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Calles de Londres


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Sesión plenaria de la Confederación Internacional de Magos en la sede de París




Si hubiera podido relajarse un momento y descansar, Mackenzie se habría sentido en verdad muy cansada. Se había pasado muchas horas deambulando por los pasillos del edificio que albergaba la sede en París de la Confederación Internacional de Magos, tratando de tantear la posición de cada uno de los delegados allí presentes respecto a Gran Bretaña, su Ministro de Magia y la temeraria acción de éste de levantar el Secreto de la Magia. En medio del clima bélico que se respiraba en las relaciones internacionales, ya había sido suficientemente difícil convencer a los distintos países para que enviaran a sus representantes a la reunión del organismo internacional, como para tratar de convencerlos de que reevaluaran sus posiciones, pensando sólo en el interés general y sin dejarse llevar por las alianzas impuestas por la propia guerra en curso. Una guerra que duraba ya demasiado tiempo, en opinión de Mackenzie, pero que tenía al mundo mágico enfrentando entre sí. Afortunadamente, llevaban meses sin que se produjera ningún conflicto bélico a gran escala, tan sólo pequeñas incursiones aquí y allá, pero las posiciones políticas seguían tan enfrentadas como el primer día y, después de estar hablando durante medio día con unos y otros, Mackenzie empezaba a pensar que se aproximaba un nuevo enfrentamiento a gran escala. La caída del Secreto de la Magia no había hecho sino acrecentar los odios de los principales bloques en liza y cada vez eran más los países que se polarizaban, situándose en uno de los dos grandes bloques: Gran Bretaña y sus aliados, por un lado, e Italia y los búlgaros, junto con sus aliados, por otro lado.

Desde el lugar presidencial que le correspondía, Mackenzie Malfoy escuchaba la algarabía que se había armado cuando un ujier de rostro enjuto y pálido leyó oficialmente la misiva que el Ministro de Magia británico había dirigido a los mandatarios del mundo. En realidad, la mayoría la habían leído ya, pues muchos mandatarios no habían tardado en enviar recado y una copia de la carta a sus respectivos representantes en la Confederación Internacional de Magos. Aquella carta había recorrido todos los pasillos de la sede París, de mano en mano y de boca en boca. Mackenzie también la había leído ya, pero el hecho de que ya todos la conocieran, no implicaba que la revelación oficial de su contenido a los representantes allí presentes fuera a dejar a nadie indiferente. En medio de un caos de voces, Mackenzie trataba de poner orden.

—¡Calma señores! Hablen uno detrás de otro. Todos serán escuchados si son capaces de dejar los encantamientos sonorus aparte. -Obviamente, Mackenzie tuvo que aplicarse ella misma tal encantamiento para hacerse oir.

—¡Es intolerrable! —Rugió el representante búlgaro. -El Miniztro inglés no tiene potestad parra levantar el Secreto.

—Desde luego que no. —Ahora era el representante italiano el que hablaba, aliándose como era de esperar con la posición búlgara. —Il Statuto Internacionale dei Secreto Mágico é una legge vera e universale. Se promulgó en 1689 per la Confederación Internacional de Magos para salvaguardar a la comunidad mágica di tutti il mondo di los muggles de tutti países. Ningún país habete potestad per decidire levantarlo por su cuenta. ¡Nos afecta a tutti!

 

—No sean hipócritas, señores. Ustedes saben bien que el Ministro británico tiene razón. ¿Hasta cuando vamos a aguantar escondernos de ellos? —Intervino el representante de Irlanda.

 

—Deben intervenir los japoneses, ellos son los encargados de velar por el Secreto de la Magia. —Aulló el representante de los Países Bajos.

 

—¿Les japoneses? —El tono del delegado francés desprendía una no disimulada hilaridad. —¡Oh mon dieu, mon dieu! ¡Ils ne sont pas en cette reunion! ¡Ni siquiega han venido a esta reunión! Les japoneses no harán nada, rien de rien, Señores. Quedagse de brazos cruzados y meditar en la postuga del loto, eso es todo lo que les verán hacer.

 

—¡Rationalität! Los muggles no son nadie für la Internationale Comunidad de Magos. No son ya una amenaza. Dies ist die Zeit. Esta es la hora de demostrarles quién pone las reglas y llevarlos al Orden. ¿O es que se van a cruzar todos de brazos, escondiéndose, mientras les dejan destruir el planeta y agotar todos sus recursos? —El delegado alemán hablaba realmente enfadado o quizás era la propia seriedad de su carácter lo que llevaba a dar tal impresión.

 

—¡Hail Grindewald! —Una voz anónima gritó desde el fondo de la sala.

 

—¡Señores! No toleraré que esto se convierta en una refriega de una guerra que pasó hace mucho. —Mackenzie se puso en pie, respirando hondo. Tenía que ser lo más diplomática posible si no quería avivar los vientos de guerra. —La ruptura del Secreto nos puede llevar a todos al desastre. No es una cuestión que pueda decidir un único país de forma unilateral.

 

—Si lo advierto, Signorina. Si no convence al Ministro de su país, iremos a la guerra. —La amenaza del delegado italiano fue seguida por un murmullo de vítores y aplausos por aquellos delegados que apoyaban al bloque Italia-Bulgaria.

 

—Niet camarradas. Esto es cosa de los japoneses. Ellos deben velar porr el cumplimiento del Secreto.

 

—Solicito formalmente declaración condenatoria a Gran Bretaña.

 

—¡No nos esconderemos más! —Los vítores se convirtieron en un clamor cuando todos los partidarios de Gran Bretaña y sus aliados se pusieron en pie y aplaudieron tales palabras.

 

Mackenzie se daba cuenta de que aquello estaba escapándosele de las manos. No podía condenar abiertamente a su propio país ni decantarse por ninguno de los bloques, si no quería que su puesto durara menos que una rana de chocolate a las puertas de Hogwarts. Menos aún con la reunión de los Sagrados28 en puertas. Amaba demasiado su propia cabeza para dejar que cayera tan pronto. Pero las posiciones eran cada vez más cerradas y antagónicas.

