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. Mansión Di Médici . (MM B: 113112)


Lucrezia Di Medici
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El Salón principal - el que uno encuentra apenas ingresa a la mansión - contrastaba de tal manera con el salón comedor que parecía difícil pensar que convivían en una edificación que siguiera la misma línea de estilo arquitectónico y de decoración interior. La tenue iluminación del primero, que por momentos lo hacía lucir tétrico, contrastaba con la amplia luz que proveían los invasivos rayos del sol que penetraban por el ventanal levantado en una de las esquinas y que llegaba hasta al más recóndito sitio. El numeroso mobiliario de factura costosa condecoraba aquel espacio como el más transitado por los habitantes de la mansión, además de su cercanía a las cocinas donde solo los elfos estaban habilitados para entrar. Sin dudas la atmósfera que allí se respiraba era más agradable y abierta.

 

Lucrezia, aun sin voltearse para contestar a Ariane, se adentró en el lugar manteniendo su porte elegante, que nunca se permitía relajar en presencia de terceros. Se acercó a una de las jaulas, elaborada completamente en siempre lustroso cobre, y se agachó con delicadeza para tomar un pocillo. Dentro de la amplia estructura metálica y acampanada que conformaba aquel refugio se encontraba un amigable Jobberknoll, que se paraba con destacable habilidad sobre una gruesa rama de madera. La blonda italiana dejó caer en el interior de la jaula las diversas semillas, de todos tamaños y formas, que contenía el pocillo. Le regaló una última sonrisa de aprecio a una de las mascotas que más adoraba y por fin se giró para volver a encontrarse de frente con la Dumbledore.

 

- Entonces estamos de acuerdo, lo cual es un alivio. Una alianza entre tu familia y la mía sin duda será de ayuda en los tiempos turbulentos que se avecinan. - le dijo, poniendo hincapié en su preocupación por la guerra - Los Rambaldi, los elfos domésticos que trabajan dentro de la mansión, te ayudarán a acomodar tus cosas en la habitación. Decórala y ármala como más lo desees.

 

Di Médici volvió a girar sobre su propio eje unos noventa grados y se dirigió hacia el ventanal del lugar, no sin antes indicarle con un ademán a Ariane que la siguiera. Fue en ese instante que, desde algún punto del salón, su anaranjada vuelapluma de fénix adulto y un pergamino un tanto mal trecho llegaron disparados hasta su posición. La tinta fresca comenzó a grabarse sobre la amarillenta superficie con los delicados trazos que efectuaba la mágica pluma. Lucrezia, de manera disimulada y casi imperceptible, dictaba el cuerpo de aquella misiva para cumplir con el pedido de la Dumbledore mientras repasaba sus palabras. No, en ningún contexto ficticio hubiesen sido amigas; sin embargo, la posibilidad de una relación más amena podía beneficiar a ambas. Al llegar junto al amplio ventanal, que daba a los impactantes jardines interiores, la aristócrata se inclinó levemente casi rozando el cristal.

 

La vista que podía apreciarse desde ese punto de la mansión era realmente magnífica y explicaba en gran medida la decisión de Lucrezia que adquirirla al banco Gringotts por una suma cuantiosa: el paisaje comenzaba por las aromáticas y destacadas vid, cercadas en toda la extensión del viñedo por rosales de lo más variopintos colores y tonos, y llegaba hasta las copas de los estilizados pinos que se alzaban más allá de los terrenos de la propiedad Di Médici. El río Otter fluía en todo su esplendor en aquel tramo, dejando apreciar en su cristalina agua pequeños peces e incluso el zigzagueante nado del Grindylow que custodiaba las inmediaciones de la mansión.

 

- Cuando lo desees, claro, puedes pasarte por los viñedos. Más allá del río y cruzando el puente - elevó su mano para señalarlo - están los establos. Allí están los aethonans y el porlock que me legó Thiago, puedes también visitarlos. Si tienes otros animales también puedes guardarlos allí, hay mucho espacio. En el altillo hay pequeños espacios para las lechuzas.

