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Libro de los Druidas


Badru
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Uagadou se muestra tan lejana pero al mismo tiempo más cerca. Se siente más cerca de casa y mucho más libre que en Londres. Aunque también es cierto que ya sentía aquel país como propio, como parte de si mismo. Pero ve el cambio de residencia como una nueva oportunidad de hacerse de conocimiento, de descubrir los secretos que el colegio más importante de África puede ofrecerle.

 

En el tiempo que lleva establecido en el colegio ha descubierto ya varios secretos usando su inigualable habilidad para invocar portales a cualquier parte del mundo (incluso en otros mundos). Sin embargo no ha necesitado visitar las tierras de la eterna oscuridad pues no ha obtenido saberes físicos ni tesoros que esconder. Ahora sabe más cosas, si. Sin embargo no tiene más posesiones: ni armas, ni pergaminos ni nada material adicional.

 

Lo que más le agrada del lugar es la apariencia de las montañas de la luna. Recuerda haber visitado aquel lugar en su infancia, cuando deambulaba perdido por el mundo saltando de portal en portal sin tener idea de como controlar la magia que era innata en él. Pero ahora, siendo adulto, la confusión de ver un edificio que parece estar volando le cautiva de una forma que no puede explicar.

 

Envía una nota. Es una carta que dice poco. Tiene la fecha escrita y un lirio de fuego en el interior. La carta también tiene un mapa de estrellas que marca la ubicación de Uagadou más como una referencia a lo que ahí suele aprenderse que como una instrucción. Badru espera que quede por sentado que la clase comenzará en el colegio de magia en dónde ahora reside. La tarea de la aprendiz es, por supuesto, encontrarlo en el colegio de magia más grande del mundo.


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La ceniza en el suelo de Uagadou comenzó repentinamente a elevarse y a levitar sobre el suelo. Luego de unos momentos de absoluta quietud, donde aquellos restos parecían una capa gris apenas separada de la tierra por unos centímetros, fue formó un remolino turbio. Las cenizas desprendidas giraban a una velocidad magnífica, formando un espectáculo visual atractivo a la vista. El reducido tornado comenzó a ganar altura hasta llegar a un metro y ochenta centímetros. Sin embargo, aquello no duró demasiado. El polvillo grisáceo se precipitó con brusquedad al suelo y descubrieron la figura de una mujer. Una blonda italiana.

 

Su dorada cabellera caía suelta y libre sobre su espalda, transformando la luz del sol en un brillo atrapante. Su caminar era femenino y elegante, contorneando las caderas con la intención de realzar la delgadez de su figura. Sus azules ojos, centelleantes como dos zafiros, estaban enmarcados por un fino delineado negro que se extendía en punta hasta el fin de sus poco pobladas y delgadas cejas. Su altiva mirada, quizás la características más reseñada por quienes la conocían, observaba directamente al frente sin inmutarse por todo lo que la rodeaba. Los delgados dedos de su mano izquierda, donde portaba su reconocible anillo cápsula, se aferraban a un pliegue de la parte superior de su falda.

 

En aquella ocasión había decidido cubrir su desnudez con un vestido largo cuya extensión terminaba apenas unos centímetros sobre el suelo para evitar la polvorienta superficie que caracterizaba los alrededores del colegio africano. La tela era delgada y suave, fácilmente confundible con la más lujosa y exclusiva seda asiática que el humano hubiese presenciado. Aquella pieza de verdadero arte textil, elaborada por la excelsa mano de un diseñador anónimo de Milán, se ceñía a su torso para destacar sus más preciados atributos y caía más holgada una vez que cruzaba su cadera. En general, aquel vestido le permitía una agilidad en sus movimientos que era más que importante frente al entrenamiento que le esperaba. Todo había sido pensado sin prescindir de su resguardada elegancia.

 

- Badru…- saludó con inaudita solemnidad a aquel guerrero Uzza con quien ya había tenido un tenso encuentro en el pasado, en una ocasión similar pero para nada igual.

 

Le regaló una sonrisa impostada pero que logró con pericia mostrar como genuina. Había decidido en esa oportunidad evitar los encontronazos verbales y los intercambios hostiles con los guerreros Uzza. El trato dispar y tenso con sus antiguos maestros de aquella magia vedada a la gran mayoría de los magos y bruja habían sido moneda corriente en sus prácticas con el libro de la Sangre…y el del Equilibrio…y todos en general. Lucrezia era clara con sus propias intenciones y sus convicciones eran inquebrantables incluso para ella misma: su instrucción en el Libro de los Druidas transcurriría de manera pacífica, respetuosa y sin sobresalto alguno. Al menos eso intentaría.

