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Adivinación


Ky.
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Aries había citado a sus alumnos en la casa de un hombre que recientemente había conocido en unos de sus viajes, su nombre era Lacedeamon, le duplicaba la edad, pero también el conocimiento de las artes adivina teorías. Lacedeamon era un hombre de tez blanca y cabello negro rizado, el color de sus ojos eran azules cuando niño, ahora en su etapa adulta eran grises, gracias al pequeño defecto visual que presentaba lo que sólo le permitía ver sombras.
Aries se había maravillado de aquel hombre y de su casa, era una vivienda humilde, la mayor parte de los muebles estaban hechos de madera, no tenían ningún acabado, y mucho menos estaban barnizada. Scamander era un hombre que vivía en austeridad, pero en cada una de las esquinas de su casa había un esquinero, con varios instrumentos útiles en el arte de la adivinación, entre los que se encontraban un mazo de cartas arcanas, una bola de cristal, un telescopio, hojas de té, un tarro de café y muchas otras cosas más.
Cuando sus cinco alumnos llegarán a aquel lugar, quien los iba a recibir iba a ser el propio Lacedeamon, ya que Black Lestrange se encontraba ocupado en asuntos personales que tenían que ver con el próximo nacimiento de su hijo, por el cual no deseaba separarse de su esposa. El hombre de 1.80 de estatura esperaba sentado sobre un tronco a las afueras de su casa, cuando él primero en llegar se aproximó, le dedicó una sonrisa con la mirada puesta en él horizonte. Espero a que su último alumno se les uniera para presentarse ante ellos.
Soy Lacedeamon Scamander, y les enseñaré, lo mucho o poco que sé sobre las diferentes mancias. Espero que ustedes igual me enseñen lo que saben de este noble arte de la adivinación.
Concluyó su pequeño discurso para después entrar a su casa mientras les invitaba a seguirlo con el movimiento de su mano derecha hasta una de las esquinas que ahí se encontraban.
En cada esquinero, hay un instrumento representativo de cada una de las mancias existentes, elijan la que más les guste.

 

 

 

@@Anne Gaunt M. @@Zoella Triviani @@Jeremy Triviani @ @@Lucrezia Di Medici

Editado por Niko Uzumaki

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Chuck, Elfo Doméstico de la familia Triviani.

La pequeña criatura caminaba descalzo por los pasillos de Hogwarts, había sido enviado por Zoella a ver clases, debido a la jugarreta que Malario le había jugado Triviani, dejándola como un pitufo, con su nívea piel coloreada de azul. El pequeño elfo llevaba una libreta junto a un vuelapluma encantada, que anotaría todo lo que en esa clase se dijera referente al conocimiento. El Chuck vió la nota otra vez, leyendo sobre el lugar donde sería la clase para percatarse de que estaba donde no era. Alarmado, visualizó toda la estancia y se transportó al frente de aquella casa, donde el mago esperaba a sus alumnos.

 

El pequeño elfo sintió un escalofrío, esperaba que la bruja no se enterara de su descuido e imploraba a los dioses antiguos que la mujer no torturara de su pequeño cuerpo. Aunque había sido parte de la revuelta contra los Triviani, siempre mantenía cierto miedo a la familia de lunáticos. Se sentó en el tronco de madera, un poco alejado del mago y esperó a que los demás llegaran, mientras con sus dedos del pie acariciaba la grama del frente de la casa.

 

El pequeños y temeroso elfo acomodó la porción de tela mal cocida que cubría su cuerpo y observó a los demás Chucks llegar.

 

En silencio escuchó lo que decía el mago y espero a que algún otro emitiera acción alguna. El elfo siempre pensaba en la reacción de la Triviani si supiera lo que pasa.

Editado por Zoella Triviani

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Chuck "Joven Guerrero" - Elfo de la Familia Triviani.

 

 

Una orden que recibía un Chuck por parte de otro Chuck era una ley de vida. Así que el jovenn Chuck considerado un guerrero entre los de su especie, por haber logrado destruir una de las cortinas del castillo frente a los ojos de Candela. Tamaña hazaña, le había costado una oreja. Habia recibido la misión de asistir a una de las clases de Adivinación de uno de sus miembros. Tenia entendido que varios de los elfos irían a cursar la asignatura en el lugar de sus amos, ya que estos se encontraban resolviendo misiones importantes para la familia. Dinero. Siempre se trataba de dinero. Ese era el motivo mayor de toda la familia. El Chuck llevaba puesto un taparrabos y una pechera de la misma tela arpillera. El color era parduzco por el paso del tiempo y se notaban las manchas oscuras de sangre seca, que no se quitaban.

