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Calles de Londres


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Dick no se dejaba intimidar por ningún hombre sin importar que puesto tenía o que poder pudiera causar, por lo que manteniendo su concentración sencillamente disolvió la burbuja de purificación, al parecer su cometido ya había Sido resuelto, había absorbido todos los restos de malas vibras y ahora podían ver con claridad los médicos sobre que y aquíen estaban atendiendo por lo que soltó una pequeña risa...

 

--Eres tal cual mi padre dijo: Hades cierto? Verás el siempre se reservo su opinión de todos, pero cuando se refirió a ti siempre creyo que eras un perro muy grande, egocéntrico con raros fetiches, pero que le falta los colmillos para morder--

 

Dicho eso hizo una reverencia a la doctora Alessandra para posteriormente retirarse de la sala, aquel doctor no se merecía ni el más mínimo respetó... Sobre todo después de una acusación tan patética como el querer insinuar que el estaría ahí para acabar con el trabajo... Por lo que sin decir mas miro de reojo a Saori y comenzó a caminar de nueva cuenta hacia la recepción, la situación no mejoraría y afuera hay verdadera gente que necesitaba su ayuda, por lo que desapareciendo del hospital segundos después volvió a aparecer ahora en una plazuela de las calles de Londres dónde se encontraban sus elfos ayudando a las personas

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Saori al no ver a nadie se preocupo no supo que hacer hasta un momento sintió la presencia de Dick al cual volteo mirar .- Tu.. que haces aquí.- din dejarla hablar muy claro el de inmediato le comento la situación así mismo su abrigo para sentir un poco mas de calidez, dick trata de que saori se calme y tome las cosas en calma para no agrabar mas las cosas.- Ale esta en el hospital- confundida saori sigue al joven Dick hacia el hospital donde un abrir y cerrar los ojos ya estab alli.

 

saori se quedo viendo todo a a su al rededor esto estaba hecho nada muchas personas heridas así como muertas, saori no se creía este paisaje su demonio interno sintió satisfacción pero era algo que a saori no debía de importar en momentos así solo esperaba que toda su familia estuviera bien.- Per...- quedo con la palabra en la boca no sabia a donde ir o que hacer si no encontraba alessandra. Saori quedo un poco confundida ante toda esta situación el joven dick empezó ayudar saori penso que su leve conocimiento no iba hacer mucho, El joven la lleva corriendo hacia una sala donde alguien estaba apunto de fallecer. Saori lo sigue y ve las acciones del joven dick así mismo las de su sobrina la cual se sintió mas aliviada de saber que estaba bien.

 

-Alessandra.- susurra mirando hacia la cama se podía ver que la joven esta allí no era mas que una conocida de saori y no lo podía creer, alessandra con todo el alboroto decidió echar a los presentes, saori quera contribuir pero noto que la purificación podía funcionar pero si era magia oscura saori podría ayudar.

 

-Alessandra que le paso arya ?- dice mientras la joven esta bajo la purificación.- Tienes que calmarte, el hechizo no fue duro pues aun esta viva así que calma, ahora mas que una cirugía es poder encontrar en que punto o a que punto el hechizo esta dañando a arya .- dice saori esperando una respuesta de algunos de los presentes.- mientras no llege a sus partes vitales aun podrá vivir.- dice .- Se que lo tienes pero de que sirve que la regrese si su agonía va seguir .- concluye.

 

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SAN MUNGO

 

"Arya, si puedes oírme, qué pasó"

 

La oía, la oía perfectamente solo que seguía tiesa a un lado de la camilla. Aidan la miraba sin poder hacer demasiado pues no era aquella su área y por curioso que pareciera, o impropio del vampiro, le abandonó corriendo en sentido contrario —posiblemente yendo en busca de Sybilla luego del vahído que la pelirroja tuvo—. Los enfermeros totalmente capacitados empujaban la camilla rumbo a la sala de cirugía que ella mismo hubo pedido instantes atrás, gritando de manera irracional, y con la paciente, a su sobrina también, quien seguía hablando con ésta. La muchacha balbuceaba pero cada vez que abría la boca, sangre brotaba en lugar de palabras.

