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. Mansión Di Médici . (MM B: 113112)


Lucrezia Di Medici
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Cuando Ariane volvió a darse vuelta, la recibió con una parsimoniosa sonrisa que apenas marcaba la comisura de sus labios. Sus delicadas y casi imperceptibles pecas, repartidas por todo su blanquecino rostro como gotas de lluvia, parecieron tomar color con la leve tensión de su piel. Asintió ligeramente con la cabeza, en una clara señal de gratitud por su decisión de permanecer en la mansión, y volvió a girarse para guiarla a los establos. En aquel amplio recinto, en un ancho recoveco entre las distintas estructuras de madera que sostenían y conformaban el techo, habitaban con plena comodidad las lechuzas familiares, incluida la que alguna vez perteneciera a Thiago.

 

- ¿Qué clase de criaturas? Ya lo verás. Pero te aseguro que son únicas ¿Has oído del último evento del Concilio? - preguntó una vez se encontraron apenas a unos pasos del establo.

 

Lucrezia sabía que el envío estaba a punto de llegar a los terrenos de la mansión, tal como había acordado con los miembros de aquel órgano comercial con el que mantenía una más que fructífera relación de negocios; además, la aristócrata era una asidua compradora en el Magic Mall, en donde había obtenido gran cantidad de objetos mágicos que ahora completaban sus propiedades inglesas. Durante la gala había adquirido, previa transferencia de dinero, dos nuevos miembros para su ya vasta familia de mascotas, que dada su numerosidad podían incluso formar su propio ecosistema. La blonda italiana disfrutaba auténticamente de rodearse de estas criaturas y procurar su excelso cuidado: eran, quizás, los seres ante los que más respeto presentaba.

 

Di Médici elevó su zurda y observó su muñeca, como si allí hubiese un reloj que en realidad no poseía. No le gustaban aquellos objetos muggles pues los encontraba limitantes y una aristócrata de su alcurnia en muy pocas ocasiones circunstanciales debía cumplir algún horario. Acostumbrada a que el mundo se adaptara a ella y sus reglas pero no viceversa, la blonda italiana figuraba al tiempo y la rutina como una insoportable prisión que a toda costa buscaba evitar. Sin embargo, si le era de suma importancia que los demás -los trabajadores, los inferiores, los plebeyos- cumplieran con los pactos acordados y los períodos temporales comprometidos para finiquitar sus labores.

 

Fue entonces que sintió un casi imperceptible crack, un sonido característico de súbita aparición que se fundió con el cantar emitido por las aves que emprendieron vuelo apenas la enorme caja se materializó en medio del campo de equitación. Aquella cuadrada estructura de madera de 3 metros x 3 metros, típica para el transporte de cargas en embarcaciones, presentaba numerosos hoyos a ambos lados que permitían tanto el ingreso del aire como una precaria observación de su contenido. Apenas unos segundos luego de materializada allí, lo que pretendía ser la tapa de aquel “contenedor” vibró en clara consecuencia a un golpe y se alzó un débil gorjeo proveniente de su interior. Lucrezia actuó rápido mientras apuntaba con su blanca varita a las tablas de madera y realizó una elegante floritura, haciendo que ésta se abriera rápidamente.

 

- ¡Mira eso! ¿No es precioso? - exclamó, dejando escapar en su voz una genuina emoción que pocas veces dejaba entrever en sus palabras.

 

Cuando dio los primeros pasos sobre la húmeda tierra de aquel florido campo, el pequeño hipógrifo recibió los tenues rayos del sol con cierta incomodidad en sus pupilas, acostumbradas a la penumbrosa oscuridad del interior de la caja donde había ingresado antes de ser transportado allí. La bestia bebé estiró su pequeña cabeza de águila mientras desperezaba su regordete estructura corporal y abría su pico, emitiendo un confuso sonido que podía traducirse como un bostezo. Aun perdida en aquel nuevo hábitat y sorprendida por el repentino cambio de atmósfera, la criatura se acercó intuitivamente a las mujeres en busca de refugio y contención. Con la cabeza gacha y sus amarillentas patas delanteras ligeramente trémulas el hipógrifo se sentó frente a ellas. Lucrezia reaccionó maternalmente, como no hacía con nadie salvo sus mascotas, y acarició su lomo intentando transmitirle una auténtica tranquilidad.

 

- También hay un bebé moonclaf, pero no saldrá fácilmente porque no debe gustarle mucho la luz ¿Quieres ayudarme a ponerle nombre? - propuso, extasiada con aquel repentino subidón de ánimo que le generaba adquirir nuevas cosas.