 

Los brazos del elfo tenían tatuajes y la única oreja que le quedaba, expansores de piel, en el rostro cruzaba una cicatriz desde la comisura del labio hasta la ceja opuesta, que le daba un aspecto feroz. Eso le servia a su fama dentro de su familia. Era un Chuck muy particular. En esos momentos, llevaba una libreta, un cuchillo en la cintura y una pluma para anotar todo lo que sucedieran en la clase. Al llegar unos minutos antes pudo ver que no estaban precisamente en donde debían estar. La clase parecía ser al aire libre.

 

-¡Vengo en representación de Jeremy Triviani! -Gritó temerario, al hombre que parecía estar esperándolos delante de una humilde casa - Chuck -Terminó de presentarse, inclinando su cuerpo.

 

El hombre se presentó antes de hacerlo pasar dentro de la casa, donde habían variedad de objetos pertenecientes a la clase. O eso pensaba el Chuck.

 

-No puedo elegir sin conocer las mancias de las cuales habla, señor -Respondió Chuck con voz más gruesa de la que solían tener su raza elfica.

Editado por Jeremy Triviani

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Passepartout - Elfo Doméstico.

 

Observó por unos segundos la palma de su mano izquierda, surcada por incontables cortes provocados por los cuchillos que utilizaba para cocinar, y lanzó un escupitajo sobre ella que luego arrastró sobre los pocos cabellos que aún se desprendían de su cabeza, peinándolos hacia atrás. Acomodó el pequeño moño negro que engalanaba su cuello y contempló nuevamente su reflejo en aquel espejo. El elegante traje negro que solía usar durante sus horas de servicio en la mansión Di Médici se ajustaba con perfección a su delgado cuerpo al igual que los zapatos italianos lo hacían a sus alargados pies. A sus ojos, condescendiente consigo mismo, el elfo doméstico se veía extremadamente guapo.

 

Passepartout se había preparado para aquella ocasión durante los últimos días, no solo cumpliendo un exigente cronograma de tareas para dejar todo en perfectas condiciones ante una ausencia potencialmente prolongada sino que también había distribuido con pericia los pendientes entre los demás miembros del servicio doméstico. Lucrezia Di Médici, la dueña de su destino como siervo, le había encargado una tarea que a priori le resultaba curiosa: asistir a una de las clases a la que se había inscrito. La aristócrata se encontraba para ese entonces en el exterior, más específicamente en Italia, negociando con el gobierno muggle de dicho país de cara a las elecciones que se avecinaban. Aunque Lucrezia solía priorizar el conocimiento a sus tareas como banquera, en esa oportunidad su agenda había sido torpemente diagramada.

 

La clase de Adivinación, sin embargo, despertaba en el elfo un interés genuino por sobre la obligatoriedad de cumplir las órdenes de su ama. La casi nula necesidad de varitas convertía aquella materia de la magia tan compleja en un conocimiento adquirible para un no mago. Además, la posibilidad de conocer todo o parte del futuro abría nuevas puertas para el de por si limitado tiempo libre que poseía ¿Qué le depararían los próximos meses, los próximos años? ¿Vería en las hojas de té su liberación del yugo de Lucrezia? ¿Volvería a cruzar caminos con Thiago Gryffindor, su amo original? ¿Hallaría su paradero a través de las visiones o de una bola de cristal? Las posibles a explorar eran infinitas, al menos en su propia mente. El ánimo por encarar con auténtico esfuerzo aquella clase superaba tanto su pulsión de mantenerse mesurado que no pudo ahogar la enorme sonrisa que deformó su redondo rostro.

 

Se contempló una última vez al espejo mientras dejaba atrás aquella reflexión. Admiró con satisfacción el lustre de sus zapatos que el mismo había producido, la perfección con la que había planchado la camisa blanca que se asomaba por debajo de su traje y sus largas pestañas curvas que había alterado gracias al maquillaje de su ama. Se sentía listo para abandonar por un buen tiempo la residencia de los Médici, que ante la ausencia de la matriarca se encontraba prácticamente vacía. Solo se requirió un ligero chasquido de dedos, que sin embargo hizo eco en todo el salón, para que su presencia se desvaneciera frente al espejo. La adrenalina que recorría su cuerpo aceleró su flujo, produciendo una sensación de vértigo que golpeó su estómago en ese instante. Nuevamente el silencio reinó en la mansión de los aristócratas italianos.

