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Leyes Mágicas & DCAO


Kahlan Blackthorn
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Varios tomos descansaban dentro de una oficina, tenuemente iluminada por un par de velas, que eran testigos silenciosos de códigos y leyes que debían ser cumplidos por la sociedad mágica. Los magos que no cumplían con esos mandatos, casi siempre terminaban tres metros bajo tierra o pudriéndose en una celda de 4x4, lastimero final para seres que tenían el poder ilimitado en sus manos y por malas decisiones, no eran capaces de emplearlo de forma sabia y en favor de los que les rodeaban.


—Cada uno es el arquitecto de su propio destino —aquel susurró escapó de sus labios, tal y como lo haría un jilguero de su jaula, tras verla abierta de par en par. Sus ojos deambulaban por cada uno de esos tomos, revisando y analizando el titulo que se asomaba con dificultad entre las sombras. Estatutos firmado desde hace muchos años atrás, generaciones que valoraban a las personas por lo que eran y no por lo que poseían. Pequeña cualidad que no solía destacar en los magos actuales, nunca faltaba el que deseaba hacerse notar por los medios errados, pasando por encima de sus amistades y seres queridos.


Pero la ley era un campo minado, atiborrado por infinidad de trampas que tarde o temprano cobrarían venganza. Alargando la mano tomo un par de libros, pergaminos y algunos viejos escritos roídos por el tiempo— Ya es hora —echaba una última mirada al recinto que volvería a visitar en otro momento. No sin olvidar los hechizos que llevaba impresos en un viejo trozo de piel agrietado y con olor a tabaco. Hurto perpetrado en su última visita a Ucrania, aquel viejo mago no supo ni por donde le llego el golpe y perdió lo más valioso que poseía.


Las estrategias letales para protegerse contra las Artes Oscuras, aquella clase le resultaba sumamente entretenida y aunada a Leyes Mágicas. Defensa contra las Artes Oscuras, se volvía todo un deleite en toda la extensión de la palabra, iban de la mano tal y como lo hacían los hermanos pequeños. Aunque el primero castigaba al segundo por portarse mal y no seguir los lineamientos marcados por sus padres.


Avanzando con paso firme por el pasillo, descubrió un pasadizo secreto que le llevo al sótano el viejo ministerio de magia, estaba abandonando y sería la punta de lanza para dar punto de partida a todo aquello. Solo tendría tres alumnos y le resultaría mucho más sencillo manejar ambos temas, intercalarlos entre ellos y crear un amalgama perfecta de cabo a rabo. Volver a dar clase de forma esporádica, no era tan mala idea y le permitía varia un poco los métodos que implementaba en cada uno. Siempre aprendía algo nuevo de sus alumnos y esperaba sin duda que ellos hicieran lo mismo. Descendiendo por la escalera, no tardó en enviar las misivas correspondientes para Emmet, Valkirya y Lucrezia.




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La mortífaga giraba su blanca varita sobre su propio eje, sosteniéndola y moviéndola con los dedos índice y pulgar de ambas manos. Sus azules ojos se perdían en la laqueada madera, que se entrelazaba como dos serpientes abrazadas hasta convergir en la punta, desgastada por el repetitivo uso de hechizos. Su mente divagaba de una manera inusual en ella, no sabiendo exactamente en qué enfocarse. La bruja se había instruido en una cantidad considerable de materias al largo de su enclaustrada juventud, siendo Artes Oscuras a la que más empeño y dedicación le había impuesto; ahora, procurando certificar burocráticamente sus conocimientos adquiridos previamente, estaba por asistir a una nueva clase.

 

Tomó su varita por el mango de mármol, que se ajustó a la delgadez de sus dedos, y la guardó en el interior de uno de los negros guantes de seda que ataviaban sus manos y antebrazos. El momento indicado para marchar al encuentro de su tutora, de quién había recibido una misiva en las horas previas, había llegado. Consciente de la impronta indicada para aquella ocasión, Lucrezia había optado por llevar uno de sus despampanantes vestidos de corte renacentista; elaborada de una delicada tela verde lima donde cada hebra destilaba lujo y ostentación, esta excelsa pieza de arte textil se ajustaba a su curvada cintura mediante un apretado corset negro que realzaba su prominente busto. La parte inferior estaba conformada por una falda acampanada y amplia, de la misma confección, con unos exquisitos bolados blancos que se lucían unos centímetros sobre el suelo.