 

Los países se estaban polarizando entre los que apoyaban a Gran Bretaña en la guerra y justificaban cualquier tropelía de su ministro y aquellos otros que le habían declarado la guerra hacía meses y que buscaban cualquier buena excusa para justificar un ataque a Inglaterra. El mundo se estaba convirtiendo en un polvorín.

 

 

 

 

Cuando horas más tarde terminó la reunión, Mackenzie se sentía exhausta. Quiso retirarse un momento a descansar, antes de partir de nuevo hacia Londres, pues faltaba poco ya para la esperada reunión de los Sagrados28, cuando un ugier se le acercó con una nota en la mano.

 

—Señora Malfoy, ha recibido una alerta sobre Azkaban.

 

—¿Azkabán?

 

—La nota no especifica mucho más.

 

Mackenzie recordó entonces el grito de alguien en el Callejón Diagón, hacía ya bastantes horas. Se le había olvidado por completo. Apenas había tenido tiempo de ver al joven reportero que le había alertado acerca de Azkaban, pero lo había reconocido. Era Dick Grayson. ¿Qué había ocurrido en Azkaban?

 

—¿Puede escribir a Dick Grayson de mi parte? Dígale que se explique y me diga que rayos anda pasando con Azkaban ahora.

 

Era lo que faltaba.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Mansión Di Médici

13 de Marzo, madrugada.

 

Aquel panorama no parecía que fuera a mejorar. El silencio que nos estaba rodeando junto al elfo, Sagitas y Arianne hacía que me pusiera un poco incómodo. No por estar con ellas, sino porque los segundos que se tardaban hablando en el piso de abajo podía significar cualquier cosa. Y más que nada porque no se librara nada que me impidiera hacer algo. No entendía por qué razón había terminado allí dentro, pero si uno de los míos estaba en peligro, tenía que ayudarlo.

 

— Escucha Sagitas…

 

Pero todo pasó muy rápido. El piso tembló y por un segundo temí que nos fuéramos a caer por un pozo enorme. El temblor me hizo notar que hasta algunas paredes se habían resquebrajado y las luces de toda la mansión se apagaron. Iba a prender mi varita, cuando algunos pedazos de techo cayeron cerca de nosotros. Sin pensarlo, invoqué alguna protección para que no nos aplastara la cabeza. Pero las cosas sucedían. Sólo pude exclamar un “Eeeey”, porque la aparición de una bruja rubia, con una fuerza sorprendente, hizo que me lanzara hacia atrás y atravesara aquel portal.

 

¡Magia de los Uzzas! Sentí una succión a mis espaldas, oscuridad repleta y luego un golpe en seco en el suelo.

 

Tal vez si habría pasado hacía 20 años atrás, me habría levantado de un salto y habría atacado a quien me había tomado por sorpresa. Y con muchísimos más motivos por haber sido mucho más rápido que yo. Pero pasaron algunos segundos entre que tomé aire, la cabeza me dejó de dar vueltas y me apoyé en un codo para poder ponerme de pie. Sagitas, el elfo y Arianne habían sido trasladados sin problemas.

 

Sentí la punta afilada sobre mi cuello. La sangre me hervía por dentro y en aquel entonces, se me cruzaban todo tipo de encantamientos, maleficios y hechizos que podría usar contra aquella jovencita. Respiré. Respiré. En aquel entonces, Arianne intentaba tranquilizarla estando pegada a su lado y Sagitas fue la primera en decirle que dejara de molestarme. Tenía miles de maneras de neutralizarla. Pero una pequeña vocecita en mi cabeza me alertaba que podría llegar a hacer alguna chiquilinada nuevamente.

 

Ten cuidado a quien apuntas con ésa varita, chica estú.pida. Si tienes las agallas para hacerlo, debes estar preparada ante cualquier cosa —tuve que obligarme una y mil veces a bajar la mano que portaba mi varita. Y darle un manotazo al atizador para que no estuviera apuntando a mi cuello—. Antes de preguntarme y amenazarme a mí, pregúntate a ti como cualquiera puede meterse a tu mansión sin que te des cuenta

 

Miré de arriba a abajo a la pequeña Lucrezia. Era obvio que tuviera aquellas reacciones con la corta edad que tenía. ¿Cuántos años? Ni idea, pero si quería defender a su familia, tenía demasiado que aprender antes de lograr hacerlo.

 

Aunque no necesito meterme con tu familia si tienes la imprudencia de meter a cualquiera entre tus propias paredes. Y no sólo eso, sino que tú misma le tiras el techo encima a tu familia… niña tonta

 

Me alejé uno o dos pasos. Ya sabía que la bruja no iba a hacer nada, menos con el aviso de Sagitas. Mi camisa estaba con algunas marcas de tierra, producto de la caída al llegar por aquel portal. Al parecer estábamos en un establo. ¿En los mismos terrenos? Que imprudencia… Me dirigí hacia Sagitas.

 

Te vuelvo a repetir Sagitas, vámonos. Este sitio no es seguro. Esos visitantes ni siquiera se fueron. Podemos ir a tu casa si quieres. O a la Gryffindor. Ya saben que allí es más que un lugar seguro —les comenté, mirando a Arianne para guiñarle un ojo, claramente aquello iba dedicado a la joven bruja.

 

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Editado por Elvis F. Gryffindor

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Dick Grayson, AZKABAN.

 

Entonces... ese era Azkaban... en pocas palabras, era un lugar lugubre... podria decirse que era la primera puerta del infierno, la que el primer arco te decia que abandonaras toda esperanza, para los que no supieran, azkaban es una fortaleza en una isla ubicada en el medio del Mar del Norte. Sirve a la comunidad mágica de Gran Bretaña como una prisión para criminales convictos. Azkaban fue construida en el siglo XV y ha sido usada como un centro de detención desde 1718. Usando ciertos encantamientos, Azkaban está escondida del mundo muggle, y es inmarcable.