 

En el momento que el curso de sus palabras se cortó en el aire la vuelapluma colocó el punto final de la misiva, casi perforando en tal acto el levitante papel sobre el que escribía. Lucrezia tomó el pergamino en el aire y lo dobló con sumo cuidado, procurando que cada borde se alineara perfectamente. Tomó el cálamo de la pluma y colocó en una de las esquinas sus iniciales, respetando la caligrafía pulcra y estilizada que siempre utilizaba para firmar los documentos comerciales que acostumbraba manejar. Se la entregó a Ariane, embozando una sonrisa afable, y volvió a voltearse hacia el ventanal. Colocó sus manos por detrás de su espalda y las unió, adoptando una postura un tanto reflexiva. Sus azules ojos se clavaron en el punto más alejado del horizonte.

 

- La carta ya está lista, puedes enviarla cuando quieras, aunque sería un placer contar con tu presencia al menos unos minutos más.

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Era impresionante ver los ademanes de esta mujer, era muy joven, de eso estaba segura, pero tenía tal desenvolvimiento que cualquiera pensaría en una princesa real, seguro mi hija estaría encantada aprendiendo de ella. Aunque mi ascendencia era parte de dos familias muy adineradas jamás había tenido tal estilo, siempre había sido una persona tranquila que amaba ser auténtica y expresar justo lo que sentía. El arte de no mostrar sus sentimientos se le escapaba un poco de la manera consiente, ser vampireza le daba facilidades, pero optaba por ser yo siempre.

 

-Tienes una propiedad muy organizada y finamente decorada. Te agradezco tu amabilidad, pero no abusaré de tu hospitalidad.

 

Cuando la Misiva llegó a mis manos sonreí, sabía que mi hija estaría de acuerdo en venir aunque lo haría a regañadientes, Jamás admitirá sus sentimientos.

 

Luna era testaruda y obsecada me recordaba la personalidad rebelde mi hermana Saya, cuanto la extrañaba y a su pequeño hijo. Había logrado mi cometido y Lucrezia había desarmado con este gesto mi corazón, aunque también había cerrado el ciclo de rencor con Thiago esa noche en la taberna. Detuve mi respiración pensando en que él estaba vivo y estaría bien en algún lugar. Pero nadie debía enterarse de eso, por seguridad suya y de mis hijos, hasta por Lucrezia conociendo su relación podrían lastimarla.

 

-Quisiera invitarte al Chateu, mi hogar es diferente al tuyo, allí solo vivimos mi hijo adoptivo su novia y futura esposa, mi hija Helena y yo.

 

Era Increíble como se había desarmado mi corazón hacia ella, se podría decir que estaba empezando a estimarla.

 

-Tu propiedad es preciosa y produces alguna clase de vino con tu producción de uvas?

 

Pregunte volviendo a la realidad

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- ¿El Chateau? Suena acogedor, de alguna manera que se me escapa. - le respondió ante la invitación, sin despegar los ojos de las tupidas copas de los árboles del horizonte alcanzadas por los rayos del sol.

 

La italiana esperaba que, de visitar alguna vez dicho lugar, la fortuna amasada por Albus Dumblendore durante su larga vida siguiera siendo palpable en aquella familia. Pese a su pureza de sangre era imposible pensar a dicho linaje como uno de los más grandes e importantes que pululaban en la comunidad mágica en la actualidad, pese a contar en su genealógica con reputados magos como el finado ex director de Hogwarts. Los Malfoy e incluso los Lestrange, gracias a la reciente asunción de un nuevo ministro de magia, seguían siendo de los apellidos más influyentes en el día a día de la sociedad británica y su política.

 

Ante la inesperada consulta de Ariane sobre los vinos, Lucrezia le hizo otro ademán para que la acompañara mientras se giraba hacia la puerta de doble panel que daba a los jardines. Ahogó una risa de solo pensarse como una especie de guía turística de aquella extensa propiedad con el único afán de demostrar los frutos de su alta alcurnia. Elevó con un elegante movimiento curvo su blanca varita, que aun sostenía en la zurda, y realizó una fluida floritura apuntando directamente al centro mismo de la puerta. Las imponentes armaduras de diseño victoriano que custodiaban ambos flancos de la salida movieron sus abultados brazos produciendo un chirrido algo molesto y giraron el picaporte con supina brusquedad. El tenue viento que surcaba la atmósfera exterior golpeó de llena contra ambas mujeres.

