gritos ensordecedores de aquella ánima desquiciada. El anciano la miró, con su único ojo abierto de par en par—. ¿Por qué es tan importante para ti? Yo solo necesito superar este laberinto y pasar a la pirámide, mi maestro me espera allí.

 

Espíritu... maldición... nieto...

 

El tono de aquel alma se relajó, e hizo amago de agarrar a Anne por el brazo. Al hacerlo, la mujer pudo ver algunas escenas inconexas que no comprendió. Un anciano y un niño. Un hombre malvado con una varita y las manos manchadas de sangre. La gema azul en el suelo, cubierta también de sangre. Fuego. Miedo. Desesperación.

 

Sacudió la cabeza y frunció el ceño, mirando la gema de reojo. Y luego de nuevo a aquel alma descarriada.

 

¿El alma de tu nieto es la que está aquí encerrada? —preguntó. Pero no necesitó una respuesta para saber que había acertado, el rostro del que tenía enfrente le bastó como confirmación. Golpeó la gema contra la pared con fuerza. El espíritu rugió—. Lo siento, debía intentarlo. ¿Crees que...? Espera.

 

Miró la pared del laberinto, a poca distancia de donde se había estrellado la primera vez. Había una antorcha encendida, la cual alumbraba la estancia junto con otra gemela que había en la pared opuesta. La tomó y, tras dejar la gema en el suelo, apoyó la parte prendida en esta. Tuvo que esperar unos minutos pero, tras una especie de estallido, la gema se partió en dos y una fuerza sobrenatural empujó a la Gaunt hacia atrás, haciéndola caer de espaldas y apagando la antorcha que había sostenido hasta un segundo antes. Y las paredes del laberinto desaparecieron, junto con el alma de aquel anciano, que ahora parecía haber recuperado el espíritu prisionero de su nieto en aquella piedra preciosa.

 

Anne los vio desvanecerse en el aire frente a ella y, cuando los perdió de vista, sonrió. Al final poder hablar con los del más allá no era tan complicado... por el momento. Se puso en pie y caminó hacia su objetido: la pirámide. Ahora estaba tan cerca que le parecía mentira. Entró en ella y se topó con Báleyr.

 

Qué camino más intenso... me duelen hasta las pestañas, maestro. Ese último espíritu me ha dado una paliza.

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El crecimiento de Anne era notable, las inseguridades con las que se había presentado al inicio ahora parecían perder fuerza, su espíritu y manera tan marcada de ser prevalecían ante cualquier tipo de seducción que ofrecía la Nigromancia y eso sería clave si decidía continuar una vida en la que practicara activamente aquella habilidad. La observó, sin intervenir, desde la pirámide gracias a la esfera de luz blanca donde podía monitorear sus movimientos . Si algo tenía muy en cuenta el Arcano era el respeto que se debía tener hacia el espíritu de los muertos, cada uno de ellos tenía una historia que contar y esta debía ser entendida, pero al mismo había que tener discernimiento porque no todos eran buenos.

 

Báleyr estaba satisfecho con el resultado, el espíritu del viejo por fin se reencontraba con el del nieto y ahora ambos podían descansar en paz. Anne había respetado la voluntad del anciano y con ello se ganó su confianza y la posibilidad de salir del laberinto y reencontrarse con él en la pirámide.

 

— Su confianza en sí misma ha mejorado considerablemente, señorita Gaunt. Si pudiera mirar en retrospectiva, ¿cree que habría conseguido tanto si hubiese seguido siendo la misma de siempre? La adquisición de nuevos poderes conllevan sacrificios y cambios que debe estar dispuesta a asumir para poder triunfar. Hasta ahora lo ha conseguido, pero aun queda una última prueba, la más grande y difícil de todas donde tendrá que demostrarse a sí misma de qué está hecha.

 

»Esta probablemente sea la última vez que se lo pregunte. ¿Está preparada para el desafío final?

