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Melrose Moody
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There's such a sad love
Deep in your eyes A kind of pale jewel
Open and closed Within your eyes
I'll place the sky
Within your eyes

There's such a fooled heart
Beatin' so fast
In search of new dreams
A love that will last

David Bowie

O, en palabras de una traducción cualquiera:

Hay un amor tan triste

En lo profundo de tus ojos. Una especie de pálida joya

Abierta y cerrada, dentro de tus ojos

Colocaré el cielo,

dentro de tus ojos

Hay un corazón tan engañado

latiendo deprisa

en busca de nuevos sueños,

un amor que será duradero.

 

Reagan y Vincent, conversando en una finca francesa apartada de la ciudad

3:00 a.m.

—Yo apuesto que lo hará.

Reagan luce una expresión segura en su rostro oscuro y ovalado. Lleva también un abrigo de lana que parece inadecuado para la cabaña oscura y de techos altos en la que se encuentran. Vincent parece estar a punto de decirle algo pero cambia de opinión y cierra la boca sin llegar a expresarlo. Solo que Reagan puede leer en su mente lo que iba a decirle de todas formas.

—Temes por mí y por Alda.

No puede negarlo, así que alza su botella de Cheval Blanc y da un largo trago de ella, expresando así que su compañero tiene razón. Luego, la sostiene entre sus manos frías balanceando los pies en el aire, mientras observa cómo Reagan pasea de un lado al otro, haciendo girar entre sus dedos la daga que tiene en la mano izquierda. Los movimientos son rápidos y gráciles; por momentos, la daga parece tan solo una mancha de color plateado.

—Ah, cher.

(Aparece Alda)


Vincent da un pequeño salto y sus botas hacen un sonido limpio y seco al tocar el suelo. Había estado sentado a más de metro y medio de altura sobre un aparador enorme, así que se acomoda el mechón de pelo que le cae sobre el rostro por ello, antes de acercarse a la muchacha que acaba de aparecer. Segundos después, revolea la mano y enseguida aparece colgando un pañuelo de hilo de ésta, como si fuera magia. Alda parece encontrarlo divertido pero es difícil descifrar su expresión en realidad. Toma el pañuelo y lo ata a su muñeca como un brazalete para luego alzar la mano. Vincent le planta un beso en el reverso de ella sin comentario alguno.

Reagan lanza entonces la daga con la que había estado jugando; pasa exactamente por el espacio que se forma en medio de ellos al separarse con un movimiento brusco. Pasa silbando por el aire, antes de clavarse en el blanco con la pintura descascarada que cuelga de la pared opuesta.

—Hola, Alda.

La muchacha vuelve sus ojos grandes y ahumados hacia él y también extiende la mano. Reagan la toma con suavidad para llevarla a un lado de su rostro como si fuese una pequeña caricia, antes de besar el reverso de ella también. Eso, hace que se gane un siseo por parte de su hermano. Es gracioso como a esa distancia, al dirigirle una mirada rápida y divertida, alcanza a verle los colmillos a la perfección.

Entonces dejan de lado la pantomima. Los tres toman asientos alrededor de la chimenea, en la que ahora arde un fuego. La apuesta ha sido cumplida ahora que Alda ha llegado vestida como una muñeca de porcelana. Décadas de ruegos, finalmente dando sus frutos en una única noche: vestido de muselina, medias delgadas, zapatos claros, cabello ondulado recogido con un lazo de seda. Lleva también un collar y un único pendiente. Los destellos del fuego reflejados en su piel, uñas, ojos y cabello solo consiguen destacar aún más que es una bebedora de sangre.

Reagan inicia su historia y sus dientes también provocan los mismos destellos que las uñas de Alda cuando su voz rompe el silencio:

—Mis queridos utópicos, son ya quinientos años de nuestro aniversario de muerte ¿algún plan?

Vincent se encoge de hombros y le da otro trago al Cheval Blanc que vuelve a estar de nuevo milagrosamente en sus manos. Alda por otra parte parece quedarse sumida en sus pensamientos por un buen rato. Así que Reagan continúa.

—Me he levantado hoy de la tierra para este encuentro. Desde la última vez, han pasado ciento cincuenta años.

Más silencio recibe a éstas palabras, así que extiende la mano para tomar la botella y darle un trago también. Así consigue que Vincent intervenga al fin.

—Yo digo que disfrutemos de este mundo actual, no sabemos cuánto habrá de durarnos.

Reagan sonrió.

—Sé lo que piensas: ¿será cierto que los humanos van a destruirlo en tres décadas más? ¿De qué sangre viviremos entonces? Ah, también opino que seguirás siendo un alcóholico aunque los humanos se extingan o logremos mudarnos con ellos a otro planeta ¿fabricarán Cheval Blanc en Marte?

Vincent alzó la botella en señal de acuerdo y dio el enésimo trago de la noche pero la expresión de Reagan había cambiado un poco.

—Hay guerra —puntualizó con el mismo tono con que había anunciado el alcoholismo de Vincent— ¿Deberíamos intervenir?

Ambos vampiros frente a él negaron con la cabeza. Reagan soltó un suspiro y asintió. Eso le dio ánimos a proseguir.