 

La bruja se adelantó unos pasos hasta posicionarse delante de la imponente chimenea que se alzaba en el salón principal de la mansión Di Médici, dándole una centralidad especial a aquella estructura de ladrillo donde solía chispear un brillante fuego vívido, que hacía las veces de calefacción de toda la edificación. Los elfos domésticos habían removido los gruesos trozos de pino carbonizados y los restos de cenizas, limpiando el interior de cubículo con minuciosidad para evitar la furia de su única ama. No podía permitirse ensuciar la perfección de aquel vestido que había permanecido a su linaje por años sin perder un ápice de su aspecto impoluto. Fue luego de cerciorarse de la detallada limpieza de aquel lugar que tomó en su puño una considerable cantidad de polvos flú, se adentró allí y los soltó; consecuentemente, la verde llama generada creció hasta abrazarla por completo.

 

-

 

El silencio del atrio fue interrumpido por el resonante golpear de sus tacos contra el suelo, aprovechándose del vacío que últimamente caracterizaba el recinto y de una acústica integrada en su formidable infraestructura que había sido pensada para proyectar los discursos del ministro. Un espacio afamado por el bullicio que conformaban el eco de las voces de cientos de funcionarios y visitantes había sido reducido a un incómodo silencio que recordaba inevitablemente los estragos que la guerra provocaba en la sociedad. Fue tal vez eso mismo lo que motivó a la Di Médici a reforzar sus conocimientos en Defensa Contra Las Artes Oscuras, dados los potenciales peligros a afrontar con el creciente recrudecimiento de la confrontación bélica.

 

Atravesó varios pasillos sin desistir de su caminar elegante, contorneando ligeramente su cintura y con el mentón elevado unos centímetros. Su destacada altura, que extendían sus negros zapatos estilo stilettos, le permitía observar con actitud altanera a los pocos funcionarios ministeriales que se encontraba en su camino; la atención de estos trabajadores ministeriales recaía inevitablemente en la particular forma de vestir de la aristócrata, que entendían como desfasada en la modernidad. Lucrezia lo encontraba hasta lógico. Los despreciaba y ni un milímetro de su expresión denotaba lo contrario, pues los consideraba inferiores y carentes de gusto estético. En su cabeza eran solo un grupo de indecorosos plebeyos rabiando de envidia por su origen de alta cuna.

 

Giró en uno de los tantos pasillos que se atravesaban unos con otros, haciendo de sus similitudes una perfecta forma de desorientar a una italiana que pocas veces había visitado tal institución, y se adentró en un pasadizo que se dejaba ver casi tímidamente en la pared de oscuros azulejos. Al ingresar al ministerio había doblado el pergamino enviado por Juv con la forma de un avioncito, simil a los memos que solían sobrevolar el lugar, para que la guiara hasta su origen. Fue así que encontró una silueta envuelta en la oscuridad del sótano, apenas rozada por la tenue e irregular luz de las venas que dificultaba contemplar los detalles de sus facciones. Sin embargo, la mortífaga no tenía dudas de quien se trataba.

 

- Buenos días, señorita Malfoy. Mi nombre es Lucrezia Di Médici.- anunció con tono formidable, asignándole a su nombre el prestigio que merecía.

 

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La iris de sus ojos cambio levemente de color a un carmesí profundo, tras verse acompañada por su única alumna. No le extrañaba la falta de interés por las Leyes Mágicas o la Defensa contra las artes oscuras, porque las cosas no estaban para prestarle atención a nada más que los intereses personales que le convenían a cada ser que habitaba dentro de esa sociedad. Ella por su lado pasaba por alto banalidades como esas, no era algo que le sacará el sueño y mucho menos truncará sus ganas de salir a matar a destajo. Aunque dentro de ese sótano debía mantener la compostura o al menos brindar una pantalla infranqueable.


