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Estudios Muggles - Meteorología I


Matt Blackner
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Aquella iba a ser una clase interesante. Como unes dos conceptos tan amplios y tan diferentes como meteorología y estudios muggles?

 

Me crucé de brazos con una media sonrisa, apoyado en mi Triumph negra. La moto voladora era todo un clásico, y ahora que debía moverme entre muggles para mis clases, le estaba sacando mucho más rendimiento, algo que por cierto mi madre odiaba, bajo la excusa de que acabaría "matándome con esa cosa."

 

Pronto, los niños comenzarían a amontonarse en la zona de taquillas, y por eso había citado a mis alumnos temprano. Eso, o al menos uno de ellos debería esperar pacientemente hasta que le llegara su turno en cola. Yo, personalmente, había elegido una camiseta de manga larga de color gris y mangas rojas, vaqueros oscuros y botas negras.

 

Mis tres alumnos debían de haber recibido ya las cartas informándoles del lugar donde les esperaría.

 

 

 

Para: @Anne Gaunt

Asunto: Estudios Muggles

Te espero en el Zoo de Londres, al norte de Regent's Park. Puedes llegar allí usando el autobús, metro, tren, o si lo prefieres, la bicicleta. Estaré esperándote frente a la zona de taquillas.


Requisitos durante la clase:

  • Queda terminantemente prohibido llevar la varita durante la clase, así como cualquier objeto mágico que pueda señalar el origen mágico de los alumnos. Cualquier infractor al que se le pille con alguno encima, será sacado de la clase y suspendido irremediablemente, al margen de las medidas sancionadoras que el Ministerio de Magia decida aplicar por la falta.
  • No se podrán usar ningún Poder Uzza o Habilidad mientras estemos en terreno muggle.
  • Cartilla de vacunaciones al día. Sin ser obligatorio, de no tenerla, el alumno aceptará de forma inequívoca que declina toda acción legal si se contagia de alguna enfermedad durante la celebración de la clase, así como que se hará responsable de cualquier enfermedad que pueda propagar a su alrededor.
  • Se mantendrá un total respeto hacia los muggles con los que se tenga contacto. Cualquier acto que desde el Profesorado se pueda considerar de menosprecio o de ataque hacia ese colectivo no mágico, será motivo de expulsión y de comunicación a la Dirección para evaluación de medidas sancionadoras posteriores.
  • Recordaros que sois invitados a este particular mundo y que nadie os obliga a cursar la clase. Si os presentáis al lugar, ser respetuosos con ellos, estéis o no de acuerdo con su presencia. Hoy seréis ellos, sin magia, sin ayuda exterior, siendo un muggle más mientras dure la clase
  • Siempre se han de seguir las indicaciones del Profesorado, quien velará por la seguridad del grupo mientras estéis en este lugar tan diferente al que estáis acostumbrados. Sólo el Profesorado puede revocar los requisitos previos con medidas extraordinarias que puedan ser necesarias durante la duración de la clase, según su criterio de:
    • anteponer la seguridad de su alumnado frente a ataques externos
    • no darse a conocer ante el mundo muggle como comunidad mágica
    • defensa del entorno muggle en el que se mueve para no generar distorsiones, siempre que no afecte a los puntos 1 y 2.

A tener en cuenta:
** "Reglas básicas de comportamiento ante Muggles", folleto repartido por la Sección de Leyes Mágicas del Antiguo Ministerio de Magia.
** Os recuerdo que debéis usar ropa muggle.

Fdo: Matt Blackner

 

 

 

Para: @@Crazy Malfoy @@Mackenzie Malfoy

 

Asunto: Meteorología

 

Os espero en el Zoo de Londres, al norte de Regent's Park. Podéis llegar allí usando métodos muggles (el autobús, metro, tren, o si lo preferís, podéis usar la aparición. El mejor lugar es la zona de descanso de Pimrose Hill, a pocos metros del zoo. Os estaré esperando frente a la zona de taquillas. Llevad ropa muggle, o lo más discreta que podáis. Aunque eso no va a ser demasiado importante.

 

Alcé la vista. El día parecía despejado, pero....cuanto duraría?

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Se acarició lentamente el cabello blanco, pensativo, mientras releía la nota que acababa de recibir. ¿Ropa muggle? ¿Y de dónde diablos iba a sacar ropa muggle? Había visto a los suficientes de aquella plaga ignorante que asolaba el planeta como para tener claro que carecían de cualquier patrón de vestimenta, no solo tenían mil y una prendas estrambóticas diferentes sino que parecían seguir un extraño código que les indicaba el atuendo en función de su edad, sexo y lugar de procedencia, cambiando todo ello según la temporada o los caprichos de aquella sociedad banal y mediocre.