 

- Debo aceptar que dejé que mi elfo doméstico personal, Passepartout, se ocupara de interpretar el mapa de las estrellas. Comprenderá que una mujer al frente de una institución importante no posee mucho tiempo libre para calibrar telescopios y leer mapas cósmicos. Por cierto, muchas gracias.- agradeció con una humildad que incluso a ella le sabía extraña mientras le extendía el lirio de fuego que segundos atrás había portado sobre su oreja izquierda.

 

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—No es un problema la forma en que llegaste a este lugar, lo que importa es que llegaste.

 

Badru está acostumbrado a distintos tratos de parte de quienes acuden con él a aprender. Están aquellos que tienen una actitud respetuosa, como si no se merecieran lo que tienen. También están aquellos que creen que unos pocos galeones les da derecho a conocer los mayores secretos del pueblo Uzza. Otros, como Lucrezia en ese momento, aparentan indiferencia. Intentan proyectar que nada les importa. Por supuesto hay un último grupo: aquellos a los que no se los puede descifrar. Odia a quienes creen que el dinero les puede comprar el derecho a aprender.

 

—El libro del Druida, por lo general, requiere de un sacrificio. No es un sacrificio grande, generalmente es algo fácil de hacer. Necesito que, antes de terminar el día, me enseñes algo que desconozco: información, magia, secretos.

 

Badru quiere, en realidad, un pretexto. Comprende la fragilidad que existe en visitar las tierras lejanas, las tierras siempre oscuras. Pero necesita hacerlo, hay algo en su interior que siempre necesita ir. Pero hace varios años se prometió no ir sin motivo. Necesita tener algo que ocultar, necesita conocer o poseer algo nuevo para depositarlo junto al resto de su tesoro en las tierras de la eterna oscuridad.

 

—Abre tu libro. El libro del polen de fuego es poderoso. Te confiere inmunidad contra varios tipos de fuegos. Te será útil, pero es más importante el medallón para escapar de prisiones. Escapa.

 

No se detiene a dar muchas explicaciones, no es la forma en como él suele enseñar. Abre un portal en los pies de la bruja, sin darle oportunidad a escapar. El portal comunica con el interior de la montaña: una prisión mágica. Es casi imposible escapar. Todos los puntos de salida son portales que te llevan de vuelta al interior.

 

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Lucrezia arqueó su brazo izquierdo elevándolo unos centímetros y chasqueó sus delgados dedos. En el instante en que el sonido del arrastre de sus yemas interrumpieron el silencio el libro de las druidas se materializó súbitamente en el aire, levitando estático junto a ella. La aristócrata, con una facilidad adquirida en el claustro para incorporar conocimiento, apenas le dedicó un vistazo. Todo se trataba de un mero formalismo y de su intención de demostrar que estaba interesada en la clase o en las palabras de Badru, las cuales escuchaba con aparente atención sin apartar la mirada del guerrero. Cuando éste finalizó su primera intervención, la blonda italiana se adelantó un paso para recortar la distancia.

 

- Créeme que en mi vida he hecho suficientes sacrificios como para aprender lo que este libro oculta en sus páginas. Generalmente, la magia que requiere ceder algo es la más poderosa y eso si es de mi mayor interés, Badru.

 

En el instante en que el Uzza comenzó a ahondar en el “polen de fuego”, algo que llamaba de sobremanera su atención, Lucrezia movió su dedo índice hacia la derecha para que las páginas pasasen continuamente hasta llegar al capítulo indicado. Le echó un rápido vistazo para ver lo que las palabras allí escritas en negra tinta tenían para decir. La inmunidad al fuego era sin duda algo atractivo, siendo aplicable a su magnífica vestimenta de duelo o al momento de tratar con el a veces incontrolable cangrejo de fuego que moraba en los bosques de su mansión. Los usos del polen eran vastos y variados, siendo una herramienta que resultaba increíble escapara del conocimiento de la mayoría de los magos y brujas.

 

¿Era, sin embargo, útil frente la abrazadora y al mismo tiempo devastadora llama de un dragón, uno de los elementos más incontrarrestables conocidos por la humanidad? Sin duda, aquella era una pregunta digna de ser la primera que saliese de su boca frente a uno de los afamados y solemnes guerreros Uzza. Sin embargo, cuando atinó a formularla con sus cuerdas vocales, algo cambió en la serena atmósfera que la rodeaba. La invisible aura de la magia impregnó todo mientras simultáneamente sentía que caía. El suelo sobre el que se sostenía, adoptando siempre su estilizada postura refinada, simplemente desapareció. Atinó a tomarse de los lados pero el portal invocado bajo sus pies resultó demasiado ancho.