 

Rápidamente se les sumó Hades ¡Ah! pensó, él lo solucionará todo como Anna lo habría hecho en su momento. Sonrió más éste, en primera instancia, también entró en pánico confundiendo a la joven moribunda con ella misma. Fue entonces que Macnair notó las similitudes, aunque la bruja tenía el cabello rubio oro y el rostro carente de pecas, era exactamente igual a ella; a juzgar por la edad el calco de Ámbar, su pequeña hija de siete años, a la que había conocido en el futuro gracias a la magia antigua.

 

¿Quién era la extraña? Abrió y cerró la boca como pez afuera del agua, estaba siendo poco profesional.

 

—¡¡No!!— Hasta que por fin reaccionó.

 

Un hombre apareció en escena, totalmente ajeno a la sanadora, con nombre y apellido, asegurando ser sacerdote. Empujó a todos los enfermeros que se habían conglomerado alrededor del cuerpo que no acababa de sanar tras la segunda transfusión, justo cuando Alessandra recomendaba que todo personal que no fuese médico certificado abandonara la habitación. Se acercó a Hades, ella era un factor de riesgo infeccioso, estaba sucia de la calle y tenía sangre, para colaborar tendría que lavarse.

 

—Hades, mira como las venas se le ponen moradas cuando comienza la transfusión, la chica es un vampiro, la están intoxicando.

 

Volteó buscando a su sobrina.

 

—¿Dónde puedo lavarme?— Ragnarok debería recordarla como Jefa del centro clandestino que atendía a los Mortífagos caídos en batalla, así como la blonda la recordaría como Jefe de oficina del propio San Mungo. Era una persona de fiar.

 

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Oficina del Concilio de Mercaderes

00:00 am del 12 de Marzo

 

 

La noticia había volado como una bandada de lechuzas por todos lados. Aaron había decretado que el estatuto podía irse a la cloaca, porque él ya no quería que fuéramos cuidadosos con los muggles. Golpee la superficie del escritorio mientras escuchaba al locutor de la radio hablar apresuradamente. Detrás de él se podía oír claramente estallidos, gritos, coches muggles frenando. La locura se había expandido por el centro de mismo de la ciudad de Londres tras las declaraciones del Primer Ministro mágico y, ahora, los magos habíamos sido descubiertos y éramos claramente temidos.

 

-Eres un...- ni siquiera pude decir en voz alta las palabras que estaba pensando, quizá porque prefería gritárselas en la cara. Eso haría, más tarde, iría con Aaron y le diría que estaba poniendo en peligro todo lo que habíamos orquestado durante años. Los muggles me tenían sin cuidado. El problema eran los militantes de la Orden del Fénix, cuidadores de las buenas costumbres de los magos, represores de las Artes Oscuras. Ellos nos llevarían a una nueva guerra que Aaron Black había comenzado. Ni siquiera me sorprendió que la marca ardiera en mi antebrazo derecho.

 

****

 

SAN MUNGO

9:30 am del 13 de Marzo

 

Me sobresalté al escuchar sonar el celular.

 

Había adquirido el aparato por pedido de Aidan, que detestaba usar memos o lechuzas para comunicarse conmigo. Y desde que Castalia, Sebástian y los gemelos se habían mudado al castillo del Norte, el celular había resultado bastante útil. Incluso Rohana poseía uno. Ella había decidido quedarse en la mansión Macnair mientras su madre adoptiva y los gemelos se acostumbraban los unos a los otros, prometiendo unirse a ellos en el norte antes de comenzar las clases en Hogwarts el próximo septiembre.

 

-¿Qué sucede?- pregunté por el micrófono, luego de apretar el botón verde para atender la llamada.

 

-Necesito que acudas a San Mungo, Cissy. Es Arya- le temblaba la voz al hablar-. Tienes que verla- agregó.

 

-¿Ella está...

 

-No... Está bien físicamente... Pero necesito que la veas- me rogó.