 

Podía escuchar a Teach en la habitación de al lado, fingiendo que limpiaba mientras murmuraba furioso algo sobre que no lo iban a engañar aquella vez para ir a ninguna clase, pero igualmente dudaba que aquel elfo medio salvaje tuviera noción alguna sobre cómo se vestían los muggles. Aunque alguna vez le había contado que en su pueblo los usaban de sacrificio a la diosa de la selva de tanto en cuando.

 

- Quizás algún libro de la biblioteca... - murmuró para sí mismo -

 

Un golpe sordo lo sobresaltó. Se giró y vio que Clemente el Demente había entrado en su habitación y estaba recogiendo del suelo su pensadero de plata. Iba a echarlo a gritos advirtiéndole por enésima vez que no se llevara sus cosas cuando cayó en el hecho de que Clemente era un muggle. Iba vestido con un un pantalón y una chaqueta de color beige algo raídos, una prenda verde de tela fina por debajo con muchos botones y un extraño nudo atado en torno al cuello hecho de tela a cuadros amarillos y azules. Era un atuendo muy extraño pero, ¿Acaso no lo era todo lo que se ponían los muggles?

 

- ¡Clemente! - lo llamó -

 

El pobre hombre se giró sobresaltado, con las gafas tan inclinadas sobre la nariz que parecían a punto de caerse, y le dirigió una mirada confusa.

 

- Necesito tu ropa

 

- ¿Para qué?

 

- Para vestirme con ella

 

Clemente lo observó durante unos instantes sin decir nada.

 

- Pero tú ya tienes ropa - dijo señalando con ademán infantil su túnica de terciopelo -

 

Crazy suspiró. Sentía cierta pena por aquel hombre, y se sentía responsable por lo que Armand había hecho con su mente, pero sus escasos momentos de lucidez lo habían impresionado lo suficiente como para saber lo inteligente que había sido en el pasado. Lo dejaba vivir en la mansión como un recordatorio de lo frágil que es la mente humana y lo fácilmente que puede venirse abajo.

 

- Te la cambio por eso que llevas en la mano

 

- ¿El plato?

 

- Es un pensadero

 

Clemente se quedó inmóvil de nuevo, observándolo mientras pestañeaba lentamente.

 

- Es un plato

 

- Sí, vale, por el plato

 

 

*******

 

 

El portal lo depositó en las inmediaciones del zoológico, apreciaba la sugerencia del profesor de usar otros medios de transporte, pero todavía no estaba tan loco como para montarse en algo construido por un muggle. De camino al zoo se cruzó con algunos, que le dirigieron miradas entre extrañadas y divertidas. ¿Porqué les resultaba tan extraño? Llevaba ropa de muggle.

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El Zoo era un lugar divertido para visitarlo como animal. Obviamente, la condición era no ser uno de los cautivos, sino un hermoso ejemplar que andara libre por ahí y al que los otros animales miraran con envidia y los humanos lo señalaran con el dedo y un grito de terror y perplejidad. Y más los muggles. El grito de los muggles al ver a una cobra real andando suelta por ahí era de lo más gratificante.

 

Había un niño comiendo uno de esos dulces de azucar que formaban un enorme algodón en torno a un palo. Un dulce que a Mackenzie siempre le hubiera encantado sino fuera porque eran un auténtico pringue y el pringue era la tortura más detestable a la que podía ser sometida cualquier ser humano, mágico y muggle. Con sus pupilas verticales y sin la cobertura de párpados protectores, Mackenzie fijó la mirada en la pobre criatura hasta que éste abrió su pringosa boca repleta de gorgojos de azucar y exhaló el grito más magnífico que la Malfoy había escuchado jamás.

 

- ¡MAMAAAAAAA!

 

¡Ah qué placer! Antes de alejarse a hurtadillas a asustar a otro muggle incauto, Mackenzie aún pudo observar como el algodón de azucar se le caía de las manos, no sin antes llenarlas de toda aquella sustancia pegajosa que el niño no perdió tiempo en relamer, tratando de evitar el temido pringue. Pero la bruja que ahora era tan solo una cobra real, sabía que el pringue no se quitaba con nada. No valían los pañuelos contra él ni relamarse ni restregarse con hojas ni mucho menos con el pantalón, tendría que encontrar un lugar donde lavarse las manos y hasta que eso sucediera sufriría los efectos de tan cruel tortura.

 

Siguió arrastrándose por el zoológico y se paró ante la jaula de un triste león enjaulado para sacarle su lengua bífida y marcharse de allí tan contenta, mientras el felino la miraba irse con envidia y rugía ferozmente. ¡Qué delicia! Sabía que pronto se le acabaría la diversión y tendría que presentarse en la clase de metereología, que estaba próxima a empezar, pero quizás todavía tuviera cinco minutillos para hacerle una visita a ese imponente elefante que se creía más que los demás. Se arastraba rápido hasta allá, confundiéndose hábilmente con el paisaje de verjas, cavernas, árboles y losas de piedra, cuando la bruja observó lo último que hubiera esperado ver en toda su vida: a su padre, Crazy Malfoy, vistiendo con las ropas de Clemente el Demente. Tan sorprendida se quedó que Mackenzie abandonó en el acto su forma animaga y volvió a convertirse en la bruja de cabellos cobrizos, ojos verdes y mirada altanera que había sido siempre.

