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Gahíji vs. León Crowley


Gahíji
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Como si de una roca andante se tratase, Gahíji caminaba por el desierto con la mirada fija en el oasis donde se encontraría con otro de los alumnos cuya llegada le habían notificado el día anterior. Regresar a su tierra natal había supuesto una especie de sueño hecho realidad para él. Se sentía nuevamente cómodo y seguro, no como durante los años que habían pasado en Londres. Si no había hecho arder aquel endemoniado país había sido gracias a la influencia apaciguadora de su fiel Nkuku, que caminaba a su espalda sin abrir la boca, posiblemente para no sacarle de sus pensamientos.

 

Vamos, Nkuku, ¡no te quedes atrás!

 

— Voy tras sus pasos, maestro guerrero —dijo el sirviente tan cerca del anciano que éste dio un salto hacia adelante. La presencia de aquel hombre le era tan familiar que sus sentidos guerreros se relajaban en su compañía y, a veces, le sentía tan unido a sí mismo que perdía la conciencia de quién era quién. Y luego estaban los otros ratos... aquellos en los que el sirviente era el único que podía aplacar al fiero anciano.

 

Gahíji entró en el oasis dando zancadas mientras se quitaba la túnica que le protegía en el desierto para quedarse solo con sus características ropas que le indentificaban como guerrero uzza desde hacía tantos años que ya no los sabía enumerar. Como único objeto mantuvo su varita y su amuleto, colgado al cuello. No tenía caso entregárselo a Nkuku para aquella ocasión, ni tampoco usarlo como escudo. Era una clase, no un combate real. Debía tenerlo muy presente para no pasarse de la raya.

 

La zona del oasis que escogió estaba muy cerca de un pequeño lago en el que las aguas eran tan claras que podían verse los pececillos que nadaban en sus profundidades. Los árboles eran altos y refrescaban el sofocante aire del desierto, y también proveían de algo de sombra para que les fuera más cómoda aquella práctica. Se situó junto al lago, en postura defensiva, y quedó frente al portal por el que llegaría el alumno al que habían citado en aquel lugar.

 

Nkuku, quédate tras ese árbol. No salgas hasta que yo te llame —vociferó el anciano mientras veía a una figura masculina emergiendo del portal. El sirviente obedeció mientras él observaba al recién llegado—. Saludos, joven aspirante. Seré tu maestro en esta clase, mi nombre es Gahíji. Prepárate, porque esta clase va a ser movida.

 

Se removió en su sitio y asió la varita con fuerza, alzada contra León.

 

Si tienes dudas sobre los poderes del libro de la Sangre adelante, soy todo oídos. Mientras tanto, empecemos a practicar. ¡Sectusempra!

 

El rayo verde voló directo hacia el pecho del Crowley, que estaba a unos diez metros de distancia. Debía detenerlo si queria evitar sus efectos, que serían varias heridas sangrantes en el pecho que minarían su fortaleza física y requerirían un par de sanaciones para reponerse por completo. El anciano sonrió, sintiendo que la sangre le hervía en las venas a causa de la emoción del combate.

 

 

 

Off:

 

@León Crowley Bienvenido, querido alumno. Te dejo aquí algunas indicaciones:

  • No existen los límites de tiempo entre respuesta y respuesta. Por tanto, la regla de hechizos impactados desaparece.
  • En el tercer turno, el alumno será atacado por una ráfaga de fuego que les causará una herida importante que deberán sanar de emergencia en caso de que no se protejan debidamente de ella.
  • Duración del duelo: Del 05 de septiempre (inclusive) al 22 de septiembre, constando de, al menos, seis rondas.
  • Nos guiaremos por las reglas de duelos existentes.
  • Hechizos: Neutrales, Graduados, y los Libros de Hechizos hasta Sangre. (Con especial hincapié en este último).
  • Están prohibidos los Off. Consultas, dudas o sugerencias, al topic correspondiente.
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Soltó un largo bufido al percatarse del lugar en el cual se llevaría a cabo la clase. Un par de meses atrás había salido de allí apenas con vida y ahora tenía que regresar a hacer exactamente lo mismo. Lo reconfortaba la imponente presencia de las montañas de la luna, implacable y majestuoso lugar al que había tenido que recurrir en más de una ocasión, tanto como director como un civil normal. En lo alto de un cielo celeste despejado, el sol bañaba sin clemencia alguna la superficie de todo lo que abarcaba con su luz, calentando la tierra, haciéndola sudar. Por fortuna para el holandés, la sala en la que esperaba la llegada del docente estaba provista de un muy agradecido hechizo climático que regulaba la temperatura. Aún así, de no ser por la formalidad de la situación que lo llevaba allí, estaría simplemente cubierto por un pantalón corto y sus muchas cicatrices pectorales y abdominales a la vista. Pero no, la ocasión no lo permitía.


