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Conocimiento de Maldiciones + Transformaciones


Matt Blackner
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Recibir un aviso de la academia para dar una clase siempre era una novedad, sobre todo desde que habían cambiado el sistema, y ya no era "solo" el profesor de transformaciones, como se demostraría aquel mes.

 

Tendría que impartir conocimiento de maldiciones, algo qeu nunca había hecho...

 

Pero no por ello, me echaría atrás. Mis alumnos, @@Zoella Triviani @@Lucrezia Di Medici Di Medci @ ya habrían recibido su correspondiente lechuza, informándoles del día y la hora a la que les esperaba. Además, les advertía que vistieran ropa abrigada y que les facilitara las caminatas por bosques.

 

Por mi parte, había decidido levantarme temprano. Tras una ducha de agua caliente, me vestí utilizando una sudadera azul oscuro bastante abrigada, con capucha por si llovía, y sobre esta una cazadora de cuero, además de unos pantalones bastante abrigados, de color negro, y botas de piel de dragón.

 

Con la mochila a la espalda, y la varita en el bolsillo derecho del pantalón, desaparecí de la mansión Potter Black.

 

Aparecí en el lindero de un bosque, al pie de una montaña. Allí era donde esperaría a mis alumnos, como bien decían mis indicaciones. Esperaba que alli aprendieran lo necesario, lo suficiente, y que apreciaran un poco más la historia de aquel lugar, situado al norte del país.

 

 

Varios Días Más Tarde

 

Nadie podría decir qeu no sería un mes productivo. Hacía doblete en la academia, además de encargarme del trabajo en el CMI, de mis labores en los negocios de la familia y como patriarca de la Potter Black, y de cuidar de mi hija...aunqeu al menos en eso tenía la ayuda de mi madre, encantada de pasar un rato cuidando de su nieta.

 

Me gustaba transformaciones, al fin y al cabo esa siempre había sido mi especialidad. Por eso no pude negarme al recibir la carta del director de la universidad.

 

Allí estaba, con una sudadera de color azul y vaqueros, agradeciendo qeu la temperatura fuese un poco más agradable que en mi última clase, unos días atrás. Mis gradas, como siempre, iluminadas por el sol mientras yo permanecía sentado, con una taza de café humeante en las manos y mi mochila a mi lado, sobre el tablero de la mesa donde siempre me sentaba.

 

Solo faltaba que mis alumnos, @ @@Lady Luxure Grindelwald y @@Lucrezia Di Medici (de nuevo) se presentasen. Con un poco de suerte, la clase sería algo más que un poco de teoría, y podrían vivir una pequeña aventura.

Editado por Matt Blackner

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Conocimiento de Maldiciones




Una nueva luna comenzaba y desperté esa mañana preocupada por no haber recibido noticia alguna de la clase a la que me había inscrito. No era que estuviese ansiosa por volver al colegio, pero me había encargado de liberarme de algunas obligaciones aquél mes y no sabría qué hacer con tanto tiempo libre si mi carta no llegaba. Pensando en todas las posibles razones por las que no me habían enviado la notificación, llegué incluso a pensar que realmente ni siquiera me había inscrito y todo había sido producto de mi imaginación o sólo lo había soñado.


Sin embargo, la carta llegó a mitad del desayuno. Me dirigí a la ventana de mi habitación con media tostada en la boca, quitando el ganchillo del cerrojo para abrirla y dejar entrar a la regordeta lechuza moteada que traía la misiva en su pico; ya no quedaba duda alguna, el sello de cera en el sobre tenía el escudo del colegio y entonces respiré hondo. Le compartí un trozo de tostada al ave, quien aceptó de un picotazo y extendió las alas para levantar el vuelo e irse. Rompí el sello y leí las indicaciones. Mi clase de maldiciones se llevaría a cabo al día siguiente, al norte del país, de modo que me dispuse a preparar lo necesario.