Editado por Lucrezia Di Médici
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Criatura singular la que me atendía, un elfo de aspecto rústico , nada glamoroso, mi gesto de desagrado fue evidente, era la razon por la que yo no poseía una criatura de esas. Mi madre era quien siempre se hacía cargo de las labores en casa, manejaba un ejército de Elfos y de ninguna manera tenia contacto con esos seres.

Escuche al elfo sin cambiar de postura cuando retrocedió di dos pasos al frente entrando a la basta propiedad examine la lujosa decoración

 

 

-soy Lex Grindelwald, mi madre Anja es prima del padre de la Señorita Lucreza

 

Lo volteo a ver otra vez

 

- guíame donde tu amamos quiero darle mis respetos

 

Deseaba conocerla

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Passepartout, elfo doméstico.

 

- ¿Anja? Nunca he escuchado ese nombre. - susurró Passepartout, con un tono apenas audible que por momentos dudó si el visitante había captado con total claridad.

 

Había algo en la expresión de aquel hombre que había calado al instante en la mirada del elfo doméstico, que pasó súbitamente de denotar ánimo a una disimulada desconfianza. Sí, evidentemente no podía esperar genuino respeto a alguien de su clase por parte de alguien con sangre Médici corriendo por sus venas, aun cuando estuviese muy diluida entre otros linajes. Sin embargo ¿qué significaba aquel desprecio supino que había captado en el semblante del invitado? Incluso la matriarca, siendo una aristócrata altiva con excesivo aire de diva, mostraba algo de formas correctas de tratarlo.

 

- El ama Lucrezia es mi única ama y se encuentra con otro…familiar en los establos. Sígame, lo conduciré hasta los jardines.

 

Passepartout giró, principalmente para evitar encontrarse con aquel gesto despectivo, y comenzó a caminar apresuradamente haciendo gala de sus cortas pero rápidas piernas entrenadas en largos años de servicio doméstico. Cruzó el salón principal, aquel iluminado apenas por el danzante fuego de la chimenea, y con un sonoro chasquido de dedos abrió de sopetón la puerta que llevaba a uno de los pasillos que bordeaban el patio interno. El panel de madera golpeó contra una de las paredes laterales donde estaba encastrado y el elfo doméstico agradeció que Lucrezia no se encontrara allí, pues la reprimenda por aquel error hubiera sido enorme y ruidosa.

 

Atravesó el pasillo con paso presuroso, se adentró en el Salón Comedor y volvió a hacer uso de su élfica magia para abrir de par en par la puerta doble que ofrecía una entrada directa a los amplios jardines. Durante aquella caminata se había cerciorado que Lex no tuviese el tiempo suficiente para escudriñar en los detalles que hacían tan gloriosa y envidiable aquella edificación, pues tenía dos buenas razones para ello: desconfiaba de los motivos e incluso la identidad de aquel misterioso mago y, además, tenía cierto recelo por su implícito maltrato ¡Nadie debía entrometerse y disfrutar de los placeres de aquella mansión sin saber tratar al principal elfo! Si, podía seguir siendo un mero sirviente, pero su posición de único siervo personal de Lucrezia le ofrecía ciertos privilegios. Se aseguraría el respeto debido.

 

- Los establos están del otro lado del río. Tenga cuidado al cruzar el puente, no sea cosa que el grindylow lo ataque al pasar. - le advirtió, disimulando sus ganas de que aquello sucediera dejando que en su voz corriera la seriedad.

 

Justo cuando el invitado terminó de bajar las escalinatas que conducían al césped, Passepartout retrocedió sobre sus pasos dando pequeños saltos para subir los escalones. Al quedar en el medio del arco que formaba el elegante marco de la puerta, el elfo doméstico sonrió con sorna para que Grindelwald notara con suma facilidad su actitud desafiante. Elevó su mano con exagerada parsimonia y chasqueó su delgado dedo medio con el pulgar, generando un pequeño chispazo sonoro patente de su raza. La puerta se cerró de un movimiento brusco y generó un estruendo que se replicó varios metros a la redonda. Las coloridas aves que reposaban en el techo emprendieron vuelo despavoridas, asustadas por el repentino ruido. Incluso algunos Sforza, los elfos encargados de trabajar la vid, dieron un respingo al verse sorprendido por tal irrupción.