 

--Hay demasiada vigilancia...--

 

Se decía a si mismo mientras comenzaba a caminar por aquel risco... el mago no podía ocupar la puerta principal, ni siquiera podia llegar por el aire o rodear el castillo, usando un viejo mapa de su padre que aquellos años donde vivio en azkaban siguio aquella ruta por el borde del risco hacia una cueva subterranea que el mismo mar se habia encargado de formar al pasar los siglos... la tormenta no cesaba, de hecho por momentos parecia empeorar y si bien eso le dificultaba la llegada el mago estaba practicamente protegido... ya que los dementores no se podian acercar mucho debido a los truenos...

 

--llegue...--

 

Y aun asi el tramo no habia terminado, por que ahora tenia que subir ese risco para poder dar con la pared falsa que daba hacia el interior de una celda... pero la marea comenzaba a subir rapidamente... por lo que el mago no tenia tiempo que perder... y asi fue el como comenzo a escalar a rapel hacia aquella plataforma... a sus pies el mar comenzaba a formar torbellinos que por si solos eran capaces de desgarrar el cuerpo humano, eso sin contar el choque de las piedras que dudaba si quiera que pudieran encontrar algun hueso con que identificar el cadaver... en mas de una ocasión estuvo apunto de caer por culpa de las piedras mojadas, pero sin duda alguna la suerte estaba a su favor...

 

--Padre en verdad estabas loco...--

 

Se decia a si mismo mientras revisaba su marca... al parecer todo estaba bajo control... por lo que avanzando entre las piedras levanto una lisa con sumo cuidado... al parecer no habia nadie... por lo que saliendo lo mas rapido posible, el mago inmediatamente se tiro debajo de una montaña de ropa... al parecer habia leido mal el mapa y no habia salido a una celda... si no a la morgue del mismo sitio... por lo que dick haciendo gala de sus habilidades inmediatamente se disfrazo con la ropa de un reo... olia mal... estaba sucia... tenia manchas de sangre y era perfecta...

 

--Fue demasiado sencillo entrar...--

 

El mago no podía recibir ninguna carta... ni siquiera sabia que su patronus tendria suficiente fuerza como para salir de la tormenta... por lo que sin duda alguna estaría solo... cosa que le preocupaba de sobre manera... por lo que quitándose su capa, inmediatamente saco su varita eh invoco dos patronus con un mismo mensaje... no tenian un destinatario fijo... solo talvez... uno de ellos iba dirigido hacia @@Mackenzie Malfoy... el otro iria para aquel que demostrara ser digno de confianza... talvez al grupo de @@Sagitas Potter Blue @@Ada Camille Dumbledore @Dick Grayson @@Lucrezia Di Medici...

 

--El ministro ha ordenado el salir a tdos los inquisidores en la calle... ante el publico se presento como una medida de respuesta ante los resientes ataques de magos oscuros hacia la comunidad muggle y magica... pero... tengo la corazonada de que oculta algo mas... cuidense...--

 

Y sin mas el mago miro salir disparado aquel patronus... pero la colilla del resplandor fue captado por un inquisidor el cual entro rápidamente a la morgue y despues de una disputa, varios golpes y patéticas explicaciones dick termino en el piso... donde recibio varias patadas y alguno que otro crucio, fue arrojado mas muerto que vivo a una celda...

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CLINICA SANTOS MANGOS

 

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::

 

-Lo tomaste?... que quieres decir con que lo "tomaste"?

 

La bruja pelirroja no lucia nada feliz y la forma en la que sus ojos destellaban tenía que significar algo ya que también, entornaba estos perceptiblemente; el viejo Czesar no era mucho de temer a esa mujer mas sin embargo podía notar que en aquellos instantes el pensamiento de un castigo real pasaba por su mente

 

Aquellos dias habían sido de gran tensión para todos, se había pedido un apoyo y ellos habían accedido pero el pensamiento de que podrían tratarse de algunas otras intenciones no les abandonaba; el rlfo carraspeo nuevamente tratando de no ver directamente a su señora a los ojos antes de hablar con cuidado

 

-Me vieron en la entrada de la mansion y creyeron que era de la familia directamente asi que me entregaron este sobre para su hermana - el elfo permanecio quieto mientras que la vampiro se apoyaba hacia atras y veia en otra direccion -deberia... hacer algo ama?

 

La bruja permanecio en silencio por un buen rato, sin voltear a ver al elfo y con un gesto tan frio que la criatura en verdad temio

 

-Ama?

 

-Ve por Harpo -ordenó con un tono serio y molesto mientras que su elfo alzaba ambas orejas confundido

 

-Pero... yo...

 

-Harpo... ahora!! -exclamó y abriendo mucho los ojos el viejo elfo desaparecio

 

La Snape se apoyó hacia atras en su asiento y cerró los ojos con cansancio; ella misma tenia un sobre aguardando en su bandeja de lecturas pero aun se negaba a abrirlo en redondo

 

Iba a ser una decision demasiado dificil de tomar a solas..

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13 de Marzo.

Rumbo a la Mansión Macnair

 

 

—Arya, mírame.

 

Sybilla hablaba con un tono entre confundida y molesta. El haber tenido que reconstruir su cuerpo de arcilla pero a imagen de semejanza de Emma Stark no era algo que le encantase. La muchacha levantó la vista, hacía lo que ésta le pidió, la miraba fijamente, aquel par de ojos esmeralda —como los suyos propios— le encandilaban. Verdes, profundos, tan letales como el veneno. Verdes como la grama en primavera, o como las cortinas de la biblioteca Macnair cuando la luz del sol no les daban. Parpadeó. Emma tenía los ojos grises y fríos como la roca.

 

No, no. Sybilla Macnair no era la persona que tenía en frente.