A la mañana siguiente, me dirigí al lugar citado, muy temprano. Hacía frío, pero afortunadamente se nos había advertido del clima, por lo que había decidido usar ropa térmica bajo mi vestimenta; esto porque siempre me resultaba incómodo llevar demasiadas prendas encima y, además, me desesperaba no poder moverme con libertad.


Sobre el conjunto térmico me había puesto unos jeans oscuros, un suéter tejido de lana color beige y encima una chaqueta de mezclilla con capucha. Un gorro tejido, igual que mi suéter, cubriendo mi cabeza y dejando que mi rubio cabello cayera en ondas sobre mis hombros, y además me calcé unos botines que eran ideales para excursiones. La varita dentro de un bolsillo interno de mi chaqueta, y un pequeño morral con algunas cosas extras a mi espalda.


Las indicaciones del lugar me llevaron hasta las faldas de una montaña que lindaba con un bosque de coníferas. El aire que se respiraba era puro y muy fresco, mas no tenía corrientes fuertes que dificultaran la caminata; se podía escuchar el susurro que provocaba en las ramas de los pinos, y en las hojas secas que arrastraba al ras del suelo. Un mago ya se encontraba allí, y al verlo supuse de inmediato que se trataba de mi profesor. Mi azul mirada le examinó sin timidez conforme me acercaba y saludaba.


—Buen día, ¿es usted el profesor Matt Blackner? —deseé confirmar. Mis labios esbozaron una sonrisa apenas perceptible, aunque realmente no sabía porqué sonreía de la nada; parecía ser que mi cordialidad afloraba lentamente —. Mi nombre es Frankie Triviani —le anuncié, desviando la mirada hacia la cima de la montaña con evidente curiosidad. Jamás había visitado aquélla parte de Gran Bretaña y me provocaba saber porqué había elegido aquél lugar para una clase de maldiciones —Lo siento, ¿qué lugar es este?.

Editado por Frankie Tarly

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Transformaciones

 

Estaba en mi habitación tocando el violin a gusto, era parte de mi rutina el hacer práctica de una hora diaria de Violin. Solía hacerla en la madrugada para que la luz de la luna y la oscuridad me inspiraran... Esa nostalgia hacía que las desgarradoras notas del instrumento salieran más sentidas desde sus cuerdas.

 

Era el día que iniciaba mi curso de transformaciones en la universidad, me agradaba la idea de saber que empezaría una nueva etapa académica mágica después de haber estado en Hogwarts. Los demás estudios que había realizado habían sido en otras universidades muggle.

 

Suspiré mientras me alista a para ir a lugar donde nuestro maestro nos había citado, use un pantalón verde olivo y una blusa negra, acompañada a un blaser negro de corte militar y botas hasta la rodilla. Era muy similar a la ropa de montar a caballo, la había elegido porque sabía que el terreno en que nos habían citado para hacer la clase era abierto y era necesario estar listo para cualquier cosa, era la idea del curso.

 

Tome mi varita y la puse en el bolsillo izquierdo del pantalón, que estaba a nivel de la rodilla, mi bolso de cuentas y también puse la carta de confirmacion del curso por si acaso. Puse el bolsito en el bolsillo derecho del pantalón y empecé el descenso desde la torre norte, donde se ubicaban mis habitaciones hacia el nivel inferior del Chateu.

 

Abrí la cochera que estaba detrás del cementerio, allí estaba mi auto un ford Anguila el que use para dirigirme hacia el lugar del encuentro: una montaña de apariencia bastante mística. En la falda de la montaña aparque el auto y me dirigí hasta la parte alta de ella caminando, siguiendo un camino que estaba allí que nos llevaba a un lugar muy singular que parecía un paraje de entrenamiento. Allí habían una persona.

 

A él le conocía era Matt Blackner, parte de la familia Ojoloco, familia de mi primer esposo, apenas le conocía.

 

-Buen día, profesor Matt buenos días, soy Ariane Dumbledore, vengo a la clase de transformaciónes

 

La salude amablemente

Editado por Ariane Dumbledore

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Ministre de la Magie Français // 🌙 dulce asesina by Mael

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~ Transformaciones ~

 

A Luxure había llegado una lechuza notificando que debía presentarme al otro día para empezar a cursar transformaciones, me agradaba la idea de tener ese conocimiento, avanzar era necesario así que era hora de volver a estudiar.