—Lo siguiente es qué hay para la cena ¿muchacho o doncella?

Los hermanos se miraron sin decidirse. Cada uno había consumido un humano antes de llegar allí pero la pregunta real era ¿cuánto había cambiado el mundo desde que se fueran a dormir?

Sin tener una respuesta para ello, Reagan tomó dos copas para compartir el vino, mientras Vincent mantenía la botella sujeta.

Editado por Melrose Moody

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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  • 2 semanas más tarde...

El frufrú de la amplia falda le trae recuerdos, de hace un par de siglos. No puede verse en el espejo, de modo que sólo es capaz de examinar el costoso vestido desde arriba, los brazos enfundados en guantes extenderse a los lados, los zapatos resonando contra el suelo a medida que camina por la amplia casa. Examina todo con indiferencia, como si no fuera ella la que estuviera usando aquellos harapos y chucherías. Quizás es por eso, aquella sensación de distanciamiento con su propio cuerpo, que camina con calma hasta el salón donde la esperan sus hermanos; quizás es por eso que no está avergonzada por vestir como una muñeca de porcelana, quizás es por eso que no se inmuta ante el exagerado saludo de Reagan y la reacción de Vincent. Ella no es buena leyendo gestos, pero cuando ve a sus hermanos en los ojos, puede escucharlos y entenderlos. Es así como confirma que están satisfechos.

 

No le hizo mucho caso a Victoria, su sirviente, cuando le dijo al borde de las lágrimas lo hermosa que se veía. En primer lugar porque no podía verse al espejo y ver lo que ella veía. En segundo lugar, porque ¿qué importaba si se veía hermosa? ¿El punto de aquel reto no era lucir ridícula, tras haber tomado un baño mucho más largo de lo necesario y vistiendo lo que aquellos niños entrometidos encontraron en el cofre de su vida pasada? Todavía no está segura de comprender qué es lo que buscaban o por qué se sienten satisfechos, pero tampoco le interesa, en realidad. Sólo está cumpliendo con su palabra. «Una promesa es una promesa, por ridícula que sea; la familia es la familia, por lo molestos que puedan llegar a ser.

 

Alda se deja caer en un mullido sillón, extiende las piernas para dejarlas reposar sobre una pequeña butaca, y se bebe el contenido la copa de un gran sorbo. El vino tinto se desborda y se chorrea por las comisuras de sus labios y su mentón, manchando su piel blanca —quizás un poco grisácea— y las telas beige de su vestido. Recuerda de forma muy vívida el aprecio que le tenía a esa prenda en particular, lo cual ahora le parece ridículo; lo que permanece como una nube grisácea en su mente, es el motivo de esto, pero ¿qué importancia tiene ahora? Con una sonrisa juguetona, esas que convencen a Vincent, extiende la copa para llenarla nuevamente.

 

—¿Por qué nos quieres encerrar en ese falso conflicto? —habla Alda por primera vez— Bien sabes que hay fiesta en el pueblo, así que podemos tener un banquete. Muchachos, doncellas... y todo lo demás.

 

»Nos iremos antes de que despierten de su resaca —la mujer se toma un momento para estudiar, por enésima vez, las paredes envejecidas, las vigas llenas de telarañas y la chimenea encendida por primera vez en cincuenta años—. Ya estoy aburrida de este lugar. Como lo han dicho, no sabemos cuánto tiempo le queda a este mundo y tengo la sensación falta mucho por ver. Hace mucho que no nos vamos de viaje.

 

Alda suspira. Solían ser nómadas, pero algún punto la comodidad de las casas lujosas, el extraño hábito del vino y la facilidad de la comida en los pueblos apartados los convirtió en vampiros sedentarios.

Editado por Ellie Moody

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Edward Jones.

Algún Cementerio en Francia.

 

La madera empezaba a mellarse con los duros golpes de puño que iba recibiendo. La calidad de la tapa era excelente. Pero eso no decía que con reiterados golpes con un mínimo de fuerza, no pudieran romperse. Cuando los pequeños granos de tierra empezaron a invadir el pequeño espacio del cajón que el cuerpo no llegaba a cubrir. Edward cerró la boca, para no comer aquella tierra podrida. En el siguiente golpe, su puño traspaso la madera, creando un boquete que rápidamente empezó a ampliar con ambas manos. La rapidez era esencial para luchar contra tierra.

 

El silencio del cementerio fue roto cuando Edward pudo sacar la cabeza de las profundidades del suelo para tomar una larga bocanada de aire. Sus pulmones muertos empezaron a trabajar de a poco. Podía sentir su resistencia como una maquina a la que le hace falta aceite en un engranaje. La desnudes del hombre estaba cubierta por la tierra. No se molestó en cubrirse, su despertar no había sido en vano, ni casualidad. Tenía un objetivo que cumplir. Aunque tenía la mente un poco embotada, no tardo en erguirse para acercarse a la tumba que estaba a su lado.