 

Sacudió la cabeza, aun conmocionada por su propia confusión y el ataque a la joven vampiro en las calles de Londres, pero con los pies en el año correspondiente. Fruncía el ceño, alzaba las cejas y se rascaba ligeramente la cabeza. —¿Qué ocurre, dímelo?— espetó Macnair, ya no la abrazaba ni le tomaba las manos, parecía como si hubiese intentado comprenderle pero eso únicamente causara más dudas e interrogantes al estado de su sobrina.

 

—N-no, no lo sé, por un momento te confundí con otra persona... olvída.....— las palabras se le atoraron.

 

De repente pareció como si debajo de la silla que ocupaba hubiera un resorte que le propulsó hacia arriba. Saltó unos pocos centímetros con los músculos duros como piedra y extrajo la varita del bolsillo hondo de su bata. Si no fuera porque la matriarca mayor se interpuso entre ambas, las cosas hubiesen solamente empeorado.

 

—¿¡Quién eres!?— Le gritó, estaba convencida de que de frente tenía a la mismísima Hathor y eso no era la DTM.

 

Juliette lloró, Arya de un momento a otro se puso colérica. Sybilla parecía querer asesinarlas a las dos. La mujer tenía una paciencia inhumana. Tomó rápidamente a ambas por las muñecas y las asió, dos segundos más y les caía a golpes, pero no fue ese el caso, sino que desaparecieron rumbo a los terrenos Macnair. Instantes después se encontraban en la biblioteca de dicha Mansión. Juliette a la defensiva, con las palmas hacia el frente y Arya en el suelo; la relación que Cissy y ella tenían no se parecía en nada al vínculo que tenía con su hermana. Por ello, nada más colocar los pies en el suelo, la lanzó cual bolsa de patatas, haciendo que soltara su varita y posando firmemente un zapato sobre el objeto mágico.

 

—Arya, ya basta. Estás actuando como una loca, más de lo normal— se corrigió —¿Dónde tienes la cabeza? ¿Cómo osas intentar atacar a tu hermana? Sabes lo que significa para cualquier miembro de la familia tamaña traición.

 

No supo qué contestar. Por ello cruzó las piernas en pose india y se agarró las rodillas escudriñando a la castaña mientras su tía les explicaba qué estaba sucediendo fuera. El velo había caído para los magos respecto a los muggles luego de una conferencia del propio Ministro. Arya no daba crédito a lo que oía mientras apretaba la mandíbula y los puños imaginando que el aire capturado entre sus dedos era el cuello del mismísimo Aaron Black Yaxley.

 

—Ahora bien, cámbiense. El Ministro solicitó la presencia de los Macnair en el palacio de Buckingham

 

 

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13 de marzo, madrugada (vamos a acabarlo que me quiero ir a la reunión con Aaron)
En un establo de la Mansión Di Médici.


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(...Por los muertos...)

Respingué ante tal pensamiento y me froté las sienes. En aquel establo, oliendo a defecación fermentada de los animales que lo habitaban, mi estómago giraba a una velocidad mareante. Lo prefería, sin embargo, al aletargante olor de Muerte que aún impregnaba mi cabeza. Me estremecí, ¿era el frío de la noche, la adrenalina del escape de la mansión o el miedo a interpretar la Visión que acababa de padecer?

Elvis, Selene y Lucrezia no ayudaban a superar aquel mal trago (fuera cual fuera o todos juntos) y no se fijaron en mi cara, que debía estar pálido cadáver. ¡Diosa, qué comparación más tétrica me había salido! ¿Es qué no podía pensar en otra cosa? (... Muertos... Banderas... Piero Azzinari, Ministro de Magia Italiano, la única cara que podía reconocer en medio de la masacre...)

-- Un minuto... -- respondí a mi primo. Entendía su prudencia pero si seguían presionándome, unos y otros, acabaría gritando, gritando más, chillando, hasta que recuperara el control. Mi mente luchaba por encajar todo y no perder la sonrisa, recuperarla más bien. -- Sí... Este lugar no es seguro...

¿Cómo explicar porqué sabía que no lo era sin embarrar más la situación?

-- Nosotros dos no somos los perseguidos. Nadie sabía que estábamos dentro. Yo entré por... una puerta distinta... y tú entraste por... la ventana... -- Ni el recuerdo de verle posado ululando en el alféizar me hizo sonreír. Aún no estaba preparada. -- Pero Selene sí, todos saben que vivía en tu casa.

¿Todos? Yo no, yo me había enterado ese mismo día.

-- No te perdonaré que hayas puesto en peligro a mi cuñada, Lucrezia. -- Ahora que pensaba, ella también era algo parecido a una cuñada, aunque yo no quisiera reconocer ese parentesco. -- Ella es... pura. Más pura que tú y que yo.

Eso sin dudarlo; los dos extremos que éramos la una de la otra, tenía que reconocer que ninguna de las dos éramos tan buenas o tan malas como queríamos parecer.

-- Vámonos de aquí. Podemos ir a la "Ojo Loco" -- e intentar desde allá entrar en la Médici, si es que Lucrezia quería ir a buscar algo en su propia mansión, aprovechando nuestra puerta; pero eso era algo que sólo las dos sabíamos. -- Elvis, ¿te parece bien venir a mi casa?

No me dio tiempo de escuchar su respuesta. Los gritos del porlock llevaban rato sonando pero no me había fijado, intentando apagar los míos propios. ¿Se habrían dado cuenta los chicos que mientras ellos discutían, había crecido un fuego a nuestro alrededor? El hedor que despertaban mi visión no me había dejado oler a paja quemada pero el resplandor me sorprendió tanto como los relinchos de los animales.

Respingué.

(Muertos. Todos muertos...)

-- ¡Dioses, no! Darme la mano. ¡¡Dame la mano!!

No estaba preparada, aún olía a Muerte y no sabía si eran los de mi Visión o la nuestra. No, no lo estaba, como no lo estaba para esta maldita guerra ni para ver tantos muertos sin nombre. Eso me llevaba a pensar en los daños colaterales, en los nombres olvidados, en las listas perdidas de inocentes que sufren las malas decisiones de nuestros mandatarios. No. No estaba preparada pero el crepitar del fuego se acercaba y mi mente buscaba una solución rápida.

