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Libro de los Ancestros


Khufu
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El Monte Roraima fue, durante mucho tiempo, uno de los pocos lugares en dónde los Fénix podían vivir sin ser molestados en sudamérica. Él recuerda, cuando joven, haber visitado Maverick Rock llena del naranja propio de tan majestuodad aves.

Desde que aquel paraíso natural fue conquistado por muggles él no ha vuelto a visitarlo. Aún recuerda lo cerca que estuvo de convertirse todo en un escándalo internacional cuando sucedió. Hubo suerte, la mayoría de las aves desaparecieron -asustadas- en cuanto los muggles llegaron.

Quiere visitar aquel sitio de nuevo porque ha escuchado rumores que podrían ser ciertos, porque algunos de sus conocidos han corrido la noticia de que nuevamente se han visto aves fénix en Maverick Rock.

Y esa, precisamente, será la primera prueba a superar por parte de las dos aprendices. Antes de emprender él mismo el camino hacia Maverick Rock escribe dos notas idénticas. No le gusta usar magia para algo tan personal, por lo que con pluma y tinta coloca sus palabras en el amarillento pergamino

 

Estimada aprendiz.

Aprenderás a manejar el Libro de los Ancestros en un sitio en dónde antiguamente vivieron los Fénix, Maverick Rock. Para llegar al lugar no puedes aparecerse ni usar portales, deberás buscar otros métodos mágicos para llegar. Si ves algún Fénix ¡No lo asustes!

 

 

Khufu

 

PD: Recuerden llevar siempre la carta en su mano. Deben quemar el sobre.

 

Coloca ambos pergaminos en un sobre también amarillento y escribe tanto el nombre de las aprendices como el suyo. Dos lechuzas esperan, revoloteando, las cartas para entregar. Les hace una seña agitando las cartas en el aire, los animales se posan sobre el tronco y Khufu asegura las misivas en sus patas.

 

—Encuentren a quien deben encontrar.

 

Antes de guardar las cartas coloca una gota de la esencia del Anillo de Presencia en cada una. De esa forma sabrá como es que llegan al lugar y si deciden o no seguir las instrucciones que él les dio.

 

En cuanto las aves levantan el vuelo invoca delante de si un portal. Tiene algunos días de ventaja, su intención es investigar el lugar antes de que las aprendices lleguen. Ya en Maverick Rock monta una carpa de apariencia pequeña de color café; aunque está ampliada mágicamente no tiene lujos y cuenta con una bolsa de dormir, una hamaca y una fogata de fuego eterno.

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Tuvo que valerse de un mapa para averiguar dónde quedaba el lugar al que se refería Khufu en la carta que le envío con una lechuza pequeña, parda y bastante arisca . Le había dado de picotazos en las manos a Candela en cuanto ésta atinó a sacarle el sobre de las patas, aunque la bruja sospechaba que era porque el animal esperaba algún aperitivo y ella se había negado, ni siquiera le prestó atención a los chillidos furiosos que emitía luego de que le quitase la carta.

 

Candela no conocía Maverick Rock. De hecho, casi no conocía Sudamérica, tan sólo estuvo de paso en unas ruinas en Perú y en una selva en Brasil. Se quejó cuando la indicación del guerrero era no usar portales, ¡con lo que le encantaban los portales!, ni aparecerse. El tema de las apariciones le vino de maravilla y no puso resistencia, la mayoría de las veces se le daban fatal y siempre terminaba con un poco menos de carne en alguna parte de su cuerpo. Así que, a falta de más opciones para poder llegar allí -y porque los métodos muggles estaban descartados por tiempo, por forma y porque Khufu hablaba de métodos mágicos- se decidió por un traslador. Una cuchara de madera.

 

Luego de quemar el sobre con una vela -se había cortado la luz en el castillo Triviani y se iluminaba en un estilo tan antiguo que le resultaba relajante- se ató el cabello en una coleta alta y echó encima del maltrecho vestido negro, la capa de viaje. Ya preparada de esa forma, desapareció de su habitación para reaparecer en los jardines del castillo. Allí activó el traslador y tuvo que contener las ganas de vomitar que el efecto de succión le provocó.

