El agua que la rodea es cálida y la abraza con fuerza. Tiene sentido. Las sirenas prefieren las aguas cálidas a diferencia de sus primas lejanas, las selkies y las merrows, que optan por el agua fría. Las branquialgas le ayudan a moverse con facilidad por el agua; a pesar de que nunca fue una gran nadadora, es capaz de mantener el ritmo de la sirena y el mago. Sin embargo, no todo es bueno. Si Ellie no ha perdido la razón, es porque mantiene la mirada y los pensamientos en sus acompañantes. El mar abierto la aterra; teme lo que se oculta en sus profundidades oscuras, su extensión eterna y el hecho de que siga siendo un gran misterio para la gente de la tierra le causa una gran ansiedad. Si bien su curiosidad y su ansias por aprender la llevan a ese tipo de aventuras, no se siente capaz de enfrentarse a ese miedo. No todavía, con lo confundida que se siente.
El viaje le parece eterno. El corazón le late con fuerza y si no regresa es porque no quiere quedarse sola a la mitad del mar. Además, hace mucho que no hay señales de Melrose y está comenzando a preocuparse por su prima; si alguien puede guiarla hacia ella, es aquella sirena. Incluso existe la posibilidad de que su prima la haya enviado a buscarla. No se aferra con mucha fuerza a esa idea, pero quiere creer que la situación se aclarará. Tiene que creerlo, pues esa esperanza es la que, en parte, la incita a seguir nadando.
Lentamente, algo comienza a verse más adelante, en el fondo del mar. Le da pánico observarlo, descubrir el misterio de las profundidades, pero no tiene otra opción. Unos picos de piedra se levantan desde la oscuridad, iluminados en las puntas por cristales de colores. No puede evitar pensar en un castillo asentado en el lecho marino, aunque a medida que se acercan —su corazón late con fuerza, tiembla, tan sólo de imaginar qué criatura temible podría salir desde las sombras— al asentamiento de las sirenas. Se trata de una serie de cuevas, pasadizos y galerías de roca, iluminados con esos cristales y colores de diversos colores. Si no estuviera tan aterrada por estar en el fondo del mar, apreciaría lo bonito de las luces.
No pueden hacer más que seguir a la sirena. Pasan por galerías desiertas y pasadizos estrechos y sombríos, en los que Ellie no se atreve a iluminar el camino con su varita por temor a alertar a la sirena. Cruzan tantas veces, toman tantas direcciones diferentes, que no podría regresar sin ayuda. ¿Debería preocuparse? Finalmente, llegan a lo que parece ser el hall de aquel extraño lugar; aunque hay cosas interesantes de ver, su atención se centra en una sola cosa.
—¡Melrose!
Ya no le importa alertar a la sirena. Nada con rapidez hacia su prima, apresada en una burbuja dorada. Quiere hacer romperla para liberarla, pero cuando la toca con las manos una fuerza misteriosa la repele y la empuja hacia atrás. Está dispuesta a volver a intentarlo, pero entonces aparece un ruido profundo y prolongado, como el de un instrumento de aire. Abrumada, abre la boca para exigir una explicación pero sólo es capaz de emitir burbujas de aire que duda que alguien pueda entender; su idioma no está hecho para el agua.