 

-Istar deberás encargarte de los cachorros mientras no estoy.- Ordene mientras cambiaba mi atuendo y preparaba todo lo que necesitaba para el tiempo que llevaría fuera.

 

En unos minutos estaba lista, vestía unos jeans negros, camisa Blanca, botas y un tapado que hacía juego, mi bolso de piel de moke...solo desaparecí para volver a hacerlo en la puerta de

Hogwarts y finalmente dirigirme a donde se suponía que el profesor debía estar esperando, mis pasos rápidos casi no se escuchaban en el camino, mis ojos rojos escaneaban con calma el sitio.

 

-Buen día...profesor.- Salude de forma amable a @@Matt Blackner mirándole brevemente, a simple vista todo lucia demasiado normal.

 

Entonces noté una presencia muy grata para mí, nada más y nada menos que mi dulce y querida @ me hacía mucha ilusión compartir la clase con su persona y ya verla ahí...tan genial como ella solo podría ser. Me sentía ansiosa por que hacía mucho que no estudiaba nada y estaba más que claro que me encontraba oxidada, solo esperaba que mis neuronas colaboraran un poco.

 

-Soy Lady Luxure Grindelwald y es un gusto compartir la clase con ustedes.- Dije en forma general para luego ir al encuentro de mi amiga y darle un abrazo con un beso en la mejilla. -Hola Ari...estoy muy contenta de verte.- Le comenté con una enorme sonrisa en los labios. -Espero sun la clase sea entretenida.- Le comenté en voz más baja a la pelivioleta.

 

El profesor parecía amable y la verdad tenía una buena expectativa, la clase daría comienzo pronto, solo esperaba que todo me saliera bien y que esto me ayude a controlar mejor mi magia y no terminar siento un demonio inmanejable...intentaría transformarme realmente en algo mejor.

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Conocimiento en Maldiciones



Un grito agudo seguido del sonido de una descarga de electroshock, despertó a Thomas de su descanso. Llevaba dos días durmiendo sin parar, luego de una semana sin pegar ojo. Se levantó de la cama recordando que tenía clase. El permiso para salir del CRAA ya estaba firmado y sellado por su tutora Zoella. Por unas pocas horas sería libre para hacer lo que más quería. Ver a Frankie. Su gemela. La mujer que más amaba sobre ese injusto planeta. Estar listo no le tomo más de media hora. La habitación que tenía en la institución, contaba con un frigobar donde mantenía paquetes frescos de plasma para mantener su apetito bajo control. También le daban muchas semillas, para reducir la ansiedad de su enfermedad de rabia.


-Si no vuelve antes de que caiga la noche, va a ser cazado como un criminal -Le advirtió el elfo de la recepción, mientras Thomas estampaba su firma en el pergamino.


-Vendre antes -Prometió con una sonrisa compradora. Ya podía sentir la emoción de ver a su hermana

Meses sin saber de ella y de sus viajes. Frankie siempre tenía una historia espectacular para relatarle en cada encuentro. El joven vampiro disfrutaba de las aventuras que escuchaba y luego pintaba cuadros con las imágenes que se le formaban en la mente.


Llegar a donde iba la clase siguiendo como guía la nota del profesor, no le provocó problemas. Pasear por las calles, era su pasatiempo favorito desde niño. Con el circo habían recorrido todo Europa. Thomas lo recordaba todo, como un recuerdo lejano, como si hubiera sido la vida de otra persona y no la suya propia. El terreno escarpado se iba inclinando en subida a medida que los pasos del Clairmont se iban acelerando hasta llegar a unirse con el grupo. Cuando sus ojos encontraron a Frankie, se adelanto para darle un ruidoso beso en la mejilla. Sabiendo que interrumpiría su paz mental e invadirla su espacio personal.


