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Libro del Equilibrio


Asenath
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Era la segunda vez que lo intentaba hacer, pero aun no lograba que el lápiz permaneciera más de tres segundos sostenido en posición vertical sobre su dedo índice. Llevaba toda la mañana practicando con diferentes objetos, pero ese era el que más le costaba. Los ejercicios de concentración y equilibrio la ayudaban a olvidar por un rato el ruido del mundo y enfocarse en lo realmente importante. Esa era su técnica, le funcionaba. Suspendió el ejercicio cuando una lechuza empezó a picotear la ventana, se trataba de una carta. La abrió con cuidado y rápidamente leyó su contenido. Volvió a meter la carta en el sobre y lo puso sobre una mesita.

No era un lugar muy usual para ella de visitar, teniendo en cuenta que la mayoría del tiempo la había pasado bajo el sol en el desierto, pero por esta ocasión la guerrera Uzza los estaría esperando en una pequeña cabaña ubicada en el centro del Amazonas. El motivo de su elección se debía en parte porque allí habían elementos que servirían para el aprendizaje de los aprendices del Libro del Equilibrio y estar rodeada de vegetación y de animales le permitía estar conectada con el naturaleza. ¿Cómo llegarían hasta allí? Eso era asunto de cada quién, pero en el camino se encontrarían con diferentes pruebas, lo que ellos no sabían es que cuando trataran de usar su magia esta no iba a funcionar. ¿Por qué?

En su camino a convertirse en Guerrera Uzza, Asenath tuvo que luchar por vivir día a día, valiéndose únicamente de sus propios medios y ella quería que desde el inicio los futuros guerreros aprendieran a que no podían depender únicamente de la magia, que hacia falta más que una preparación en cuanto a cómo sostener la varita, eso lo podía hacer cualquiera. Ella quería probar desde ya si valía la pena o no que ella los entrenara, si estaban dispuestos a enfrentarse a todo lo que les tenía preparado.

Una vez dentro de la cabaña una dorada Leona los estaría esperando, ella se limitaría a observarlos mientras sobre una mesita, de los pocos objetos que habían allí, los visitantes encontrarían té, chocolate caliente y uno que otro bocadillo para que se alimentaran; podrían pensar que su profesor o profesora les había dejado eso como regalo y esa era su intención.

La leona rugió al cabo de un rato y adoptó su verdadera forma, revelando a Asenath, armada con su armadura.

-- Antes de que me digan sus nombres o cualquier cosa, quiero que intenten mantener el equilibrio de este lápiz y si logran sostenerlo por cinco segundos, les diré un secreto. Si no pueden --hizo una pausa --. Tienen que poder --agregó, sin dar más explicaciones. Con aquel ejercicio tan simple, buscaba que pudieran entender que querer mantener el equilibrio era una cosa, pero trabajar para conseguirlo era un reto, a algunos les tomaba más tiempo, otros se rendían cuando estaban a punto de conseguirlo.

--En caso de conseguirlo, ¿qué factor fue determinante para el cumplimiento del objetivo? --Una pregunta siempre era una excelente manera de empezar a conocer a alguien.

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Los delgadísimos tacos de sus zapatos stilettos se hundía en la tierra de aquella selva pero ella mantenía su postura elegante impoluta, como si estuviese caminando sobre una pasarela de Milán, una de sus ciudades preferidas en su natal Italia. Había encantado el lustroso y brillante material negro del que estaba hecho su lujoso calzado para que el barro no se impregnara en éstos y no alteraran su grata perfección. En aquella ocasión, eso sí, había alterado uno de sus vestidos de corte renacentista para que la falda superara apenas la altura de sus rodillas y se alejase lo más posible de cualquier potencial sustancia selvática que pudiese arruinar su tela de antiquísima elaboración. El Amazonas como escenario para unas clases no podía alejarse más de lo coherente y aquella idea no podía provenir de otra que no fuese Asenath, aquella mujer con la que se había enfrentado en su aprendizaje del libro de la Fortaleza.

 

- Avanza…- le indicó a Razz.