 

La aparición era uno de los actos mágicos que con mayor talento ejecutaba. Su flacucho cuerpo se materializó justo en el lugar donde se había requerido la magnánima presencia de Lucrezia. Su redondos ojos marrones, que ocupaban una buena porción de su rostro y destacaban por su profundidad, se encontraron con una figura relativamente alta subida a un tronco. Recorrió su aspecto más de una vez antes de sentirse completamente seguro de avanzar y presentarse ante el mentor. Su aspecto avejentado y su aparente actitud relajada cumplían a rajatabla con el estereotipo de persona sabia encargada de divulgar conocimiento mágico. Al adelantarse unos pasos decidió ignorar por completo la presencia de otros elfos domésticos -vaya curiosidad- en aquel jardín pues la estética que éstos lucían, como solía afirmar Lucrezia, delataba su origen indigno. Ejecutó una exagerada reverencia ante Lacedeamon que produjo el roce de su nariz contra el suelo.

 

- Buenos días. Mi nombre es Passepartout.- el tono del elfo doméstico era marcadamente ceremonial y destacaba por la mezcla de su francés nativo con el italiano de su ama.- Vengo de parte de Lucrezia Di Médici, sexta de su nombre, matriarca de la familia Médici, Directora del banco Médici, heredera legítima de Florencia. Lamentablemente por temas laborales la señorita Lucrezia no pudo asistir el día de hoy.

 

Con una impostada sonrisa, pues reservaba las reales para sí mismo, Passepartout asintió con su cabeza ante la indicación del ciego mago de adentrase en la estancia que antes se erguía a sus espaldas. Fue el primero de todos los sirvientes en colocarse a su lado gracias a la clara intención de simular un buen alumno pese a nunca haber asistido a la escuela y mucho menos saber de qué se trataba ser uno. El aspecto del interior de aquella casa lo chocó en lo visual, pues se había acostumbrado al lujo expuesto a mansalva en cada residencia de los Médici. La austeridad que el mobiliario acusaba tomó al elfo completamente por sorpresa y lo obligó a apartar su vista para centrarse en lo que realmente llamaba la atención en aquel contexto: los objetos depositados en los esquineros. Se acercó al que se encontraba más cerca de él.

 

- Mis conocimientos sobre adivinación son casi nulos, señor. Solo conozco algunos artilugios como esta bola de cristal.

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Al mismo tiempo que Lacedeamon iniciaba su clase de adivinación con elfos, Aries entraba corriendo al hospital de San Mungo a pedir informes sobre su esposa que estaba por dar a luz, o al menos eso era lo que él imaginaba cuando recibió el mensaje de fuego diciéndole que su esposa se había ido al hospital.

Se hallaba en la sala de urgencias en San Mungo, un tanto alterado, cuando la voz de su esposa, sentada en aquel sitio, le hizo tranquilizarse y tomar asiento a un lado de ella. Todo indicaba y tras una corta conversación entre ellos que aquello era una revisión de rutina, aún quedaban 3 semanas para que Sammael decidiera conocer a sus padres.

—Me asuste tanto cuando me avisaron que estabas aquí, dejé una clase botada. —hizo una pausa recordando a su gran amigo Lacedeamon quien al escucharlo nervioso y ansioso, se ofreció a dar la clase por él. —Bueno, no botada, Lacedeamon la va a dar por mi. Espero que no tenga problemas.

Tras aquellas palabras le pregunto los motivos por los que se encontraban en aquel lugar y empezaron otra conversación centrados en su futura vida como padres y en la vida de Sammael, como lo iban a educar, que le iban a permitir hacer, de que color iba a ser su primer conjunto de ropa, a que edad Aries podía enseñarle a volar su primer escoba.

—He pensado que tras cumplir el primer año, es una buena edad para enseñarle a usarla. Yo aprendí a esa edad.

El rubio acariciaba el lugar donde se encontraba su hijo con mucho amor mientras la conversación entre @ y él fluía de manera armónica, eran una joven pareja, felices y estables, en la espera de su primogénito.

–¿Crees que Sammael, sea animago como yo?

Mientras los nuevos auto llamados Avery, conversaban sobre la vida futura y los dones de su hijo, Lacedeamon continuaba con su clase de adivinación.

–La esposa de mi amigo está embarazada, el será padre, de acuerdo con la mancia elegida, ¿qué le depara el futuro a aquel bebé? Será niño? , será niña?, vivirá una buena vida? Abran su ojo interior queridos amigos.

Editado por Aries Avery.

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Chuck, elfo amo de llaves, de la Familia Triviani.

Matthew le había ordenado a uno de los Chucks que llevara la clase por él, mientras se ocupaba de temas más importantes -bebiendo con sus hermanos-, pero aún así no quería perder la clase de esa ocasión. Cada Chuck era diferente, pero tenían algo en especial que los distinguía, el de esta ocasión, tenia un conjunto de cucharas en su cintura, que representaba el respeto que tenia hacia su creadora, y se comentaba que con ellas lograba abrir todas las puertas del Castillo.