 

- ¡Papá! - Gritó, acercándose a él corriendo. - ¿Le has robado a Clemente su ropa? - Preguntó, incrédula, en medio de una carcajada. - Podías haber usado vaqueros como los míos, seguro que me has visto mil veces con ellos.

 

Caminaron hasta el lugar donde les esperaba Matt y Mackenzie pensó que aquella iba a ser una clase muy divertida.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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¡Chica, tienes una carta! ¡De Castelobruxo!

 

¡Pues pégale fuego!

 

La carcajada que soltó el anciano hizo que Anne resoplara con fuerza, en la sala contigua. Escuchó los pasos del hombre dirigiéndose hacia su posición y no alzó la mirada cuando abrió la puerta y entró, lanzándole la carta al regazo. No necesitaba abrirla para saber de qué se trataba. Después del estropicio de la clase del mes anterior, Shiro había insistido en que la Gaunt debía intentar tomar aquella lección sobre Estudios Muggles de nuevo. No había conseguido avanzar en las tareas que le habían impuesto: en cuanto la habían puesto a vender palomitas en la taquilla del cine, había hecho explotar la máquina y había salido a toda prisa de allí para evitar que supieran que ella había sido la culpable.

 

También insistió en que no le interesaba, pero su anciano padrastro parecía convencido de lo contrario. Y ahora... ahí estaba la nueva notificación.

 

Sé coherente, hija, por favor. No es para tanto. Ve, aguanta un ratito y recibe el certificado. ¿Tan complicado te parece? —argumentó él, sentándose frente a la mujer. Ésta ni siquiera alzó la vista del libro tras el que se escudaba—. No hagas como que no me escuchas, ¡no seas infantil!

 

Cerró el libro de golpe y lo soltó contra la mesa.

 

No se trata de ser infantil. Son un asco, tanto ellos como su mundo —se quitó los anillos de habilidad y los depositó en la mesa, cada uno con un golpe—. No sé qué puede haber de interesante en la sociedad muggle para un mago pero, si tan importante es para ti, iré —ahora llegó el turno de los amuletos, que soltó con la misma desgana—. Y si algo no sale bien, espero que estés preparado para vivir con la culpa... porque esta vez no saldré corriendo. Me quedaré, y le pegaré fuego allá donde estemos. Con todos los muggles que haya alrededor incluidos —y dejó la varita con un último golpetazo.

 

Salió de la sala dando zancadas. Shiro se quedó mirando hacia la puerta con una enorme sonrisa en los labios, contando mentalmente los segundos según estos iban pasando. Se inclinó hacia adelante para recoger del suelo la notificación de la clase. Anne no tardaría en volver.

 

Y antes de llegar a veinte, la puerta se abrió de nuevo. Se dirigió hacia él con el mismo aire iracundo con el que se había marchado y le arrebató la nota de las manos. La única diferencia era el color de sus mejillas, que ahora eran más rosadas. El anciano hizo de tripas corazón y aguantó la risa hasta que escuchó el portazo en la entrada del castillo.

 

Abrió la notificación con fuerza, de un tirón. Rasgó el papel por la mitad, y puso los ojos en blanco. Menos mal que aún recordaba las instrucciones. No habrían variado mucho, ¿no? La dirección a la que debía dirigirse sí que se leía con claridad. El zoo de Londres.

 

¡Secajo!

 

El elfo apareció con un chasquido, con sus gastadas ropas puestas del revés. La Gaunt comenzó a recolocárselas con tanta fuerza que el pobre elfo se tambaleaba en el sitio, con los ojos abiertos como platos y la boca semi abierta.

 

Necesito que me lleves a Londres. Al norte, cerca del zoo. Pero solo cerca, no a la entrada. Haré el último tramo a pie. ¿Puedes?

 

— ¡Sí, si! ¡Claro que sí, ama Anne!

 

Alzó la manita hacia ella y la mujer la tomó, sin pensárselo. Ambos desaparecieron con un chasquido, y reaparecieron en un lugar desconocido para la Gaunt. ¿Cómo podían los elfos moverse tan bien por todas partes? ¿Cuándo habría visitado el zoo su elfo antes de aquel día? A pesar de la curiosidad, estaba de tan mal humor que decidió prescindir de todas aquellas preguntas y simplemente caminó en la dirección que Secajo le había indicado antes de desaparecer.

