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. Mansión Di Médici . (MM B: 113112)


Lucrezia Di Medici
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Luna Cristal Gryffindor Dumbledore

 

El ver esas aves solo pensaba en lo bella que ers la naturaleza, esos hermosos y majestuosos animales eran de admirar. Ahora que nacería el polluelo y estaríamos junto con Blaise pendientes de el sería lindo verlo crecer, jamas había tenido ki una mascota ahora tener un animal a cargo seria toda una novedad para mi.

 

El vuelo de los feniz empezó, sus plumas exhalban fuego azul y rojo y dejaba ver chispas por todo el aire donde se movían, peo al fundirse y ser de nuevo polluelos fue sorprendente.

 

Las palabras de Lucrezia fueron muy halagadoras estaríamos a cargo de los pequeños fénix mi fénix era el de hielo y me agradaba la idea de estar a cargo de él junto a Blaise, ambos aprenderiamos de todo esto.

 

-Claro que si Lucrezia, Blaise y yo cuidaremos de ellos

 

Al terminar todo esto estaba un poco cansada, aún no conocía la casa y ni siquiera sabía en dónde quedaba mi habitación para poder desempacar mi maleta y depositar mis cosas en su lugar.

 

- Señora Lucrezia, podría usted por favor indicarme donde quedará mi habitación, quisiera descanzar del viaje si no es mucha molestia

 

Le dije con voz suave y tranquila, deseaba darme un baño después de mi largo viaje desde París.

 

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  • 1 mes más tarde...

La Triviani salía de los terrenos de la mansión de su familia, con una carta en mano rumbo a donde los Medici, iba con gran calma y ese día vestía un corto vestido mostaza, dos dedos más abajo de sus glúteos y con un pequeño escote en forma de corazón, sus pies calzaban un par de tacones negros, y en su cabeza perfectamente peinada se encontraba su conocida peluca negra, la bruja iba de salida a un almuerzo con sus socios escoceses, pretendía zanjar un negocio hasta que esa carta que llevaba en mano llegó.

 

"Ernesto Di Médici" se leía en una perfecta y pulcra caligrafía, la calva no entendía el porque la carta había llegado a sus manos cuando perfectamente se sabía que los Médici habían regresado a Ottery. Sus pasos eran lentos pero firmes, pretendía llevarle la carta a la propia Lucrezia e irse a su reunión. El tiempo era oro y la bruja no estaba en posición de perderle. Como siempre, su varita iba escondida en su cartera pequeña con hechizo expansivo, que colgaba de su hombro por una cadena de oro, y sus amuletos y anillos esperaban a ser usados por ella, dentro del bolso.

 

Sus pasos la llevaron hasta el camino rodeado de velas, por donde caminó con algo más de apuro, viendo lo largo que parecía, hasta llegar al arco con el escudo que recordó observar en el local de su compañera de bando. Empujó la puerta, y terminó de cruzar el sendero hasta encontrarse con las fuentes, donde las dos grandes estatuas chorreaban el agua cristalina por sus varitas, las aves aprovechaban el clima fresco y revoloteaban a sus alrededores.

 

Triviani observó los rostros serios y marcados, comparando las facciones con las de la blonda. La bruja reconoció la misma nariz en los tres junto a la mirada que lanzaban al horizonte, supo que aquellos eran familiares fallecidos de la familia. Caminó hasta la puerta de la entrada a la Mansión y tocó, esperando hasta que un pequeño elfo le dio la bienvenida. La bruja rió al escuchar el conocido tono elegante parecido al de la Italiana y sólo mostró la carta - Busco a Lucrezia, es urgente - soltó la mujer, siendo invitada a entrar mientras la pequeña criatura iba a por la mujer.

 

El Salón Principal recibió a Zoella, quien dio un par de pasos y comenzó a observar la estancia. Un lugar sumamente amplio, iluminado y calefaccionado por las vivas llamas de la chimenea levantada en ladrillo, la bruja levantó la vista y se encontró una repisa de madera en la cual se exponen distintas fotografías e imágenes familiares, antiguas y nuevas. La bruja se acercó y observó cuadro por cuadro, hasta dar con el suave rostro de la Mago Oscuro, quien permanecía con una expresión inerte.

 

La bruja siguió su pequeño recorrido por el salón, observando las piedras del suelo y la alfombra, donde nuevamente el escudo Medici resaltaba. Los sillones aparecieron en la vista de Zoella, y a pasos lentos se acercó, sentándose sobre el cuero negro, acomodando su figura en el cómodo sillón que se amoldó a cada curva de la Triviani. La bruja estiró su mano y tomó una de las copas de vino dispuestas en la mesa, sin permiso, pero realmente poco le importó, no sabía cuanto más esperaría a Lucrezia y su garganta comenzaba a secarse.