 

-Vale. Estaré allí cuanto antes- prometí y luego colgué.

 

 

***

 

-Lo siento- me disculpé con Aidan al llegar a la sala de espera de San Mungo.

 

La misma estaba atestada de gente que pedía ver a un médico, gente que entraba sosteniendo paños sangrientos en manos, hombros, cabeza, piernas y estómagos. Gente que lloraba por sus seres queridos o gente que simplemente parecía estar calmada pero que estaban en claro estado de shock.

 

-Me dijeron que habían cerrado el transporte por Red Flu ni bien colgué contigo y no quería volver a llamarte- respondió Aidan-. Necesito que me ayudes con Arya, no está bien- su mirada estaba algo alterada como hacía tiempo que no la veía y tenía sangre en la ropa. Notó de inmediato a dónde había dirigido mi vista y se detuvo en medio de un corredor, colocándose contra la pared para dejar pasar a una enferma que corría con una botella de plasma para la intravenosa de alguien-. Estábamos en medio del centro de Londres cuando estalló la locura. Atacaron a una chica y Arya y yo la socorrimos.

 

-¿La muchacha está bien?- pregunté.

 

-La están operando ahora mismo. Pero Arya... está en shock... Hablaba... No sé ni cómo describirlo, Cissy. Decía cosas incoherentes- se encogió de hombros y noté lo pesado que eso le resultaba-. Estaba ayudando a atender a la chica cuando te llamé. Debe seguir en la sala del fondo- señaló con un dedo para el lugar donde la había visto por última vez-. Yo.. hay demasiada sangre- apretó la mandíbula.

 

Fruncí la nariz. Sí, olía a sangre y hierro.

 

-Vale... ve a tomar aire. Yo me haré cargo- le di una palmada en el brazo y lo empujé en sentido contrario.

 

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Editado por Feyre Rhiannon Macnair

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13 de marzo, 00:00 AM.
Mansión Di Médici.

No lo esperaba. Bueno, tal vez sí lo esperaba pero no en aquellos momentos. Si pensaba que Lucrezia algún día me llamaría para hablar sobre la labor del Primer Ministro, no esperaba que fuera aquel día 13, viernes, día aciago entre muchos magos e incluso muggles. Sin embargo, su invitación llegó y no la dejé pasar. Es cierto que estaba ocupada cuando Harpo me dijo que la Señorita Di Médici me había invitado a su casa, a pesar de que aún había un toque de queda.

-- Ha de vestirse de forma apropiada, ama...

-- Bueno, bueno, no exageres... -- le contesté con una gran sonrisa. Estaba limpiando la bamba-conejo que mi amiga Tamarindo había dejado en la la "Ojo Loco" a nuestro cuidado y no quería que sus cordones-bigotes se deshilacharan o ella me mataría en alguna de sus visitas. -- Ella se sentiría totalmente confundida si me presento en su casa con uno de esos vestidos encopetados que luce. Lucri sabe que yo no me sentiría cómoda vistiendo de esa manera tan artificial. Me pondré la sudadera rosa con bolsillos.

Solté otra risa cuando Harpo exclamó un impoperio divertido sobre mis gustos pero sabía que me entendía. Nunca había conseguido que luciera vestidos si no era muy necesario, inevitable más bien. Y la cita con la italiana no lo era.

Dejé en libertad al conejito y le contemplé dando saltitos hacia la puerta corredera de los jardines. Escuché el reloj del Hall. Era la hora. Me vestí cómoda. Era muy consciente que nunca en la vida podría competir (ni lo quería, por supuesto) con Lucrezia en el gusto exquisito aunque desbordante en la tela de los vestidos que usaba, y sabía también que ella era consciente de la sinceridad abrupta con la que le contestaba sus intentos de lucirlos en toda ocasión. A su vez, ella esperaba de mí que mantuviera mi propia forma de ser aunque fuera tan diametralmente distinta a la suya, que la defendiera ante sus constantes críticas sobre mi vestimenta. En realidad, a las dos sólo nos unía una persona, Thiago, por encima de nuestras diferencias abismales. Y, aunque cada día que compartíamos, nuestra relación parecía hacerse menos intempestiva, aún nos mirábamos con la barbilla alta y enarcando una ceja en algunos de nuestros comentarios.