Una camisa blanca de seda ligera y un pantalón color camel en el bolsillo del cual reposaba su varita era todo lo que lo cubría. La experiencia en el continente negro le había dejado la sana enseñanza de no usar calzado en donde no fuera estrictamente necesario. Para su desgracia ese era uno de esos sitios. Unos zapatos de tela del mismo color de la camisa y estaba listo para lo que necesitara. A la mano un maletín de tela negro contenía lo que requería el aprendizaje. Nunca imaginó, que después de tanto años impartiendo conocimiento, debía volver a una clase, pero a recibirlo. No lo sorprendió la magia del portal que se materializó frente a él, sino el paisaje que se divisaba al otro lado: un refrescante cuerpo de agua rodeado de arboles y vegetación. Había escuchado que había oasis ocultos en el desierto adjunto a la montaña de la luna, pero no con esa majestuosidad. Cruzó el portal y la sombra fresca de una enorme y robusta palmera le dio la bienvenida.


Un honor conocerlo, maestro —respondió el pelinegro al guerrero dejando caer el maletín a un lado y acercándose a la posición del anciano—, soy León Crowley.


Se disponía a acercarse para ofrecer la mano en un cordial gesto de saludo cuando se encontró con la punta de la varita del anciano en lo alto. Tal vez había considerado el acto como una falta de respeto tras lo cual con una corta reverencia, se alejó nuevamente del hombre hasta la posición donde estaba el portal, ahora desaparecido. Un rayo había surgido del arma del guerrero y viajaba a toda la velocidad que podía, con la seria intención de dañarlo. No podía permitirlo, debía ser más hábil que su oponente, que no tenía intenciones de ponérsela fácil. Pensó entonces en la Salvaguarda Mágica y al instante su cuerpo se hizo intangible, dejando que el rayo siguiera derecho sin hacerle daño.


No le hacía mucha gracia el tener que usar un hechizo de un libro que no estaba cursando pero el repentino y tempranero ataque del guerrero lo llevó a tal. Superado el rayo, cerró los ojos e invocó la Daga del Sacrificio que se materializó de inmediato en sus manos. Lucia aún más imponente al ser invocada que lo que se veía en el libro. Tomó la daga y la llevó a su vientre que que cortó de lado a lado, generando una profunda herida


Immolo oppugnare —espetó en voz alta sin perder de vista a su maestro. Un corte de igual magnitud e igual daño se manifestaba en su cuerpo.


La herida le pasó factura y su camisa blanca estaba ahora adornada por una enorme mancha carmesí. "Curación" repitió en su mente sin esperar demasiado y sintió como la herida se cerró al instante, frenando la hemorragia. Mucha acción para apenas los primeros movimientos de la clase.

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Gahíji alzó una ceja al aire cuando vio que el hombre se le acercaba. Su varita marcó la distancia que no debía traspasar si quería que la paz siguiera reinando en la clase, al menos de manera hipotética. Porque aquello, aunque era una clase, no dejaba de ser un enfrentamiento.

 

León... León... a ver cómo ruges, joven Crowley.

 

Se libró de su ataque con maestría, lo que hizo que el anciano sonriera. Decidió que era su turno y apuntó con la varita hacia la camisa del hombre.

 

Morphos— y la camisa del muchacho se transformó en una pequeña avispa marina que, si bien tenía un tamaño reducido, ya era adulta y envenenaba como cualquier otro especimen de mayor tamaño. Aquel veneno se introdujo en el cuerpo de León con tal velocidad que no tendría más que unos minutos para detenerlo y sanarlo por completo. La simple idea le hizo sonreir con gesto socarrón.

 

Y su gesto se amplió al ver cómo el mago invocaba la daga del sacrificio y se fijó bien en el procedimiento, por si debía corregir algo. Sin abrir la boca y viendo dónde realizaba el corte, Gahíji se fijó en su propio vientre para ver cómo de la nada aparecía un profundo corte que a cualquier otra persona la habría hecho doblarse sobre sí misma, retorciéndose a causa del dolor.

 

Pero eso no tenía nada que ver con alguien como aquel anciano guerrero.

 

Excelente desempeño de la daga, "Leoncillo" —realizó una mueca que bien podía interpretarse como una sonrisa. Extraña, pero sonrisa al fin y al cabo—. ¿Conoces algún otro uso de la daga, aparte del de dañar a tu oponente?

 

«Episkey», pensó entonces. El corte de su vientre se sanó por completo.