 

Se detuvo una vez para atarse una de las botas cuando se pisó los cordones y estuvo a punto de caer de bruces. Incluso le pareció que alguien en la acera de enfrente se reía, pero había preferido no comprobarlo para evitar irritaciones innecesarias. A pesar de su actitud irascible, estaba decidida a conseguirlo en aquella ocasión. Se incorporó y continuó caminando, tirándose de vez en cuando de la camiseta negra de algodón que vestía. Y siguió así hasta alcanzar la taquilla de entrada, donde vio a Crazy y Mackenzie Malfoy. ¿Qué llevaba éste puesto? Se miró a sí misma; con aquel vaquero usado y desteñido y su pelo corto color azul eléctrico no es que fuera mucho menos llamativa, precisamente. ¿Dónde estaría Matt Blackner?

 

Hola —los saludó, sin más. Algo le decía que aquel sería un día muy largo.

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No fue difícil para mí transformarme en aquella chinita de ojos oscuros gracias a la Metamorfomagia. Era algo más pequeña que yo pero muy delgada, tanto que mi ropa se quedó grande y me sobraban tallas. El pantaloncito corto se cayó, literalmente, sobre mis bambas moradas de cordones amarillos y el tirante derecho de aquella blusa se deslizó sobre mi hombro hasta quedar a la altura del codo, enseñando algo más de lo que había pensado aquella mañana al vestirme. Gruñí mientras corría hacia los lavabos de aquel Parque Zoológico, maldiciendo mi decisión a la hora de escoger mi cambio de figura.

 

-- ¡Si soy plana como una tabla! -- gruñí. Tuve que rehacer mágicamente todas las ropas. -- Yo no estoy gorda; es esa, que no come -- seguía gruñendo mientras adaptaba las copas de mi ropa interior al cuerpo elegido.

 

Tardé un rato, no soy buena modista. Cuando acabé, pensé que todo hubiera sido más fácil de haber cambiado de forma de cuerpo pero una piensa a destiempo, así que me tardé un ratito en el lavabo mientras gente molesta golpeaba la puerta, insistiendo en que saliera de una vez.

 

-- ¡Muggles, qué molestos! -- les dije y, he de confesarlo, no flojito. Salí de allá como una chinita de pelo oscuro, pantalón laster en negro y blusa de tirantes en amarillo claro, sólo mis bambas me relacionaban con la Sagitas que había salido de casa aquella mañana de la "Ojo Loco".

 

Me interné en los diferentes caminos que bordeaban las jaulas o los estanques de los animales, algo enfadada con lo que veía. Para mí, las criaturas necesitaban espacio libre donde vivir y no aquellos espacios reducidos. Procuré no fijarme en los visitantes que tiraban comida a pesar de las prohibiciones. Yo tenía allá un motivo diferente: reunirme con un veterinario que estaba estudiando un espécimen raro que querían exponer en el Zoo como un atractivo para aumentar la venta de las entradas. Sospechaba que se trataba de una criatura mágica herida así que, como magizoóloga, me sentí obligada a acudir en su rescate, disfrazada de una especialista de criaturas orientales en vías de extinción. O eso era lo que indicaba mi pase colgado en la pechera.

 

El Sol caía de lleno y sentí pena por los animales que debían resistir allá dentro sin poder parapetarse, sólo para alegrar el día a aquellos grupitos de colegios o de familias que disfrutaban viéndolos en cautividad. Soplé mientras torcía a la derecha en busca del pabellón del Equipo de Cuidadores, donde se suponía que me estarían esperando.

 

Pues no. Estaba cerrado. A cal y canto. Aunque no para mis rompe-puertas mágicos. Pero hoy parecía un día especial con mucha gente que podría verme. Me contuve y volví la varita al pelo casi negro, recogiéndolo en un moño. El mejor lugar para esconderlo a la vista con los muggles. Las taquillas estaban enfrente, así que me dirigí allá con paso raudo para preguntar por el Dr. Snowball, con quien me había citado.

 

No llegué a hacerlo. Vi correr a gente. Visitantes que corrían con sus retoños cogidos por la cintura, como si les persiguieran demonios; miembros del staff con gualkitolkis corriendo en dirección contraria, vigilantes con la porra y las manos en cartucheras que parecían perseguir algo... Fruncí el ceño, no estaba segura de lo que pasaba porque los gritos no me dejaban escuchar claramente qué había provocado aquella huida. Parecían indicar que una serpiente campaba a su aire, completamente libre. Enarqué la ceja, molesta por el ruido. Estaban asustando a los animales enjaulados.

 

-- Ni que fuera un basilisco -- murmuré, llegando a la zona de las taquillas.

 

Había acumulación de gente exigiendo que les devolvieran el dinero. No parecía un buen momento. Bueno, me era igual, yo quería ver a mi lindo animalito y sacarlo de aquel mundo de locos. Me acerqué con cuidado, intentando llamar la atención de algún trabajador cuando una voz obligó a girarme. ¿Papá...? ¿En serio allá estaba... estaban...?