Sentí el calor tostar mi pelo, cuyas puntas pasaron del magenta a un lila requemado y lo hice, sin más. Desaparecimos los cuatro a un lugar seguro.

-- ¡Maldita seaaaa! -- grité, entre dolor y rabia.

¿Es qué no sabía hacer una est****a desaparición múltiple sin sufrir una despartición? Me agarré el muslo desgarrado y gemí al sentir fluir la sangre por la herida. Así, herida en la pierna y en el orgullo propio, no me di cuenta que nos había llevado al Bosque Prohibido, hacia la zona donde Alariega, la Acromántula de mi circo, había hecho camada hacía tiempo. A ver si alguien entiende cómo aparecer en medio de un nido de acromantulatitas es más seguro que lo que nos esperaba en aquel establo ardiendo. Bueno, si podíamos llegar, el Circo no quedaba lejos...

Editado por Sagitas Potter Blue

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Crack!

Mistify dió un salto hacia atrás llevando a la espalda un libro que había robado de la biblioteca del patriarca. El ruido que hacían los elfos cada vez que se aparecían aún la asustaba y no podía remediarlo por más que quisiera.

Rápidamente se irguió, rodeando el pesado escritorio de madera de la habitación en la que se encontraba, sin darle la espalda a la criatura.

- Qué necesitas? - le dijo. Había aprendido a ser autoritaria, o al menos eso creía la mujer rubia. Y aunque a veces lograba recordar ciertos pasajes de la vida de Mistify Malfoy, no dejaba de sorprenderla el Mundo Mágico. Era Gabriela, el cómo y porqué estaba en el cuerpo de esa bruja, en un universo lleno de magia y de cosas que ni siquiera podría haberse imaginado, era algo que ella misma intentaba resolver.

- Llegó una misiva -

- Para mi? Estás seguro? -

El elfo puso los ojos en blanco. Tenía tiempo vigilando a la bruja, había actitudes que no le cerraban del todo en su ama. Indefectiblemente era una Malfoy o la casa la hubiera rechazado en cuanto entró, pero algo sucedió con la mujer, no era la misma de siempre.
Mistify lo miró enarcando una ceja, pero sin dejar de esconder el libro tras de sí.

- Si, si no fuera para usted, no me habría molestado en venir - respondió Chávez. - Quizás si suelta lo que tiene atrás pueda tomarla y ver de qué se trata. No cree? - El sonido burlón de la voz del elfo doméstico enfureció a la bruja.

- Quién te crees que eres para hablarme de esa manera! - le gritó a la vez que aplastaba el libro de un golpe sobre la superficie de caoba del escritorio. El elfo retrocedió apenas. Eso lo desconcertaba. A veces era y otras no la Malfoy que él recordaba. - Déjame eso y vete a hacer lo que diablos sea que haces mientras no estás aquí molestandome con tus... tus.. apariciones! - terminó balbuceando Mistify.

Ahí estaba dentro de ella nuevamente. Aparecía de repente. Recuerdos, personas, lugares y luego se esfumaban sin que pudiera hacer nada por retenerlo. Volvía a ser Gabriela por dentro, una muggle como ellos decían y nada mas.

Suspiró con fuerza a la vez que tomaba el pergamino de la mano de Chávez que la miró inquisitivamente. Esos ojos, como rendijas, parecían intentar atraversarla. Pero ella sostuvo la mirada con fuerza hasta que tuvo que apartarla para desprender el sello del Ministerio de Magia y comenzar a leer.

Tuvo que leer al menos tres veces para lograr comprender algo, y aún así lo único que tuvo en claro era el lugar y la hora de la reunión y que el resto del mundo se enteraría de que la magia era tan real como el agua. Pero para qué iba a ir alli? Quizás le sirviera conocer a otros magos y brujas que no sean los Malfoys. Tal vez la invitaran a sus casas y podría averiguar algo más acerca de lo que le estaba pasando.

Por otro lado, no estaría nada mal que el mundo se enterara de que existe la magia, se podría ayudar mucho. Se preguntó de qué lado estaría Mistify Malfoy. Seguramente no le haría gracia que un muggle se sentara a su mesa, eso estaba claro, también estaba segura de que su objetivo no sería ayudarles bajo ningún punto de vista. No sabía nada, absolutamente nada de política, pero la Malfoy lo había sido alguna vez, así que no tendría nada que demostrar si iba. Solo se pondría atrás de todo y escucharía lo que tenían que decir y de paso, si para algo le servía la visita al palacio londinense, pues mejor.

- Y tú que miras? - Chávez aún estaba allí - Ya que estás podrás ayudarme con... - ¿como iba a llegar alli? Las veces que estuvo en otros lugares fue porque había desaparecido ella misma, pero sin saber cómo hacerlo, solo se había trasladado de un lugar a otro - con bueno... ¿tenemos carruaje o algo de eso?

El elfo sonrió, mostrando aquellos dientes amarillentos. Gabriela anotó mentalmente decirle que tenía que cepillarse mejor los dientes. Mejor se lo ordenaría, pero ahora no tenía tiempo de discutir con él.

- Por supuesto - le respondió, aunque algo en la voz de Chávez le dió a entender que se estaba burlando de ella. Así que no se movían con carruajes. ¿Cómo se hace para trasladarse desapareciendo? No podía preguntarle eso.

- Pues prepáralo - le dijo de todos modos a la vez que tomaba el libro nuevamente y se dirigía a su habitación.
******

Un segundo estaba en su habitación y al siguiente se encontró abrazando a un jarrón que pintaba ser bastante antiguo en una sala en donde predominaba el color verde. Trastabilló con el objeto entre sus manos hasta perder el equilibrio y enrollarse con pesadas cortinas. La varita se le había caído unos pasos más adelante de ella y los dedos sujetaban ahora solo dos pedazos de cerámica.