 

Aunque esta apenas se leía el nombre de su dueña, él lo conocía de memoria. Empezó a cavar la tierra con sus manos desnudas. Con eficacia, quería llegar al cuerpo que estaba descansando debajo. ¿Estaría ella despierta? ¿Habría sentido el llamado? El vampiro de a poco iba recordando pequeñas detalles. Aun recordaba la promesa de volver cuando fuera el tiempo el indicado. Sus manos dieron con la tapa del cajón. Tan pulcro y de color negro como el suyo. Tiro de ella con todas las energías que le quedaban, hasta sentir que se rompía de sus goznes.

 

-Carmen -Murmuró con la voz ronca por no usarla.

 

 

@@Tauro M.

Editado por Jeremy Triviani

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Aylin Stark

Agrigento, Sicilia, Italia, 5:05 a.m.

Quentin sacude su hombro con suavidad. Aylin no ha estado durmiendo en realidad, pues tenía un sueño muy vívido; es extraño, porque ella no suele soñar y había asumido ya, que ningún vampiro lo hacía. Si tiene que dale alguna definición, supone que la palabra visión sería mucho más adecuada y cercana. Se estremece un poco al sentarse y darle a Quentin un beso en la mejilla: su sirviente se retira un tanto anonadado.

 

Ciertamente, las imágenes que viera en esa duermevela no son cuestiones del azar. Son demasiado específicas y claras como para tratarse de algo tan trivial. Aylin siente que algo importante sucede así que sale al exterior tan solo con el vestido y la bata encima. La luna desprende un brillo fuerte, que le permite ver el mar. El olor es intenso y agradable, salado, sacándola de su sopor. El clima ya se está tornando mucho más húmedo, debido al invierno. De ser una humana, no vestiría tan solo pijamas de seda pero es un lujo que se puede permitir.

 

Sus manos se deslizan por la balaustrada intentando captar ese mensaje que ha quedado colgando a medias, sus pensamientos buceando de un lado a otro en busca de pistas. Sus ojos grises lucen más pálidos por el reflejo de la luz de la luna cuando los mantiene abiertos, algo vidriosos, y sus labios forman tan solo dos palabras antes de soltar un gemido de comprensión repentina. Vuelve a internarse en la habitación arrastrando los pies descalzos y llama a Quentin, quien enseguida se encuentra a su lado. Repite entonces las palabras que dijera antes, para luego añadir mucho más:

 

—Los antiguos —su voz siempre clara, parece flaquear de repente—. Ellos me han convocado. Habrán o... es decir, deben haber despertado.

 

A pesar de que no son tan pocos como cabría esperar de una raza que no tolera vivir con sus semejantes por mucho tiempo, hay todavía un número decente de vampiros con varios siglos encima. No son, ni de lejos, comparables a los hijos del milenio, aquellos que han sobrevivido más de mil años sobre la tierra y aún así, para alguien como Aylin, que apenas carga poco más de dos siglos y medio encima, son casi una celebridad. Sabe sus nombres: Vincent, Reagan y la infame Alda. Se decía en los registros que ella conocía que Alda era una vampiro fiel a su raza, desprovista de los sentidos humanos de roles y modales innecesarios. Decían también que era una asesina formidable pero eso no le consta. Si ha de ser honesta, es por Vincent por quien siente una curiosidad casi rayana en la obsesión: hijo de aristócratas franceses, se rebeló contra sus padres desde muy joven. Sus registros son confusos y los testimonios acerca de él más aún... silencioso, adicto, brutal.

 

Aylin quiere saber.

 

Quentin se acerca con su ropa habitual y Aylin se cala el vestido oscuro, el sombrero que ajusta con una cinta, los tacones número quince. Observa a su sirviente insegura, pues el muchacho es prácticamente incapaz de separarse de ella debido al vínculo de sangre que los ata mas, a la par, le sería del todo imposible llevarlo consigo al lugar a donde pretende ir. Podrían matarlo en el acto. Tiene que modular la voz, intentar parecer indiferente cuando dice:

 

—Quédate aquí, Quentin.

 

Puede ver el dolor reflejado en su rostro, las manos crispadas, los pensamientos de resentimiento. Tiene que utilizar su dominio para convencerlo y parte con asombrosa rapidez. Si ellos desearan ocultarse, no tendría forma de encontrarlos pero ellos no parecen tener intenciones de hacerlo, de hecho, parecen estar invitándola a ella y a cualquiera que sienta curiosidad y sea lo suficientemente est****o como para aproximarse. Aylin intenta hacer caso omiso de su corazón desbocado, un órgano que no debería ser capaz de sobreexcitarse en un cuerpo muerto pero que, quizá por los pensamientos que ella va agolpando, cree oír que parece sonar más acelerado.

 

Llega rápido al puerto y consigue el barco que la llevará al continente pero ¿será posible que alcance a verlos todavía? Desea tener la capacidad de volar, como se dice que pueden hacer ciertos vampiros por limitados espacios. Sin embargo, ella no es uno de esos así que tiene que contentarse con apurar al capitán, para luego escuchar desde el camarote al que no llegará la luz del sol, cómo éste se pone en marcha.

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Carmen Jones.

Algún Cementerio en Francia.