 

El hipógrifo macho seguía con cuidado los pasos de su dueña, custodiando que ningún peligro o ninguna alimaña que pasara casualmente por allí se acercase a la blonda italiana que solía montarlo. De aquella forma había llegado Lucrezia a un lugar naturalmente de difícil acceso: volando sobre el grisáceo lomo de su recientemente adquirida criatura alada. Claro, para trasladarse de Ottery St Catchpole a los límites brasileros del pulmón biológico que conformaba aquella selva había usado un conveniente traslador creado por ella misma pero para adentrarse en su espeso interior había concretado la compañía de Razz. La bestia con cabeza de águila no solo servía como un fiel protector sino como un desmalezador oportuno para una bruja que veía su magia limitada entre los altos árboles del lugar.

 

La caminata, esquivando las prominentes raíces de las palmeras bañadas en magia del lugar, se extendió por varios minutos en los que la joven aristócrata no perdió ni un ápice de su característica postura ceremonial. La prueba que sin duda Asenath le había impuesto para que perdiera su esencial altanería falló ni bien empezar. La sonrisa que anticipaba la sorna con la que se enfrentaría a la cuarentona mujer seguía allí más esplendorosa que nunca en sus labios cubiertos de rojo labial. Sus facciones remarcaban su orgullo italiano y su azul mirada desprendía con fidelidad toda su fiera esencia. Fue cuando su mirada se encontró de frente con la pequeña cabaña de aspecto sin duda acogedor cuando supo que apenas unos segundos la separaban del ansiado reencuentro con la mujer.

 

Cruzó el limpio terreno levemente inclinado que llevaba a aquella estructura de piedra y le indicó a Razz que la esperase fuera sabiendo que la bestia aprovecharía para cazar alguna que otra ardilla que se cruzara en su camino. La blonda italiana subió las empinadas escalinatas que llevaban a la puerta dando pequeños saltitos y empujó la puerta que alguien había dejado entreabierta posiblemente para facilitar el paso a sus alumnos. Notó que era la primera en arribar mucho antes de advertir la presencia de la dorada leona o el hilo de vapor que se elevaba de una taza de té de apetitoso aspecto. Su mirada se posó en la felina con incredulidad ¿De verdad pensaba Asenath que ella caería por un truco tan burdo, tan obvio y tan cliché? Puso los ojos en blanco mientras dibujaba en sus labios una sonrisa socarrona.

 

- Un placer volver a encontrarme contigo, Asenath.

 

No esperó a encontrarse con su severo rostro, su morena piel o sus ojos grises cuando la guerrera adoptó su anatomía humana. Ignoró gran cantidad de sus palabras, reteniendo lo más importante de los conceptos que su molesta boca expulsaba y eliminando de la existencia el resto de sus dichos. Si bien no renegaba de la peculiaridad de la tarea asignada por la Uzza, la aristócrata la aceptó de buena gana: la idea acompañaba el título de aquel tomo. Se acercó a la superficie donde la esperaba el lápiz y tomó con su diestra. Extendió el índice de su mano zurda encerrando el resto de sus dedos sobre la palma y colocó sobre él la punta de aquel objeto. Su delicada piel blanquecina apenas se hundió ante la presión de la mina. Sostuvo unos momentos más el lápiz con la mano derecha buscando el punto justo de equilibrio.

 

- Esto es muy fácil ¿Sabes cómo se prepara a una joven aristócrata para enfrentarse a una vida de relaciones sociales con gente de su clase? Enseñándole como caminar entre ellos. Contener la respiración con la cantidad mínima de aire como para no desfallecer, mente en blanco que a muchos aquí no le costará poner y concentración.- indicó Di Médici, replicando en ella sus propias medidas.- Sobretodo concentración. Vista fija…y ya.- dijo, soltando el lápiz que se sostuvo con perfecta verticalidad sobre su índice. Cinco segundos de balanceada concentración y ni un gramo de aire escapando de sus pulmones. Cinco segundos exactos.

 

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Expectación pura y genuina era lo que sentía la rubia sobre lo que desentrañaba aquel libro en sus manos y por supuesto la puesta en practica de aquellos poderes especiales bajo la vigilancia de un guerrero Uzza. Desde que se había inscrito revisaba la correspondencia con algo de ansias esperando lo que no llegaba, hasta que al fin cedió como todos a los atractivos de la celebración mágica por excelencia, la noche de brujas o el llamado Halloween. Y por eso precisamente no había notado el pergamino con la notificación del inicio del entrenamiento que ahora reposaba sobre el libro.