 

- Puede seguir solo. - exclamó del otro lado, esperando que aquel misterioso hombre siguiera su camino y no volviese para implementar algún castigo.

Editado por Lucrezia Di Médici
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El viento soplo moviendo suavemente mi cabello, un mechón rebelde había escapado de mi cinta. Cerré los ojos por un momento sacando la indignación d emi mente y recordandome a mi misma que todos somos luz y oscuridad, que las acciones de Lucrezia muchas veces denotan desprecio y eso solo dejaba ver la evidente soledad en la que permanecía. Se rodeaban de seres que amar y que sabían que genuina ente la amarian como son los animales que son puros de corazón.

 

No solía analizar. A las personas me parecía algo irrespetuoso el ponerme a buscar o indagar en ellos para conocerlos, pero esa mujer seria quien viviría con mis hijos ahora y debía estar atenta a quien le había confiado la educación de mis hijos.

 

Luna y Luka estarían conviviendo con ella constantemente, pero ahora no desconfiaba de ella, ver esa fase maternal con ese pequeño hipogrifo me hizo mostrar una sincera sonrisa. Se veía hermosisima con la ternura reflejada en su rostro.

 

Me indicó que fuese por el pequeño moonclaf, jamás había visto uno y mucho menos tocarlo. La pequeña Criatura con grandes ojos miraba con extrañeza, tratando de no asustarla me puse de rodilla a su lado y coloque el dorso de la mano cerca a ella para que fuera tomando confianza. La pequeña cría se acercó a mí mano despacio, de a poco subió a mis piernas y se acomodo sobre ellas olisqueandome. Con suavidad le consenti el lomo muy despacio, sus ojos eran muy grandes. Su piel oscura entre negra y azulada, no sabía si al crecer cambiaría.

 

Era definitivo que era una especie muy tierna, mientras estuviera en ese lugar trataría de cuidar de este pequeñito.

 

-Lucrezia no se que nombre puede quedarle bien, es dulce y pequeñito... ¿Como le pondrás al hipogrifo?

 

Pregunte haber si me daba una idea de cómo ponerle al dulce moonclaf.

 

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Ministre de la Magie Français // 🌙 dulce asesina by Mael

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Su mano se deslizó suavemente por el lomo de aquella extraordinaria criatura y Lucrezia disfruto de esa experiencia con creces, casi exageradamente. Pasar de la suavidad del espeso y abultado plumaje gris que cubría su parte delantera a la dureza del corto pelaje amarronado que proseguí era algo bonito al tacto. Lo repitió varias veces asegurándose de que el pequeño hipogrifo también lo disfrutase y vaya que lo hacía; se estiró plácidamente y se dejó caer con ligereza en el suelo, ocultando sus garras de águila debajo de su pecho y adoptando una postura relajada.

 

La nueva mascota de los Médici parecía encantada con su nueva dueña. Al ponerse la blonda italiana en cuclillas para estar más cerca de él, el hipogrifo apoyó su cabeza sobre el muslo izquierdo de la mujer y unos segundos después cerró los ojos, más por la satisfacción de ser sobado con la delicadeza en que ella lo hacía que por cansancio. Ante tan tierna respuesta del animal Lucrezia hizo por puro auténtico gusto algo que no solía permitirse nunca: Tomó con cuidado el cuello de la bestia bebé y se sentó en el césped junto a ella, olvidando por completo la calidad fina y costosa de su vestimenta. Colocó la cabeza del ya adormecido animal sobre su regazo y se acomodó sobre el suelo al enderezar su columna.

 

- Pues tengo muchas cosas, pero originalidad para los nombres no es uno…- le comentó a Ariane buscándola con la mirada. - Siempre le pongo el nombre de alguien que conozco y con el que relaciono al animal o la criatura ¿Qué te parece el nombre Arsen para este hipogrifo? Significa fuerte en griego antiguo. Espero que así sea.

 

Entonces, cuando sus ojos zafiro volvieron a cruzarse con la Dumbledore, notó que llevaba consigo al pequeño mooncalf. La joven aristócrata dejó que de sus carnosos labios escapara una sonrisa empática, que buscó reprimir presurosamente para que Ariane no creyese que le agradaba más que lo justo y necesario. Minutos atrás habían enterrado luego de duros años cualquier rencilla del pasado y, aunque Lucrezia lo aceptara ampliamente, en realidad prefería guardar cierta distancia en su relación. No podía evitar que la sucesión de eventos que había atravesado su cabeza en los últimos instantes -las constantes menciones a Thiago, su precipitado arreglo, el drama de Sagitas- confundieran sus verdaderas intenciones ¿Realmente quería convertir a aquella mujer en una amiga?