Lo suyo era un sueño profundo, uno que llevaba alimentando durante siglos. No le molestaba estar allí, hacia mucho que había decidido junto a su amado dormir por la eternidad o al menos hasta que llegara el momento, sin embargo durante las últimas semanas había tenido el mismo sueño recurrente, uno que la obligaba a despertar agitada, como si le faltara el aire y le hacía recordar aquella sensación tan mundana. Lo peor no era eso, sino que cuando intentaba saciar su hambre se veía a sí misma bañada en sangre, en la suya.


Esa noche volvió a tener el mismo sueño, sentía que algo picaba su cuello desde adentro, le dolía y quemaba como lava caliente, pero su cuerpo se negaba a responderle. Estaba atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar y tampoco podía pedir ayuda porque su voz no le funcionaba, lo único que la calmaba era pensar en Edwards, pero en sus últimos sueños su rostro se había difuminado tanto que ahora no lo alcanzaba a ver y eso la estaba matando.


Lo que habían hecho estaba mal y quizás ese era su castigo, Carmen lo había arrastrado hacia esa vida porque ella simplemente no podía concebir la vida sin él y él por supuesto accedió. Al poco tiempo se arrepintió pero ya era demasiado tarde. Quiso llorar pero ya no poseía esa capacidad. Sintió golpes y rasguños a lo lejos, algo golpeaba su cara. Abrió la boca y sintió el sabor a tierra, ahí se dio cuenta de que seguía en su ataúd y probablemente en el mismo cementerio, pero ¿quién la estaba intentando sacar? Ahora estaba indefensa, no se podía despertar, se temía lo peor.


Los golpes se hicieron más fuertes y no faltaría mucho hasta dar con ella, un último estruendo y la seguridad que tenía se rompió. Dejó de luchar a propósito, como si eso la hiciera parecer más muerta de lo que ya estaba, pero lo cierto es que su piel seguía siendo de ese color canela brillante y sus labios tan rosados y vivos como siempre. Escuchó su nombre y eso fue lo único que necesitó para poder despertar. Movió la tapa y lo vio.


—Edward. ¿Por qué has tardado tanto? He tenido la peor de las pesadillas —dijo alzando sus brazos para abrazarlo.

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  • 3 semanas más tarde...

Reagan, Vincent y Alda

Departamento estilo Haussmannian - Cuarto piso

París - 1:00 a.m.

 

—No puedo creer que todavía tienes este lugar.

 

Reagan suelta una risotada. Alda no dice nada y Vincent permanece impasible. Sobre la repisa de la chimenea, le han dejado una botella de vino de Burdeos, así que las cosas no pueden ser tan malas. De todas formas, intenta no levantar la botella todavía y ocuparse de algo un tanto más urgente.

 

La muchacha en el mueble no se mueve todavía. Un golpe seco en la nuca había sido todo lo que había necesitado, no quería asustarla demasiado. Reagan había estado observándola de forma insistente, hasta que Vincent se había cansado del juego. Alda ni siquiera había intervenido; realmente, su cabeza parecía estar en otra parte.

 

Un gemido y la muchacha está moviéndose y abriendo los ojos. Vincent tomó asiento a su lado, le retiró un mechón de cabello de los ojos. La muchacha gimió otra vez y pareció querer apartarse mas, cuando abrió los ojos y quedó atrapada en la mirada de Vincent, inconscientemente se aproximó un poco y soltó algo que sonaba como un nombre. Vincent suspiró antes de volver la vista a Reagan.

 

Sus ojos hablaban de hambre.

 

Se incorporó, tomó la mano de Alda y se retiró hacia la habitación contigua, mientras escuchaban cómo Reagan calmaba a la muchacha. Vincent jamás había disfrutado demasiado el jugar con sus víctimas. Él prefería ejecutarlo rápido y limpio.

 

Alda lo acompañó al inicio pero quién supiera si por hambre u otras razones, pronto volvió a entrar, con Reagan. Vincent había extraído estratégicamente la botella de vino, así que tomó una copa y empezó a beber en silencio. Allí, solo había una alfombra cara, libros en una estantería, unos muebles. El complejo era gigantesco. El tipo de lugar que solo la gente que lo ha tenido por generaciones o puede pagar cantidades ingentes de dinero posee.

 

Estaba de mal humor. Había olvidado que no le gustaba eso de Reagan, Intentó no recordar por qué, intentó no pensar en la imagen de un Reagan humano, su esclavo. No era justo, eso había sido hacía mucho tiempo. Sus pensamientos empezaron a difuminarse mientras iba vaciando la botella, justo como quería.

 

Luego, un bandazo y él estaba dándose la vuelta más rápido de lo que se habría creído capaz y tomando del cuello a una muchacha de cabello extraño. Los colores no eran usuales, plateado y azul. Sus ojos grises tenían motas verdes y doradas si se observaba con detenimiento. Su aspecto era como salido de una pesadilla. Vincent no aflojó el agarre, si no hasta que ella dibujó un par de palabras en su pecho.

 

—Tú —había escrito, con dedos temblorosos, mientras sus ojos estaban muy abiertos. Ella no necesitaba respirar pero eso no lo hacía menos terrorífico, o doloroso—. Llamaste.

 

Vincent entendió y aflojó el agarre. Ni siquiera había soltado la botella de vino. Aylin cayó al suelo en shock para luego colocar una mano sobre su cuello con lentitud. No había marcas allí, ella ya no estaba viva. Su piel era dura como el mármol.