Tragó saliva. Aparentemente nadie había llegado todavía. Pero el jarrón estaba hecho trizas. Salió gateando apresuradamente a buscar su varita, su mirada iba de un lado a otro, esperaba que nadie la viera en aquella situación. No tenía cómo explicarlo. Se puso de pié de un salto y apuntó al jarrón lanzando un hechizo que había aprendido era para arreglar cosas, pero lo único que logró fue convertirlo en cenizas y chamuscar el cortinado.

- Creo que me equivoqué - murmuró para sí misma, a la vez que caminaba hacia el lugar barriendo con los pies los restos del objeto. - Nadie se va a dar cuenta, hay muchos más por acá seguramente - se consoló mientras estiraba las mangas de la túnica blanca y escondía la varita entre los pliegues como había visto hacer a otros magos.

Carraspeó y se irguió tal y como la Mistify de los retratos. Estirando el cuello y mirando todo con cara de pocos amigos.

- Listo, listo, Gaby... tranquila, nadie se dió cuenta de nada. La gente suele no ser tan puntual como tú - se dijo para tranquilizarse, observando el lugar en el que había aparecido: la antesala al trono

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Establo en terrenos Di Médici

13 de Marzo, madrugada.

 

Era una suerte que me hubiera calmado. Si. Desde hacía un par de meses (años quizás) mi mente había cambiado a lo que era antes. Antes era más apacible, más racional. En cambio ahora, cualquier decisión que se me cruzaba era la primera, era mucho menos expresivo y mucho menos tolerante. Estaba seguro que el último viaje no me había servido para dejarme con nada nuevo.

 

E incluso podía llegar a saber la razón de aquel malestar, aquello que me provocaba que me comporte de ésa manera. Pero no quería admitirlo.

 

Sagitas de alguna manera, había caído en la cuenta de lo que acababa de ocurrir. Aproveché esos segundos de ventaja para observar a través de la ventana. Los animales presentes en el establo estaban un poco inquietos, pero al estar presente los Di Médici, se había tranquilizado. No parecía que nadie hubiera sabido que estábamos allí. ¿Pero de qué estaba escapando la joven? Mi prima había aceptado la idea de irnos. Y aquello me hizo que asintiera y me acercara un poco.

 

Pero a medida que pasaba el tiempo, se alteraba cada vez más. ¿Su preocupación había aumentado? No estaba seguro. Sagitas no era alguien fácil de leer, mucho menos de entender todo lo que pasaba por su cabeza. ¿Y si me perdía entre su mente? Estaba seguro que la bruja era capaz de evitar que lograra adentrarme. Me detuve para observarla.

 

Se alarmó. Vi alrededor pensando que alguien nos había visto. Pero no pasaba nada. Entrecerró los ojos. Estaba pasándola mal. No quería esperar a ver que pasaba. Y mucho menos por lo que estaba intentando hacer. No solo nos tomó a los cuatro por sorpresa, sino que nos hizo desaparecer del Establo Di Médici.

 

 

Bosque Prohibido.

Fue una suerte que no me quedara la cabeza en el sitio donde nos habíamos ido. ¿Qué le pasaba a la gente te hacia desaparecer sin antes previo aviso? Lucrezia primero me había lanzado contra un portal Uzza. Y ahora Sagitas nos había hecho aparecer en aquel frondoso bosque totalmente oscuro. ¿Sagitas estaba segura que aquel sitio era mucho mejor que el que habíamos dejado?

 

— Ey, ey. No no no…

 

Con la varita en la mano me fui contra Sagitas. Pasé por debajo de su brazo, para que éste quedara por detrás de mi cabeza y pudiera sostenerla. Se agarraba su muslo y su ropa se empezó a empapar. Había perdido la cabeza, quizás. Así que de alguna manera, tenía que tomar las riendas de aquella situación. Utilicé mi torso para que ella pudiera apoyarse en mí. Murmuré algunas palabras, mientras realizaba aquel encantamiento de Curación que los magos extranjeros me habían enseñado de su cultura del otro continente.

 

— Quédate tranquila, prima. Yo me encargo.

 

Sabía que no se quedaría quieta, pero no tenía otra opción, ya estaba en mis manos. Pasé la varita por encima de su muslo desgarrado y gracias a mi hechizo, éste empezó a regenerarse y a curarse. Claramente que iba a necesitar un rato de reposo. Estaba alterada, algo había visto o pensado. Una vez que la curé, me encargué que tuviera todas sus pertenencias encima y miré a las dos presentes, Lucrezia y Arianne.

 

— Me voy de aquí a llevar a Sagitas al Circo. Nos vemos luego

 

Aquellas últimas palabras claramente que eran especialmente para Arianne, porque no me interesaba para nada qué iba a hacer Lucrezia con sus malas acciones en la Di Médici. Y Arianne tal vez quería ir con nosotros o irse a otro lado, por ende, no iba a perder más tiempo. Asentí, giré los talones y me llevé a mi prima Sagitas lejos de los terrenos donde nos encontrábamos, esperando que en su mansión nos recibieran para que la bruja pudiera darse una ducha, tomar algo caliente y descansar un poco, aunque aquel último paso estaba seguro que no lo haría.

 

 

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Establos. Mansión Di Médici.

13 de Marzo, pasada la media noche.

 

Su mirada, clavada en quién había invadido su casa sin permiso, transmitían una frialdad que quien la observase describiría como inhumana; sin embargo, Lucrezia era bien humana, una humana lista para atravesar la garganta de quien pusiera en peligro a su familia sin mosquearse. Se forzaba a sí misma a no pestañear para no concederle al desconocido la mínima posibilidad de revertir aquella situación que la tenía en clara ventaja y a él al filo de la muerte. Aun cuando percibió cercana la presencia de Ariane, la blonda italiana no desistió de aquel enfrentamiento de miradas, en el que descubrió frente a ella a un hombre que parecía no temerle. No le era ajeno lo que esos ojos marrones ojos expresaban: desprecio y subestimación. Presionó más.

