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Los desplazados


Melrose Moody
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-Realmente él es muy apegado a Sagitas, cierto?

La bruja dejó escapar una pequeña risita divertida mientras que todos se subían al coche y finalmente se cerraba la puerta para que este pudiera comenzar a avanzar

Parecía que toda la familia realmente quería a la bruja de cabellos morados y esta no podía ir por ningún lugar sin que toda la familia quisiera ir a su lado

Al menos desde que llegara al pueblo ella había descubierto que donde estuvieran todos ellos, siempre estaban la acción y la diversión y eso le encantaba sobremanera

-Entonces dices que las sirenas que vas a investigar son de las que se ven hermosas, pero eso tendría que significar también que son sirenas de las griegas, cierto?

Preguntó recordando que en las clases de criaturas mágicas había visto que realmente la mayoría de las sirenas eran terribles y feas y solamente las griegas eran las bonitas y rubias

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El mago se había estacionado al lado de la ventana... Cómo se demoran en ponerse de acuerdo únicamente para arrancar el carro... Solo esperaba que no ocupará otra vez su magia del salto en el tiempo para hacer que todos estuviéramos en segundos en el hotel porque eso sin duda alguna provocaría una crisis internacional... Otra vez...

 

--Señorita Lisette cierto?, Estoy sorprendido por sus conocimientos en criaturas mágicas, excelente trabajo.--

 

Le decía con una sonrisa mientras sacaba una mandarina de su abrigo y se disponía a pelarla regalandole un par de gajos para su disfruté...

 

--Digame usted porque cree que una raza como la de ellas solicitaría la ayuda de una bruja como sagitas?--

 

Decias más que nada por iniciar una conversación en lo que su hermana se animaba a manejar o por si alguien se animaba a quitarle el manubrio y así comenzar a avanzar, tenía ganas de tomar un buen vino, suponía que el ir con las sirenas era muy arriesgado, no porque fuera suicidio, si no porque sin duda alguna caería en sus poderes hipnóticos y sepa dios que harían con el...

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La humedad en la comisura de sus labios hizo que algo en su cerebro la abstrajera completamente de la nebulosa de imágenes que en aquel momento se proyectaban en su cabeza. Abrió los ojos y sus pupilas se encontraron nuevamente con los rayos del sol, que hicieron de aquel fortuito reencuentro una molestia que la llevó a entrecerrar sus párpados. Se llevó intuitivamente la mano a la boca y notó lo que retrataba su peor temor: un hilo de saliva recorría que nacía en sus labios caía por su mentón hasta llegar al contorno de su mandíbula. Una espera que se había hecho eterna la había inducido a un profundo sueño bajo el cálido sol que cubría la costa de Sicilia. La falta de respeto de Sagitas, que había sobrepasado cualquier consideración previa que pudiese haber elaborado, provocó en Lucrezia una natural molestia que se hizo notar en su rostro. Censuró la imagen que había dibujado en su mente de ella misma allí tendida, completamente dormida y babeando la almohada como cualquier persona normal ¿Habría alguien atestiguado el horror de aquella situación? No podía permitirlo.

 

Sin embargo, mientras atinaba a incorporarse de la alargada silla de playa, notó algo que alteró aun más su ya poco sereno semblante. Su piel estaba tirante, tanto que el movimiento de erguir su espalda le provocó cierto ardor. No tardó en llevar su azul mirada hasta uno de sus brazos y lo que vio hizo que bufara: su blanquecina piel había adoptado una tonalidad rojiza provocada por la continuada exposición al sol mientras dormía. Si bien había tomado los recaudos necesarios para que ello no afectara su salud, los poderosos rayos solares habían afectado la pigmentación de cada rincón de su cuerpo que había quedado desprotegido. Apenas logró observar su usual tono blanquecino en las zonas que rodeaban su ajustado traje de baño. Fue instantánea su decisión de no tomar un espejo y observar los estragos que el sol había hecho en su rostro, que notaba tenso y caliente. La furia que la embriagó, canalizada en su cabeza por ficticias imágenes poco prometedoras para el estado vital de Sagitas, hizo que se levantara de golpe pese al ardor de su cuerpo. El sonido de las olas rompiendo contra las piedras ahogó su maldición.

 

- ¡PASSEPARTOUT!