—¿Qué conoce de las leyes que rigen nuestra sociedad?, no importa que sea lo más básico. Me interesa saber con que nivel podemos comenzar, aunque le diré que trataremos desde el origen de las primeras leyes hasta las actuales, temas delicados para los momentos que esta viviendo la sociedad mágica—sonrió avanzando por el lugar. Apareciendo su oscura varita en su surda, giraba esta sobre la punta de su dedo corazón con pericia y astucia. Cada uno de sus movimientos era meticulosamente pensando y analizado, ya no realizaba las cosas por impulso y lo agradecía a la tenacidad que adquirió al alejarse del mundo de la magia.


—Un mago puede atacar a otro con magia y creer que se librará del peso de la ley. Puede que este en lo correcto, si no ha empleado magia oscura o hechizos que estén implicados con ella directa o indirectamente. Es como lanzar un avada kedavra en medio de una plaza atestada de muggles, ellos no saben que es magia asesina—canturreó con sarcasmo— Pero creen saber que la persona frente a ellos esta desmayada o presa de un estado catártico. Ambas posibilidades son viables, pero creo que debemos empezar por escuchar su respuesta a mi interrogante, ¿no lo cree?—colocando su brazo izquierdo bajo su busto, no le sacaba la mirada de encima.


Esperaba que el tiempo ayudará a los otros dos estudiantes, porque no de hacer acto se presencia, no se detendría a esperarlos mucho más. La puntualidad era un privilegio y pocos eran los que podían gozar de este, lastimosamente no era algo que se viera muy a menudo dentro de las clase de conocimientos. Pero ella estaba ahí para cumplir con itinerario y no lo dejaría a medias por detalles como esos.



Editado por Juv Malfoy Croft

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- Disculpa…¿Qué? - interrumpió Lucrezia dejando clara su incredulidad en su voz.

 

La pregunta de la mujer la desencajó completamento, hecho que se hizo físico y expreso en el gesto que adoptó su rostro. Arrugó su respingada nariz, entrecerró los ojos y elevó su mano en el aire, dejándola tendida con la palma hacia arriba y los dedos estirados. No entendía. La pregunta de la Malfoy había sido completamente inesperada, pues la aristócrata había visualizado aquella clase como una instrucción varita en mano ¿Qué leyes mágicas conocía? Literalmente todas, pues a su extensa e intensiva educación en Villa Médici le había adicionado la homologación de dicha materia en la ¿extinta? Universidad, con el fin de extender el certificado ante autoridades inglesas. La blonda italiana no entendía la confusión de la profesora ¿Acaso estaba borracha?¿Era víctima de un confundus?

 

- ¿No puedo tener una clase normal? - exclamó con una mezcla de impertinencia y hastío.

 

Los recuerdos de la clase a la que había asistido el mes pasado y los insoportables desvaríos de quien la impartía aun eran recurrentes en su mente, acosándola y alimentando su ya innata poca estima ante los británicos. Sus experiencias dentro de la Universidad habían rozado lo nefasto y su resolución ante tal contexto era imponer toda su impronta para que tal situación no se repitiera; su esmero estaría centrado en llevar cordura e interés a aquel espacio.

 

Relajó la expresión exasperada que había adoptado sus facciones y la transformó en una ligera sonrisa, casi invisible. Se adelantó unos pasos hacia Juv y relegó la atención de su mirada al atractivo y sostenido giro de su varita, que denotaba su habilidad…como malabarista. Una vez la mujer terminó con su exposición Lucrezia frenó, colocando sus manos suavemente en su cintura.

 

- Lo siento señorita Malfoy, me extralimité. - se disculpó, sonando sumamente convincente gracias a su pericia para las relaciones sociales - Conozco infinidad de leyes, aunque creo que para mi formación en Defensa Contra Las Artes Oscuras con saber la prohibición sin excepción de las maldiciones imperdonables y hechizos que decanten de la magia oscura basta.

 

Di Médici tomó con sus dedos pulgar e índice la redonda punta del mango de su varita que sobresalía de su largo guante. La elevó con un movimiento curvo que hizo gala de toda su elegancia y soltura, dejando espacio para que destacara la exquisitez estilística de su arma mágica; el blanco que la caracterizaba en toda su extensión relucía por su particular lustre. La blonda mujer adoptó entonces una clásica postura de duelo defensiva que había ensayado infinidad de veces en su formación para dicho arte.