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Rugido fuerte maestro, pero un poco falto de uso —confesó con naturalidad al anciano que parecía bajar un poco a la seriedad con la cual había dado inicio a la clase—, espero que usted me pueda ayudar a corregir eso.


Apenas había terminado de recuperar la esencia tangible de su cuerpo luego de evitar el rayo cuando sin mucha espera, su prenda superior mutó. Los delgados hilos blancos de su camisa fueron perdiendo visibilidad y se transformaban semitransparentes, casi con contextura líquida. En cuestión de fracciones de segundo su torso quedó completamente desnudo cubierto únicamente por los finos tentáculos de la avispa marina y por los tatuajes en su piel, runas y escritos africanos, que se movían de un lado a otro. Esperaba que el experimentado guerrero desconociera el significado.


Ohh vieja amiga, porqué me haces esto...—murmuró a la criatura que conocía bastante bien y que caía inerte a un lado en cuanto su aguijón vulneraba la piel del holandés. Apuntó la varita sin mucha espera hacia uno de los zapatos, el derecho y espetó— ¡Morphos!


Al instante el calzado de convirtió en un bezoar que se apresuró a tragar y así detener el devastador efecto del veneno de la avispa. Aún no lograba entender como después de tantos años de sufrir los efectos del veneno, su cuerpo (y ningún otro) había logrado producir una enzima que evitara la muerte. La evolución aún estaba lejos, según parecía.


Si —respondió instintivamente tratando de pasar por alto el diminutivo a su nombre lo cual era una directa declaración de intensiones. La vida le había enseñado mucho, incluso a ser capaz de pensar con cabeza fría aún ante la provocación—. Se puede utilizar para curar a otra persona, aunque en un honorable duelo de dos personas como este, no creo que sea muy útil. Utilicémosla para algo más interesante. Hagamos algo de cine mudo, maestro.


Recordó lo visto en la escrituras del libro de estudio y aprovechando que ya los unía la marca hecha por la daga, soltó tras una sonrisa.


Yo juro... no lanzar hechizos verbales —la sensación parecida a la del juramento inquebrantable se apoderaría de ambos y los obligaría a cumplir lo que acaba de prometer. No sabía bien como terminaría eso, pero esperaba que funcionara.

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Gahíji solo respondió con un asentimiento de cabeza ante la respuesta que León le dio a su pequeña broma sobre su nombre. Bien, la cosa iniciaba bien. Vio cómo se creaba un bezoar para sanarse del veneno de la avispa marina y esperó a que terminara, sin perder de vista cada uno de sus movimientos.

 

Vio que se preparaba para continuar pero decidió que era momento de anticiparse. Sin bajar la varita en ningún momento, pensó "Maldición" y las siguientes palabras de León salieron atropelladas e imposibles de entender. Gahíji le mostró una sonrisa torcida.

 

Tus rugidos no se entienden, jovencito. Pero no te preocupes, que con un poco de práctica se arregla —bromeó, con tono socarrón. Giró la cabeza para un lado, y luego para el otro. En ambos movimientos se escuchó un ligero crujido proveniente de su cuello—. Bueno, cuéntame, ¿qué puedes decirme sobre la marca de sangre? ¿Qué sabes sobre ella?

 

Aguardó unos segundos, quería saber cuál sería la respuesta del Crowley. Luego, aún con la varita en alto, le sonrió una vez más. Estaba de un increíble buen humor, no sabía si era cosa suya o influido por el bueno de Nkuku. En su mano libre apareció entonces la daga del sacrificio, después de invocarla mentalmente. La acercó a su costado y luego, sin perder de vista a León, la aproximó a su piel.

 

Immolo opugnare.

 

Y se cortó el costado con un rápido movimiento de mano, haciendo que León recibiera la misma herida en su cuerpo.

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No Yuro.. Lo naraz zochecis revbrales —las palabras se enredaban torpes justo en la punta de su lengua.


A la mente se le vinieron las habilidades del libro que estaba cursando y fue evidente que el anciano maestro había hecho de las suyas justo antes de que León pudiera soltar una palabra. Si idea de hacer algo de cine mudo solo había terminado en un documental de dislexia vocal. Sabía que iba a estar complicado pero no sabía hasta que punto iba a pasar. Parecía indicar que no iba a salir en pedazos o al menos no iba a recordar como. La varita seguía firme, erguida en lo alto, apuntando a Gahíji.


Sin desprender la mirada del maestro, vio como invocaba la daga y esta se materializaba en la mano. Justo antes de que pudiera hacer uso de la misma pensó en Maldición lo cual hizo que las palabras del poderoso guerrero salieran sin ningún sentido ni efecto real y por derecha, el corte que se realizó en el cortado no se viera replicado en el torso de León. Un gota de sudor frío se deslizó por el costado derecho de la cabeza al ser consciente de lo que se acaba de salvar.