 

- Dejaré que elijas el nombre del mooncalf. - dijo, por el mero hecho de despejar de su mente aquel debate interno que la acechaba. - Espero que puedas ocuparte de él, a Luka seguro le gustará mucho.

 

Mientras aun acariciaba el lomo del hipógrifo, la mortífaga oyó con su sensible y entrenado oído el eco de un fuerte golpe que el viento había traído proveniente de la mansión. Pocas veces un hecho de tal característica irrumpía la tranquilidad esencial de su hogar, tanto situacional como sónica. Automáticamente giró su rostro hacia la imponente edificación de piedra, que se alzaba varios metros más allá, y contempló como una figura desconocida atravesaba el puente. Su ingreso en la Marca Tenebrosa había despertado en Lucrezia un agudo sentido de alerta permanente frente al que siempre reaccionaba con medida precaución. Dejando que su nueva mascota apoyara su cabeza sobre el cómodo césped volvió a ponerse de pie con gracia.

 

- Tenemos compañía…Aprovecha a buscar una lechuza en los establos para enviar la carta, yo lo recibo.

 

Di Médici dejó a Ariane y al recién llegado mooncalf atrás, completamente librados a su libertad. Caminó con paso firme sin despegar sus azules ojos del semblante del desconocido hombre que se dirigía a ella con lo que parecía...¿Con un bastón? Pese a desconocer por completo su identidad o la fiabilidad de sus intenciones dentro de la propiedad, Lucrezia no tardó en acordar consigo misma que aquel extraño mago tenía un gusto particular: Vintage, poco funcional pero sin dudas interesante. La blonda italiana chasqueó los dedos de su mano derecha, provocando con tal acción que en su zurda se materializara su estilizada varita de madera de roble. Su intención de mostrar su capacidad de repeler un potencial ataque era clara.

 

- ¿Tú eres? - le preguntó al inesperado visitante.

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Esa criatura era problemática,los elfos a servició de la familia eran respetuosos y leales, está criatura era altanero. Coloqué mi bastón delante, esperando que se tropezar con él, pero no era nada tonto iba rápido. Guío el camino atravesando la casa, no sabía si desconfiaba de mi, pero eso parecía.

 

Delante encontré una serie de amplios jardines estaban, sin embargo el elfo en el puente uso una artimaña poco audaz, para mí agudo sentido de la intuición. No me inquiete seguí hasta ver a una bellísima mujer que vestía una bata amarilla y la Vi con la varita en la mano. En un gesto para su tranquilidad levanté las manos sin soltar el bastón.

 

-Me rindo

 

Grite de lejos

 

- me dejas acercarme para presentarte mis respetos?

 

Le sonreí

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El otoño estaba definitivamente es su esplendor, el viento se estaba poniendo más fuerte. Logré ver como Lucrezia se puso alerta y se escucho un ruido fuerte, logré percibir un olor humano. Pará mi sorpresa ella quería recibir su visita a solas.

 

No quise molestarla, así que le sonreí y tomando al pequeño Moonclaf en brazos me dirigí hacia la lechuzeria que quedaba más adelante. Camine despacio no sin dejar de mirar hacia a atrás a Lucrezia que vi que tenía su varita en la mano, me angustio un poco eso. Pero algo en mi confío en ella y si me necesitaba estaba solo a unos pasos para darle mi apoyo.

 

Entre a la lechuzeria, no encontré conocida ninguna lechuza, eso era algo singular, las memorias antes de haber sido convertida me eran difíciles de obtener, en mi mente solo eran escenas lejanas como de una película de mala calidad.

 

Tomé una lechuza de pintas negras y blancas y le entregue la misiva en su piquito.

 

-Pequeña debes ir hasta París, a la mansión de los Lever allí estará mi Luna...

 

La avecilla tomo vuelo y salió del edificio. Acaricie al pequeño Moonclaf y lo mire detenidamente.

 

-Cual debe ser tu nombre bonito, eres tierno y pequeño, tus ojos son grandes... Pero creo que tu nombre será Hermes, como el dios griego.

 

Consentí la cabeza del animalito

 

-¿Te gusta tu nombre?

 

Con suavidad se recostó en mi pecho, salí caminando despacio fuera de la lechuzeria, no me iba a acercar a donde estaba pero si cerca por si ella me necesitaba.