 

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Tomó un poco de aquella pasta verdosa con la yema de su dedo índice y la deslizó por el contorno de su respingada nariz, presionando para que aquel producto elaborado con hierbas silvestres entrara en contacto con sus poros. Limpió los restos en una toalla negra que había dispuesto específicamente para tal fin y tomó con cuidado la tapa del frasco, la cual colocó sobre éste y utilizó para cerrarlo herméticamente. Volvió a clavar su gélida mirada en el pequeño espejo oval de marco de oro que tenía enfrente, ubicado sobre su tocador donde se repartían sus numerosos elementos de belleza personal. Contempló su bello rostro cubierto por una mascarilla cremosa que tenía como objetivo de liberarla de imperfecciones cutáneas y sonrió, sintiendo como aquel producto similar a la arcilla comenzaba a endurecerse.

 

Sin apartar la mirada de su reflejo la blonda italiana arrastró la mano por la superficie de blanca madera que tenía enfrente hasta que su tacto reconoció el mango de uno de sus peines. Lo tomó e inclinó su cabeza ligeramente, haciendo que su rubia cabellera cayera casi en su totalidad hacia uno de los lados. Comenzó a deslizar los dientes del peine por su ya de por si lacio cabello hasta que éste quedó completamente liso. Con el espacio entre su dedo pulgar e índice lo acomodó hacia atrás, dejando que este cayera libre sobre su desnuda espalda. El roce de su propio pelo con su piel le provocó un ligero cosquilleo al que respondió con una sonrisa de satisfacción. Inhaló una bocanada del aire de su habitación, invadido por el cítrico aroma de su perfume francés. La bruja le concedía un lugar predominante a su estética, algo vital para la gente de su clase.

 

El repentino golpeteo de la puerta la obligó a contener un respingo que hubiese arruinado su postura siempre perfecta y nunca relajada, incluso se encontrara en la más absoluta privacidad. Lo que era inequívocamente un llamado de uno de sus elfos la tomó por sorpresa, pues ella había establecido ese horario como uno donde no debía ser molestada sin mediar acontecimiento importante. Sin duda algo requería su presencia, así que decidió no lanzar improperios contra sus siervos por desobedecerla. Se apresuró a acomodar los elementos distribuidos por todo el tocador y a esconder en uno de los cajones la carta hacia El Profeta que había estado redactando previamente en relación a la desaparición del Ministro de Magia. Si bien nadie tenía acceso a aquel lugar la joven aristócrata gustaba de no dejar cabos sueltos.

 

Por instinto cubrió sus pechos con su brazo izquierdo y abandonó la silla de estilo imperial en la que se sentaba para llevar a cabo sus rutinas de estética frente al espejo. Atravesó su habitación y llegó hasta su amplia cama matrimonial, con un aterciopelado respaldo de un intenso color rojo y un dosel de madera de roble que con sus cortinas proporcionaba intimidad cuando ésta era necesaria. Sobre la blanca sábana de seda se encontraba extendida una de sus batas preferidas, elaborada con una fina tela negra que destacaba por una muy ligera transparencia que según el ojo que la mirase podía resultar provocadora. Sin pensar en las consecuencias de presentarse así ante potenciales visitas se la colocó para ocultar la desnudez de su cuerpo.

 

- Passepartout, sabes que son horas difíciles para interrumpirme ¿Qué pasa? - preguntó con serenidad al encontrarse con su elfo doméstico personal al otro lado de la puerta.

 

- Señorita Lucrezia, lo siento mucho. - dijo con su típico intento de acento italiano mientras paralelamente le regalaba una reverencia exagerada - Tiene visitas. La reconocí como Zoella Triviani. Tenía una carta en su poder que parecía importante.

 

- Curioso…- dijo de manera inaudible mientras se debatía entre recibirla con ese aspecto o cambiar radicalmente su vestimenta - Te doy permiso para descender a la bodega y traer una botella de vino añejo, algo de principios del siglo pasado. Limpiarla bien. Están en la estantería privada. Busca también el veritaserum en la biblioteca.