 

- Si veo un Fénix, no debo asustarlo. -repitió para sí, mientras sus ojos grises se acostumbraban al nuevo paisaje.

 

La Triviani se permitió sonreír cuando se dio cuenta del lugar en el que se encontraba. No le diría a nadie que se trataba del lugar más pintoresco que había visitado en el último tiempo, y que le provocaba quedarse allí y no volver más a Londres. Tampoco pensaba confesarle a quien sería su maestro, si es que lograba dar con él, que creía haber ya espantado algo y que esperaba que no fuese un Fénix; recordaba claramente que no debía espantarlos y, aunque no entendía por qué eran tan importantes, intentaría al menos llevarse uno a casa.

 

A sus pies, protegidos por magia para evitar sufrir el maltrato del lugar, le costaron acostumbrarse al suelo nuevo. Tuvo que caminar largo rato pues, aunque desde un principio había visto dónde estaba Maverick Rock, el traslador no había sido tan exacto como le hubiese gustado. Mientras caminaba, revisaba lo que había llevado. Entre sus pertenencias estaban los amuletos y los anillos acumulados hasta el momento, algunos frasquitos con pociones -sólo por las dudas- y alguno que otro elemento que podría serles de utilidad en un terreno desconocido como ese.

 

Ya llegados al punto de reunión, divisó una carpa de color café, más no se animó a entrar; prefirió esperar afuera y carraspeó, antes de llamar por el guerrero.

 

- ¿Khufu?

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~ Mosquito ~          Ianello 

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¡Por fin iba el libro de los Ancestros!

 

Mackenzie estrujó la misiva de Khufu contra el pecho y la besó entusiasmada. Desde que conoció al Pueblo de Uzza, hacía ya tantos años, aquel era el primero de los dos Libros de Hechizos que más interesaba estaba estaba en aprender. No era sólo el poder de los hechizos que contenía el libro, sino el mero hecho de poseer su Kansho y, sobre todo, su Vara de Cristal. Como una niña pequeña, mientras se enfundaba unos ajustados y raídos tejanos y se peinaba las ondas de su grácil cabello cobrizo, recogiéndolas en una coleta alta, se preguntaba qué forma adquiriría su Vara de Cristal. ¿Cómo sería? ¿Llegaría a sentirla suya, igual que sentía así a Solveig? Mackenzie intuía que la Vara de Cristal tenía que nacer de la propia varita, pero no había podido comprobarlo, el libro permanecía en blanco, sin que le fuera posible todavía leer sus páginas. Algo que esperaba que acabara muy pronto, en cuanto se encontrara de nuevo con Khufu.

 

Aquello era otro de sus motivos para estar ansiosa por empezar el aprendizaje del libro: el reencuentro con Khufu. Había sido de gran ayuda cuando Mackenzie viajó a la Tierra de Uzza por primera vez. Sin la intervención de Khufu, probablemente Mackenzie no habría llegado a obtener nunca el Segundo Contrato y, sin él, le hubiera sido imposible convencer al Pueblo Uzza para que enseñaran su saber primero en la Universidad y ahora en Mahoutoko, que aunque no dependiera del Ministerio de Magia británico, eso no significaba que Mackenzie no hubiera jugado un papel importante mediando entre la dirección de la Escuela Mágica y los Guerreros Uzza.

 

Pero a pesar de la empatía que se había desarrollado entre Khufu y Mackenzie desde el momento en que se conocieron, había otro motivo para desear el reencuentro. Desde que Asuhr apareciera en la vida de Mackenzie, había llegado a aprender mucho más sobre el Pueblo Uzza de lo que sabía la primera vez que los visitó. Y era por ello que ahora sabía que Khufu era realmente el Uzza más misterioso. Tan viejo que muchos decían que había vivido en tiempos de Merlin, algo que, por más extraño que resultara, explicaría la posesión del Segundo Contrato. Además, el hecho de ser un Nesedy tan viejo, le hacía preguntarse a Mackenzie cuánto sabría de la separación de linajes que se sospechaba había tenido lugar en tiempos anteriores al Despertar entre los Ktam y los Nesedy.