 

Su sonoro grito, que espantó a unas gaviotas que reposaban adormecidas sobre la arena, provocó en un instante la materialización del elfo doméstico en el lugar. En sus redondos ojos de oscuros iris se reflejó con fidelidad el miedo que en su conciencia infundía el enojo de su ama. Fue hábil en anteceder su intervención con una vistosa reverencia que de tan exagerada hizo que la punta de su nariz se clavara en la arena. El siervo se acercó con la cabeza ligeramente gacha junto a Lucrezia, cerciorándose de que no hubiese muggles cerca que presenciaran el encuentro entre la rubia mujer y una criatura cuya existencia desconocían. Más patente se hizo en su notable temor las noticias que traía para la Médici. La aristócrata clavó su mirada en los de su sirviente personal prescindiendo de todo lo considerada que solía ser con él. Ambos quisieron tomar la palabra al mismo tiempo pero fue ella quien se adelantó.

 

- ¿Dónde está Sagitas? Si me dices que ha rechazado mi oferta o que aun sigue arreglándose ese cabello horrible en Inglaterra te autorizo a por fin envenenar su té.

 

- La señorita Potter Blue ha llegado señora, la está esperando en un hotel pe…

 

- ¿Con que ya está aquí, eh? Ve a llamarla mientras me preparo para recibirla. Debo preparar todo lo que necesitaremos para el viaje.- exclamó, retomando la compostura que la caracterizaba y que circunstancialmente había perdido.

 

La blonda italiana no esperó a que su siervo desapareciera para llevar a cabo su certera orden y volvió a la silla de playa sobre la cual reposaba su monedero de piel de moke. Con cierta dificultad se sentó sobre ella y separó los lazos que mantenían sellada aquella pequeña bolsa violeta, escabullendo los dedos en su interior. Sacó de allí y depositó uno al lado del otro todos los elementos que había considerado necesarios: pociones vigorizantes, un diccionario de sireno, branquialgas, algunos de sus amuletos uzza y una botella de vino de la casa. Comenzó a ordenar las cosas con minucioso detallismo hasta que una voz conocida la interrumpió. Colocó los ojos en blanco para expresar su hartazgo y giró su rostro, haciendo que la piel de su cuello volviera a arderle.

 

- Passepartout ¿Por qué no te has ido aun?

 

- Ama Lucrezia, algo más…Me he olvidado de decirle. Más bien usted me interrumpió. Sagitas ha llegado a Palermo con…bueno…con un grupo bastante grande. Con más gente. Con familiares, creo...

 

- ¡¿CON UN QUÉ?!

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En el coche con su hermana

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Un tic apareció encima de una de sus cejas, percibiendo como que algo muy negro comenzaba a arremolinarse por encima de sus cabezas, como si alguna clase de maldición silenciona fuese a por ellos; comenzó a frotarse los brazos y se encogió en el asiento de aquel coche elegante que parecía que había comenzado a andar una vez que todos ya estuvieron encima, como si no quisiera esperar a que la bruja de cabellos violetas comenzara a regañarlo a él también

-No se ustedes pero tengo el presentimiento de que algo muy grande nos va a comer a todos -murmuró la Snape entornando los ojos mientras alzaba las piernas hasta el asiento del coche -no lo sienten ustedes? es como si algo en este sitio estuviera con sus ojos puestos en toda la familia, como si pudieran borrarnos a todos de un solo plumazo...

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  • 3 semanas más tarde...

Dentro del coche la bruja podía sentir como este se iba moviendo rápidamente y se bamboleaba de vez en cuando por los esquives a los coches muggles

Por instinto sentía que su familia estaba preparada para cualquier cosa que les tuviera preparada aquel viaje y por unos momentos se olvidó del miedo que sentía

En su lugar comenzó a emocionarse, realmente nunca había visto de frente a una sirena real ni a una de las bonitas así que el pensar en poder tener a una delante la emocionaba

-Querida Sagitas, te pidieron a tí venir de primera fuente por que tu sabes mucho acerca de criaturas mágicas, dime, es cierto que las sirenas de este sitio son hermosamente rubias?

Le preguntó ya que en cierta forma a ella siempre le habría gustado pensar que podría transformarse en una sirena y por un instante se preguntó si la animagia podía conseguir eso

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¿Por fin con Lucrezia?

 

Intenté no gruñir mucho con las acusaciones de mis hermanos. Sherlockme había reñido por usar la magia y yo refunfuñaba por lo bajini sobre ello, a través de la ventanilla abierta para que me oyera, por supuesto, sin necesidad de un hechizo amplificador de sonido.