 

El Arcano reveló la puerta que ocultaba detrás de su imponente figura. Sacó su huesuda mano de la túnica y enseñó el anillo que portaría Anne mientras estuviera dentro del portal, de esta manera mantendría comunicación con él en caso de sentir que necesitaba ayuda para salir de allí, solo en ese momento Báleyr intervendría, el resto del tiempo la muchacha estaría completamente sola para afrontar cualquier reto que el portal tuviera preparada para ella.

 

— Si es su deseo continuar, tome el anillo y cruce el portal.

Editado por Báleyr
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Báleyr le esperaba con aquel gesto imponente que la había amedrentado desde el principio. Pero ahora le veía con otros ojos. No es que se sintiera en confianza y segura cerca de él, ni mucho menos, pero tampoco se sentía tan en peligro como al principio. Había conseguido alcanzar una especie de equilibrio en todo lo que a la nigromancia se refería.

 

No —respondió sin vacilar ante la pregunta del anciano. Lo tenía muy claro, no habría podido hacer nada de todo aquello si su perspectiva no hubiera cambiado conforme aprendía más sobre la nigromancia—. Aunque no sé si esta confianza que siento será suficiente ahí... en el Portal.

 

Aquellas palabras precedieron a la temida y, a la vez, ansiada pregunta que ahora le repetía el arcano. Miró el suelo durante unos segundos, mientras sentía el cansancio en todos los músculos de su cuerpo.

 

Sí, estoy preparada. Machacada, pero preparada.

 

Estiró la mano para tomar el anillo de aprendiz que Báleyr le ofrecía. Y se lo colocó, con sus ojos grises fijos en él. Si todo iba bien, en un rato cambiaría de aspecto para adquirir el que se ajustaba mejor a ella misma. Alzó la vista para mirar fijamente al ojo sano del anciano.

 

Allá voy. Vuelvo en un rato... espero.

 

Aquella última palabra no sonó dudosa sino, más bien, divertida. Sabía que iba a volver. Algo en su interior se había encendido y ahora se sentía totalmente segura de que podía hacer aquello por lo que llevaba un tiempo luchando. Apretó ambas manos y, sin pensárselo, atravesó el portal que el hombre había descubierto tras él. La pirámide desapareció y todo se volvió oscuro.

 

 

 

Reapareció en un escenario que, a simple vista, no le sonaba de nada. Eran unas ruinas, y aunque ella había entrado al portal siendo de día, ahora era de noche. Y hacía frío. Se rodeó con los brazos y dio un par de pasos, intentando vislumbrar lo que la rodeaba. Las bisagras mal engrasadas de una puerta resonaron en alguna parte y le pusieron el vello de punta, así como los músculos de todo el cuerpo en tensión. Giró la cabeza en todas direcciones y, finalmente, captó el brillo de una luz hacia la que comenzó a caminar enseguida.

 

No tardó en alcanzarla. Era una puerta de madera entreabierta de la que salía una luz oscilante: parecía una vela. Pero no había nadie.

 

Al menos estaré al resguardo de este frío —dijo en voz alta. Atravesó la puerta y se echó mano al bolsillo: pero no había varita. Claro, la había dejado fuerza. Chasqueó la lengua y entró en una sala con escaso mobiliario. Lo poco que había estaba también deteriorado y, sobre una destartalada mesa, había una bola de cristal en cuyo interior giraba un humo grisáceo. Anne la observó desde lejos, con precaución. No sabía absolutamente de las artes adivinatorias, así que no tenía mucho sentido para ella acercarse a aquel artefacto.

 

Una repentina brisa cerró la puerta que acababa de traspasar de golpe, haciendo que diera un brinco en el sitio para girarse y comprobar qué había pasado. Parpadeó observando la sala: no había nadie en ella. ¿Para qué era la vela entonces? Una puerta al fondo de la habitación se abrió entonces, mostrándole el exterior de nuevo: las ruinas. Frunció el ceño. ¿Debía volver a salir?