 

- ¿Entonces, empezamos con la práctica?

 

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La misiva había llegado a su oficina privada del Concilio. La solicitud de inscripción a un nuevo conocimiento había sido aceptada y la profesora ya le había dado el lugar donde tenía que llegar. Muy por encima, leyó el nombre de la docente, y la verdad que le alegró saber que una amiga de años sería su tutora en Leyes Mágicas. Sabía que la bruja tenía un basto conocimento en distintas disciplinas mágicas por lo que sería un placer poder aprender de ella.

 

- Tengo que ir al estudio de un nuevo conocimiento. Cualquier cosa, le informan a Cissy que ella luego me dirá lo que se debe hacer.

 

Dio la orden al pequeño elfo y salio de la oficina.

 

El lugar de encuentro era una sala abandonada en los pisos más profundos del Ministerio de Magia. Aquellas viejas oficinas fueron, en su momento, los primero recobecos donde los primeros empleados ministeriales comenzaron a hacer su trabajo.

 

El Gaunt cruzó todo el vestíbulo y tomó el acceso más rápido por las escaleras que estaban a la izquierda de las chimeneas. Saludó, de paso, al viejito que repartía el profeta a cada uno que pasaba por allí y comenzó a descender. Solo le tomó unos minutos para poder encontrar el lugar. Ya se sentían algunas voces por lo que entró sin interrumpir, y cuando la otra chica terminó de hablar, se presentó.

 

- Mil perdones la tardanza pero tenía que atender unos asuntos del Concilio. Mi nombre en Emmet Haughton Gaunt.

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Evitando prestar demasiada atención al pequeño exabrupto, protagonizado por su alumna. Apareció en sus labios una sonrisa lóbrega y relajada, no se dejaba llevar por esa clase de situaciones, no habia necesidad de estallar como una bomba y de ese modo expresar el descontento que le generaba tomar las clases dentro de Castelobruxo. Cada uno de los profesores, brindaba parte de su tiempo y dedicacion a las clases, pero reacciones como esas, solamentele impulsaban para aferrarse más a la única idea que le tondaba la cabeza noche y día.
—Puede tener una clase normal, si lo desea o colgarse de una de las lamparas. Ya su reacción de hace un momento, no me deja mucho de donde agarrar y creo que lo mejor es pasar de dicho tema.No se preocupe, acepto su disculpa—se percató de que otro estudiante les acompañaba luego de soltar aquella perorata — Parece que las cosas se animarán más de lo previsto asintió escuchando las disculpas del Señor Gaunt y volvía su atención a Lucrezia. Aprender solo lo fundamental de defensa contra las artes oscuras, no era un mal inicio y la cosa se aderezaba de formas demasiado extrañas.
—No hay nada que disculpar, puede unirse a esta peculiar clase sin inconveniente alguno — tomando un tomo de la mesa que estaba detrás de ella, analizando el titulo lo abrió con parsimonia, notando una mueca de extrañeza en los dos magos—Tienen uno idéntico en sus manos, no pregunten como ha llegado ahí —tosió aclarando un poco su garganta. Sus ojos deambulaban por la primera pagina del libro, encontrando le mensaje oculto por el escritor—Encantamientos Mágicos Superiores y Avanzados, interesante titulo sin duda. Puede practicar con su compañero, lance un ataque que consideré le puede causar daño y el se defenderá como lo crea conveniente —sujetando su varita con elegancia y fuerza, les daba vía libre. Ella intervendría sin duda alguna, pero lo haría en el momento justo y preciso.
— Nada de maldiciones imperdonables de momento, porque más adelante nos tocará analizar las leyes que las castigan y de que modo podemos evitar el ataque de cada una de ellas. Excepto el avada kedavra, ya que esa maldición no tiene algo que la contrarresta y siempre es efectiva, útil y muy certera sin lugar a dudas —prestando atención a sus alumnos espero que adquirieran la postura de ataque e iniciará toda esa faena cargada de cosas entretenidas y un espectáculo sin igual.