-Ya tengo mi propia varita para retarte a duelo -Le dijo mostrándole la varita negra que le habían regalado apenas termino los estudios mágicos -Zoella me lo regaló, fuimos a elegirla juntos -En esos momentos de cotilleos, el pelinegro se dió cuenta que había más personas con ellos - Hola, soy Thomas.

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Conocimiento en Maldiciones.

Perséfone Snape.

Días atrás la Triviani había recibido a la lechuza dentro de su oficina en el CRAA, indicando que en un par de días se llevaría a cabo su clase de conocimiento en maldiciones, aquello le alegró y realizó todos los preparativos necesarios para ir, sabiendo también que su hijo realizaría dicho conocimiento. Firmó el pase de salida de Thomas y se dirigió a su habitación, donde constantino irrumpió alarmado, indicando que debía viajar de emergencia a Croacia, donde la pequeña fábrica de alfombras voladoras clandestinas estaba teniendo problemas legales y necesitaban de la cabeza de la organización.

 

La Triviani rápidamente llamó a su ahijada, Perséfone, dándole cinco sobres de poción multijugos, la pelivioleta tenía una importante misión, sería Zoella por un día.

 

La Snape sintió la emoción correr por sus vampiricas venas, sería al primer conocimiento al que asistirá luego de ser expulsada de la academía años atrás. Corrió a su cuarto y realizó todos los preparativos necesarios para ir a las montañas al norte del país. Empacó un gran suéter de piel en su bolso junto a un par de cosas más de las que creyó pertinente.

 

 

 

Días después, la Snape tomó la poción multijugos frente al espejo, observando como sus cabellos decrecían hasta llegar a la calvicie, sus facciones cambiaban a las delicadas y mayores de la Triviani y su cuerpo crecía un par de centímetros, al igual que su fisonomía que se volvía más marcada. Se observó frente al espejo y tocó sus pechos, sintiendo la grandeza que no iba a tener a futuro. Bufó y tomó sus cosas para transportarse hasta las montañas.

 

Un viento helado chocó con su rostro, la Snape percibió el aroma de Thomas y caminó pasos apresurados hasta donde él estaba, junto a Frankie, su hermana a quien besaba amorosamente en la mejilla. Perséfone se quedó petrificada, escuchando un pequeño crujido en su pecho tras tal acto frente a sus ojos, las lágrimas llegaron a su rostro y con gran fuerza las retiró.

 

Caminó a pasos enojados e ignoró la presencia de ambos Triviani para presentarse al profesor - Persé... Zoella Triviani - se corrigió, sabiendo que en su voz se escuchaba el vestigio de las lágrimas que aún se alojaban en sus ojos. Apretó su mandíbula y cerró fuertemente sus manos en las agarraderas de su mochila, conteniendo para no observar el rostro de Thomas.

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Pequeñas burbujas danzaron bajo el agua hasta abrirse camino hacia la calma superficie de aquel lago. Al llegar allí, el aire contenido en ellas logró liberarse y unirse a una atmósfera cuya calidez se intensificaba bajo la montaña. El ascenso de las burbujas, hasta aquel momento dosificado, comenzaba a volverse más y más notable a medida que los segundos pasaban, incluso llegando a capturar la atención de los animalitos que por allí moraban. Los ojos de los cuervos que sobrevolaban el lugar fueron los primeros, gracias a los metros ganados al suelo, en contemplar la alargada sombra que se formó bajo el cristalino espejo de agua. La mancha negra, difusa debido la incipiente corriente del agua, se volvía más definida a medida que con presura se acercaba al exterior.

 

Sin embargo, antes de que cualquiera pudiese intuir de qué se trataba, la imponente figura atravesó la superficie con inusitada fuerza. Los pequeños peces de agua dulce huyeron al verlo: un kelpie había aparecido súbitamente allí, pese a no ser una especie autóctona del lugar, saltando varios metros en el aire con un impulso fugaz. Lo que más llamaba la atención era quien montaba aquella criatura acuática, sosteniéndose con firmeza de su crin de juncos. Pese a que su característico cabello dorado se encontraba mojado y su vestimenta estaba absolutamente empapada, la aristocrática figura de Lucrezia relucía con su actitud avasallante. Su ligera sonrisa, rodeada por diminutas gotas de agua templada que descendía por sus comisuras, permanecía inmutable dibujada en su rostro.