 

La joven aristócrata descendió dando delicados saltitos la pequeña escalinata que única los cimientos ligeramente elevados de la mansión con el resto del terreno que se extendía más allá. Una vez se cercioró de que Ariane la seguía de cerca apresuró el paso hacia los amplios viñedos. El aroma a tierra húmeda y la fragancia encantada que emanaban las numerosas rosas dispuestas en el lugar formaban una armoniosa mezcla que respiró con auténtico placer. Aquella era temporada de riego y los elfos domésticos delegados a la cosecha, denominados Sforza en deshonor a una de las tradicionales familias rivales de los Médici, cargaban las pesadas regaderas con sus propias manos. Lucrezia se detuvo a un metro del inicio del viñedo.

 

- Producimos una inmensa variedad de vinos, que llevan mi apellido como marca. Es una empresa que inicié yo para expandir el mercado familiar y que me ha catapultado en la consideración de los grandes líderes de los Médici. Todos hombres, claro, porque no creen que las mujeres estamos a su nivel.

 

Al pronunciar las últimas palabras, que resonaron con cierto aire de resentimiento, fulminó con la mirada a uno de sus sirvientes que había tenido la pésima suerte de cruzarse con ella mientras recordaba el machismo que imperaba en su familia casi desde sus inicios. Lucrezia le indicó con un severo gesto al elfo que continuara con sus tareas relacionadas al abono y dejó que la frialdad volviera a reinar en sus azules ojos. Sin duda, a la par de ampliar su fortuna, la blonda italiana veía en su incursión en Ottery una posibilidad de quebrantar el papel secundario que las mujeres Di Médici jugaban en la historia de la familia; relegadas, vapuleadas o ignoradas las damas de la familia solo eran recordadas como las progenitoras de los destacados varones que guiaban con mano dura el destino y los negocios de la familia.

 

La mortífaga entonces volvió a retomar su elegante andar rumbo al puente de piedra que conectaba la propiedad a ambos lados del río que la atravesaba, separando los establos de la edificación principal. Sin embargo no lo cruzó sino que esperó que la Dumbledore llegara a su lado. Se detuvo en el medio de aquella sólida estructura gris y se inclinó sobre uno de los pretiles, apoyando sobre éste sus codos. Una vez más su semblante la acusaba reflexiva, perdiéndose su mirada en la cristalinidad del agua que pasaba bajo sus pies. Aquella reunión estaba resultando inesperadamente agradable y su poder de reacción ante aquella sensación extraña estaba en niveles mínimos. Necesitaba romper una vez más el silencio y pronunció la primer frase que le vino a la mente.

 

- Estaba pensando adquirir una Rámona para darle un poco más de vida al río. Muy pocas familias tienen la fortuna para comprar una propiedad junto a este curso de agua tan particular. Es perfecto para la producción de viñedo, de hecho. - comentó, divisando un pequeño grupo de peses dorados que atinaba a ir contra la corriente. - A Luka le fascina molestar al Grindylow lanzando rocas.

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La Mansion tenía tantas cosas, bueno el Chateu tenía cementerio y demás, pero lo interesante de mi hogar no estaba a la vista de todos, las catacumbas estaban llenas de miles de pasillos, misterios, tesoros y algunas mascotas que habían escondido en esa profundidad algunos familiares.

 

La Mansion Di Médici tenía lo mejor de su país de origen, la glamourosa Italia, son su encanto y su brillo.

 

El viñedo era hermoso, me parecía de la propiedad lo más interesante, ella como excelente anfitriona me Llevo al lugar donde profesaban las uvas, los elfos eran quienes trabajaban para crear aquel vino. Era de esperarse en el mundo mágico eran ellos quienes hacían los trabajos pesados.