 

@@Lucrezia Di Medici Di Médici @@Emmet Haughton Gaunt

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La reacción de la profesora tomó por sorpresa a Lucrezia que, sin embargo, no dejó que su expresión lo demostrase. Aquella mujer que denotaba cierto carácter rudo distaba mucho de los demás Malfoy que había conocido desde su primer día en Gran Bretaña, quienes enarbolaban el orgullo como principal valor común; Mackenzie sin duda le hubiese contestado, sin resignar por eso su altura, con indiscutible severidad. A veces resultaba maravilloso para la joven aristócrata las diferentes formas de proceder que conformaban la idiosincrasia de las familias británicas y que solían romperse en circunstancias hostiles. Recorrió a Juv con la mirada una vez más, tratando de descifrar que espíritu se escondía dentro de esa mujer de envidiables curvas.

 

Lucrecia atinó a contestar a las palabras de la profesora para el incipiente movimiento de sus labios fue interrumpido por una nueva llegada. Un hombre a quien nunca había cruzado se adentró en aquel sótano abandonado y se presentó ante ambas. Di Médici escudriñó sin un ápice de disimulo en su aspecto apetecible, sin perder en tal acto su postura defensiva. Contempló la contextura fornida que se dejaba intuir bajo su ropa, la barba cuidada y minuciosamente recortada que seguía el afilado contorno de su mandíbula y sus ojos embelesantes. Trató de esconder la sonrisa ambiciosa que se había dibujado en sus carnosos labios. Si algo positivo debía destacar de los británicos era su hegemónica belleza y ese halo atractivo que solía rodearlos.

 

- ¿El Concilio, eh? Conozco a varios de tus compañeros. Mi nombre es Lucrezia Di Médici, sexta de mi nombre. Un gusto, Emmet. - se presentó, sin escatimar en altanería.

 

Al girar su rostro para volver a dirigir toda su atención a la profesora notó, al son de sus palabras, como algo de considerable peso se materializó en su mano libre. Bajó intuitivamente la vista y se encontró con un tomo algo desgastado por el paso del tiempo, cuyo título rezaba en letras impresas de estilo antiguo “Encantamientos Mágicos Superiores y Avanzados”. Colocó su brazo derecho pegado a los prominentes huesos de su caja torácica y alzó el libro a la altura de ésta, sosteniéndolo contra su firme antebrazo. Con la zurda, que aun portaba su blanca varita, pasó una a una las hojas de texto hasta llegar al primer capítulo del tomo. Sin duda aquello comenzaba a despertar su interés y, con ello, los primeros atisbos de adrenalina.

 

<¿Un hechizo simple?> repitió Lucrezia en su fuero interno ante la indicación de la Malfoy. Sopesó por unos segundos cual maldición podía lanzar contra el atractivo hombre que tenía apenas a unos metros. La mortífaga odiaba de sobremanera el uso de ataques simples del estilo desmaius cuando se batía a duelo contra otro mago o bruja. Eran los hilos de rojiza sangre floreciendo de las heridas y los alaridos de dolor lo que despertaba en ella un excitante placer cuando se enfrentaba a miembros de La Orden. Además, los hechizos simples habían quedado lógicamente vetustos frente a una cada vez más extendida magia Uzza que ponía el valor las habilidades de cada mago y bruja que se instruía en ella. Simplemente utilizó la primera maldición que se cruzó por su mente.

 

- ¡Sectusempra! - exclamó, realizando una floritura suave con la intención de no desviar la punta de su varita del pecho de Emmet.

 

Un haz de luz verde iluminó el gélido rostro de Lucrezia al salir expulsado de su arma mágica. Sus cristalinos ojos, clavados en su improvisado rival, relucieron con fulgor ante aquel rayo cargado de magia oscura. La manifestación física de la maldición cruzó el reducido espacio que los separaba en busca de impactar contra su pecho. Di Médici era consciente que el Gaunt podría defenderse con suma facilidad de aquel hechizo, así que aprovechó ese instante para volver su mirada hacia Juv. La profesora parecía tener una expectativa interesante para el devenir de la clase.

 

- ¿Entonces tiene autorización para que usemos maldiciones imperdonables en el futuro?