 

--Heidaaaaa ¿cuando llego esto?-- pregunto a gritos a su elfina con el ceño fruncido, pues si el contenido de la nota era cierto, disponía de solo minutos para no llegar tan tarde al sitio del entrenamiento. La elfina en vez de contestar, puso sobre la cama el bolso de cuentas y un par de atuendos para que la bruja eligirera. Media hora después Cye hacia uso de la desaparición para materializar su cuerpo en un medio no conocido.

 

Al principio estaba desorientada, luego asombrada de que no hubiera una edificación frente a ella, sino vegetación, árboles hermosos, si, pero no era el destino que planeo, su aparición había fallado inexplicablemente... --¡Esto esta raro!-- murmuro examinando los alrededores, le gustaba la naturaleza, era una sacerdotisa acostumbrada al entorno natural, a horas y días de meditación y también al silencio que muchas veces gritaba con más fuerza que el propio ruido de la gente.

 

Sus sentidos se pusieron alertas cuando empezo a caminar y apunto con su varita para liberar su pie de una raíz con la que se había enredado, para sorpresa la varita no le obedecio, como una antorcha cuando se extingue simplemente hizo un plop y algo de humo salio de la punta de la misma, hizo, uno, dos, y hasta tres intentos y nada paso.

 

--Esto no es gracioso-- grito, suponiendo que algo inhibia el vinculo mágico entre bruja y varita y la normal consecuencia que era conseguir el hechizo. Miro a todos lados pero aparentemente estaba sola, se agacho para desatascar el pie con la mano y como si le hubieran lanzado un reto que no podía obviar, se puso en marcha decidida a encontrar al guerrero uzza.

 

Poco después una cabaña apareció ante si, así que allí estaba, entro notando de inmediato la presencia de una leona dorada, pero el olor del chocolate la distrajo, sedienta e incapaz de ignorar tal delicia fue por una taza y también un pequeño panecillo relleno de queso y condimentado con hiervas. Dio un par de mordidas y varios sorbos, hasta que el rugido de la leona volvio a llamarle la atención y presenció la transformación, en realidad era la guerrera que la les guiaria.

 

"Nada es lo que parece" repitió mentalmente observandola con atención pues su armadura era hermosa, lo siguiente que escucho fue una petición para que sostuvieran un lápiz y una pregunta que quedo en el aire. La sacerdotisa se ofreció a la primera, y tomo el objeto posicionandolo en su dedo y sosteniendolo con la otra mano, en cuanto lo soltaba este caía, una y otra vez lo intento con el mismo resultado, ¿Como algo tan simple le tomaba tanto tiempo en ejecutar? Tuvo que acudir a su serenidad, respirar con calma, tranquilizar primero su mente y luego su cuerpo, respirar rítmicamente y ser consciente de cada elemento, aire, peso del objeto... Hasta que consiguió el balance, entonces el lápiz se quedo quieto y suspendido sobre el dedo de la bruja.

 

--Concentración, y equilibrio... Todo el entorno cuenta, peso del objeto, aire, respiración incluso hasta mi propia conciencia y percepción-- pronuncio contestando según su propio parecer la pregunta de la Uzza.

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La expresión de la Uzza frente al comportamiento y actitud de Lucrezia se mantuvo serena, bastante neutral, se había cruzado con tantas personalidades durante su vida que las emociones pasaban a ser algo secundario cuando te convertías en una verdadera guerrera. Todo lo que pudiera decir sobre las clases o relaciones sociales carecía de valor, para Asenath eso no tenía un verdadero significado y le parecía, por tanto, una pérdida de tiempo. Vio como ignoró lo que antes le había ofrecido y se centró en la siguiente: Cye.

—Es cierto que todo cuenta y sí, hace falta concentración. La respiración es muy importante, cuando empiezas a ser consciente de ella y en general de todo lo que pasa a tu alrededor, tomas mejores decisiones, tu magia se eleva. No todo es tan fácil como lo quiere pintar, Di Médici, no se sobrestime, porque entonces subestima al resto, ese es el primer error que cometen durante la batalla —explicó —. Los guerreros se deben respeto, no por la familia de la cual vengan, ni de las posesiones, sino porque son capaces de reconocer las habilidades de su adversario, pero depende de ustedes de qué tipo quieren ser, pero si quieren continuar, espero que mínimamente lo entiendan.