 

- Espero algún día poder degustar de su vino, es bueno saber que hay un vino proveniente de Ottery.

 

Comente para calmar un poco su semblante, entendía perfectamente su postura frente al demostrar su valía ante un mundo dominado por el sexo opuesto.

 

La seguí hasta el puente de piedra que cruzaba el río se detuvo y logre ver que aunque era muy bella, no se le veía muy feliz.

 

Solté una risa algo tonta cuando escuché que a Luka le gustaba molestar al habitante del río.

 

-En medio de todo es un niño, seguro no se divierte el grindylow igual.

 

Sonreí era realmente linda y extensa propiedad, pensar que ella había conseguido crear y hacer crecer su familia de tal manera que se destacara donde ella fuera.

 

- Te agrada Ottery, seguro que vivirás bien aquí

 

 

Mire las cristalinas aguas del río, se disfrutaba el ambiente del maravilloso lugar.

 

 

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Lucrezia aguardó unos instantes para responder la mención de la Dumbledore sobre Ottery, mientras unía sus manos y frotaba la suave piel que las conformaba. Sus primeros días en el pueblo habían sido lo más cercano a una pesadilla perpetua, teniendo que prescindir de los lujos a los que estaba acostumbrada en Villa Médici y estando obligada a relacionarse con la ordinaria y marginal gente que allí residía. Sin embargo, el solo paso del tiempo y la autoimpuesta extensión de una red de influencia y relaciones personales habían convertido aquel poblado en un lugar por demás interesante para habitar. La compra de la costosa propiedad donde ahora ambas mujeres disfrutaban de los rayos del sol había sido solo la guinda del pastel.

 

- Aunque confieso que extraño mi Italia natal, Ariane, Ottery me ha ofrecido buenas oportunidades de negocios. Además me estoy haciendo de un buen grupo de conocidos con intereses en común y no me puedo quejar de mi hogar. - le dijo, sin despegar un segundo la mirada del fluyente río que reflejaba el esplendoroso sol sobre sus cabezas.

 

Por fin se incorporó y le indicó con un gesto, el mismo además envolvente que había utilizado con anterioridad, que la siguiera. Atravesaron el trecho que quedaba de aquel arqueado puente y sus zapatos volvieron a hundirse en el césped cortado con tal meticulosidad que se hallaba milimétricamente parejo; Lucrezia solía enviar a sus elfos jardineros a cortar aquellas hojillas verdes una por una. La blonda aristócrata avanzó con una firmeza y una elegancia que le eran características y que sabía, por la expresión de su rostro, que Ariane de cierta forma admiraba. Cuando faltaban unos pocos pasos para llegar hacia la entrada de los establos notó que algo pequeño pasó fugazmente por el estrecho arco formado entre sus pies.

 

- ¡Passepartout! - exclamó, elevando ligeramente su mentón para que el eco entre los árboles expandiera el poderío de su voz - Se ha escapado Sagitas otra vez.

 

Giró apenas su rostro hacia el rastro de inentendibles alaridos que dejaba a su paso la fugada criatura. Un diminuto gnomo de aspecto grotesco huía a toda velocidad hacia los arbustos que rodeaban gran parte del campo de equitación emplazado cerca del río. Su correr era brusco y en varias oportunidades tropezaba con las pequeñas piedritas del camino, situación que las mujeres alcanzaron a notar gracias a los grititos que propinaba. Cuando solo le quedaban unos pasos a la criatura humanoide para por fin escabullirse entre las tupidas plantas y alcanzar su objetivo, Passepartout se materializó súbitamente junto a ella y la tomó de su deforme cabeza. La alzó en el aire y la exhibió a las damas presentes. En los labios de Lucrezia se dibujó una sonrisa divertida al contemplar sus ojos como el gnomo movía furiosamente sus diminutas piernas, intentando zafarse de los largos dedos del elfo doméstico.