 

Otro bandazo y Alda y Reagan estaban allí, mientras Aylin seguía en el suelo.

 

Con una actitud que hablaba de una vida acostumbrada a la dominación, Vincent colocó un pie enfundado en sus botas negras sobre el hombro de Aylin. Ella no dudó en inclinarse ante él como si fuese un rey y Vincent saboreaba cada segundo. Presionó con fuerza sobre ese hombro de apareciencia tan blanca, blanda y frágil, que en realidad no lo era. Bajo éste no solo percibió una materia si no también una voluntad de hierro.

 

—Ya basta, Vincent.

 

Alda había hablado por primera vez en mucho rato, al menos para Vincent. Él sabía que ella no disfrutaba y que de hecho detestaba cuando ese lado de su carácter salía a la superficie pero... bueno, esa otra chica parecía entenderlo mejor. Alzó la vista, en donde no se distinguía el menor atisbo de humillación: sabía perfectamente quién era, su valía, por qué había venido y aquello que deseaba. Vincent no lo podía creer, sintió ganas de reír; ella estaba disfrutando de ese despliegue tanto como él, aunque con expresión seria.

 

—Es un gusto conocerlos a los tres. Soy Aylin Stark.

 

Vincent ya lo había leído en sus pensamientos, que ella no se había molestado en intentar ocultar. Reagan estaba súbitamente rígido. Encogiéndose de hombros, le trajo una copa llena de sangre. Vincent le dio un trago y bañó a Aylin con los remanentes.

 

—Has recibido mi hospitalidad —dijo entonces con una sonrisa desagradable y un tono teatral—. Estás segura en mi casa. No te mataré.

 

Aylin dejó entrever la más discreta de las sonrisas y se incorporó. Como siempre, llevaba unos grandes tacones número quince, en los que Vincent no había caído en cuenta. Silbó.

 

—¿Qué haces aquí?

 

El tono de la voz de Alda no hablaba de hospitalidad pero Aylin no se arredró.

 

—Los buscaba, a ustedes. Quería conocerlos.

 

Su cabello todavía goteaba con la sangre cuando tomó asiento en uno de los muebles y empezó a limpiarse con un pañuelo de hilo blanco. Lo hacía con paciencia, como si solo fuese por obligación y no porque le importara en realidad.

 

—Bueno, aquí nos tienes.

 

El tono era seco, bajo. Por la ventana, Vincent percibió extrañado un olor a lavandas. Se preguntó quién habría traído hasta allí ese olor consigo. Reagan palmeó sus manos dos veces. De los tres, era el peor manejando la tensión.

 

—Bien, eso lo resuelve. Ya hemos cazado por hoy, así que espero que tu también.

 

Aylin asintió, como si fuese algo obvio. Vincent arrugó el ceño pero pronto Reagan estaba alcanzándole una copa humeante, por lo que decidió ignorar el hecho y empezó a beber la sangre de un solo trago. Aylin, sin embargo, no estaba lista para dejar de hablar.

 

—Tengo entendido que también, además de vampiros, son magos.

 

Alda masculló algo incomprensible, demasiado rápido incluso para los propios vampiros. Reagan se limitó a asentir. Vincent ni siquiera se molestó en hacerlo: era evidente que esa muchacha los había investigado antes de arriesgarse a venir.

 

—Yo también lo soy —aclaró. Eso tomó a Vincent por sorpresa— pero no es por eso que vine —sus ojos parecían querer comunicar algo, que no terminaban de decir—. Yo...

 

Otro sonido. Tres golpes a la puerta. Aylin palideció, Vincent entornó los ojos con curiosidad. Reagan no se resistió y dijo con voz burlona:

 

—¿Quién es?

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  • 2 meses más tarde...
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Paris 02:00 a.m

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"Es un nuevo número, pero sólo lo mantendré hasta el domingo, no voy a volver e Irlanda ya no es un lugar seguro para mí o para mi familia. Si no vienes, por favor, ayúdalos, en algún momento podré devolverte el favor, confía en mí"


Aunque había enviado el mail muchísimas horas atrás, seguía repitiéndose en su cabeza, por lo menos unas diez veces. Ya había pasado mucho tiempo de aquella terrible noche en la que Jane Lyons dejó de ser la chica normal para convertirse en una especie de mutante que aún no lograba entender. Algunas personas, que ella estaba segura no era de los buenos, los estaban rastreando lo mejor posible, pero gracias a los "poderes" ella había logrado escapar desde Inglaterra a Irlanda, y ahora a Francia.


Hubo meses en los que quiso comenzar de cero, pero la existencia de su familia le hacía imposible hacerlo. Y ahora, casi dos años años después, era para ellos la hija malagradecida que se había ido a hacer fortuna vagando por Europa. Aiden era el único que conocía, a veces, su paradero. Estaban en la misma situación, sin embargo, él jamás parecía asustado, es más, luego de un tipo, Jane comenzó a pensar que lo disfrutaba.