 

-- ¿Y qué gracia tiene ser mago si no puedo usar la magia? Si ni se han enterado. Son algo lerdos, los muggles, seguro que se creen lo de las corrientes de aire y el jat-eleg o como se llame eso. Anda, no me riñas y sube al coche, que no llegaremos.

 

Claro que, en cuanto vi llegar su moto, abrí la boca con espanto. ¿Se había traído la moto a tierras italianas? ¿A ver quién estaba más loco que yo en aquella familia?

 

-- Vale, pues no subas al coche. No te pierdas, que las carreteras son bien raras en este país. Síguenos de cerca y no me obligues a hacer magia rastreadora para encontrarte.

 

Era una amenaza, por supuesto. Me puse más cómoda y seguí con la niña dormida en los brazos. Aunque no lo pareciera, estaba bien sujeta a mí, nada ni nadie podría hacerle daño en aquel lugar, atada con magia a mi cuerpo para evitar ningún accidente.

 

Hayame también refunfuñaba y la sonreí, divertida. No sabía a qué se refería.

 

-- ¿Bebidas gratis? No sé... ¿Quieres beber algo? Creo que llevo una botella de agua junto a los biberones de Artagracia.

 

Mi sonrisa iba ahora hacia Lissette, quien parecía ser la única en agradecerme que hubiera "intervenido" en la ruta del avión y que hubiéramos aterrizado a tiempo en el aeropuerto. Le di la razón en la riña a Hayame.

 

-- Claro que no es un coche que da cosas gratis. Lo paga Lucrezia y, me temo que si pudiera, nos haría pagar todo lo extra que tomáramos. A ver, señor...

 

Di un par de golpecitos en el asiento del chófer.

 

-- ¿Sería tan amable de llevarnos con mi...? -- ¡Dioses! ¿Qué era Lucrezia mío? ¿Debía tratarla como una hermana, como un miembro indefinido de la familia?-- Con mi amiga Lucrezia. Nos esperan unas sirenas.

 

Hice caso omiso a la pregunta capciosa de Sherlock.

 

-- No sé de qué hablas. No me acuerdo de nada que pasara con tu moto y la poli de New York. Ni recuerdo que el FBI y los Seals nos persiguieran. Seguro que te confundes con otra hermana.

 

Pero le lancé una sonrisa que decía todo lo contrario, más bien que rememoraba lo divertida que fue aquella aventura.

 

-- Vamos, vamos, arranque antes que éstos se peguen por defender la belleza o la fealdad de las sirenas. Todos saben que sólo existen en los cuadros, ¿verdad, buen hombre?

 

¿Y éstos eran los que me reñían por hacer magia delante de muggles cuando a ellos se les iba la lengua sin privarse de decir cosas indebidas delante de ellos? En fin... Bendita familia. Al final, es lo único que te queda y a lo único que aferrarte. Empecé a canturrear sin darme cuenta, algo que hacía cuando estaba contenta.

 

-- Oiga, ¿y ya sabe Lucrezia que hemos llegado?

 

Porque habíamos llegado. Sin que nos diéramos cuenta, estábamos delante de la puerta del Hotel. Abrí la puerta esperando no darle a Sherlock si no se había perdido.

 

-- Anda, Hayame, deja de pensar en que nos van a comer y vamos a comer algo, que tantos kilómetros me han dado hambre. ¿Se encarga usted de que nos suban las maletas a la planta? Porque espero que Lucrezia haya reservado toda una planta para nosotros, nada de habitaciones estrechas. Yo me llevo la pañalera, gracias.

 

Y extendí mi mano para que me la diera.

 

-- Y no, Lissette. No son rubias. Las italianas tienen un hermosísimo pelo castaño, las griegas son las rubias aunque me temo que la diversidad hace que ya no haya grupos puros de sirenios en el mar sino que se han mezclado demasiado. -- Sonreí al chófer quien me miraba de forma curiosa. -- En los cuadros se ve eso, hombre. A ver si estudiamos un poco de Historia del Arte.

 

Y entré taconeando al vestíbulo, con la niña aún dormida en mis brazos, esperando que alguien avisara a Lucrezia de que habíamos llegado.

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  • 4 semanas más tarde...

