Sangiovese & Merlot
El lugar estaba estratégicamente levantado a pocos pasos de la Tienda de Varitas Ollivander's y justo en frente a la Casa de Infusiones Ill Buon Gusto, facilitándole el gerenciamiento de ambos negocios a las dueñas y aquello saltaba a la luz. Lucrezia Di Médici había adquirido aquella propiedad a una humilde comerciante que décadas atrás había invertido sus pocos ahorros en abrir un comercio de golosinas varias que luego de varios años al servicio de la comunidad había cosechado cierto renombre entre los amantes de la comida chatarra. Sin embargo, una época que demandaba más mesura en la dieta de los magos y bruja había provocado una merma en el número de clientes así como una precipitada nulidad en las ganancias. La aristócrata italiana había utilizado una vieja artimaña financiera gracias a su influencia en el Banco Médici comprando aquel espacio aun en actividad a precio vil, apenas unos galeones por encima de un mes de alquiler en la zona más oculta del Callejón Knockturn.
Un ojo avezado en el arte del comercio y los negocios no podía más que alabar y envidiar la ubicación que aquel recinto tenía. Dentro de una de las zonas más transitadas del Callejón Diagon y cerca del centro neurálgico que constituía el Banco Mágico Gringotts, el contexto espacial no hacía más que potenciar su capacidad de generar dinero. Cientos de magos y brujas de todas edades, procedencias, clases sociales y poder adquisitivo pasaban cada jornada de compras por enfrente de aquel amplio local. Los imponentes rayos del sol lograban atravesar los altos techos que eran moneda corriente en la zona y bañaban con su tenue luz la fachada del lugar durante todo el día. El reconocible olor a vino que se percibía alrededor, danzando perpetuamente en el aire, conformaba una perfecta invitación implícita a frenar y admirar el negocio que allí se alzaba con toda su elegancia.
Completamente construida en madera de nogal endurecida y laqueada para proporcionarle a la estructura resistencia y una estética más moderna, la bodega Sangiovese & Merlot era sin dudas llamativa en aquella callejuela del Diagon, ya que disonaba totalmente con las construcciones en piedra que tenía a los lados. Un cartel colgante, unido a un borde de madera mediante dos fuertes cadenas de oro, indicaba con la elegante caligrafía de Lucrezia el nombre del lugar y lo resaltaban mediante centellantes letras doradas. Bajo éste se encontraba la entrada, constituida por una puerta doble de igual material que su marco y el resto de la construcción y que en ambos paneles contaba con dos pequeñas ventanas redondas que permitían ver hacia el interior del lugar. A ambos lados de ésta se ubicaban dos barriles de mediana altura y duela ancha meramente ornamentales, con el único fin de contextualizar la naturaleza del negocio. Dos notables ventanales ladeaban también la entrada y le concedían cierta iluminación natural durante el día, aunque la dueña había mandado a colocar dos cortinas guinda para mantener la atmósfera cerrada que gustaba imponer en el lugar.
A diferencia del exterior, el interior del local si hacía gala del gusto refinado y lujoso que caracterizaba a Lucrezia Di Médici. Sin embargo, ésta había desecho la idea de una decoración grandilocuente típica del resto de sus propiedades y decidió dejar que la exquisitez de su ser la denotaran los detalles: Los cuadros renacentistas originales colgados cuidadosamente de la pared en sus marcos dorados, espaciados unos de otros estratégicamente para no saturar la vista de los clientes ni los amantes de aquel tipo de arte, de óleo y de retratos; la cobriza e imponente araña colgante, que servía como una única luminaria que llegaba con su calidez hasta al más inaccesible recoveco del lugar, presentaba en los bordes detalles en oro y plata; las copas, de lujoso cristal Baccarat, eran diseñadas exclusivamente para ser exhibidas y utilizadas en el local, constituyendo verdaderas obras de arte en esencia. Cada mínimo aspecto de aquel lugar había sido elucubrado con espíritu perfeccionista y minucioso.
El mobiliario estaba dispuesto de una manera armoniosa y milimétricamente medida. Cuatro filas de redondas mesas de madera de olivo se extendían en el lugar, con el suficiente hueco entre ellas para transitar con total normalidad por un recinto que invitaba a hacerlo. Cada una contaba con un juego de cinco sillas del mismo material, que formaban un conjunto homogéneo donde primaba la pulcritud y el lustre que los elfos domésticos sacaban sobre las tablas. El mobiliario no presentaba ningún tipo de diseño destacable, más bien eran totalmente comunes en cualquier bodega de similares características. En las paredes laterales a la entrada se podían encontrar tanto estanterías estándar como vinotecas hexagonales estructuradas de distintas formas, donde reposaban botellas de vino de distinto tamaño, fórmula de elaboración, calidad de la vid, periodo de añejamiento, origen y proceso de elaboración.
La pared frontal a la puerta de entrada al lugar presentaba la que era quizás la zona donde más movimiento se llevaba a cabo. A ambos lados de la barra, atendida día y noche por Brando, se ubicaban cuatro barriles ovales de madera de roble francés, gran barriga y conector/canilla de bronce, que permitía a los clientes servirse su propio vino de la casa Médici dejando al encargado el valor especificado en los carteles superiores. En la zona abundaba un embelesaste aroma a frutos secos proveniente del rústico material del que estaban constituidos estos robustos contenedores. La barra era minimalista, estilizada y elegante, luciendo el imprescindible escudo de la familia Médici grabado detalladamente sobre el frente que dejaba a todos apreciar el origen de la bodega que visitaban. Altas banquetas de un cómodo asiento acolchonado y rojo, con apenas un mínimo respaldo metálico, formaban una larga hilera que permitía al individuo sentarse a degustar un buen vino apartado de las mesas, quizás en la más profunda de las soledades. Sobre la barra levitaban a gran altura una docena de copas para vino de cáliz ancho y boca levemente más estrecha que eran encantadas por Brando a medida que el lugar se llenara.
Toda la bodega de la familia Médici era elegantemente ambientada por una suave melodía que provenía de un piano de cola mágico, emplazado en una de las esquinas vacías del lugar, que funcionaba para amenizar las noches bajo la tenue luz de la colgante araña. El repertorio variaba según la época y las festividades más próximas, pero la línea sónica y dulce de las piezas que solas se interpretaban rara vez se veía alterada, pues Lucrezia veía aquello como una característica esencial de una buena velada de cata de vinos. En oportunidades únicas las dueñas invitaban a excelsos músicos a tomar la música más clásica y bonita que la sociedad mágica conocía.
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Elfos: Brando es un elfo doméstico regordete, que siempre trabaja ataviado en un saco gris y desgastado, una boina haciendo juego en una textura algo más ateciopelada pero de color similar y una camisa blanca tan larga aunque para una persona común no es más que un talle estándar- que llega a cubrir sus piernas. Es una criatura amable que cumplió el servicio de toda su vida para la familia Médici. Brando tomó relevancia en el ejército de siervos de la aristócrata familia cuando una de sus más reputadas miembros, Lucrezia Di Médici, lo llamó para servirla en su emprendimiento vitivinícola particular.
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