 

-- ¡Mackenzie Malfoy! -- exclamé, antes de recordar que yo era china. China. A ver cómo lo explicaba. ¡Dioses, también Cra...! ¿Crazy? ¿Con esas pintas...? ¿Con un pañuelo en el cuello? ¿Pero...? ¿Pero...? ¡Y Anne Gaunt! -- ¿Pero qué demonios hacen aquí?

 

¡Ay, no! Eso debiera haber sido una pregunta interna, no al aire. Si algo se me da bien es disimular, así que sonreí al guardián que ponía orden en la cola de las taquillas, quien parecía dispuesto a usar su porra como alguien discrepara de su autoridad.

 

-- Yo me hago cargo, no se preocupe por estos tres... hum... visitantes... -- Y le señalé mi multipass abre-todas-las-puertas-sin-impedimentos. Era mejor que no nos pusiera impedimentos o saldría mal parado. Crazy podría matarle en un plis-plas pero Mack era peor, seguro que lo transformaba en un animal y lo tiraba a la jaula de los osos para que disfrutaran un rato con él antes de comerlo. Y Anne... No. Ella era buena. Aunque una especie de déjà-vu de ella amenazándome con la varita... No, seguro que eso lo había soñado.

 

Carraspeé.

 

-- Venimos a ver al Dr. Snowball. Somos sus invitados. Gracias por protegernos de esa "gente" que grita tanto. Venga, nosotros vamos tirando pá'lante...

 

Sonrisa y determinación. Más gritos de la cola que volvía a enfurecerse. Bueno momento para alejarse.

 

-- Seguirme, por favor. Soy La Lio Xan y seré su guía mágica por las instalaciones de este Zoológico. -- Sé que debo estar calladita pero... Es que no me sale. Siempre me meto en líos por mi lengua. -- Lo primero que debiera saber, Sr. Crazy, es que cuando esté entre muggles debe vestir como los muggles pero de forma adecuada. Su vestimenta es ... desproporcionada. ¿Es que no tiene asesor de imagen? En fin...

 

Conseguí alejarlos un poco del centro de tensión y me volví a mirar a los tres, con un suspiro cansino.

 

-- Si nos preguntan, ¿puedo decir que es un profesor distraído que lleva ropa de otro siglo porque ni se fija en lo que se pone? ¿O un interno recién salido de algún centro hospitalario que se ha puesto la misma ropa que a su ingreso? O un extranjero despistado... -- Suspiré un poco y contemplé la ropa de las chicas. Al menos ellas pasaban desapercibidas. -- Os lo ruego, nada de exhibiciones mágicas innecesarias en un entorno muggle. Comportaros como uno más de ellos y, si es posible, sin sorprenderos ante sus actos como si fueran de lo más normal.

 

La siguiente pregunta era: "¿Me estáis persiguiendo?" y casi la hago pero se transformó en:

 

-- ¿Qué hacéis en el Zoo? ¿Queréis ver algo en concreto o es que os... hum... habéis tomado el día libre para ver criaturas muggles?

 

Esperaba haber conseguido camuflar mi voz para que no sonara tan yo y sonara más otra pero... A saber, seguro que me habían reconocido de alguna manera.

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El zoo se había llenado de magos de un momento a otro, aquello parecía una excursión. Y todos parecían muy ofendidos por su atuendo, como si tuviera la obligación de saber vestirse como un muggle. La sociedad mágica se estaba yendo al traste, las nuevas generaciones adoptaban de forma natural la absurda moda cambiante de aquella plaga humana, que al parecer consistía en comprar ropa nueva cada tres meses siguiendo las indicaciones de algún sacerdote de la vestimenta. ¿Qué sentido tenía eso?

 

- Esta ropa es de un muggle, a ver si vais a saber vosotras mejor que él cómo se visten los muggles - respondió malhumorado -

 

Para acabar de arreglar el día, se les acercó un hombre de aspecto arrogante blandiendo una extraña varita de tamaño desproporcionado. Le recordó a aquellas cañas de bambú que solían usar en China, pero estaba recubierta de una especie de cuero negro. Justo cuando iba a preguntarle qué elemento usaba como núcleo, Sagitas los apartó de allí con visible nerviosismo.

 

- Un interno... ¿Un interno? ¿Un extranjero? ¡Pero si tengo acento de Oxford!

 

Empezaba a sentir un cosquilleo en la nuca, todo el mundo parecía haber tomado la determinación de hablarle de mala manera, hasta el extraño mago chino de la varita negra.

 

- ¿Y dónde puñetas es la maldita clase? ¡Tengo más cosas que hacer!

 

Un grupo de muggles pasó a su lado, gritando mientras levantaban al aire aquellos aparatos rectangulares que usaban todo el rato para hacer solo el diablo sabía qué.