La bruja rubia ahora abría la boca con impresión y seguramente que ahora tenía el aspecto de una especie de bacalao al que habrían sorprendido al sacarlo del agua

Y es que estaba dividida entre la impresión de las dos cosas que en pocos instantes, habían venido a su conocimiento y a su visión por lo que no sabía cuál poner primero

La enorme casa gigantesca, que le hacía recordar a las mansiones de Sagitas que también eran muy grandes pero al menos las italianas no las había visto de primera mano

Y por otra parte, lo de las sirenas de cabello de diferentes colores que era algo que tampoco se hubiera imaginado que podía existir, esperando que todos pudieran ver una

Aunque ella no hablaba sirenio así que tendría que dejarle todo el asunto de la comunicación a Sagitas que se suponía que iba a ese sitio por ser la experta del momento

-En verdad nos quedaremos en toda una planta? parece que no pudieran impresionarme más, esta casa es grandísima!

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  • 2 semanas más tarde...

Casa de Lucrezia

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La bruja dejó escapar unas cuantas risas observando con hilaridad las expresiones que ponía Lisette al respecto de aquella enorme y señorial casa perteneciente a la familiar de Sagitas; a ella ya no le sorprendía tanto encontrarse con personas que venían de familias donde los hogares eran gigantescos y se mostraban completamente lujosos, a muchos magos y brujas les encantaba mostrar la opulencia de sus cunas y lo llevaban en todo lo referente a sus vidas

Y eso incluía por supuesto, las enormes mansiones pertenecientes a sus familias ya que podían ser vistas desde muy lejos

-Vamos mujer... si la mansión Potter Black es igualmente grande y elegante -se reía todavía cubriéndose un poco la boca por lo que decía la rubia para entonces, voltear a ver a su hermana Sagitas que decía algo de comer -pues yo no conozco de Italia mas que las zonas campestres, ya sabes, mis viajes son a la antigua y en lugares que me resulten más familiares... -suspiró -conoces algún buen lugar que tenga comidas típicas?... adoro comer todo lo que sea artesanal... algo relativo a este lugar antes de que veamos a las sirenas... y la verdad, de ser posible me encantaría poder asistirte, que no he venido como bulto, quiero ayudarte -pidió con un gesto casi ansioso, realmente no quería estar de colgada sin hacer nada, quería ayudarla en u investigación

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  • 3 semanas más tarde...

En el vestibulo la bruja rubia se rió un poco mirando a la bruja de cabello rojo que parecía más entusiasta por ver a las sirenas que por admirar la elegancia de aquella enorme casa

Pero ella solo quería seguir admirando aquel lugar, se había olvidado que se encontraba en un país donde había tenido una de las experiencias más terribles de su vida

Y en lugar de eso, realmente estaba disfrutando de estar con la familia y de que iban a emprender una nueva aventura y quizás, peligros que enfrentar pero donde ya no iba a estar sola

Y Sagitas estaba diciendo que tenía hambre y que necesitaba comer mientras que llevaba a la pequeña bebé con ella, comenzaba a pensar que ella era su madre en realidad

-Y si encontramos algún restaurante que este de camino hacia donde están las sirenas? de esa manera ahorraríamos tiempo que si vamos a algún lugar que esté más lejos de lo que tenemos que ir

Sugirió esperando que a nadie le molestara que dejara escuchar la idea, solía ser muy tímida para hacer aquellas sugerencias pero estando entre familia se sentía mucho mejor

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  • 1 mes más tarde...

Casa de Lucrezia

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Después de darle un vistazo al lugar y dejar que siguieran hablando, la idea de almorzar realmente no sentaba tan mal, mas sin embargo... parecía que las personas aún se estaban decidiendo acerca de qué hacer a continuación; y algo le vino a la cabeza mientras que se daba cuenta de que eran demasiados familiares de la Potter Black reunidos en un solo lugar que no podía estar más lejos de la seguridad del hogar donde la mayoría estaban protegidos

Porque Sagitas había sido llamada, sí, para hacer un estudio sobre sirenas pero al mismo tiempo, ese alguien podría saber que su hermana siempre era de las que tiraban la casa por la ventana y por lo tanto, terminaba arrastrando a tanto miembro familiar como fuera posible y por lo tanto, era raro que se aventurara a solas

O era eso lo que esperaba Lucrezia?

Se acercó despacio a una de las ventanas y se asomó a través de la cortina, para ver hacia el iluminado exterior con un gesto bastante desconfiado para luego, respirar profundo y hablar

-Oye Sagis... y si esto fuera una trampa para no se, envenenarnos a todos juntos durante la comida? -bromeó un poco aunque su risa sonaba levemente sospechosa

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