Y, sin embargo, he de reconocer que defendería a esa mujer de cualquiera que se atreviera a insinuar algo de ella en mi presencia. Después de tantos tratos ariscos, asomaba en ella a una persona a la que apreciar y escuchar. Por ello, cuando recibí la misiva, ni lo dudé. Crucé la puerta que unía ambas casas, apareciendo en aquella sala apenas iluminada. El contraste fue brutal y tuve que parpadear un par de veces antes de poder vislumbrar aquella habitación.

 

Muy típica de Lucrezia, por cierto...

 

-- Chica, un "hola" me hubiera parecido más educado, Lucrezia -- No me atreví a usar el "Lucri" que había utilizado en mi casa porque... aún me quedaba tiempo para meterme con ella. Lancé un leve suspiro y me senté cerca de la chimenea, observando aquel animalito que reclamaba sus caricias. -- ¿Qué quieres que te diga? La culpa es vuestra, de quien votasteis a ese mentecato. ¿Es que esperabais algo bueno de Aaron Black Lestrange?

 

Sonreí un poco. Iba a ser una reunión interesante. ¿Me dejaría poner los pies encima del sofacito?

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Matt Ironwood.

 

12 de Marzo, 23:00hs

Oficina Regional del FBI: División de Asuntos Mágicos, Los Ángeles, California.

 

-Entonces simplemente tengo que aguardar a que ustedes me informen, esperar órdenes - suspiró cansinamente el castaño mientras se observaba su nuevo reloj de muñeca, al menos tenía estilo.

 

No le agradaba la idea de estar en una misión completamente a ciegas, estar lejos de casa sin mayor directiva que esperar una directiva era exasperante, pero sabía que no valía la pena discutir. En su cabeza ya había planeado su primer paso, en cuanto llegara a Londres iría hasta Ottery, el castillo Evans McGonagall era como su segundo hogar y los Evans no lo hostigaron a preguntas por tan imprevista visita.

 

El agente Griwolski lanzó un puñado de polvos flú a la chimenea que tenían enfrente y las llamas se avivaron con furia mientras cambiaban a un intenso color verde esmeralda. -Te estará aguardando el embajador - le explicó antes de retirarse de la habitación.

 

Matt se arregló un poco la corbata, tomó su maletín que descansaba sobre el sillón de cuero, avanzó hacias las llamas y todo giró.

 

13 de Marzo, 06:00hs

Embajada de los Estados Unidos, Londres.

 

 

Las llamaradas verdes que lo envolvían pronto se volvieron ascuas anaranjadas en torno a sus zapatos. Inclinando un poco la cabeza salió por la elegante chimenea a una elegante habitación, suelos alfombrados, muebles con exquisitos tallados y pinturas enmarcadas en marcos dorados le dieron la bienvenida junto con un hombre que lo aguardaba tras una enorme escritorio mientras bebía una copa de brandy.

 

-Bienvenido a Londres, Agente Especial Ironwood - señaló el mago se unos cuarenta años, cabello oscuro prolijamente recortado que enmarcaban un rostro bonachón.

 

-Embajador Colleans - saludó a su turno el castaño mientras cruzaba la habitación hacia el hombre. Después de estrechar manos, tomar asiento y rechazar algo para beber el embajador comenzó a explicarle la situación.

 

-Se que tendras tu propio itinerario - comenzó diciendo el hombre - pero mi misión es velar por el bienestar de todos nuestros ciudadanos en el país, incluido ustedes, los distintos agentes encubierto que el MACUSA está enviando, aquí están tus papeles de extranjero por si alguien te los pide - dijo mientras le tendía los mismo -Se que has trabajado aquí y tienes familia en el país, pero nunca está demás estar preparados, espero que disfrutes tu estadía con la familia - aclaró sus dudas el embajador mientra mago guardaba los permisos en su maletín.