 

- ¡Me tenéis hasta las narices corriendo de un lado para otro! - les gritó - ¡Esto antes era todo campo, maldita plaga de roedores!

 

Los muggles pegaron un salto al escuchar la primera voz y, todos a la vez como una bandada de golondrinas girando en pleno vuelo, movieron aquellos aparatos brillantes al unísono para apuntarlos en su dirección.

 

- ¡Os vais a tragar las cajas esas! - dijo sacando la varita -

 

Un par de muggles salieron disparados en dirección contraria, llamando a gritos a un tal Poli Cia, que quizás fuera pariente del Piccino Pio. Aquella clase era una pesadilla.

 

- No me gustan los muggles - dijo girándose hacia sus boquiabiertas acompañantes - ¡Todo el mundo sabe que no me gustan los muggles! ¡¡Yo me inscribí en la puñetera meteorología para invocar puñeteras nubes!!

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La espera estaba resultando una auténtica tortura. Los muggles la aburrían e intentaba no prestarles atención, pues sus instintos asesinos salían a flote con cada ojeada que echaba a su alrededor. Crazy y su vestimenta no ayudaba: parecía que todos los visitantes del zoológico iban a verle a él en lugar de a los pobres animales enjaulados. El Malfoy había comenzado a enfadarse por ello y ahora los amenazaba, haciendo que la Gaunt se llevara la mano a la cara con disimulo y se alejara algunos pasos.

 

Si ese día explotaba el zoo con todos los muggles dentro, ella no quería que la relacionasen con la tragedia. ¡Bastante había tenido con el cine!

 

Una muchacha de aparente origen asiático los salvó de un guarda que comenzaba a molestarse cerca del trío de magos y los adentró en el lugar, alegando que habían quedado con alguien. Pero la Gaunt no recordaba que en la nota de Matt pusiera eso.

 

Espera espera, ¿dónde nos llevas?

 

Alzó una ceja cuando se metió con la ropa de Crazy.

 

Pues vestir de negro y amarillo no es que esté mucho mejor, eh... —murmuró entre dientes, mirando hacia otra parte con disimulo—. Pareces una abeja.

 

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando vio que Crazy estaba a punto de perder el control. ¿Qué pasaría si se pusiera a matar muggles allí mismo? La idea la hizo sonreír suavemente, aunque intentó mantener un gesto neutro para no alertar a la asiática.

 

Yo venía a estudiarlos, precisamente. O eso decía en la explicación del curso a que me anoté. No es que me interesen mucho, que conste, pero... pero... —buscó una justificación para no entrar en detalles—. En fin, que las únicas clases que me quedaban por cursar de este tipo eran ésta y otra, y al final escogí ésta. Ahora, desde ya le digo que no pienso trabajar haciéndome pasar por muggle. Así no aprendo... así los odio más.

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Este hombre da miedo. Lo confieso. Cuando Crazy Malfoy empezó a perder la paciencia, me encogí. Creo que volví a tener algo de apariencia de mí porque perdí el control de todo durante un breve instante. Casi nada pero lo suficiente para que los cambios empezaran a desdibujarse. Por supuesto, volví a controlarme y recé para que la Arcana de Metamorfomagia no estuviera cerca para tirarme de las orejas por no saber controlar bien mis emociones y mi cuerpo.

 

Suspiré y di un paso de atrás, aumentando mi círculo de seguridad. ¿Sería suficiente?

 

-- No... No chille... No les asuste... No llame la... la atención, por favor, Sr. Malfoy...

 

Tenía la garganta áspera y necesitaba urgentemente un trago. ¿Por qué me había sentido obligada a guardarles las espaldas a los presentes y no había dado media vuelta cuando pude?

 

-- ¿Clase de qué? -- Hubo una desbandada de gente, asustada por el grito autoritario de Crazy y me encogí un poquito. Si ya no era gran cosa como oriental, ahora casi parecía que me quería pegar al suelo. -- ¡Si sigue chillando, atraerá a la Policía y, créame, son tan duros como los Inquisidores! Mejor nos...

 

Antes de acabar la frase con un imploroso "nos vamos" abrí la boca con la sorpresa. ¿Clase de meteorología, en medio del zoo? Media sonrisa floreció en mis labios. Acababa de recordar que, segundos antes, me había compadecido de los pobres animales achicharrados bajo un sol de aúpa.

 

-- ¿Quiere que le enseñe que llueva? ¡Es súper fácil! -- Casi parecía olvidarme de todos los gritos que había pegado y de las miradas sospechosas de ciertos visitantes que intentaban eludirnos, como si fuéramos apestados. -- ¿Sabe bailar la Danza de la Lluvia?