 

- Debemos comprarle una nueva jaula, sin dudas. - comentó a la nada, aunque era consciente que Ariane la miraba con cierta curiosidad. - Si, le puse el nombre en honor a quien ya sabes. Es un gnomo bastante horrendo, como la hermana de Thiago. Igual ahora nos llevamos mejor.

 

Passepartout pasó junto a ambas brujas y les regaló a cada una su más encantadora reverencia antes de partir a encerrar al escurridizo gnomo, que dejaba a su paso un hilo de baba. Una vez el elfo doméstico desapareció al otro lado del puente, Lucrezia dio media vuelta y caminó el corto tramo que quedaba hasta la puertecilla baja que daba paso al campo de equitación. Éste era un recinto amplio y abierto, delimitado por una valla de madera, que presentaba en su extensión distintos tipos de terrenos alterados por magia: desde círculos de fango hasta espacios totalmente cubiertos de capas y capas de arena, pasando también por amplios trechos llenos de rocas que servían para practicar el vuelo de sus alados equinos en zonas montañosas.

 

- Aquí viven y entrenan nuestros caballos y aethonans. Tenemos tres caballos de raza pura andaluza y dos aethonans, Kahil y Abi. Seguro te reconocerán como una conocida de su anterior dueño ¿Te montaste alguna vez a uno? Abi es muy dócil y solo acepta jinetes mujeres, al contrario de Kahil que solo acepta hombres.

 

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El recorrido por la mansión había sido corto a comparación de la extensión en la parte posterior de esta, desde los viñedos el río. La Médici estaba feliz mostrando lo que su esfuerzo había conseguido y la entendía totalmente.

 

Estaba a punto de confesarle que la relación entre Thiago y yo había sido secreta hasta el momento de nuestro matrimonio y todo el lío de los ataques que había sufrido, como Thiago me había defendido de morir; pero el grito de Lucrezia hacia Passepartout me hizo salir abruptamente de mis recuerdos.

 

Vi como el elfo forsejeaba con un duende, era grotesca la forma como el duende y el elfo se agredan. Pará cuando el elfo domino por completo al duende las palabras de Lucrezia terminaron de Indignarme.

 

-Pues me parece una mala decisión, Sagitas es una persona adorable y no me parece que el duende deba tener tal nombre

 

Me sentí indignada al ver como ella había sido capaz de hacer algo semejante, respiré para no perder la compostura.

 

-Jamás monte sus caballos, ni siquiera convivi con él

 

Estaba tn indignada

 

-Lo ame muchísimo por eso amo a su familia entre ellas a Sagitas que están maravillosa persona. Ojalá te des la oportunidad de conocerla

 

La ira de había ido apoderando de mí.

 

- Quiero que sepas algo para tu tranquilidad, Thiago se caso conmigo cuando eramos muy jóvenes y no deseo nada malo para él, pero por la mujer que menos debes tener es por mí... Te podría asegurar que para él solo soy la madre de sus hijos.

 

Mi rostro solo mostraba frialdad, porque por muchos años había guardado esa palabras que le habían dolido tanto.

 

-Gracias por el recorrido que me ha dado por su propiedad, admiro todo lo que ha logrado con su esfuerzo, voy a regresar al Chateu enviaré la misiva a París para que Luna este aquí cuanto antes.

 

No quería ser grosera, pero debía salir de allí, sin la sangre inmortal que me recorria hubiera llorado en ese momento.

 

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- Sagitas nunca respetó el nombre de Thiago una vez desaparecido ni sus deseos, Ariane. No te dejes engañar por su rostro amable y su actitud confianzuda. Yo no lo hice en ningún momento. - comentó con parsimonia, frenando en seco una vez la Dumbledore la confrontó. - Por cierto, es un gnomo.

 

La corrección sonaba casi natural en su voz, pues asumía propia la superioridad de su conocimiento académico y general por sobre el de los demás. Su genuina actitud de sabionda hacía a sus conocidos preguntarse por qué no ejercía un puesto en alguna Universidad Mágica, compartiendo toda la información que había aprehendido durante su propia educación en Villa Médici. La respuesta era única y era simple: consideraba a los demás indignos para aprender de ella. El magro sueldo de un docente no compensaba el esfuerzo invertido en años de educación restrictiva.