 

Su leal elfo doméstico, que vestía un simpático traje hecho a medida por los sastres de la familia Médici, se alejó por el pasillo que ladeaba el iluminado patio interno hacia las reservas de Lucrezia. La blonda italiana tomó el camino opuesto, aquel que llevaba al salón principal donde recibía a las visitas que solían ser - por suerte - contadas con los dedos de una mano. La mortífaga pasó junto a la imponente esfinge de brillante pelaje dorado que había adquirido con el único objetivo de custodiar su habitación y apartar a los curiosos de los secretos que allí con recelo ocultaba. Un acertijo mal contestado al intentar escabullirse allí terminaría indefectiblemente en una dolorosa y lenta muerte por desangramiento. Sin embargo, en aquel momento la corpulenta criatura que ocupaba una buena parte del pasillo se encontraba en un sueño profundo que se evidenciaba en los sonoros ronquidos que tapaban sin culpa el armónico cantar de las aves. Por más que quisiese hacerlo, la blonda italiana decidió no detenerse a acariciarla y continuó con su elegante caminar hasta llegar al salón principal. Lo primero que sus azules ojos rastrearon fue la figura de la Triviani.

 

- Zoella, que curioso tenerte aquí. Ya tardabas en visitarme ¿Puedo saber que te trae por aquí, además de agradecerme por el hecho de que Piero aun no te haya cortado la cabeza y colgado a tus hermanos en el medio del coliseo? - exclamó con un tono que lograba un perfecto equlibrio entre mordaz y cómplice.

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La Triviani sentía en frió recorrer por sus bastante descubiertas piernas, gracias al corto vestido mostaza que a duras penas cubría el principio de sus muslos por sus piernas cruzadas, Recostó su cabeza en el respaldar del sofá y dejó la copa vacía a su lado, pensando en el porque aquella carta había llegado a manos de ella. La bruja había sentido la curiosidad del contenido de la carta, pero más fue al percatarse de que había llegado sola a su escritorio, traída por las corrientes del viento.

 

 

Pasos llegaron a sus oídos, junto a un suave aroma que inundó sus fosas nasales, alzó la mirada y la vio, Lucrezia Di Médici caminaba a suaves pasos hacia ella y las pupilas de Zoella se dilataron al verla. Escucho las palabras de la Medici que caminaba elegantemente, y sus se desviaron con gran descaro del rostro impecable de la bruja, rostro que Zoella conocía a la perfección, fue bajando la vista por su cuello lugar donde la Triviani deseaba clavar sus dientes, lamer de la tersa piel de la que poseía la blonda, bajó por sus clavículas deseando dejar un par de mordiscos en la nivea piel que mostraba la mujer, siguió su recorrido hasta el valle de los senos de la bruja, mirando el contorno de sus pechos voluptuosos pero firmes, justo donde una bata de una fina tela negra transparente cubría el cuerpo desnudo o bueno, semidesnudo de la mujer.

Inconscientemente, la Triviani relamió sus labios, percatándose del cambio de color en los pechos de la bruja justo en sus suaves y erectos picos, que resaltaban bajo la tela y reclamaban, en la mente de Zoella, atención absoluta. La voz de la aristócrata se mantuvo en la mente de Zoella, quien escucho la pregunta que había dejado en el aire. En silencio, la Triviani memorizó el contorno de los pechos de la aristócrata y siguió bajando la mirada por las costillas de la rubia, admirando la piel de porclana de la bruja hasta llegar a su ombligo justo en la diminuta cintura que poseía, siguió con su recorrido y abrió levemente los labios, sintiendo el calor llegar a su cuerpo - Lucrezia - pronunció en un suave ronroneo, siguiendo la curva de su vientre hasta llegar al monte de venus, donde la tela de encaje cubría la piel, entorpeciendo el escaneo completo de la Triviani, que subió nuevamente la vista lentamente rememorando cada mirada que tuvo en cada porción de piel hasta llegar a la azul y penetrante mirada de Lucrezia, una traviesa sonrisa surcó su rostro y su cuerpo se estremeció, sintiendo una repentina excitación inundarle.

 

- Esto no es una visita, Medici. Sobre el trato, se supone que era de ambas partes ¿Donde está mi nombramiento dentro del ministerio Italiano? - contraataco, mordiendo suavemente su labio mientras descruzaba suavemente las piernas, dándole una sutil vista de la ropa interior negra a la blonda. Se impulsó con ambas manos y poco se preocupó en arreglar su vestido, subido más allá de donde debería estar - A mis manos llegó una carta, Ernesto Di Medici es el remitente - caminó a pasos lentos hasta pararse frente a la bruja - Venía a traerla, cayó en manos equivocadas y ni la abrí aunque tuve la gran curiosidad de hacerlo - finalizó. Extendiendo la carta a las manos de Lucrezia.