 

Solo en el momento en que sintió la suave piel de la Dumbledore contra la suya decidió relajar un poco su postura. La mención de los adolescentes a los que tutelaba sirvió para destensar sus músculos. Si Luka y Luna estaban a salvo en otra mansión, ello le permitía abandonar el lugar sin dejar a nadie desprotegido detrás; Lucrezia había asumido su cuidado y su educación como la más primordial de sus responsabilidades, el pago de una deuda eterna que tenía con el desaparecido Thiago Gryffindor. El resto de los habitantes de su mansión, ya crecidos y con considerables conocimientos mágicos, podían defender su vida por su cuenta. Passepartout, como el natural líder de la comitiva de elfos domésticos de la mansión, conocía al detalle todos los protocolos en caso de contingencias. Los Di Médici estaban seguros.

 

- Estoy bien, Ariane. Nos quedan unos minutos para recomponernos e irnos hacia Londres. Por ahora te vienes conmigo, quieras o no. Tendré tiempo de explicarte que fue todo esto en otro lado. - indicó, intentando transmitir en su voz cierta calma.

 

Pese a que la aristócrata comenzaba a apaciguar su ímpetu hostil e intentaba disipar la rabia aun viva en su interior, el hombre no resistió a abrir su bocaza ¡Claro que no lo iba a hacer, aun amenazado! La virulencia reinante en sus palabras sirvió para envalentonar nuevamente el ego de Lucrezia, ya herido por lo sucedido anteriormente. Solo la extraña -incluso para ser ella- intervención de Sagitas consiguió que desistiera. <<Elvis, menudo nombre>>. Hundió un poco más la punta de aquel objeto punzante en la tensa piel de su cuello como una última declaración de intenciones y finalmente, acompañada por la mano de Ariane, dejó el brazo con que lo sostenía. Estiró sus delgados dedos y el atizador cayó al suelo, produciendo un chirrido metálico cuyo eco se extendió por todo el establo. El objeto metálico rodó hasta perderse de vista.

 

- Créeme que estoy preparada para cualquier cosa, no me subestimes Elvis .- afirmó desafiante, pronunciando su nombre de modo incisivo - Si sigues vivo luego de meterte en mi propiedad es porque intuí que Sagitas y Ariane te conocen. Que sepas que confío en ellas a pleno, a ti no te quitaré el ojo de encima. - hizo una pausa, dirigiéndole una última mirada y pasando a su lado - Lamentablemente estas obligado a acompañarnos, al menos hasta que pase esta tormenta.

 

Aunque la mortífaga atinó a seleccionar a alguno de sus adiestrados hipógrifos como la perfecta montura para el viaje que estaban a punto de iniciar…algo la detuvo. Algo, sin saber muy bien qué, hizo click en su cabeza. Tal vez un instinto o tal vez algo que su mente detectó luego de aclararse. Retrocedió unos pasos y se giró en busca de la autora de las últimas palabras que habían atravesado sus oídos: Sagitas Potter Blue. Las idas y vueltas de su relación habían logrado, a fuerza de discusiones y rabietas, que le resultase natural a Lucrezia percibir que algo extraño subyacía en su voz. Lo que más delataba su completa abstracción de lo que sucedía en el establo era la ausencia del brillo característico de su mirada que tanto la intimidaba. Lo que pasaba por su cabeza en aquel momento no solo se transformó en un enigma a resolver, sino en una preocupación real ¿Qué la tenía tan descolocada, tan ida? ¿Qué generaba esa respiración agitada, tan similar a la de un niño recién despierto luego de una pesadilla?

 

Antes de que pudiera exteriorizar su preocupación Sagitas volvió a hablar, acusándola a viva voz de negligencia y de poner en juego la vida de Ariane. Lucrezia no supo entender cómo una mujer que se ufanaba de su sabiduría podía creer algo tan supinamente ilógico ¿Cómo se atrevía a poner en duda su intención con la madre de los niños que tenía bajo su cuidado y guía, insinuando que la había puesto en peligro adrede? Sintió como, de un segundo a otro, el fuerte lazo que habían creado peldaño a peldaño entre ambas se quebraba en dos de manera definitiva; una construcción de años y de experiencias mutuas se desvanecía así, sin más, como si su existencia hubiese sido efímera y sin sentido alguno. La infundada acusación atravesó su mente como una solitaria chispa que alcanzó para combustionar e incinerar toda consideración favorable sobre aquella mujer. Tomó una necesaria bocanada de aire y apretó sus puños en un vano intentó de contener su repentina ira. Aquí íbamos otra vez…

 

- ¡Eres insolente! No puse en peligro a nadie ¿Es que aún no lo entiendes? Claro, por esa obsesión que tienes por mostrarte superior a todo, por pretender que sabes todo y que tienes todo en orden. - ¿le hablaba a Sagitas o a si misma? - Esto es superior a nosotros y a nuestras vidas, es lo que estamos dispuestos a sacrificar. Estoy seguro que Ariane lo comprende…lo hará cuando se entere que lo que planeamos es por el bien de nuestra sociedad tal cual la conocemos ¿Tu mente tan privilegiada no lo comprende? Te di oportunidad de irte, incluso antes de que los Triviani llegaran. Cuan…

 

No le molestó que Sagitas le propusiera a Elvis irse de ese lugar rumbo a su pocilga de mansión ¡Es más, lo agradeció! Como un instinto para proteger su psiquis, su mente había bloqueado todo lo relacionado a la conspiración contra el ministro inglés y la necesidad imperiosa de contar con el valioso aporte de la Potter Blue para adentrarse en el ministerio sin ser detectados. El haber firmado un contrato inquebrantable con Piero y que por consiguiente su propia vida estuviese en juego era de repente una nimiedad, algo que en ese contexto se podía retrasar indefinidamente hasta quedar en el olvido. Su prioridad número uno era alejarse de aquella deshonrosa mujer, miles kilómetros de ser posible. Su sola presencia le generaba un estado de ofuscación tal que incluso puso en consideración desaparecer de su propia mansión.