 

Desde aquella altura del campo de equitación se podía escuchar el relinchar de los ansiosos aethonans, que en ese momento eran alimentados por los elfos domésticos encargados de aquella área de la propiedad. La alimentación de sus mascotas era algo que Lucrezia, versada en cuidado de criaturas, diagramaba personalmente atendiendo cada caso y circunstancia particular. Para los equinos que descansaban en los establos había elegido una variada dieta fibrosa y proteica, pensada para sostener e incluso potenciar sus habilidades deportivas y de transporte. Atravesar el impoluto aire del cielo hasta casi rozar las nubes era su actividad preferida cuando ganaba algo de tiempo libre, incluso más que acostarse con otras personas.

 

- Créeme que la he conocido con su peor cara. - le contesto, tratando de esquivar los recuerdos de sus encuentros con Sagitas que afloraban en su cabeza y amenazaban con alterar su transitoria armonía. - Sobre Thiago, no hay nada que me esperaba más de él que el hecho que no convivieran. Aunque puedo asegurarte que te amaba…en su momento. Él lo aceptaba.

 

Apretó su puño y la sedosa tela de sus guantes se arrugó entre sus nudillos. El recuerdo de aquella conversación escrita con Thiago nunca se había escabullido hacia lo profundo de su mente, como hacían otros tantos recuerdos que quería evitar. La tenía presente casi a diario, recordando leerla una y otra vez en sus lujosos aposentos de Villa Médici durante una temporada de verano antes de su precipitada desaparición. Incluso aun guardaba los vestigios del amarillento pergamino, casi enteramente carcomidos por el fuego con el que una vez intentó reducirlo a cenizas. Lucrezia sabía muy bien, incluso aprendiendo a aceptarlo con el paso de los años, que pese a todo Ariane era una parte importante de su esencia. El Gryffindor la recordaba y la apreciaba, no solo como la madre de sus hijos sino como un primer amor genuino.

 

Sin embargo, la intención de su invitada de abandonar el lugar al abstrajo completamente de aquellos inoportunos recuerdos. Se giró rápidamente y se encontró con su espalda alejándose por el camino que ya habían recorrido. Pensó por unos instantes en retenerla con un simple movimiento de su blanca varita mediante algún encantamiento que detuviese su intranquilo andar pero se negó, reflexionando sobre la hostilidad que eso significaría. Alzó su mano en el aire como si eso fuese a detenerla y la siguió manteniendo su actitud calmada, sin ningún signo previo a un sobresalto. Su voz resonó aun en la amplitud del abierto lugar.

 

- No seas impulsiva, Ariane. Por favor, quédate, que hasta me cuesta aceptar la manera en la que estoy disfrutando de tu presencia. Nos estaba conduciendo a los establos para enviar la carta, que estoy por recibir un nuevo envío desde el Concilio de criaturas particulares…

 

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En Ottery me dirigí a casa de una familiar lejana , la hija de un primo de mi madre. Ella mudaba s su residencia a este lugar por razones desconocidas para mi. Mi traje impoluto de paño negro permitía denotar mi alcurnia a todos. Mi semblante serio no era ignorado por la gente, además de ser solo un caballero elegante mis rasgos extranjero s eran obvios para los ingleses.

 

 

vi el lugar donde me dirigía la casa de los Médici, ella estaría en casa, esperaba que si, verla era la intención que tenia inicialmente. Lucrezia solo era reconocida en mi familia como la da ma que con estrategia lleno de dinero a la familia.

 

Llegue frente a la Puerta y la toque dos veces con el extremo de mi bastón

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Passepartout, elfo doméstico personal.

 

- #$%%&$$ - insultó con total libertad, sabiéndose sólo en aquel amplio salón.