 

-Tenemos poco tiempo, pronto más agentes llegaran y tengo que recibirlos pero te tengo un pedido, cerca de aquí se encuentra un centro de atención de emergencia para la población mágica en contexto crítico, que para estas horas debe estar muy concurrido,necesito que vayas y compruebes si hay estadounidense, si los encuentras enviarlos directamente para aquí -

 

-¿Estamos en plan de evacuación? - preguntó el Ironwood mientras leía la dirección del centro.

 

-No de manera oficial - fue la única respuesta que el embajador le dio.

 

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13 de marzo, 00:02 AM.
Mansión Di Médici.

 

Sagitas siempre era…tan ella. La irreverente elección de palabras para presentarse y su forma de vestir tan cuestionable, entre modernilla y casual, eran una señal inequívoca de que se trataba de la mismísima matriarca de la “Ojo Loco” Potter Blue y no de una impostora. Pese a cualquier reacción que de ella pudiesen esperar, Lucrezia sonrió con genuina complacencia al verla atravesar la puerta mágica que unía ambas mansiones. La ligera sonrisa dibujada en su pálido rostro de refinadas facciones expresaba con transparencia su satisfacción por ver a la mujer que tantos dolores de cabeza le había provocado en el pasado. Siguió a la mujer hasta que ésta tomo asiento y aprovechó para despertar con cosquillas a su jarvey, que se desperezó y trepó a uno de los brazos del sillón para volver a dormirse.

 

- Sabes que voy a ignorar tu primer comentario ¿Verdad? A esta altura, no hace falta tanto saludo. - dijo con aire cómplice, inclinándose para tomar la copa de vino que había depositado junto al periódico - Me sorprende que pienses que soy tan necia como para haber votado por Aaron. No participé de las elecciones más que como una testigo del desastre previsto por cualquiera con mínimo raciocinio. No habría votado por ti tampoco, por cierto…

 

Contuvo con éxito una pequeña risa ante su propio comentario y descendió su mirada hacia la bebida que reclamaba atravesar su garganta. La observó por unos segundos, notando que sus ojos se reflejaban en el violáceo líquido pese a la débil iluminación del lugar. Se centró en el azul de su iris y en el cansancio que el maquillaje sobre sus ojeras tapaba. Los últimos días habían sido intensos para la blonda italiana, afectando en consecuencia su rutina de descanso que solía cuidar con recelo. Los cables diplomáticos sobre la decisión de Aaron de anular el estatuto del secreto habían circulado en los días previos anticipando un discurso del ministro inglés que apenas horas atrás había roto con la paz que comenzaba a avizorarse luego de meses de guerra. El mismo Piero Azzinari le había comunicado a Lucrezia las nuevas noticias. La banquera había trabajado a destajo para obtener las herramientas necesarias para cumplir con la tarea que le habían encomendado.

 

- Es una situación límite que no se puede permitir y que rompió con todo contrato social, supongo que en esto coincidimos. - dijo con cierta amargura, consciente de que estaba punto de romper con su línea de pensamiento - Créeme que me cuesta decir esto, pero es hora de priorizar lo colectivo sobre lo individual. Lento pero seguro, con medidas radicales y ganando adeptos fanáticos, Aaron acumuló mucho poder. Le concedo eso, fue inteligente. Sin embargo, es imposible derrocarlo y más imposible es que dimita.

 

Cuando su voz se extinguió por completo, la Médici tomó por fin el primer trago de aquel vino; uno largo y sostenido. Sintió como placer como aquel dulce líquido humedeció sus carnosos labios e hidrató su garganta, extenuada luego de tanto parloteo. Suspiró sabiendo que lo que se avecinaba sería lo más complejo a lo que se enfrentaría en su vida. Incluso eso, su propia vida, estaba en riesgo si avanzaba con su plan tal cual lo pactado con el ministro italiano. La continuidad de sus espurios negocios con el Ministerio de Italia, vitales para su situación económica, pendían de un hilo extremadamente fino. La traición de los Triviani a su promesa de erosionar el poder de Aaron hasta su dimisión, para evitar a toda costa un magnicidio, había obligado a erguir un plan b. La blonda italiana apeló a la inteligencia de Sagitas, esperando interlocutora comprendiera su idea sin necesidad de pronunciarla: el asesinato de Aaron Black Lestrange.