 

El sumiso kelpie acató las órdenes de su excelsa jinete y se acercó a la orilla del lago que quedaba menor distancia de la montaña. Los movimientos del acuático equino eran elegantes y armoniosos, donde cada golpe de sus musculosas patas se conectaba con el siguiente de una manera vistosa. La mujer, quien se había encargado de adiestrarla, descendió con sumo cuidado del perlado lomo de la criatura mágica e instantáneamente estabilizó su equilibrio, clavando el pequeño taco de sus oscuras botas en la húmeda tierra. La joven italiana vestía un sobrio uniforme de equitación: unos pantalones negros ceñidos al contorno atractivo de sus esculturales piernas, una camisa blanca simple con el último botón prendido apretando su delgado cuello y un chaleco que combinaba en su oscura tonalidad con las prendas inferiores con sus iniciales bordadas en dorado en el lado derecho de su busto.

 

La blonda italiana caminó unos pocos pasos antes de que sus azules ojos rastrearan la presencia de un grupo de personas que reconoció como parte de la clase en la que se había inscripto. Ladeó la cabeza y se llevó la palma de su mano contra su oreja, haciendo presión para que al apartarla el agua que se había acumulado allí saliera hacia el exterior. Sonrió al sentir la cálida sensación del agua al extraerla de sus oídos. A Di Médici, por alguna razón, le encantaba sumergirse en el agua junto a las criaturas de ese hábitat que había adquirido con el paso del tiempo; su última adquisión, los kelpies perlados, se habían transformado casi al instante en sus preferidos para la dichosa actividad. Es por ello que prescindía de sus clásicos vestidos renacentistas, pues se volvían una reiterada molestia a la hora de descender a las profundidades de lagunas y ríos para explorarlos.

 

Antes de alcanzar al dichoso grupo de Conocimiento en Maldiciones, clase a la que había decidido acudir para afinar lo más posible su medido uso de la magia oscura, Lucrezia se detuvo un instante a pocos metros de la reunión. Alzó su mano izquierda y encorvó sus dedos con ligereza. En un instante para otro, allí se materializó su impoluta varita. La sostuvo del maleable mármol que conformaba su mango y la elevó con un suelto movimiento hasta posicionarla por encima de su cabeza. Apuntándose a sí misma, la blonda italiana susurró un encantamiento que drenó toda el agua que aún conservaba en su vestimenta y su rubio cabello. Su arma mágica absorbió hasta la última gota, dejándola completamente seca y con la destacable elegancia con la que gustaba de presentarse ante conocidos y extraños.

 

- Buenos días.- se presentó una vez hubo atravesado el empinado tramo que los separaba de Matt, Zoella, Frank y Thomas.- Siento haber llegado tarde, cuestiones de gente con demasiadas tareas.

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CONOCIMIENTO DE MALDICIONES

 

El bosque de coníferas estaba en paz. Tal vez porque el viento traía el olor a lluvia, los animalillos correteaban de un lado a otro, haciendo acopio de alimentos para poder refugiarse antes de que la tormenta comenzase.

 

Yo me mantenía en el punto de encuentro, con las manos en los bolsillos de mi cazadora, cuando la primera de mis alumnas aquel día me alcanzó. Saludé a @ , asintiendo con la cabeza a su pregunta. No tardó en unirse @@Thomas Clairmont a nosotros, y tras el, @@Zoella Triviani y @@Lucrezia Di Medici

 

- Bien, ya estamos todos. Soy Matt, vuestro profesor. Seguidme.

 

Comencé a caminar hacia arriba, subiendo por el sendero de la montaña. MI objetivo era la zona superior, donde nos esperaba el lugar donde habia decidido dar aquella clase.