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Ministre de la Magie Français // 🌙 dulce asesina by Mael

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<Las modas siempre vuelven> afirmó Lucrezia en su fuero interno con sorna y utilizando una frase recurrente mientras su mirada seguía al bastón que el hombre levantaba flamante en el aire. El uso de ese tipo de objetos en lugar de las tradicionales e icónicas varitas era algo que había quedado en los anales de la historia, solo admirable en los decálogos antiguos, y que su utilización en la época moderna solo había escuchado – más no visto – de parte de los arcanos de Mahoutokoro a quienes nunca había conocido en persona. Se preguntó incluso si aquel bastón tendría cualidades mágicas o si sería simplemente un objeto de apoyo y ornamental ¿Tendría el extraño alguna dificultad para moverse?

 

- Aquí nadie se rinde, aunque si vemos primordial anunciar nuestras intenciones. - le dijo inquisitiva al misterioso hombre a medida que retomaba su caminata firme hacia donde él se encontraba.

 

Frenó frente a él y acomodó los pliegues de su bata de sedosa tela que había perdido su carácter impoluto al sentarse en el suelo y luego levantarse de sopetón. Sosteniendo aun su blanca varita en la mano zurda, con los brazos completamente estirados hacia el suelo, Di Médici hizo una circular maniobra que apenas fue detectable. Los restos de tierra, polvillo y el desprendimiento del verde césped al ser aplastado se desprendieron de esa delicada prenda de vestir y fueron absorbidos por el arma mágica, devolviéndole la perfección a aquel amarillo tan resultón a la vista. Una vez aquel encantamiento llegó a su fin los azules ojos de Lucrezia volvieron a posarse en el enigmático visitante.

 

- ¿Los respetos, eh? Estarías haciendo más que el resto de los habitantes de este pueblucho. - respondió ante su pedido, satisfecha con recibir al fin una muestra de

 

Alzó su desnuda mano derecha y la mantuvo inerte en el aire, esperando recibir un ceremonial beso del hombre en el dorso de la misma. La blonda italiana llevaba en su dedo anular el anillo cápsula con el escudo familiar grabado con perfeccionista mano artesana sobre el metal precioso que lo conformaba. Cuando Lex notó la presencia de aquel emblema distinguido y antiguo, Lucrezia rastreó en su mirada algo similar al ¿reconocimiento? La pregunta surgió en su mente de forma automática e intuitiva, pues pocas veces contemplaba tan reacción en desconocidos y mucho menos en tierras británicas. Clavó su mirada nuevamente en él y su mirada volvió a mostrar ese halo equilibrado entre inquisitivo y precavido. Aun no sabía si en él podía confiar.

 

- ¿Eres un Médici? No sería raro que en este contexto de guerra muchos acudan a mí. - concluyó con vehemencia.

 

El silencio que se había generado luego de su pregunta fue súbitamente interrumpido por el aleteo furioso y vertiginoso de una lechuza que pasó volando sobre sus cabezas. La joven aristócrata apenas desvió si mirada hacia la robusta ave mensajera, una de las tantas que convivían en el lugar, y notó que llevaba una misiva de iguales características a la que había rellenado minutos atrás para atraer la suerte de su ¿sobrina? a la mansión. La Dumbledore, cuya presencia en el establo olvidó por unos momentos, había enviado la carta tal y como le había indicado. Sonrió ante el indudable respeto que infundía con sus palabras, logrando manipular la voluntad de las personas con la facilidad que le adjudicaba su impronta de aristócrata matriarca. Una vez el gorjeo de la lechuza se extinguió en la lejanía, Lucrezia volvió a alzar su voz.

 

- Ariane, ven. Debo presentarte a alguien.- exclamó, observando con el rabillo del ojo la entrada de los establos. Su atención volvió a prenderse a Lex - Espero que sepas domar aethonans. Si no sabes hacerlo, definitivamente no tienes sangre de mi linaje.

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- Los británicos siempre se han jactado de su gala junto a su buena educación y me sorprende que ante una dama tan bella e importante no hayan hecho fila para saludarla

 

Tomo con suavidad la mano de la bella mujer, mirándola a los ojos besando el dorso de su mano

 

- Es tanto o más de lo que me han hablado de usted, pero en lo que respecta a su belleza las palabras se han quedado cortos

 

Sin perderla de vista acercándose a ella contesto a su pregunta

 

-Mi madre Anja es prima de su padre por familia materna, al casarse con mi padre ha perdido el apellido. Más su sangre y anhelos de ver de nuevo la Bellissima Italia, es un gran anhelo.