 

 

La cercanía comenzó a traer estragos en la mortífaga, quien sentía el calor del cuerpo de la Medici y las suaves palpitaciones de cada zona de su cuerpo. Una suave mirada lasciva, acercó su rostro al de la blonda y elevó apenas la comisura de sus labios - Debiste cubrirte más, aunque no me molestaría verte sin nada, hubiese preferido no tener tanta tela entorpeciendo la vista - agregó, guiñándole para alejarse nuevamente y tomar asiento en donde antes estaba.

 

- Esperaré a ver el contenido de la carta, por algo llegó a mis aposentos y no a los tuyos - ​Recostó su cuerpo en el sofá de cuero, que envolvió perfectamente la curvilínea silueta de la ojigris, y con sus labios levemente abiertos alzó una ceja, incitando a la bruja a que abriera la carta - No tengo toda la tarde, Medici - culminó, haciendo un ademas con la mano.

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Sus azules ojos recorrieron, con una lentitud consciente, la silueta de Zoella. Ascendió por sus desprotegidas piernas cruzadas, contempló con sana envidia la deliciosa manufactura de su corto vestido mostaza, visitó con la mirada su ajustado escote y finalmente alcanzó su rostro impoluto. No pudo evitar que sus labios dibujaran una sonrisa natural, que expresaban con autenticidad la repentina felicidad que la embriagaba. Tampoco intentó evitarlo, para nada. Dejó que la Triviani descubriese, seguramente en medio de la sorpresa, que estaba realmente complacida de recibirla en el salón de su mansión. Lucrezia la observaba con tal atención que incluso notó la casi imperceptible expansión de sus fosas nasales ¿Acaso estaba percibiendo su aroma? ¿Sacaría aquella noche a la luz sus instintos más primitivos? Se dejó cautivar unos instantes más por aquellas facciones tan particulares y exquisitas, que la calvicie de Zoella no hacía más que remarcar.

 

Claro, Lucrezia no era ajena a la mirada lujuriosa con la que Zoella registraba en su mente cada parte de su cuerpo, cada recoveco, cada espacio de su blanca piel. Fue entonces que notó como los músculos de su rostro comenzaban a tirarle ¿Cuánto llevaba sonriendo y por qué su siempre fría mente no lograba borrar aquella molesta sonrisa en un instante, como siempre que dejaba escapar sus emociones? ¿Acaso era tan fría como se entendía a si misma? Suprimió aquella discusión que estuvo por desatarse en su fuero interno y se forzó una vez más a recuperar su actitud altanera. Relajó su rostro y se acercó unos pasos más a la Triviani, unos pasos lentos y calculadores que le permitieron contornear su cadera que en aquel momento era atravesada por la mirada libidinosa de su invitada. La dejó desarrollar las intenciones de su visita hasta que sus miradas volvieron a cruzarse. Un cruce intenso. Un cruce retrasado desde el momento en que ambas brujas se habían conocido, pero, a fin de cuentas, un cruce destinado a existir.

 

- Esto encaja perfectamente en la definición de visita, Zoella. Sé que te gusta contradecirme. Si me permites, encuentro eso ligeramente exitante. - confesó, asegurándose de que su tono denotara una armoniosa mezcla entre travesura e ironía - Naturalmente ibas a ser nombrada en el ministerio italiano hasta que la noticia de la renuncia de Aaron no inundara los periódicos del mundo. Ahora no lo serás nunca. Tuve que responder por tu familia. Considéralo una deuda de favores.

 

La observó levantarse de su asiento con un suelto movimiento, que dejó su falda levemente levantada. No dejó que su más carnal instinto, ese que luchaba por atravesar sus entrañas y salir a la luz, tomara posesión de su mente. Apenas duró un segundo observando la ropa interior que la Triviani había seleccionado con exquisito gusto para esa velada. Solo por un instante figuró a la mortífaga colocándosela luego de una placentera ducha. A medida que recortaba la distancia entre ambas, los vellos de su nuca se erizaban más y más, como si un frío aire rozara su blanca y delicada piel. Se preguntó, aunque inconscientemente conocía la respuesta, si aquello que sentía en su pecho era la aceleración de su ritmo cardíaco. Tomó de las manos de Zoella aquella carta, buscando en aquel acto rozar su piel. Tanto tiempo esperando…

 

- ¿Ernesto Di Médici, dices? Es mi hermano, el primero criado por mis padres. Me lleva varios años de edad. Nací durante el último período de fertilidad de mi madre, mientras que él nació en los primeros. Lleva el nombre de un invaluable aliado de mi familia, de origen español. - recordó con añoranza mientras apartaba por unos instantes su mirada de su interlocutora y hacía que se perdiese en la llama de la chimenea - Allí es donde fue a vivir, a España. Lo desheredaron por ello. Según me dijeron, no tenía eso que nos hace verdaderos Médici. Nunca tuve mucho contacto con él.