 

La curiosidad era demasiado grande y terminó avanzando, con el ceño fruncido y el paso vacilante. De repente, algo se movió a su espalda, justo cuando alcanzaba la puerta. Se paró de golpe.

 

Sal...

 

Miró a su espalda. ¿Por qué sentía algo pero no veía a nadie? La vela que iluminaba la sala se apagó de golpe y, a su lado, apareció el espíritu de una anciana bruja de nariz ganchuda y uñas tan largas que parecían garras. Tenía la espalda encorvada y uno de los ojos semicerrados. La túnica le arrastraba o, al menos, lo había hecho en vida. Comenzó a ganar fuerza hasta que, de repente, la Gaunt se percató de que parecía una persona de carne y hueso.

 

¿Qué hay fuera? —le preguntó, dividida entre la curiosidad y el temor.

 

Yo no soy el Portal, si esa es tu pregunta. Solo soy una intermediaria; una guía. Sal.

 

Anne asintió y obedeció, aunque no las tenía todas consigo. Salió al exterior y se abrazó a sí misma: seguía haciendo mucho frío.

 

Camina. Allí, hacia aquella parte de las ruinas. ¿No te suenan de nada?

 

Miró hacia arriba intentando reconocer algo en aquellos pedruscos ennegrecidos y desgastados por el paso de los años. Dejó que su mirada paseara por la silueta de lo que quedaba de la edificación y la detuvo sobre lo que parecían los restos de un torreón enfocado hacia el norte. Al parecer conservaba casi toda su altura original, pero faltaba la parte superior. Tenía una amplia abertura que, sin duda, habia sido un gran ventanal. Uno que le era muy familiar.

 

¡Es mi hogar! —exclamó—. ¿Qué ha pasado aquí?

 

— Nada, y todo. El tiempo, quizás. ¿O una batalla? No lo sé, joven Gaunt, tu sangre atrae a la desgracia. ¿Cuántos de tus antepasados llegaron a viejos?

 

Anne decidió ignorar la pregunta y caminó hacia el lugar que le había indicado el espíritu corporeo, que la seguía de cerca vigilando sus pasos. De repente escuchó un llanto agudo, como infantil. Buscó el origen con la mirada, pero no lo encontró. Aceleró el paso, dejando al espíritu atrás y, tras unos minutos de búsqueda, encontró a una niña con los ojos llorosos, junto a un pedrusco enorme. Se agachó a su lado.

 

Eh, eh, tranquila, ¿qué ocurre?

 

Por respuesta, la niña alzó una mano y señaló con el dedo un punto concreto, a la espalda de la Gaunt. Esta se giró muy despacio, temerosa de lo que fuera a encontrar. Había otra niña, muy parecida a ella pero un poco más mayor, aparentemente. Con delicadeza, estiró la mano y palpó su cuello en busca de pulso. No lo encontró.

 

¿Es... es... quién es?

 

— Mi hermana —sollozó ella—. Ha sido la sombra.

 

¿Qué sombra? —Anne la miró fijamente. La niña se encogió de hombros, sollozante—. Lo siento, no puedo hacer nada por ella ya.

 

— Oh sí, sí que puedes.

 

Alzó la vista. La anciana la miraba, con un brillo extraño en la mirada.

 

Venga ya, no puede estar hablando en serio...

 

— ¿A qué has venido aquí, si no?

 

— A por... a demostrar que soy una nigromante. Pero eso no significa que... yo... no sé cómo podría hacerlo.

 

— Cámbiate por ella.

 

— ¿Qué?

 

La pregunta apenas fue audible. La Gaunt miró a la anciana sin estar segura de haber entendido bien sus palabras. Pero esta parecía muy decidida a lo que acababa de decir. Le señaló el cadáver de la niña, y luego a la otra.

 

Si quieres traerla de vuelta, tendrás que ir a buscarla y cambiarte por ella.

 

— Eso no tiene sentido, los nigromantes no pueden cambiarse por cada una de las almas a las que quieren ayudar.

 

— Tú sabrás.