 

Enarqué una ceja, que se puso inmediatamente de color violeta. Con el esfuerzo de recordar los hechizos correctos, se me olvidaba mi camuflaje. Intenté remediarlo pero ya ni me acordaba de qué color llevaba el pelo, así que la convertí en una ceja marrón que no llamara tanto la atención. Mi mente estaba decidiendo si le explicaba a los tres presentes las grandes cualidades mágicas de los antiguos indios nativos de América, quienes dominaban los movimientos para hacer llover.

 

-- Sí, ya sé que debiéramos hacer un uso responsable de la magia y que todos sabemos que manipular la Naturaleza tiene un precio. Somos adultos y grandes magos para dar una clase filosófica sobre el buen uso del cambio del tiempo que haga, sobre el altruismo que debe dirigir nuestros movimientos y sobre no usar la magia en beneficio propio pero... ¿Quiere bailar la Danza de la lluvia?

 

No esperé su respuesta y ya tenía los brazos en jarras sobre mis caderas y calentaba los músculos en movimientos circulares como si bailara el hoola-hoop y a la vez flexionando las piernas en pequeños saltitos.

 

-- Los Indios sabían combinar el mundo mágico y el místico y conseguían hacer llover cuando quisieran. Eso sí, hay que desayunar fuerte porque desgasta mucho, no sé si la magia o los saltos pero acabas con la lengua fuera. Primera regla: cuanto más pequeño sea el espacio elegido, más probabilidades de éxito. Así, haremos llover sobre esa jaula de osos.

 

Saqué la varita de mi pelo y carraspeé, pegándola a mi brazo para que no se viera. Al menos, no mucho.

 

-- Eso es algo que los muggles no pueden ver para nada o tendremos problemas, así que es mejor que nos alejemos un poco, ya que siguen en la entrada y así no nos tienen controlados a nosotros.

 

¿Seguro? Allá parecía haber un par que no dejaban de mirarnos. Bajé la voz. Por cierto, ¿seguía disfrazándola o hablaba como yo? Pues ya no me había fijado.

 

-- Bueno, como es una zona chiquita, lo hacemos sin baile, Sr. Malfoy, para evitar que nos vean mucho con nuestros... hum... trajes.

 

Sí, ahora que me fijaba, yo podría pasar por una abeja, como insinuaba Anne. Le saqué la lengua, sólo un poco. La presencia de Crazy Malfoy me intimidaba como para hacerle la burla completa.

 

-- En Meteorología hay dos hechizos básicos: Meteolojink Encanto, es el que provoca leves cambios climáticos, con este movimiento de muñeca, que ha de ser preciso y con todos los grados de giro apropiados, 180º en el círculo inicial, ascenso en ángulo de 52º e inicio de un circulito que ha de quedar medio cerrado antes de iniciar el descenso, que paramos por la mitas para volver a subir la varita en...

 

Me perdí, qué poco me gusta la teoría. Moví la mano izquierda un par de veces haciendo el movimiento para que tomaran nota y después, tras comprobar que por delante y por los lados nadie me vería, lo hice ahora con la varita.

 

-- ¿Veis? Meteolojink Encanto. Los hechizos leves se pueden deshacer con un Finite pero el contrahechizo lógico para esta provocación de lluvia -- ¡llovía sobre la jaula! Era el único lugar donde se había puesto una de las nubes y descargaba una leve llovizna, -- es el Meteolojink Recanto, con una "erre" delante del anterior. ¿Y vosotras? ¿También veníais a aprende meteorología?

 

Anne comentó (aunque creo que no era en respuesta de mi pregunta sino que coincidió, sin más) que ella pretendía estudiar a los Muggles. Sonreí, aquello me encantaba, el demostrarle todo lo que sabía yo del mundo muggle.

 

-- Pues no sabes lo que te pierdes, Anne. La mejor manera de aprender el mundo muggles es conviviendo con ellos en su entorno. Deberías demostrar algo de empatía con ellos. Es muy difícil vivir en un mundo sin magia y sobrevivir. ¿Tu profesor no te ha dicho que es lo mejor, integrarse entre ellos para comprenderlos? A ver, lista, dime cómo harías para domar a alguno de esos osos que parecen felices por el agua que les refresca, sin tener la varita mágica para contenerlos si se te tiraran encima. ¿Cómo crees que lo hace un muggle?

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Cuando Sagitas hablaba de la integración de los muggles, a Mackenzie le recordaba a su amigo Sebastian, otro subyugado por la cultura muggle, que en opinión de la Malfoy lo único que había conseguido era crear barreras y obstáculos al libre fluir de la magia con tanta tecnología absurda, barata y anti natural. A Mackenzie sólo le gustaban dos cosas de la cultura muggle, en las que procuraba acompañar a Sebastian siempre que podía: la ópera y la escalada muggle. Todo lo demás de los muggles, en su opinión, se lo podía llevar el diablo.