Era de madrugada y era un país nuevo, pero eso le permitía sentirse cómoda. Seguía teniendo el rostro de joven inocente de aquella noche de Rave, pero ahora, a diferencia de entonces, podía cuidarse. Algo extraño había sucedido, y ahora, casi a placer, podía hacer invisible por unos segundos, como si no existiera. Incluso, como si fuera intangible —aunque eso no lo tenía del todo claro—, quizá era una evolución de la primera mutación. Pero sólo duraba unos quince segundos, tiempo que había aprendido a maximizar en casos de huida o barrios demasiado peligrosos.


Ya nada podía sorprenderla, de alguna forma, entendía lo sobrenatural.


Claro, vivía para entender que la tecnología genética había avanzado lo suficiente para modificar algoritmos moleculares, pero, ¿qué iba a entender de criaturas que creía, eran mitológicas? Los vampiros estaban fuera de su radar. Ella solo pretendía que su amigo fuera lo amigo suficiente para aparecerse en París y darle, una vez más, algún sentido a todo esto.


La última vez que lo había visto seguía obsesionado con la mutación de la chica de los tatuajes, pero ella no quiso averiguar nada de ahí y sencillamente se había largado. Si a eso le sumabámos que en aquella reunión había estado Chloe, la cosa jamás sumaba para positivo. Según su perfil, era ella la causante del ochenta por ciento del despreocupado comportamiento de Aiden.


Ató su cabello en un moño y continuó caminando, sumergiéndose en la niebla de una madrugada parisina.


@

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  • 2 semanas más tarde...

Reagan (Con Vincent y Alda)

Departamento estilo Haussmannian - Cuarto piso

París - 1:30 a.m.


No se esforzó por disimular el interés que la muchacha le despertaba, mientras Vincent, recostado sobre una poltrona, prefería seguir bebiendo de una nueva botella de vino abierta apenas a la llegada de la humana que tenían en la habitación. En cuanto a Alda, estaba casi seguro que la chica no le era indiferente ¿pero para bien o para mal? La historia que ella les estaba relatando además, era de una belleza cautivadora, y explicaba el porqué habían despertado un tanto más antes de lo acordado.

Una guerra mágica asolando toda Europa. Humanos que una vez más se disputaban de forma tonta el poder, un grupo reducido que sacaría provecho del asunto, y como no, montones de gentes, de razas diferentes, que serían la carne que alimentaría el enfrentamiento hasta que un nuevo equilibrio fuera establecido. Su experiencia en contextos similares, de crisis y caos, había sido fructífera, así que no esperaba menos de esta.

Entonces, Inglaterra está en guerra con Bulgaria ¿Y Francia que ha decidido? Espero que supieran honrar la tradición de no tender puentes con esos inútiles incapaces de tener un maldito plato de comida decente.

La mujer asintió. Como con la vampira que había llegado hasta ellos respondiendo a su llamado, la mujer de tez oscura y ojos café, resultaba admirable, pues al leer sus pensamientos, mostraba en ellos ser perfectamente consciente del lugar que ocupaba, aunque eso no mermaba ni un ápice su determinación ni su temperamento enérgico. Cuando finalmente terminó de resumir los últimos sucesos, que incluían un fracasado concilio en el Colegio Durmstrang, la muchacha llamada Nasha Montpellier reveló finalmente la razón que la tenía allí: Acompañarlos.

Entonces, mis señores — volvió a insistirles con aquel tono de voz desprovisto de cualquier emoción— ¿permitirán que los siga en su travesía y la documente? Será otra forma de eternidad valiosa ¿no les parece? El seguimiento a sus acciones, minuciosamente descritas, llegando a los ojos de cientos de personas, que gustosamente y creyéndolo una fantasía, pedirán más y más.

A Reagan le resultaba maravillosamente tentador. Casi podía imaginarse llegando a lugares donde la sola mención de su nombre pudiese despertar temor, o sorpresa, o ilusión en los ojos de los potenciales lectores de sus aventuras. Y ¿qué podía ser mejor que el juego que traería eso para su cacería? Un desafío a sus notables dotes de manipulación si es que se mostraban reticentes, o una licencia abierta para saciar sus más abominables fantasías de sumisión, si se mostraban dóciles.

— No tengo problemas con la idea ¿pero qué podrías hacer si un día decidimos matarte?— acercándose hasta quedar a la altura de ella, el hombro rozó apenas con la punta de sus dedos el delgado cuello de la mujer— la vida eterna puede ser muy aburrida si no pones emoción a ella.

Ella no respondió, pero el chispeo en sus ojos le indicó a Reagan que probablemente no aceptaría tal situación fácilmente.

¿Qué tienen para decir ustedes? — girándose hacia sus hermanos con un ademán impaciente, instó a que tomasen también una decisión.

@ @@Ellie Moody@ @@Tauro M.@ @ :rolleyes: Editado por Rory Despard

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A veces, los recuerdos se manifiestan como imágenes de un sueño. A veces aparecen durante el día, cuando está acostada observando por largas horas el dosel de su cama; a veces se manifiestan cuando está asechando a un humano, a tan sólo un salto de su garganta. Y, a veces... aparecen cuando menos lo desea: tras su primera comida desde el despertar. Siente una opresión en el pecho cuando observa a Vincent clavar su pie en el hombro de la mujer y a ella disfrutarlo; lo que lo empeora es que lo ve desde arriba, justamente detrás de Vincent, casi en primera persona. No está segura de que para él sea un juego y, en verdad, poco le interesa. Sus manos rasgan la tela de la falda de su vestido cuando éstas se cierran con fuerza por la ansiedad. El sonido la estremece, pero la libera momentáneamente y le permite hablar por primera vez.