 

Anne se mordió el labio, inquieta. Quería poder preguntarle a Báleyr si algo de todo aquello tenía sentido, pero sabía que no tenía forma de hacerlo. De hecho, hablar con él significaría que todo había terminado, incluida su posibilidad de convertirse en una auténtica nigromante. Recordó de repente algo que había aprendido de los uzzas pero, a la vez, se acordó del enfrentamiento entre uzzas y arcanos. ¿Usar un poder de los uzzas le traería problemas en el portal? ¿Se podría, si quiera?

 

No te comas la cabeza, Anne Gaunt. Mira esa grieta en el muro, tienes tu propia entrada al Inframundo en el castillo.

 

Siguió la dirección de la mano de la anciana y dio con la grieta de la que le hablaba. Todo lo que había tras ella era absoluta oscuridad. Se detuvo alli un segundo y miró hacia atrás, hacia las hermanas. Ver a la pequeña llorando la hizo apretar los puños y, sin pensárselo dos veces, se adentró en aquella grieta.

 

¡Pero espera, aún tengo más consejos que darte!

 

— ¡Cállate ya!

 

No escuchó aquella voz, y siguió caminando en la más absoluta de las oscuridades. El aire, de repente, era más denso. El frío había desaparecido, sustituido ahora por una sensación de calor inaguantable. Anne tosió de forma repentina, y no hubo eco alguno. Pero no dejó de caminar, con ambas manos extendidas y los ojos entrecerrados. Algo le tocó la mano derecha y la cerró, instintivamente, sin retirarla.

 

Sácame de aquí...

 

Dio un paso al costado, perdiendo el contacto. Pero algo la agarró por la espalda.

 

A mí, sácame a mí.

 

Hizo lo mismo, pero echándose hacia adelante. Se dio de bruces con otra cosa invisible.

 

Libérame, joven nigromante.

 

Y Anne corrió, sin ver ni saber hacia dónde se dirigía. Hasta que, de repente, el suelo desapareció de debajo de sus pies y se precipitó a un invisible vacío.

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El Arcano observaba muy de cerca a Anne aunque ella no lo viera y la única razón por la que lo hacía era por si requería su ayuda para salir del portal y darse por vencida. El tiempo de los consejos había terminado, de hecho todo lo que pasara allí dentro era responsabilidad única y exclusivamente de ella. Pero existía otro motivo por el cual hacía las veces de onmipresente durante la prueba y es que le llamaba la atención escrudiñar entre los pensamientos de los aprendices para ver en qué estado mental se encontraban; en más de una ocasión había visto un caso preocupante, pero nada de lo cual se sintiera responsable como para levantar la voz.

 

La Gaunt se estaba tomando su tiempo, sus pruebas, a veces, tenían que ver con lo que ella pensaba que era correcto o no, pero si de verdad quería ser una Nigromante en todo su esplendor, tenía que aprender a cruzar los límites, a atreverse a hacer ello de lo cual no se creía capaz aunque sus propios prejuicios la llevaran a juzgarse duramente. La Nigromancia no estaba hecha para personas con una mentalidad mediocre.

 

La esfera de luz blanca se volvió a materializar a la altura de su rostro, se solicitaba su presencia en otro lugar. El tuerto negó con la cabeza y con un gesto de su mano desapareció la esfera. En ese momento no necesitaba distracciones.

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La sensación de caída la había hecho pensar que iba a morir en aquel preciso instante pero, tras unos segundos esperando un golpe o cualquier sensación similar, se dio cuenta de que ni siquiera estaba cayendo. Más bien sentía que flotaba... o algo así. El aire cada vez era más denso y sentía dificultades a la hora de colmar sus pulmones de oxígeno. De hecho, sentía que respiraba algo tóxico. Pero no podía evitarlo, tenía que salir de allí como fuera... ayudando a aquella niña.

 

La voz de la anciana aún resonaba en su mente, diciéndole que tenía cosas que explicarle. No la había escuchado y ahora, mientras flotaba en la nada, se sentía pesarosa de no haberlo hecho. Aunque algo le decía que tampoco le hubiera servido de ayuda.