 

Dejo menos espacio entre ellos, olía exquisito y la piel que dejaba entrever su ropa lucia tersa y suave.

 

- no tengo noticias de la guerra, más podría usted explicarme los detalles.

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<Definitivamente no conoces a ESTOS británicos> pensó Lucrezia socarronamente mientras sostenía su mano en el aire. En el momento que el invitado se agachó para darle un beso y sintió esos labios besar su blanca piel, Lucrezia sintió un leve escalofrío que recorrió toda su espina. Su esfuerzo para no darlo a notar fue inconmensurable. Desde hacía meses, cuando decidió que su destino la empujaba a administrar sus propiedades en Ottery, no sentía algo como ello. La muestra hecha acto de respeto, la diferenciación expresa en la relación entre superior e inferior, la sumisión denotada en agacharse…todo ello era algo que añoraba experimentar.

 

- Es que una belleza de mi tipo es diferente de encerrar en el límite de las palabras. - le respondió al interesante halago de Lex, mientras volvía a colocar la mano libre sobre su cintura.

 

Dejando la inevitable pregunta de quién podría hablar tan bien de ella de lado, la blonda italiana dibujó en sus carnosos labios una sonrisa. La explicación del visitante sobre la relación sanguínea que tenían fue un golpe de efecto en su semblante frío y severo. La sangre Médici se había diluido lo suficiente como para que su aspecto no lo delatara y el apellido se había perdido entre diversas uniones matrimoniales pero sin embargo Lucrezia podía notar en él vestigios de la esencia familiar. Ese porte irreprochablemente elegante y esa mirada de fortaleza interna lo encontraban culpable de ser un Médici. Clavó sus ojos nuevamente en él.

 

- Pues has encontrado un hogar, porque se nota que no eres de por aquí. Cuando termine con mi tarea aquí me ocuparé de prepararte una habitación. Siéntete como en casa. Mientras, puedes acompañarme con la atención de mis animales…Por cierto, no me has dicho tu nombre.

 

Le guiñó el ojo disimuladamente para que ganase algo de confianza y se giró para volver a ocuparse del hipógrifo bebé que la esperaba, durmiendo plácidamente abrazado por el verde y vivo césped. Al llegar nuevamente junto a Arsen, que se había transformado en el nombre definitivo para aquella bestia, volvió a ponerse de cuclillas. La parte inferior de su amarilla bata volvió a rozar la tierra. Volvió a desplegar toda su ternura al acariciar suavemente el lomo del pequeño hipógrifo. Éste apenas reaccionó, completamente hundido en un profundo sueño que producía en él una respiración calma. Lucrezia percibió aquello con tranquilidad: la adaptación de sus mascotas era fundamental para poder criarlas sin futuros inconvenientes. Era consciente que Lex permanecía a su lado

 

- Para no enterarte sobre la Guerra debes llevar mucho tiempo fuera.- le dijo con expresa duda ante la ignorancia del hombre. - Rumania y otros países, incluso la propia Italia, han declarado la guerra a Gran Bretaña y a su ministro, Aaron Black Lestrange. El Estatuto del Secreto de la magia está en peligro, al igual que la magia misma. En ese estado estamos ahora mismo, aunque luego del ataque al Ministerio de hace unos meses no ha habido otros de resonancia en la prensa.

 

La mortífaga elevó su mirada con la seriedad que había expresado en el curso de sus palabras. La Guerra algo que no se podía evitar jamás por más que uno intentara huir de ella al lugar más alejado e impenetrable del planeta. Sus consecuencias afectaban a todo el mundo en distinta medida, pero todos eran alcanzados por sus crueles garras. Su intromisión en el enfrentamiento del plano político de Italia comenzaba a traerle dolores de cabeza. El Ministro le había encargado complejas tareas para debilitar la posición británica y por más que el cumplimiento de éstas conllevasen grandes ganancias para su patromonio ponían en peligro toda su construcción de un status influyente dentro de la comunidad inglesa. Su unión a la Marca, su relación prometedora con Aaron Black, sus intereses románticos...todo estaba en juego si su compromiso con el gobierno italiano sabía a la luz pública.

 

- Deberías presentarte a Ariane, es parte de nuestra familia aunque no es una Médici. Presenta tus respetos.- le indicó como la mejor medida para escapar de aquella disyuntiva de su mente.

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