 

- Sé que esto me hará ganar enemigos y que al liderato de La Marca Tenebrosa no le gustará…si se entera, claro. - concluyó con una ligera sonrisa, imaginando las posibles reacciones de Anne Gaunt y de los vástagos de Candela Triviani - Debo priorizar mi legado familia, a Italia y al status quo en cuanto a la relación de nuestra comunidad con los muggles. No podemos permitir un desastre aun mayor a la guerra, que suficiente ha perjudicado mis finanzas y a todos. Nuestras familias están en peligro y debemos actuar, Sagitas. No es lo mejor pero es lo necesario. Yo aguantaré ser la cara visible de esto, la autora material…pero necesito tu ayuda. Necesito tu apoyo. Necesito tu acceso al Ministerio ¿Estamos en el mismo barco? - su azul mirada volvió a clavarse con fiereza en Sagitas.

Editado por Lucrezia Di Medici
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13 de marzo, 00:02 AM.

Mansión Di Médici.


Le bufé suavemente. En realidad, si hubiera estado en mi casa, le hubiera sacado la lengua en un mohín feo cuando dijo que no hacía falta el saludo. Pero no lo estaba y una ha de ser respetuosa con quien te recibe en su domicilio, al menos al principio; ya tendría tiempo de ser irreverente más tarde.


-- Caradura -- le espeté con una sonrisa en la boca mientras buscaba con la mirada una copa de algo que no tuviera alcohol. ¿Qué se bebía en esa casa que no fuera vino? -- Ni siquiera me votaste a mí. Aunque, pensándolo bien, si lo hubieras hecho y hubiera ganado, ahora tendrías esta conversación con el mismísimo Aaron, estoy segura. Todo aquel que no cumpla con los deseos que tienes planificados de antemano, te estorba.


¿Ponía o no los pies encima del sillón? Me gustaba estar cómoda cuando estaba al lado de la chimenea. El calor era tan atractivo que invitaba a quitarse ropa y sentir el calor de la piel. Ojo, nunca delante de Lucrecia, ni de ningún otro. Esto, para la intimidad del hogar. Mi sonrisa se cortó, así como la búsqueda de algo de beber cuando ella pronunció las siguientes palabras.


-- ¿Quién eres tú y dónde está Lucrezia? -- Endurecí el tono un poco pero después solté una risilla franca. -- Ay, Lucri, porque sé que es imposible que pudieras ser un doble pero has de reconocer que tú nunca habías tenido pensamientos digamos... hum... colectivos...


Me levanté hacia la mesa donde descansaban botellitas lindísimas, exquisitamente labradas. Una por una, fue abriendo el tapón y olisqueando el contenido. Aquella licorera era demasiado fina para mis gustos sencillos. Me giré con un tapón de cristal tan delicado que lo hice girar en mi mano por el puro placer de verle arrancar destellos a la luz de la chimenea y comprobar que aún tenía tino con los equilibrios y juegos de manos.


-- Pero entiendo lo que dices. Romper con Ley de Estatuto del Secreto de los Magos es de majaderos. Llevamos defendiéndolo desde 1689 por motivos claros, de defensa de los muggles y de nosotros. Ambos grupos salimos ganando con la defensa del Estatuto Internacional del Secreto. Y este hombre, de un plumazo, ha acabado con él...


Suspiré y volví a sentarme, aún jugueteando con aquel tapón de vidrio entre los dedos. Atendí sus palabras en silencio, volteándolo una y otra vez, sospesando interrumpirla y cavilando si aún estaba a tiempo de volver a la puerta y hacer como que no había oído nada, hasta su último párrafo. Detuve el baile incansable de aquel pedazo de la botella de un líquido demasiado fuerte a mi olfato y la miré con los ojos brillantes.