 

Su mente apenas podía esbozar, en base a sus recuerdos, el rostro masculino y duro de era su hermano mayor. Incluso le resultaba curiosamente difícil ahondar en lo profundo de su memoria para recuperar los detalles de sus últimas reuniones, como si alguien hubiese tomado esos engranajes de su cabeza y los hubiese guardado en un pensadero. Aquello nunca había sucedido, claro. Sin embargo, la letra impresa en el pergamino que tenía en ese momento en sus manos le resultaba tan apabullantemente familiar como las grandiosas tardes bebiendo el té en los jardines de Villa Médici, cuya extensión la vista humana no podía calcular. Extendió el papel, sirviéndose de la luz de la chimenea, y dejó que su vista navegara en libertad por aquellas palabras. Tardó un minuto en comprender lo que sus ojos atestiguaban, varios segundos más de los que hubiese tardado en leer el más complejo de los tratados internacionales. Incluso ignoró por completo el comentario sugerente de Zoella, que su mente ni siquiera procesó.

 

Se volteó, sosteniendo aun la carta a la altura de su pecho pero escapando de encontrarse con aquella letra nuevamente. Observó la danzante llama que brindaba su luz desde la chimenea y atinó a lanzar aquella misiva al fuego para verla reducida a cenizas en segundos. Un acalorado debate se encendió en su mente, como aquel fuego que contemplaba en ese instante. Por primera vez en mucho tiempo no sabía como reaccionar, qué hacer o qué decir. La vida le había hecho jaque mate a la última aristócrata, a aquella mujer única que parecía impenetrable e invencible. Que así se mostraba, al menos. La mortífaga se encontraba en una disyuntiva enorme. Sin embargo, decidió ceder para no perder la línea. Debía ganar un momento para aclarar su mente y recuperar la serenidad con la que siempre tomaba decisiones. Dejó caer a su lado su zurda, aquella con la que sostenía la misiva.

 

- La carta no es para mi…es para ti.- dijo con un tono frío, extendiendo su mano hacia atrás para que Zoella tomara aquel pergamino por su cuenta.

 

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La bruja esperó las típicas contestaciones por parte de la blonda, pero nunca llegaron y eso no pasó desapercibido por Zoella, quien se percató del cambio en el rostro de la Médici en cuanto leyó el contenido de las cartas. La bruja quiso refutarles sus palabras referentes al puesto prometido por Piero, pero decidió dejar eso de lado y esperar una respuesta sobre la carta por parte de Lucrezia. La Triviani entendió que quizás era un aviso del hermano de la bruja y por ello su actitud ante misiva que guardaban sus manos.

 

Escuchó sus ultimas palabras y su ceño se frunció, Zoella estiró la mano arrebatando el pergamino de las pálidas manos, rozando a penas las puntas de los delgados dedos de la Italiana. Dedico una ultima mirada a las facciones desencajadas de la aristócrata y abrió de aquella carta, leyendo el nombre al inicio, su nombre estaba perfectamente escrito, en la misma caligrafía en la que el nombre del remitente. La calva dudo un poco en seguir leyendo las letras finamente escritas a lo largo de la carta, pero la curiosidad del porque eso había llegado a sus manos la superó.

 

Sus ojos recorrieron las lineas consiguientes, donde luego de saludar a la bruja y presentarse, entendió. La Triviani no solo pertenecía a una de las familias más grandes de la mafia, sino que portaba la sangre del apellido de otra de las familias más importantes dentro de la política Italiana. Su ceño se frunció, y la confusión se albergó en su rostro, leyó un par de veces más las cartas no pudiendo creer lo que Ernesto había escrito.

 

Dejó la carta a un lado y se mantuvo en silencio. Era una Médici y su cuerpo no lograba reaccionar de la repentina sorpresa - Una Médici - murmuró a penas audible, parpadeando un par de veces antes de tomar nuevamente la carta y releer lo que Ernesto le informa - Pero, ¿Por qué me confiesa esto ahora? ¿Que debo de buscar contigo? - se interrogó a si misma y a la otra bruja en la sala, quienes sentían la gran confusión de todo.