 

En aquel momento Passepartout cubría uno de sus esqueléticos y sucios dedos con una venda reutilizada, que mostraba en su desgastada superficie los manchones de sangre de su último corte. El gnomo que pertenecía a su ama había resultado un rudo rival, resistiéndose a volver a la jaula donde solía transcurrir su vida desde que Lucrezia lo había adquirido en el Magic Mall con la única razón de molestar a una mujer que detestaba. La pequeña y deforme criatura había clavado sus dientes con ahínco en uno de los alargados dedos del servicial elfo, produciendo una herida que no tardó en desprender sus primeros hilos de roja sangre. Passepartout había encerrado al histérico gnomo en su reducida prisión y rebuscaba en el botiquín algunos elementos de sutura.

 

Un sonido que hizo eco en el salón principal lo interrumpió abruptamente mientras pegaba con blanca cinta la venda a su grisácea piel que los años de servicio habían arrugado. El doble golpe en una de las gruesas tablas de madera que conformaban la puerta de entrada hizo que se levantase de un animado salto del suelo. Las visitas en la mansión Di Médici, a diferencia de la Potter Blue donde había servido anteriormente, no eran comunes y aquel día de otoño lo había bendecido con dos interrupciones al aburrimiento que a veces embargaba su típica alegría. Una sonrisa se dibujó en sus casi inexistentes labios mientras caminaba animadamente hacia la entrada, ahogando sus ganas de dar saltitos. Estiró su delgado brazo para alcanzar el pomo de la puerta y la abrió de par en par, encontrándose con un completo desconocido.

 

- Buenos días y bienvenido a la mansión Di Médici ¿Qué desea? ¿Tiene cita con la señorita Lucrezia? ¿Es del banco? ¿Es mortífago? ¿Acaso tiene alguna relación con alguien de la familia? - las preguntas salieron casi escupidas de su boca, aunque el tono respetuoso que solía utilizar con magos y brujas permanecía intacto.

 

Sin embargo, el fiel siervo de Lucrezia no esperó a que éste contestara; simplemente retrocedió dos cortos pasos y con una marcada reverencia, estirando el brazo izquierdo hacia el interior del salón, lo invitó implícitamente a pasar. Una vez éste lo hizo, Passepartout aprovechó los segundos en que lo tuvo de espaldas para efectuar un fugaz análisis de su presencia, escudriñando en las pocas características que pudo captar en un rápido vistazo: aspecto extranjero, un bastón un tanto extraño y un semblante que destacaba por su seriedad. Por momentos le recordó al limitado número de familiares de su aristócrata ama que había llegado a conocer ¿Sería…?

 

- El ama Di Médici se encuentra en los establos de los jardines ¿Necesita que lo guíe?

 

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@@Lex Grindelwald

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Estaba totalmente indignada con la Médici por su comportamiento con la historia del duende, que no era duende sino un gnomo, que se hacía atrevido a ponerle el nombre de mi querida cuñada. Nunca había soportado la idea que alguien por medio de una grosería como esa ofendiera a alguien más. Además del maltrato a la pobre Criatura que por más grotesca que fuera no se le debía tratar mal.

 

Lucrezia me instó a calmarme, en realidad sus palabras me hicieron pensar en que su lógica no era desacertada, pues yo no sabía que había pasado entre ellas, y por experiencia propia las personas no se llevan bien con todo el mundo.

 

Me vi sorprendida cuando me dijo que estaba empezando a disfrutar de mi compañía, ¿acaso ella vivía tan sola como yo?

 

-No me retiro, pero si te digo que es algo muy desagrable.

 

La carta de mi hija, ya hasta había olvidado el motivo inicial por el que estaba hay, al parecer estaba disfrutando el paseo y ya que no le veía como una enemiga que en cualquier momento podría atacarme.

 

Me agradaba verla como la mujer fuerte y emprendedora que había logrado extender más un imperio, que no permitía que la dominarán.

 

Calme mi semblante y respire profundo, debía calmar mi molestia. Camine de nuevo hacía ella estaba sería, pero ya no enojada.

 

-¿Que clase de criaturas recibirás?

 

Le pregunté para cambiar de tema y seguir nuestro camino a enviar la misiva de mi hija.

 

 

@@Lucrezia Di Medici Di Médici

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