 

Algo la detuvo de levantar su mano y propinarle a Sagitas, cuya mejilla en ese momento lucía particularmente atractiva, una firme cachetada. El ambiente se había viciado de una forma abrupta. Cerró sus párpados y tomó un poco de un aire que se había vuelto repentinamente cargado. Sus fosas nasales se ensancharon, en busca de capturar la mayor cantidad de información posible. Mezcla de paja y madera quemada; aroma a fuego, cada vez más cerca. Calor abrazador. La aristócrata abrió los ojos alertada, sabiendo que se encontraría con una pared de fuego que avanzaba a toda marcha contra ellos. Las distintas estructuras de madera predominaban en la arquitectura de aquel establo, acelerando su ya incontrolable avance.

 

¿Los habían atacado o aquel incendio había sido casual? Aquella pregunta, como tantas otras que su cabeza comenzaba a formular en respuesta a lo que sus ojos atestiguaban, fue silenciada por los desesperados resuellos de los aethonans, que veían sus vidas en peligro ante las impiadosas llamas. Lucrezia respiró aunque el humo se lo dificultase. Decidió anular cualquier atisbo de sentimentalismo al atestiguar la destrucción del lugar que amaba y dejó lugar solo a su racionalidad. Intuitivamente alzó su blanca varita y efecto una corta floritura, apuntando hacia el techo de la estancia. Cada una de las puertas de las caballerizas se abrió de par en par. La última imagen que captó su visión antes de desaparecer fue la de sus animales huyendo de las incontrolables llamas, corriendo hasta el punto exacto donde su dueña comenzaba a desvanecerse.

 

---

 

Bosque Prohibido.

13 de marzo, pasada la medianoche.

 

La caída sobre sus rodillas no respondió a lo inesperado de la desaparición. Se dejó caer sola. Su cuerpo funcionaba a la perfección; no se había visto afectado por la despartición o las náuseas normalmente a ese tipo de viajes mágicos. Decidió caer y que sus desnudas manos se encontrasen con la húmeda tierra del suelo y que la tela de su túnica terminase de ensuciarse del todo, entre el polvo del techo, las cenizas de su establo y el barro de aquel bosque. Su respiración se volvió marcada y sonora, imponiéndose incluso al lejano canto de los grillos. Su mirada se perdió en algún punto lejano, entre los anchos troncos que se elevaban hasta encontrarse con las frondosas copas de los árboles.

 

Anuló todo sonido, incluso los quejidos de dolor de Sagitas. De repente era solo ella consigo misma, rodeada de un escenario que le era completamente ajeno. Concluir tajante que la desaparición había afectado sus pensamientos hasta volverlos tan confusos que incluso le era difícil interpretarlos hubiese sido la vía de escape perfecta para ignorar la verdad y recuperar su línea. Sin embargo, aquello significaba engañarse de la forma más tonta que una persona podía hacerlo. Podía ser muchas cosas -altanera, petulante, ególatra- pero necia no era una de ellas. Por un instante, mientras ignoraba todo lo que sucedía alrededor, se permitió sincerarse consigo misma. Las imágenes del establo incendiándose y sus amados animales corriendo hacia ella en busca de seguridad y salvación se reproducían una y otra vez en su cabeza. Una pequeña y cálida gota se deslizó lentamente por su mejilla y cayó sobre la palma de su mano cubierta de barro.

 

Había perdido el control.

 

¿Lo había tenido alguna vez?

Editado por Lucrezia Di Medici
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~Hobbamock Graves

 

—Es algo a lo que debemos enfrentarnos Ellie. No hay otra alternativa. Sin embargo, deberíamos dejar que los rumores sean rumores. Mientras la amenaza no sea real no debemos tomar una posición respecto al Ministro de la Magia.

 

Entiende todo lo que la bruja le dice. Pero aún así deben decir algo, deben proteger a magos y nomajs. Sabe que el mundo es un caos en ese momento y que pronto habrán muertos en ambos lados. Morirán nomajs y morirán magos. Magos malvados víctimas de sus propios actos y otros magos indefensos que únicamente saben usar la magia para llevar su vida diaria. Teme por Benjamin y Connor ¿Estarán bien? ¿Le hicieron caso y se escondieron en la cabaña de Bastian? Espera que si. Aunque no lo cree, Benjamin estará dispuesto a pelear.

 

—Debemos irnos de este lugar, debemos llamar a toda la orden a la madriguera. Es hora que, entre todos, decidamos que hacer.

 

Se pone de pie por primera vez desde que ingresó a aquel lugar. Está cansado. Le duele el brazo y siente que en algún momento cercano del día deberá tomar la poción de lágrimas de fénix. Aún le quedan dosis pero no muchas. Esa es otra misión que debe encargarle a Kaori en cuanto la vea.

 

~Wilhelm O’Brien López

Observa la misión en tiempo real. El enviado del MACUSA lleva, en el pin del MACUSA, una gota del anillo de presencia que tiene en ese momento en el índice de la mano izquierda. No esperaba que tantas personas apoyaran al Ministro Inglés, y mucho menos esperaba que toda esa gente gritara el nombre de un mago oscura en plena sesión de la Confederación Internacional de Magos.

 

No se encuentra, en ese momento, en su oficina. Ni tampoco está utilizando su rostro. Usa poción multifugos y camina por -absolutamente solo- por callejones por dónde suelen caminar solamente criminales. Pero no tiene otra alternativa, es momento de contactar con las personas que trabajan para el MACUSA de manera extra oficial.

 

—Les pagaré en galeones. 1 millón para el asesino y 1 millón para las arcas comunes. La sede del simposion en Londres no se puede enterar, es mi única condición. Asesinen al Ministro de Magia Inglés, pero antes le darán un saludo en nombre de Wilhelm. El Magicongreso negará todo, sin embargo espero que el cadáver sea encontrado con un pin del MACUSA.

 

—Señor presidente sus deseos son órdenes —la bruja sonríe. Se aleja haciendo resonar los tacos sobre la piedra. Desaparece.

 

 

 

 

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