 

- Lucrezia tía de una Triviani - agregó, riendo un poco. Parecía una broma de mal gusto aquello, y no tanto por el hecho de pertenecer a la familia, sino por hacer de la pálida mujer su tía. Aunque Zoella era conocida por el incesto cometido con Jeremy, sospechaba que aquello frenaría a Lucrezia de los actos carnales que sopesaban las mentes de ambas, dejo la carta caer al suelo y se levantó, justo cuando uno de los elfos llegaba con una hielera que contenía una botella de vino perteneciente a las reservas de los Di Médici, junto a dos copas y una poción que la bruja conocía perfectamente - Necesito un trago - soltó, descorchando el vino con un poco de desespero para llenar su copa y beber todo el contenido de un solo trago. El silencio inundaba la sala y ambas brujas esperaban palabras de la otra.

 

 

- Pero no entiendo, porque Candela habría de darle un hijo a un Médici - se levantó del sofá, y arregló su negra peluca, peinando los cabellos del fleco que tapaba su rostro. Caminó con lentitud a donde las fotos que había visto en un principio estaban y con curiosidad observó cada una de ellas - ¿Cual es Ernesto? - quiso saber, intentando buscar algún parecido en ella a quien confesaba era su padre.

 

- ¿Habías sabido de él antes de hoy? Realmente no creo quesea mi padre, algo no encaja en todo esto - sentenció, dándole aún la espalda a la mago oscuro.

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  • 4 semanas más tarde...

Varios libros estaban posados sobre el escritorio de mi habitacion, algunos de economia, varios de admiistracion y un pergamino junto a una pluma llena de anotaciones al lado. La lampara del escritorio fulguraba de manera fuerte, solo pensaba en teorias y probabilidades, deseaba poder entender estadisticas de mercados para poder aplicar esas teorias y datos sobre las propiedades de las que era dueño. Observando a mi prima Lucrezia aprendia sobre como hacer un negocio rentable, ya que ella tenia varios negocios propios que eran un exito.

 

Ya cansado de estar durante horas sumergido en los estudios y en la notas que para mi mismo estaba guardando en una diario, camine por la habitacion, debia tomar un poco de aire y poder replantear algunas teorias que tenia en mente, obviamente aplicables a la administracion exitosa de un negocio.

 

Caminando al jardin, llevaba en mi mano izquierda el baston que solia sostener, las mangas de la camisa blanca impoluta dobladas al nivel del antebrazo para evitar las tan tipicas manchas de tinta del escritor.

 

El clima por esta eoca de primavera solia ser algo lluvioso, pero hoy hacia un dia vibrante de sol y algo de calor, asi que lo disfrutaria a plenitud como me fuera posible, mientras que podia seguir encontrando las palabras precisas para expresar los pensamientos que rondaban por mi mente. Muy sorprendido de no encontrarme con ninguno de los integrantes de la familia, ni siquiera los jovenes que eran los que solian estar en las estancias comunes de la residencia. Mire observando si alguien estaba en los jardines.

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  • 2 semanas más tarde...

Luna Cristal Gryffindor Dumbledore

 

 

La tarde había estado algo tranquila, no tenía ningun pendiente en mi lista de labores diarias, bueno lo único que hacía falta era que al final de la tarde debía ir al hábitat de las aves fénix para dejarles su porción de comida antes del anochecer. Además me encantaba estar allí al atardecer porque tenían la costumbre que antes de que la última luz de la tarde se fuera ellas alzaban un canto muy hermoso que aunque duraba dos segundo me alegraba.

 

Tomé el frasco con el perfume de rosas blancas que mi madre había hecho fabricar para mi y aplique un poco en mis muñecas y mi cuello. Frente al espejo Alise mi vestido rosa pálido y cepille mi cabello dejandolo acomodado detrás de mi espalda anudado con una cinta.

 

Salí de mi habitación, no veía a ninguno de los chicos hay, Blaise estaba seguramente estudiando en su habitación, al igual que yo, porque Lucrezia nos mantenía un horario estricto de clases, de lectura y próximamente empezaría a tocar el piano para seguir con mis clases. No había dejado la pintura por supuesto, tenía dos horas en la mañana para hacerlo y en mis horas libres seguía prácticandolo.