-- No menciones La Marca. Si no sé de qué hablas, nunca lo recordaré si me preguntan.


Aunque no creía necesario que ella lo confirmara, sabía perfectamente que se movía en un círculo de personas que no se movían en el mío. Y suponía que ella también sabía por dónde me movía yo pero si no lo decíamos en voz alta, siempre quedaría la duda. Aún guardé un minuto más de silencio antes de tirarle al vuelo el tapón y frotarme las manos, que compartían ahora un olor a esa botella de alcohol. Seguramente un potingue de esos italianos.


-- Claro que cuentas conmigo. Aún sé cómo entrar en el Ministerio sin que nadie lo sepa. Bueno, tal vez Amya. Ella fue la que me enseñó todos los caminos ocultos que llevan a su interior sin que nadie lo sepa. Y tengo muchas más cartas con las que sorprenderte. Y por si eso no fuera suficiente... Estoy aburrida. La aventura que me ofreces merecería la pena por sí sola. ¿Qué es lo que tienes pensado?

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La noche transcurría bastante agitada... El mundo se había vuelto un caos y aún no había pinta de acabarse... Dick hacia rato que se había cambiado su ropa de combate el cual consistía más que nada en un traje de Kevlar mágico que le ayudaba a evitar algunos hechizos menores... En dónde prácticamente cada pliege de su traje era un compartimiento secreto dónde guardaba diversos artículos mágicos como lo eran algunos naipes explosivos y fluidos explosivos... Pero aún así no eran suficiente... Lo superaban 5 a 1 en números... Sus elfos había ido a la ridcklaud a recibir a todos los heridos que ya no admitían en San mungo... Por lo mientras Dick seguía en las calles donde terminando de golpear a unos muggles que se hacían pasar por magos tenebrosos todo agotado se sentó un momento en la banqueta...

 

--Estoy... No tiene fin--

 

Se decía mientras se volvía a colocar su antifaz y lavandose un poco la cara y las manos por la sangre sencillamente se dirigió hacia el ministerio por lo que caminando con dificultad el mago fue alcanzado por uno de sus hipogrifos y sin pensarlo dos veces se montó sobre el para emprender el vuelo hacia el ministerio... Tenía que ir a su oficina en el profeta, necesitaba recargarse y muy posiblemente hubiera más peligros por ahí...

 

-- mantente entre los edificios Bunny, el cielo está infestado de gente, prácticamente es otra guerra ahí arriba--

 

Le decía Dick a su amiga alada y está con algo de dificultad comenzamo a moverse entre los edificios, no podía ir a su máxima velocidad por obvias razones y más de una ventana había roto, pero al menos había logrado evitar que murieran por culpa de algún microbus o ser atacados innecesariamente... Cosa que llegando al techo del ministerio Dick abrazo a su bestia y comenzó a buscar la manera de entrar

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Harrison Nash Wells

¿Por qué había accedido a tal locura, en medio de la crisis que azotaba el Reino Unido y el resto de los países europeos? Apenas regresaba de una pronunciada ausencia fuera del país, su amada patria, y en los titulares de los periódicos no veía más que caos, atentados y declaraciones. Aquella mañana, no fue la excepción, pero sin duda era una ocasión especial: El ministro de magia más reciente, había hecho un llamado a salir del anonimato ante la comunidad no mágica.

 

¿Desde cuándo te importa la política, Nash? inquirió Eobard A. Black Lestrange, mientras sostenía la taza de café con la diestra. Hace unos meses, estabas excavando baratijas en Abu Simbel, si no mal recuerdo.

 

El aludido depositó el periódico de aquella mañana, cuya foto mostraba a Aaron emitiendo su declaración, y miró con reproche a su acompañante mientras pasaba los dedos a través de su cabello canoso. Tragó saliva. La última expedición le había salido caro, y no se enorgullecía de los resultados. Se sentía impotente por no haber podido ayudar a Maya.