La marca de sangre, maestro, permite al mago o bruja que la ejecuta ejercer control completo durante una acción sobre el rival o las criaturas que este haya convocado, siempre que el ejecutor haya tocado al rival o alguna prenda de este —apuntó concentrado en la respuesta pero sin perderle de vista—. El destinatario de la marca no puede curarse a si mismo y no tiene efecto en criaturas ofuscables, o al menos no hasta que se alcance un nivel muy alto (45)


La varita estaba aún en alto y se disponía a volver a atacar a Gahíji cuando un ruido a un costado lo sacó de su concentración. De algún lugar en lo profundo de los árboles que rodeaban el oasis una ráfaga de fuego había llegado hasta él e impactaba de lleno en el costado de su abdomen. Tras la llamarada, no había ningún atacante. Pensó en el ayudante, pero él estaba al otro costado, lejos. Creía que solo estaban los tres, pero al parecer no.


Pensé que estábamos solos, maestro —apuntó al tiempo que cerraba los ojos llevado por el dolor y mentalmente repetía episkey, dejando que este sanara su piel calcinada.

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La sonrisa de Gahíji seguía fija en su rostro, satisfecho con el desarrollo de aquella práctica. Observaba a León quien tras haber caído en su maldición, no había podido atacarle con el juramento de sangre y, por el contrario, había recibido el corte de su daga, al igual que el anciano. Se mantenía en silencio, y la intuición del viejo guerrero adivinó que intentaba maldecirle tal y como él había hecho un poco antes. «Episkey», pensó entonces, mirando de reojo hacia su propio corte del costado. Éste sanó enseguida, deteniendo la hemorragia y dejando solo un rastro de sangre aún fresca en sus ropas y en su piel.

 

Tras escuchar la respuesta del hombre a la pregunta que le había formulado un poco antes, comprobó entonces que la pequeña trampa que siempre preparaba para pillar desprevenidos a los alumnos y ver si estaban atentos al duelo surtía efecto y hería al Crowley. Observó los daños: no parecían especialmente graves. De hecho, el chico rápidamente se ocupó de sanarlos para evitar debilitarse demasiado. Pero aún le quedaba el corte.

 

La respuesta fue correcta. Lástima que la concentración que usaste para responder no se centrara en ese viento ardiente —le dijo, mordaz. Y aún así, siguió atento por si en algún momento le fallaban las fuerzas y debía socorrerlo. Nkuku había muy bien su trabajo utilizando la conexión que lo unía al anciano para impedir que su locura le dominara por completo y lo tentara a abandonar a su suerte a sus alumnos cuando dejaban de divertirlo. Era maestro en aquel lugar, no combatiente. Masculló algo entre dientes al darse cuenta de que todo aquello eran reflexiones de su sirviente que él sentía suyas la mayor parte del tiempo—. Y estamos solos. Bueno no, estamos con Nkuku. Pero él ya tiene bastante trabajo controlándome a mí como para meter baza en esta clase. No te preocupes.

 

Miró de reojo al aludido, que observaba el duelo con gesto impertérrito. Estaba seguro de que, en cuanto se quedaran solos, le reñiría por la falta de tacto con el alumnado.

 

Sectusempra.

 

Lanzó el rayo casi sin pensarlo, directo al pecho de León. Debía detenerlo si no quería que varias heridas sangrantes aparecieran en su piel y le hicieran perder más sangre.

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¿Entonces debo suponer que la ráfaga de fuego fue un completo accidente, maestro? —espetó al escuchar la respuesta de Gahíji.


Estaba bien el pensar que al ser un alumno desconociera el complejo mundo de los libros y los poderes que adquirían, pero lo creyera tan inocente para creer que no tenía que ver con la sorpresiva ráfaga, no le agradaba mucho. Si no hubiera sido por esa quemadura tendría una leve ventaja sobre el maestro que hubiera podido aprovechar. Necesitaba retomar la delantera, pero no veía como poder hacerlo. El hechizo del guerrero fue lo suficientemente claro para que León pudiera escucharlo y pensar en la respuesta


Avis —espetó de inmediato y una docena de aves se manifestaron frente a él deteniendo el rayo al instante. La sonrisa fría de Gahíji obligó al pelinegro a mirar en todas direcciones en busca de un nuevo ataque sorpresa


Sectusempra —espetó con la varita levantada en dirección al pecho del guerrero hacia el cual se dirigía un rayo con la misma intención que él había tenido.

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