 

Salí por la parte de atrás de la casa hacia los jardines y camine tranquilamente disfrutando la calidez de la tarde, había sido una día poco frío y eso era un anuncio de que solo faltaba un mes para empezar el verano. Ya iría escogiendo los atuendos que iba usar en este, además que Lucrezia siempre nos llevaba a las tiendas a escoger nuestro vestuario y además de que su modista iba a la Mansión a hacer nuestras propia y exclusiva ropa. No me molestaba que cuando salíamos pensaran que era hija de Lucrezia, a decir verdad me sentía orgullosa y halagada, era muy bella y elegante, además de exigente y muy importante en la sociedad. Además que jamás pasaba desapercibida en ningún sitio ya fuera por su belleza o por su posición.

 

Ya se veía venir el atardecer, corrí hacia dónde habitaban las aves, no quería perderme su espectáculo.

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Ministre de la Magie Français // 🌙 dulce asesina by Mael

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¿Cómo atentaría contra la familia de quién ahora descubría que era su sobrina? ¿Cómo enfrentaría a los Triviani cuando estos inevitablemente defendieran a Aaron, sabiendo que Zoella iba a estar en el medio? Había pasado por alto esa variable en el plan que había trazado para finiquitar el trato con Piero ¿¡Es que quién lo hubiera imaginado!? Maldijo la lujuria desatada de su hermano, esa necesidad imperiosa de cubrir su propia insatisfacción e incapacidad para llevar el apellido con mujeres. Por primera vez en su vida, yendo en contra de la compasión que sentía por su figura, la aristócrata no culpó a sus padres por desheredarlo. Sin duda se lo merecía. Desprestigiar el legado familiar y el buen nombre de los Médici al mezclar su sangre con la de una de las estirpes más insurrectas de Italia era un error imperdonable. Sin embargo, el linaje era el linaje.

 

- Bienvenida a la familia Médici, supongo…No existen registros de nuestra genealogía mezclándose ¡Felicidades! - exclamó, embriagando el tono de su voz con una irónica alegría - Eres la primera.

 

Al ver que Zoella dejaba a un lado la misiva, la blonda italiana extendió su mano para tenerla nuevamente en su poder: aquella carta pasaba ahora a ser un documento histórico para adicionar al elaborado registro que los Médici llevaban desde su era dorada para cuidar y trazar con lujo de detalle cada rama y bifurcación del árbol genealógico, incluso aquellas que resultaban incómodas de reconocer; a ningún miembro de la familia, aun aquellos desheredados o exiliados, se les negaba el reconocimiento de su existencia. Dobló el pergamino con delicadeza y elevó su rostro para encontrarse nuevamente con la mirada de Zoella. Los ojos de la aristócrata, de un azul cristalino y profundo, volvían a reflejar el rugido del mar. Su instinto le dictaba con claridad la necesidad de recuperar su fiero carácter ante aquella situación.

 

- ¿Qué debes buscar conmigo? Supongo que pensó que necesitabas que te acogiera, tal vez dudaba de la capacidad de los Triviani de darte un ambiente seguro ¿Podemos culparlo? Creo que no. Tal vez quería que aprendieras algo de tus raíces. La carta no está fechada, así que tal vez su llegada se retrasó, dado que no tiene sentido que la recibieras ahora.

 

Antes de proseguir, la bruja se giró para quedar nuevamente frente al cálido fuego de la chimenea, cuya llama parecía intensificada por la tensión que aun viciaba la atmósfera. El cambio en las emociones de ambas, aquel paso súbito del deseo a la confusión, había sido tan radical que le resultaba imposible, al menos a ella, interpretar lo que realmente sentía más allá de una absoluta desaprobación hacia su hermano. La aristócrata, decidida a ahogar todos los insultos que su cabeza elaboraba como una poderosa maquinaria muggle, solo rompió su erguida postura para tomar la copa de vino que Passepartout le había extendido al interpretar por experiencia los pensamientos reprimidos por su ama. Bebió un sorbo pequeño de aquel delicioso líquido añejo que apenas sirvió para humedecer sus labios y aliviar el cosquilleo de una garganta que se encontraba sobrepasada por todas las palabras que evitaba pronunciar.

 

- ¿Por qué Candela habría de darle un hijo a un Médici? Candela seguramente no sabía el apellido del hombre con quien se acostó. Tiene casi un padre por hijo, no me sorprende. Seguramente, conociéndola como lo hago, estaba borracha en el momento ¡Oh! Ninguna es Ernesto. Habrá alguna foto en la biblioteca, en los álbumes familiares.