 

Le parecío escuchar la voz de la niña que le había pedido ayuda un poco antes, fuera de la grieta, pero no conseguía ver nada a su alrededor. Intentó colocarse como si estuviera de pie y, al hacerlo, sintió un tirón en el estómago que la lanzó hacia abajo y la hizo caer de golpe, estampándola contra el suelo y dejándola aturdida por un instante.

 

Parpadeó con torpeza y vio que ahora sí veía. Estaba en un lugar similar al anterior pues estaba rodeada de ruinas de piedra pero... no había bosque. Ni tampoco parecía haber cielo. Y el aire era tan pesado que sentía que se ahogaba.

 

Tragó saliva con torpeza y se levantó del suelo, sintiendo que se fatigaba ante el ligero movimiento. Alguien le rozó entonces la mano y la retiró, sobresaltada. Era la niña fallecida que había visto antes, con gesto triste.

 

¿Te manda mi hermana?

 

Eso creo, sí —respondió con torpeza. Su voz sonó grave, impersonal. La niña sacudió la cabeza y su imagen pareció desdibujarse en el aire.

 

Quieren mi alma... estoy maldita. Acabé con todo para salvarla. Ahora sólo quieren que salte.

 

Anne comprendió enseguida de qué hablaba y sintió un nudo en el pecho mientras miraba el desfiladero que ella señalaba con el dedo, y que había surgido de la nada. ¿Qué podía empujar a dos niñas tan pequeñas a semejante situación? «Estoy en el Portal. Posiblemente ni siquiera sea real», pensó de golpe. Tragó saliva: en cualquier caso, debía hacer algo.

 

Yo puedo ayudarte. Voy a sacarte de aquí para que puedas regresar con ella. O, al menos, para que puedas descansar y esperarla en paz.

 

¿Esperarla? Ella puede continuar su camino cuando desee. Yo soy quien la mantiene en la tierra.

 

La Gaunt se sobresaltó.

 

Ella...¿está... ella también...?

 

— Muerta, sí. Pero solo yo estoy maldita, ella se salvó. Pero no quiere seguir sin mí, y yo no puedo salir de aquí. Jamás me liberarán.

— Yo te sacaré. Tú eres mi prueba.

 

— Pero tendrás que hacer un gran sacrificio... no se libera a un alma sin nada a cambio que iguale su valor.

 

Aquellas palabras fueron una especie de puñalada directa al corazón de la aprendiz de nigromancia, que movió la boca con torpeza al sentir que se le había secado de golpe. Se rascó la frente, gesto que hacía continuamente cuando estaba nerviosa.

 

De acuerdo, esa parte corre de mi cuenta. Tú... tienes que salir de aquí. Si estamos donde creo que estamos... este no es lugar para una niña. Déjame comprobar algo.

 

Caminó hacia aquel precipicio que ella le había señalado y se asomó con precaución, sintiendo que se le encogía el estómago al ver lo que había al fondo. Parecía una especie de mar oscuro que convulsionaba sobre sí mismo y enseguida se percató de que eran brazos, alzados en su dirección como si quisieran agarrarla. Dio un paso hacia atrás, sintiendo vértigo. Pero no podía huir, tenía que superar aquella prueba de cualquier forma, y demostrar que era merecedora del anillo de habilidad de nigromancia.

 

Tengo que saltar, ¿sabes? Me están esperando.

 

Anne extendió una mano para agarrar a la niña, que pasaba por su lado. Pero no era corpórea, y su mano atravesó limpiamente el brazo de aquel joven espíritu.

 

¡No, no, espera! Quizás esto funcione. Déjame probar.

 

La niña se detuvo, expectante, y Anne tomó un guijarro del suelo bastante afilado con el que se cortó en la mano derecha. La sangre brotó enseguida y ella la extendió en el desfiladero para dejarla caer al vacío. El murmullo del fondo aumentó. Tras unos segundos de espera, la niña soltó un gritito.