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Ante la respuesta de la profesora, solo se limitó a responder con una media sonrisa. El vampiro había tomado su lugar esperando las indicaciones adecuadas para poder proceder en el estudio del conocimiento. La chica con la que estaba compartiendo la clase se le había presentado pero la verdad que no reconocía su nombre; quizás alguna compra de ella había sido procesada por el Director y de allí tenía un vago recuerdo de su mención.

 

- Un gusto en conocerte, Lucrezia.

 

Sentenció y callándose al mismo tiempo que la profesora empezaba a hablar.

 

La nueva indicación era que la muchacha debía lanzarle una maldición al vampiro y éste debía defenderse. Eso no presentaba complejidad alguna pero si despertó la curiosidad del Gaunt acerca del destino de la actividad.

 

Emmet tomó su lugar esperando el ataque de su compañera. Aunque ya sabía como iba a defenderse, Nix se materializó en su diestra de manera inmediata.

 

<< Salvaguarda Mágica >>

 

Pensó y su cuerpo, inmediatamente, se volvió etéreo e intocable por cualquier clase de hechizo. En este caso, el rayo verdoso lo atravesó impactando en la pared de atrás del salón.

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— Poseo la potestad para permitirles usar maldiciones imperdonables, pero no entiendo la necedad de hacer uso de ellas dentro de una clase. Me imagino que su insistencia radica en como defenderse de ellas o intentar comprender el daño que son capaces de infringir en un ser mágico o muggle—explicaba entornando sus ojos hacia el libro una vez más. La magia avanzada, no siempre era comprendida de primera mano y era sensato enseñarlo con pelos y señales.


— No necesitan un avada kedavra o un crucio, para destruir o mermar a un rival. Existen hechizos o encantamientos mucho más afectivos, dentro de la magia antigua. Diversos magos y grandes hechiceros crearon cada uno de ellos, pero como todo mal, también encontraron la forma de contrarrestarlos con éxito. La defensa contra las artes oscuras y las leyes mágicas, suelen ir de la mano de forma indirecta. Vea la reacción de su contrincante, no tuvo que lanzar un protego o silencius, para frenar su ataque fue mucho más allá de los hechizos convencionales que suelen usarse dentro de los duelos— indicaba con una media sonrisa en sus labios. Su mirada gélida escrutaba con dureza el rostro de Lucrezia, detectando en ella un ligero atisbó de temor mezclado con ganas de aprender más de lo que podía digerir de primera mano.


— Le aconsejo que lea y analicé las leyes que rigen nuestra sociedad, no la meterán a la cárcel por lanzar una aguamenti o algo parecido. Pero no tendrá la misma suerte, si se empeña en usar las maldiciones imperdonables, admiro su tenacidad y sed de aprender de ellas, pero antes de correr debe aprender a caminar y antes de eso, no estaría mal que gateara. Paso a paso las cosas se aprender de una forma más efectiva y dinámica, piénselo y preste atención al siguiente suceso dentro de la clase —elevando con elegancia su varita paso por su mente un conjuro.


—Arena de hechicero—los huesos cristalizados de un mago muerto se desprendieron de la punta de su arma, rodeando a Lucrezia con una arena que levitó entornó a ella cegándola, dándole la posibilidad de emplear solo hechizos de tipo efecto o invocaciones. Era momento de que pensará como defenderse y aprender a atacar de una forma más certera y efectiva.


Emmet estaba en el radar de Malfoy, jugando con todas las posibilidades que le surcaban la mente, no dudo en decantarse por la más siniestra de todas ellas. Recordando cuando se vio bajo los efectos de aquel hechizo, decidió que era buena idea ponerlo en práctica y ver que tan diestro era el Gaunt para defenderse de aquel y no perder la vida antes de poder contrarrestarlo.


—Cinaede—sentenció notando que alrededor del hombre un gas invisible surgió y penetró en sus vías respiratorias, cortándolas en el acto impidiéndole recibir aire para poder mantenerse en pie y respirando con fluidez. Debía ser rápido en su accionar para evitar morir y caer rígido como tabla sobre el suelo, además de evitar que el veneno llegará a su sangre y complicar mucho más la situación en la que se encontraba. Era momento de apretar las tuercas y colocarlos al borde del precipicio, confiaba en que podrían sortear aquellos ataques y en caso contrario de no hacerlo, ya tenía preparados dos servicios funerarios.