 

Suenas muy despreocupado, para ser un refugiado político...Thawne.

 

No soy un patriota, soy norteamericano. terció el castaño, haciendo una mueca ante la mención de su apellido de nacimiento. Dio un sorbo a su bebida. Volvamos al punto. ¿Ya pensaste sobre mi oferta de trabajo en la Asociación?

 

Wells sonrió a medias, bajando la mirada a su índice izquierdo, para cerciorarse de que el anillo salvaguarda contra oídos indiscretos estaba activo. Así era, por lo que retomó la discusión que implicaba aceptar ser la nueva cara de una organización recién formada, dedicada a la georreferencia mágica. Y literalmente, debía adoptar la apariencia del hombre frente a él, pues las responsabilidades de Eobard lo reclamaban en Norteamérica.

 

Imagino que tendrás una explicación para el día que descubran que te fuiste y yo te impersoné. ¿Te molesta si conservo el color de cabello y la barba?

 

Aprovechando que los muggles en las mesas aledañas, estaban bastante ocupados en sus dispositivos móviles, empleó su metamorfomagia para imitar el cabello de su interlocutor, quebradizo y peinado hacia atrás, así como acentuaba su barba de tres días, un sello característico del explorador. Ninguno tuvo tiempo de burlarse, pues la conmoción llegó a aquel sitio.

 

Lo que le preocupaba a Wells, no era que dos magos se hubiesen estrellado en el edificio aledaño, o que un hechizo los hubiese mandado a volar calle abajo, sino que los no mágicos estuvieran documentando todo con aquellos cuadrados objetos. Con una cabezada, le indicó al Black Lestrange que se movieran a la acera al otro lado, para poder observar mejor. Eobard ya había sacado la varita de álamo temblón, perteneciente a su padre, cuando Nash le dio un sendo codazo en el estómago.

 

¡Tonto! ¿No ves que ya se reveló suficiente magia aquí? Hay que ir con cuidado, me huele a una trampa.

 

Y a mí me huele a... ¡Demonios! Black Lestrange arrugó la nariz, desviando a la mirada a los cubos de basura detrás de ellos. Sí que son sucios estos muggles.

 

Pero la fuente de la pestilencia, no eran los desechos, ni mucho menos. La coladera situada a media calle, justo frente al par, salió despedida hacia arriba, como si alguien le hubiese dado un cabezazo. O algo. Eobard alcanzó a lanzarle un encantamiento de levitación a la tapa de metal, para evitar que la aglomeración en torno a las escobas desviara su atención. Nash, actuó casi por instinto, desenfundando la varita de entre la chamarra de piel arena.

 

¡Petrificus totalus!

 

Susurró tan bajo y rápido, que pareció un estornudo. El rayo salió disparado del fragmento de arce, impactando de lleno en la cabeza del dugbog que se había asomado desde el acceso al drenaje. Sus patas flaqueaban, aparentemente clavadas al concreto, en un intento por sostenerse del borde para salir, pero se quedó ahí, como un curioso cocodrilo que había llegado de visita, o una estatua mal planeada.

 

¿Criaturas mágicas también? preguntó, acercándose a grandes zancadas a la coladera. La criatura seguía estática, víctima del hechizo. Sí, bueno, lo podrían confundir fácilmente con un animal no mágico, mejor lo sacamos de aquí.

 

Guardó la varita mágica después de haberlo hecho descender, para evitar que se lastimara. Eobard ya había llegado al encuentro, sosteniendo la cubierta de metal que había salido volando. Wells, casi por instinto, se asomó a través del agujero, sintiendo una extraña necesidad de saltar a su interior. Así lo hizo, y en cuanto se encontró pisando la húmeda roca del pasillo, gritó hacia arriba.

 

¡Apesta cómo pantano aquí abajo! Eso explica qué haría un dugbog aquí.

 

Posiblemente habría llegado al drenaje por algún ducto de desechos pero, ¿sería la única criatura mágica que haría aparición en Londres?

 

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