Asenath se rehusaba a seguir enseñando a alguien que creyera estar por encima, había conocido a muchos así que cavaron su propia tumba por simplemente hablar de más. Había sido un error que aceptara enseñar los poderes del libro a personas que no se atrevían a ver más allá de sus narices, pero era una responsabilidad que tenía con todo el pueblo Uzza asegurarse de que los poderes no cayeran en manos equivocadas.

—Bien —intervino al cabo de un rato —Es momento de que salgan a explorar. En la selva encontrarán todo tipo de desafíos y peligros. La única magia que quiero que usen, en la medida de lo posible, es la del libro, yo estaré observándolos de cerca, vigilando su técnica y la forma de emplear los anillos y amuletos. No dañen la naturaleza y si lo hacen, reparenla. No admitiré menos que eso —indicó, esta vez con un tono severo, para que supieran que no se andaba con juegos. Ella estaba dispuesta a dar su vida con tal de proteger la naturaleza y no permitiría que nadie la dañara.

—Y tú —esta vez digiriéndose a Cye —Espero que haya disfrutado la comida, pero yo que usted tendría mucho cuidado —. En algo si había sido muy astuta Lucrezia y es que de algún modo olió los planes de la Uzza sobre envenenarlos. No había querido atentar contra sus vidas, o tal vez sí, pero si no podían superar un leve envenenamiento quizás no merecían estar allí; la comida no era la única envenenada, allá afuera en la selva había de todo.

—Nos vemos en dos horas.

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En el instante en que el rechinante sonido de las bisagras de la puerta penetró por sus oídos su instintiva mirada se clavó en quién había cruzado el umbral de aquella entrada. Escudriñó en ella por unos segundos. La joven que se había unido a la clase resultaba poseer unos rasgos muy parecidos a los de la blonda italiana, quien se vio sorprendida por su presencia. Claro, la nueva pupila en el aprendizaje del libro del Equilibrio carecía de la impronta elitista y refinada que ella enarbolaba como bandera esencial, pero desprendía a su paso una simpatía jovial que le era difícil de digerir. Siguió unos momentos más el curso de sus pasos hasta que la tuvo en la suficiente cercanía como para hablarle sin elevar el tono de su voz.

 

- Lucrezia Di Médici, sexta de mi nombre. Un gusto. - se presentó de manera ceremonial y respetuosa, manteniendo la mesura en su tono de voz.

 

La contempló unos instantes mientras la veía una y otra vez intentar mantener el equilibrio, algo sin dudas en principio costoso. Lucrezia había ejecutado decenas de prácticas previas para superar con excelsa habilidad ese tipo de tareas y aunque sintiese que estaba preparada para el resto de los retos que Asenath seguramente había preparado no iba a dejarse llevar por la supina facilidad del primero de ellos. Si bien el equilibrio físico era algo que ella dominaba con soltura, el equilibrio al que seguramente hacía referencia aquel libro -el espiritual- era algo en lo que aun sufría tropiezos. Si bien era ducha en el complejo arte de mantener la mente despejada para lograr la más eficiente de las mentiras muchas veces era víctima de la irritación que le causaba la necedad de las personas.

 

- No me sobreestimo, Asenath. Mi estima está en perfecto equilibrio conmigo misma: elevada, alta, difícil de alcanzar. Además no puede alegar tan abiertamente la poca importancia que tienen las familias o nuestros orígenes siendo una Uzza, un clan en lo que esas cosas tienen una relevancia obvio. - le dijo ahogando la impertinencia con la que le hubiese gustado dirigirse a ella.- Con respeto, claro.

 

Asintió con la cabeza ante la indicación de Asenath aunque no abandonó su posición hasta sentirse completamente preparada. Chasqueó sonoramente el dedo medio de su mano derecha con el pulgar y materializó su monedero de piel de moke en la zurda. Desenlazó las doradas cuerdas que lo mantenían sellado y tomó de su extenso interior todos los artefactos ligados a aquel libro: El anillo antiveneno, que era de incalculable valor en el contexto tropical al que estaba a punto de aventarse; las semillas de hielo, cuya utilización había atestiguado varias veces y un pilar fundamental en su interés por el libro; los pétalos de pensamiento, cuyos porcentajes en la elaboración de pociones había memorizado; y el amuleto de la resurrección, que esperaba no verse obligada a utilizar en ese momento ni en ningún otro.