 

La caída fue para su sorpresa de apenas unos centímetros, lo que le permitió caer con elegancia y de pie casi sin inmutarse. Miró alrededor y la escena lejos de desconcertarla le resultó naturalmente salida de la cabeza de uno de los siempre rebuscados guerreros Uzza: una prisión de piedra, un irregular hueco en el medio de la montaña con sucesivos portales creados sobre las paredes. La blonda italiana suspiró con leve hastío, como si todo aquel desafío le resultase efímero y fácil de sortear. El secreto no se hallaba en trazar un mapa entre los destinos de los distintos portales que a susurros la llamaban sino utilizar los conocimientos que había adquirido de la lectura del libro de las druidas.

 

Arqueó una ceja, decepcionada por el nivel al que Uagadou y los guerreros Uzza habían descendido en términos de metodologías de enseñanza. Lo obvio le resultaba aburrido y por ello siempre renegaba de tener todo servido en bandeja, algo que aquejaba a su aristócrata familia. Escabulló su mano izquierda dentro de su escote y de allí sacó el amuleto contra defensas carcelarias, un pequeño aro colgante que desentonaba con el resto de su vestimenta y que por ende prefería ocultar. Sin embargo, la situación ameritaba insoslayablemente su uso. Sabía que su uso agotaría una buena porción de su estamina mágica, así que decidió cerrar sus ojos y concentrar su mente en huir de allí.

 

- Fulgura Nox.- susurró por lo bajo, con la sólida idea de huir de la humedad que allí era reina y que amenazaba con arruinar su peinado.

 

Percibió el tenue viento que emanaba el portal que había invocado solo unos centímetros frente a ella y cortó por unos segundos su regular respiración. Comenzó a experimentar como la energía recorrió un progresivo camino desde su pecho hasta sus brazos y ésta se acumulaba en el frío amuleto que rodeaba con sus encorvados dedos. La magia fluía por sus venas, por sus articulaciones y por cada centímetro de su cuerpo. Una vez que sintió que el amuleto uzza estaba completamente cargado con su contenido poder, la blonda italiana se decidió a dar unos lentos pasos hasta atravesar el portal. Cuando por fin percibió nuevamente el tropical aroma de las afueras de Uagadou, Lucrezia volvió a abrir sus párpados para que su mirada se encontrase con Badru.

 

- Sin dudas este es el libro que más usos prácticos tiene, Badru.- dijo con solemnidad, dejando que en su tono se notase el aire victorioso que la embriagaba en ese instante.- Estaba retrasando la pregunta que me hiciste con anterioridad ¿Quieres que te cuente un secreto? Pertenezco a la Marca Tenebrosa desde hace un buen tiempo ¿Sirve? ¿O quieres que te relate la vez que asesine a mi primo para evitar que mi familia condenara mi futuro?

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Por su puesto.

 

Utilizar un portal era la elección que Badru habría elegido. Después de todo ¿Quién más podía hacer portales de la forma en que él hacía? Le agradó la elección de la bruja por lo que permitió que escapara de aquel sitio. Espera, porque Badru no olvida. Espera conocer algo que se una a todo el conocimiento que ha acaparado en sus años de vida.

 

Sabe, por ejemplo, que es probable que en varios años deberá exiliarse en la tierra de la eterna oscuridad cuando su hijo lo traicione a favor de las costumbres de su pueblo. Conoce también los secretos de muchos otros magos. Pero no es solo conocimiento lo que atesora. Le deben, por ejemplo, el pago de un favor. Un juramento inquebrantable a su favor. También atesora recuerdos, los arranca de la mente de algunas personas para en algún momento poder utilizarlos a su favor. Y sin embargo, conociendo como conoce su futuro, sabe que ninguno de sus tesoros le permitirá salvarse de la muerte o del exilio.

 

—Otro mortífago. ¿Cuántos son? No importa, se el nombre de algunos.

 

Siendo que no es momento de contar sus secretos, no responde como desearía. Badru pudo preguntarle a la bruja si mató a tantas personas como él. Si robó tantos secretos y conjuros (que permanecen ocultos, que nadie más sabe como usarlos). Pero esa clase no es sobre él, se trata de enseñar mientras intenta conocer lo más posible de quién está aprendiendo.

 

—No te mentiré. Suelo preferir aprender magia y obtener algo valioso. Pero tu relato sobre la muerte de tu primo me sirve. ¿Te sirve a ti olvidar algunos detalles de esa historia? Continuemos. El Cantar de Eleboro es bastante útil. Tienes la información en el libro.

 

Badru continúa hablando e invoca un conjuro que inutiliza los tímpanos de la bruja.

 

 

@@Lucrezia Di Medici

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