- Que esperáis al adquirir este conocimiento? Satisfacer vuestra curiosidad? Proteger a vuestra familia? Mejorar en vuestro trabajo? - "utilizarlos para dañar a personas inocentes?" pensé, aunqeu no lo dije. No me pasaba desapercibido lo qeu ocurría en Ottery, y como muchos, temía que en algún momento comenzaran de nuevo los ataques en el pueblo.

 

Conforme avanzábamos, el aspecto verde y el ruido de pequeños seres fue apagándose. La hierba comenzaba a tener un aspecto oscurecido, quemado en algunas zonas. La roca que asomaba también presentaba ese aspecto, negro brillante, carbonizado. El aire arrastraba cierto aroma a cenizas, a quemado, y lo único qeu se escuchaba, además del aullar del viento, era el sonido de los cuervos.

 

- Bienvenidos a la Cima de los Vientos. - les dije, adentrándome un par de pasos a través de lo qeu, en otros tiempos, fueron las puertas de un gran castillo, pero que ahora, eran las puertas a sus ruinas.

 

TRANSFORMACIONES

 

Me estiracé a tiempo para ver llegar a mis alumnas. @ y @Lady Luxure Gindewald llegaron casi a la par, dispuestas ambas a llevar adelante una clase de transformaciones amena

 

- Sed bienvenidas las dos a mi pequeño graderío. En esta clase aprenderéis los secretos de la transformación, un arte con muchos más secretos de los que pensáis.

 

Les señalé las gradas, invitándolas a sentarse. Me levanté de mi sitio, tendiéndoles un pergamino a cada una, donde irían apareciendo los hechizos que les enseñaría conforme los enumerase. La clave era tener claros los conceptos, siempre. Al fin y al cabo, era una mangia que, me daba la sensación, a veces se infravaloraba.

 

- Antes de comenzar con la materia en si, debéis saber que la transformación se basa en la aplicación de las Leyes de Gamp, las cuales rigen en parte su funcionamiento. Podríais enumerarlas? - pregunté

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El profesor de aquella clase era corriente, o al menos así lo interpretaba la joven aristócrata al dedicarle una expeditiva mirada de los pies a la cabeza. Su postura despreocupada con sus manos dentro de una simple cazadora, su presentación poco extensa y su actitud carente de ínfulas de solemnidad comenzaron a dibujar en la mente de Lucrezia una imagen conceptual de aquel sujeto que se presentaba como Matt. Al contrario de lo que sus conocidos pudiesen pensar, en aquella oportunidad Lucrezia agradecía tener como profesor a una persona común. Un plebeyo aceptable, de aquellos que en otros ámbitos acostumbraba a despreciar. Sus últimas clases impartidas por miembros de la Universidad habían sido un fiasco, obligándola incluso a enviar a uno de sus elfos domésticos en su reemplazo.

 

Antes de comenzar el ascenso por un camino abierto y espiralado que rodeaba la montaña hasta su cima, la bruja clavó sus ojos en Zoella Triviani. Se sorprendió -y gratamente- de como su relación con aquella mujer se había transformado a lo largo del tiempo. Lo que alguna vez consideró una piedra en su zapato, una arpía con la que el destino la había condenado a encontrarse una y otra vez pese a sus intentos de evitarlo, le producía ahora una genuina alegría. Su amistad, tal vez condicionada por sus negocios en común, se había vuelto algo invaluable en el contexto de una vida solitaria en Ottery, un lugar que se había encargado de privar a la Médici del poder que poseía en su natal Italia. Le recordaba, si algo, a las damas de compañía que la rodeaban dicha y noche cuando aun vivía bajo de su familia.

 

- Un placer verte por aquí, Zoella…aun tenemos algún que otro tema pendiente.- le dijo enarbolando un tono sugerente, una costumbre libidinosa de sus últimos encuentros.