 

La aristócrata se colocó el anillo en el dedo índice de su mano izquierda, se colgó el dorado amuleto del cuello y resguardó en su prominente escote tanto los pétalos como el diminuto frasco traslúcido que guardaba las semillas de hielo. Le dedicó una expeditiva mirada a Cye, en la que genuinamente le deseó lo mejor pese a la incomodidad que le generaba su alegre presencia, y luego observó a Asenath. Lucrezia era sumamente consciente de lo límites que los guerreros tenían para impartir los conocimientos descriptos en los libros pero sabía muy bien que aquella mujer de hermosa piel morena y de actitud parsimoniosa guardaba para ella un real desafío. El desafío mutuo surcó aquel intercambio de miradas como antesala al abandono de la cabaña.

 

Al bajar las escalinatas para tomar nuevamente contacto con el césped le hizo un ademán a Razz para que no abandonara su posición junto a la entrada; sabía que indicarle al hipógrifo que la acompañase provocaría un innecesario peligro para su mascota ante las pruebas que Asenath le puso en el camino. Avanzó con paso presuroso hacia la espesa selva, esquivando con agilidad las lianas que caían de las copas de los árboles y manteniendo el equilibrio de su estilizada figura al contornear con suma delicadeza las caderas. Evitó tropezar con las piedras y las móviles raíces que entorpecían el sendero, se sostuvo de las sólidas cortezas cuando lo intuyó necesario y siguió caminando sin perder un ápice de elegancia. Todo ello hasta que las flores de vistosos colores, enaltecidos para atraer a sus víctimas, comenzaron a desprender sus toxinas. Una lluvia de polen se precipitó desde lo alto de las copas amenazando con llegar hasta la aristócrata. Rápidamente activó su anillo antiveneno.

 

- Sé que éste es solo en comienzo, Asenath…- exclamó con un natural tono desafiante.

 

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Por supuesto que ese era solo el comienzo. Asenath seguía los movimientos de Lucrezia de nuevo en su forma animaga, moviéndose entre los árboles con sigilo, esperando a no ser escuchada, aunque con lo concentrada que se mostraba dudaba que se hubiese percatado del todo de su presencia. Su uso con los anillos y amuletos había estado impecable, nada que reprocharle, ahora quería ver su destreza con los hechizos, por lo que la Uzza mandó a varios animales para que la atacasen, con el compromiso de no matarlos, pero si dejarlos fuera de combate. De este modo la bruja se tendría que enfrentar a cada uno de ellos, que no iban a dudar para lanzarse directo a su cuello.


<<Ahora es cuando demuestras de lo que estás hecha>>, pensó. De nuevo la estaría observando, vigilando de cerca, sin hacer ningún otro movimiento más que el de seguirla con los ojos. Se notaba que había repasado el contenido del libro, esa parte demostrada que la bruja era aplicada, ¿pero qué tal le iría con el manejo de la varita? Eso estaba por verse. Por otro lado Cye estaba quedando rezagada, ¿y si no había podido hacer nada con respecto al veneno? Bueno, al menos no la dejaría morir, no era tampoco su intención, muy a pesar de lo dura que parecía ser.


Pocos eran los aprendices que recibía que demostraban un dominio sobre los poderes del libro a pesar de que esa fuese su primera vez usándolos, tenían un talento natural, eso no se podía negar, pero otra cosa era cuando estaban en el campo de batalla. Su momento favorito del día sería cuando bruja y bruja se tuvieran que enfrentar en un duelo en igualdad de condiciones, donde Asenath actuaría como espectadora y jueza, sin intervenir, tan solo evaluando la técnica usada, el movimiento, el control de su respiración, el entendimiento en sí del hechizo empleado del libro, todo un sin fin de cosas que la permitirían llegar a la conclusión de si alguno de ellos merecía o no cargar con los poderes del Equilibrio.

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