 

Estuvo tentada de avisar a Asuhr, pero se contuvo. No quería incomodar al Khufu y, por otra parte, la Uzza seguía resultándole algo parecido a un grano en el culo. Sospechaba que había entre ellas un terrible vínculo y no quería pensar en ello. Mejor que Asuhr se quedara donde estaba, que seguramente sería a punto de convertirse en Guerrera Uzza ella misma. Si es que los Ktam se lo permitían, obviamente. No le iba a resultar nada fácil esconder a su Bennu, cada vez era más evidente, por más que ella insistiera en negarlo.

 

Curioso pensar en todo aquello cuando precísamente Khufu la mandaba presentarse en Maverick Rock, un lugar en el que antiguamente vivieron los Fénix. Sobre cómo hacerlo sin utilizar portales ni aparición, pero usando algún medio mágico, Mackenzie no tenía ni idea de en qué estaba pensando Khufu. ¿Un traslador? ¿El Amuleto volador? No creía que Khufu se estuviera refiriendo a ninguna de aquellas cosas, pero en cualquier caso, nadie podría negar que Enigma era un medio de transporte mágico y, desde luego, suficientemente rápido. Desde donde se encontraba, le bastarían unas doce horas para llegar a Maverick Rock y el viaje sobre los lomos de su pegaso, a aquellas alturas del otoño, sería bastante agradable. Tomó la carta, quemó el sobre y se puso en camino, sin más equipaje que una mochila con el Libro y los útiles que necesitaría para la clase.

 

Cuando Mackenzie descendió de Enigma en Maverick Rock no habían pasado siquiera once horas. El viaje había sido bastante rápido.

 

Había visto una carpa y una fogata mientras volaba hacia allí, por lo que aterrizó cerca y se acercó junto al fuego. No se había equivocado, su viejo amigo se encontraba allí.

 

- Hola Khufu. Tenía muchas ganas de volverte a verte. - Lo saludó con una amplia sonrisa y le extendió ambas manos de manera afectuosa.

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Las indicaciones que Khufu escribe en la carta tienen como único objetivo enterarse de cuan dispuestas están las aprendices a seguir las indicaciones que, aveces, parecerán ridículas y sin sentido. Pero en el proceso todo tiene un motivo, cada acción realizada por parte de Mackenzie y Candela van marcando el camino hacia el dominio de la magia de los Ancestros. La carta, por ejemplo, les enseñará a prestar más atención con aquello que no les pertenece. Las intenciones del guerrero no son oscuras, pero aquella carta espía pudo ser enviada por cualquier persona.

 

—Yo también esperaba volver a verte, ha pasado bastante tiempo.

 

Corresponde al saludo de la bruja. La recuerda como si se hubiesen conocido apenas hace un par de días. Lo atribuye a su larga vida, a la forma en que él nota el tiempo. Hay ocasiones en las que siente que en un abrir y cerrar de ojos han pasado décadas, y en otras ocasiones piensa que se le han ido varios años en semanas o meses. Al volver a ver a la bruja siente como si, desde que se conocieron, el tiempo se hubiese detenido.

 

—Me agrada la forma en que llegaron. ¿Qué te hizo volar tantas horas, Mackenzie? Enigma y un traslador, curiosas elecciones.

 

Pero no se detiene por mucho tiempo en las charlas sin mucha importancia. Están cerca de la carpa y ambas brujan han seguido las indicaciones hasta ese momento. Hace dos cosas. Primero transmuta la varita mágica que sostiene en la mano. Esta crece hasta tocar el suelo, Khufu se apoya en ella como si fuese un bastón. Posteriormente mete la mano en el bolsillo del pantalón y extrae un pequeño anillo que le ha servido para monitorear el camino de las brujas hasta la montaña.