 

Salgamos de aquí, parecen haberse calmado.

 

Se agarró la mano herida con la sana y asintió, dando un paso hacia atrás. La niña la adelantó unos metros y, cuando se habían alejado bastante del oscuro acantilado, la Gaunt se permitió el lujo de caminar con un poco más de tranquilidad. Aunque no tenía ni idea de cómo salir de allí. De repente, alguien la agarró de un brazo y tiró de ella hacia atrás.

 

Nos pertenece, no puedes llevártela.

 

— La queremos.

 

Instintivamente, Anne se giró para anteponerse entre unos y otros espíritus. Su mirada se oscureció y alzó la mano herida hacia ellos.

 

No, ella va a salir. Y vosotros permaneceréis aquí, porque es vuestro lugar. No vais a tocarla. Y si tenéis que tomar a alguien, tomadme a mí.

 

Los espíritus intentaron agarrarla pero algo tiró de ella y sus pies dejaron de tocar el suelo de repente. Sintió mareo, y también nauseas. La sensación térmica se enfrió y el aire ya no resultaba tan denso. Se golpeó de bruces contra algo y gimió. Algo escurriéndole por la barbilla le indicó que había comenzado a sangrarle la nariz.

 

Se levantó, gimiendo, y abrió los ojos para comprobar que había regresado a las ruinas. Y allí estaban ambas niñas, abrazadas y llorosas, pero sonrientes. La anciana también la miraba, pero mucho más seria, como evaluándola. Tras restarle importancia a los agradecimientos de las hermanas, las vio caminar y desaparecer en el aire como si ya no tuvieran nada más que hacer en aquel lugar. Se sentía feliz por haberlas podido ayudar pero, a la vez, una sensación de debilidad había comenzado a apoderarse de ella sin que supiera explicar porqué.

 

Adiós, Gaunt.

 

Anne abrió la boca para responderle pero una fuerza invisible la arrastró de aquel lugar y la devolvió al exterior del Portal, justo al mismo lugar del que había partido no sabía cuánto tiempo antes. Al lado de Báleyr. Nada más salir, las piernas le fallaron y cayó de rodillas, consciente de que algo en sí misma había cambiado tras aquella aventura. Miró de soslayo al arcano, esperando algún tipo de juicio por su parte sin ánimo de mirar su mano para comprobar si su anillo de aprendiz había cambiado o seguía siendo el mismo que cuando entró.

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— Regresaste —¿Estaba sorprendido? ¿Complacido? ¿Decepcionado? Era difícil saberlo. Buscó con la mirada la mano que la Gaunt había decidido cortar para salvar a la niña y si bien no había ninguna herida física, la magia siempre dejaba rastros. Báleyr se mantuvo en silencio, se sentía como si el aire se agotara en el pequeño espacio que Arcano y Aprendiz compartían. Ella había sido valiente, perspicaz y hasta desconfiada, él no esperaba que tomaran su verdad como absoluta, había cometido sus propios errores que le habían costado perdidas irreparables; para llegar hasta donde estaba había tenido que sacrificar mucho en el camino, se había labrado su propia reputación y el arrepentimiento por sus acciones simplemente no tenían lugar.

 

— Tomaste una decisión difícil y decidiste dar sangre a cambio. Cuidado con el precio que pagas. Como Nigromante crearás vínculos con cualquier espíritu o muerto al que le regreses la vida, no solo estás hurgando en sus mentes o sus recuerdos, que son muy valiosos, sino que al mismo tiempo ellos pueden tener acceso a los tuyos y en el proceso hay intercambio de energías —. Como Anne seguía sin querer ver su mano, prosiguió.

 

— Desde hoy, Anne Gaunt, eres una Nigromante. Sin embargo, tu camino no termina aquí, hay muchas cosas que aun debes descubrir. Recuerda que este camino es de constante aprendizaje, pero sobre todo, sacrificio. Puedes irte.

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