 

Eso sí, había realizado un curso de estudios muggles avanzado y convivido, por otro lado, el tiempo suficiente con Sebastian, como para haber aprendido un poco de las consecuencias que podía tener vestirse como Clemente el Demente en medio de una jauría de muggles descerebrados. Pero se calló y no dijo nada más cuando notó a su padre visiblemente enfadado. Al contrario que a Mackenzie, raras veces le salía el genio de forma tan abierta.

 

Escuchó las palabras de Anne y Mackenzie quedó admirada de la cantidad de estudios que acumulaba la bruja. A ella aún le quedaba un trecho para alcanzarla, al menos en lo que a títulos se refería y ello le provocaba cierta envidia.

 

Casi se le salieron los ojos de las óbitas cuando Sagitas le preguntó a su padre si quería bailar la danza de la lluvia. Ver a Sagitas contoneándose con aquellos movimientos de hoola-hoop, mientras flexionaba las piernas y daba saltitos, era más de lo que la bruja podía soportar sin reírse.

 

- Sagitas -estalló en una carcajada- si te sigues moviendo así mientras le propones a Crazy bailar la danza de la lluvia, no te extrañe si se lo acaba tomando por el lado que no es.

 

Desde luego Mackenzie sabía que se refería a las absurdas danzas de los indios americanos. La bruja había investigado aquellos rituales y sabía lo suficiente para asegurar que, en su mayoría, eran patrañas. Únicamente daban resultado cuando había algún mago detrás y, por tanto, se realizaban encantamientos. Lo curioso era que habían llegado muy pocos encantamientos de metereología a los libros de magia. ¿Realmente había tan pocos?

 

Tras escuchar las explicaciones sobre los dos hechizos básicos, probó a realizarlos ella misma. Tanto el Meteolojink Encanto como el Meteolojink Recanto exigían realizar una pronunciación exacta y unos giros de muñeca complicados, pero Mackenzie era buena observadora y pudo comprobar por sí misma como el primer hechizo provocaba una alteración en las corrientes de viento en torno a ellos, que se empezaron a agitar furiosas y el segundo hechizo conseguía revertir los efectos del encantamiento anterior.

 

- ¿Y en serio que no hay más hechizos de metereología, Sagitas? Bueno, aparte de esa danza de la lluvia tuya, me refiero. - Se permitió una sonrisa divertida y continuó hablando. - ¿No crees que la metereología es una ciencia muy poco estudiada?

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Estaba furioso. Sentía un golpeteo sordo en la cabeza y la sangre le hervía como un río de fuego, una débil voz interior le susurró al oído que se había enfadado por un motivo absurdo, que había mantenido la calma en situaciones peores, pero la aplastó con la misma furia que se aplasta un mosquito que te acaba de picar y se hizo el silencio.

 

Sagitas, que cambiaba más de aspecto que un boggart borracho, atrajo su atención hablando de meteorología. Crazy había venido aquí a hablar de su libro, por fin alguien le hacía caso. Aunque la cosa se torció cuando la bruja comenzó a contonearse en una suerte de danza infantil y supersticiosa. Estaba ya seleccionando un hechizo de fuego para achicharrarla cuando algo que dijo atrajo su atención.

 

- ¿Meteolojink... Encanto?

 

Por fin algo que sonaba útil, a pesar de su nombre ridículo. La bruja se perdió en una serie de complicadas explicaciones teóricas que Crazy soslayó, para fijarse únicamente en los movimientos de la varita. Había sido precoz en el uso de la magia, aprendiendo a lanzar hechizos antes que a leer, y eso lo había condicionado a un aprendizaje más visual y práctico que teórico. No le fue difícil entender los movimientos de varita que hizo Sagitas para convocar aquella pequeña nube.

 

- Interesante - dijo con una sonrisa traviesa -

 

La bruja se concentró entonces en hablar con Anne y su hija, analizando la est****a conducta de los muggles y la escasez de conocimientos sobre la magia meteorológica. No les prestó mucha atención, porque se le había ocurrido una idea. Se alejó un poco del grupo aprovechando su enfrascado debate y dobló una esquina para divisar al grupo de muggles que antes lo habían apuntado con sus cajas mágicas. Había escuchado que aquella plaga tenía artilugios capaces de matar a un mago si se despistaba, y a Crazy no le gustaban las amenazas.

 

- Meteolojink Encanto

 

Reprodujo miméticamente los movimientos de Sagitas, pero les agregó unos cambios dictados por su instinto y la experiencia de muchas décadas usando la magia. Un giro ligeramente más amplio, un ascenso levemente más rápido y el viento comenzó a rugir con fuerza en todas direcciones. Una enorme nube oscura surgió sobre los muggles y un rayo se descargó con fuerza en el suelo, lanzando a varios por los aires mientras un aguacero llevado por el viento hacía trastabillar al resto. Los gritos no se hicieron esperar.

 

- Qué buen día se ha quedado - dijo Crazy mientras se alejaba silbando -

Sapere Aude - Mansión Malfoy - Sic Parvis Magna

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