 

—Invocar una vara de cristal necesita magia y concentración. Deben visualizar como es que se verá su varita mágica cuando crezca y se haga más poderosa. Intenten convencerse de que esa vara seguirá las instrucciones de la misma forma en que lo hace siendo varita. ¿Son capaces de hacer algo así? Solo entonces pueden intentarlo.

 

Mientras habla juega con el anillo haciéndolo saltar de dedo en dedo.

 

—Se como llegaron y se todo lo que hicieron durante el viaje. El anillo que tengo en mis dedos permite espiar cualquier lugar sin importar cuan protegido esté. Una gota de la sustancia que produce en, no se, una carta indicado la ubicación de la una clase es suficiente. Ahora lo van a intentar ustedes, algunas de las página del libro tienen ahora letras.

 

Golpea el suelo con la vara dos veces. En ambas ocasiones el suelo desprende chispas que no tardan en desaparecer.

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- Me gusta volar y el tiempo se me pasa rápido allá arriba. Me ayuda a pensar. A menudo descubro simples soluciones a problemas enredados cuando vuelo a lomos de Enigma.

 

Respondió a la pregunta de Khufu de una forma bastante sincera, aunque se calló la razón más importante, quizás. Enigma era su guía ancestral, la criatura de la que, como Arqueomaga, la magia antigua la proveía como si fuera algo así como una especie de segunda alma. A veces pensaba que, de hecho, no era una segunda alma, sino su propia alma personalizada en una criatura. El tiempo que pasaba junto a Enigma tenía una percepción diferente del tiempo normal. De alguna manera, la percepción del tiempo en esos momentos, era muy similar a la que los monjes shaolín tenían cuando meditaban durante largas horas. Ella misma lo había experimentado durante su estancia en el Tibet. El tiempo podía alargarse o detenerse cuando el mundo a tu alrededor dejaba de importar y tan sólo eras uno con tu propia alma.

 

La mención a la Vara de Cristal fue suficiente para que Mackenzie esbozara una larga sonrisa. En cuanto Khufu la mencionó, Mackenzie abrió el libro y comprobó que ahora sí podía leerlo, al menos esa parte y algunas páginas más.

 

- Vara de Cristal. -Pronunció, tratando de invocarla, mientras se concentraba tal y como les había indicado Khufu, visualizando cómo su varita Solveig crecía, convenciéndose de que seguiría siguiendo sus instrucciones, que seguiría siendo tan suya como lo era Solveig. Le costaba visualizar una imagen, sin embargo. Quizás fuera la ansiedad de querer saber cómo sería su Vara de Cristal lo que le impedía, en verdad, visualizarla. Se vació de toda emoción, de todo pensamiento, concentrándose únicamente en su varita.

 

Solveig empezó a crecer en su mano, extendiéndose hacia abajo y hacia arriba, al mismo tiempo que la fina madera de acebo iba adquiriendo una tonalidad más brillante y una textura más fría y rugosa. Era como si la madera se retorciera sobre sí misma y se transformara en un báculo de un extraño material, parecido a un cristal iridiscente de bordes irregulares, como si todo el mango fuese el sinuoso cuerpo de una serpiente de cristal, retorciéndose entre una rama de acero electrizante. Y de pronto el báculo se elevó por encima de la altura de Mackenzie y la sinuosa sierpe se ensanchó en su parte final hasta formar la cabeza de un dragón abriendo la boca y exhalando, en lugar de luego, una bola de luz azulada, que quedó suspendida en el aire, girando sobre sí misma, reluciente y poderosa.