 

No. Se negaba a profundizar mucho más en toda esa maraña de dudas en franca expansión que naturalmente habían surgido en la mente de su sobrina, no en ese momento donde la confusión aun desordenaba y enturbiaba sus ideas. Necesitaba dejar a la razón ir y que las emociones se volvieran las monarcas de su ser, quienes tomaran el control de su cuerpo y su mente. Se dejó llevar, completamente entregada a sus instintos más carnales. La blonda italiana abandonó una vez más su lugar junto al fuego y se colocó detrás de la Triviani para sentir el roce de cada recoveco de su cuerpo. Deslizó su mano por su abdomen, descendiendo lentamente para percibir el calor que emanaba su piel. Sus carnosos labios quedaron apenas a unos centímetros del oído de Zoella, apenas rozando las finas fibras de su peluca. Lucrezia soltó cada palabra con una cadencia estimulante, de esas que erizan la piel.

 

-¿Estás segura de querer hablar de esto ahora?

Editado por Lucrezia Di Medici
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La calva regresó la mirada levemente a la blonda cuando el sarcasmo fue detectado en el tono de voz durante lo que parecía ser una bienvenida a la familia. Prefirió quedarse en absoluto silencio y regresar su vista a los cuadros. Observando con detenimiento cada uno de ellos y buscando con minuciosidad algún rasgo que le saltara para verse perteneciente a la familia.

 

Escuchó vagamente las palabras de su tía, se sentía raro llamarla ahora así, de esa forma. Percibió los movimientos a su espalda pero no despegó la vista de la pared en ningún momento, pensó como había cambiado el ambiente tras leer la carta y se arrepintió de haber venido. Capaz hubiera sido mejor desechar la carta y haber ido a la reunión, más ya estaba ahí, y sentía la necesidad de reclamarle a Candeal ¿Que? no estaba del todo segura.

 

Escuchó las palabras sobre su madre y prefirió no contestar, su ser estaba confundido y solo podía permanecer ahí, observando la nada misma y pensando mil cosas en torno a su nuevo saber, la sangre del amplio linaje Medici corría por sus venas y eso llenaba a la ojigris de una inmensa curiosidad ¿Quien era Ernesto Di Medici? Los pasos de Lucrezia se escucharon llegar hasta donde Zoella estaba, respondiendole por su interrogación a su padre, pero se vio interrumpida por la cercanía de la aristócrata.

 

La lugarteniente se hizo consciente de la silueta de la bruja rozar su cuerpo, llenándola del calor que su cuerpo emanaba, sintiendo la dureza de sus picos brotados mientras se refregaban en su espalda con cada respiración suave que la Medici realizaba. Entreabrió sus labios sin ella ser consciente, su respiración se ralentizó y nuevamente el fuego de la pasión comenzó a quemar su interior, excitando cada terminación nerviosa que poseía.

 

Podía jurar que si la voz de la blonda fuera netamente mágica, habría descendido la lencería que cubría sus partes nobles que poco a poco se humedecían. La suave mano de la Medici fue rodeando el abdomen de Zoella, quien sintió una corriente eléctrica recorrerla, deseaba girarse y avalanzarse sobre la bruja para desencadenar una serie de actos que frente a los ojos de cualquiera podría catalogarse impuros e incluso inmoral.

 

Los dedos de la bruja bajaron con suavidad, y un gemido salió de los labios de la calva. Se permitió cerrar los ojos ante el tacto de la Italiana y percibió el caliente aliento recorrer la silueta de su oreja. Las palabras enviaron vibraciones a la entrepierna de la calva, quien sintió su cuerpo acalorado. Mordió su labio y llevó la mano para sostener la muñeca de Lucrezia.

 

Con algo de rapidez, pero manteniendo la delicadeza, tiró del brazo de su tía para posicionarla frente a ella. Con su cuerpo la empujó suavemente para acorralarla con la pared. Cerró sus ojos y olfateó el dulce perfume que cubría el delicado cuerpo femenino, sus manos posesivas en la diminuta cintura de la blonda la mantenían firme, observó los zafiros ojos antes de acercar sus labios a las clavículas descubiertas. Sacó su lengua y con suma lentitud recorrió el camino desde la escotadura de la clavícula hasta subir por su cuello, donde con suavidad mordió.

 

Siguió el camino con diminutos besos húmedos hasta llegar a su oreja, donde dejó que su voz saliera de forma lujuriosa - Podemos hablar de otras cosas, pero se me da mejor practicarlas - comentó con suavidad, mordiendo el lóbulo de su oreja - ¿Puedo retirar esta tela que tanto me estorba? - Interrogó, llevando una de sus manos al borde del busto.

 

@@Lucrezia Di Medici

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