 

El gitano se encargo de enviarlo hasta los terrenos de Castelobruxo, donde la clase de Adivinación tendría lugar. Su vestimenta era como la de todos los Chucks, un harapo viejo medio agujereado por el tiempo y ayuda de diferentes insectos que vivían en las mazmorras donde ellos se ubicaban. Matthew no les tenia respeto, ni simpatía, esta vez lo utilizaría por un bien común, ya que su elfo personal Termidor, se encontraba creando vino de Elfo en el sótano.

 

Habia ingresado, con las manos entrelazadas y con desconfianza, sus grandes ojos esmeralda generaban un brillo que parecía estar disfrutando de su salida del Castillo, ya que son pocas y contabas veces las que se les permite abandonar los terrenos. Cuando dejo de observar todo a su alrededor, notó la presencia de dos de sus hermanos y un desconocido, al parecer todos eran elfos y eso lo había animado un poco.

 

El caballero se había presentado como Lacedeamon Scamander, no tenia idea quien era, ni tampoco le habían dicho quien era el profesor de la clase.

 

Un ademan con su mano agachando su cabeza para saludar, había asumido que sabían su nombre, después de todo, eran iguales. Luego de una corta platica, indico que en una de las esquinas del cuarto podrían encontrar diferentes artefactos para las "mancias" existentes, a lo cual uno de los Chuck respondió con una pregunta, a la cual él también apelo.

 

¿Qué son las Mancias? o ¿Como podría elegir una si no se que hacen? le preguntó, seguido del Chuck anterior.

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Chuck, Elfo Doméstico de la familia Triviani.

El pequeño elfo se rió en cuanto llegó aquel elfo emperifollado y saludó de forma altiva, supuso que vendría de parte de aquella mujer que llegó a hostigar a sus amos hacía un tiempo ya. En silencio y de último se adentra a la casa y observó cómo Pass... ¿como era? El elfo no logró recordar el nombre y sólo le observó tomar la bola de cristal entre sus manos. Visualizó a sus hermanos, que esperaban respuesta alguna y él solo se acercó para tomar una taza con borra negra, parecía café y simplemente habló - A la joven Zoella le gusta el café, esta taza sería algo que ella tomaría - se alejó unos pasos y escuchó el pedido de abrir nuestro ojo interior.

 

El elfo tapo su boca y soltó una risa bastante apenada, recordando la conversación de Zoella sobre su picazón en el ojo ciego. Intentó mantener la compostura y alzó su brazo para hablar al profesor - ¿Podríamos incluso descubrir que tendrá un homúnculo de hijo? - el pequeño elfo soltó la pregunta sin esperar a que estas fueran contestadas y se imaginó la situación.

 

Una interrogante rondaba la mente del pequeño elfo. Si podían leer las arrugas de su mano ¿Sería posible leer otro tipo de arrugas? Frunció el ceño y sólo esperó, mientras se sentaba en el suelo y observaba ensimismado lo que el fondo del café mostraba. Unas cuantas formas mostraron cosas, y el elfo no supo que identificar, más se puso a dibujar las siluetas en el cuaderno que había traído consigo - Sospecho será hermafrodita... - susurró al aire, tirando cosas al azar, esperando que algo de lo que dijera fuera cierto.

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Chuck "Joven Guerrero" - Elfo de la Familia Triviani.



Chuck lanzo una risita grave al ver un elfo que parecía estar disfrazado de mago. Les hizo un ademan a los otros Chuck para que supieran que aquel ser era "el rarito" de la clase. Mas no se quedo con eso. Hizo un gesto de burla con los dedos para con su compañero. No iba a responder bien, si aquel ser vestido de niñato, llegaba a responderle. El Chuck joven guerrero, siempre buscaba pleito para con sus pares, saliendo victorioso en el proceso. Era una leyenda entre los castillos Italianos de magos. Aun recordaba a su primer amor. Una elfina hermosa que había pertenecido al clan Di Medici en Italia. ¿Aun estaría viva?

-No se para que sirven estos objetos, ni que son las mancias y mucho menos voy a poder leer el futuro de un pequeño por nacer, señor -Espetò al profesor, perdiendo un poco la paciencia. ¿No habían pagado la clase para recibir la educación? Pues lo aproevecharia para preguntar todo lo que tuviera dudas- ¿Como se abre un ojo que esta en el interior? ¿Tiene algo que ver con las mancias? ¿Porque los objetos son tan diferentes? ¿Tienen algo que los hace coincidir para que se pueda adivinar sexos de no natos?