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- Demasiado fácil...

 

El verde rayo, como su obvio destino desde incluso antes de crearse, atravesó el cuerpo de Emmet que se había vuelto intangible. El haz de luz golpeó contra una de las paredes del lugar y se extinguió sin pena ni gloria casi al instante. La defensa había rozado lo previsible y lo esperado por la aristócrata. Desde su instrucción en el Libro de la Fortaleza, Lucrezia había utilizado la Salvaguarda en incontables oportunidades. Resultaba recurrente en su cabeza el recuerdo de leer las características de aquel hechizo y arrepentirse de todas las veces en que se había esforzado para defenderse de un ataque con respuestas mucho más complejas y enrevesadas. Los Uzza le habían abierto la puerta a un poder que hasta ahora había creído muy limitado. Sin embargo, y aun apostando por alimentarse de su sabiduría, la blonda italiana mantenía fuertes reparos contra aquellos guerreros orientales.

 

Su azul mirada volvió a posarse en la Malfoy, de quien esperaba una respuesta positiva ante aquella muestra de los conocimientos básicos de Defensa Contra las Artes Oscuras y el pase a una parte un tanto más compleja de la clase. Sin embargo, su semblante expectante respondió transformándose bruscamente al escuchar otra perorata sobre la relación entre aquella materia y las leyes mágicas mezclada con un intento de justificar una defensa mediante magia aprendida de los siempre enigmáticos y poco permeables al diálogo guerreros Uzza ¡¿Acaso tal magia antigua, antes reservada a unos pocos, se volvería moneda corriente en la cotidianeidad de los magos y brujas?! Di Médici tenía mil argumentos para temer que un arte tan poderoso y difícil de controlar se volviera monopolio y hegemonía. Nadie debía tener la potestad para dejar de lado la magia clásica en favor de la difundida por extranjeros.

 

- Mi insistencia procede del uso histórico que se hizo de las Maldiciones Imperdonables, señorita Malfoy. - replicó, elevando tanto su blanca varita como el libro que se había materializado en su mano minutos atrás. - Utilizarlas es simple…defenderse de ellas, incluso de un Imperius, tiene su dificultad. De todas maneras, aprenderé a “gatear”, como usted dice.

 

Lucrezia frenó súbitamente su intervención en la clase al ver como la profesora elevaba la varita y utilizaba un hechizo cuyos alcances aun desconocía: Arena del Hechicero. La joven aristócrata retrocedió disimuladamente unos pasos al ver como del arma mágica de su repentina rival brotaba una invasiva arena. Como si de un incipiente torbellino se tratara, aquel elemento comenzó a elevarse arremolinadamente alrededor de ella. La bruja se llevó con instinto el antebrazo a la cara para proteger sus córneas del amenazante roce de la arena y elevó su blanca varita para apuntar a alguna parte de su cuerpo.

 

- Casco Burbuja.

 

El efecto de aquel hechizo se hizo instantáneo, formando una perfecta esfera con la apariencia de una burbuja que encerraba su cabeza y la protegía del insistente ataque de la arena; acomodó su dorado cabello, percutido por aquella invocación tan molesta, y se adelantó un paso. Aquel reducido torbellino seguía siendo un impedimento para encontrarse nuevamente con la Malfoy. Refunfuñó por lo bajo al reconocer de mala gana que para terminar airosa -como siempre- aquella prueba debía hacer uso del último Libro Uzza cuyo entrenamiento había completado. Volteó sus ojos antes de volver a tocar algún punto de su figura con la punta de su varita. Salvaguarda Mágica, susurró para sus adentro con un leve recelo. Una vez la intangibilidad alcanzó toda su anatomía, la blonda aristócrata atravesó la arena hasta que su mira volvió a cruzarse con Juv. La sonrisa altiva que era tan patente en los Médici se hizo aun más ineludible.

 

- ¿Así está bien? Si la Ley Mágica me lo permitiese, prohibiría cualquier hechizo que sea tan molesto.

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