 

Su decisión de prescindir de sus clásicos zapatos de taco aguja, que le hacían ganar varios centímetros, y reemplazarlos por adaptables botas de equitación había resultado una prueba clara de su magnífica e irrefutable sabiduría. El ascenso hacia la cima de la montaña, con un sendero rocoso que se volvía más empinado a medida que uno avanzaba, resultaba laborioso incluso cuando llevaba prendas de lo más cómodas y ceñidas a su delgado cuerpo que contrariaban su sentido de la moda. La blonda italiana detestaba el exceso de esfuerzo físico que cualquier actividad alejada de su constante búsqueda de poder le obligase a ejecutar ¿Cuál era el motivo exacto de no convocarlos directamente en el punto que el profesor había elegido como el escenario perfecto para la clase? Aquella caminata era, a los ojos de Lucrezia, de lo más improductiva. Nada raro para la idiosincrasia de la Universidad y sus profesores.

 

- Pues mi interés con el aprendizaje de maldiciones es sentar una buena base que luego pueda encaminar por mi cuenta hacia otras ramas del conocimiento. Soy una autodidacta, no puedo evitarlo.- se ufanó con cierta gracia ante las preguntas de Matt.

 

Controlando su respiración para no dejar espacio a la agitación, la bruja percibió como la atmósfera comenzaba a teñirse de un tenue, muy tenue tinte apesadumbrado. La cima estaba a solo unos pasos y los primeros restos de lo que alguna vez fuese una edificación comenzaban a tomar protagonismo: rocas sueltas que posiblemente habían conformado paredes en el pasado, estructuras metálicas varias y tablones de maderas quebrados marcaban el sendero hacia lo que se asomaba como una desvencijada puerta que ya no configuraba una entrada a nada más que ruinas. Los colores vivos de la vera de la montaña se oscurecían a cada paso. Se alzaba allí una sensación lúgubre intrínseca a los restos que alguna vez conformaron algo mayor, seguramente bello ¿Le importaba a Lucrezia su origen? No.

 

- Muy lindo el paisaje.- exclamó Lucrezia con un tono que dejaba entrever su limitada paciencia, sin siquiera darse una oportunidad de contemplar lo que la rodeaba - ¿Y bien?

 

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Thomas no se separa de su hermana. Tenía muchas cosas que contarle y aquella era una oportunidad, como cualquier otra. Estaba por decirle los últimos acontecimientos que había vivido en la venta de sus manualidades, cuando el aroma de un hombre le llegó a la nariz. Abrió los ojos azules bien grandes con la sorpresa pintada en sus facciones. Conocía el aroma del hombre que se había cruzado de casualidad en su trabajo, aunque ahora ya no le parecía casualidad.


Estaba por incordiar a su gemela, cuando apareció la tutora que se encargaba de su bienestar mental. Thomas sentía un profundo afecto por ella. Lo había salvado de todo mal y lo ayudaba constantemente con su enfermedad. La recibió con una amplia sonrisa y no pudo evitar botar las lágrimas que encomiable aquello profundo ojos grises. Alguien la había lastimado.


-¿Estas bien? ¿Quien se hizo llorar, Zoella? -Preguntó manteniendo la conversación en susurros para evitar miradas indiscretas.


La llegada de una impresionante mujer rubia, llamo la siguiente atención, como para que Thomas agarrara la mano de su tutora y le diera un pequeño apretón en señal de apoyo. La clase continúo con el profesor ignorando las diferentes situaciones de sus alumnos. En minutos estaban en marcha uno tras otros subiendo por un camino empedrado hasta la copa de la montaña. El sonido del viento perjudicaba al vampiro que tenía que hacer un esfuerzo enorme por no apretar los dientes con fuerzas.


-Yo solo vengo de acompañante. Hace un tiempo aprendí sobre las Maldiciones. Quedé impresionado por el grado al que pueden llegar. Es una magia muy compleja -Aportó sin detenerse sus pasos. La Cima de los Vientos con la entrada a unas ruinas, no le trajeron buenas energías al Triviani. Podía sentir que allí flotaba algún conjuro que perduraba a pesar de los años ttranscurridos.




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