 

—Ya basta, Vincent.

 

Suelta la falda y cruza lo brazos sobre el pecho. La escena que se desarrolla le parece repulsiva; si bien no habla, si disgusto es casi palpable y quizás es por ello que se percibe cierta tensión en el ambiente. Aunque está acostumbrada a ese tipo de cosas de parte de Vincent, el hecho de que haya un nuevo añadido le sienta mal. No le gustan las cosas nuevas, mucho menos las personas nuevas, aunque se traten de vampiros. En un mundo donde todo cambia, donde todo se mueve mientras ella permanece igual, sólo puede aferrarse a las constantes: Vincent y Reagan. Pero el primero recibe a Aylin Stark sin consultarlo y así lo arruina todo. Si fuera por ella...

 

No se molesta en ocultar sus pensamientos; para ella, pensarlo o decirlo en voz alta es igual.

 

—¿Qué haces aquí? —pregunta, tras tomar asiento en uno de los muebles. El vestido no sólo está roto por su pérdida de paciencia, sino que está manchado de la sangre de la doncella. También lo están sus labios y su barbilla; Alda siempre se ensucia al comer, lo cual era motivo de risa durante los primeros años pero ya es algo normal. Otra constante más, otra cosa que no quiere perder.
Y la respuesta de Aylin la deja desconcertada. Ellos no son un aquelarre muy grande, tampoco uno que llame demasiado la atención... Por supuesto que con frecuencia tienen que dejar pueblos y ciudades, pero hay clanes que son mucho peores y por eso suelen ser más buscados. ¿Ellos? Quiere pensar que han sabido mantenerse al margen y por eso todos esos años han sido tranquilos, sin demasiadas complicaciones, incluso para un vampiro mago. El hecho de que además parezca saber de ellos más lo que debería, le incomoda aunque no es tanto porque sienta desconfianza, sino porque no le gusta saberse observada. Esa sensación y el hecho de odiarla también le parecen algo familiar, de antes de su no vida. Al igual que los otros, ella la observa con intensidad como si pretendiera obligarla a hablar, así como hacen con los humanos en ocasiones, pero entonces alguien toca la puerta.
Otra cosa nueva.
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«El seguimiento a sus acciones, minuciosamente descritas, llegando a los ojos de cientos de personas, que gustosamente y creyéndolo una fantasía, pedirán más y más».
¿Cómo se sentía el miedo? ¿Cómo se sentía el horror? Hace siglos que Alda no ha tenido la necesidad de sentirse así. Es ella quien suscita temor, es ella a la que otros seres inferiores deben temer. Ella es la noche, las sombras, los ojos que observan en la oscuridad. Tenía años sin siquiera pensar en cómo era, cuando era humana... hasta ahora. Se dice que la sensación de temor debe ser algo como eso: una opresión en el pecho, un escalofrío en los huesos, ganas de gritar, ganas de desvanecerse. Jamás podría haber pensado que una vampiro inferior a ellos y una humana podían despertar aquello en ella, pero ahora sucedía y más por la humana que por la vampiro.
Pero sabe que debe mantenerse impasible. No puede permitir que la otra vampiro lo sepa, ni siquiera sus hermanos. No puede decir que no, no cuando Reagan parece maravillado con la idea y seguramente Vincent También.
No quiere ojos sobre ella, ni literal ni figurativamente. No seguimiento, no quiere "descripciones minuciosas". Sólo quiere que la dejen en paz.
«¿Pero qué podrías hacer si un día decidimos matarte?». No sabe si Reagan lo dice en serio o sólo quiere asustarla, pero... eso podría arreglarse.
—Supongo que no me importaría tener otro sirviente —masculla, tras darle un sorbo a la copa de vino tinto—. Pero, ¿qué pasa con la otra? —inquiere, haciendo un gesto de la mano hacia Aylin— Tres vampiros, viajan bien y no llaman demasiado la atención; cuatro, son multitud.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Vincent esboza una sonrisa despectiva. Ha estado tan ocupado observando a Reagan, que no había prestado atención a su otra hermana, hasta que ésta habla. Su vestido rasgado y la sangre -Alda siempre manchándose la pechera de rojo- le indican que algo no anda bien. Apenas está a punto de dejar la copa de vino sobre la repisa de la mesa, cuando una multiplicidad de cosas suceden en rápida sucesión:

 

Primero, Vincent puede percibir una presencia conocida, demasiado cerca. Como si hubiera estado ocultándose hasta el momento mismo de aparecer prácticamente a su lado. La sombra se desliza por la ventana lo que debería ser imposible porque están en un cuarto piso, a menos que sea inmortal... pero no lo es. Vincent puede oír a la perfección: los latidos rápidos, tan deprisa como los de un adolescente.