 

Mackenzie observó, asombrada, como el báculo seguía retorciéndose en sus manos, formando extrañas formas en aquel extraño material. La bola de luz seguía suspendida a un metro de Mackenzie y ésta observó que respondía a su pensamiento. Podía hacerla cambiar de color, moverla, girarla más rápido o más despacio, con tan solo desearlo. Las formas que adquiría el báculo, sin embargo, escapaban al control de la bruja. La serpiente sinuosa de aquel extraño material acristalado que recorría el lomo del cayado se movía alrededor del báculo de forma permanente, pero la punta elevada del cayado parecía adquirir distintas formas con voluntad propia. Tan pronto el báculo mostraba en su cénit la cabeza del dragón, como sus alas o simplemente una cola de dragón retorcida sobre sí misma.

 

- Expulso - Mackenzie apuntó a una roca cercana con la Vara de Cristal. No hubo ningún rayo, tan solo una leve vibración de la esfera de luz que se elevaba por encima del cénit del báculo. Al instante, la roca salió despedida unos metros más allá, en la dirección que Mackenzie le había dado.

 

Mackenzie no sabía qué le asombraba más, si la belleza de aquella Vara de Cristal o el poder que emanaba de ella.

 

Estaba tan emocionada que a duras penas llegó a escuchar las indicaciones de Khufu. Había leído ya las hojas visibles del libro y sabía a lo que se refería. ¿Pero cómo utilizar el Anillo de Presencia allí mismo?

 

- ¿Quizás podamos abrir un portal a aquella cima rocosa y vigilar por si aparecen fénix? - Le propuso a Khufu.

 

Abrir el portal era fácil, bastaba un fulgura nox. Y con una sola gota de la esencia que contenía la cavidad del anillo de presencia, que ahora llevaba puesto, bastaría para poder espiar lo que ocurriera en aquella cima.

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—Me parece una idea estupenda, Mackenzie. Si no encontramos ningún Fénix tendré que volver en otra ocasión para intentar establecer una parvada de aves fénix. Este lugar es perfecto para ellas.

 

Es un dato sin importancia y totalmente ajeno a las intenciones reales de la clase. Sin embargo deja la idea en el aire ¿Y si aquel pensamiento llega a calar profundo en alguna de las dos brujas? De alguna forma siente, algunos días, la responsabilidad de arreglar aquello que vio destruirse. El último mes ha sido precisamente el tema de las aves fénix. Quizá, hace ya tantos años, estaba en sus manos algún acto para mantener intacto un lugar tan agradable para tan magníficas criaturas. Pero aquel sentimiento no está presente siempre. Aveces llega y aveces se va.

 

—Antes de que vayas te voy a enseñar algo más.

 

Estira la mano que tiene libre y luego cierra los dedos al rededor de una daga que acaba de aparecer. Tiene mucho cuidado, como siempre, de tocar únicamente la empuñadura. Un leve roce en la hoja podría ser muy desagradable. Es un artefacto de magia de bastante poder y es capaz de cortar virtualmente cualquier material. Vuelve a golpear el suelo con la vara de cristal. De nuevo dos veces.

 

—El Kansho es un artefacto de mucho cuidado. Tiene dos características que lo convierten en un objeto muy poderoso. Puedes con él cortar casi cualquier cosa, incluso los diamantes. Pero su utilidad real, aquella por la que muchos pagarían mucho es la de absorver hechizos. Ahora puedes leer esa páginas.

 

Mientras habla se abre un portal detrás de él, un portal proveniente de algún momento en el tiempo. Kufhu recuerda haberlo invocado y así mismo recuerda haber enviado un hechizo a través de él. Es un mutis y el objetivo es Mackenzie. En cuanto la bruja entienda como funciona el Kansho es que del portal aparecerá un hechizo que debe ser absorbido. Es un regalo, podrá usarlo en cualquier momento en el futuro.

 

—Tienes dos formas de usar el Kansho. La primera es devolver la magia de inmediato. Pero también la puedes guardar, quizá la necesites en algún momento. No te olvides de ejecutar tu plan para espiar a los fénix.

 

Kufhu está a favor de enseñar al ritmo de quién aprende. Por ese motivo deja que la otra bruja continúe con el proceso. Si necesita algo ya pedirá ayuda. De nuevo, es mejor seguir el ritmo de quién aprende.

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