El Chuck se quedo parado esperando las respuesta, no se animaba a tocar objetos que podían estar encantados. Esa era la regla principal en su Castillo "Nunca tocar nada perteneciente a magos". Y allí en aquel lugar peligroso, era la primera enseñanza para un elfo. La supervivencia del mas apto, era la moneda corriente en las tierras donde habitaba la familia de Candela. Si no, pues morían como moscas.

Editado por Jeremy Triviani

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Chuck, elfo amo de llaves, de la Familia Triviani.




Ver el salón le quito la incomodidad de estar descalzo, era como estar en el Castillo, más bien como estar en el bosque, cosa que le gustaba. Sonrío apenadamente al escuchar las preguntas de los demás Chucks, eran bastante interesantes, y él era algo torpe a decir verdad, tenia la facilidad de hacer irritar a las personas, y en esta ocasión no era algo que le apeteciera a menos que sea a la triada de hermanos Triviani que tanto despreciaba por momentos.


Las cucharas que cargaba a un costado se movían y sonaban como pequeños juegos de llaves, con cada corto y torpe paso que daba Chuck. Se paro en la esquina donde se encontraban aquellos artilugios para él totalmente desconocidos, y sus grandes ojos verdes se reflejaron en uno, haciendo que se asustara y tropezara hacia atrás.


¡Juguetes! soltó tras reincorporarse rápidamente. Chuck no tiene juguetes, Chuck no tiene nada a decir verdad. jugo con sus manos mirando hacia un costado, con miedo de que le lanzaran algo, estaba acostumbrado a recibir maltratos y cosas voladoras en el recinto Triviani.



Se rio al escuchar la repentina predicción de Chuck, ¿hermafrodita? no sabia que los humanos podían nacer con aquel tipo de... No sabia, pero él pensaba que solo existían dos tipos de humanos, los hombres y las mujeres, ahora tenia dudas, por lo que si podía le preguntaría al profesor por qué su hijo nacería hermafrodita.


¿El ojo interior? corrió hacia él y le toco la frente ¿DONDE TIENES OTRO OJO, CHUCK?! le dio unos manotazos intentando buscar aquel ojo del que tanto preguntaba.


Levanto la cabeza y vio por sobre él un péndulo y una taza pequeña... Eso había llamado su atención. Profesor, ¿para que sirven aquellos dos artefactos? preguntó con una mano agachando la cabeza del Chuck.


¿Podemos adivinar de que raza sera lo que esta por venir? ​añadió A Chuck le gustaría saber, Chuck nunca ha visto un bebé.

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Tal y como venía siendo su costumbre en los últimos meses, o quizás años, Anne iba corriendo hacia su clase de Adivinación. El profesor, Aries Avery, los había citado en una ubicación desconocida. Parecía una dirección particular, ¿quizás algún local que tenía para enseñar aquella materia? No podía saberlo. Tras preguntar a algunos conocidos, había recordado a aquel hombre como la actual pareja de la muchacha embarazada a la que había dado clases el mes anterior de maestría en escobas, así que se prometió que preguntaría por su salud en cuanto tuviera oportunidad. ¡Después del estrés que había pasado durante la clase, viéndola volar en escoba en aquel estado! La había tratado con normalidad, pero admiraba su determinación a especializarse en dicha maestría estando en aquel estado.

 

Alcanzó el lugar y se detuvo en la entrada, adecetándose la ropa a toda velocidad. No le importaba mucho qué pensaran de ella, pero tampoco quería parecer una indigente. Tenía una reputación que mantener. Una vez tuvo el pantalón bien puesto y la camiseta recta, accedió al interior de la vivienda donde Aries les había citado y se encontró con un panorama que la dejó boquiabierta. Varios elfos miraban los objetos que había en la sala y parloteaban alegremente. ¿Sus compañeros de clase serían elfos?

 

Los observó mejor, le sonaban de algo. Enseguida cayó en que pertenecían a la familia Triviani.

 

¿Chuck? —preguntó al aire, sabiendo que todos se llamaban así. Luego observó a otro hombre, que parecía ser el que dirigía la clase. ¿Qué había sido del profesor titular?—. Soy Anne Gaunt, disculpe la tardanza. ¿Puede ponerme en antecedentes, si es que han iniciado ya la clase? No sé nada de adivinación, por cierto.

 

Luego miró a los Chucks, que parecían hablar de un bebé. Puso los ojos en blanco.

 

Decidles a vuestros amos de mi parte, cuando volváis a casa, que son unos vagos.

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