 

Los ojos miel coinciden con los de Vincent. Reagan ni siquiera ha notado la presencia, estando tan ocupado en pedir detalles de la bruja afroamericana, cuando Vincent ya se ha adelantado hacia donde se encuentra Alda. La figura, sin embargo, llega antes. Toma con delicadeza a la vampiro de los brazos cuando había estado a punto de desvanecerse y la carga con suavidad para colocarla sobre una silla mullida con forro de seda y nácar. Sus rizos aureorojizos caen sobre el rostro blanquecino de la muchacha cuando éste acerca la frente a la suya, para notar tan solo que está tan gélida como siempre, aunque él tenga las mejillas arreboladas.

 

El brujo, susurra solo su nombre: Alda.

 

Vincent enseña los colmillos de forma instintiva, como una amenaza. Él no parece inmutarse, si no que se vuelve con expresión arrogante, teñida de una cólera lacerante. Sus manos hacen un rápido movimiento para extraer una daga de plata, que coloca en posición horizontal sobre su hombro, listo para lanzar a la menor provocación.

 

Al ver entonces que Vincent se queda donde está, Richard Stark se vuelve hacia la vampiro e inclina la cabeza. Sujeta con ambas manos la de Alda, colocando la frente como si le rezase. Sentado en el suelo junto a su silla, parece un muchacho que al fin halla descanso y refugio ante una tormenta. Han pasado doscientos años desde que se vieran por última vez y sin importar cuanto implorara, la vampiro se había negado a darle el paradero de su lugar de descanso y a llevarlo con él.

 

Doscientos años, sin saber nada, de la única mujer que amó. Ida, desquiciada, quizá. Para él más bien frágil, quebradiza. El tipo de figura que uno esperaría ver caminando en medio de las brumas del desierto, antes de caer desmayado por la sed. Richard ni siquiera se molesta en volverse hacia Reagan o Vincent. Por ese instante, parece tan solo nutrirse del aroma que desprende la mano que aferra con delicadeza y terquedad.

 

—Así que es cierto —la voz de Aylin parece romper el hechizo en el que todos se habían visto sumidos, al observar semejante grado de sumisión—. Mi tío no es más que el perro de la Alda, la infame.

 

El cuchillo pasa silbando por el aire. Un movimiento rápido de Aylin hace que solo quede clavado en su hombro y no a donde había sido apuntado: su corazón. Aylin suelta una maldición en voz baja. Es Reagan quien la detiene.

 

—Nadie debería decir esas cosas sobre Alda aquí —está mascullando, con ojos amenazadores. Su voz es áspera, acrecentando la sensación de inseguridad—. Tú, niña —agrega, señalando a la mujer de tez oscura—, puedes quedarte —Reagan se va acercando a Aylin, mientras la bruja va retrocediendo—. En cuanto a ti...

 

>>No volverá a suceder<<.

 

La voz es de Vincent. Sus ojos parecen encendidos por el hambre, siguiendo el recorrido de la sangre que mana del hombro de la vampiro, pero mantiene la compostura. Su voz aterciopelada es peor que el tono cortante de su hermano "¿No es así?".

 

Aylin asiente y extrae una varita. Se quita la daga e intenta curar la herida pero ésta no parece querer cerrar. Vincent chasquea la lengua y arruga la nariz.

 

—Es veneno de basilisco. Ve a conseguir lágrimas de fénix, antes de que nos manches la alfombra.

 

La vampiro asiente y sale por la misma ventana por la que Richard entrara. Vincent no se molesta en disimular el odio que siente por el pelirrojo pero eso no parece inmutarlo. Cuando Alda susurra su nombre, él parece creer que todo lo hecho hasta ese momento ha valido la pena. Vincent odia sentir que aquel ser inferior lo tuvo todo planeado desde antes de aparecer: desde el hecho de que él contendría su rabia a causa de su hermana hasta el que su sobrina los haya dejado solos porque no tenía consigo el antídoto que necesitaba. Incluso... sí, incluso haber sido él el que atrapara a Alda en el aire y no el propio Vincent. No debería ser posible para un "mortal" sobrepasar esa clase de barreras, poder ser más, en ocasiones, que los propios inmortales.

 

Les había dado toda clase de problemas perderlo en el pasado, hasta que se habían resignado a tenerlos consigo porque era peor intentar evitarlo. Nunca sabiendo si cualquiera de sus víctimas podía ser él, nunca entendiendo cómo funcionaba su poder. Ellos, eran quizá los únicos que habían sido capaces de apreciarlo en todas sus infinitas posibilidades... pero, viéndolo como estaba, constreñido al lado de la silla de Alda como si solo ese contacto bastara para traerlo de nuevo a la vida, casi podía sentir lástima. Casi.

 

Sin embargo, sabía que Richard Stark no habría venido tan solo por eso. Si estaba allí, era porque tenía un plan, un plan que sin duda los involucraba a todos.

 

—¿Qué es lo que buscas?

 

La voz de Richard tardó mucho rato en responder:

 

—A la medio vampiro. Busco a la medio vampiro parisina y a la razón por la cual todos los vampiros que estaban durmiendo en tierra están despertando.

 

Por un buen rato, fueron incapaces de sonsacarle más.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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